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La bioética es la rama de la ética que aspira a proveer los principios de conducta humana de la vida"; la ética

está aplicada a la vida humana y no humana.


En un sentido más amplio, sin embargo, la Bioética no se limita al ámbito médico, sino que incluye todos los
problemas morales que tienen que ver con la vida en general, extendiendo de esta manera su campo a
cuestiones relacionadas con el medio ambiente y al trato debido a los animales.
La bioética es una disciplina relativamente nueva y el origen del término corresponde al oncólogo
norteamericano Van Rensselaer Potter, quien utilizó el término por primera vez en 1970 en un artículo
publicado en la revista de la Universidad de Wisconsin "Perspectives in Biology and Medicine" y cuyo título
ostentaba por primera vez dicho término: "Bioética: la ciencia de la supervivencia". Posteriormente, el año
1971, Potter publica un libro con el título de "Bioética: Puente hacia el futuro" ("Bioethics: Bridge to the
future") en el cual se recogen varios de sus artículos.

Definición y dominio
La bioética abarca las cuestiones éticas acerca de la vida que surgen en las relaciones entre biología, nutricion,
medicina, política, derecho, filosofía, sociología, antropología, teología,... Existe un desacuerdo acerca del
dominio apropiado para la aplicación de la ética en temas biológicos. Algunos bioéticos tienden a reducir el
ámbito de la ética a la moralidad en tratamientos médicos o en la innovación tecnológica. Otros, sin embargo,
opinan que la ética debe incluir la moralidad de todas las acciones que puedan ayudar o dañar organismos
capaces de sentir miedo y dolor.
El criterio ético fundamental que regula esta disciplina es el respeto al ser humano, a sus derechos
inalienables, a su bien verdadero e integral: la dignidad de la persona.
Por la íntima relación que existe entre la bioética y la antropología, la visión que de ésta se tenga condiciona y
fundamenta la solución ética de cada intervención técnica sobre el ser humano.
La bioética es con frecuencia material de discusión política, resultando en crudos enfrentamientos entre
aquellos que defienden el progreso tecnológico en forma incondicionada y aquellos que consideran que la
tecnología no es un fin en sí, sino que debe estar al servicio de las personas.
Las primeras declaraciones de bioética surgen con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, cuando el
mundo se escandaliza con el descubrimiento de los experimentos médicos llevados a cabo por los facultativos
del régimen hitleriano sobre los prisioneros en los campos de concentración. Esta situación, a la que se suma
el dilema planteado por el invento de la fístula para diálisis renal de Scribner (Seattle, 1960), las prácticas del
Hospital Judío de Enfermedades Crónicas (Brooklyn, 1963) o la Escuela de Willowbrook (Nueva York,
1963), van configurando un panorama donde se hace necesaria la regulación, o al menos, la declaración de
principios a favor de las víctimas de estos experimentos. Ello determina la publicación de diversas
declaraciones y documentos bioéticos a nivel mundial.

Principios fundamentales de la bioética


En 1979, los bioeticistas Beauchamp, T.L y Childress, J.F,[1] definieron como cuatro los principios de la
Bioética: autonomía, no maleficencia, beneficencia y justicia. En un primer momento definieron que estos
principios son prima facie, esto es, que vinculan siempre que no colisionen entre ellos, en cuyo caso habrá
que dar prioridad a uno u otro dependiendo del caso. Sin embargo en 2003, Beauchamp[2] considera que los
principios deben ser especificados para aplicarlos a los análisis de los casos concretos, o sea, deben ser
discutidos y determinados por el caso concreto a nivel casuístico.
Los cuatro principios definidos por Beauchamp y Childress son:
Principio de autonomía
El principio de autonomía tiene un carácter imperativo y debe respetarse como norma, excepto cuando se dan
situaciones en que las personas puedan ser no autónomas o presenten una autonomía disminuida (menores de
edad, personas en estado vegetativo o con daño cerebral, etc.) siendo necesario en tal caso justificar por qué
no existe autonomía o por qué ésta se encuentra disminuida. En el ámbito médico, el consentimiento
informado es la máxima expresión de este principio de autonomía, constituyendo un derecho del paciente y un
deber del médico, pues las preferencias y los valores del enfermo son primordiales desde el punto de vista
ético y supone que el objetivo del médico es respetar esta autonomía porque se trata de la salud del paciente.
Principio de beneficencia
Obligación de actuar en beneficio de otros, promoviendo sus legítimos intereses y suprimiendo perjuicios. En
medicina, promueve el mejor interés del paciente pero sin tener en cuenta la opinión de éste. Supone que el
médico posee una formación y conocimientos de los que el paciente carece, por lo que aquél sabe (y por tanto,
decide) lo más conveniente para éste. Es decir "todo para el paciente pero sin contar con él".
Un primer obstáculo al analizar este principio es que desestima la opinión del paciente, primer involucrado y
afectado por la situación, prescindiendo de su opinión debido a su falta de conocimientos médicos. Sin
embargo, las preferencias individuales de médicos y de pacientes pueden discrepar respecto a qué es perjuicio
y qué es beneficio. Por ello es difícil defender la primacía de este principio, pues si se toman decisiones
médicas desde éste, se dejan de lado otros principios válidos como la autonomía o la justicia.

Principio de no maleficencia
Abstenerse intencionadamente de realizar acciones que puedan causar daño o perjudicar a otros. Es un
imperativo ético válido para todos, no sólo en el ámbito biomédico sino en todos los sectores de la vida
humana. En medicina, sin embargo, este principio debe encontrar una interpretación adecuada pues a veces
las actuaciones médicas dañan para obtener un bien. Entonces, de lo que se trata es de no perjudicar
innecesariamente a otros. El análisis de este principio va de la mano con el de beneficencia, para que
prevalezca el beneficio sobre el perjuicio.
Las implicaciones médicas del principio de no maleficencia son varias: tener una formación teórica y práctica
rigurosa y actualizada permanentemente para dedicarse al ejercicio profesional, investigar sobre tratamientos,
procedimientos o terapias nuevas, para mejorar los ya existentes en vistas a que sean menos dolorosos y
lesivos para los pacientes; avanzar en el tratamiento del dolor; evitar la medicina defensiva y con ello, la
multiplicación de procedimientos y/o tratamientos innecesarios.
Principio de justicia
Tratar a cada uno como corresponda con la finalidad de disminuir las situaciones de desigualdad (ideológica,
social, cultural, económica, etc.) En nuestra sociedad, aunque en el ámbito sanitario la igualdad entre todos
los hombres es sólo una aspiración, se pretende que todos sean menos desiguales, por lo que se impone la
obligación de tratar igual a los iguales y desigual a los desiguales para disminuir las situaciones de
desigualdad.
El principio de justicia lo podemos desdoblar en dos: un principio formal (tratar igual a los iguales y desigual
a los desiguales) y un principio material (determinar las características relevantes para la distribución de los
recursos sanitarios: necesidades personales, mérito, capacidad económica, esfuerzo personal, etc.)
Las políticas públicas se diseñan de acuerdo a ciertos principios materiales de justicia. En España por
ejemplo, la asistencia sanitaria es teóricamente universal y gratuita, por tanto basada en el principio de la
necesidad. En cambio, en Estados Unidos la mayoría de la asistencia sanitaria de la población está basada en
los seguros individuales contratados con compañías privadas de asistencia médica.
Para excluir cualquier tipo de arbitrariedad es necesario determinar qué igualdades o desigualdades se van a
tener en cuenta para determinar el tratamiento que se va a dar a cada uno. El enfermo espera que el médico
haga todo lo posible en beneficio de su salud. Pero también debe saber que las actuaciones médicas están
limitadas por una situación impuesta al médico, como intereses legítimos de terceros.
La relación médico-paciente se basa fundamentalmente en los principios de beneficencia y de autonomía,
pero cuando estos principios entran en conflicto, a menudo por la escasez de recursos, es el principio de
justicia el que entra en juego para mediar entre ellos. En cambio, la política sanitaria se basa en el principio de
justicia, y será tanto más justa en cuanto que consiga una mayor igualdad de oportunidades para compensar
las desigualdades.
Ámbitos de la Bioética
• Problemas éticos derivados de las profesiones sanitarias: transfusiones de sangre,eutanasia, trasplantes
de órganos, reproducción asistida o mediante fertilización in Vitro, aborto, todos los asuntos implicados
en la relación médico-paciente.
• Problemas de la investigación científica, en particular la investigación biomédica, que tanto pueden
transformar al hombre: manipulación genética, tecnologías reproductivas como la clonación, etc.
• Los problemas ecológicos, del medio ambiente y la biosfera: necesidad de conservación del medio
ambiente, como mantener el equilibrio entre las especies y el respeto hacia los animales y la naturaleza,
impedir el uso de energía nuclear, controlar el crecimiento de la población mundial y el incremento del
hambre en los países pobres, etc.
• Influencia social y política de las cuestiones anteriores, en cuanto a legislación, educación, políticas
sanitarias, etc

• LA BIOÉTICA Y LA CULTURA ACTUAL
• Introducción
• La naturaleza social del hombre y sus capacidades le erigen como un creador de cultura. La cultura es
connatural a su naturaleza humana y abarca todas las dimensiones de su persona, su biología, su
inteligencia, su afectividad y también su dimensión ética. No existe ningún otro ser en nuestro mundo
que elabore y transmita cultura; la cultura es del hombre y para el hombre. Por tanto, ésta nos une a las
generaciones pasadas y a la vez nos compromete con el futuro, pues asumimos el legado de la historia
de la humanidad y elaboramos la nuestra propia para lanzarla al futuro para crear y participar en el
avance cultural y en el progreso.
• La contemplación del momento histórico-cultural en el que estamos inmersos, resulta complejo y
plantea interrogantes de difícil respuesta. Los cambios producidos por los medios de comunicación y
los descubrimientos biotecnológicos abren la puerta a intervenciones que, hasta hace unos años, eran
insospechadas en el ser humano. Asimismo, las pluralidad de morales y las distintas corrientes
ideológicas nos sitúan ante un futuro incierto en cuanto al diseño de la cultura. Esta situación no debería
comportar aflicción o añoraza ante "cualquier tiempo pasado fue mejor", mas al contrario, nos coloca
ante un avance o reto nunca antes asumido por la humanidad. ¿Por qué? Porque el fin de la cultura es la
humanización del hombre, esto es, ayudar al hombre a través del progreso a su propia realización en
todas sus dimensiones personales y sociales. No faltan elementos positivos que muestran un camino
hacia delante en nuestra cultura actual como son los derechos humanos, la promoción de la mujer y la
libertad religiosa. La situación cultural que existía al finalizar el primer milenio en el que se discutía,
entre otras cosas, si los esclavos u hombres pertenecientes a otras razas -exceptuando la raza blanca-
poseían alma espiritual ha sido felizmente superada en la actualidad por la Declaración Universal de los
Derechos Humanos de 1948, que reconoce la dignidad intrínseca de toda persona. Nadie se atreve, hoy,
a negar este principio rector. Ahora bien, el rápido desarrollo de la biotecnología que posibilita nuevas
formas de intervención sobre la vida humana y la promulgación de leyes que rigen estas tecnologías
han tenido una influencia radical en la forma del hombre de verse a sí mismo y a sus semejantes.
• El hombre actual y nuestra cultura están fragmentados por la gran afluencia de conocimientos y
acumulación de saberes donde se encuentra a faltar un humanismo serio, esto es, que corresponda a las
verdades sobre el hombre y su entorno. Es en este aspecto, donde la bioética debe jugar su principal
aportación. A ella le corresponde situar la dignidad de la persona humana como corolario de las
posibles intervenciones, pero mucho más importante es ayudar a encontrar a todos los profesionales y a
la conciencia social aquellas directrices que permitan a cada uno hacerse cada vez más digno de su
condición humana y por tanto de su humanidad. Este aspecto nos recuerda que hay posibilidades de
actuación que hoy son factibles, pero que no deberían realizarse. Piénsese en la producción y posterior
congelación de embriones humanos en el laboratorio a los que nadie sabe o puede conceder un destino
ética y universalmente válido que corresponda a su condición humana. La bioética entrará en la cultura
y en la Historia si sabe fundamentar antropológicamente sus principios y valores universalmente
válidos, de lo contrario se convertirá en un pacto de mentira, que el propio transcurso del tiempo
eliminará, de la misma manera que la ciencia elimina al mentiroso y al oportunista. A la bioética le
corresponde en estos momentos clamar por los deberes y las exigencias que requiere, sobre todo el
respeto a la vida humana en cualquiera de las fases en que se encuentre, ante una ciencia imparable que
somete la razón a la materia, que somete la regla ética universal de respeto al otro al beneficio
económico y a la eficacia.
• La bioética, como nueva disciplina va a jugar un papel fundamental en el plano cultural en cuanto a sus
determinaciones sobre la naturaleza y los procesos que corresponden al hombre considerando a la
cultura como ese modo particular que tienen los hombres de cultivar su relación con ella y los otros
hombres para lograr una existencia plenamente humana. La primacía de la vida humana, por tanto
personal, sobre ideologías, intereses o utilidades es la aportación cultural que corresponde a esta nueva
y joven disciplina.
Bioética en la Sexualidad

En este volumen de la colección Bios y Ethos presentamos algunos de los aspectos tratados en el X Seminario
Internacional de Bioética, dedicado a la sexualidad. Quisimos abrir un nuevo escenario de reflexión bioética,
acerca de la importancia, los problemas, el significado y las prácticas de la sexualidad, en la tarea de
comprender y hacer posible la vida. Si hay un tema en el que confluyan miradas diferentes y, que al mismo
tiempo genere reflexiones diversas es, sin lugar a dudas, el de la sexualidad. Se trata de un tema, un campo y
una dimensión que merecen la mayor seriedad y profundidad científica y ética.
La sexualidad en el antepasado mundo de las bacterias fue inventada como manera de intercambiar y
transmitir los genes de generación en gene ración, asegurando la supervivencia de las especies, aunque
perecieran los individuos. Fue un largo proceso evolutivo en el que se daba también la reproducción, por la
división en dos de cada individuo, en forma sucesiva.
El término "sexualidad" tal como lo entendemos hoy, aparece por primera vez en el siglo XIX como una
construcción cultural que implica poder y dominio y no solamente lo relacionado con la biología. Freud, con
la teoría psicoanalítica, describe nuestra naturaleza bisexual y las diversas maneras en que puede alcanzarse o
no, nuestra heterosexualidad. No considera la homosexualidad como una enfermedad, sino que la traslada de
la esfera de la moral (como perversión) a la medicina. También se debe a Freud la revelación conflictiva de la
conexión entre sexualidad e identidad.
La sexualidad de una persona depende de varios factores interrela- cionados, como la identidad sexual, el
sexo genérico, la orientación sexual y la conducta sexual. Si bien la sexualidad surgió como diferenciación
progresiva del sexo como exigencia para la reproducción, aparecen actual mente, además, otros elementos
biotecnológicos que permiten la superación de la esterilidad, la donación de gametos, la fecundación in vitro,
hasta la posible clonación y el permitir hijos no sólo de parejas heterosexuales.
Los cambios que se han venido dando aceleradamente se relacionan con hechos tan notorios como la
separación del placer sexual respecto de la reproducción. Como consecuencia, la planificación del número de
hijos, de una parte, y de otra la liberación de la mujer, han propiciado el cambio no sólo de las costumbres
sexuales sino la forma misma de la institución familiar, independientemente del juicio moral sobre estos
cambios.
La expresión "familia artificial" se viene usando desde 1983 (R. Snowden y D. Mitchell) cuando se publicó
un estudio acerca de parejas que solicita ban la inseminación artificial con donante. El término expresa, con
cierto sentido despectivo desde entonces, la denominación para cualquier familia que se constituya mediante
técnicas de reproducción asistida. Existen hoy muchas formas no ortodoxas de familias con motivaciones
múltiples, varios tipos de padres solteros o separados y multiparentales.
No es que desaparezca la familia como núcleo de la sociedad, sino que se transforma hacia una cultura
diferente de la usual, transición que estamos viviendo y que perdurará aún por años. La familia tradicional no
es ajena a estos cambios que la biotecnología, y en especial la genética, han ido introduciendo en el comienzo
de la vida humana, a través de formas dife rentes de procreación.
Con la fecundación in vitro (FIV) se inició el cuestionamiento no sólo a cerca de la reproducción humana sino
además sobre la constitución de la familia tradicional y el matrimonio hasta ahora predominante en la
sociedad occidental A propósito de las técnicas de reproducción asistida y la genética, incluyendo la
clonación, se van generando nuevos formatos de familias.
El factor predominante en la constitución familiar ha sido la cuestión económica de productividad para la
supervivencia, en sus diferentes mani festaciones. Esto es posible observarlo desde la familia extensa pasando
por la familia nuclear, desde el concepto hobbesiano de familia como una diminuta monarquía compuesta por
el hombre y sus hijos (no menciona a la mujer), o un hombre y sus siervos, o un hombre y sus hijos y sus
siervos juntos, hasta contextos actuales en que hombres y mujeres estudian, hombres y mujeres trabajan, y las
posibilidades de unidades familiares se vuelven ilimitadas.
En la actual sociedad globalizada, la creciente movilidad geográfica, los medios de comunicación, las
tecnologías de la información, la autonomía de la sexualidad, etc, están cambiando elementos tradicionales de
la vida social que habían perdurado por mucho tiempo. La liberación de la sexua lidad es un factor
sobresaliente en este cambio que tiene íntima relación acerca de las maneras de entender la vida y genera
profundas reflexiones bioéticas.
Estas son las motivaciones para presentar en este volumen de Bios y Ethos distintos acercamientos al tema de
la sexualidad y la bioética.
Jaime Escobar Triana analiza las implicaciones bioéticas de la Biotec nología en las nuevas tipologías de
familia. Lucía Nieto invoca algunos elementos de carácter público. Brigitte (Luis Guillermo) Baptiste hace
una disertación sobre el ecofeminismo. Marcela Sánchez propone una discusión de la sexualidad bajo la
perspectiva de los derechos humanos. Chantal Aristizábal expone algunas relaciones entre bioética,
sexualidad y la pande mia del sida. Hernán Santacruz se aproxima a los temas sobre la sexualidad desde la
psicología evolucionista y el psicoanálisis. Carlos Maldonado propone un enfoque del sexo desde las ciencias
de la complejidad. Manuel Velandia introduce un enfoque sistémico de las identidades sexuales cam biantes.
Para finalizar, Alonso Acuña nos muestra una revisión histórica del amor en la evolución de la pareja.
Todas estas ideas son novedosas para el desarrollo del tema que nos convoca.
Formación en bioética
Los motivos que empujan a perfeccionar la preparación personal son múltiples. Muchos profesionales
sanitarios desean encontrar una solución adecuada a los frecuentes dilemas éticos que se plantean en la
práctica clínica. Estos dilemas se plantean también a otros niveles: en los comités de bioética, en la docencia
de pre o postgrado en ciencias de la salud o en disciplinas como el derecho, la política, la gestión, periodismo
sanitario, etc., o en el contexto de trabajos de investigación con seres humanos. Por otro lado es cada vez
mayor el número de los que sienten la urgencia de afrontar con eficacia los problemas bioéticos y desean
colaborar en su resolución. Se plantea así por una u otra vía la necesidad de adquirir una formación bioética
sólida, a nivel de un postgrado universitario.
Se comprende que sólo una formación pluridisciplinar a la vez teórica y práctica permitirá adentrarse en esta
disciplina si se quiere evitar la frivolidad de confundir el diálogo bioético con un mercado de opiniones
livianas. Es éste un punto importante y si en algunos ambientes la bioética no ha conseguido la reputación y
autoridad que merece se debe quizás a la falta de preparación y de prestigio de quienes indebidamente se
constituyen en "expertos" y maestros de bioética.
Por la importancia de sus fines, es necesario que quien pretenda formarse opiniones sólidas es este campo
profundice en el conocimiento del ser humano y de los dilemas científicos y tecnológicos actuales,
especialmente en los propios de la medicina asistencial y de la investigación clínica y biológica.
Esta preparación deberá ser exigente y continua y habrá de atender a aspectos tanto teóricos (ética,
antropología, historia del desarrollo tecnológico, filosofía de la ciencia) como prácticos (pensamiento crítico
[1], adquisición del hábito de la honestidad intelectual [2] y la capacidad de comunicación y diálogo,
incluyendo el aprendizaje de algún idioma y cierta familiaridad con los medios informáticos de comunicación
virtual).
La bioética nace además con pretensiones de globalidad. Desea ayudar a resolver un conflicto que existe
dentro de cualquier cultura moderna: el conflicto entre las posibilidades que ofrece el desarrollo tecnológico y
las exigencias de una vida auténticamente humana. Aunque el problema es universal, los actores se mueven
en diversos entornos culturales. Por ello, se requiere de los protagonistas de la bioética que se hallen abiertos
al diálogo intercultural con el fin de fijar valores y principios de actuación universalmente válidos. Para ello
resulta de gran utilidad el poder acceder a los recursos de internet (disponibles en buena parte en inglés), así
como la posibilidad de utilizar el correo electrónico.
División de la bioética
Podemos dividir la bioética en una parte general o fundamental y una parte especial o aplicada. La bioética
general se ocupa de los fundamentos éticos, de los valores y principios que deben dirigir el juicio ético y de
las fuentes documentales de la bioética (códigos médicos, derecho nacional e internacional, normas
deontológicas y otras fuentes que enriquecen e iluminan la discusión, como las biográficas, literarias o
religiosas). La bioética especial se ocupa de dilemas específicos, tanto del terreno médico y biomédico como
referentes al ámbito político y social: modelos de asistencia sanitaria y distribución de recursos, la relación
entre el profesional de la salud y el enfermo, prácticas de medicina prenatal, el aborto, la ingeniería genética,
eugenesia, eutanasia, trasplantes, experimentos con seres humanos, etc.
Es claro que el enfoque que se dé a la fundamentación (bioética general) condicionará las posibles soluciones
que se ofrezcan a los dilemas (bioética especial). Así ocurre con el rechazo de la eutanasia en un modelo
bioético basado en la búsqueda de la verdad sobre el hombre y en el reconocimiento y respeto de su especial
dignidad, o –por el contrario- la entusiasta aceptación de la eutanasia en los modelos relativistas basados en la
autonomía absoluta de la libertad individual.
En ocasiones se habla de bioética clínica o toma de decisiones. En ella se examinan dilemas nacidos en el
ejercicio asistencial de la medicina, analizándose los valores éticos en juego y los medios concretos
disponibles para resolver el conflicto de la mejor manera. Si bien el caso particular presenta matices a
considerar y priorizar, la conducta no debería entrar en contradicción con los valores utilizados en la bioética
en general.
PRINCIPIOS DE BIOÉTICA: Los autores del libro (Beauchamp y Childress, 1970) Los Principios de la
Bioética, desarrollan los cuatro principios rectores que orientan a los bioeticistas en la toma de decisiones:
Beneficencia, No-maleficencia, Autonomía y Justicia, que son el núcleo de confluencia de todo el universo de
valores. No es que no haya otros muchos valores; es que todos giran en torno a estos cuatro ejes o puntos.
La no-maleficencia se formuló ya en tiempo de la medicina hipocrática: Primum non nocere, es decir, ante
todo, no hacer daño al paciente. Se trata de respetar la integridad física y psicológica de la vida humana. Es
relevante ante el avance de la ciencia y la tecnología, porque muchas técnicas pueden acarrear daños o
riesgos.
Pero en nuestros días y con los medios terapéuticos actuales no sólo el respeto a la vida, sino también a la
calidad de vida y la voluntad expresada por los pacientes, plantean nuevas formulaciones, generando el
respeto a la voluntad expresada en los llamados testamentos vitales, la aplicación de terapias ordinarias o
extraordinarias, dejar morir dignamente, etc.
El principio de beneficencia obliga al profesional de la salud a poner el máximo empeño en atender al
paciente y hacer cuanto pueda para mejorar su salud, de la forma que el paciente considere más adecuada.
El principio de autonomía se basa en la convicción de que el ser humano debe ser libre de todo control
exterior y ser respetado en sus decisiones vitales básicas, que debe ser correctamente informado de su
situación y de las posibles alternativas de tratamiento que se le podrían aplicar. La concreción del
reconocimiento del principio de autonomía de la persona se centra en el llamado Consentimiento Informado,
como pilar regulador de la relación entre los profesionales sanitarios y el paciente o usuario. Toda actuación
en el ámbito de la sanidad ha de contar con el consentimiento del afectado, después de haber recibido una
información conveniente, adecuada y comprensible de al menos su diagnóstico, pronóstico y tratamiento,
riesgos y alternativas, según el caso concreto.
Si bien hay que tener en cuenta que no podemos convertir en un absoluto el principio de autonomía, no se
respetan las decisiones del enfermo, aunque sea competente, cuando son contrarias a las normas de la práctica
profesional o si exigen recursos a los que el paciente no tiene un derecho especial.
El principio de justicia nos indica que una sociedad justa que intente promover la igualdad de oportunidades,
debe asegurar que los servicios sanitarios estén a disposición de todos. Derecho a un mínimo decente de
asistencia sanitaria, distribución y prioridades en el uso de recursos económico-sanitarios.
Este principio impone límites al de autonomía, ya que pretende que la autonomía de cada individuo no atente
a la vida, libertad y demás derechos básicos de las otras personas.
Estos cuatro principios son fácilmente aceptables por todos los miembros de una comunidad plural y
civilizada, y pueden considerarse, por ello, como «deberes prima facie», pero en caso de entrar en conflicto,
habrá que ver cuál tiene prioridad sobre los demás en cada situación concreta, lo que en última instancia
dependerá siempre de las consecuencias.
Los principios son por definición generales, y los conflictos éticos son concretos, particulares, por esto se
hace necesario establecer en el proceso de razonamiento ético un segundo momento, distinto del de los puros
principios. Si el primero es racional y a priori, el segundo es de particularidad, se caracteriza por ser
experiencial y a posteriori. Siempre ha habido que admitir ese segundo momento, que Aristóteles denominó
phrónesis, prudencia, y que siempre se ha caracterizado por tener en cuenta las consecuencias del acto o de la
decisión, para establecer las «excepciones» a la norma.
Este momento tiene una enorme importancia en Bioética. No en vano esta es una disciplina nacida para
resolver situaciones particulares, y por tanto con vocación de convertirse en un procedimiento de toma de
decisiones.

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