Como parte de mi trabajo académico y concretamente teórico tengo que
resolver muchas veces, o intentar resolver, esta pregunta. Dónde vive, cómo se llama, qué modales y manías tiene ese lector al que siempre califico, un poco retóricamente, claro, de querido. No lo sé, esa es la verdad, pero a partir de mi infinita ignorancia y de su aceptación -esto si nada retórico- puedo establecer algunos bosquejos rápidos y accesibles para todos.
El lector, debo empezar, es anónimo. No conozco su nombre y no lo manifiesta
salvo en esas ocasiones excepcionales en las que manda un tímido mensaje; cuando el lector expectora sus insultos lo hace siempre anónimamente. El lector es, por otra parte, inasible y ubicuo: está siempre un poco más allá de nuestro alcance y está siempre en todos lados; bien puede ser que comparta el mismo oficio que uno o el mismo pueblo o país. Por lo general el lector se siente cómodo en su contigua lejanía y desde ahí establece esa relación de lectura con nuestros documentos públicos.
El lector total es siempre crítico y es generoso en su lectura. Este tipo de lector
hace suyo lo que lee y lo trufa en su propia cotidianidad, se lo apropia, lo introduce en ese amasijo de palabras que llamamos nuestros pensamientos. Es ideal porque es un buen conductor y hace que las palabras que uno ha elegido se expandan como una onda en el estanque. Por otra parte, el lector refractario es un prisma que todo lo equivoca y transforma, y no porque su voluntad así lo indique, sino porque su incompetencia es de tal grado perfecta que termina descomponiendo todo mensaje e intencionalidad incluidos en el texto.
Debo concluir diciendo que finalmente el lector no es una categoría teórica,
como muchos pretenden afirmar en un desplante reduccionista. Es ante todo un ser humano que vive en algún lugar y que comparte con uno las mismas pasiones, los mismos gozos y angustias. Uno no sabe (tampoco) cuánto puede afectar a ese persona, y cuando digo afectar hablo de una manera positiva y negativa, se entiende. P.S. Me gusta pensar a veces que ese lector mío es fiel y es tan ermitaño como yo. No espero su llamado, tampoco lo promuevo, pero como sé bien que en este momento está escuchando estas cosas, aprovecho para interpelarlo y para agradecerle con toda la sinceridad de la que puedo ser capaz los minutos que le quita a su día para recorrer mis líneas. Sonará trillado pero es verdad: el texto se forja pensando en ese rostro desdibujado del que acabo de hablar y no creo que exista autor, por perverso que éste sea, que no mueva su pluma sin que cruce por su mente, así fuera como un relámpago, la posible dicha que bien pueden provocar sus palabras.
Álex Ramírez-Arballo es doctor en literaturas hispánicas por la University of Arizona y
actualmente trabaja como profesor en el departamento de Español, Italiano y Portugués de la Pennsylvania State University. Su correo electrónico es alexrama@orbired.com