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DE

CATASTROS
Y JUICIOS
Pablo Camus
DE CATASTROS
Y JUICIOS
El viaje por los CATASTROS Y JUICIOS pretende ser el naufragio
del hombre en la mirada del poeta, un alma distendida que medita y que sueña
en la inmensidad, la mirada que conversa frente al espejo. Aquí, la atracción
hacia el poema radica, tal y como plantea Bachelard, en que el alma pueda
encontrar en un objeto el nido de la inmensidad. Esta búsqueda se aferra al
espejo y su reflejo, una conversación que inunda el espacio íntimo del poeta.
Es en esta conversación donde la mirada comienza a detonar la imaginación. En
cierto sentido, el espejo ilumina el camino, la puerta a la que el poeta quiere
llegar para iniciar su travesía, un viaje sin retorno después del sueño.

El catastro es el resultado de las conversaciones con el espejo, donde


el alma encuentra el pozo de la inmensidad, donde se comienza a percibir el
pensamiento en otro lenguaje, lejano e íntimo. Es necesario reconocer, que
la mirada al espejo intenta percibir abiertamente, mira a la cara del poeta
distanciado del sentido común, sangrante antes de emprender la música de
la propia voz.
Por otra parte, el juicio se enmarca como detonante de las recopilaciones
del catastro, el espejo poético propicia una especie de saturación, las imágenes
de la inmensidad para detonar una y otra vez el relámpago de la emoción,
para sentir cómo la escritura se vuelve íntima y lejana la vez, cómo el reflejo
del espejo comienza a digerirse, cómo se planta en las entrañas y comienza a
transformarse en inmensidad íntima, señas de que el propio juicio está cerca,
atento a mostrarse de repente.

Es la dialéctica del espejo la carne frente al cristal, el catastro y el


juicio es la verdad que dialoga entre la retina y la pupila del poeta, una verdad
que quiere plantar una forma poética para que la imagen traslade la experiencia,
pero no una experiencia provista de situaciones cotidianas de la existencia, más
bien, lo que se quiere es plantar una posibilidad, una posibilidad poética que
multiplique lo cotidiano y el sentido de la emoción a través de la metáfora,
a través de un imaginario íntimo, que permita apreciar diferentes caminos
para la contemplación de la inmensidad, una emoción y un espacio que se
construye bajo un sentido de fe, la creencia de que existe más allá del sueño
un pálpito poético, una intuición, la conciencia de que la poesía reside en el
ejercicio constante de imaginar.

Pablo Camus
DE
CATASTROS
Y JUICIOS
Pablo Camus
“En el alma distendida que medita y que sueña, una inmensidad parece
esperar a las imágenes de la inmensidad. El espíritu ve y revé objetos.
El alma encuentra en un objeto el nido de su inmensidad”.

GASTON BACHELARD

“Registro la parentela de la sangre imaginaria y reconozco que


soy parte del coro. Bien me sé aquello de que el poeta es un ser
atrapado en una relación dialéctica (transferencia, repetición, error,
comunicación), con otro u otros poetas y bien me sé también que ese
vinculo se cumple largamente en mí”.

GONZALO ROJAS
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Perfilamos la humedad,
la contención del pulso en una mano,
divagaciones que se cruzan
que evacúan una ancianidad temprana,
dibujos que se apresuran a narrar
el bullicio de la noche,
los ojos en la licencia
y una conversación en el tabique.

Entonamos el filo del barranco,


escarchas de gotas que suplican sudor,
un cara cara a la burbuja
que traga los bríos aceitados de una máquina traga poemas,
la pregunta que pide recetas para desenterrar las imágenes,
el talón marcado firme en las cánulas de una época.

Desfloramos lecturas enraizadas,


maderos que flotan letras en los frutales de la mímica,
en la madeja mantel del día siguiente,
la energía que graba lecturas en días de viuda
para besar el pubis del verso,
socavar los gritos de la ansiedad en el regazo,
las contorsiones de una época para reunirse en glaciares de tintas,
bosques de arena para atropellar los ojos del oasis,
la circunstancia que le habla de pantorrillas a la cara de las rocas.

Expresamos el pulso,
señas de amor y golpes de invernaderos,
una filosofía que se figura
que autoconstruye locamente en las cabezas,
locamente en la hondura que perfila
charcos en la radiografía del alma,
y vuelve la burbuja,
el deseo interrogado entre los ojos,
en los pasadizos apresurados de letras
para emprender sepulturas
y perforar la corteza de la memoria.

Sentenciamos el verso de los pómulos,


rostros para olvidar
y rostros para encaramarse en el placer de la ingle,
pulsión que se acomoda en los olores,
que se grava entre la cúspide y la seña,
se aplaca en la inseguridad del artefacto
que nos grita azul de vanidades en los plazos,
en la extensión de besos
-2- que se caen de las clavículas,
entre socavones de miel,
para engullir el teatro a la orilla del miedo
en la cápsula de radiación que asfixia las excusas.

Tragamos anochecidos el interruptor de la rapsodia,


uniones de pincel y brotes de urbanidad que nos abraza,
que nos esculpe poetas para brotar los nichos,
ornamentas para sepultar los verbos
que dejan las heridas esparcidas en los colores,
en las grietas que se cincelan a cada zarpazo de ola,
a cada rebanada de aire en la mente de un soldado de letras.

Hablamos malheridos al sol,


separamos las raíces,
claves y silencios que se ajustan a la intemperie de la biología,
latidos que sufren latidos de verano,
esos que salpican el perfume del ombligo,
flores solitarias el poeta y sus bosquejos,
quejidos que siembran en la lluvia
el terciopelo de una garganta en una taza,
en el muslo que se esparce octubre olvidado de laberintos y lenguas.
En la punta de la retina vibran las caderas de la noche,
saleros de contratiempos,
el ego que se entromete de manos
y retinas para desorientar la carne que se maniobra en el catarro,
el que refleja la propia quimera enferma,
una escena lamida en los braceros de lo marchito
y en la tristeza de una urbanidad de cópula y combate,
catalizadores que siembran únicas pesadillas
para resistir claveles de gestos en el tiempo.

Aturdidos en la jungla de las extremidades


limamos el clítoris del acantilado,
contorsiones que presentan simulacros de verdad,
versos largos para confundir la dureza
que se olvida entre los tímpanos,
en las aurículas donde el pensamiento
se entona para cabrear los honores del charlatán y su mercancía…
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Entre espejos y semblantes


clarifica pellizcos para sentir el vuelo,
escucha y deja parir a un cielo monarca de granate, comenta la luz,
piensa estatuas de mañana
y trabaja la casa en el ladrillo,
come libros para tejer en el espacio
un desvarío que se desprende.

Espejos y semblantes en el cráter,


una inspiración que exclama
los ojos que se durmieron en los pómulos,
el espejo del cuerpo
que cercena los últimos charcos de invalidez,
-4- la combustión de los huesos para ser leyenda y mito.

Espejos y semblantes
y amanece un halcón moribundo,
anuncia la aparición de un ejército,
el semblante de tambor que se arma cuerpo a cuerpo en una estampa,
cuerpo a cuerpo un átomo de luz para una fotografía dulce.
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Protesta, protesta, protesta,


los arboles gritan,
a carcajadas la pared se burla
y los síntomas de un filósofo enfermo aparecen,
los celos aparecen,
escritos de doble cara comparecen
y construyen su protesta.

La ciénaga ha comenzado su avance


y ya nos es social,
no es social el pulso,
la protesta se ha cabreado de la poesía,
la protesta se ha cabreado
y ahora un hombre tiene errado el canto,
los errores se ríen del poema que gimió en la avenida del grito,
en la enfermedad que cabalga de estío por su ropa,
y no tiene nacionalidad,
escarba países imaginarios
y el tiempo se cae de su precipicio.

Protesta, protesta, protesta,


horas para sacarle puntas a la habitación,
las cortinas se visten de pañuelos
y el hombre ya no es social,
su protesta lo ha enterrado
y su camino de tierra pone por poner púas a su paso.
Arden las ideas, el hombre se ha exiliado del filósofo,
piensa negro sobre su tatuaje imaginario,
la punta de su protesta lo ensancha,
lo ahoga para palidecer,
se inclina ante un pañuelo que se eriza.

Protesta, protesta, protesta,


murciélagos tristes no encienden el sonar,
la tristeza repleta la democracia,
la justicia protesta un epigrama de razón,
un sucio de belleza,
la razón sicológica de pensar en tesis, protestar en tesis,
enseñar la caligrafía del que sangra por la boca.

Protesta, protesta al problema íntimo del teclado


que deja misterios en el coágulo de la palabra y es protesta,
los sacrificios vienen porque un hombre se olvidó de protestar su ira,
la neblina que lo atrapa,
un edema para el poeta
-6- pobre en la virtud de armar su sanidad,
y ya no es social, es protesta, el almacén de su locura.
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Fin del trayecto, los transeúntes se amarran a semáforos de carne,


se sacuden intermitentes de cuarteles. Una fragilidad rebalsa
las cavidades en la sombra, en la antesala de los nervios, una
situación se teje incómoda en la muchacha, modelo de poeta en
la nocturnidad que aspira a controversia entre los labios, aspira
a palestina desnuda en los senderos, a espaldas de conquistas en
camales de fluidos, satíricos para un sexo que suena, que perfila la
madera entre los dientes, la ondulación de una pantorrilla que se
dispone en arco para construir profundidades, gemidos góticos para
santificar un momento punta, la fiebre de losa sobre los escritos, un
verano que se aproxima sencillo sobre la ciénaga del transeúnte, un
sentimiento acrílico para saturar milímetros de hierba y sus olores.
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Triste en la roca un hombre gime arcos, ilustra la tempestad de


construir montañas en la punta de los dedos, clavículas sonrientes,
una hernia que avecine el coloquio de la hora, la fosa que solloza se
traga la marea en la garganta, la huida en clave Morse de una tristeza
que tropieza, el impulso de ir pestaña abajo y tragar destellos de
mujer, destellos de lenguaje simple sin pulso de contorsión en la
caricia, una ternura olvidada bajo horas de espina y sol atacameño,
un dolor que se ordena bajo los mentones, carcajadas que se
olvidan y santifican besos de fobia, una serpentina que enreda el
veneno del tiempo que pasa sobre los alambres, púas de metal para
enjaular a un solitario que sufre la ira de la higuera, los pétalos de
sal que amortiguan los socavones de la ciudad que se entrelaza en el
gesto del esófago, un canto para morir de ruedo en la sombra de un
-8- arco, un árabe para sentirse olvidado en el borde de la roca, en el
precipicio donde las espadas hablan de un mausoleo que se aleja.
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Tres puntos en el plano, la factura de un filósofo da cuenta de la


idea, cuerpo y natura, tres sillas para su verdad, tres caligrafías en
el cuerpo, papel para cruzar la dramatización del pulso y plantar
semilla a la imaginación, al juego del átomo; Lucrecio para figurar
la sustancia, su tecla de uranio, tres rodillas para suplicar al cuerpo,
al viento, al filósofo que graba en su carne una vela, el encuentro en
el papel que llora, llora la asfixia de un relámpago, el grito que mece
afónico al entendimiento, pensar en tres filósofos que se enredan
en el folio, la fe de ladrillo que se entrega para tatuar carácter al
pensante.

Tres filósofos describen el perfume de la dureza, el riego del jardín,


la moldura de la casa y su lucrativa postura, un paseo de jardín
que divaga en el armario, en la cabecera de la mesa cuando la
comida hierve; Lucrecio y su caldo, tres cubiertos para dar inicio a
la serenata, el recuerdo de una mano empapada en la piel, señoras
de tierra que arden vestidas para la ocasión, para un filósofo de
cuerdas en la mañana de los ojos, la tarde de manos que incita a
palpar el fuego de la Fausta, su natura codificada, la bestia que
piensa en una esquina lo descerebrado de tres filósofos que lamen
el sonido, la pregunta sobre la belleza, la fealdad de su lengua,
el lamido que huele a pensamientos que se olvidan, que refinan
la saliva del padre cuarto; Lucrecio y la partícula que describió
en la pureza de una lágrima, el que descubrió la muerte en la
cabeza y el amor en la expansión del átomo, la natura de pensar
en una esquina, la cabellera del perro erizada cuando tres filósofos
ladran el rellano, el perro que mece tres sillas intermitentes, tres
semáforos riéndose del color; Lucrecio grita más allá de la alfombra,
dota de latido al acero, lo contrae, tres filósofos de ensartan en
la cremallera, cruzan la mueca y guardan silencio, se esparcen en
la roca, un diamante en la biblioteca de la imaginación, más allá,
más allá de los pozos, la triada de la fe y su caos, la artillería para
que este poema muera sin pensar en sus límites y afinar, afinar otra
palabra de embalse y continuar su tragedia, el fin de un intento,
la cuerda que ha cortado tres sustancias, tres semillas de verdad,
tres ideas en un mismo folio.

-10-
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Sumido en la catarata de la habitación,


el reflejo del rostro navega espejos a dos manos,
entre dientes navega,
navega restos de estatuas para reanimar la clavícula cansada,
la incertidumbre de escribir pulsaciones de teclado
y cautivar las reliquias de una cultura pegadas a la roca,
pegadas al espacio,
al poeta que se fermenta y duele de posiciones.

Ceniceros me nacen en la cervical de los suplicios,


donde sangrante se ilustra la madera
y el beneplácito de leer los caminos de la piel,
las cumbres de libros entre paisajes de clandestinidad,
hojas para marear, marear princesas
y cantos que se desprenden en el piso que llora sus glaciares,
el deshielo de una autopsia que se alarga
para desplegar el vidrioso de los ojos,
las amputaciones de un bolígrafo y sus secretos.
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Me sumerjo en un poema blando, flácidamente dispuesto, reducido


a la oscuridad.
Semimuerto dibujo las escarnamusas de una ciudad que germina, que
nutre en la cavidad de la luz un fornicio para un tiempo malo, morado
en la palestra de la espera, en los cuencos donde depósito las pupilas,
un redondo extiende la mirada a la doble cara de la crucifixión, una
postura de sombra y pálpito, cuerdas que tensan el propio caudal, la
propia corriente de la caligrafía, penitencias para mirar en su reflejo
la custodia de la carne, un sarpullido en la curva de lo caliente, la
garganta de una roca dispuesta para pulir los caprichos, los deseos
ensartados en la propia comedia de los pómulos, un discurso que se
antoja bomba para seducir a las semillas.

-12-

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Cuantos temblores en los ojos, cuantas palpitaciones para cegar la


abertura de un espejo.

No hay luces, fragancias que recordar entrelazadas en algodones


que amanecen, que ilustran la extrañeza de un cuadrado que espera
amapolas de luna y sábana, perímetros de montañas en el recuerdo
de una mujer que se extiende verde temblor frente a un espejo.
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A cada trozo de tierra le extirpo el detalle, su erosión de grito,


placas que se asientan en pilares, la cuesta de una porción que
lagrimea y me cuenta el paso del tiempo, las simulaciones del amor
terroso, el detalle de un latido, su pelo semimuerto al aire donde
el tamarugo habla de humedales, percepciones de sal y tierra y
unas escamas que se estrujan en la pantorrilla, en el techo de una
respiración que se diafragma, el amor mármol de la tierra, raíces
que santiguan el grito doloroso, la perturbación que me esculpe
sarpullido en los recuerdos, en el no saber donde nace paciencia, en
el no saber de las escamas, esas que atan una ensoñación amarga
que paulatinamente se fractura.
Me nace el precipicio de la sombra, un ventrículo se estrecha, ahorca
por dentro las extremidades del latido, las cordilleras vitrifican una
feminidad tortuosa, un sacrilegio de imagen y sutura, heridas por
donde fluir el polvo, las venas, la circulación de tierra en la sombra
de mi desvarío.
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Se le antoja al títere un coma profundo.


El espejo le gira y se esparce como bomba de racimo
y la sonrisa se empotra en su cama de luciérnagas.

En la cama del grito, el títere ladra, aúlla un trozo de pan sobre la


tierra, un capricho de semilla para que el fruto ascienda al carruaje
de los tulipanes, marche al verano de Neptuno, al verano de los
espejos, a los brazos del salón que se arrojan como perlas ardientes,
incrustadas en los tímpanos, en la cabeza del extraño que lee y besa
tiempo con pestañas.

Se le antoja al títere un mantel de sueños,


le sonroja la oscuridad,
-14- rellena el humo que se desploma en la ventana, lo arroja a la puerta,
canta en su formato blanco el zafiro del nocturno, la ceremonia del
anillo sobre una mesa que florece. Desinfecta con nieve la tubería
por donde se cuela una semilla. Sigue, pues, al glaciar aposentado
entre sus dedos.

Se le antoja títere brotes tiernos de una demencia


que germina por la boca,
los dientes de la locura,
el filo de una boca que discurre sangre
y posa una promesa de espinas en la muerte,
su plato frío, una porción de lenguas para disparar granadas
de polen en el rostro.
Se le antoja al títere una serpiente que se anuda en la cuchilla,
quiere apagar el filo en el costado de su ingle,
su antojo se abre,
el abrigo de una mujer se estrella en las manos del aliento,
se estrella de nudos, y árboles le nacen de su espejo imaginario,
extenso como la tundra de una espalda que no cabe en la
memoria.
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Un beso, en pausa, ahí, en los huesos que se descuelgan para


aderezar lo consecutivo, un holograma en la caricia, un acento en
la palabra que se vuelca y condecora a una mujer, se hace mástil en
el pecho, en la clavícula que se curva de tacto y marejadas, en los
sueños que se amasan en el acantilado del cuerpo al borde de morir,
en pausa, ahí, bajo un silencio blando.

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-16-
Pintarte la primera capa con hielo de luna, una transfusión de
charcos sobre las cabezas.
Y en la cadera, donde puedo expulsar la fuerza para entrar en el
espacio de la lluvia, un trueno para acelerar el jadeo en los tablones,
un bosquejo donde pensar y trabajar las erecciones a fuego de
cerebro, en la calvicie de un caballero estremecido por el rostro,
por un relámpago encaminado hacia el olvido.

Perfilarte aguacero, plantar raíces en el vientre, probar el placer


de curtir las sandalias del paraíso, el cuero de la penumbra, las
aureolas enraizadas bajo tu mueca, un deseo sobre los fluidos que
palpé y rocé como la seda que danza sobre el clavo de mis vicios,
lo puntiagudo de sazonar el cuerpo, el grito inseminado, pequeños
monstros suicidándose en el anhelo de ir por tu huella de pecho,
pájara de aire frío, sangre de témpano sobre mis delirios, ata la
cuerda esparcida sobre el catre, ese que gotea piel, el rostro que
amanece paralitico de ti, hipotermia de un infierno bajo cero.
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Después de la desolación, cantos de pluvia, cantos de pecas que


asoman el regreso, la ida nuevamente, nuevamente en la búsqueda
y no hay compañera para un verso limpio, no hay segundos para
controlar dolor, dominar dolor, seguir recitando hasta reiterar lo
repetido de una cama y sus arrugas, los salivazos que sonrojan la
plaqueta del paraíso, el espiral que se reitera para ir, volver a ir,
volver a la reiteración pulsando el comienzo.

Después de la desolación no parar en la huida, no castigar al


castigador de epílogos, el que viene y vuelve reiterando a la mujer,
el camino del dolor que se planta plaza púbica en las pestañas, y
llueve, hoy llueve una gota que se reitera en su baile, la roca vuelve
a caer, vuelve el vegetal y la pluvia, la pesadilla de un esqueleto
que nada en su pensamiento cero, la nada poseída en la tristeza, el
trueno de una letra lista para crucificarse, una eternidad de musa
desaparecida en la dictadura de la imaginación.

Después de la desolación la congoja de la mesa, cuatro patas que


se repiten, que se arrojan a los brazos de un hombre bajo hierros,
la duda le reitera una filosofía que no termina, se alarga de brazos
en su estornudo de músculos y las carnosidades vuelven una y otra
vez a los brazos del que en el encierro se estruja el esternón, se
estruja a la orilla del desquicio, a la orilla de una idea que llora
un oleaje negro, una ola contagiada por la noche, un pirata que
cojea de fuerza para entender su marejada mater, la marejada de
las marejadas, el sueño líquido de un poema que se va entre las
manos, la huella de un anca que se avecina relinchando el dolor, la
inseguridad del que habla por la tinta, su cruzada, una bestia de fe
y sacrificio que muere.
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“Estuvimos a punto de ejecutar un trabajo perfecto…”


Enrique Lihn

Estuvimos a punto de jugar a una hora, al trueno de los dedos, a


punto de conversaciones de escarabajos.
Jugamos a encubrirnos en la biología, jugamos a encubrirnos de
mamífero de templo y entre disfraces de nieve, el juego de la
ópera, un punto juego de garganta para ejecutar el paso del sonido,
un grito para ser conversado en la niebla y en las alas del aire, un
punto de gesto para bucear respiraciones, campos floridos, una copa
de sueño para maltratar las escaramuzas, los pechos del aire y dar
trabajo a los restos de amor esparcidos por la choza, esparcidos por
los rumiantes de verano, los enamorados del calor y del harapo de la
-18- interrogancia, restos de amor sin aliento para pasear circunferencias,
el juego de una lápida y el trabajo de su figura, el pulido del aliento
tras un trote de cicuta a punto de dar forma a los tobillos del ritmo,
apunto de una transformación en el pozo del que se hunde, del que
se hincha y se exhuma hasta su aliento mismo.
D� ������ � ��������

Tu primera vergüenza y eso que te desayuné en la sombra, entre


cordilleras de lascivia. Querías ofrecerme carmesí de piel mientras
prefería las vísceras en mi boca, una estructura maligna para agilizar
mis arrebatos.
He pensado en digerirte, en estornudar la fibra de tus restos, robarte
las formas de cama que te di mientras ejecutabas tus lánguidas
flexiones, extirparte el circo romano de tu equilibrio, sádica
legumbre de verano.
Ahora miro de cara a los segundos, veo formas, una mujer renovada
que me espera al otro lado del pensamiento, y se desnuda, se
esparce a la distancia entre mis dedos, figurativa y sexuada,
como una lombriz jugando a escalar sobre los muslos y vuelven los
calambres, el relámpago que me regaló un anciano de su pluma,
y se precipita el ansia, el hada nuevamente entre las sábanas se
esparce, señaladamente y jadeante entre mis versos.
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Anochecida mira el candelabro, mira caligrafías de rana, un lloro


que licua pulpa de mamífera, la piel de un faro, la caja del tiempo
que mira y dice no, pensativa y lacónica de cena entre los brazos,
dice no, palpa sólo el pulso de su ira, extirpa miedo a su camino,
cuartillas de metal, señas de otoño y pelos de serpiente.

Una mamífera de tacones arrastra letras, sacude en el tiempo la


oscuridad de su poema y dice no, pura sangre, sangre para irse,
forrar la máquina de carne que la enfila contra el paredón, contra
el paredón para sangrar arterias, pulsos, la independencia de un
egoísmo que camina, camina alfombra de hormigas, pájaros de
cara, el hueso que sostiene la mansedumbre, el amargo, el cítrico
de un dios que la secuestra y le dice no, le tortura en el silencio, la
-20- prolonga de oscuridad y tiempo en la caja de su fuerza.

Un grito se pronuncia en la pared, el cine de la memoria vuelve,


vuelve, el cine vuelve desde de la materia, le dice no al tiempo que
la deja, la caja de una mujer, la fuerza de su barco, irse, decir no,
encontrarse hielo, áspera de frío, sacudida de arterias al otro lado
del pensamiento, un verso antiguo, sonoro para recordar el inicio,
decir no a la esperanza en fuego ártico, caminar, caminar, caminar
un vuelo, adormecer dolor de kilometraje, muertos en la uñas, decir
no en folios flores de papel.

El grito de la huida marcha por lo verde, dice no, vegetales de bohemia


viven para domesticarla, mujer de cala, mujer de calco, declarada
cuesta arriba en el dolor, y en la punta de su bota, volver a su época,
extirparle faros a la prosa y señalar, señalar barcas de huida, decir
no al tiempo de su caja, codificar el faro y repetir la tecla, su caja
fuerte, la caja faro que le guarda letras en el tiempo.
D� ����� � ������

Una mujer juega de túneles y adorna su desventura con puñales,


filos de hierro que picotean al poeta.
Un animal de sueño aturde la esperanza parida de su boca, la
esperanza de un mar sin olas, imágenes de cuento, todas ellas mal
promesas en el desfiladero de una lágrima.
Una mujer juega de esperas, juega al verso de plegaria que se
debate púas y miel para abrazar un tiempo animalillo, un beso
que se recuerda costra sobre pecho, el gramo de pólvora que se
adormece a la hora de una letra.
D� ����� � ������

Suavemente despliego versos, sobre tus acacias


masco frutos para un poema vestido de lectora,
amante de saliva
y palpitarte imagen sobre el agua,
besar tu piel de hierba y extirparte tinta,
rellenar el viento
de tu invocación de helechos
y construir pensamientos sobre las piernas.

Hueso de mi hueso,
es preciso absorberte el precipicio,
desbordar la flor sobre el sudor que se empasta en la orogenia de la piel,
mujer, para disfrazarte de amarillo
-22- es preciso encaramarte sobre el vientre,
y sobre tus pechos,
afilar fusiles para acribillar el precipicio,
las imágenes que anuncian mochilas de amor sobre la hierba,
una respiración que late ola, y ola para festinar
nuestra ficción de gemidos a la orilla de un abismo,
en el placer que se narra en las raíces de una acacia.

En lo germinal de tu reseña,
vitamina de mis plantaciones,
es inaplazable despuntar el miedo
y derribar acantilados sobre la escritura.
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Aguaceros de mujer, una espera, el imaginario de una letra que


porfía una mirada de sudor, la gota de sal sobre la lengua, la epifanía
de una costilla, el clamor de una caricia y sus parajes, un cuento
que se estira y teje la bufanda en la garganta, aguaceros de hierba,
porciones de papel que forman las plegarias del suicidio.

Aguaceros de vocal, suplicar el acento, el miocardio de un desvelo y


la sonrisa tras el cráneo, el gesto sordo de una cavidad, un aguacero
de mujer, de muchacha en su lengua para forjar los frutales del
ensueño, un paracaídas de amor sobre una raíz que se incrusta beso
en las pupilas, en la travesía de un escrito sin secuelas, el paritorio
después del sol, después de una sonrisa que se rasca en las paredes,
crisálidas de forja que se acumulan en la retina, en la porción de
escritura que se confía sin sueño de respuesta.

Aguaceros en el verso, en la pared de viñedos que zigzaguean un


pulso, un dedo que mastica la delicia, un boceto, la circunstancia de
papel, trabajo de la sintaxis del deseo y el devenir mujer que le rasca
espíritu a la oruga, al soñante que la espera, un camino nuevamente
al lado oscuro de la belleza, nuevamente sobre la cara de un latido,
en la cuadricula del sueño, en el rincón que se repite hasta pintar
en sus vértices el rostro de la vergüenza, la intersección de un verso
que no se entiende sin la armadura de su bosque, una guerra que se
estampa, el amor sobre las ruedas, pedales que asientan la pared
del cráneo, el hormigón de una silaba que impulsa el ladrido craneal
de un poeta en su garganta.

Sonidos de paciencia, aguacero de mujer, plantar una imagen en el


abono del decoro, distancias que pintan el detalle, rocas de mar en
el desierto de una almohada, lo rumiante de ir por un camino que
se piensa en el aguacero, en la mujer de dos metros de estatura, en
la cita que se antepone a la crisálida, al aguacero de la paciencia, a
la espera de un verso de amapolas en los codos, y esperar el asenso
de una hormiga en horas de pantano, un mineral que se organiza
en la saliva, en el arpa que se cristaliza de lágrimas y espacios,
lo íntimo de la inmensidad, un saco de dormir los pensamientos,
la desidia, unos pechos descendiendo por los ojos, un balbuceo de
cráneo, traer el sol a la cara de un poema, a la cara del glaciar que
se peina en los pedales del viento, en el monte de agua que salpica
las cenizas de un animal, la infusión que se enamora de un beso en
suspensión, el latido de una bicicleta donde pedalea un poema, un
escrito de carne que suda los primeros robles para edificar la tinta.

Aguaceros a las tantas, mujer y madrugada sobre un papel imaginario,


trombón del tronco de la poesía, e insistir en la tragedia, lo soberano
de un ejército de letras, la sangre que, en la fractura de un hombre,
-24- le saca las raíces a la luna, al acontecer de la niebla, donde los
poetas nidan lunas para derramar sus extremidades, la lujuria de
la imaginación, y nuevamente los bordes del decoro, el aguacero
de mujer, la pálida mesa que soporta la estampida del que humea
ansia, las catapultas de la tierra sobre los ojos, a la mujer que
arroja lágrimas de mar, aguaceros para llenar un rincón habitado
por el hielo.
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De costado respiro, respiro en su carne para dibujar la humedad,


respirar el costado, el abismo de la cama, imaginar la yugular de
una palpitación, imaginar su mejilla verde, la bota solitaria que
sonroja y golpea de cara el movimiento de la lengua, y zigzagueo,
zigzagueo la forma, el respiro del detalle, su cara de castillo en
la sonrisa, su mejilla verde que se estrofa y que orbita grito de
cremallera, el grito que se quedó en la puerta del respiro.

De costado respira fragmentos de la tierra, no concluye, pasea una


distancia que se engorda, la mañana de su búsqueda, el esternón de
un poema que lo dejaron parir de soledad en la respiración, en el
espacio que deja una palabra vacía, el respiro del día que dibuja el
equilátero, el deseo, la fractura de una especie que evoluciona por
el ala, evoluciona y palpa, roza los acordeones del papel, geografías
que se caen de las piernas, y caminar el bosque, un arado que le
imprima cirugía al lamido, al respiro de los pájaros para ver por
semana su tensión de alas en la retina.

De costado baja su toldo, presiona la tecla, enciende la oscuridad para


mirar desde el aire el gemido del agua, le arroja dátiles amargos, un
respiro que cabalga la orfebrería del amor fugas, un desierto vestido
de hojas, un abdomen teñido de verde, y sufre la contracción, la
música del rostro, le duele la plaza pública donde arrojar el respiro,
el costado del invierno, la sustancia de su numeración, la sustancia
del ángel que respira aire en la cosa, la que apunta al querer, a la
respiración ruinosa que la mira.

Desprovisto de tentáculos, cobijo rocas de batallas, la respiración


de su dominio, el augurio del costado que cierne en el precipicio
la nostalgia, las horas de padecer el pan, la mantequilla de su
respiración, una fábrica de respiros que atiende lo irregular, el
zigzagueo de una costilla, el piano que nace del pecho, su ritmo,
la imitación, el latido mientras instruye su ejército, poderoso al
inhalar, poderoso al expirar la fuga de los matices, los rumores
que cantan como fruta madura la carne que se toca en la hierba, y
poderosa en la razón, en su tronco de amapolas, en el discurso que
se airea cuando la apatía sangra.

De costado en su viga, respira, respira candelabros de tiempo, la


creencia que le teje fina la herida que supura, que brota aceite
para sazonar su aspecto de legumbre, la hibernación de su latido,
y brinca, despliega saltos de palabras, respira en congresos de luz,
en seminarios de poetas que supuran el costado de la siembra, el
costado del dolor, la fiebre de un campesino de letras que guerrea
besos cargados de rutina, la belleza en la batalla, el parlamento
de su cara para trazarle limites al miedo, fronteras al respiro, para
intentar no ir, no cacarear lo hondo, el pozo de la respiración, el
-26- aire encendido que despluma la virtud en el barco de los días, el
costado del amante que prepara la respiración de su novela, brasero
de un símbolo que ejerce en el respiro la cadena en su costado.
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Hablo y ella se descubre, espira besos a la bicicleta, rueda, se


imanta, se cuela de pensamientos y tiembla el poeta en su atención,
le urge el amor de imán, y el poeta llora nocturno, ella lo sacude
en la demora, un máculo de imanes cae, le dice hola al humo de su
esquina, espera preguntas, polos de un poema, delirios, la pureza
de los veinte.

Trago y ella siembra la sacudida, ella nuevamente metal, colores


pálidos al sonido de su cuello, despertarse, inmaculada, domar su
mitad de sonrisas, mitad de noche y regalar imanes de veinte años,
un romance de horno, un pastel de pulseras y zapatos en el olvido.

Ella logra y estira su pelo, la toco, mira los ojos en la libélula y se


escabulle, se ahoga en las plumas del viento, se escabulle en el
pantano, se escabulle y mira, se inventa el saludo entre los ojos
para entrenar palabras de combate.

Miro y mira ella el panorama, un respiro de fragata, un barco de


a pie, un barco y latir su gesto, esparcir diurno el saludo; y ella
sacude, sacude el saludo, afina su cara, grita, logra la tibieza, logra
lamer el colorido de los ojos, la sacudida, su hielo fracturado en la
metralla.

Contemplo y ella sopla, descubre la risa de una viga en su columna,


ella piensa, piensa jueves, sacude la mano dinosauria, el silencio
enfila música de roquerío, palabras que balancean el terciopelo,
baladas de ropaje, desnudar a la sombra, un plástico de verano en la
retina, el lenguaje de su cordillera a medio hombro, y a medio gesto
de cerveza, la pregunta, la pregunta del jueves, un poema que se
construye imaginario, imaginario y silueta, imán, inmaculada, ella
sobre el teclado.
Ella sienta su montaña, huelo bosque a la distancia, ella sacude
de células la caricia, infarta al escribiente, lo pasa, le regala el
silencio, números para viajar con ella al fuego, al sur de la analogía.
Huelo ella sacudir la transparencia, traga, transparente, inmaculada
en su local, en el juego de la voz, el juego del poema, manicomios
y clínicas de amor en las imágenes, la biblioteca y su latido, y ella
busca, despliega libros, ella sueña su ventana, un soplo, recitar la
bella el colchón sonrojado en el silencio.

Ella reza sicología, las membranas del perfume, un poema amarillo


un poema, la promesa de la espiga, su espina, la casa de oriente
en el valle de la luna, un poema de elipse que camina sobre el
pecho; y huelo cojear la escritura, ella la contagia de astros, rota
métodos para enmudecer la burguesía, la cordillera de su risa, la
endemoniada del instante, le sobra un segundo para oler besos bajo
el fuego.
-28-
Presiento que ella gira su clavícula, recta su mentón, kilogramos de
muecas, boticas en el pómulo, el rostro de un imán, inmaculada en
su pañuelo de especias, cardióloga, su rostro para latir la máquina,
labrar el pecho de su hombro, rosear cascadas y virar la silla al
pantano de la música; y ella silba, cardinales, metros de astillas,
la espera en el tirante, la piel sacudida de la voz, el plano de un
edificio que la mira.
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Miedo, fruslerías de escribiente, moldes de un pulso que se


contiene en un cuadrado de hierro, una mujer que se escucha entre
ansiolíticos, paredes de hamaca y un horizonte que se escribe.
Miedo y fruslería de un escribiente que sangra la incontinencia
de un dopaje de tinta, la mancha de una mirada que se incrusta
lluvia de espejos, el clítoris de un rincón que se perfuma, el
miedo al espacio que se esculpe sobre una araña, la sintaxis de
pensamiento, la transfusión de nácar que la despunta lírica, ermita
de su cráneo.

Una mujer discurre libertad y ansia en su rincón, nuevamente moldes


de libertad, nuevamente tinta y sandalias sazonadas en la metáfora
del miedo, en la fruslería de un camino que se retrata en prosa,
un tiempo lento para una cabeza en marcha, líneas de miel, una
respiración que concluye en su lactancia, en la fragancia de cuartel
que se encumbra amor morado en su cubierta.

Una mujer está construyendo un ansiolítico que se lee, versos de


bosques por los acantilados, en el deshuese de una cama que no
resiste la percusión de su rincón, la telaraña de una fruslería que
se teje en el silencio, sobre la cuenta del cristal que se ha metido
entre los muslos, en los parpados que se pelean por el lado del
cerebro que se decanta poesía.

Miedo y fruslería al caer la noche, bajo una sombra en un jardín de


espigas, el encelaje de una sábana analfabeta insulta al sexo del
ensueño, al fornicio de fuego y arpa sobre las cascadas.
Miedo, fruslerías de escribiente, la imagen de una víctima de sequía
se encharca y quiere mirar las fuentes de un preludio en la palabra,
quiere esperar en la llanura de los quistes una estatua rítmica que
deposite su locomotora para descarriar los sentidos, el plomo de
los dedos sobre un teclado que se pauta siquiatra, la agonía de una
boca que se ha exiliado de las extremidades, un torrente que se
desborda, un inconsciente de tierra, el ejercicio sonámbulo al parir
los miedos de la tinta, un miedo de gramófono que aúlla para cantar
las erupciones del rincón, el bosque que se atormenta de sol y aire
en sus raíces.

Una mujer se ata, se construye sobre una libertad dormida, se ata


a cadenas de alga y pinta su nariz sobre el silencio, amasa el agua
para discurrir ansiolíticos en el techo de la noche, una sensación
de beber descalzo sobre un trozo de papel, amar las asonancias
de una viruta que le planta cara al espasmo y a los brotes llenos.
-30- Nuevamente moldes, calcomanías, una porción de luz para el
escribiente, astucia para marcar la piel con fuego y sacudir una
libertad que se rellena sobre las semillas, la roca que perfila en
el hormigón una intemperie, escuchas de tacto sobre la marea,
en la fecundación de un folio que duerme la agonía del hielo, la
manipulación del fuego que se arrastra sobre las manos, mujer de
punto, ansiolítica del barro sobre un centro que gira y pernocta en
la mantelería del espacio.

Miedo, fruslerías y escribientes, repeticiones para descifrar los


enigmas, el entretecho de una cabalgata que se mira larga en
la paciencia, una espera percute, se diluye en la afonía de un
zapateador de filos, y vuelve una mujer que se recta siquiátrica de
letra, constipada en la construcción de un espacio que se intima en
las magulladuras, en los epitafios ciegos, el perfil que se desgrana,
el vegetal de la elocuencia, la saturación de una jornada que se
vitrifica en el ombligo, repleta de álamos, a la deriva de un viento
que abraza lo ansiolítico, la pulpa de la fruslería que se arroja en
la cama de un verso, enfrascado en la saliva de un árbol, la savia
de una mujer que retuerce su mutismo en la biosfera de su costilla,
el plano donde se escribe la manilla de una puerta, una manilla sin
retorno después del sueño.

Una mujer peina sus gritos de plata, el borde de unas telas que bajan
por la calvicie de su brazo, metales donde grabar unos lamentos,
miedo y fruslería en la estela de una máquina para adelgazar la
poesía, cuentos de urbanidad, detalles en prosa que empapelan el
témpano que se antoja, un ártico que desgracia su placer en la
contención del lápiz, esculpiendo el hijo de un árbol hecho lienzo.

Miedo, fruslerías y escribientes, anticuaria de la llanura, una mujer


de pregón en la cáscara de nieve y en la noche se entrevela. Un
ataúd señala los zapatos que dibujan el chasquido, un hipo rítmico
para recordar las secuelas de un verso que se ahoga, detalles del
ansiolítico para chapotear en el baño de la complacencia, en el
artefacto imaginario, el ancla que detiene locomotoras de palabras,
la autoestima de una confesión, la pausa infinita antes de pulir los
sacrilegios, el pecado de Edipo sobre la madera que se versifica, un
recuerdo de carne que se encona.

Una mujer zarpa las glorias en el papel, traga vestigios del idioma y
se gusta punto, libertad pausada, una seda erguida en la punta de
sus pechos, cogida a su entrepierna rasca la fruslería de su carne,
la arma asma para cultivar embriones de letras y sacudirlas en la
pared de su cosecha, en el plano gris que se macera sobre la sábana,
un espacio de lucha, libertad de ritmo y una idea, ritmo y una idea,
miedo en la calcomanía, una esfinge, un eslabón dispuesto a la
tecnología de las manos, una máquina que se ensaña al domesticar
la cápsula de la imagen, un candelabro que va huyendo por el monte,
por la ciénaga, donde una mujer se peina nocturna tras los muros.
Miedo, fruslería para un escrito que se encumbra sobre las persianas,
una mamífera contenida, un instinto de equilibrio que resquebraja
la escalera, una mirada que se pierde noctámbula, inmóvil para una
ciudad que se agolpa en la clandestinidad, un cerebro que resiste el
acento furtivo de un poeta, la persiana boca arriba, un ansiolítico
de continuidad para una mujer que se viste crítica, estimulada al
lado oscuro de la belleza, al lado sublime de un tacto que se escribe
sin tiempo.

-32-
DE CATASTROS Y JUICIOS
Indice

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Dibujo de Aldo Alcota para DE CATASTROS
Y JUICIOS

Pablo Camus (La Serena, 1980). Reside en Valencia desde finales


de 2003. Su obra poética comprende el poemario “Rexistasia” (2004),
“Umbicalidad y Poesía” (2007) y “De catastros y Juicios” (2007-2009).
En esta colección ha publicado la antologia “serie roja” junto a los poetas
Sebastián Vítola y Guillermo Roqués. Comparte su labor como poeta con
el estudio de la ciencia política y la sociología de la educación.
Colección: Transfusiones.
Directores de la colección “plaquetas”: Aldo Alcota y Guillermo Roqués.

DE CATASTROS Y JUICIOS
©Texto: Pablo Camus.
©Diseño: Guillermo Roqués.
©Dibujos: Aldo Alcota.
©Maquetación: Guillermo Roqués.

©De esta edición: Transfusiones Plaqueta DE CATASTROS Y JUICIOS.


C/ Guardia Civil 22, esc 2 pta 33.
46015 Valencia.
e-mail: elgescolo@hotmail.com
Registro de la propiedad intelectual. Número de solicitud:
Primera edición: 2010

Ninguna parte de esta publicación, incluidos el diseño de la portada, las fotografías y


las ilustraciones, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera o medio
alguno, sin permiso previo de los editores/autores.

Este libro fue impreso en Valencia en Abril 2010

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