TEORIA DEL INFIERNO
Nadie puede negar que el
somos capaces de concebir en té
una poderosa fascinacién sobre la imaginacién de los hom-
fierno, como todas las cosas que
minos de eternidad, ejerce
bres. La nocién de “infierno” sintetiza el cardcter siniestro del
mundo que nos rodea; es privativo de cosas como la carne y la
tortura. Cuando nos recreamos imaginativamente en el ho-
rror, decimos que estamos imaginando infiernos. Pensamos
también, aunque no tan frecuentemente como seria de supo-
nerse, en infiernos trascendentales que ¢s posible que nos es-
peren como consecuencia de actos especificos que hayamos
cometido en la vida. Opera en ese momento la nocién ética
de castigo de la misma manera que opera cuando imagina-
‘mos los infiernos en los que habran de caer nuestros enemi-
nal
gos o nuestros rivales y sentimos una placentera sensaci
imaginar o constatar que aunque fuera parte de esa accién in-
fernal, que hemos decretado en la imaginacién sobre ellos, ya
ha comenzado a manifestarse 0 a surtir efecto. Con frecuen-
cia nos olvidamos de que en realidad lo que estamos hacien-
13do cuando inventamos infiernos es atisbar o plantear nuestras
propias posibilidades desde un punto de vista ineluctable-
mente contenido dentro de una esfera que no trasciende los
limites del yo, las posibilidades inherentes al planteamiento de
esa posibilidad como posibilidad de trascender los limites del
yo propio. Si fuéra
nos capaces de conseguirlo accederiamos
a la condicién del verdugo, esa imagen aterradoramente es-
pecular de la victima. Un reflejo, a su vez, de esa delectacién
misteriosa es la proliferacién de concepciones particulares-de
infiernos con las que nos topamos a lo largo de la historia de
la literatura, de la poesia, de la teologia y, a vec:
—con su
mayor grado de terror—, en la comprensién de la ciencia, en
la interpretacién de simbolos naturales...
Yes, de hecho, sospechosa la insistencia de ciertos fildlogos
& considerar el infierno como una figura, es decir como el am-
bito tradicional de un estilo, sobre todo en el contexto de la
apariencia del mundo barroco, por ejemplo, La actitud de Pi-
ranesi —particularmente en las-Prigioni— da testimonio de
infiernos estrictamente sonoros en el sentido de que es capaz
de concretar una imagen en la que los espacios estan conce-
bidos tinica y exclusivamente en funcién de una resonancia
dolorosa, La historia del infierno como figura es una de las
mas persistentes a lo largo de la evolucién de la conjetura. ¥
€5 que el infierno, como el paraiso, estén siempre modelados
de la substancia de la que esta hecha la hipétesis. Suponemos
un infierno. Por eso todos nos hemos entretenido en imagi-
narlo. Suponemos un infierno, pero generalmente lo hace-
‘mos imaginandolo como un complemento necesario a la, mas
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grata, concepci6n del paraiso. ¥ sin embargo siempre pensa-
mos menos en el paraiso que en el infierno porque el infier-
no, inexplicablemente, excita més nuestras facultades inte-
lectivas que nuestras sensaciones. El infierno es un hecho ne-
cesario a la preservacion de nuestro cuerpo, sin embargo. La
eternidad del infierno garantiza la eternidad de nuestro cuer-
po en la medida en la que presuponemos que nuestro cuerpo
‘es necesario al ejercicio de la accién del infierno. Una accién
___que-se-ejerceo. que habré de ejercerseestrictamente dentro
de los limites del cuerpo, durante toda la eternidad.
Como invencién, el infierno conjuga magistralmente dos
concepciones bastante curiosas: en primer lugar la de eterni-
|_ dad y en segundo lugar la de una accién que se ejerce en sen-
tido negativo a lo largo de esa eternidad, No nos vamos a
detener a explicar la eternidad. Es s6lo preciso asumirla €
ilustrarla: la eternidad es al tiempo lo que el infinito es al es
pacio. Eso lo sabemos todos porque es absolutamente cierto.
Esa-eternidad-es la interminable realizacin de un proceso
que en todo momento esti perdiendo su objetivo de disolu-
cién mediante una operaci6n en la que Gnicamente puede in-
tervenir el cuerpo. El dolor es algo que emana del cuerpo; es
una de las substancias de los sentidos. Tal vez la mas real de
todas. La antigua avernologia cristiana no concibe ¢l infierno
sino como una prolongacién natural de las propiedades del
cuerpo; “Un lugar de tormentos...” (corporales). Una subs-
tancia de la que en mayor o menor grado estén hechas las
sensaciones. Para poder imaginar infiernos nos basta con
eternidad y cuerpo. Yen el orden de las figuras es posible de-
18cir que el infierno es la forma que tiene la dimensién infinita
del cuerpo.
Me parece importante subrayar la importancia que tiene el
cuerpo en la conformacién de lo que pudiera llamarse una
adicién clisica de la concepcién del infierno. Una concep-
in, por lo demés, en la que esta implicita la nocién de Yo
que determina absolutamente todas las particularidades que
nos individualizan del Otro. Me parece importante para recal-
car la singularidad de ciertos fenémenos infernales aplicar-a
la concepci6n del infierno otro método; un método en el que
nuestros propios intereses no estuvieran presentes. 2Es posi-
ble formular una fenomenologia del infierno? zEs posible
concebir un.irifierno que no se conformara a los patrones
“tadicionales que permiten clasificarlos étnica o lingafstica-
mente merced a la proporcién en la que esas constantes, el
cuerpo y la cternidad intervienen en su formulacién? Es un
hecho comprobado, por ejemplo, que los rigores corporales
aumentan en el infierno hacia el ecuador, y que simulténea-
mente se van volviendo mas abstractos hacia el oriente. Tales
concepciones, con ser aptas para ser concretadas mediante di-
versos métodos llamados “artisticos”
adolecen de una falla
que las vuelve sospechosas. Se fundan en una concepcién dia-
léctica primigenia que presupone el placer como contrario
del dolor, pero lo que hace suponer que esto no es necesaria-
mente asi es nuestra certidumbre de que cualquier tipo de
dolor puede ten:
r una proye:
n correlativa de placer, por-
que si no la tuviera dejaria de serlo. De qué placer es el
puesto este dolor? La formulacién de tal pregunta, para ser
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contestada en los términos de una psicologia trascendental,
desafia los limites del espiritu. La invencién de infiernos
ofece todavia revelaciones asombrosas: en la medida en que
pueden ser inventados infiernos que trasciendan esa medida
compuesta dé cuerpo. ;
La tradici6n clasica del infierno como ambito de castigo ¥
de tortura cul mina en Occidente en uno de los momentos
‘més altos de la poesia cristiana, La concepcién dantesca est
_demasiado vinculada, sin-embargo,-aconsideraciones.de tipo.
histérico y de tipo lingiiistico como para poder considerarla
‘como una concepcién pura de infierno. {Cua es la substancia
del Inferno que es comin a todas las concepciones del infier-
no? Es posible deducir algunas de las constantes que confor-
man la funcién esencial del infierno de la definicién que el
propio Dante nos da en a inscripcién, grabada sobre las
puertas del Averno; palabras de color oscuro...
Dinanzi a me, non fr cose create
se non eterne,
Lasciate ogni speranza, voi ch'entrate.
Palabras significativas de esa tradicién que concibe el infier-
no como un cortelativo eterno del cuerpo. Hay, sin embargo,
‘en esa misma inscripci6n una muy clara —aunque incompren-
dicacién acerca de los origenes del infierno:
sible—
Giustizia mosse il mio alto fattore
Fecemi la Divina Potestate,
La Somma Sapienza e il primo Amore.
Wwgn qué sentido resumen estas palabras de Dante lo que he-
mos llamado la tradicién clésica del infierno? Yo creo que la
resumen en un sentido hist6rico. Todo el pensamiento me-
dieval, que era mucho, aristotélico y muy profundo, se habi
detenido a preguntarse cual era la causa primera del infierno
de acuerdo a la tradicion metafisicista en la que los teélogos
lo habian inscrito desde su incepcién, Todos estaban acordes
en atribuir la existencia del infierno a un principio de necesi-
dad del cumplimiento de la justicia divina, cuando la vision
poética, tantas veces mas real que la verdad misma de Dante,
Propone otro elemento: el amor. Con ello da origen a absolu,
tamente toda la cultura europea moderna, que es una cultura
que gira en torno al ideal amoroso; en torno al ideal amoroso
del amor ideal. El platonismo ilumina las concepciones tras-
cendentales del Renacimiento que inconscientemente —de
un modo que parece manifestarse con mayor claridad a la
filologia que a la historia de las ideas— incorpora, en el habla
nueva, la nocién dantesca del amo: ‘
lel amor como una forma cognoci-
ble idealmente “ne
O voi ch'avete inteletto d'amore...
El infierno, después de Dante, se convierte nuevamente en
lo que habia sido como mito de la edad clasica; su concey
cin invoca ya siempre la figura de Orfeo. En la medida oa
que Dante resucita el mito clasico de Orfeo es el iniciador del
Renacimiento. Un mito que se repite a lo largo de la tradi-
cién literaria de Occidente, en la leyenda del Doctor Fausto,
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tuna tradicién que data de la Edad Media tardia pero que s6lo
la “literatura” habria de concretar en obras sobre el tema co-
mo las ya muy conocidas de Marlowe, Calderén, Goethe,
‘Thomas Mann,
{Qué es el descenso a los infiernos?
El descenso a los infiernos tiene dos significados conjuntos.
Convoca, por una parte, la figura de la mujer (Orfeo descien-
de a los infiernos en busca de Euridice). Por otra parte con-
voca-teimagen-det cantor lirico-que-desciende alAverno-en
busca de un don que lo hard acceder a la divinidad mediante
el sacrificio; para acceder a una condicién poética superior.
El poeta se sacraliza descendiendo a los infiernos. Esta ima-
gen se veria recalcada a partir del Romanticismo, culminando
su expresién formal en la idea del “poeta maldito” tan reitera-
daa partir de la segunda mitad del siglo XIX. No olvidemos, a
ese respecto, el titulo sugestivo de lo que es, posiblemente, el
més ilustre texto de la decadencia roméntica. No es Rimbaud,
ciertamente, quien reside al margen de la inferialidad de to-
do lo real, Acaso se le asocia en vano con un mundo plut6r
co cuando él mismo se llama “un condenado” ante Sarands,
en el mismo tono en el que Baudelaire dice que
Sur Lioreiller du mal c'est Satan Trismegiste
Qui berce longuement notre esprit enchanté.
El descenso a los infiernos es, también, un privilegio inhe
rente a los atributos magicos alcanzables. El cantor se con
vierte en mago; el sabio se convierte en profera y el poeta en
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dios mediante el conocimiento del terror. Una operacién del
espiritu francamente avalada por una imagen necesaria a la
continuidad del mito: el sacrificio del dios que consiste en en-
carnar y luego morir y luego descender a los infiernos. El dios
desciende a los infiernos siempre, para asegurar la con-
tinuidad o para perpetuar el mito mediante el cual su presen-
cia se manifiesta como expresién del habla, es decir cuya exis
tencia es una condicién necesaria a la del habla que la expre-
sa, tan claramente, por la poesia,
Pero toda consideracién acerca del infierno fundada en las
concepciones “literarias", adolece naturalmente de los limites
que su propia condicién de conjetura imaginativa le confiere.
Y mas que de una conjetura estrictamente literaria, se trata de
la expresidn de una posibilidad de la que el observador po-
dria llegar a ser el objeto. Es un infierno que s6lo puede ser
concebido desde ese punto de vista cuya objetividad siempre
esté contaminada de terror; del terror de nuestra propia posi-
bilidad, desde nuestra-condicién-de-posibles-victimas, aso-
Giando a esta condicién el paliativo de una solidaridad que su-
Pone una idea que inadecuadamente informa la mayor parte
de nuestras concepciones del infierno: sobre todo la de que
se trata de una comunidad de condenados. Ese solo hecho bas-
‘aria para invalidar el cardcter absolute que necesariamente
tendria que tener ese establecimiento conjetural, ya que
excluiria de sus posibilidades de operacién la sensacin de so-
ledad que en la jerarquia de los tormentos de un infierno