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Una Lagartija Sobre La Barda
Una Lagartija Sobre La Barda
LA CONJURA DE TLATELOLCO
La noche esta muy avanzada cuando Otlica llega a la cerca de piedra que delimita su
propiedad, arroja una vara que el incansable Machtilo le regresa con el hocico; empieza
a tranquilizarse de las impresiones del día cuando advierte que sobre la cerca retoza una
lagartija gigante; el reptil, de colores rojo y azul fulgurante, da vueltas sobre sí mismo.
Otlica, afligido en su corazón, se pregunta: ¿Tle in yehuatl in? (¿Qué es esto?) ¿Canin
mach itzontlan icuatla oniquiz in totecuyo? (¿He ofendido en algo a Dios para que me
envíe tantas desdichas?). Lo inesperado del encuentro despierta en su mente los más
recónditos terrores, porque sospecha que se trata de un nagual. Con un pesar visible,
busca algo con que defenderse y al no encontrar nada, rasga su vestimenta para
improvisar con el girón de tela una honda. Con el arma enfrenta al nagual. Otlica,
plantándole el rostro, lo intima a que se retire; pero el reptil no se va y lo mira fijamente.
Entonces llama a Machtilo; el tono de alarma pone en guardia al perro, quien comienza
a ladrar y a gruñir interponiéndose entre Otlica y el nagual. Lo que confirma sus
sospechas.
Otlica que se siente indignado grita: ─ ¡Tonehuan quipia in calli! (Nosotros dos
cuidamos la casa) ─¿Aquin quichihua in? (¿Quién hace esto?) ─.
La lagartija sin responder, sube y baja, baja y sube, como haciendo ejercicio. Otlica,
recrimina su proceder, y le insta a revelar el motivo de su presencia; pero la impasible
lagartija, sube y baja, baja y sube, sin decir palabra; y aunque Otlica amenaza con
arrojar la piedra, la silenciosa lagartija sube y baja, baja y sube... En verdad, estos
hombres astutos, educados en Míxquic, eran desesperantes y en varias ocasiones,
utilizando de sus encantamientos y hechizos, lo habían dejado malparado al despojarlo
de la mercancía.
Para evitar algún incidente del que no pueda salir indemne, despide la piedra. El veloz
proyectil, parabólicamente atraviesa la distancia que los separa, e impacta a la lagartija
en un costado. Ante la mirada inquisitiva del anciano, el nagual se transfigura a su
forma humana. El extraño, sobándose la cadera, en tecpilla-tolli (lenguaje noble y
cultivado) dice: ─macamo ximomauhtican (no tengas miedo) que no deseo infligirte
daño alguno. ¿Ac in tehuatl? (¿Quién eres tú?)─. Sin esperar respuesta vuelve a
preguntar: ─ ¿Cuix yete in ti Otlica Eilhuitl? (¿Acaso eres tú Otlica Eilhuitl?)─.
─Sí, yo soy Otlica Eilhuitl, el pochtecatl (comerciante), y esta es mi propiedad, por lo
que te suplico humildemente que te comportes si quieres ser bien recibido. ¿Aquí in
tehuatl? (¿Quién eres tú?)─.
El nagual viste ropas de color púrpura y azul marino que contrastan maravillosamente,
el corte cae con elegancia suprema sobre el atlético cuerpo; calza finas sandalias de piel
entretejidas hasta las rodillas, y el penacho, un ramillete de plumas multicolores,
semejan el aura; además, luce una extraordinaria capa de blancas plumas de pato y
guacamaya, sujetada por una piedra de jade verde; de su espalda cuelga una
pulimentada lanza. Sus exquisitas ropas, indican claramente su posición jerárquica.
Habla Ceti Miquini: - Ahora, después de tantos años, recuerdo con agrado que ése fue el
primer contacto que tuve con el comerciante Otlica Eilhuitl, el leal anciano de corazón
valiente, y durante el tiempo que lo traté nunca dejaron de fascinarme sus excepcionales
cualidades espirituales.
Con este encuentro el anciano olvida por completo su estado anímico y agotado regresa
a casa. Las dudas y el temor se han acrecentado en su mente, porque ahora sabe que sus
temores están a punto de convertirse en realidad.
El viejo Otlica, sentado en la piedra, observa el tintinear de las estrellas, han pasado dos
años de ese encuentro y aún retiene con claridad cada uno de los ínfimos incidentes que
lo llevaron a salir de la isla para enfrascarse en una aventura de la que no sabe cómo
logró salir con vida. En fin, siguiendo con sus elucubraciones, recuerda, que esa noche,
hacía ya dos años, volvió al tapanco para contar a los compañeros que festejaban por la
prosperidad en los negocios, lo de las estrellas fugaces, pero estos, en completo estado
etílico, seguían haciendo los honores a Teoctli, el dios que se complace exaltando el
ánimo de las personas, discutían en voz alta, y entre tanta algarabía ni ellos mismos
podían escucharse. Por eso sin despedirse, los dejó seguir en la tertulia y se fue a
dormir.