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EL REGRESO DEL POCHTECATL

POR: Roberto Laguna Luna


Clementina Mendoza Carrillo

TRILOGÍA DEL CICLO NAHUATL

EL REGRESO DEL PCHTECATL

KUKULKAN BAJA AL MICTLÁN

LA CONJURA DE TLATELOLCO

Editorial 234 dec-l


Derechos reservados

VIII. UNA LAGARTIJA SOBRE LA BARDA


La copa de los árboles, movidas por la mano invisible del viento, desvaneció los
recuerdos de Otlica, quién decide cruzar por el magueyal y adentrarse en el bosque.
Machtilo, con la cola muy en alto el presumido, husmea, gruñe y ladra, sin dejar de
marcar con orín lo que encuentra a su paso; sin embargo, el viejo sumido en la
melancolía, se mantiene indiferente a los jugueteos del perro. Sigilosamente Machtilo
rodea un árbol, y acercándose por la espalda del viejo le tira un mordisquito en la nalga.
El comerciante, sin molestarse, comprende que así le llama la atención para que le
obsequie un cariño.

La noche esta muy avanzada cuando Otlica llega a la cerca de piedra que delimita su
propiedad, arroja una vara que el incansable Machtilo le regresa con el hocico; empieza
a tranquilizarse de las impresiones del día cuando advierte que sobre la cerca retoza una
lagartija gigante; el reptil, de colores rojo y azul fulgurante, da vueltas sobre sí mismo.
Otlica, afligido en su corazón, se pregunta: ¿Tle in yehuatl in? (¿Qué es esto?) ¿Canin
mach itzontlan icuatla oniquiz in totecuyo? (¿He ofendido en algo a Dios para que me
envíe tantas desdichas?). Lo inesperado del encuentro despierta en su mente los más
recónditos terrores, porque sospecha que se trata de un nagual. Con un pesar visible,
busca algo con que defenderse y al no encontrar nada, rasga su vestimenta para
improvisar con el girón de tela una honda. Con el arma enfrenta al nagual. Otlica,
plantándole el rostro, lo intima a que se retire; pero el reptil no se va y lo mira fijamente.
Entonces llama a Machtilo; el tono de alarma pone en guardia al perro, quien comienza
a ladrar y a gruñir interponiéndose entre Otlica y el nagual. Lo que confirma sus
sospechas.

Otlica que se siente indignado grita: ─ ¡Tonehuan quipia in calli! (Nosotros dos
cuidamos la casa) ─¿Aquin quichihua in? (¿Quién hace esto?) ─.

La lagartija sin responder, sube y baja, baja y sube, como haciendo ejercicio. Otlica,
recrimina su proceder, y le insta a revelar el motivo de su presencia; pero la impasible
lagartija, sube y baja, baja y sube, sin decir palabra; y aunque Otlica amenaza con
arrojar la piedra, la silenciosa lagartija sube y baja, baja y sube... En verdad, estos
hombres astutos, educados en Míxquic, eran desesperantes y en varias ocasiones,
utilizando de sus encantamientos y hechizos, lo habían dejado malparado al despojarlo
de la mercancía.

Para evitar algún incidente del que no pueda salir indemne, despide la piedra. El veloz
proyectil, parabólicamente atraviesa la distancia que los separa, e impacta a la lagartija
en un costado. Ante la mirada inquisitiva del anciano, el nagual se transfigura a su
forma humana. El extraño, sobándose la cadera, en tecpilla-tolli (lenguaje noble y
cultivado) dice: ─macamo ximomauhtican (no tengas miedo) que no deseo infligirte
daño alguno. ¿Ac in tehuatl? (¿Quién eres tú?)─. Sin esperar respuesta vuelve a
preguntar: ─ ¿Cuix yete in ti Otlica Eilhuitl? (¿Acaso eres tú Otlica Eilhuitl?)─.
─Sí, yo soy Otlica Eilhuitl, el pochtecatl (comerciante), y esta es mi propiedad, por lo
que te suplico humildemente que te comportes si quieres ser bien recibido. ¿Aquí in
tehuatl? (¿Quién eres tú?)─.

El nagual viste ropas de color púrpura y azul marino que contrastan maravillosamente,
el corte cae con elegancia suprema sobre el atlético cuerpo; calza finas sandalias de piel
entretejidas hasta las rodillas, y el penacho, un ramillete de plumas multicolores,
semejan el aura; además, luce una extraordinaria capa de blancas plumas de pato y
guacamaya, sujetada por una piedra de jade verde; de su espalda cuelga una
pulimentada lanza. Sus exquisitas ropas, indican claramente su posición jerárquica.

El nagual responde: ─ ¡Anciano! No ha sido mi intención infundirte temor ni sobresalto


alguno, crée que soy el primero en repudiar este incidente, pero a los servidores de los
grandes señores, nos toca la pesarosa tarea de obedecer sus órdenes, por más
descabelladas que estas suelan ser. Mi nombre es Ceti Miquini, soy un humilde
sacerdote de Coatlicue y me envía el otomí Comitl Acatzin, con un mensaje urgente, y
aunque dice que lo disculpes por mandarlo a esta hora, yo pienso que bien pudo hacerlo
por la mañana para evitar este desaguisado; en fin, el desconsiderado de mi patrón, te
suplica que estés en su residencia a primera hora, pues desea tratar contigo un asunto de
máxima importancia─.

El pochtécatl escucha en silencio las razones del nagual, mientras recuerda al


sanguinario Comitl Aca, un tlacochcálcatl, señor de la casa de las flechas, instruido,
hábil, jefe de águilas que habla su lengua, su oficio es la guerra, hace cautivos, gran
águila y gran tigre, de grado militar otomí, temible carnicero y comedor empedernido de
corazones humanos, al que en varias ocasiones ha satisfecho sus encargos de espionaje
que, por cierto, paga con liberalidad.

Respecto del tlapizcatzin (aeda, cantor, conservador de la tradición e historia)


tlamacazqui teopixqui (sacerdote, guardián del Dios, dueño de un rostro y un corazón,
hábil y comprensivo) de la madre tierra, la fama de sus hazañas que ha llegado hasta sus
oídos, promueve en Otlica un profundo sentimiento de respeto hacia el hombre santo;
pero sin querer perder entereza, con voz grave le responde:

─¡Oh, noble sacerdote! No me molesta que el infatigable Comitl me envíe mensajes


con personas tan ilustres como su excelencia, porque entiendo que quienes trabajan
velando por la seguridad de la isla, lo hagan hasta altas horas de la noche; aunque para
ser franco, te diré que no esperaba la visita de ningún nagual. Sin embargo, dile a tu
señor que, en cuanto amanezca, estaré en el palacio de los ontzontli (ochocientos), y a ti
te felicito por tus transformaciones que son muy buenas, pero no vuelvas a presentarte
de esa forma en mi casa, porque me ofende que quieran manipular mi mente y entonces,
lo digo en serio, tu vida correrá peligro.

El nagual, educado en Míxquic, responde: ─Quen quinequi in moyollotzin (Como lo


quiera tu corazón), en cuanto al recado, así se lo diré a Comitl.

Habla Ceti Miquini: - Ahora, después de tantos años, recuerdo con agrado que ése fue el
primer contacto que tuve con el comerciante Otlica Eilhuitl, el leal anciano de corazón
valiente, y durante el tiempo que lo traté nunca dejaron de fascinarme sus excepcionales
cualidades espirituales.

Ceti Miquini, ante la tranquila mirada de Otlica, se transfigura en lechuza y corta la


oscuridad de las espaciosas salas con su blanco pecho.

Con este encuentro el anciano olvida por completo su estado anímico y agotado regresa
a casa. Las dudas y el temor se han acrecentado en su mente, porque ahora sabe que sus
temores están a punto de convertirse en realidad.

El viejo Otlica, sentado en la piedra, observa el tintinear de las estrellas, han pasado dos
años de ese encuentro y aún retiene con claridad cada uno de los ínfimos incidentes que
lo llevaron a salir de la isla para enfrascarse en una aventura de la que no sabe cómo
logró salir con vida. En fin, siguiendo con sus elucubraciones, recuerda, que esa noche,
hacía ya dos años, volvió al tapanco para contar a los compañeros que festejaban por la
prosperidad en los negocios, lo de las estrellas fugaces, pero estos, en completo estado
etílico, seguían haciendo los honores a Teoctli, el dios que se complace exaltando el
ánimo de las personas, discutían en voz alta, y entre tanta algarabía ni ellos mismos
podían escucharse. Por eso sin despedirse, los dejó seguir en la tertulia y se fue a
dormir.

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