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Memorias Inesperadas

V
ictoria tenía, desde hacía mucho tiempo, la impresión de que algo sucedía. Era
como una corazonada que le había acompañado años atrás, pero se hizo más
fuerte al levantarse esa misma mañana. Incluso no estaba tranquila mientras
dormía, siendo consciente de que pasaban las horas, una tras otra, escuchando cada
ruido por leve que fuera, dando vueltas desasosegada en la cama al lado de David,
que parecía no darse cuenta de su inquietud.
No era la primera vez que su intuición, o lo que fuera, le sorprendía disparando la
alarma. No estaba preparada para traducir esos signos, pero sí le garantizaban que
algo había cambiado.
Los problemas de incomunicación entre David y ella, cada día iban empeorando.
La cuestión es que no entendía por qué. Él seguía siendo un hombre encantador y
bueno; sabía que la quería, entonces ¿Por qué esas desavenencias? Ella estaba
enamorada como antes, pero había cosas en la actitud de David, que no acababa de
asimilar. Le veía pensativo y ausente demasiadas veces; eso no era habitual en él;
parecía estar en otra parte donde los problemas se hubiesen hecho insuperables y le
desbordasen; de ahí las contestaciones violentas que a veces recibía de su marido,
cuando no había motivo ninguno para semejante reacción, las ausencias con la vista
fija en un punto indeterminado que le hacían estar sordo a sus preguntas o a su
conversación. No, esto no era normal.
La noche anterior, sin ir más lejos, él le había dicho algo que le molestó
especialmente. Bueno, no fueron las palabras tanto como el tono despectivo que usó
para contestarle. No estaba acostumbrada a que le hablara de un modo tan airado; él
siempre era muy dulce en el trato con los demás, pero sobre todo con ella.

- Victoria, por favor, te agradecería que no vuelvas a tocar el tema de mis


padres, quiero decir, de mi padre y Alicia.- Su tono era seco y determinante, tanto que
a duras penas, era controlado por su exquisita educación; nunca lo había empleado al
hablar con ella.
- No entiendo por qué no puedo referirme a ellos, cuando tú sabes que les
quiero tanto como si fueran mis propios padres, incluso más, ya sabes que no he
podido hablar así de los míos. Les echo mucho de menos; aunque haya pasado
demasiado tiempo sin que se encuentre ninguna pista de su paradero, no me
conformo sin saber lo que les ha sucedido. Aunque me lo pidas de todas las formas
posibles, me es muy difícil aceptar pasivamente, que hayan desaparecido sin razón
aparente.- Le dijo con lágrimas en los ojos, realmente sinceras.
- Sí, estoy de acuerdo, pero el caso es escabroso y la investigación está
en un punto muy delicado.- Le contestó él, condescendiente ante los sentimientos de
ella.
- Creo que tengo derecho a preguntarte si has encontrado algún indicio de
lo que les pasó aunque no quieras decírmelo.- Luego en un tono más bajo, le dijo:- Lo
he presentido y sabes que siempre son ciertos esos presentimientos aunque no sepa
decir cuales son.
- Eso déjamelo a mí, cuando tengamos algo seguro, algo que nos indique
donde están, o qué les pasó, te lo diré a ti la primera, mientras tanto, ¡no vuelvas a
importunarme de esta manera!

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Sin una palabra más, dejó el tema zanjado. Apagó la luz y se dio la vuelta dando
la espalda a su mujer, sabiendo que esta era una de las cosas que mas le fastidiaban.
Le recordaba la actitud de su padre cuando no quería darles explicaciones y por eso le
molestaba de una forma exagerada. Además, le hacía sentirse una ignorante que no
pudiera entender el complicado mundo masculino; como si todavía estuvieran en la
Edad Media. Parecía que él se olvidaba de que ella era una brillante científica y que
estaba, tal vez, más capacitada que él en muchos aspectos; pero también era mujer y
dominada por los sentimientos, como casi todas; de eso se valía él para tratarla de
aquella forma.

David tenía indicios de los que no podía hablar con ella, no hasta que todo
estuviera lo suficientemente claro. Ella había sufrido demasiado tiempo esperando
encontrar algún detalle que arrojara una luz por pequeña que fuera, a la obsesión que
le había acompañado durante los años más importantes de su vida, por eso, prefería
quedar mal, a hacerle un daño innecesario. ¡Ya tendría ocasión de sufrir y llorar
cuando lo supiera! El llevar esta carga él solo, le hacía más agrio y antipático, pero
prefería pasar éste calvario antes que hacerla sufrir por adelantado, dando pie a
muchas más conjeturas y divagaciones.

Hacía siete años que se habían casado en una ceremonia digna de un cuento de
Hadas, en el mismo sitio donde se conocieron y su vida era todo lo hermosa que se
puede desear pero, siempre hay una sombra que empaña la felicidad y pronto se
cumplirían los seis años y medio desde que sus padres habían desaparecido.

Todo fue muy extraño. Dan y Alicia, eran una pareja encantadora; no sólo por su
inteligencia y porque eran muy atractivos físicamente; sino que eran de esas personas
que irradian clase por todos sus poros. El gran amor que sentía el uno por el otro que,
casi se palpaba en el ambiente cuando se estaba cerca de ellos, les hacía mucho más
maravillosos. Lograban contagiar el respeto y el cariño con que se trataban, a todo el
que tenía contacto con ellos, pero lo más curioso, es que no despertaban envidias,
todo era admiración.
Desde que les conoció, Victoria había deseado tener aquello tan extraordinario
en su vida; esperaba ciegamente que así fuera su relación con David. Él fue el único
hombre del que se había enamorado de verdad. También le había encontrado muy
diferente a todos con los que había llegado a una relación, por corta que fuera.
Cariñoso, tierno, sensible, pero con una chispa de picardía y locura que le daban
un atractivo especial; desde el primer momento le interesó, además, era terriblemente
guapo, muy alto y la expresión de sus ojos profundos y bondadosos, llenos de un
misterio inquietante, la prendieron sin remisión.

Como todas las mujeres hermosas y de inteligencia manifiesta, Victoria era


irresistible para muchos de sus conocidos y compañeros; había tenido varias
relaciones anteriores a pesar de su juventud pero, en el momento en que vio a David,
todo lo demás quedó olvidado para ella. Como ocurre muy pocas veces en la vida,
sólo con una mirada, tuvo la certeza de haber encontrado “su alma gemela”.
Dan y Alicia ejercieron una gran influencia en su vida, desde el mismo instante
en que tomaron contacto. Fue casi como lo que sintió con David: una atracción extraña
que le arrastraba a aquellas personas, desconocidas hasta entonces.
No podía definir qué era lo que emanaba de ellos, sobretodo de Alicia. Esta
mujer le recordaba a alguien. Desde que la vio por primera vez, parecía que la conocía
de toda la vida. Sus ojos, su sonrisa y cada uno de sus gestos, le eran familiares;
incluso encontraba un perecido enorme entre ellas dos, pero no podía ser; desechaba
este pensamiento porque era descabellado, seguramente era la gran simpatía y
admiración que sentía por ella lo que hacía que su mente las uniera aunque sólo fuera

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por su parecido físico; pero lo que más le llamó la atención en Alicia, era su voz,
¿Dónde la había oído antes? ¿ A quien se parecía?
Su tono era bajo y aterciopelado. Cuando la escuchaba hablar, ponía toda su
atención, pero no lograba recordar. En los momentos en que Alicia hablaba con
animación, entonces era cuando casi podía reconocer a la persona a la que pertenecía
aquella voz, pero nunca llegaba el nombre a su mente. Este querer y no poder, la
ponía muy nerviosa; hasta que llegó a acostumbrarse a no pensar en eso.

Su vida, hasta el momento en que se casó y formó su propio hogar, había sido
extraña y diferente a la de todos sus amigos. Si ella hubiera sido aficionada a escribir,
bien podría poner sus experiencias en un libro que, por increíbles, nadie llegaría a
pensar que eran verdad, achacando a su gran imaginación los acontecimientos que
narraba; pero no era el caso, ni tampoco sentía un gran interés en que se conocieran
públicamente los acontecimientos que marcaron su adolescencia y juventud.

Nació en Sevilla; su familia era como todas las de clase media acomodada.
Vivían en un bonito piso de la calle Juan Sebastián de El Cano, en el que disponía
cada uno de su propio dormitorio y un hermoso parque comunitario al que salían a
jugar después del colegio con todos los vecinos de su edad.
Los domingos, con su madre y muy escasas veces con su padre, cruzaban el río
que corría paralelo a su calle y llegaban hasta la Avd. de Las Palmeras que les
conducía directamente al Parque de María Luisa, donde disfrutaban de golosinas y
pequeños juguetes comprados en los puestos, después de suplicar largo y tendido a
su madre, corriendo y jugando mientras eran niños; después, cuando llegó la
adolescencia, paseaban por el mismo parque pero, su visión del paisaje era distinta,
sobretodo, porque ya no iban de la mano de su madre, sino de la del chico o la chica
que les gustaba en ese momento. Las sensaciones que experimentaban por primera
vez, los olores de aquel parque cuajado de un sin fin de flores distintas, de árboles y
rincones íntimos donde dar y recibir el primer beso...La Feria de Abril que esperaban
con impaciencia durante todo el año, igual de pequeños que cuando fueron
adolescentes...
Sus padres eran jóvenes y, especialmente su madre, de la cual llevaba el
nombre, era una amiga para ellos; tenían la certeza de que ella les comprendía y
apoyaba en casi todo, teniendo en cuenta que había cosas en las que ninguna madre
medianamente inteligente, podía ceder. Victoria tenía dos hermanos. Sara, que era la
mayor y luego estaba Adrián, con el que se llevaba solo año y medio.

Con sus hermanos la convivencia era bastante buena; había sus roces y peleas,
como es de esperar entre hermanos que cuentan con poca diferencia de edad, pero
en general se podía decir que gozaban de cierta armonía y, hasta se convertían en
una piña cuando la ocasión lo requería.
Con su padre les resultaba mucho más difícil entenderse; siempre parecía
malhumorado y estaba poco tiempo en casa. Para conseguir algo de él, era
imprescindible la mediación de su madre, ella le convencía y sacaba de él, hasta lo
que no se esperaban; le entendía a la perfección y demostraba tener una paciencia y
abnegación que sólo comprendieron después de pasar algunos años de relación
directa con el. Muchas veces, con la distancia del tiempo, se preguntaron por qué su
madre había acabado casándose con un hombre así. Ella era dulce, inteligente y
bonita. Ejercía de enfermera apreciada por todos pero, no entendía qué razones la
llevaron a dejarlo todo, para ser solamente, la esposa de aquel hombre que la
menospreciaba y, aunque ella intentara que no se supiera, la denigraba
constantemente.

Cuando Victoria tenía quince años, la vida de la familia dio un giro total e
inesperado. De la noche a la mañana, literalmente, se encontraron que su madre

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había muerto. Todo pasó tan deprisa que, tanto sus hermanos como ella, no acabaron
nunca de entender cómo fue.

Una mañana, les despertó su padre con el rostro demudado, pálido y con un
susurro tembloroso, les dijo que acababa de regresar del hospital donde había llevado
a su madre con un ataque al corazón pero, por desgracia, por el camino había muerto.
Ella, hacía varios años, había dejado por escrito el deseo de donar su cuerpo a la
ciencia para que estudiaran con él, pues como ellos sabían, su madre era enfermera y
había tomado esa decisión cuando era estudiante y que, a pesar de sus constantes
razonamientos para que lo anulara, ella siguió con su deseo, aunque ellos no lo
supieran.
En el hospital la prepararían para mandarla a la sala de disección de la Facultad
de Medicina, cumpliendo así su última voluntad.
- Papá, no entiendo por qué no nos llamaste cuando se puso enferma
pero menos aún, que te la hayas llevado sin que la pudiéramos ver.- Le dijo Sara,
sollozando desconsoladamente ante la impotencia de no poder hacer ya nada.
- En estos momentos, no creo que sea muy oportuno que me ponga a dar
explicaciones por algo que he hecho pensando en que era lo más conveniente. – Le
contestó su padre, perdiendo la paciencia, como era habitual en él.
- Es que me hubiera gustado despedirme de ella, después de todo lo que
le dije anoche le hubiera pedido perdón, ¡fuimos tan injustos!.- Siguió diciendo su hija
mayor entrecortadamente.
- Puede que se llevara un disgusto muy grande y por eso se ha muerto; no
pudo aguantar todo lo que le dijimos. –Continuó Victoria, mientras las lágrimas
rodaban por sus mejillas.
- Eso no tiene nada que ver; vuestra madre ha sufrido un infarto porque
estaba muy mal del corazón.- Les dijo su padre al borde de una discusión.
- ¿Mamá tenía una enfermedad de corazón? Nunca nos lo dijo.
- No, ya sabéis como era ella: para que no os preocuparais, me hizo
prometerle que no os lo diría, pero lo tenía todo previsto al dejar por escrito que su
deseo era donar su cuerpo a la ciencia.
- Papá, queremos ver la carta, es lo último que hizo mamá y, puesto que
ya no la veremos más a ella...-Dijo Sara, interpretando el deseo de sus hermanos
mientras los sollozos hacían casi imposible entender sus palabras.
- No, ni hablar. – Fue la respuesta cortante de Javier.
- Pero, ¿Por qué?.- Dijeron a coro los chicos.
- Porque...estaba dirigida a mí y es muy personal. ¿A caso no os vasta
con mi palabra?
Como era su costumbre, se levantó sin escuchar nada más que tuvieran que
decir los demás y, dejándoles sentados en el sofá del salón, sumidos en la más terrible
tristeza y culpabilidad, cerró la puerta de golpe.

Se llevó a cabo una reunión con la familia más allegada; no se invitaron amigos
ni conocidos, respetando la voluntad que dejó por escrito Victoria. Todo resultó muy
frío; no se veía ningún ataúd; allí no existía nada que representara el cuerpo por el que
lloraban. A cada uno de los presentes, se le hacía muy difícil aceptar que estaban allí
para dar su último adiós a alguien que no era tangible.
Seguidamente se celebraron los funerales a los que acudió también la familia,
conmocionados todos por la repentina noticia del fallecimiento de Victoria. La
sensación de irrealidad parecía más acentuada que el día anterior por el hecho de que
no estuviera de cuerpo presente, les seguía pareciendo a todos que quedaba fuera de
lo establecido por la costumbre. A muchos de los familiares, no les cabía en la cabeza
la idea de que los estudiantes pudieran hacer pedazos y estudiar con ellos, el cuerpo
de alguien tan querido y por el que corría su propia sangre. Según los comentarios de
los asistentes, tendrían que haberla dejado para que la pudieran ver, por lo menos

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durante el funeral y luego, llevársela y hacer con ella lo que estuviera previsto; pero
nadie se atrevió a comentarlo en presencia de Javier, conociendo su mal talante.
Luego en el cementerio, se puso una lápida en su memoria, sin una fotografía
que les recordara a los visitantes, su dulce y hermosa cara.

Todos estos acontecimientos, resultaron muy confusos, no solo para sus jóvenes
hijos, sino también para muchas de las personas que acudieron a acompañarles en su
dolor. Sobretodo los abuelos, acabaron comentando que los tiempos estaban tan
cambiados que muchas de las costumbres nuevas, no cabían en sus cabezas.

- Aunque papá diga que no es por eso, yo creo que a mamá le ha


dado un infarto por nuestra culpa. – Adrián les dijo a sus hermanas
después del funeral, al volver a casa. – No puedo quitarme de la
memoria la cara de pena que tenía la última noche.
- Yo tampoco – Dijo Sara – y lo peor de todo, es que he sido yo la
que le dijo tantas cosas y tan terribles... En realidad, no las sentía
de verdad, pero después de escuchar lo que nos contó papá,
estaba muy enfadada con ella. Ahora pienso que lo que nos dijo él,
no era cierto. Papá debía tener más cuidado al hablarle puesto que
sabía que estaba enferma del corazón, sin embargo, nunca ha
dominado su mal genio y, si os acordáis, siempre le ha dado
muchos disgustos.
- ¡Pobre mamá!¿Cómo vamos a vivir sin ella?- Victoria estaba
intentando dominar los sollozos que le atenazaban la garganta.- Yo
también me he portado muy mal...
- Pues si es verdad lo del corazón de mamá, yo no perdono que
papá nos pusiera en contra de ella. En realidad no era tan
importante lo que nos dijo como para haberle dado aquel disgusto.
Conociendo el carácter de nuestro padre, era muy lógico que ella
dejara de quererle. No sé por qué nos enfadamos tanto. - Dijo
Adrián lleno de remordimiento y de ira.- Además, me parece que
hay algo muy extraño en todo esto; ¿Cómo es posible que papá se
haya llevado a mamá sin que la pudiéramos ver? Luego nos hemos
tenido que conformar con una ceremonia, casi en secreto.

Los tres, sentados sobre la cama de Sara, recordaron cómo había sido su vida
arropados por el cariño y la ternura de su madre.
Ella había sido su refugio; siempre acudían a sus brazos para que les consolara,
buscando un consejo a la edad que fuera. No importaba lo que les pasara, ella
siempre tenía la solución y una palabra de cariño.

- ¿Os acordáis cuando el profesor me pilló copiando en el examen


de matemáticas? –Les dijo Adrián a sus hermanas.- Pensé que papá me mataría, pero
cuando se lo conté a ella, además de hacerme prometer que no se repetiría, habló con
él y consiguió que el castigo no pasara de una semana sin salir a la calle.
- Y cuando yo tenía doce años, me pintaba a escondidas, pero una
tarde me encontré con papá cara a cara en la puerta de casa. En el momento me dio
dos buenas bofetadas delante de aquel chico que tanto me gustaba, Tony, pero
después, mamá le convenció para que no me metiera interna en un colegio de monjas,
siempre me amenaza con eso porque sabe que no lo soportaría.
- De lo que no podré olvidarme jamás.- Volvió a decir Adrián.- Fue de
aquella noche en la feria, no hace tanto. Me fui con cuatro amigos, Paco, Víctor, José
Luis y Manolo.
- Ya me acuerdo.- Le interrumpió Sara.- ¡Vaya aventura!

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- Creo que no he pasado tanto miedo en mi vida.- Siguió diciendo
Adrián.
- Pues yo no sé de qué habláis.- Victoria se había distraído mirando
por la ventana, y sólo escuchó lo del miedo que había pasado su hermano.
- Si quieres te lo cuento con todos los detalles: Papá y Mamá, nos
llevaron a la Feria en el coche porque, ya sabes lo controlado que me tenían;
quedamos que a las tres de la madrugada, vendrían a recogernos a la misma
gasolinera donde nos dejaron. La noche iba bien, al rato conocimos a unas niñas que
se unieron a nuestro grupo. ¡Nos divertimos cantidad! Eran las dos y media, cuando,
mientras los demás se quedaron en el Toro viendo como se destornillaba José Luis, yo
les dije que quería comprarme unas pegatinas que había visto en uno de los puestos
que estaba muy cerca de allí. Me fui y mientras estaba mirando, se me acercaron dos
“chorizos” con muy malas pintas, y empezaron a preguntarme cosas, yo temblaba por
dentro, pero me hice el fuerte y les dije que me dejaran en paz, entonces sacaron unas
navajas y con disimulo, me llevaron por detrás de los puestos donde había bastante
oscuridad; creo que estaba más pálido que la leche, casi no podía moverme; me
pusieron una navaja en el cuello y les di todo lo que llevaba. ¿Qué podía hacer? ¡Con
lo contento que estaba porque me había guardado cuatro mil pesetas! No me subí en
casi nada y sólo pensaba comprarme las pegatinas, todo por no gastarme el dinero,
pero se lo di sin rechistar. A pesar de eso, uno de ellos no me dejaba irme, el más
mayor, pero el otro le dijo:¡Venga tío , deja que se vaya el chaval! Y me dejaron más
muerto que vivo. No quiero ni acordarme de la cara que puso Papá cuando nos vieron
llegar. Mamá se asustó pero él, me dijo que se había acabado la Feria por ese año.
- ¡Qué esperabas! Conociéndolo es lo menos que te pudo hacer y
gracias que Mamá también intercedió a tu favor.
- Yo no me acordaba de esa historia, sí que fue una aventura.- Dijo
Victoria.- Ya sé, yo me había ido a dormir con Rosi aquella noche, por eso no me
enteré.
- No sé, pero yo le doy la razón a Adrián cuando dice que es muy
raro que no nos dejaran ver el cuerpo de nuestra madre. – Dijo Sara, que por ser la
mayor no dejaba de darle vueltas a un asunto tan extraño.- Esa explicación de que
tenía que llevarla a la Facultad de Medicina inmediatamente, no me convence.
- A mí tampoco, pero, ¿Quien se atreve a preguntarle de nuevo a
papá?
- Estoy de acuerdo con vosotros, -Dijo Victoria.- pero no creo que
debamos dudar de lo que ha dicho papá. Él sabrá lo que se tiene que hacer en un
caso así, además, ¿por qué habría impedido que la viéramos? no tiene explicación.
Abrazados, lloraron sin consuelo la pérdida irreparable de su madre y de sus
vidas que, por fuerza, debían sufrir un cambio radical.

Al día siguiente del funeral, Javier, reunió a sus hijos en el salón de su casa y les
informó de que se marchaban de allí. Había puesto la casa en venta.
- Pero...¿Por qué? – Le preguntó Sara sin creer lo que estaba
oyendo.
- Porque no puedo vivir en esta casa, ni en esta ciudad un momento
más. Todo lo que nos rodea, todo lo que veo aquí, me recuerda a ella. Si voy por la
calle, me preguntan por ella todos lo conocidos; recuerdo cada sitio donde he estado
en su compañía...¡ Así no puedo seguir!
- Es natural. Siempre que se muere alguien, los primeros días pasa
eso, como a mi amiga Carmen, cuando su hermano tuvo el accidente; pero después,
la gente ya no sigue preguntando y la vida vuelve a ser como antes.
- Puede que para vosotros sea tan fácil pero para mí, es imposible.
Lo he decidido y no hay marcha atrás.
- Papá, por favor, yo no me quiero ir. – Le suplicó Sara con lágrimas
en los ojos.- Tu sabes cuanto quería a mamá y aún la quiero; pero aunque me cueste

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mucho superar su muerte, prefiero seguir aquí, donde tengo a todos mis amigos y mis
estudios. ¿A dónde vamos a ir?
- Nos iremos a Madrid; allí compraré un piso y vosotros os iréis a
estudiar al extranjero; esa es una ilusión que he tenido siempre, he estado ahorrando
durante mucho tiempo y ha llegado el momento de hacerlo; tu madre lo sabía y estaba
de acuerdo.
- ¡Papá, por favor! No entiendo ni una palabra de lo que dices. ¡Al
extranjero! Jamás te hemos oído comentar esa ilusión, como tú dices ¿Qué voy a
hacer yo si no consigo sacar un curso como es debido aquí?- Adrián cerró los puños
con fuerza, para contener las ganas de gritarle a su padre.- A donde quiera que me
mandes, tendré un problema más: el idioma.¡Conmigo no cuentes!.
- Es que precisamente, no cuento con tu opinión, aquí se hace lo
que yo digo y se acabó.- Javier estaba enfadándose y dio un sonoro puñetazo en la
mesa.
- ¿A donde nos piensas mandar?- Dijo Sara en voz baja.
- Eso tendré que estudiarlo con tranquilidad, pero he pensado que
tú, Sara, puedes ir a París, Adrián, se irá a Roma y así no tendrá tantos problemas con
el idioma, porque el italiano, se parece mucho al español. Victoria, se irá a Londres.
- Perdona papá, pero sigo sin poder entender nada. ¿No te parece
que es demasiado perder a nuestra madre y cambiar de vida, solo en unos días, para
terminar separándonos definitivamente?
- Mira, Victoria, igual que le he dicho a tus hermanos, no permito que
me digáis lo que tengo que hacer. Está decidido y no hay más que hablar.
Dando un portazo impresionante, salió del salón dejando a sus hijos confundidos
por la reacción sin control que había tenido. Aún siendo jóvenes, los chicos sabían que
un adulto no debía tratarlos así y menos en aquellas tristes circunstancias. Podían
entender, hasta cierto punto, que él se sintiera mal entre todos los recuerdos que le
rodeaban, pero una huída como la que planeaba, se salía de todos los límites
conocidos.

Javier puso en venta su casa en una agencia inmobiliaria y, a su vez, encargó la


búsqueda de un piso en Madrid a la misma agencia.
Mientras tanto y como hormigas, fueron empaquetando las pertenencias
personales de cada uno, pero los muebles se quedarían allí. Les fue prohibido guardar
ninguna fotografía en la que apareciera su madre, aunque estuviera entre otras
personas. Todas fueron recogidas y Javier se encargó de quemarlas. Esta fue para los
hijos, una segunda muerte de su madre. ¡Nunca se lo perdonarían! Sin que ni ellos
mismos lo notaran, el rencor y el odio se iba abriendo camino en los sentimientos
hacia su padre. Le encontraban injusto y egoísta al extremo de sacrificar sus vidas
para no sentir un sufrimiento, por otro lado, tan lógico.
Una semana después, le avisaron de que habían encontrado varios pisos y que
debía ir a ver cual de ellos le convenía.
Cuando Javier escuchó cual era el precio de la vivienda en Madrid, pensó que no
podía permitirse comprar, así que decidió aguardar hasta recibir el dinero de la venta
de su casa, mientras encontraba un trabajo en la Capital de España; vivirían de
alquiler. No pasaba nada por eso, así que les encargó que buscaran algo económico,
de momento.

Dos semanas más tarde de la muerte inesperada de Victoria Ortega, su familia


se trasladó a un piso entresuelo, de la calle del Pintor Alenza, en Madrid.
Hicieron un viaje pesado y largo, entre sollozos de las chicas y mal humor por
parte de Adrián. El padre parecía no ver lo que estaba sucediendo y se paseaba
durante horas por el pasillo del vagón, fumando un cigarrillo tras otro.

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Un taxi les dejó frente al portal oscuro y lóbrego de un edificio casi centenario
que les causó bastante repugnancia. El portal olía a guisos de todas clases, a
maderas y mugre ya rancias.
La primera impresión al entrar en el viejo y maloliente piso, fue de desaliento.
Aquello estaba muy abandonado. La suciedad cubría cada centímetro de las paredes,
el suelo y hasta el techo. Ninguno se atrevió a tocar el marco de la puerta, al observar
el grueso de la mancha negra del roce de años y años que lo cubría. No sólo ese, sino
los de toda la casa.
La cocina parecía más la de un cuartel, como si hubieran hecho fuego en medio
del suelo y los azulejos de las paredes se hubieran cubierto de hollín, pero no era
hollín, sino grasa pegada y ennegrecida por los años. Ni aunque hubieran echado a
propósito la grasa a puñados, podría estar más sucio.
El cuarto de baño era horrible. El mal olor, les golpeó nada más abrir la puerta.
En las juntas de los azulejos había una raya negruzca y el lavabo, la bañera y el w.c.
tenían chorreones de óxido y sarro incrustado amarillento, casi marrón.
El piso constaba de tres dormitorios, el baño y la cocina, además de una terraza
en la parte de atrás.
Al salir a la terraza, pensaron que habían entrado en un corral. Parecía un
vertedero. Allí había toda clase de basura y restos de animales muertos, ropa que
había caído de los pisos de arriba, junto con bolsas de basura que, al estrellarse
contra el suelo, se habían roto y los gatos y ratas, habían estado hurgando en ellas.
Ante aquel espectáculo, los jóvenes no se atrevieron a decir nada; sabían que su
padre no admitiría jamás que se había equivocado. Se miraban los unos a los otros
haciendo gestos de asco y repugnancia.

- Bueno, después de ver cómo está todo esto, hay que ponerse
manos a la obra y empezar a limpiar. Sara, tú y Adrián, os iréis a comprar productos
de limpieza, cepillos, fregonas y, sobretodo, bolsas de basura.
- Que no se os olvide lo más importante: ¡Guantes! – Les dijo
Victoria. – sin ellos, yo no pienso tocar nada.
- Vale, pues compráis guantes para todos. – Dijo Javier sacando la
billetera de su bolsillo.

El trabajo fue duro y penoso. Las chicas se ocuparon de los dormitorios, de la


cocina y el baño. Los hombres, limpiaron la terraza y todas las ventanas.
Fueron incontables los viajes a los contenedores con bolsas cargadas de basura,
que hicieron durante toda aquella mañana. Para el mediodía, tenían todo más o
menos despejado, aunque la limpieza a fondo, se haría con más calma.

- Hijos míos, tendremos que irnos a comer a algún sito que esté
cerca, después, compraremos pintura y dedicaremos la tarde a los dormitorios.
Mañana, seguiremos con el resto.
- ¿Por qué no buscas unos pintores? Yo estoy cansado de toda la
mañana. Después de la paliza del viaje, no hemos dormido nada y nos has hecho
trabajar sin piedad; solo faltaba pintar esta tarde.
- Yo también estoy hecha polvo papá; me duelen los brazos y las
manos de tanto limpiar.
- Y yo estoy medio intoxicada de fregar el cuarto de baño con lejía y
agua fuerte.
- Comprendo que estéis cansados, pero no nos podemos permitir el
lujo de que nos lo hagan todo. Nuestra casa de Sevilla está por vender y mientras
encuentro un trabajo aquí, tenemos que mantenernos con los ahorros que nos quedan
y no son muchos; así que, sintiéndolo de verdad, tendremos que hacer el trabajo
nosotros. Hay algo más que quisiera deciros; poner la máxima atención porque no
admitiré olvidos, ni disculpas: Bajo ningún concepto, permitiré que os pongáis en

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contacto con vuestros amigos o con los familiares de Sevilla. Esa etapa de nuestra
vida ha terminado y no deseo que exista conexión alguna con ella.
- Papá, ¡Eso no es justo! – Gritó Sara, con un ataque de rabia.-
Sabes que tengo muchos amigos y cuanto quiero a los abuelos. ¿Cómo es posible
que nos quites también esto?
- Los amigos los perderás de todas formas cuando dejes de vivir en
España y los abuelos se olvidan con facilidad, ellos tienen los días contados.
- No te conozco. Siempre creí que eras más sensible, pero estás
disponiendo de nuestras vidas a tu antojo sin importarte nuestros sentimientos.- Le
espetó Sara a la cara sin reparos.
- Mira, Sara, me tiene sin cuidado lo que tú pienses o creas. Sois mis
hijos y vuestra única obligación es obedecer y estudiar. Está prohibida toda
comunicación con vuestra antigua vida y se acabó. – Terminó con su consabida
coletilla, tan conocida por sus hijos: “Se acabó”

Así fue cómo empezó la nueva existencia de la familia Sánchez Ortega en


Madrid.
Ninguno de ellos aceptaba conforme las nuevas normas. Para los jóvenes todo
era diferente a lo que estaban acostumbrados; ahora tenían unas obligaciones que les
desbordaban, carecían de amigos y tampoco soportaban la actitud de su padre.
Javier se pasaba todo el día buscando empleo. Las chicas se repartieron el
trabajo de la casa; Sara se dedicaba a la limpieza, porque la cocina no era su fuerte.
Victoria se encargaba de ir a la compra, acompañada por su hermano Adrián y hacía
la comida. Después de comer, obligaron a Adrián a que él fregara los platos. Al
principio, lo hacía muy mal y había que repasarlos antes de usarlos; pero poco a poco
y a fuerza de peleas, fue aprendiendo. Victoria llevaba el tema de la ropa; lavar,
planchar y colocar en los armarios; aunque muchas veces, esta tarea la compartían
entre las dos hermanas.

Después de dos meses, durante los cuales no habían salido, si no fuera para
comprar lo más necesario, un día llegó Javier a la hora de comer, con la noticia de que
había encontrado trabajo.

- No es precisamente lo que estaba buscando, pero no he


encontrado nada mejor. Desde la semana que viene, voy a viajar con un camión
haciendo transportes. El sueldo es bastante bueno y me pagan todos los gastos.
Cuando vuelva de mi primer viaje, empezaremos a buscar colegios en los distintos
países que os dije para que el curso que viene, podáis empezar a estudiar. Ya habéis
perdido mucho tiempo este año, además, no quiero viajar sabiendo que vosotros
estáis solos sin que nadie os controle.
- Papá, ¿No podemos quedarnos a estudiar aquí? Te damos nuestra
palabra de que nos portaremos como si tú estuvieras y que nos esforzaremos en sacar
buenas notas. - Le dijo su hijo, con voz suplicante.
- Adrián, no sé cómo voy a hacerte entender que está decidido y que
tú, al igual que tus hermanas, haréis lo que yo diga.

Así comenzó una vida que a los jóvenes no les gustaba. Siempre estaban en
casa, incomunicados con las personas que conocían y completamente solos porque
allí no habían hecho amistada con nadie. Aquella época de su existencia, les resultó
tan aborrecible, que llegaron a borrarla de su memoria. No podían aceptar lo que les
estaba ocurriendo; todo era negativo y desalentador.

Los días pasaban en la más oscura realidad. No querían tener amigos, ¡No los
de aquí! Querían los que habían conocido desde pequeños, con los que habían jugado
y compartido los años de colegio, de instituto, de discotecas y de amores.

9
Sus corazones se iban quedando vacíos; ya no estaban las personas que los
habían llenado y se negaban a que otras tomaran su lugar. Por eso se refugiaron los
unos con los otros y formaron una fortaleza difícil de penetrar en la que solo habitaban
las dos chicas y su hermano, donde no tenía entrada su padre al que hacían
responsable de todas sus pérdidas. ¡Cuánto le aborrecían!

La semana que pasó en su primer viaje con el camión, les sirvió de respiro.
Durante esos días no salieron apenas a la calle, solo para lo más imprescindible. No
tenían teléfono ni a nadie a quién llamar. Pasaban el tiempo jugando al Monopoli, a las
cartas o con la videoconsola. Vieron todas las películas que ponían en televisión pero,
sobretodo, hablaron mucho; se limaron pequeñas rencillas que había entre ellos y se
conocieron, entendieron y unieron como nunca.

- No se si estaréis de acuerdo conmigo,- Les dijo


Adrián seriamente a sus hermanas.- pero no estoy dispuesto a quedarme sin saber lo
que le pasó a nuestra madre; no me creo la explicación que papá nos ha dado. Al fin y
al cabo, mamá tenía toda la razón al decirle que ya no sentía nada por él, que quería
separarse, lo que no entiendo es cómo pudo aguantar tantos años ese carácter tan
insoportable y tan engreído que tiene. Comprendo que soy muy joven para emprender
una investigación pero...
- Tampoco tenemos dinero para contratar un
detective. – Señaló Sara, interrumpiendo a su hermano.- Yo también he pensado que
aquí hay gato encerrado y daría media vida por descubrir lo que le ha hecho a mamá.
- Ese es uno de los problemas, el otro es que no hay
pruebas como para denunciarle a la policía. ¿Cómo vamos a decirles que pensamos
que nuestro padre se ha deshecho de nuestra madre, así como así? Además, si nos
vamos a estudiar tan lejos, no será posible hacer nada.- Les recordó Victoria.
- Tienes razón...Os propongo hacer un pacto
inquebrantable: Por mucho tiempo que pase, haremos lo posible por aclarar este
asunto. Si estáis de acuerdo, lo sellaremos con nuestra sangre. – Les propuso Adrián,
pecando de infantil al recurrir a un juramento que difícilmente se cumple con el paso
de los años.

Sirviéndose de una cerilla para desinfectar un alfiler, se pincharon la yema del


dedo corazón; pronto surgió una perla roja que juntaron ceremoniosamente. Con
lágrimas en los ojos y voz temblorosa, juraron llegar hasta la verdad de lo ocurrido a
su madre.

Después de varios meses en los que Javier seguía viajando por toda Europa, la
economía familiar se vio bastante aumentada; no solo porque él aportaba un sueldo
sustancioso, muchas veces aumentado por un “extra”, como él lo llamaba, sino porque
se llevó a cabo la venta de la casa de Sevilla por más dinero del que se había
calculado.
Esta noticia no fue buena para los hijos, porque ellos sabían que era el vínculo
que todavía les quedaba con su vida anterior y roto este, ya nada les unía a ella.
Siempre habían guardado en el corazón la esperanza de que su padre desistiera de la
idea de mandarlos al extranjero por falta de recursos, puesto que era muy caro
ingresar en colegios privados; para sus hijos todo sería lo mejor, les decía mientras
ellos pensaban que era una hipocresía que su padre hablara de ese modo, cuando
estaba demostrando continuamente, que no le importaban sus sentimientos. Por
mucho que tuviera ahorrado, nunca sería lo suficiente para mantenerlos a los tres en
el extranjero.
Se pasaban los días taciturnos y de mal humor; apenas le dirigían la palabra a su
padre, cuando pasaba algunos días en casa, cosa que él pareció no notar, o
simplemente, no le importaba la actitud de sus hijos.

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Con más rapidez de lo que se podía esperar a su edad, los jóvenes aprendieron
a ver la realidad, tan cruda como solo se puede apreciar después de pasar por el
ecuador de la vida.
Sin saber cómo ni por qué, habían perdido los horizontes que vislumbraban para
el futuro. Creían que, en cuestión de unos años, los tres estarían estudiando o
trabajando en su querida Sevilla, viéndose con sus amigos, consiguiendo el ansiado
amor que parecía estar muy cerca y, unas veces de acuerdo y otras no, contarían con
su madre como mediadora, consejera y refugio de todas sus penas.
Todo era un sueño, pero habían despertado y, al abrir los ojos, se encontraron
en el ruidoso y enorme Madrid, en un horrible piso viejo, en el lugar de su preciosa
casa de Sevilla; solos, sin su madre, sin un amigo, sin una ilusión, solos con un padre
al que aborrecían, que les hacía sentirse ignorados, del que nunca esperaban
comprensión y, menos todavía, cariño.
Pero, como las desgracias nunca vienen solas, pronto descubrieron que ni
siquiera en su propia casa, podían ser independientes y hacer lo que les viniera en
gana, como era su derecho y el de todo ser humano.

Junto a la terraza de su piso, se encontraba la de los vecinos de enfrente. Era


una pareja madura sin hijos que, desde el principio, intentó entrometerse en sus vidas.
Siempre que salía a la terraza alguno de la familia, para su sorpresa, él o ella,
estaban allí; si era por la puerta del piso, también coincidían en el rellano. Al principio,
no les dieron importancia a estos encuentros, pero conforme se hacían más y más
frecuentes, sentían que eran vigilados por ojos invisibles y escuchados por sombras
que pasaban inadvertidas.
Ella era gorda y muy fea; se vestía con ropa muy apretada y se le marcaban los
enormes rollos de la cintura y la barriga, dejando bien al descubierto también, un
trasero redondo y enorme, como muchas gordas que se creen que así no lo están
tanto. En su cara siempre se veía un gesto malhumorado que le había dejado
profundas arrugas en la comisura de la boca y el entrecejo. Procuraba hacerse la
simpática y la imprescindible, ofreciéndose a Javier para ocuparse de los jóvenes
mientras él estuviera ausente. Javier denegó el favor, diciéndole que no era necesario
que se molestara, porque los chicos ya eran mayores y muy responsables.
El vecino, era un hombre muy pesado en sus explicaciones; aburría a quien le
escuchaba hablar siempre de lo que él había trabajado y de cuanto sabía de este tema
o de aquel; pero, en toda su vida no había pasado de ser un simple mozo de almacén.
Cuando menos lo esperaban, aparecía uno de ellos con un plato de comida,
arroz con leche, o un flan de huevo. Los jóvenes, no tragaban estos platos porque la
mujer guisaba peor que ellos, aunque se las daba de muy buena cocinera.
Por las tardes, pasaban llevando una bandeja con sus correspondientes vasos
de te y alguna galleta. Al principio, Sara se lo agradecía en nombre de sus hermanos y
le decía que no tenía que molestarse, pero era como hablar con la pared, ellos
seguían con la costumbre. Las conversaciones que mantenían les aburrían hasta el
agotamiento, escuchando siempre las mismas historias en las que uno de ellos era
siempre el que tenía razón.
Los jóvenes se encontraban incómodos por el constante asedio de la pareja que
se había tomado como suya la responsabilidad de cuidar de ellos.
Una de las cosas que más les molestó fue cuando Sara, mientras estaba
comprando en el supermercado que quedaba cerca de su casa, escuchó cómo su
vecina hablaba con otras dos mujeres en el pasillo contiguo al que ella estaba y ésta
presumía de que su padre le había pedido que se ocupara de los chicos mientras él
estaba de viaje:
“- Como a mí me gustan tanto los jóvenes y disfruto ayudando a todo el mundo,
ya sabéis que para mi, lo principal es ser útil a los que necesitan ayuda, más aún,
estos chicos que, los pobres no saben casi comportarse de palurdos que son; ¡claro,
andaluces! que podemos esperar; así que no he podido negarme al ruego que me ha

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hecho mi vecino; ya veis la responsabilidad que nos ha caído a mi marido y a mi que
no somos tan jóvenes, siendo que no son de nuestra familia, pero los chicos me
quieren tanto como si lo fuera.¡Como voy a negarme!
– Es que tú siempre te has desvivido por todos.- Le contestó una de las mujeres.
– Y..¿Qué voy a hacer? Una es así...-“
Los ojos de Sara echaban fuego al escuchar semejante barbaridad; se hubiera
abalanzado al cuello de aquella vieja mentirosa, pero era muy joven para saber salir
de aquella situación y prefirió callar.
También se calló con sus hermanos, no quería echar más leña al fuego, puesto
que sabía muy bien lo que pensaban de los vecinos y...conociendo, sobretodo a
Victoria, no dijo nada de lo que había escuchado.

Estos vecinos, siempre tenían algo que hacer en la terraza o en la puerta del
piso; cuando no estaban barriendo, regaban las plantas o salían a tirar la basura que,
por casualidad, estaba justo en el muro que separaba las terrazas. Observaron que,
siempre, cuando hablaban en la cocina o en el dormitorio que compartían las chicas, el
vecino estaba sentado en una vieja tumbona de playa, junto al muro de forma que
apenas se le veía la cabeza pero, podía escuchar a la perfección todo cuanto se
decía. Esto les molestó de una forma terrible y se fue sumando a todas las demás
cosas que les hacía insufrible la existencia.

- Esto es insoportable; yo no aguanto que nos


estén vigilando a todas horas y de que se enteren de cuanto hablamos, como si a ellos
les importara algo de nuestra vida.- Decía entre dientes Adrián con la paciencia a
punto de perder.
- A mi tampoco me gusta, pero ¿qué podemos
hacer? – Le contestaba Sara, con un murmullo.
- La única manera de solucionar esto, es
plantándoles cara. –Decidió Victoria, que para eso era muy valiente.
- ¡Ni hablar! Si papá se entera de que les hemos
faltado al respeto, nos la cargamos nosotros. - Dijo Sara. – La única solución es no
gritar, ni hablar alto, por muy cabreados que estemos, para que se queden con las
ganas de saber lo que pasa. Si somos más listos que ellos, no hará falta decirles nada.

A los pocos meses de vivir allí, supieron que la madre de la vecina había muerto.
Le dieron el pésame y asistieron al entierro. Ninguno de los tres hermanos estaba
acostumbrado a pasar por un trance así, pero cumplieron lo mejor que supieron.
Unas semanas después, los vecinos les presentaron al padre de la mujer que se
había venido a vivir con ellos porque se había quedado solo y era ya muy mayor.
El anciano estaba bastante sordo y no veía bien, pero su semblante se iluminaba
cuando alguno de los jóvenes le saludaba y le daba algo de conversación.
Él les contaba episodios de la guerra y les hablaba de sus padres y de sus
hermanos y del hambre tan terrible que habían pasado cuando eran pequeños. Les
contaba pequeños chascarrillos que les hacían reír y cantaba canciones muy antiguas
con un poco de picardía en sus ojos cansados.
Conforme pasaba el tiempo, los jóvenes observaron que el anciano se
deterioraba de forma visible; cada día que pasaba tenía peor color y menos ganas de
hablar. Sus conversaciones se limitaban a llamar a su esposa sin descanso.
Los vecinos se quejaban de que se hacía sus necesidades encima o en la cama;
que se pasaban el día detrás de él limpiándole. Se lo contaban a cada persona que les
escuchara, sin pudor les detallaban todo lo que hacían por él, terminando siempre con
la coletilla de que esta cruz que les había caído era insoportable de llevar.
Siempre que le hacían algo ,se escuchaban los gritos del marido hablándole al
pobre viejo de tú y diciéndole lo “marrano” que era, luego, cuando estaba delante de la
gente, le hablaba con respeto de Ud. y era muy cariñoso con él.

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- Abuelo, salude Ud. a los chicos. – Decía
luego, con una sonrisa de complicidad. – No sabe vivir sin mí; cuando no me ve,
siempre le pregunta a mi mujer que donde estoy. ¡Mirar que ojillos de pillín tiene!

El pobre abuelo, no entendía lo que pasaba y miraba completamente


desorientado. A Victoria le llamaba mucho la atención, la expresión de tristeza que
había en sus ojos. Recordaba con pena una vez que le preguntó cómo se encontraba
y el abuelo le había contestado: -“ Aunque me veis aquí, yo ya estoy muerto” Esta
forma de hablar, le impresionó mucho y procuraba siempre dirigirse a él
cariñosamente.

Cuando llegó el verano, la terraza de los sevillanos, se había convertido en un


patio andaluz. Pusieron un toldo y Sara, que era muy amante de las flores y las
plantas, lo llenó de macetas que daban colorido y perfumaban el aire. Colocaron una
mesa, varias sillas y butacas. El ambiente era acogedor y hermoso. Tomaron por
costumbre hacer la vida allí. Desde el desayuno hasta la cena, pasaban casi todas las
horas del día y buena parte de la noche en la que veían la televisión que enchufaban
en el dormitorio de las chicas.
Una tarde, estaban sentados en la terraza jugando a las cartas, como tantas
otras veces, cuando escucharon una terrible bronca en casa de los vecinos. Por
respeto, no querían mirar, pero el vecino se dirigió a ellos.

- Fijaros lo que ha hecho: le he dado un yogurt


para merendar y lo ha tirado en una maceta,
¡Lo ha puesto todo perdido! – Luego,
dirigiéndose al anciano que le miraba con ojos
de espanto, gritó: -¡Eres un asqueroso! ¿Por
qué lo tiras? No tendría que darte nada de
comer para que te mueras de hambre.
Este espectáculo, era muy incómodo para los jóvenes que no sabían cómo
debían comportarse en una situación como aquella; no respondieron, pero en su
interior censuraban la forma en que trataban al pobre viejo que parecía no entender
nada de lo que le decían.
A este escándalo, siguieron muchos más, tanto por parte del yerno, como por
parte de la hija. Siempre se escuchaban los gritos en contra del pobre anciano y las
exclamaciones de queja por lo que les había caído con el “viejo”.
En sus conversaciones, dominaba siempre el mismo tema que resultaba tedioso
para los jóvenes e impropio por parte de ella.

- No sé lo que voy a hacer, mi padre no quiere


comer y mira que me gasto dinero en
comprarle lo mejor, - Jamás decía que lo
costeaba todo con la pensión de su padre y
quería hacer creer que el gasto era de su
bolsillo.- pero él, se lo mete en la boca y luego
lo tira ¡Qué rabia me da! Se me quitan las
ganas de molestarme en prepararle la comida
Es un desagradecido. Mi marido y yo estamos
sacrificados por él sin poder salir a ningún sito
y ya ves cómo nos lo paga.

Llevaba pocos meses viviendo en casa de su hija, cuando una noche, el vecino
llamó a la puerta; salió a abrir Adrián, como de costumbre, siempre que no estaba su
padre; le contó algo que éste no entendió. Al escuchar el alboroto, se levantaron Sara

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y Victoria para ver qué pasaba. En casa de los vecinos, estaban todas las luces
encendidas y se escuchaba mucho movimiento.

- Es el abuelo, parece que se está muriendo.


Voy a buscar al médico y si me hacéis el favor,
quisiera que os quedéis con mi mujer, está la
pobre muy asustada.
- Si claro, no se preocupe, ahora mismo vamos.
– Le contestó Sara, mientras se ataba mejor el
cinturón de su bata de casa.
Cuando entraron al dormitorio del anciano, lo vieron acostado y respirando con
mucha dificultad. Hacía un ronquido muy raro que las chicas jamás había oído y les
impresionó de verdad. Al lado de la vecina, esperaron en silencio a que viniera el
médico que había ido a buscar el vecino y Adrián que le acompañaba .
- Lleva así mucho rato.- Les explicó la vecina. -
¡Pápa, pápa! ¿me oyes? – Le gritaba dándole
golpes en la cara, que a las chicas les
parecieron muy fuertes y completamente
innecesarios.- ¡Ay mi padre! ¡Se me muere, ya
lo veis, se me muere!

A los pocos minutos, llegó el médico, se acercó al enfermo y le destapó para ver
mejor la forma en que respiraba. Todos estaban alrededor de la cama y pudieron
apreciar el estado en el que se encontraba: Era un esqueleto que todavía se movía.
En todo su cuerpo ya no quedaba ni un gramo de carne, todo era piel amarillenta y
reseca, pegada a los huesos. Las costillas se le marcaban nítidamente. A Victoria le
llamó especialmente la atención, lo pronunciado que tenía el apéndice xifoides, nunca
pensó que pudiera ser tan grande. El lugar que ocupaban los intestinos, era un gran
hueco donde destacaban de forma prominente, los huesos de la pelvis a los lados. A
simple vista, parecía estar vacío por completo.

- ¡Mire, mire Ud. cómo se ha quedado! No


quiere comer y yo no sé qué hacer con él.-
Explicaba la hija, justificándose ante el médico.
- Hay que llamar a una ambulancia. – Dijo éste,
con una expresión muy seria. –Este hombre
necesita ingresar con urgencia en un hospital.

Llegó la ambulancia y cuando intentaron meter la camilla en la habitación, era


difícil hacerlo por la estrechez de la puerta, entonces dijo el médico que se podía coger
al abuelo en brazos. El conductor de la ambulancia así lo hizo. Todos contuvieron la
respiración al ver lo poco que pesaba el enfermo que parecía un pajarito a punto de
expirar.
Esta imagen se quedó grabada en la retina de los jóvenes dejando una terrible
sensación de angustia y un recuerdo para toda su vida.
Unos días después, Victoria deseaba ir a ver cómo seguía el anciano. Sara y
ella, decidieron visitarle la tarde del jueves mientras Adrián hacía unos encargos que le
dio su padre antes de emprender el último viaje.
Llegaron hasta el Hospital de la Paz donde le habían ingresado y después de
buscar entre el laberinto de pasillos, consiguieron encontrar la habitación.
Allí estaba su vecina haciendo punto y hablando animadamente con la esposa
del Sr. que ocupaba la otra cama que había en la habitación.
Al ver a Sara y Victoria, las saludó y besó con tanta efusión que las dejó un poco
sorprendidas puesto que no tenían tanta confianza como para eso.

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Esta actitud les demostraba lo desequilibrada que estaba, porque no había otra
forma de definir su comportamiento.
El pobre abuelo apenas si veía, pero aún así, ellas se acercaron a su lado y le
besaron en la frente. Con sorpresa vieron que estaba atado y que tenía un tubo que le
entraba por un lado de la nariz.
- No os asustéis, es una sonda que va directa al
estómago; es la única forma de alimentarle, ya
sabéis que no quería comer. – Entonces con
un murmullo, les dijo : - Cuando llegamos la
otra noche, los enfermeros que le acostaron,
se asombraron de lo esquelético que está; se
llamaban unos a otros para verle. En cambio la
enfermera me dijo que estaba muy “limpito”, -
Sonreía orgullosa y satisfecha.- que era el
anciano más limpio que había visto. Yo le dije
que mi marido y yo, nos preocupamos mucho
de lavarlo.
- ¿Y el médico qué le ha dicho? ¿Se
recuperará? –Preguntó Victoria.
- No. Después de hacerle muchos análisis y
radiografías, nos ha dicho que está desnutrido
y deshidratado y que no tiene recuperación
posible. Así que lo único que se puede hacer
es esperar hasta que su cuerpo ya no pueda
seguir viviendo.
- ¡Pero eso es terrible! – Exclamó Victoria con
lágrimas en los ojos.
- Ya lo sé, pero no se puede hacer otra cosa.-
Contestó la hija con frialdad y demostrando lo
poco que le preocupaba.
Consternada y llena de buenos deseos, Victoria se acercó a la cama y le tomó la
mano al abuelo, éste abrió los ojos y la miró con tristeza apretándole la mano, como
reconociendo a la joven y agradeciéndole el calor que le transmitía.

- Aunque lo veáis así, no es tan bueno como


parece; mira los ojos de malo que tiene. –
Decía su hija con una expresión en la cara que
asustaba a las dos hermanas. –¡Si lo conoceré
yo! Cuando le cojo la mano, me la aprieta tanto
que hasta me hace daño y además, intenta
clavarme las uñas.
- ¿Por qué está atado?
- Hija mía, si no lo sujetaran, se quitaría la sonda
y no veas lo que cuesta ponérsela. La noche
que llegamos, le hicieron hasta sangre porque
no había manera de que se estuviera quieto.

Cuando salieron del hospital, las chicas iban muy impresionadas, no solo por el
estado en que habían encontrado al pobre anciano, sino por la frialdad con que su hija
le trataba y hablaba de lo que le hacían allí. Era como si esa mujer no tuviera
sentimientos.

Dos meses después, el vecino llamó a casa de los Sánchez una noche, para
decirles que el abuelo había muerto.

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Tanto Sara como Victoria, no pensaban que esta noticia les iba a conmover de
una forma tan profunda.
- Cuanto siento que se haya muerto el abuelo. –
Le llamaban así desde que le conocieron,
porque siempre les había inspirado mucha
ternura.- parece que era de nuestra familia.
- Me daba una pena increíble ver cuanto sufría
con lo mal que le trataban. Se veía tan
indefenso en manos de semejantes “bichos”.-
Victoria siempre era más contundente en sus
afirmaciones que Sara. –Te Voy a decir más:
Creo que lo han matado de hambre. Sí,
aunque te parezca que es una exageración.
¿Es que no has visto lo esquelético que
estaba? Una persona no se queda así por
tener poco apetito, como dice su hija.
- Pienso que si no tenía ganas de comer, podían
haberlo llevado al médico para que le diera
unas vitaminas o algo así que le abriera el
apetito; siempre habrá una solución antes de
llegar al extremo de morir desnutrido y
deshidratado, como ella misma nos dijo que
estaba cuando le ingresaron.
- Sara, tal vez tendríamos que denunciarlos por
asesinato. Porque lo que han hecho, solo tiene
un nombre.
- No seas tan melodramática Victoria; aunque
así fuera, no lo podemos probar. ¿Quién nos
iba a creer? Te recomiendo que no lo vuelvas
a decir, porque a quién denunciarían sería a ti
por injurias.
Asistieron al velatorio y allí fue cuando conocieron en toda su extensión hasta
donde puede llegar la desfachatez de las personas.
Era una hora muy avanzada de la noche y solo se encontraban en la sala del
tanatorio, la familia más allegada y los tres hermanos Sánchez. Ellos se sentaron en
un silencio respetuoso, dispuestos a pasar la noche acompañando a la familia en su
dolor; pero vieron con asombro, que las hijas y los yernos del difunto, se acomodaban
en los sillones, poniéndose otros en los pies y bien tapados con los chaquetones y
abrigos, se prepararon para dormir tranquilamente. A los pocos minutos, solo se
escuchaban en la estancia, los ronquidos atronadores de los supuestos “dolientes”.

- ¿Qué os ha parecido el concierto?. – Preguntó


Adrián a sus hermanas, al salir del cementerio
para volver a su casa.-
- No seas tan macabro, Adrián. –Le censuró
Sara. – Ha sido bochornoso.
- Lo que me ha dejado atónita, es cuando ha
empezado a llegar la gente y nuestra vecina se
ha puesto a llorar diciendo: “¡Ay mi padre! ¡Qué
pena! Ha sido un hombre que no ha molestado
a nadie y no puedo decir que haya sido un
problema para nosotros.¡Nos ha dejado solos!
¿Qué vamos a hacer sin él?....” Me ha faltado
un tanto así. –Dijo señalándose la punta de un
dedo. – para contarles a todos la noche de

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ronquidos que hemos disfrutado y lo cariñosos
que han sido con el pobre abuelo, el tiempo
que ha estado con ellos
- Victoria, tú como siempre, a punto de meter la
pata.
- Sara, es que hay cosas que no se pueden
aguantar.
- Ya lo sé, pero nosotros no tenemos nada que
ver con esa gente.

Javier volvió unos días después; tenía los ojos brillantes y una expresión de
triunfo en la sonrisa. En su equipaje llevaba una gran cantidad de regalos caros para
sus hijos: Relojes, cámaras de fotos y algunas preciosas joyas para las chicas que les
dejaron sin aliento al saber que eran auténticas.
- ¡Se acabaron las penas y las miserias en nuestra familia! – Les
dijo sentándose cómodamente en el sofá, mientras los jóvenes tomaban
asiento en los otros sillones, expectantes ante aquella buena noticia.-
Desde hace un tiempo, estaba pendiente de un negocio que, si salía como
esperaba, sería lo mejor que nos pudiera pasar. ¡Ya veis! Todo ha salido a
pedir de boca. Mañana mismo, voy a buscar la mejor casa que haya en “La
Moraleja”, no aguanto mucho más esta asquerosa pocilga; además,
vosotros ya tenéis las escuelas y las residencias esperándoos en los
diferentes países donde vais a estudiar. Lo he dejado todo listo antes de
venir.
- ¿Qué negocio es ese, papá? Y, ya que todo va a ir tan bien, ¿Por
qué no podemos quedarnos aquí?- Adrián no perdía la esperanza de
convencerle para no marcharse.
- En ese asunto, no ha cambiado nada, ni cambiará por mucho que
lo intentéis. Ya podéis ir preparando vuestras ropas y todo lo que queráis
llevar, porque dentro de una semana, cada uno estará en su sitio. Os daré
el dinero necesario para que os compréis todo lo que necesitéis y lo que os
guste. Quiero que mis hijos sean los mejores vestidos y los más respetados
donde quiera que os vean.
- No has contestado la pregunta del negocio ese tan bueno.- Le
recordó Sara, con la intención de desviar la conversación del colegio, para
evitar discusiones que, sabía muy bien, serían inútiles.-¿De qué se trata?
- Bueno, me han aceptado como socio en la empresa de
transportes internacionales en la que trabajo; ya no tendré que viajar más y
recibiré una parte muy sustanciosa de los beneficios. Han apreciado mis
conocimientos en gestión y me han nombrado administrador, además de
socio, claro.

Los años transcurrían mientras los jóvenes se preparaban para el futuro en los
diferentes países a los que les había mandado su padre.
Sara, continuó con su idea de estudiar Económicas mientras aprendía francés,
pero los planes no le salieron como lo había pensado. Buscó un profesor de francés
que resultó ser muy atractivo y, no sólo aprendió a hablar correctamente, sino que
abandonó la carrera y se casó con él; también se quedó a vivir en París, para estar
lejos de Sevilla, mejor en el extranjero que en España, tan cerca.
Adrián vivía la vida en Italia y, menos estudiar, lo hizo todo. Siempre estaba de
una ciudad a otra: Roma, Venecia, Florencia, Milán...etc. Gastaba mucho dinero y
conocía a todos los que eran como él: hijos de padres ricos y que no servían nada
más que para tener aventuras con cada chica que se cruzara en su camino.
Viendo que no sacaba nada positivo de su hijo, Javier lo mandó llamar y lo puso
a trabajar en la empresa como ayudante suyo. Era una bomba de relojería, puesto que

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se llevaban muy mal, pero no había otra salida para él. Recortó de forma drástica su
asignación mensual y, después del tren de vida que había llevado en Italia, si quería
divertirse y vestir como acostumbraba, debía poner empeño en aprender y realizar su
trabajo con un mínimo de eficacia.
Victoria era diferente, se tomó su carrera seriamente y sus notas eran un ejemplo
de tenacidad e inteligencia. Sin exagerar, era la mejor de su promoción. Hablaba
correctamente en inglés y no se le podía reprochar que sus gastos fueran
desorbitados.
A los veintidós años, terminada su carrera de Ciencias Químicas había recibido
una propuesta bastante buena de unos laboratorios muy prestigiosos que apostaban
por ella, a pesar de su extremada juventud. Era la oportunidad que estaba esperando
y para mayor alegría, se encontraban en Madrid, Ya no tendría que vivir en el triste
Londres que, aunque se había adaptado perfectamente a él y tenía muy buenos
amigos, no acababa de gustarle, ni su clima, ni su gastronomía.

Por fin pudo tomarse unas merecidas vacaciones y se iría a pasarlas en un sitio
pequeño y pintoresco que había visto en unos folletos de la oficina de viajes; se
trataba de Almería, concretamente El Cabo de Gata, un pueblecito del levante
almeriense que contaba con la mejor playa que jamás viera. Su único anhelo era estar
tranquila en un sitio lo más alejado posible de todo el bullicio de las grandes ciudades
y de la compañía siempre irritante de su padre. Quería olvidarse de los estudios, de la
familia y descansar
Cuando llegó allí, nunca hubiera imaginado que se llevaría a cabo un cambio
radical en su vida: Conoció al hombre más atractivo y simpático que pudiera
encontrarse. Era David.
Todo fue como un sueño del que no queremos despertar. Se enamoraron en la
primera toma de contacto, sabiendo, sin dudar, que el destino les había unido.
El paisaje, el clima cálido pero no asfixiante, las playas de aguas transparentes,
con un aroma tan refrescante y las gentes sencillas y amables hasta el límite, fueron el
caldo de cultivo ideal para una historia de amor de ensueño.
Se casaron allí mismo un año después, para seguir recordando su felicidad unida
a aquel entorno natural como el paraíso.
La historia de este encuentro, no quedó así, porque, como en todo lo que nos
trae la vida, siempre hay una parte desgraciada.

Los padres de David, estaban separados desde hacía muchos años, por lo que
él, desde niño, pasaba las vacaciones siempre con su padre. Este tenía otra esposa
que se llamaba Alicia con la que David había congeniado muy bien, la quería tanto
como a su verdadera madre. Era una mujer hermosa, tal vez demasiado delgada; su
carácter dulce y comprensivo, transmitía serenidad cuando se estaba a su lado. En
sus ojos, grandes y profundos, brillaba una luz de tristeza escondida tras la expresión
de amor que irradiaban, lo que siempre intrigó a David y nunca se había atrevido a
indagar por miedo a molestarla o a hacerle revivir fantasmas que le hicieran más daño.
Ella nunca hablaba de su vida anterior, como si nunca hubiera habido un pasado, una
historia que contar.
Cuando Victoria la vio por primera vez, causó una honda impresión en su alma:
era como si la conociera y esta convicción la llevó, incluso, a creer en la
reencarnación, a pesar de ser tan escéptica sobre ese tema, pero estaba segura de
que, en otra vida, había conocido a aquella mujer y la había querido más que a nadie.
No sabía si esa era la causa que le hacía sentir en familia cuando hablaba con
ella. Por muchas vueltas que le diera a la cabeza, estaba convencida de que no la
había conocido antes de que David se la presentara aquella noche en el hotel “Mar
Azul”, en Cabo de Gata. Pero en ella había algo tan familiar...

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Durante el tiempo que pasaron juntas aquel verano, se hicieron grandes amigas.
Para Victoria, fue como encontrar a su madre de nuevo. En ella siempre tenía el
consejo y la comprensión que buscaba. No era sólo la madre de David, se convirtió en
su mejor amiga y confidente.
Por todas estas razones, cuando seis meses después de su boda, supieron que
habían desaparecido Dan y Alicia, los padres de David, sin dejar rastro; su mente se
negaba a aceptarlo. De nuevo se veía siendo una adolescente cuando perdió a su
verdadera madre. De nuevo estaba la incertidumbre de no saber lo que les había
ocurrido. Parecía que se los había tragado la tierra. Estaba convencida de que alguien
les había obligado a vender todo lo que poseían en Valencia. El bufete que tenían en
Alicante y una sustanciosa cuenta en el banco, se lo dejaron a David y a ella. No se
despidieron de nadie y todos los trámites los hicieron en secreto. Ellos no eran así, por
eso, la idea de que fueron obligados por otra persona, no se le iba de la cabeza.
David tampoco lo aceptaba sin buscar las razones que les llevaron a tomar
aquella decisión de desaparecer por completo y sin dejar rastro. Contrató a un buen
detective que les encontrara sin pensar en los gastos y el tiempo que le llevaran sus
pesquisas pero, hasta el momento, no le dijo a Victoria cómo iba la investigación, por
eso ella estaba tan molesta.
No sabría explicarlo, pero la tan consabida “intuición femenina” le decía que
habían descubierto algo que le relacionaba con el asunto y por eso David no quería
explicarle de lo que se trataba; seguramente, tendría miedo de hacerle sufrir. Ella no
podía obligarle a que le contara algo que sólo eran conjeturas en su mente; se
arriesgaba a perder el cariño y la comprensión que les unía, por una simple
corazonada. Esta idea, no la dejaba tranquila y por eso no había podido descansar.
Dejó que el tiempo pasara para comprobar que no debía hacerle caso a su
intuición. Esta vez le había fallado. Todo continuaba igual y sin aparentes
descubrimientos acerca del tema de la desaparición de Dan y Alicia. No volvió a
preguntarle a David. Éste se iba volviendo más reservado con los años y, aunque
estaba convencida de su profundo amor por ella, respetaba ese cambio sutil que se
notaba en él. Seguramente, ella también era distinta a la que había sido cuando se
casaron.

- Estas Navidades serán distintas a las de siempre; por una vez, en todos
estos años, no vamos a estar solos. Éste es un acontecimiento que hay que celebrar a
lo grande. Estoy muy excitada con la llegada de Sara y su familia desde París.- Decía
Victoria a la cabeza inclinada sobre el periódico de David. Aparentemente, él no la
escuchaba, pero ya no le molestaba como cuando era más joven; llevaban demasiado
tiempo juntos y se conocían muy bien.- También me ha dicho Adrián que vendrán ellos
y todos sus hijos. David, ¿Qué te parece que haga de cena?
- Lo que tú veas conveniente estará bien.- Respondió él sin levantar la vista.
- ¡Qué fácil les resulta a los hombres dejar las decisiones a las mujeres!
Tendré que pensar cómo adornar la casa; debe quedar como un sueño para que todos
se sientan felices. También buscaré a más personal de servicio; con los que tenemos,
no será suficiente...¡Cuánto qué hacer!

Su convivencia era apacible y sin grandes problemas. Sólo seguía latente un


sufrimiento al que pocas veces se referían: No tenían hijos. Ninguno de los dos era el
culpable, simplemente, no venían, esa era la respuesta de tantos médicos como
consultaron en los primeros años de su matrimonio; ahora, después de veinticinco ya
parecía olvidado.

19
Sus hermanos: Sara y Adrián, sí los habían tenido. Sara, tres y Adrián, cinco.
Víctor, el hijo mayor de Sara, hacía varios años que estaba casado y tenía dos hijos a
su vez. Las otras dos hijas de Sara, seguían solteras viviendo una vida independiente;
la más joven, era actriz de cine con bastante éxito.

Adrián vivía con su familia en Madrid. Después de volver de Italia, su padre le


metió en el negocio de los transportes. Inesperadamente, comprobaron que era muy
valioso por su extraordinaria simpatía y porque dominaba el italiano y se defendía con
soltura en inglés y francés; los había aprendido de sus múltiples amigos de todas las
nacionalidades que conoció durante los tres desenfrenados años que vivió la vida en
Italia. Lo que no sabía, lo reemplazaba con su innegable ingenio.

Los primeros años, les había costado muchos disgustos adaptarse a su padre y
a él, a convivir en casa y en el trabajo, pero como todo, la costumbre hizo que se
aceptaran a vivir cada uno por su lado, aunque compartieran el entorno.
Se casó ya bastante mayor con una joven de veintidós años que le robó el
experimentado corazón y, en contra de la opinión de muchos de sus conocidos, llegó a
ser un marido fiel y amante de sus hijos. Ahora, era un serio y responsable hombre de
negocios que, desde hacía cuatro años, llevaba la dirección general de la misma
empresa en la que empezó sin responsabilidades, después de que a su padre lo
acusara de aquello tan horrible.

La cabeza de Victoria no dejaba de dar vueltas pensando en el acontecimiento


que se avecinaba. Esperaba que, en los dos meses que faltaban, no surgiría ningún
inconveniente. ¡Debían hacer tantos kilómetros! ¡Tenían unas vidas tan diferentes!
Dentro de su alma, quedaba el interrogante de si cuando se encontraran, después de
tantos años sin verse, la complicidad que antaño había entre ellos, continuaría; eso
sólo lo sabrían cuando se volvieran a mirar a los ojos. Esperaba que nada hubiera
cambiado, por lo menos de su parte, todo seguía siendo igual.

A los cuarenta y cinco se sentía algo cansada, no físicamente, puesto que era
joven y fuerte, sin ninguna enfermedad; sino porque la ilusión con la que había
empezado su carrera y luego su trabajo de investigación, se había ido relajando hasta
llegar al punto en el que se encontraba. La vida le había dado golpes muy duros,
aunque luego la compensara con su buena suerte al conocer a David y con su
posición adinerada que le permitía disfrutar de las cosas que se le antojaran. Pero
todo eso no le aliviaba el dolor de la pérdida de su madre, de la desaparición de sus
suegros, de no poder tener los hijos que tanto habían ansiado. Por eso, muchas veces
se preguntaba: “-¿Para qué tanto luchar? ¿De qué me sirve lo que tengo si no hay
nadie a quien dejárselo? Y David, ¿Por qué se ha vuelto tan reservado? Parece que
no tenemos casi nada en común. No le importa lo que pienso, ni lo que siento, él vive
concentrado en su trabajo y cualquiera de sus clientes es más importante que su
mujer y que su casa.-“

Ahora debía ser fuerte y olvidarse de todas estas cuestiones; lo que importaba
en este momento, era preparase para recibir a los suyos. Los ojos se le habían llenado
de luz y la expresión de su cara denotaba la ilusión que sentía. Se tomó las
vacaciones de Navidad con dos meses de adelanto para tener más tiempo y estar más
tranquila; se podía permitir esas libertades porque en el laboratorio, era alguien
demasiado importante y tenía licencia para lo que quisiera hacer.

En el torbellino de emociones que estaba experimentando, no había reparado en


el hecho de que su padre no vendría a pasar la Navidad con ellos. Hacía dos años que
había muerto de un infarto y, aunque asistió al entierro, sus sentimientos hacía él, no

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habían cambiado, por eso, en aquellos felices momentos, la imagen de su padre no se
le había venido, ni por un instante a la mente.

Involuntariamente, se negaba a recordar la vergüenza y el disgusto que trajo a la


familia el descubrimiento de los delitos cometidos por Javier. A pesar de todo lo que se
había comentado en los diferentes medios de comunicación, se esforzaba por borrarlo
de su memoria.
Todo sucedió nueve años atrás. Un día, la policía se presentó en su casa con
una orden de arresto por tráfico de drogas y una larga lista con delitos menos
importantes de los que Victoria no recordaba ninguno, excepto el peor. Adrián, que
estaba presente mientras le leían sus derechos con las manos esposadas; les dijo que
todo era un error, que su padre no tenía nada que ver en algo tan monstruoso y que
no había derecho a que le detuvieran; uno de los inspectores le comunicó que tenían
pruebas para que no viera la luz en lo que le quedaba de vida. Esto provocó un duro
enfrentamiento con los policías que terminaron por detenerle a él también.
Su padre se mostraba tranquilo, cabizbajo y en silencio, negándose a admitir
cualquier acusación haciendo un gesto negativo de cabeza a cada uno de los delitos
que se le imputaban. Adrián fue puesto en libertad a las pocas horas, sin cargo alguno,
pero el prestigioso abogado que llevaba los asuntos de la empresa, no consiguió que a
su padre, le dejaran en libertad bajo fianza. El juez dijo que los cargos que había
contra él eran demasiado graves para arriesgarse a que se fugara, que sería lo más
probable en un tipo de su astucia.

Catorce meses después se celebraba el juicio en el que se descubrió que, desde


su entrada en la empresa de transportes, hacía ya más de dieciocho años, ésta
formaba parte importante en una red de tráfico ilegal de sustancias prohibidas que
venían de Marruecos y pasaban por el puerto de la Línea de la Concepción, para ser
distribuidas en toda Europa por medio de la prestigiosa compañía de transportes que
poseía una buena reputación. Les había costado largos desvelos y años de
investigación, hasta descubrir que eran ellos los que transportaban la droga con un
sistema de escondites, extraordinariamente bien diseñados, que los mantenía ocultos
y difícilmente localizables, incluso para los perros.

Javier siempre se enorgullecía diciendo que, desde que él dirigía la gestión de la


empresa, esta había subido como la espuma. Nadie se había preguntado nunca, de
donde le venía el dinero para poder llevar el tren de vida del que disfrutaba, tanto él
como su familia.

Ignoraban que, desde unos años atrás, estaban siendo investigados, todas y
cada una de las personas con quienes él tenía alguna relación por pequeña que ésta
fuese.

Todo comenzó en uno de sus primeros viajes como chofer. En Frankfurt, conoció
a uno de los cabecillas de la red de narcotraficantes y pronto se hicieron amigos.
Javier encontró el camino de “forrarse” como él mismo decía medio en broma y,
después de muchos contactos en sus siguientes viajes, decidió que debía indagar las
posibilidades que había con el subdirector de la empresa; le parecía tan ambicioso
como él. Javier siempre fue muy astuto y mucho más malo de lo que todos creían,
dada su aparente inocencia a la que acompañaba su físico de ángel desvalido; lo llevó
a su terreno y así comenzó su largo historial de tráfico ilegal, en el que con paciencia,
acabó por implicar a toda la empresa.

Ninguno de sus hijos asistió al juicio que duró dos semanas y que fue difundido
por todas las cadenas de televisión en sus noticiarios. Al cabo de seis años y medio en
la cárcel, murió de un infarto. Jamás recibió visita alguna; era un preso abandonado

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por todos y despreciado por sus compañeros de cárcel. A sus sesenta y ocho años,
parecía tener noventa. Dijeron que se había arrepentido de todo lo malo hecho en su
vida y este arrepentimiento, le estaba consumiendo poco a poco, porque no logró
hacer que sus hijos fueran a verle y, de ese modo, confesarse con ellos. Todos sabían
donde estaba, pero fue un hombre olvidado. Sólo recibió una visita. Un hombre
desconocido, estuvo con él durante una larga entrevista que pareció dejarle mucho
peor de lo que estaba, pero este individuo, no volvió jamás a verle.

Victoria, con un enérgico movimiento de cabeza, como si pudiera sacudirse los


horribles recuerdos que le habían venido sin proponérselo, ahuyentó aquellos
pensamientos e involuntariamente, le vinieron a la memoria unas Navidades que
fueron muy especiales en su vida. Parecía que habían pasado miles de años, pero
sólo eran veinticinco. Le invitaron a pasarlas en compañía de David y sus padres, el
mismo año que se conocieron. Fue una noche maravillosa, donde, además del
ambiente hermosamente adornado y la buena comida de la que disfrutaron; lo que le
llenaba el recuerdo y le hacía sentirse de nuevo feliz, era el gran amor que se
respiraba, era casi tangible. Después de la cena, se repartieron los regalos y David le
pidió que el suyo, lo abriera más tarde. Cuando tuvieron la oportunidad de estar a
solas, él le ayudó a quitar el envoltorio del anillo más hermoso que había visto: era una
simple alianza de oro, pero significaba que uniría sus vidas para siempre, por eso le
resultó tan hermosamente valiosa.

Se le llenaron los ojos de lágrimas pero, con el movimiento de cabeza que le era
tan característico, intentó desechar la tristeza y la añoranza que le traían los
recuerdos. Debía concentrarse en el presente y nada más.

Estaba dando los últimos toques a la decoración en compañía de varios de sus


sirvientes, cuando escucharon la llegada de alguien.
- ¡Ya están aquí! Claudia, tú ves a abrir, mientras Luisa y yo colocamos
este jarrón en la mesita que habíamos dicho al principio.- Dijo nerviosamente
Victoria, que no dejaba de andar de un sitio para otro.
- Señora, no eran ellos.- Dijo la chica cuando regresó a los pocos
instantes, con la expresión desilusionada.- Era un muchacho que ha traído este
paquete.
- ¿De quien es?
- Viene de Granada.- Dijo la chica, dándole la vuelta para ver el remite.-
Residencia de Ancianos “La Serenidad”.
- No tengo ni idea de lo que puede ser, déjalo en el despacho del Sr. y
que él lo abra cuando venga; seguramente será de alguno de sus clientes.
- No es para el Sr. Egea, es para Ud. Señora.
- Bueno, ya lo miraré después...

Las últimas palabras, fueron interrumpidas por la llamada que se escuchó


insistentemente en la puerta. Esta vez no había dudas, Sara o Adrián, recordaban la
contraseña que tenían en Madrid, cuando se quedaban largas temporadas solos.
Llena de alegría, Victoria fue a abrir personalmente. La casa se llenó de palabras de
felicidad, de besos y abrazos largos y sentidos. Habían llegado todos a la vez y
llenaban el amplio vestíbulo. Los saludos se prolongaron durante una hora; cuando
llegó David, todavía no se habían sentado cómodamente. La casa estaba llena de
bullicio y los niños de Adrián y los de Víctor, correteaban por todas partes sin control.
David no sabía por donde empezar, pero los demás se encargaron de llegar en
tromba a abrazarle. Siempre se habían llevado muy bien y el cariño que sentían era
recíproco. También la cara de David se había iluminado de alegría y hablaba
animadamente con todos sus cuñados y sobrinos.

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Al día siguiente, ya más serenas, las hermanas se reunieron para hablar de sus
cosas en el pequeño, pero agradable saloncito que daba a la parte de atrás del jardín.
Sobre la mesita, frente al tresillo donde se habían sentado, estaba el gran sobre
recibido el día anterior y del que Victoria no se había acordado.
Lo cogió y empezó a abrirlo, sin más interés que el de quitarlo de en medio,
mientras escuchaba a Sara que le contaba parte de tantas cosas como tenían
pendientes. En el interior, encontró otro sobre y una nota que decía así:

Señora Victoria Sánchez: me dirijo a Ud. aunque no la conozco, para cumplir


con la última voluntad de la Sra. Alicia Arenosa, después de su muerte acontecida el
día siete de septiembre de éste mismo año. Ha sido un duro golpe para nuestra
residencia de ancianos “La Serenidad”, perder a una de nuestras personas más
queridas y que ha dejado una huella imborrable en todos los que le hemos tratado.
Encontrado este paquete en la cómoda de su habitación y al ver que estaba a su
nombre, decidimos no demorarlo y enviárselo con la nota que le adjunto.
Le saluda atentamente.

Firmado: María del Carmen López Martos


Directora.

Mientras Victoria abría el papel doblado que sacó del pequeño sobre blanco que,
casi se cayó al abrir el más grande, sus manos temblaban tan ostensiblemente, que
llamaron la atención de Sara. Victoria no escuchó su pregunta interesándose por su
estado, sólo veía las pequeñas y regulares letras que reconoció al instante: habían
sido escritas por una de las personas que más había admirado y querido en su vida.

“Por favor, después de mi muerte, les ruego tengan la amabilidad de enviar este
paquete a la dirección que lleva escrita. ¡Es muy importante! Gracias. “
Alicia Arenosa

El semblante de Victoria, había cambiado: Estaba terriblemente pálida y las


manos que sujetaban el contenido del gran sobre de color marrón, seguían
temblándole amenazando con dejarlo caer. Era un gran cuaderno escrito con la letra
pequeña, hermosa y apretada que ella conocía muy bien.

- Victoria, ¿Qué te pasa? Te has puesto lívida.- Volvió a decir Sara,


acercándose hasta ella para intentar hacerle reaccionar.- ¿Qué es eso? ¿Son
malas noticias?
- Sara, creo que por fin sabremos lo que ha pasado con los padres de
David.- Le dijo a su hermana, después de respirar hondo varias veces.- No sé
hasta qué punto será importante para vosotros conocer las razones que tuvieron
los padres de David para desaparecer, pero creo que ha llegado el momento de
que se sepa toda la verdad, aunque sea después de tantos años de
incertidumbre y angustia para nosotros. Llama a los demás, creo que deberían
escuchar lo que hay escrito aquí.

Durante unos interminables minutos, esperó a que todos fueran encontrados y


avisados de que debían reunirse en el saloncito, para escuchar la lectura de algo muy

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importante; nadie sabía exactamente de qué se trataba, pero sin hacer preguntas,
como si intuyesen que estaban acercándose a la solución de tantas dudas de los
últimos años; una vez que todos se hubieron acomodado y en un silencio, casi
reverente, Victoria se dispuso a empezar la lectura de aquel cuaderno que llevaba por
título:

MEMORIAS

“- No sé por qué esta noche, no puedo dormir. Me encuentro bien, pero los
recuerdos han vuelto precipitadamente y sin aviso, de una forma más vívida que
nunca. Parecen tener ideas propias y han decidido por mí, que necesitan salir a la luz.
Algo en mi interior me dice que debo escribir la historia de mi vida. Estoy segura
de que, para la mayoría de las personas, posiblemente no tendrá ningún interés, sin
embargo, si lo hago será solamente con la esperanza de que, tal vez algún día, llegue
a manos de mis queridos hijos. De esta manera, puede que alcancen a entender todo
lo que pasó hace ya tantos años. Siento que es una deuda que tengo con ellos y que
ha llegado la hora de pagar.
No sé hasta cuando podré escribir; tampoco sé cómo hacerlo, pero me limitaré a
redactar lo que me venga a la mente, así, tal como llegue, sin pretender parecer una
buena escritora, nada más lejos de mi intención.
He oído decir que, cuando se ve pasar por delante de nuestros ojos todo lo que
hemos vivido, significa que la muerte nos está llamando. Si es así, será mejor que no
pierda más tiempo y empiece con el relato que debo contar, a ver si esta siniestra
Señora, me concede la oportunidad de acabarlo, que es muy largo y mi mano muy
lenta y temblorosa.

A los trece años, yo era una niña muy bonita a la vez que demasiado tímida. Mis
padres decidieron que cuando empezara el instituto, debía ir al mismo que iban mis
hermanos. Yo no estaba de acuerdo porque prefería el instituto que me tocaba por el
sector en el que vivíamos, para seguir con mis compañeras de clase y amigas de toda
la vida, además, estaba mucho más cerca de mi casa; ¡No hubo nada que hacer! Mis
padres, como muchos en aquella época, no escuchaban las razones de los hijos, ni le
daban importancia a sus temores y preferencias. Así que, sin ninguna ilusión, empezó
el curso para mí como si se tratara de una montaña imposible de escalar.

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El primer día, cuando terminaron las clases, uno de los profesores me entretuvo
unos cuantos minutos, lo justo para que, cuando salí al pasillo, me encontrara sola sin
saber por donde habían ido los demás. Empecé a andar despacio, completamente
desorientada buscando algún indicio de por donde quedaba la salida. Se acercó a mí
en silencio y, cuando me habló, me llevé un sobresalto terrible, porque no esperaba
aquella voz a mi espalda, tan concentrada estaba en mis pensamientos.
- ¡Perdona! ¿Te he asustado?- Dijo con los ojos muy abiertos; la
sorpresa se la había llevado también él.- ¡Hola! Me llamo Daniel, aunque todos
me conocen como Dan.
- Yo me llamo Victoria.- Le contesté, alargando mi mano para estrechar
la que él me ofrecía.
- Te he visto salir de la clase de matemáticas y me he dado cuenta de
que parecías algo perdida, así que creí que sería bueno ayudarte un poco,
puesto que eres nueva aquí, ¿Verdad?
- Sí, ¿Se nota mucho?... Eres muy amable, ¡no sabes cuanto te lo
agradezco! Estaba completamente desorientada. Todos han salido antes y no he
podido seguirles.- Estaba muy nerviosa y no supe decirle nada más. ¡Era tan
guapo! Tenía los ojos negros y brillantes y ¡tan expresivos! Las pestañas eran
largas y tupidas haciéndole sombra cuando las movía. Calculé que me llevaba
más de veinte centímetros de altura y sus hombros era tan anchos que no podía
imaginar rodearlos con mis brazos. Este pensamiento me cruzó como un rayo
mientras le miraba tímidamente y sentí recorrer un calor extraño por mis venas.
Llevaba el pelo, muy negro, liso y largo casi hasta los hombros. Aunque toda su
persona me causó un terrible impacto, lo que más me llamó la atención, fue su
sonrisa; era franca y limpia, con los dientes perfectos y blancos; parecía que
iluminaba el mundo y te hechizaba sin remedio.
- Victoria... ¡Me encanta tu nombre! ¿Cuántos años tienes? Me
arriesgaría a decir que eres...tres años menor que yo.- Dijo entornando aquellos
maravillosos ojos negros, como concentrándose en el cálculo.
- Tengo trece ¿y tú?.- Le dije temblando por dentro, sin atreverme a
mirarle directamente.
- ¡Justo! Ya te dije que no me equivocaba, yo tengo dieciséis.- Luego,
pasaron unos segundos sin que ninguno de los dos volviera a hablar. De pronto
me dijo:- Eres preciosa.
- ¡Gracias! Tú si que eres amable y sabes cómo quitar los nervios del primer día.

Estuvimos hablando durante todo el camino de vuelta a mi casa; mis hermanos


habían desaparecido los muy sinvergüenzas. No me importó porque iba como
andando entre nubes. Era encantador y coincidíamos en un montón de cosas. Se
ofreció a ayudarme a estudiar y en todo lo que necesitara. Me presentaría a las chicas
más simpáticas y pronto sería una más de la pandilla.
Cumplió su promesa y, en pocos días, estaba completamente integrada en un
grupo de chicos y chicas de diferentes edades y en diferentes cursos, lo que nos daba
la ventaja de poder buscar ayuda para los que estábamos más abajo.
La vida empezó a sonreírme y se puede decir que tenía alas en los pies cuando
me dirigía, cada mañana al instituto. Sabía que allí podía encontrarme con mis nuevos
amigos... y con Dan.
Mis notas empezaron a mejorar ostensiblemente desde que nos reuníamos a
estudiar en una casa u otra de las chicas, además del interés que tenía de ser una
brillante estudiante para que me considerasen algo más mayor.
Dan siempre era amable y cariñoso; cuando hablaba con él, tenía la sensación
de que no existía nadie más que yo en el mundo; era de esas personas que te hacen
sentir especial cuando te miran. Como yo era muy jovencita, creía que esta forma suya
de tratarme era sólo y exclusivamente para mí; me enamoré perdidamente, con el

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alma y el corazón rendidos; como sólo se siente a los trece o catorce años. El corazón
se me disparaba en latidos fuertes y descompasados, cuando él me miraba o se
acercaba sonriendo. Sólo me miraba a mi; al menos eso era lo que creía al principio,
pero estaba muy equivocada; con el tiempo, fui observando que lo hacía con todas;
simplemente, era su forma de ser.

En el grupo que formábamos había de todo y, como es natural, surgían los


romances entre unos y otros que duraban muy poco tiempo, pero este hecho no nos
separaba y se terminaba aceptando como algo normal.
Dan tenía mucho éxito entre las chicas del instituto, no sólo entre las de nuestro
grupo. Todas habían estado enamoradas de él en alguna ocasión. Me di cuenta de
que era fácil hablar con una de las que le habían besado y habían hecho “manitas” con
él; pero a mi no me gustaba que se hablara de esto, porque yo le quería en secreto y
guardaba un férreo silencio sobre mis sentimientos. No quería que me calificaran
como a “una más” de las conquistas del chico más guapo. Lo que sentía por él, era
algo muy serio y sincero; yo misma lo llamaba “amor verdadero” y no estaba dispuesta
a que él lo supiera por boca de las chismosas que abundaban, como en todas partes.

Me fui volviendo reservada y observaba como de lejos, el comportamiento de los


demás. Acabé siendo dos personas: Una era la que todos conocían; la que estudiaba,
reía y participaba en todo lo que se planeaba. La otra era la que vivía a solas en mi
habitación, cuando de noche, aprovechando el silencio de la casa dormida y, en la
seguridad de que nadie podía verme ni oírme, dedicaba todo mi ser a pensar en él.
Conseguí su foto, era pequeña, pero me servía muy bien para mirarle a la hora
que quisiera. También me hice de un poco de su colonia y empapé un pañuelo que
guardé en una funda de plástico. Por las noches, me preparaba estos detalles para
poder tenerle junto a mí y poder imaginar su cercanía. Soñaba despierta que me
confesaba su amor; diciendo que se había enamorado de mi el primer día, que no
había otra para él, que me amaba como a ninguna de las muchas que le querían. Me
abrazaba fuertemente y sentía sus brazos rodear mi cuerpo tembloroso; sus labios se
posaban en los míos hasta que el miedo a la primera vez, se alejaba y podía disfrutar
de aquel contacto tan deseado. Llegaba a sentirlo como si fuera real y me engañaba
pensando que era eso lo que se sentiría de verdad.

Este sueño, al cabo de unos maravillosos minutos, dejaba paso a la cruda


realidad y abría los ojos sabiendo que nada de eso sería posible porque Dan no se
daba cuenta que yo sentía y pensaba como una mujer. Conmigo siempre era bueno,
amable y cariñoso pero para él, era la pequeña del grupo que sólo tenía trece años y
no pensaba en el amor. Esta certeza me causaba tanta desesperación e impotencia,
que pasaba largas horas llorando con auténtico dolor en el corazón. Agobiada porque
no podía compartir estos sentimientos tan fuertes con nadie; mi propio secreto se
apoderaba de la alegría que debía tener a esta edad.
Sólo era consciente de una cosa: Él iba de flor en flor y nunca se fijaría en mi;
por eso jamás sabría cuales eran mis sentimientos; no podría soportar que se riera de
mi, o que comentara con sus amigos lo que hacía conmigo, como lo hacían los otros
cuando se acababa una relación.

La actitud que tenía respecto a los chicos, no pasó desapercibida a mis amigas
que se extrañaban de que no saliera con ninguno y que no hiciera las confesiones
habituales sobre quien me gustaba.
- Victoria es muy especial, nos da la sensación de que está esperando a
un “Príncipe Azul”.- Comentaba en más de una ocasión Esther, que no me tenía
demasiada simpatía.- ¿Es que entre nuestros amigos no hay ninguno digno de tu
amor?

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- ¡No digáis eso, por favor! Lo que pasa es que quiero terminar mis
estudios sin complicarme la vida.- Les respondía, como si estuviera convencida.
- Vamos, eso no te lo crees ni tú.- Volvió a decir Esther.- Lo que pasa es
que te crees mejor que las demás y no te rebajas a contarnos tus secretos.
- Mira, será mejor que lo dejes.- Le contesté algo molesta y para terminar
de una vez.- Yo soy muy libre de hacer lo que me da la gana y no tengo por qué darte
cuentas a ti. ¿Vale?

Los años pasaban deprisa y, como siempre, los amigos se fueron distanciando.
Cada uno escogió su camino; para unos fue una carrera, para otros el mundo del
trabajo. Dan se fue a la facultad de Derecho, yo escogí la escuela de Enfermería;
había sido mi sueño desde muy pequeña; siempre me imaginaba trabajando junto a
los médicos y curando a la gente, consolando a quienes sufrían a la cabecera de la
cama blanca de un hospital y vestida con el uniforme y la cofia.

Un buen día, me llegó la noticia de que mi querido Dan tenía novia formal. Como
él mismo me contó con entusiasmo, durante una tarde en la que habíamos quedado
para tomar un café. Era una chica muy guapa: rubia, alta, espectacular, brillante y tan
inteligente como él. Se conocieron durante unas vacaciones de verano que él pasó en
Alicante, donde ella vivía. Disfrutaron juntos un maravilloso mes en la playa y, lo que
parecía un idilio de verano, se transformó en algo muy serio y definitivo. Se le veía
ilusionado y deslumbrado; sólo hablaba de las virtudes de Ángela y de que, por fin, iba
a sentar la cabeza porque estaba enamorado como nunca lo había estado en su vida.
Muchos fines de semana iba a verla, otras veces era ella la que se desplazaba y,
en una de estas ocasiones, me la presentó. Cuando vi cómo la miraba, supe con
certeza absoluta, que le había perdido para siempre. Yo, muy dentro de mi, tenía la
esperanza de que algún día él me querría; era una intuición que no me dejaba seguir
mi vida; ahora, todo estaba claro: Me había equivocado al seguir esta corazonada.
Mi vida se volvió mucho más oscura de lo que había sido hasta entonces;
simplemente, no tenía esperanza ni ilusión, lo único que me importaba era mi trabajo,
ese sí que me llenaba del todo. Perdí contacto con casi todas mis amigas; no me
apetecía la proximidad que daba pie a las confidencias, primero porque yo no quería
hablar de mis sentimientos y segundo, porque no me importaban en absoluto conocer
los detalles de la vida amorosa de los demás.

Como éramos buenos amigos, llegado el momento, me invitaron a la boda. No


quería ir, me veía sin fuerzas para ver su alegría junto a otra que no fuera yo misma.
Como le quería de verdad, me alegraba de que fuera feliz, pero no podía ser testigo
directo de la ceremonia con la que perdía definitivamente al único hombre al que
amaría en toda mi existencia. Aproveché la ocasión de verle en persona, para decirle
que me era imposible asistir porque Alicante estaba muy lejos de Sevilla y yo tenía que
hacer unas prácticas en el Hospital de San Pablo precisamente, en esa fecha; no era
del todo cierto, pero él no iba a comprobarlo, así que aceptó mis razones y dijo que le
hubiera gustado mucho compartir conmigo, que era una de sus mejores amigas, ese
día tan importante de su vida.
Después de este acontecimiento, me propuse hacer un esfuerzo y olvidarme de
él.- “ Esto se acabó; no quiero pasar mi vida enamorada de un hombre casado.-“ Me
dije a mí misma. Fue una decisión muy dolorosa, pero tenía mucha fuerza de voluntad
y conseguí adormecer este amor, hasta llegar a creer que lo había conseguido.
Acabé mi carrera y la suerte me sonrió: Encontré trabajo en una clínica privada
en la que, muy pronto, me sentía cómoda y satisfecha.
Seguía viéndome con alguna de las amigas del instituto que, poco a poco, se
iban casando y alejándose de las demás. Sin apenas darme cuenta, iba quedándome
sola. Por eso no salía; siempre tenía algún que otro trabajo por hacer, o me inscribía a
un curso. Mis días estaban dedicados al trabajo, a la preparación de nuevos temas de

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estudio y a la lectura, todo menos relacionarme con gente de mi edad y, menos
todavía, con hombres. Ninguno que se acercara a mi, me gustaba; muchos lo
intentaban pero nunca probé a salir; debo decir que la sola idea de que me cogieran la
mano, me repelía.

- No entiendo a las chicas de hoy en día. Está bien que trabajes y que
siguas preparándote para desempeñar mejor tu profesión.- Decía mi madre, casi
cada fin de semana cuando veía que me encerraba en mi habitación con el
propósito de pasar el día leyendo en pijama.- Me gusta el que la mujer sea
independiente y que pueda vivir por sí misma, no como las de mi generación que
sólo se preparaban para ser buenas amas de casa y complacer al marido. Ahora
bien, lo que no puedo entender, es que lo lleves al límite no queriendo salir con
ninguno de los chicos que te llaman.
- Mamá, por favor, ya te lo he dicho miles de veces: no me gusta salir
con un chico que no me atraiga.
- Tampoco les das la oportunidad de conocerlos y saber si te convienen
o no. Con el primer golpe de vista te conformas y eso no es así; para juzgar a la
gente, primero hay que tratarla.
- No te preocupes, cuando llegue el que sea para mí, ya verás como le
doy todas las que necesite; lo que no puede ser es enrollarme con el primero que
llegue.
No la convencían mis argumentos, pero servían para que me dejara tranquila
otra semana más.

La última de mis amigas que seguía soltera, me mandó una invitación para que
asistiera a su boda. Me compré un bonito vestido, porque el que había llevado en las
otras bodas ya lo conocían mejor que yo. Debo confesar que aquella tarde estaba muy
atractiva.
Fue una ceremonia muy hermosa y todos salimos emocionados. Me dijeron
piropos y se burlaron de mí, como sucedió en todas las anteriores, diciéndome que
debía coger el ramo para ver si, de una vez, me casaba.
La cena se prolongó hasta bien entrada la madrugada; pero eso no fue todo:
alguien propuso terminar la noche en una discoteca de moda. La verdad es que,
aunque lo estaba pasando muy bien, no tenía muchas ganas de continuar, pero no me
dejaron opción para elegir y me fui con los demás.
La discoteca estaba llena de gente y de ruido. Todos se pusieron a bailar,
mientras yo aprovechaba la ocasión de encontrarme sola y tomar un refresco. Estaba
cansada y con sueño, la música tan alta vibraba en mis costillas haciendo que
palpitaran al ritmo atronador que impedía escuchar nada más. Pensé en deslizarme
sin ser advertida por los demás y refugiarme entre las cómodas sábanas de mi cama.
Al poco rato, se acercó a mi un muchacho desconocido que me pidió que bailara
con él; al principio pensé decirle que no, que estaba cansada, pero algo en él me llamó
la atención: Tenía cara de buena persona y tan tímido como yo. Era muy guapo.
Rubio, ojos azules y piel morena; ese contraste me gustó de verdad, así que,
completamente contraria a mi costumbre, acepté su invitación y nos fuimos a bailar.
- Me llamo Javier y cuando te he visto, he creído que eras una aparición
celestial.- Dijo con los labios pegados a mi oído.-Nunca he conocido una chica
tan hermosa como tú, en toda mi vida.
- ¿No te parece que estas exagerando un poco?.- Le dije en tono de
broma, porque me daba cuenta de que lo decía en serio.- Yo me llamo Victoria.
- Victoria, ¡Qué nombre tan bonito! Creo que te va muy bien.- Apretó algo
más su abrazo y continuamos moviéndonos por la pista.

Estuvimos juntos todo lo que quedaba de noche. Debo reconocer que me divertí
como nunca y que me encontraba tan a gusto con él, que se me olvidó el deseo de

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volver a casa. Javier trabajaba en una gestoría desde hacía algún tiempo y estaba
contento porque le gustaba y ganaba un buen sueldo. Había empezado la carrera de
Económicas, pero la dejó en el tercer año porque sus padres habían tenido unos
problemas y él, como era el mayor de cuatro hermanos, tuvo que dejar los estudios
para ponerse a trabajar. Yo le escuchaba haciendo un esfuerzo increíble, a través del
ruido que llenaba la sala, pero no le conté absolutamente nada de mí.
Al despedirnos, me pidió el número de teléfono y yo se lo di gustosa, hasta con
impaciencia por volver a estar con él.
- Parece que por fin has encontrado lo que buscabas.- Dijo Isabel en
cuanto tuvo oportunidad en la puerta de la discoteca mientras nos reuníamos
para despedirnos.
- No sé a qué te refieres.- Le contesté para hacerle rabiar un poco.
- ¡Dice que no lo sabe! Victoria, no te entiendo. Estás toda la noche con
el hombre más guapo del mundo y dices que no sabes a qué me refiero.
- Sí que es guapo, pero nada más.- Dije sin darle importancia a la cara
que ella ponía.- No hay que tirar cohetes por eso.
- ¿Es que no te ha pedido el teléfono?.- Dijo Carmen tan interesada
como Isabel.
- Sí, me lo ha pedido, pero eso no significa que me vaya a llamar.
Seguramente lo hace con todas. Esos chicos tan guapos están acostumbrados a
ligar y luego se olvidan. Debí pensarlo mejor y no habérselo dado.
- ¡Hija, qué negativa eres!.- Dijo María que se había acercado a ver de
qué se trataba la conversación.- Me gustaría que, por una vez, te equivocaras y
cayeras enamorada como una loca en los brazos de ese Adonis.- Era mi mejor
amiga y siempre me decía que no se podía estar tan sola, sin un amor. A pesar
de la confianza que siempre tenía con ella, jamás le confesé lo que sentía por
Dan.

Pasaban los meses y yo seguía con mi vida sin acordarme del chico de la
discoteca. Al final, y muy a pesar mío, puesto que me había gustado, resulté tener
razón al decir que había sido un ligue de una sola noche y que no se volvería a
acordar de mí...pero me equivoqué de nuevo, parecía que la intuición estaba fallando
más de lo acostumbrado.

- Te ha llamado un tal Javier.- Dijo mi madre, en cuanto entré por la


puerta.- Como le he dicho que no habías llegado aún, ha quedado en llamar
dentro de media hora.
- ¿Quién dices que ha llamado?
- Ha dicho que se llamaba Javier, nada más. Me he quedado con las
ganas de preguntarle algo, pero, como no lo conozco, me ha dado apuro.
- Menos mal.- Me dije en silencio.- Pues no sé de quien se trata, no
conozco a....Espera, ya me imagino quien puede ser. En la boda de Carmen
conocí a un muchacho muy majo; la verdad es que no creí que se acordara de
mi; por lo menos ha tardado en llamar...¿Cuánto hace que se casó Carmen?
Unos tres meses, ¿Verdad? Mucha prisa no se ha dado.

Mientras hablábamos mi madre y yo, volvió a sonar el teléfono, lo descolgué


segura de que era él y, esta vez, no me equivoqué.
- ¿Victoria? ¡Hola! Soy Javier, ¿Te acuerdas de mi?
- Si, si, claro, ¿Cómo estas?
- Ahora muy bien, pero he pasado todos estos meses buscando tu
número de teléfono.
- Creo que te lo di.
- Sí, pero lo escribí en una servilleta de papel ¿Te acuerdas? y la guardé
en el bolsillo de la camisa, luego se me olvidó sacarla; mi madre lavó la camisa y

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no se dio cuenta de que había algo en el bolsillo; resumiendo: me encontré con
una bolita de papel imposible de leer.
- Eso sí que es gracioso. ¿Cómo has conseguido encontrarme?.- Le
pregunté, sonriendo por la situación en la que se había visto el chico más guapo
de aquella noche.
- Es un poco lioso. Estuve preguntando a todos los amigos que fueron a
la discoteca esa noche y, después de muchas negativas, tuve la suerte de que
uno de ellos, conociera a la hermana del novio de tu amiga, la que se casaba y,
por medio de ella, consiguió darme tu número. Claro que, todos esos trámites, se
han llevado su tiempo.
- Casi parece una investigación en toda regla.- Dije aguantándome la
risa.
- No creas que ha sido tan sencillo, pero lo único que importa es que
estamos hablando. En todo este tiempo, no he dejado de pensar en ti y en lo
bien que nos entendimos. Cada vez que preguntaba y no encontraba a nadie que
te conociera, me llenaba de pena pensar que te tuve tan cerca y que, por una
tontería, podía perder el contacto contigo.

Hablamos durante una hora larga y quedamos en vernos al día siguiente. Uno
tras otro, él iba a buscarme a la clínica hasta que, a fuerza de repetirse, lo encontré
tan natural que si, por cualquier cosa no podía, me resultaba extraño no verle dentro
del coche en la puerta de la clínica, esperándome con una sonrisa.
No podía negar que me gustaba. Además de guapo, que lo era mucho; era
correcto, amable y simpático, pero no estaba enamorada. No sentía aquella emoción
que experimentaba cuando veía a Dan. Alguna que otra vez, me cogía de la mano,
pero tampoco reaccionaba como pensaba que debía hacerlo.
Recuerdo el día que se declaró y cómo lo hizo. Creí que se pondría nervioso,
pero fue todo lo contrario, hasta me resultó frío.

- Victoria, creo que no es necesario que te lo diga, porque estoy seguro


de que ya lo sabes, pero continuaré con el trámite: Te quiero, pero te quiero de
verdad, no es una forma de hablar. Lo que deseo es estar siempre contigo y
poder envejecer juntos; tener hijos que se parezcan a ti; quiero que seas tú la
persona con la que forme mi familia.- Por supuesto que sabía de lo que quería
hablarme, ¿Qué mujer no intuye que la quieren? Pero su forma de hacerlo, tan
calculadora y tan seguro de sí mismo, no terminó de agradarme.
- Te agradezco mucho que me hayas elegido a mi para que sea tu
“familia”, pero debo pensarlo, quiero estar segura de que es lo mejor para los
dos.
- Yo sí estoy muy seguro de que todo debe ser así.- Parecía que no me
daba opción de elegir, pero deseché este pensamiento, porque no podía ser
cierto.- Tú eres la mujer de mi vida.

Lo estuve meditando sin terminar de decidirme, durante un mes. En mi corazón


había una confusión de sentimientos que no acababa de entender: No le amaba, de
eso estaba segura, pero le tenía mucho cariño. Me imaginaba el daño que le podía
hacer al rechazarle y me daba pena. Debo reconocer que era una cobarde.
Por otro lado, si no me casaba con él, tampoco lo haría con otro, puesto que no
me enamoraría jamás, eso lo tenía bien claro. Aunque me había prohibido a mí misma
volver a pensar en Dan, era inevitable, porque sabía que nunca dejaría de quererle y
que no habría otro en mi corazón. Si no podía tenerle a él, me daba igual con quien
estaba. Me dije que sí, que me casaría con Javier. Me convencía de que era lo mejor y
así no le ofendería con una negativa. Miraba al futuro y no quería verme sola y
aguantando siempre los mismo comentarios a los que estaba acostumbrándome.

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La noticia cayó muy bien en las dos familias. Parecía que la estaban esperando y
se alegraron mucho de que nos hubiéramos decidido por fin.
Javier tenía prisa y fijó la fecha de la boda para el cinco de Junio de ese mismo
año, es decir, seis meses después. Yo me dejaba llevar, porque no tenía ilusión.
Los preparativos iban muy bien; los dos trabajábamos y el tema económico no
nos preocupaba.
Relativamente pronto, encontramos un piso maravilloso en un edificio que
estaban construyendo en la calle Juan Sebastián el Cano. Ya estaba terminada la
primera fase y tuvimos la suerte de que quedara un piso sin vender.
Era el tercero, tenía mucha luz y unas vistas preciosas; por la parte de atrás,
había un parque comunitario donde los niños podían jugar sin peligro y estaba por
construir, una hermosa piscina.
La casa era muy espaciosa; tenía cuatro dormitorios, dos cuartos de baño, una
despensa, la cocina, que era grande y luminosa y el salón, que tenía veinticinco
metros cuadrados, era una maravilla.
Dimos una buena entrada y el resto lo pagaríamos en plazos de seis meses,
durante quince años. Era realmente caro, pero nos arriesgamos porque merecía la
pena.
Lo que más ilusión me hacía, era amueblarlo. Recorrimos todas las tiendas de
muebles hasta encontrar lo que me gustaba. Fueron meses de no parar: Comprar y
comprar. ¡Cuánto disfruté!
Parecía que la voz que me decía en mi interior que debía pensarlo mejor, se
había perdido entre las otras que me felicitaban y auguraban una vida feliz.

Llegó el día de la boda y me encontré rodeada de todas las amigas que me


habían estado siempre apremiando para que llegara hasta ese momento. En todas las
caras veía la alegría y yo misma me contagiaba de ellas. Todo pasó como en un
sueño, para despertar entre los brazos de un hombre que no me inspiraba ningún
sentimiento que no fuera el simple cariño de alguien conocido.
Me resultó muy difícil hacer el amor con él las primeras veces, pero acallaba mi
corazón diciéndome que era lo que yo había decidido y fingía para que él no se diera
cuenta de lo mal que lo pasaba.
Necesitaba llorar, pero no me dejaba sola ni un momento, sólo de noche, cuando
le escuchaba el ritmo de la respiración y sabía que estaba dormido, era cuando me
desahogaba con un llanto irrefrenable, pero que controlaba para no despertarle y tener
que dar unas explicaciones imposibles.

Empezamos nuestra vida en común, con cariño y en armonía; no discutíamos


nunca y éramos bastante felices. Yo me estaba acostumbrando a aceptar las cosas
como venían y procuraba disfrutar con mi nueva casa y la libertad de organizarla como
quería.
Por las mañanas, Javier se iba a su trabajo y yo me quedaba en casa, porque en
la clínica me habían puesto el turno de tarde, lo cual me venía muy bien. De ese
modo, tenía tiempo de llevar la casa sin agobios y de comer juntos todos los días;
luego, me arreglaba y para las dos, ya estaba en mi trabajo, hasta las diez de la noche
que salía y Javier me esperaba para ir a casa.
Salíamos los fines de semana para aprovechar todo el tiempo de que
disponíamos para divertirnos y estar juntos. Los sábados, quedábamos con los amigos
y nos íbamos a jugar al tenis; Javier era muy bueno y ganaba casi siempre; yo estaba
aprendiendo y él se desesperaba porque no era capaz de hacer un saque en
condiciones. Estaba convencida de que el tenis no era lo mío, pero jugaba porque a él
le gustaba.
Luego, nos duchábamos y nos íbamos a comer a la casa de sus padres y los
domingos, lo hacíamos en la de los míos. Después de comer nos encontrábamos con

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los amigos y tomábamos un café; casi siempre íbamos al cine y terminábamos la tarde
merendando todos juntos en cualquier sitio.

Empezó siendo un pequeño retraso que nos hizo sospechar, pero luego fue una
maravillosa certeza: ¡Tendríamos un hijo! Entonces pensé que había merecido la pena
todo por lo que estaba pasando, porque, debo confesar que, para mí, la vida no era
muy agradable, aunque tuviera lo que necesitaba y aunque Javier me quisiera. Acallé
mi corazón con la nueva ilusión que crecía dentro de mí y me juré que nunca más
volvería a sentirme vacía.
Me encontraba muy bien, no tenía mareos ni deseos extraños; nada me impedía
seguir trabajando y así continué hasta que el volumen del vientre me lo permitió.
Por lo único que notaba el embarazo, era que me sentía mimosa y necesitada de
atención; quería que me cuidaran y que estuvieran pendientes de mí; sin embargo,
Javier decía que eran tonterías de embarazadas a las que no había que darles una
importancia exagerada. Nunca tenía el detalle de hacerme algún capricho y si me
encontraba pesada y sudorosa, decía que era normal en mi estado y dejaba que me
sintiera ridícula e inoportuna.

- ¡Ya lo sé! Pero por casualidad lo estoy; por eso tienes que ser más
cariñoso y comprensivo; en cambio da la sensación de que no es cosa tuya,
tanto como mía; este hijo es de los dos y, ya que tú no pasas por esto, por lo
menos podías ser más atento.- Le dije, con las lágrimas amenazando resbalar
por las mejillas en contra de mis deseos.
- ¡Vamos, mujer, tú no eres así! No caigas en las creencias de la gente
inculta que está convencida de que le saldrá un “antojo” al niño en la cara si no
se le hacen todos los caprichos. Tú estás más preparada; de algo te tendrá que
servir ser enfermera.

No se por qué, esa forma de tratarme me hacía tanto daño. Sabía que él tenía
razón, comprendía su manera de pensar y estaba de acuerdo, pero la teoría no era
igual que vivirlo; ahora podía comprender a otras mujeres que se quejaban de lo
mismo y que se las había tomado por caprichosas.

Los meses pasaban entre alegrías y tristezas hasta que llegó Abril y el momento
de conocer a mi hijo. Fue una niña rubia y con los mismos ojos azules que su padre.
Cuando la miraba, me parecía la más hermosa de las muñecas. Le pusimos de
nombre Sara, era bonito y corto; nos gustaba a los dos y nos decidimos por el.

Un día tras otro, nuestra hija se iba poniendo más preciosa ; ya se le entendía
alguna palabra, o al menos eso nos parecía. Sólo vivíamos pendientes de cuando la
niña sonreía, cuando lloraba, o tenía hambre, todo nos parecía poco para cuidarla.

Los abuelos estaban locos con ella y las abuelas, se disputaban el honor de
hacerse cargo de atenderla cuando yo volviera al trabajo. Esta era una decisión difícil
de tomar porque no podía inclinarme por una u otra sin caer en el disgusto de la que
se quedara fuera. La madre de Javier, era bastante mayor y no me parecía bien
cargarla con el cuidado de un bebé que necesitaba una constante atención. Pensé que
la más adecuada era mi madre; mucho más joven y fuerte de salud. Tenía tiempo libre
y le vendría muy bien ocuparse de alguien que no fuera ella misma.

- Cariño, he pensado que no es necesario que te preocupes de quien se


hará cargo de la niña. Lo mejor es que seas tú quien lo haga. Los primeros años
en la vida de una persona son los más importantes, por eso, todos los
entendidos recomiendan que sea su propia madre la que se ocupe de cuidarla y
educarla, ya desde los primeros meses.- Al ver la sorpresa dibujada en mi cara,

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ante una propuesta que jamás habría imaginado en él, continuó:- Eso lo sabes
tú, mucho mejor que yo.
- Javier, ¿Por qué no eres sincero y me lo dices claramente? Lo único
que deseas es que deje el trabajo.- Le conocía bien y, aunque presumía de que
tenía las ideas modernas y que estaba a favor de la igualdad de la mujer, yo
sabía que era sólo una capa externa de barniz ante sus amigos menos
machistas que él.
- Ya que lo dices, creo que sería lo más conveniente. De todas formas,
con lo que yo gano, tenemos suficiente para vivir y pagar los plazos de la casa;
tu sueldo no es tan necesario. Despídete ahora que ya tienen una sustituta por tu
maternidad. Creo que el Dr. Fernández lo comprenderá perfectamente.
- Puede que sí, pero lo que importa es que yo no quiero dejarlo. Llevo
muchos años trabajando allí y les aprecio casi como si fueran mi familia. No creo
que mi madre le de una mala educación, ni le inculque malos hábitos a la niña; te
recuerdo que fue ella la que me educó a mí y no lo ha hecho tan mal. Además,
sería sólo por las tardes y, aunque tú digas que tenemos suficiente con tu sueldo,
no es así.
- Bueno, pues te ajustas más a los ingresos y se eliminan los caprichos
tontos. No quiero volver a hablar de este tema: Tú cuidarás de mi hija, para eso
eres su madre; nada más.

Así fue cómo empezó , mi carrera de ama de casa; por decisión pura y sencilla
de mi marido. En eso yo no tenía ni voz, ni voto.
Se aprovechó de que en aquel tiempo, yo seguía siendo tímida, insegura y
dependiente de él, por eso le obedecí. Me dediqué en cuerpo y alma a mi hija y a las
obligaciones de la casa.

Al cabo de un año, me quedé embarazada de nuevo. Esta noticia no fue tan bien
recibida como la primera vez. Sara era muy pequeña todavía y nos hubiera gustado
que el segundo viniera, por lo menos cinco años después, pero no se podía hacer otra
cosa que resignarse y aceptarlo. Por suerte para mí, el embarazo fue tan bueno como
el primero; aunque se me hizo muy largo al tener que atender a la niña que dependía
mucho de mis brazos, puesto que tenía sólo un año, y me costaba un gran esfuerzo
llevarla con la tripa tan grande.
A finales de Enero, nos llegó un niño que pesó casi cinco kilos. Fue un parto algo
más difícil que el de la niña, pero terminó sin complicaciones para ninguno de los dos.
Era un niño precioso; se parecía más a mí. Era moreno, pero cuando abrió los ojos,
nos dio la sorpresa de ver que eran azules, pero no como los de su padre; estos eran
más claros y transparentes. Parecía un querubín de los que pintaban los maestros
italianos. Le pusimos de nombre Adrián.

Decidimos que ya no tendríamos más hijos. Habíamos sido afortunados al contar


con una pareja y nos pareció que debíamos parar ahí.
Con dos bebés en casa, mi vida cambió bastante. Eran tan pequeños que los
cuidados del uno, eran los mismos que los del otro. Mi vida se pasaba entre biberones,
pañales y llantos. Por otra parte, tenía más ropa, más compras y más limpiezas.
Para Javier, no cambió nada. Él seguía jugando al tenis con sus amigos los fines
de semana, pero ya de forma más seria. Entre ellos habían hecho un equipo de chicos
que prometían y los preparaban para entrar en los campeonatos nacionales. Javier era
el entrenador y esto le exigía una dedicación mucho mayor que cuando sólo jugaba
por deporte.
Como es de suponer, yo no podía ir como antes, porque los niños eran muy
pequeños, así que me pasaba todo el fin de semana sola con los nenes y esperando
que Javier volviera de los entrenamientos. A veces no tardaba mucho y a media tarde,
ya estaba en casa, pero la mayoría de las ocasiones, era de noche cuando venía.

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Siempre contaba con un motivo justificado para la tardanza. La cuestión es, que me
pasaba los días entre semana sola y los fines de semana también.
La costumbre de comer en casa de los abuelos, hacía ya algún tiempo que se
había terminado.
- ¿Para qué vamos a ir? Los niños dan mucha lata y las personas
mayores ya no tienen ganas de escuchar los berridos de los pequeños; además,
yo no tengo tiempo para visitas; las comidas estas acaban muy tarde y tengo mis
compromisos que cumplir..- Esas fueron las importantes razones que me dio
para que, ni siquiera dos días a la semana, pudiera estar en contacto con otras
personas y pasara sin hacer comida y sin fregar los platos después

Algún Sábado, podía conseguir que me acompañara a hacer la compra de la


semana; pero cada vez se me hacía más difícil. Él creía que ese era un trabajo de
mujeres y que no debía distraerle de sus compromisos con el equipo.
Para mí era muy cansado ir sola con los dos niños, simplemente, no tenía
suficientes manos para ellos, el carro y la compra. Después, cuando llegaba a casa,
tenía que cambiarles los pañales, darles la comida y colocar toda la compra en los
armarios y el frigorífico. Terminaba agotada y con mal humor. También me acostumbré
a eso y lo llevaba con paciencia. Ya sabía que tenía que hacerme a la idea de que
estaba sola para todo que no fuera prepararle la comida a mi marido, ocuparme de su
ropa y ser cariñosa y dócil en la cama cuando a él le apetecía.

Cuando Adrián había cumplido ocho meses, empecé a sentirme mal; no sabía
qué podía ser. Ese mes no me vino la regla y pensé que sería un trastorno o una
inflamación.
- ¿No estaré embarazada otra vez? – Le dije a Javier, con auténtico
pánico ante la sola idea de volver a empezar.
- Eso es imposible y tú lo sabes. ¡Yo tengo mucho cuidado!
- Entonces tendré que ir al médico, no me encuentro nada bien.
- Pues no lo dejes y ves cuanto antes. Las mujeres siempre recurren al
médico cuando ya no hay muchas soluciones y se pasan el resto de su vida
llenas de achaques y complicaciones.

El médico me confirmó lo que tanto temía. Cuando salí de la consulta, iba como
si me hubieran dado la peor noticia de mi vida. Había dejado a Sara con mi madre y
llevaba a Adrián en los brazos; las piernas me flaqueaban de tal manera, que temí
caerme con el niño. Volví a casa con los ojos llenos de lágrimas deseando poder dar
marcha atrás a mi vida. ¡Cuánto se pagan los errores que cometemos!
- ¡Mujer, no te lo tomes así! – Cuando se lo dije a Javier, pensaba que
reaccionaría como yo, que por una vez sería comprensivo, pero me equivoqué,
como siempre.- Tranquilízate, es uno más, tampoco es el fin del mundo.
¡Cuantas mujeres tienen seis o siete! Tú eres fuerte y ya con experiencia; estoy
seguro de que sabrás manejar igual de bien a los tres.

Pasé un embarazo fatal. Siempre estaba mareada y angustiosa, devolviendo


todo lo que comía y si no lo hacía, me sentía débil e igualmente mareada. Fueron los
nueve meses peores de mi vida, cargada con todos mis deberes sin que nadie me
ayudara, porque mi marido no lo creía conveniente; le parecía un despilfarro y un
riesgo meter a una persona extraña en su casa, como él la llamaba siempre.
Llegado el momento del parto, parecía que las horas no pasaban entre aquellos
terribles dolores, acabé por pensar que estaría tan agotada que, al final, no tendría
fuerzas para terminar. Doce horas después, recibía a mi tercera hija, con alivio y con
alegría después de todo, porque estaba sana y bien.
- Esta niña es la que más se parece a ti, por eso llevará tu nombre.-
Decidió Javier, como siempre sin contar conmigo, pero a mi me daba igual todo.

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Aunque parezca una exageración, cuando empecé a luchar con tres niños tan
pequeños, me veía desbordada; parecía que se ponían de acuerdo y, cuando el uno
lloraba el otro lo hacía también. Tenían hambre a las mismas horas y había que
cambiar los pañales al mismo tiempo, pero yo solo tenía dos manos y los días se
hacían monótonos, aunque no paraba ni un segundo porque estaba siempre pendiente
de las necesidades de mis hijos.

Como es de imaginar, para mí se terminaron las salidas y las visitas; ya con los
dos primeros, se habían distanciado mucho entre ellas, pero ahora, simplemente era
imposible. Me fui alejando de las amigas que eran como hermanas a lo largo de los
años de escuela; las vecinas con las que siempre había tenido una complicidad
extraordinaria, también se fueron perdiendo de mi vida. Ya nadie venía a visitarme,
porque, cuando lo habían hecho me encontraban demasiado atareada con los niños y,
según sus propias palabras: “No queremos molestarte”.
Javier seguía con su trabajo, como siempre. En la oficina daba igual los hijos que
tuviera, él cumplía y se marchaba, en cambio ganaba lo mismo y, aquel sueldo que
era tan bueno para los dos, ahora había que dividirlo entre cinco y no llegaba, pero
como las cuentas y los milagros los hacía yo, él estaba tan tranquilo, con la excepción
de las pocas veces que veía la cuenta del banco y se enfadaba porque gastábamos
mucho en la casa.
- ¡Esto es una locura! ¿Cómo crees que vamos a poder pagar la hipoteca
de la casa con estos gastos tan grandes? – Decía gritando como un energúmeno
mientras echaba chispas por los ojos.- Yo no puedo hacer más de lo que estoy
haciendo y si no tienes más cuidado con los gastos, nos quitaran la casa y
tendremos que irnos a vivir debajo de un puente.
- Repasa todo lo que se consume al mes y dime lo que se debe eliminar
y lo haré.- Le contestaba yo con el máximo de calma posible.- Lo que sí
podríamos quitar es la cuota de socio del club de tenis, eso sube mucho y, en
realidad desde que entrenas a los chicos, apenas vas por allí. Otra cosa, no sería
muy mala idea que cogieras algún otro empleo por las tardes; desde las tres que
terminas, hasta las diez de la noche, podrías hacer algo que nos diera un
respiro.- Yo sabía que este tema le volvía loco, pero también estaba harta de ser
yo siempre la responsable de todo lo malo.
- Claro, tú todo lo ves muy fácil. No quiero dejar el club porque soy socio
desde que era un crío y me gustaría seguir siéndolo; además, tú no tienes por
qué meterte en eso.- Gritaba con una furia terrible que a mi me dejaba
completamente fría.- ¿Quieres que busque otro trabajo? Como a ti no te fastidia
todo lo que yo tengo que aguantar durante las ocho horas, ves muy fácil que
continúe así otras tantas y terminar hecho polvo todos los días. No cuentes
conmigo para vivir como se te antoje; mírate, si pareces más vieja que tu madre,
y tan fastidiosa como ella. Me dan ganas de romperte la boca para que no se te
ocurra decir más tonterías.
Esa fue la primera vez que me dio una bofetada, después siguieron muchas
otras que aguanté sin rechistar, por miedo de que lo oyeran los vecinos y los niños.
Estuve mucho tiempo dándole la razón y pensando que había sido culpa mía por
sacarle de sus casillas; después, vería las cosas desde otro punto de vista muy
diferente, pero ya no había solución.
Después de estas explosiones, Javier seguía con su vida y solo le veía cuando
venía a comer y por las noches. No hablábamos, porque a él no le interesaba nada de
lo que pasaba en casa durante el día; decía que eran pequeños problemas domésticos
y que eran cosa mía, no de él que ya tenía bastante con su trabajo y la
responsabilidad del equipo.
Así, pasaban los meses que se convirtieron en años que trajeron nuevas
preocupaciones que debía solventar sola: Los médicos, cuando alguno de los niños se

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ponía enfermo, los colegios, cuando tuvieron la edad, las caídas con la bicicleta, las
peleas en la escuela, los romances de las niñas...etc. Eran complicaciones normales
según iban creciendo.
Los veranos, pasábamos el mes de Agosto en el pueblo de los padres de Javier;
él nunca nos acompañaba porque era cuando su equipo tenía las competiciones de
verano y, como es natural, no podía dejarlos solos. Así que yo seguía sola con los
niños. A veces, en las horas en que podía estar tranquila, pensaba que los había
tenido sola, sin la participación de Javier que, por otro lado, nunca los había deseado.

Sara, que siempre fue buena, madura y ordenada, se había convertido en una
hermosa chica de dieciocho años. Era estudiosa, por lo que nunca tuvo grandes
fracasos con las notas; quería estudiar Económicas porque, según decía, las
matemáticas eran su fuerte. A pesar de tantas virtudes como encontraba en ella y lo
bien que nos llevábamos, jamás fue un apoyo para mí; en ese sentido era igual que su
padre: se dedicaba en cuerpo y alma a sus estudios y el tiempo que tenía libre, era
exclusivamente para sus amistades; no quería ni oír hablar de ayudarme con las
tareas de la casa, ni siquiera hacía su cama por más que le razonaba o, cuando ya no
podía más, le recriminaba.
Yo comprendía que ella tuviera derecho a su libertad, puesto que ya era mayor
de edad, pero a pesar de todos estos razonamientos, no podía evitar que su
comportamiento conmigo, me doliera. Era como sentirme despreciada.

Adrián, ya estaba cerca de los diecisiete años. También era un muchacho muy
guapo. Estaba en esa edad difícil en la que, todavía no era un hombre, pero tampoco
se le podía llamar niño. Todos le decíamos que prometía ser muy atractivo y que
tendría a las chicas locas por él, pero estas bromas no le gustaba que se las dijéramos
y se ponía colorado. La verdad es que le molestaba absolutamente todo cuanto se le
decía. En el instituto se limitaba a cumplir, que no era poco viendo cómo iban sus
amigos de mal en peor, pero teníamos la esperanza de que cuando se hiciera más
maduro, tomaría mayor interés en los estudios.

Victoria, era diferente en todo a sus hermanos, no sólo en el físico. Tenía quince
años y era una verdadera belleza morena. Como un terremoto, su carácter era alegre,
decidido, brillante. Arrasaba entre los chicos dejando a sus amigas siempre por detrás,
aunque ella no era consciente de este fenómeno, pero su simpatía y atractivo, no era
comparable con las demás; a pesar de todo, no tenía enemigos y la aceptaban tal cual
sin envidias, ni rencores. Quería estudiar Ciencias Químicas.
Conmigo era zalamera y cariñosa, sobre todo cuando quería conseguir algo de
su padre y necesitaba que le echara una mano, entonces me ayudaba con ansia y
hacía todo lo que le decía; yo sonreía, pero me sentía muy orgullosa de mis tres hijos.
No le pedía más a la vida porque ellos la llenaban por completo, o al menos, eso era lo
que pensaba. Les entregué la vida entera, pero había merecido la pena el esfuerzo y
todos los sacrificios.

Mi relación con Javier, se iba enfriando a pasos agigantados desde hacía ya


mucho tiempo. El cariño que sentía por él al principio, se fue perdiendo entre el
abandono en el que me dejaba, los malos tratos físicos y psíquicos, los detalles de
absoluto egoísmo y la nula comprensión que veía por todo lo que no fuera su mundo.
Las pocas veces que hablábamos, hacía que me sintiera como su propiedad y su
esclava sin derecho a opinar, ni a decidir excepto las competencias de la casa que no
suponían más de una cantidad a la que él llamaba: importante.
Ahora tenía tiempo suficiente como para volver a ser yo misma, pero mis
antiguas amigas, tenían hecho su círculo y, aunque me recibieran con cariño, yo
notaba que era una extraña entre ellas. Con Javier tampoco podía salir. Él estaba
acostumbrado a ir por su cuenta y cuando yo le insinuaba que podíamos ir juntos a

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este sitio o al otro, nunca estaba libre y sus ocupaciones con el equipo y los amigos,
no eran para mujeres, según decía.
Entre Javier y yo, prácticamente no quedaba nada; la comunicación era nula, no
compartíamos más que la casa a la hora del almuerzo y la cama para dormir y para
hacer...no puedo decir el amor, porque , por lo menos de mi parte, ni existía tal
sentimiento; sólo era una de tantas obligaciones del matrimonio y no de las más
agradables, por cierto; para él tampoco era una expresión de cariño, sino más bien,
una necesidad del cuerpo, se limitaba a desahogarse sin pensar que yo era una
persona, no un objeto del que servirse.
Así que continué con mis quehaceres rutinarios de la casa. Aprendí a hacer
manualidades, pero me sentía vacía y sin ilusión por nada. Me daba cuenta de que la
depresión se iba metiendo dentro de mí paso a paso, cogiendo cada vez más terreno;
pero me propuse que no le dejaría que siguiera avanzando. Leía mucho y esto era lo
único que me ayudaba a luchar contra la depresión. ¡Solo tenía cuarenta años! De
ninguna manera debía dejarme llevar como si fuera una anciana de ochenta. Estos
pensamientos terminaban siempre en el mismo sitio y con las misma preguntas: ¿Qué
puedo hacer? ¿De qué manera saldré de esta situación? ¿A quien puedo recurrir? ¿Es
que el futuro que me queda lo pasaré siempre sola? No conocía las respuestas y
también ignoraba que pronto tendría la solución a mis temores.

Fue de la forma más inesperada y maravillosa; así, como ocurren las mejores y
peores cosas.
Una mañana, volvía de comprar cuando me detuve en la gasolinera que estaba
cerca de mi casa para llenar el depósito. Javier se enfadaba cuando cogía el coche
porque decía que siempre iba en la reserva.
Después de pagar en la caja, ya me estaba sentando detrás del volante, cuando
le vi. No dudé ni un momento: ¡Era él! Le habría reconocido entre mil. Estaba bastante
cambiado; algo más calvo y le sobraban unos kilos; pero seguía siendo el hombre más
atractivo del mundo. Sus ojos eran inconfundibles y volví a sentir la misma sensación
de antes, cuando se encontraron con los míos. Mi corazón se detuvo un momento,
para luego volverse loco con unos latidos desacompasados e irrefrenables que
amenazaban con cerrar mi garganta y matarme por asfixia.
Él me seguía mirando y parecía no estar muy seguro. Lentamente se dirigió
hasta mi coche decidido a salir de dudas. En ese momento, en lo único que pensaba
era si estaba bien peinada y arreglada para causarle la mejor impresión posible; sólo
en segundos, fui consciente de que ya no era la chica que él recordaba, que
seguramente me encontraría vieja, cansada y gorda, como todas las amas de casa de
más cuarenta años.
¡Estaba tan nerviosa!

- ¿Victoria?
- ¿Dan?- Le contesté, mientras me bajaba del coche, como una tonta: Yo
sabía perfectamente quien era.
- ¡Victoria!- Dijo estrechándome entre sus brazos, luego, apartándome
para mirarme a la cara, siguió diciendo:- Seguramente no te imaginas hasta qué punto
me alegro de verte.- Cogiéndome las manos, se las levó a los labios y depositó un
ligero beso en ellas.- ¿Cómo estás?
- No tengo palabras para decirte la sorpresa que me he llevado al verte.
Yo también me alegro mucho.- Volvió a abrazarme y le correspondí sin reservas.
- Estás más hermosa que nunca.
- Creo que no has cambiado en absoluto, sigues siendo un exagerado.

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- Quiero saberlo todo de ti. ¿Dónde podemos ir para hablar con
tranquilidad? Tienes que contarme, con todo tipo de detalles, qué ha sido de tu vida
desde el momento en el que nos vimos por última vez.
- Hoy hemos tenido suerte, mi marido no viene a comer y mis hijos, hasta
las tres de la tarde, están en el instituto. Podemos hablar todo lo que quieras en una
cafetería que no está lejos de aquí.

Aparcamos los coches en un sitio libre en la misma gasolinera y nos fuimos


andando hasta la cafetería. Mientras caminaba junto a él, sentía dentro de mi pecho
una emoción maravillosa que parecía haber olvidado. Era la misma que había
experimentado cuando, a los trece años, él me acompañó hasta mi casa por primera
vez. Parecía que el tiempo se había detenido en aquella tarde. Hice lo posible porque
no notara que mis pensamientos estaban tan lejos y puse la mayor atención de que fui
capaz a lo que estaba contándome.
Nos acomodamos en una mesa lejos de la puerta de entrada y pedimos un café;
mientras venía el camarero, él empezó a hablar:
- Me casé con Ángela, como ya sabes, pero lo nuestro fue una
equivocación. Lo supimos al poco tiempo, aunque intentamos que funcionara.
Aguantamos siete años con la esperanza de que el matrimonio se salvaría con la
llegada de David, nuestro hijo; ahora tiene veinte años y estoy muy orgulloso de él;
también ha elegido la carrera de Derecho y nos entendemos a la perfección. Por
David, más que nada, aguantamos aquella convivencia que resultaba desastrosa. Ante
nuestras respectivas familias, dábamos la imagen de amor y compenetración, hasta
que esa situación se volvió insostenible. Debíamos aceptar que no nos queríamos, o
por lo menos por mi parte, yo no la quise nunca.
- ¿De verdad? Pues todos creían que estabas loco por ella.- Le
interrumpí.
- Así es la juventud. Me sentía deslumbrado pero eso no es duradero.
Nos separamos de una forma amigable; ella se quedó con el niño, pero nunca he
tenido problemas para verle siempre que lo he deseado. David pasa las vacaciones
conmigo desde entonces. Es un chico estupendo y, como te he dicho, nos llevamos
muy bien. Después he tenido alguna que otra aventura sin más importancia; pero no
he vuelto a comprometerme con nadie. Para mantener una vida en común y ser
felices, hay que estar muy enamorados; lo he aprendido con la experiencia y, debo
reconocer que ese no ha sido mi caso. Te confieso que sólo he estado enamorado de
verdad una vez y no fue posible; puede que eso haya influido en mi relación con
Ángela.- De pronto se quedó callado mirándome muy serio. Sólo unos instantes
después, pareció reaccionar y, cogiéndome la mano de nuevo, me dijo:- Soy un
egoísta, estoy hablando solo yo. ¡Perdóname! He abusado de tu comprensión y de tu
paciencia. Lo que más me interesa es que me hables de ti.
- De mi hay poco que contar; mi vida es igual a la de miles de amas de
casa, sin nada relevante que pueda interesar. Me casé con Javier; nos conocimos en
la boda de Carmen ¿Te acuerdas de ella?- Dan asintió con la cabeza y siguió
escuchando.- Es un buen hombre y siempre me ha tratado bien... Tenemos tres hijos:
Dos chicas y un chico. Sara es la mayor, tiene dieciocho años. Es sensata y buena,
está estudiando Económicas. Adrián es dos años menor que ella y sigue en el
instituto; no es tan buen estudiante como Sara, pero va sacando los cursos, mal que
bien. Es muy noble y demasiado guapo. Victoria es la pequeña, tiene quince preciosos
años. Es una chica extraordinaria. Simpática y muy vivaracha, a pesar de todo, sus
notas son inmejorables.
- Perdona que te interrumpa.- Dijo Dan, mirándome fijamente a los ojos,
casi sin pestañear.- Me estás hablando de todos menos de ti. Creo que te conozco
bien; recuerdo las inquietudes que tenías y la ilusión por ser enfermera y ayudar a los
que sufren. Siempre que he pensado en ti, te he visto con tu uniforme haciendo curas,
pasando consulta con los médico y atendiendo con la dulzura que te caracteriza, a las

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persona enfermas y con dolor. Ahora, sin embargo, me cuentas la historia de una
mujer como miles y miles, que se conforma con ser la esclava de su familia
anulándose por completo; pienso que esa no es la vida que tú habías deseado.
- Tienes razón. Mis ilusiones iban por otro camino, pero esta vida la he
elegido sin que nadie me obligara. Si me he equivocado, la única responsable soy yo.-
No sé por qué le hablaba con tanta sinceridad. Jamás le contaba a nadie lo que sentía,
pero a él era fácil decirle aquellas cosas tan íntimas.- No voy a quejarme, ni hacer
culpable a nadie de mi descontento. Lo que no tiene solución, es mejor no hablarlo.
- ¿Estás dándome a entender que tus sentimientos no tienen
importancia?
- No, no importan; lo primero son los hijos.
- En eso estoy de acuerdo, pero si te hubieras planteado el trabajo de
otra manera, no quiere decir que ellos hubieran estado mal atendidos , ni que echaran
de menos tu cariño.
- Bueno, el problema nunca han sido mis hijo; Javier no quería que nadie
los cuidara nada más que yo, por eso tuve que dejar mi trabajo en la clínica, para
educarlos como se debe.
- Entonces... ¿ Es él quien te dirigía, como si tú no tuvieras capacidad
para decidir tu propia vida? ¿Por qué no te has separado?
- Para enfrentarse a un divorcio, hay que ser muy valiente, sobre todo
teniendo hijos por medio; lo único que debe importar es no herirlos a ellos. Por eso,
hay que seguir con paciencia.- Me detuve, porque ante mí veía claramente la reacción
que tendrían frente a una situación como aquella. Por eso continué:- Yo sé que les
daría un terrible disgusto; además, no tengo grandes problemas con Javier; sólo me
pasa como a ti con Ángela: no le quiero. Podría contarte mil cosas que me molestan y
que son las que hacen que una mujer no sea feliz.- Le mentí con el mayor descaro,
pero me daba vergüenza confesarle que me pegaba y me humillaba cada vez más.- Si
pienso con lógica, creo que no tengo derecho a quejarme: Vivo bien, mi marido es
egoísta, pero básicamente bueno y mis hijos no tienen nada que yo pueda
reprocharles. Nunca me han dado problemas de rebeldía o de malos hábitos...como
otros de su edad. Así que se puede decir que si no soy feliz, no es por culpa de ellos,
sino de mí misma.
- Entiendo tus razones, pero ni me convencen, ni las comparto.

Continuamos hablando hasta que llegó la hora de despedirse. Salimos a la calle


y, en ese preciso momento, nos encontramos de frente a mi hija Sara. Cuando me vio
con un desconocido salir de la cafetería, se quedó parada sin saber qué hacer o decir.
- ¡Hola, cariño! Te presento a Daniel Egea.- Le dije notando en mi voz,
algo muy parecido a un temblor nervioso.- Es un amigo de mi juventud. Nos
hemos encontrado por casualidad. Esta es mi hija Sara, la mayor de los tres.
- Encantado de conocerte, Sara. Tu madre me había hablado de lo
hermosa que eras, pero creo que se ha quedado corta: Eres encantadora.- Dan
sabía muy bien cómo usar el atractivo con el que había nacido. Sara le miró
embelesada mientras él estrechaba su mano.
- Gracias, pero no es necesario que exagere tanto. Yo también estoy
encantada de conocerle.- Soltando su mano, pareció reaccionar y salió a la
superficie su parte práctica.- Mamá, ¿Vas para casa? tengo mucha prisa. Han
surgido problemas con los interinos en la universidad y los estudiantes estamos
con ellos; por eso quiero comer algo, cambiarme y me marcho rápidamente. Nos
uniremos a ellos en la manifestación que han organizado para ésta tarde.
- Hija mía, no quisiera que te vieras envuelta en los problemas de otros
que te pueden hacer mucho daño a ti.
- Mamá, por favor, no te pongas como si fueras la abuela. Sólo están
reivindicando sus derechos y si no les apoyamos nosotros ¿quién lo va a hacer?
No te preocupes tanto; estoy segura de que lo entiendes perfectamente.

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- Precisamente por eso, te pido que tengas mucha precaución y sepas lo
que haces y cómo.

Se marchó casi corriendo, despidiéndose con prisa y pocos modales. Nosotros


nos quedamos para decirnos adiós.
- Victoria, no tengo palabras para decirte lo feliz que me ha hecho
encontrarte de nuevo después de casi media vida sin saber nada de ti. Antes de
irme de Sevilla, quisiera pedirte un pequeño favor.
- Si puedo hacerlo, cuenta con ello.- Le dije, sin saber por qué me sentía
tan nerviosa. Él tenía mis manos entre las suyas y pensé con miedo, que se
daría cuenta de lo mucho que temblaba por dentro. Mi mente era un torbellino de
pensamientos. No quería aceptar que, al verle de nuevo, se había despertado en
mí, aquel amor que creía dormido para siempre. Yo no podía permitir que esto
sucediera y, como cuando éramos jóvenes, intentaría que él no se diera cuenta.
Esperé a que hablara, sintiendo cada milímetro de su piel contra la mía.
- No quiero que esta nueva oportunidad se pierda como nos sucedió
antes, por eso, el favor que voy a pedirte, es que nos volvamos a ver, pero no en
un lugar público como éste; quiero estar a solas contigo para que nadie sea
testigo de lo que decimos o hacemos o que nos interrumpan. Tengo demasiadas
cosas que decirte y no voy a esperar otros veinte años para hacerlo.
Por mucho que quisiera justificarlo, esta era la petición de una cita íntima y yo,
una mujer casada y cuarentona. Lo veía claramente en sus ojos. Mi mente decía
alarmada que lo correcto era negarme; pero algo muy dentro de mí, me animaba a
aceptarlo. Era una fuerza muy grande hecha de muchos deseos sin cumplir; de
muchos años de añoranza y de demasiada soledad. Me dejé llevar por esta fuerza sin
razón y le dije que sí.
Quedamos para el día siguiente a las cuatro de la tarde en aquel mismo sitio. Me
miró intensamente a los ojos, como sólo él podía hacerlo y, besándome las manos
suavemente, con un hilo de voz me dijo: -¡Hasta mañana!

Durante toda la tarde, no se me fue de la cabeza el encuentro con la persona


más importante de mi pasado. Sentía sus manos, sus labios besando las mías y...sus
ojos, cuando me miraron de aquella forma especial con la que tantas veces había
soñado...
No quise comentar nada de aquel encuentro, ni con Javier, que por otro lado no
habría puesto la menor atención, ni con mis hijos. Sara tampoco pareció acordarse,
mucho mejor para mi.
Pasé toda la noche pensando en lo que sucedería al día siguiente.-“ No tenía
que haber aceptado.- Me decía una y otra vez. Sin embargo mi corazón me
traicionaba y volaba de ganas de volverle a ver y sentir el contacto de sus manos y la
caricia de su mirada.- Lo más prudente hubiera sido despedirnos allí para no vernos
nunca más.-“ Luego, una voz que no obedecía al razonamiento, seguía diciendo:-
¿Por qué tenía que serle fiel a un hombre al que no quería desde hacía tanto tiempo?
¡Cuantas veces me había preguntado si alguna vez estuve enamorada de Javier!
Durante las largas horas que pasaba sola en casa, esperando que él volviera de sus
partidos o de los entrenamientos, o de lo que estuviera haciendo que tanto le
entretenía, llegué a pensar que tendría una amante, pero por muy extraño que
pareciera, no me importaba. Me sentía aliviada porque, esas noches, no tenía que
aguantar sus torpes caricias carentes de amor, que no me excitaban en absoluto y que
deseaba fervientemente, que fueran lo más breves posible. ¡Hacía tanto tiempo que no
podía soportarlo!

Aquella noche, escuchándole roncar a mi lado, decidí que no me sentiría


culpable jamás, por amar al hombre del que había estado enamorada de verdad, toda
mi vida.

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Si podía evitar que mis hijos lo supieran, mejor, porque les ahorraría una
decepción. Ellos, como todos los hijos del mundo, jamás esperarían que su madre
pudiera sentir nada parecido; porque sólo era una “madre” y este título, no implicaba
que fuera una mujer, ni una persona llena de sentimientos que tiene derecho al amor y
a la felicidad. La veían como la persona que les tenía la ropa preparada y la comida a
punto; a quien le pedían dinero y a la que se le podía echar la culpa de todo. Siempre
la encontraban en casa y muchas veces les fastidiaba con sus consejos y
recomendaciones. La que estaba obligada a quererles porque les había traído al
mundo sin pedirles opinión y por eso tenían derecho a tratarla como si no supiera
nada, como si no valiera nada y que aceptaba todos sus desprecios como si no se le
rompiera el corazón con cada mal gesto y con su forma de hablarle.

Esa noche, fui consciente de todo lo que les había aguantado a todos a cambio
de nada. Solo esperaba de ellos un poco de comprensión y más amor, pero no por
obligación, como ellos creían merecer el mío, sino porque saliera de sus corazones.
A Javier no le pedía nada, porque no me importaba nada; pero mis hijos...que
eran lo más importante de mi vida, sí que les hubiera pedido, de poder hacerlo, un
poco de comprensión.
Todo el día siguiente lo pasé con las mismas reflexiones, entre sentimientos de
culpa y convencimientos de un derecho a ser feliz. Las horas pasaban lentamente y mi
cabeza era mucho más rápida cada instante. ¿A dónde iríamos?...¿Qué haría si me
tocaba?...¿Qué me pondría? No tenía nada bonito ni moderno. Yo siempre era la
última en comprarme ropa, ¡Para qué la quería si no salía a ningún sitio! Me limitaba a
tener cosas cómodas y de diario, pero...ahora necesitaba sentirme guapa. Y...si sólo
era para hablar sin nada más. ¡Qué tonta me sentía haciéndome ilusiones como una
quinceañera!

- Te veo inquieta ¿Te pasa algo?.- Me preguntó Javier, sin esperar


respuesta, como siempre; no le contesté y se quedó tan tranquilo.
- Cuando volváis esta tarde, cenáis lo que os dejo preparado en el micro-
ondas, yo tengo que salir y no sé cuando volveré, no os preocupéis si tardo.-
¡Que tonta! Como si lo hicieran alguna vez.

Nadie dijo nada, así que di por sentado que me habían oído. Cogí el bolso y el
chaquetón azul, ya algo gastado y salí un poco temblorosa.
El corto trayecto que me separaba de la cafetería, lo pasé sin darme cuenta. En
mi mente solo predominaba la idea del encuentro tan deseado y temido a la vez.
Encontré un lugar algo reservado a la vista, donde aparcar; el coche de Dan, ya
estaba en la puerta. Antes de bajarme, me volví a mirar en el espejo del parasol y me
dije que estaba bien, con una leve sonrisa.
Él me esperaba, eran justo las cuatro cuando llegué. Se le veía tan nervioso que
pensé que estaba como yo, pero no era igual. Él era un hombre libre, en cambio, yo
no. Él no se sentiría culpable, como ya me estaba sintiendo yo. Nos saludamos con
una sonrisa y sin hablar una sola palabra, nos subimos a su coche; me preguntaba si
sabría donde me llevaba; al parecer lo tenía muy claro, porque no me preguntó si
quería ir a algún sitio en especial.
Durante el camino, seguimos en silencio. Cogimos la autovía y paró a unos
kilómetros de la ciudad. Era un hotel que tenía aspecto de ser muy lujoso. Dejamos el
coche en el aparcamiento subterráneo, subimos en el ascensor. Él se acercó al
mostrador de recepción y pidió una habitación a nombre de los Srs. Egea, por tiempo
sin determinar; dejamos nuestros documentos de identidad y un botones nos condujo
al tercer piso. Entramos en una preciosa habitación; era grande y estaba decorada en
tonos crema y marrones, con muebles modernos y confortables. Dan cerró la puerta y
puso el cartel de “No molesten”.

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Estábamos solos; se volvió a mí y nos miramos, no sé cuanto tiempo. En sus
ojos pude leer, todo cuanto había soñado de adolescente: Amor, pasión,
ternura...deseo. Seguíamos sin hablar. Me rodeó con sus brazos, aquellos que
siempre me parecieron los más cálidos y fuertes. Nos besamos con timidez al
principio, como si no estuviéramos seguros el uno del otro, pero después, parecíamos
sedientos de algo vital, como si hubiéramos estado en el desierto todos estos años y
por fin, hubiéramos encontrado un manantial de agua dulce y fresca en la que saciar
aquella sed no confesada. Para mí, fue como si nadie me hubiera besado antes.
Sentía que el tiempo se había detenido en uno de mis sueños de niña, enamorada por
primera vez. No podía pensar, estaba bloqueada, sólo era consciente de los brazos
que me estrechaban fuertemente y con delicadeza a la vez; de aquellos labios que se
apoderaban de los míos como algo que les había pertenecido de siempre. La emoción
que se abría paso dentro de mí, era desconocida y diferente a cuanto había sentido
hasta ese momento. No pensaba en nada, no me importaba nada; todo mi ser estaba
entregado a aquel hombre que me hablaba de amor con un susurro cálido pegado a
mi oído, que penetraba como un bálsamo hasta mi triste corazón de mujer solitaria y
me reconfortaba haciéndome sentir amada y protegida.

****

- ¡No puedo continuar! – Dijo Victoria, dejando bruscamente el cuaderno


sobre la mesa.- Nunca imaginé que nuestra madre hubiera sido capaz de algo
así. ¡Es bochornoso!

Las palabras de Victoria resonaron en el silencio que todos guardaban. Se


miraban unos a otros llenos de estupor esperando que hablaran los demás.

- Te doy la razón, es horrible tener que escuchar las porquería que hizo
tu madre.- Dijo Sara, con expresión de ira.- mientras todos creíamos que era un
modelo de moral, de la que tanto alardeaba y exigía en cada uno de nuestros
actos, luego resulta que se la estaba pegando a Papá con el primero que llegó,
por muy amigo que fuera. ¡Nunca se puede uno fiar de los que parecen tan
buenos, ¡con lo que la hemos llorado y hemos criticado a Papá!

Adrián miraba a sus hermanas en silencio, como si estuviera meditando el peso


de las ideas que rondaban por su cabeza. Estaba seguro de que no se les había
ocurrido pensar en esto, a ninguno de los que estaban allí escuchando aquel relato.
¡Tan enfadadas se veían sus hermanas!
- Me pregunto ¿Cómo ha podido llegar a manos de Alicia la historia de
nuestra madre?.- Miraba a cada uno de los rostros que había en la habitación
esperando ver cómo reaccionaban.- Si, como parece la ha escrito ella, me refiero
a Alicia, es que se conocían y tenían tanta confianza, hasta tal punto que
nuestra madre le llegara a contar estas cosas íntimas y comprometidas, como
que se había acostado con su marido.
- En eso tienes mucha razón.- Contestó Victoria.- Yo no recuerdo nunca
a nadie a quien pueda relacionar con Alicia y si era tan amiga de nuestra madre,
lo lógico es que la hubiera conocido en alguna ocasión. ¡Que extraño es todo

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esto! Aunque, si nos paramos a pensar, jamás hemos sabido nada de la vida que
llevó Alicia antes de casarse con Dan. ¿Verdad David?
- Sí, nunca contó nada de su vida anterior a la boda con mi padre; ni
tenía ninguna amistad con otras mujeres que no fueran en común con la familia.
- La solución puede que esté en las páginas que siguen. Por muy
vergonzoso que nos parezca, es necesario continuar con la lectura.- Dijo Adrián,
cogiendo el cuaderno y disponiéndose a leer.- Si no os parece mal, seguiré yo,
para que Victoria pueda descansar. Antes de empezar, quisiera pediros que, por
muy difícil que os sea, aguantéis hasta el final sin hacer comentarios, para que la
lectura no se prolongue hasta el año que viene.
Los niños ya no se escuchaban, nadie sabía qué estaban haciendo, ni por qué
se habían callado, pero tampoco les preocupó.
Nadie dijo nada en contra de esta sugerencia y, después de que todos se
acomodaron en sus respectivos asientos, Adrián retomó la historia en el punto en que
la había dejado su hermana.

****

Entre el remolino de intensas emociones que venían a mí como oleadas de


bienestar, sabía que había llegado al sitio que anhelé toda mi vida. Éste era mi hogar,
mi refugio; eran los brazos de Dan, mi único amor. ¿Cómo había podido vivir tanto
tiempo lejos de él? Era como tomar aire después de estar demasiado tiempo bajo el
agua y pensar que estaba ahogándome, entonces, fui consciente de que sin el aire no
se puede vivir.
No recuerdo cuando nos desnudamos, no sé cómo nos metimos en la cama.
¡Qué distinto es hacer el amor con el hombre que es tu destino! Lo supe en el primer
roce de sus manos por mi piel, en el primer beso. Lo hicimos como nunca lo habíamos
hecho ninguno de los dos. Fue auténtico y maravilloso. Nos fundimos y, desde aquel
momento, supimos que nos habíamos convertido en uno solo para siempre.
Después, cuando nos separamos cansados y felices, nos pareció todo tan
natural que sonreímos mirándonos a los ojos.
- Amor.- Dijo Dan, pasando su brazo por debajo de mi cuello y
atrayéndome más a su pecho.- Esto teníamos que haberlo hecho hace muchos
años, antes de pasar toda una vida de sufrimiento y añoranza.
- No se sabe cual hubiera sido el resultado; ahora tal vez, lo apreciamos
más que cuando éramos jóvenes y sin experiencia.
- Victoria, me enamoré de ti el primer día, cuando te encontré
desorientada por los pasillos del instituto. No he podido olvidarte nunca, por eso
mi matrimonio no podía funcionar. Siempre me he reprochado la falta de coraje y
la cobardía que tuve al no confesarte mis sentimientos; pero me venció el temor
a que me rechazaras. ¡Estabas tan lejos! Nunca sospeché que tú sintieras lo
mismo por mí. Además de cobardía, debo confesarte que fue el orgullo el que no
me dejaba declararte mi amor. Me parecía inaceptable que una chica pudiera
pasar de mí; me tenían muy mal acostumbrado; podía conseguir la que quisiera.
- ¡Enhorabuena! Se puede decir que he sido muy buena actriz. ¡Estaba
loca por ti! También me enamoré aquel día, pero era muy orgullosa; me di cuenta
de que siempre estabas rodeado de chicas mucho más guapas que yo y no
quería ser una más en tu colección de conquistas fáciles, por eso, nunca permití
que se notaran mis sentimientos; no se lo dije jamás a nadie, ni a mi mejor

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amiga; sólo mi almohada y yo, lo sabíamos. Esta es la primera vez en tantos
años que se lo digo a alguien y es, precisamente, a quien tanto se lo oculté.
¡Cuánto he sufrido cuando salías con alguna de mis amigas! Luego ellas
contaban lo que les decías y lo que hacíais. –“Hemos ido al parque y me ha
besado. ¡Es maravilloso!.-“ Yo escuchaba y sonreía, sintiéndome morir por
dentro. ¡Cuánto te quería! Envidiaba a aquella de turno el poderte besar, pero
sabía que era imposible, jamás llegaría aquello para mí.
- Entonces...¿Eres feliz?- Dijo esperando una respuesta con ansiedad.
- Sinceramente, soy muy feliz y, aunque parezca increíble, no siento
ninguna culpabilidad.- Luego, con un tono algo menos alegre, le confesé:- Hace
mucho tiempo que no quiero a mi marido; en realidad, nunca he sentido por él
nada que no fuera cariño, porque él sí me quería y me daba pena no
corresponderle. Muchas veces me he preguntado: ¿Por qué me casé con él?
Ahora, después de todos los años que hemos estado juntos, me doy cuenta de
que, lo único que ha merecido la pena de este matrimonio, han sido mis hijos. Al
principio, pensaba que aquello que sentía podía parecerse al amor y me
esforzaba por convencerme de que era el hombre apropiado para mí. En las
primeras noches de casados, yo no quería pensar en cómo hubiera sido de estar
junto a ti. Todo mi interés, era borrarte de mi memoria porque si no, no hubiera
podido continuar con Javier. Luego, la vida me ha enseñado que, con el
pensamiento y la voluntad, no es suficiente; los sentimientos son los que de
verdad importan para una mujer.
- Y para un hombre también.- Dijo, estrechándome un poco más.- Por
eso yo no he podido querer a ninguna otra.
- Muchas veces he pensado que lo mejor hubiera sido quedarme soltera;
me habría ahorrado el martirio de aguantar... a un hombre al que no quería,
mientras pensaba en el que era el amor de mi vida, sin esperanza de volver a
verle. Eso es muy duro, te lo aseguro.

Nos quedamos en silencio, escuchando el constante ir y venir de los coches en


la autovía. Estaba empezando a oscurecer, pero yo no tenía ningún deseo de volver a
mi casa y abandonar los brazos que me envolvían. Estaba flotando en una nube y, el
sólo pensamiento de dejarla, me hundía en la tristeza. No sabía si tendría la ocasión
de volver a sentir aquello tan maravilloso pero, aunque no se pudiera repetir nunca
más, habría merecido la pena. Guardaría en mi corazón para siempre, el recuerdo de
que una vez, había sentido el amor verdadero y tendría, como un tesoro prohibido, la
certeza de que él me quería; ese pensamiento, me ayudaría a continuar con mi
anodina existencia hasta que llegara el momento de desaparecer para siempre.
Cuando recogí mi coche, en las calles estaban ya las farolas encendidas,
regresé sin prisa, recordando cada uno de los minutos que había pasado con Dan,
cada una de las palabras que dijo. Lo más importante, lo que me hacía palpitar
descontroladamente el corazón, era que habíamos quedado para la tarde siguiente.

Así pasaban los días y volvíamos al hotel de las afueras y el sueño se repetía
cada vez mejor y más hermoso. Solo vivía para encontrarme con él. No se apartaba ni
un instante de mi pensamiento; yo me limitaba a cumplir con mis tareas sin esforzarme
en nada, porque ya no era lo único en mi vida. Dejé de depender de mis hijos para
darle sentido al día a día.
¡Cuantas veces pensaba que, sin saber cómo, despertaría de aquel sueño! Esta
idea me sobresaltaba, pero seguí pensando que merecía la pena por negro que fuera
el futuro.
Ya no me sentía vieja y cansada, como antes. Todo lo hacía con alegría y, hasta
empecé a tararear alguna canción mientras cocinaba o hacía la limpieza.
Tomé la costumbre de ir a la peluquería todas las semanas. Me maquillaba y
compré ropa más moderna y juvenil.

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Al principio, nadie en mi casa, se dio cuenta de los cambios que se estaban
operando en mi aspecto; todos seguían su vida al margen de la mía, como siempre y
ni me miraban.
- Mamá ¿Qué te has hecho? Te noto diferente.- Me preguntó Sara, en
una de las pocas ocasiones que estaba en casa.
- He ido a la peluquería y me he arreglado un poco, nada más.- Le
contesté, haciendo lo posible porque pareciera que no le daba más importancia
de la que tenía.
- No sé, pero me parece que no es solo eso... es como si tuvieras más
brillo en los ojos.- Al escuchar este comentario, se me disparó la alarma en el
cerebro y empecé a sentir miedo de que sospechara algo y, enseguida recordé
que ella había visto a Dan la primera tarde que nos encontramos y, aunque no le
había mencionado, era posible que empezara a atar cabos.
- ¿Brillo dices? Eso es que me miras con buenos ojos hija mía, ni
siquiera el poco maquillaje que me he puesto, puede hacer el milagro de que los
años se vayan.- Reí después, para convencerla de la tontería que había dicho.-
De todas formas, si me encuentras más guapa, me lo tendré que creer; dicen
que es la mejor medicina para las mujeres que estamos cerca de la menopausia.

De momento pasó el peligro, pero ya estaba prevenida para lo peor, sabía que
las cosas no eran tan fáciles y que si Sara lo había percibido, era cuestión de tiempo
que los demás también lo hicieran. No podía consentirlo y decidí no arreglarme y
volver a mi aspecto de siempre. En el bolso llevaba el maquillaje y me lo ponía antes
de encontrarme con Dan; deseaba estar bonita cuando él me miraba.
Sara no volvió a hablarme del tema y siguió con sus cosas, esto me tranquilizaba
hasta cierto punto.

Durante dos meses, seguimos viéndonos en el mismo hotel. No me gustaba, esa


era la verdad; me sentía como una prostituta que se encontraba con su cliente
asiduamente, pero no quise decirle nada a Dan; tampoco podíamos hacer otra cosa,
puesto que no queríamos tener un encuentro con alguien conocido y que se pusiera al
descubierto esta doble vida.
Dan se tenía que marchar, había abandonado su trabajo y los clientes le
reclamaban. Fue muy difícil decirnos adiós la primera vez, parecía que había llegado
la hora de despertar y no queríamos hacerlo, pero no podía ser de otra manera.
Durante unos meses más, Dan venía a verme los fines de semana. Era muy
cansado y con mucho riesgo venir desde Alicante, donde él seguía viviendo; aunque él
me aseguraba que no se le hacía largo el camino, porque venía con la ilusión de
verme y estar conmigo; viajaba de noche para tener el día libre y descansar para
nuestros encuentros.
Nuestra relación se hizo más serena conforme pasábamos más tiempo juntos.
Cuando nos encontrábamos, no sólo hacíamos el amor, también hablábamos de
muchos temas que afianzaban nuestra relación al comprobar que estábamos de
acuerdo en los más importantes y en los que no, tampoco servían para discutir:
Política, religión, libros, familia...Cuando llegamos a este tema, para mí fue muy
doloroso; sabía que teníamos que tocarlo algún día y hablar de nuestro futuro, porque
lo tendríamos de una forma u otra. Era muy difícil encontrar la salida de esta relación
que manteníamos. De alguna manera, por mucho que pensáramos en una solución,
siempre saldría alguien perdiendo y no queríamos que nadie sufriera por una causa
tan vergonzosa como pensarían los míos y la sociedad, aunque para nosotros no lo
fuera.
Entre Javier y yo, las cosas habían cambiado radicalmente, por mucho que yo
quisiera evitarlo para que no sospechara. A la hora de acostarnos, era casi imposible
aguantar que me tocara; no podía soportarlo; sentía como si estuviera engañando a
Dan, no a él. La sola idea de traicionarle, me ponía enferma, me desesperaba de asco,

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sólo de imaginarlo. Entonces empecé con las excusas más corrientes:-“ No me
encuentro bien...Me ha venido la regla cuando no la esperaba...Estoy muy
cansada...etc.”- Otras veces me acostaba antes para que me encontrar dormida, o por
lo menos que lo creyera así. Otras, esperaba haciendo cualquier cosa para llegar
cuando él se había dormido. Aún así, un día me dijo:
- Parece que últimamente te ha venido la regla dos o tres veces
seguidas; además, siempre te encuentras mal. ¿Por qué no vas al médico? ¡Así
no puedes estar tú, ni yo tampoco!
- No es necesario darle tanta importancia.- Nunca me había gustado
mentir y me encontraba incómoda al hacerlo, sin embargo, me volví una
experta.- Seguramente estos trastornos sean para que se me retire la regla; la
última vez que fui al ginecólogo, me dijo que estaba en la premenopausia.
- Tendrás que hacer un esfuerzo, sabes muy bien que yo necesito una
mujer y esta temporada lo estoy pasando fatal.

Se lo conté a Dan, el fin de semana siguiente. Estaba hecha un manojo de


nervios; de ninguna manera me sentía dispuesta a hacer el amor con Javier pero, por
más que buscaba una solución, no encontraba la que me parecía mejor.
- Entonces, lo que hay que hacer, es decirle la verdad. Lo he pensado
muchas veces y creo que ahora es el mejor momento.- Me dijo él, intentando
consolarme.- No podemos seguir así; tu marido tiene razón, él por unos motivos y
nosotros por otros. No me gusta tener que estar siempre huyendo de la demás gente,
no siento que lo nuestro sea nada que tengamos que esconder; lo que sentimos es
bueno y legítimo. Habla con él, cuéntale todo y pídele el divorcio; luego nos casaremos
y se acabaran los hoteles y el cuidado para no ser descubiertos.
- Escuchándote, parece muy fácil, pero yo conozco muy bien a Javier y
sé que reaccionará con violencia y no entenderá nada; aunque lo que más me
preocupa y, en realidad es lo único que me importa, es la reacción de mis hijos, no
tengo ni la menor idea de cómo se lo tomarían. No sé cómo explicarles lo nuestro; me
dará mucha vergüenza lo que piensen de mí y si me rechazan no sé si lo podría
resistir. Tal vez llegara a perderlos. Es un problema demasiado grande al que no le
veo salida.
- ¡Vamos, no te pongas en lo peor! No tienen por qué reaccionar mal.
Mira, yo me separé y no he perdido a David. Para él no fue traumático y eso que era
pequeño y a esa edad los hijos sufren mucho, porque no entienden lo que pasa. Tus
hijos, en cambio, ya son mayores y pueden comprender perfectamente las razones por
las que os separáis. No tienes por qué avergonzarte, ellos también se habrán
enamorado más de una vez.
- Sí, seguramente, pero eso es muy distinto a que su madre lo haga.
Tampoco Javier es igual que Ángela. De verdad, no sé cómo voy a decírselo. Tendré
que pensarlo muy bien y te pido que tengas paciencia.
- Por eso no te preocupes, sabes que por ti esperaré todo lo que sea
necesario y más. ¡Te quiero!

A pesar de la seguridad que me daba el amor incondicional de Dan, el


plantearme hablar con Javier y confesarle mi infidelidad, era algo que me quitaba el
sueño y el sosiego. Mi mente era una tormenta constante, un infierno. Debía mantener
mi comportamiento con naturalidad y tratar a mi familia como de costumbre, nadie
podía imaginar lo que estaba sufriendo.
Las mismas preguntas me las repetía sin descanso:-“ ¿Cómo se lo digo a Javier?
¿Con qué palabras empiezo? ¿Cómo reaccionará? Sé que le voy a hacer mucho
daño; a su manera egoísta, él me quiere. Siempre ha dependido de mí y es muy
conservador; será un duro golpe aceptar que el orden de su familia se va a romper.
Por mucho que le haga sufrir, yo no estoy dispuesta a continuar a su lado; no
puedo soportar la idea de que me toque y ser una hipócrita, no va conmigo.-“

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En un lado de la balanza, ponía a mi familia y las críticas de los conocidos; en el
otro, el inmenso amor que sentía por Dan; a él le haría mucho más daño que a Javier,
porque el amor de Dan, era desinteresado, todo lo contrario del de Javier. También
debía pensar en mí, no sólo en los demás. No podía volver a perderle, eso sería una
auténtica catástrofe. Aquel problema no tenía salida; si me quedaba y continuaba con
mi vida como de costumbre, me moriría por dentro; si lo dejaba todo y me iba con Dan,
perdería a mis hijo...¿Qué podía hacer? Este dilema me hacía llorar amarga y
desesperadamente.
Dan esperaba pacientemente, todo lo contrario de Javier que me presionaba con
su deseo cada noche.
Pasaban los día y yo seguía igual. Se veían las ojeras cada vez más marcadas
en mis ojos, estaba muy pálida, cansada y agotada por no dormir. M e iba
desmejorando a pasos agigantados.
Una tarde de Domingo, me extrañó que Javier no se marchara como de
costumbre a entrenar. Lo vi tan raro que le pregunté, entonces, para mi sorpresa, dijo
que se había quedado porque teníamos que hablar. Esto me sobresaltó hasta el punto
de que el corazón se me salía de fuerte que palpitaba. Estaba segura de que se había
enterado de algo.
- Ahora que estamos solos y tranquilos, creo que es el momento de que
me aclares algunas cosas.- La expresión de su cara era muy seria y hacía que
me pusiera, todavía más nerviosa.- Quiero que me des una explicación
convincente del por qué no has ido al médico. No hay que ser muy listo para ver
que cada día estás peor, verte así, me hace temer que puede ser algo grave y no
es conveniente ir dejándolo pasar.- Entonces, vi la oportunidad de contarle la
verdad y, con mucho cuidado, empecé a decir:
- Javier, lo que tengo no es nada que los médico puedan curar porque,
para ellos esto no es una enfermedad.
- Entonces ¿qué es? ¡Dímelo de una vez!- Gritó fastidiado a punto de
perder los nervios, como cuando algo se escapaba a su comprensión.- O ¿es
que pretendes tenerme a dos velas el resto de tu vida?
- Por favor, cálmate. Lo que tengo que decirte no es nada fácil, así que te
pido que tengas paciencia y que pienses que no lo hago para herirte.- Él me
miraba desorientado y expectante, con los nervios a flor de piel, retorciéndose los
dedos de una mano con los de la otra.- Esto que me pasa no es nada nuevo,
sólo es que ha llegado al punto de ser insoportable para mí. No quisiera
ofenderte, pero no encuentro otra manera para decírtelo: Hace mucho tiempo
que dejé de sentir por ti lo que sentía al principio. He procurado, en todos estos
años, que no lo notaras, porque te espeto y por los niños, para que la familia no
se rompiera. Creía que debía aguantar hasta que nuestros hijos fueran mayores
y pudieran entenderlo. Me he esforzado porque de ninguna manera, se notara
que no era feliz.- Javier tomó aire y empezó a decir algo muy enfadado.- ¡Por
favor, no me interrumpas!...Desde que nos conocimos, jamás te he dicho que
estaba enamorada de ti, en eso no te he engañado nunca. Te tenía cariño y
respeto, como ahora; para mí, entonces, era una forma de quererte. Sin
embargo, los años que he pasado contigo, no han contribuido a aumentar ese
cariño, por otro lado tan débil. Tu forma de ser tan egoísta, desentendiéndote de
los niños y de mí, poniendo tus amigos, el trabajo y el deporte, siempre por
delante de tu familia y de tu casa. Jamás te has parado a pensar en que yo he
pasado los mejores años de mi vida encerrada criando niños sin tu ayuda; nunca
te has planteado que los hijos y la casa eran de los dos, no sólo míos. Nunca se
te ha ocurrido que yo también soy una persona que necesita tener alguna ilusión
y compartir con el padre de mis hijos su educación y sus problemas. Todo lo has
dejado en mis manos, porque para ti era lo más cómodo. No te preocupaste
jamás cuando tus hijos han tenido fiebre, cuando han necesitado un consejo, un
apoyo. No has podido ir al colegio para interesarte en su evolución, no has

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hablado nunca con sus tutores, ni te has interesado por sus problemas. No les
has consolado cuando han venido llorando por una caída o una pelea...Porque
creías que para eso estaba yo.
Nunca he recibido de ti el más mínimo detalle, en cambio, sí te has preocupado
de que a éste o al otro de tus compromisos en Navidad, se les comprara algo, de lo
que te ocupabas tú, porque eran cosa tuya y jamás he sabido cuanto te has gastado.
Porque la economía, también ha sido cosa mía; si ha habido bastante, como cuando
no llegábamos, he tenido que arreglármelas para salir adelante. Si he querido algo de
ti, que no fueran palizas, violencia, menosprecio y malos modos, me ha costado
mucho tiempo convencerte.
Por eso y por millones de pequeños y de grandes detalles más, que van
haciendo esta herida enorme y más grande cada día, lo poco que te quería, se terminó
hace mucho tiempo.- Después del largo monólogo, me quedé en silencio sin saber con
qué palabras le iba a hablar de mi relación con Dan.
- Pues mira, no has sido tan buena con tu disimulo porque lo he notado
muy bien, he perdido la cuenta del tiempo que hace que no me dejas tocarte, vamos,
ni rozarte un pelo.- Me dijo con los ojos enrojecidos por la ira.- La paciencia tiene un
límite y, como tú misma has dicho, así no vamos a continuar. Yo no soy ningún santo y
tendré que buscarme en otra parte más complaciente, lo que tú te niegas a darme que,
por cierto, tampoco es que sea muy bueno que digamos, porque cualquiera es mejor
que tú en la cama, siempre me ha dado la sensación de estar haciéndolo con un
cadáver, entre otras cosas, como la forma de llevar la economía y todas las tonterías
que te empeñas en comprar como si fueran necesarias y la obsesión con salir a este
sitio y al otro, pues a mi nunca me ha dado la gana de seguirte el juego, a pesar de
que te las des de Doña Imprescindible.- Sin darse cuenta, acababa de darme el
argumento que yo necesitaba para terminar con él definitivamente.
- Si quieres que nos divorciemos, por mí no hay inconveniente. Cuando
una pareja llega a este punto, lo mejor para todos, es dejarlo, además, nuestros hijos
ya tienen edad para no depender tanto de la familia.
- Estoy de acuerdo, nos divorciaremos; pero no esperes ni un céntimo,
que eso te quede bien claro, por mucho que me obligue la ley.
- No te preocupes, no pensaba pedirte nada; yo trabajaré para que a mis
hijos no les falte lo necesario y mucho más. Estoy segura de que me pondré al día en
mi profesión y encontraré un buen puesto.
- ¿Estás contando con que los niños se vayan contigo? Eso ni te lo
imagines por un instante, porque pienso conseguir, aunque sea con uñas y dientes,
que se queden conmigo y que te veas sola, como te mereces.
- Me resulta raro tu inesperado interés por unos hijos a los que no
conoces porque nunca has mirado. Pero será mejor que nos calmemos y no
saquemos las cosas de quicio. Todo esto hay que hablarlo con ellos porque tienen
derecho a opinar y a decir con quien se quedan.
- Por mí, está todo hablado y este asunto terminado para siempre, ya
sabré cómo tengo que actuar.- Sin una sola palabra más, salió de la casa dando un
portazo impresionante que hizo temblar las paredes.

Me quedé reflexionando sobre lo que habíamos hablado y comprendí que no


debía decir nada sobre mi relación con Dan; si Javier me amenazaba con quitarme a
mis hijos, la mejor razón que podía argumentar, era que tenía un amante y perdería
toda posibilidad con ellos.
Necesitaba hablar con Dan y contarle lo sucedido, así que le llamé y empecé a
contarle todo lo que habíamos hablado aquella tarde.
- Entonces, ¿no le has dicho nada de lo nuestro?.- Me preguntó.
- No, no lo he visto oportuno; sin saber nada ya me ha amenazado con
apartarme de mis hijos; así que si lo llega a saber, tendría el camino libre para
dejarme sola, como me ha dicho.

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- Has hecho muy bien. No quiero que te preocupes por ese tema. Yo soy
abogado y conseguiré todo lo que tú quieras.
- ¡Pero tú no eres especialista en divorcios!
- No importa, lo haré bien. Tú confía en mi, que todo saldrá mejor de lo
que piensas.
- Dan, será mejor que no nos veamos hasta que todo esto termine.
- Si soy tu abogado, nadie sospechará nada. Tendré todo el derecho de
estar a tu lado.
- Tengo tanto miedo, no sé cómo se lo voy a decir a mis hijos y cual será
su reacción. Esto es un desastre para la familia.

En la calle ya estaba oscureciendo cuando escuché el sonido de la llave en la


puerta. Pensé que eran los chicos y esperé pero el sonido de los pasos me dijo que
era Javier; había llegado pronto. Se fue directamente al dormitorio y, cuando llegaron
los niños, salió para reunirlos en el salón. Me dijo que me fuera a la cocina que tenía
que habla con ellos a solas.
- No sé por qué tengo que irme, creo que lo que se va a hablar, me
incumbe a mí tanto como a ti.- Procuré decirlo serenamente para no alarmar a
mis hijos.
- Ya tendrás tiempo de hablar con ellos, ahora quiero ser yo y en
privado.- Dijo tajantemente, como él acostumbraba a dejar zanjado un tema que
no le interesaba discutir.
No quise empeorar las cosas, porque veía las caras de mis hijos y la confusión
que se podía leer en ellas.
Cerró la puerta y sólo pude escuchar unos susurros que no entendía. Se me hizo
interminable el tiempo que esperé hasta que salieron. Cuando vi el rostro de mis hijos,
supe que estaba todo perdido, no eran los de siempre, en sus miradas, se reflejaba un
rencor que jamás había visto.
- Mamá, ¡Qué equivocados estábamos contigo! No imaginábamos que
podías llegar a ser tan egoísta. Todavía me cuesta creer lo que nos ha dicho
papá.- Dijo Sara, distante, como si no la conociera.
- Por eso, hija mía, es necesario oír las dos partes. Ahora hablaremos
nosotros y os explicaré mis razones.
- ¡Ni lo pienses! No tenemos ningún interés de cargarnos uno de tu
aburridos sermones sensibleros. Todo lo que nos puedas decir, ya lo ha hecho
papá.- Era Adrián el que me hablaba con aquel desprecio que me dolía tanto.-
¿Has tenido la desfachatez de decir que no eres feliz? Te sientes como una
esclava porque has cuidado de tus hijos. Luego, te atreves a decir que no
quieres a nuestro padre; que no te ha tratado bien en todos los años que lleváis
casados. Me gustaría saber qué es lo que deseas, ¿Un hombre de película?
Mejor que mi padre no hay otro y que digas eso de él, no te lo consiento ni te lo
perdonaré por mucho que viva ¡Jamás! Y te advierto que, si os divorciáis, mis
hermanas y yo, nos iremos con papá; lo hemos decidido ya.
- Tal vez te has creído que tu eres un ejemplo de virtudes.- Dijo Victoria,
siguiendo la misma línea que sus hermanos.- Será mejor que te pares a repasar
tu vida, a ver si no tienes nada de qué preocuparte.- En ese momento me dio un
vuelco el corazón. ¡Lo sabe! Pensé.- ¿A caso te crees que nosotros somos muy
felices contigo? ¿Qué no nos fastidia que te metas en nuestra vida como si
tuvieras todo el derecho?
- Os he dado todo lo mejor de mí misma y he intentado ser siempre
cariñosa y comprensiva.- Le dije ahogándome de angustia. Las palabras de
Adrián, todavía sonaban en mis oídos, más que las que me acababa de decir
Victoria; sólo pensaba en que se quedarían con su padre y los perdería.

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- ¡Es inaguantable una madre tan sacrificada! ¿Comprensiva dices? De
eso nada; lo único que te ha preocupado siempre, es que no te hiciéramos sufrir:
“Tened cuidado con esto o lo de más allá” “Si os pasa algo, me muero” Eso es
puro egoísmo.- Volvió a ser Sara la que habló, diciéndome todo aquello.
- Siento mucho que veáis las cosas desde ese punto de vista. No pensé
que os molestara tanto el que me preocupe por vosotros; yo a eso le llamo amor,
en cambio decís que es egoísta e insoportable.
- Yo ya estoy harto de este rollo, me largo a la cama, que mañana hay
que ir al instituto.- Dijo Adrián, y me sentí como si su desprecio por un tema tan
importante, fuera una mano que me daba una bofetada.
- A mi, siempre me ha dado asco la gente tan egoísta, no importa el
parentesco que me una a ella.- Eso lo dijo Victoria, que tenía el don de ir justo
donde más dolía; luego, dando un portazo, se marchó. Inmediatamente, Sara y
Javier, hicieron lo mismo.

Allí me quedé sola, pero sola de verdad. Apagué la luz y me senté en uno de los
sillones del salón, pensando en todo lo que me habían dicho. Sentía un terrible dolor
en el pecho y parecía que el aire no podía llegar hasta los pulmones, me ahogaba
hasta que pensé en relajarme un poco; respiré hondo varias veces y poco a poco, la
sensación de asfixia, fue desapareciendo para quedar solamente, la angustia.
Creía que los conocía a todos mejor que nadie, pero estaba muy equivocada.
Javier, la persona que había compartido mi vida durante más de veinte años, a quien
le entregué lo más íntimo de mí misma, no le reconocía. Mis hijos, tampoco eran los
que acuné en mis brazos cuando recibieron el primer soplo de vida, creía que no
tenían ningún misterio para su madre, pero eran unos extraños, mientras me hablaban
con tanto rencor. ¿En quien se puede confiar?
Javier parecía haberse vuelto, en unos minutos, mi peor enemigo. Debo
reconocer que le hablé demasiado claro y que no podía agradarle lo que le dije pero,
él sabía que tenía razón, que no había inventado nada, incluso me quedé corta.
Justifico su enfado, pero no puedo admitir que pusiera a mis hijos en aquel estado de
odio contra mí.
Mis queridos hijos, por los que aguanté tanto a su padre. Siempre tapándoles los
fallos, para evitar que su padre les castigara. He mentido muchas veces diciéndole
que habían llegado a una hora menos tarde de lo que en realidad era, para quitarles la
bronca. Le he convencido de mil maneras diferentes, para que pudiera acceder a los
caprichos que tanto deseaban. ¡Cuantas veces he pagado su mal humor, por
evitárselo a ellos!
No se puede, ni se debe hacer una cuenta de todas y cada una de las cosas que
una madre hace por sus hijos; sólo me sirve de reflexión, para darme cuenta de que
tampoco ellos las recordaban y que ha sido como tirar todos mis esfuerzos en un sitio
del que luego no queda nada. ¡No, no les conocía!
Tampoco me conocía a mí misma, en absoluto. ¿Cómo sino había consentido
que llegara este momento? Después de una vida entregada a la familia, a la que
siempre había puesto ante todo, incluso ante mis necesidades e ilusiones como
persona, había llegado al punto de olvidarlo todo por el amor de un hombre casi
desconocido, que no sabía cómo me iba a tratar una vez que me tuviera segura.
Si unos meses atrás, alguien me hubiera predicho que iba a ser capaz de
acostarme con un hombre que no era mi marido, alegremente, disfrutando y sin
sentirme culpable; que le hablaría a Javier como lo acababa de hacer, tirándole a la
cara cuanto sentía; nunca lo hubiera admitido como posible y me habría reído por lo
insensato. Entonces, ¿por qué me extrañaba no conocerles a ellos?
El dolor punzante en el pecho volvió. ¡Cuánto dolía! El sufrimiento era
insoportable; era tan grande, que sentía que me moría físicamente; volvía a ahogarme
sin poder respirar. El corazón, dolorido, se me convertía en un trozo de algo que me
quemaba el pecho. Quería arrancármelo para poder respirar. La desesperación me

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llevó al límite de mis fuerzas, encontrándome en un camino sin retorno en el que
tampoco veía un final para descansar de aquella agonía infinita. El tiempo se había
detenido para que la asfixia pudiera terminar su misión de matarme.

De pronto, sin saber cómo, se hizo la luz en mi cerebro y supe cual era la
solución a todos los problemas; era tan fácil, tan sencilla, que me maravilló no haberla
encontrado antes.
La calma volvió a mí y me levanté despacio del sillón; tambaleante me dirigí al
cuarto de baño; abrí el armario donde se guardaban las medicinas y saqué una caja
de Aspirinas que, por suerte, estaba sin empezar. Yo, como enfermera, sabía cual
sería el desenlace: desde siempre, supe que era alérgica al ácido Acetilsalicílico, al
tomar Aspirina, esto me provocaría un shock Anafiláctico con resultados inmediatos e
irreversibles, no más de veinte minutos bastarían para que el problema estuviera
solucionado a gusto de todos.
Volví al salón y muy tranquila, porque al encontrar la salida, ya me había
calmado bastante. Fui hasta la mesa y me preparé para escribirles a mis hijos una
carta de despedida, me parecía lo más correcto, no podía irme sin decirles por qué.
Con la mejor caligrafía de que fui capaz, porque, aunque ya estaba mucho mas
segura, las manos me temblaban alarmantemente.

“Queridos hijos: Ante todo quiero pediros perdón por la gran cantidad de quejas
que tenéis de mí; como os he dicho esta noche, mi única intención era vuestro bien,
pero no lo he conseguido. También quisiera que perdonéis el trastorno que os voy a
ocasionar.
Durante toda la noche he podido reconsiderar lo que me habéis dicho y he visto
muy claro que tenéis razón y me siento culpable por no haber sido capaz de haceros
felices, como era mi deber y mi intención.
Por ningún motivo, debéis sentiros culpables de lo que voy a hacer; esta es una
decisión que he tomado yo, por otras razones que desconocéis y que no voy a
revelaros, porque son personales y que nada tienen que ver con vuestras opiniones
hacia mí. Estoy ejerciendo mi responsabilidad porque soy dueña de mi vida y lo hago
con la convicción de que es lo mejor para todos.
Me voy tranquila, porque sé que vosotros ya sois lo suficientemente mayores
para no necesitarme; seguir con vosotros, sería un impedimento para vuestro
desarrollo como personas independientes.
Os deseo que tengáis mucho éxito en todo lo que os propongáis y que seáis muy
felices con las personas que compartan vuestras vidas y que tengáis hijos tan buenos
como los he tenido yo, por eso me voy tan feliz.
Por último, os quiero hacer un encargo como mi última voluntad: No me hagáis
un velatorio. Cuando pase el tiempo que establece la ley, me enterráis y nada más. No
quiero ceremonia religiosa, ni que llaméis a nadie de la familia ni a los conocidos.
Quiero irme de este mundo sin que nadie diga que lo siente, ni que hablen de virtudes
que nunca he tenido; tampoco quiero lágrimas hipócritas, ni frases convencionales de
pésame.

Sólo deseo que me olvidéis lo antes posible para no causaros ninguna pena.
¡Gracias por todas las alegrías que me habéis dado.

Os quiero con todo mi corazón.

Vuestra madre

Victoria

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Doblé la carta y la metí en un sobre con el nombre de mis tres hijos, por orden de
edad y la dejé encima de la mesa.
Cogí un vaso de agua y me senté en el sillón de nuevo, para terminar
tranquilamente. Abrí la caja y tomé una pastilla, la tragué sin prisa, luego cogí otra
pero ...No sé nada más.

Escuchaba un sonido lejano, pero que hacía un efecto sedante en mí. No podía
definir qué era, solo me parecía imprescindible para estar bien. Luego, cuando fue
pasando algo de tiempo, aquel sonido se hizo más cercano, parecía como si me
tendiera una mano invisible, que me ayudaba a desprenderme de la niebla que me
rodeaba y que no podía explicar cómo era, ni por qué me envolvía.
Era la voz de una mujer; su timbre de tonos bajos y aterciopelados, hacía que mi
mente reaccionara llevándola hasta la consciencia.
- Hoy es Lunes y me alegro mucho de verte. Estás muy hermosa esta
mañana. ¿Sabes? El sol brilla, el cielo está despejado y azul. Si pudieras, te
encantaría pasear por el jardín. Hace unos días que entró la primavera y las flores
están abriéndose llenándolo todo de color y perfume. Amiga mía, sería maravilloso
que abrieras los ojos y pudieras verlo.- Sentía el suave roce de sus cálidas manos en
la mía y, haciendo un terrible esfuerzo, conseguí apretárselas con debilidad.- ¡Bueno!
Esto es una sorpresa estupenda. ¡Ya has despertado! A partir de ahora, podremos
entendernos mejor. Haremos una prueba: para decir sí, me aprietas una vez y para
decir no, dos veces. ¿Lo has comprendido?.- Apreté su mano una vez, con dificultad,
pero lo conseguí.- Como ya podemos hablar, quiero que me digas si te encuentras
bien.- Volví a decirle que sí.- Me alegro mucho de tenerte con nosotros. Conforme
vayan pasando los días, irás recuperándote y te ayudaremos para que vuelvas a ser
como antes. Ahora, después de este primer esfuerzo, debes descansar y procurar
dormir; eso te hará mucho bien.

Se marchó dándome un beso en la frente. ¡Qué agradable era aquella señora!


Me la imaginaba mayor, por el tono de su voz y por la ternura con que me trataba; era
como volver a ser niña y sentir las caricias de mi madre.
Intenté pensar en algo, pero mi cabeza estaba vacía. No recordaba nada; me
esforcé en recordar cual era mi nombre, pero no lo conseguí. Tampoco sabía en qué
lugar me encontraba, porque no me era posible abrir los ojos. La única referencia que
tenía, era aquella mujer que me había estado hablando, no sé cuanto tiempo, hasta
que pude distinguir que, el sonido que me acompañaba, era el de su voz.
¿Dónde estaba? ¿Quién era? ¿Por qué no podía abrir los ojos? Sólo era
consciente de que estaba acostada y que tenía algo en el brazo izquierdo que me
impedía moverlo. Mientras pensaba, me quedé dormida.
La suave caricia de aquella mano cariñosa, me despertó. En voz baja y dulce
estaba diciéndome:
- ¿Has dormido bien?- Le respondí que sí, en nuestro simple código. En
realidad, no había notado el paso de las horas.- ¿Recuerdas algo de tu vida? –
Le respondí que no.-¿Sabes por qué estás aquí?.- Volví a contestarle que no.
Tenía muchas preguntas que hacerle, pero me era imposible articular una sola
palabra.- Bueno, yo te contaré lo que te ha pasado: Alguien te vio caer en la calle
y te trajo hasta aquí, no sabemos quien fue, pero te salvó la vida; unos cuantos
minutos más y no habríamos podido hacer nada por ti. Al parecer, eres alérgica

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al Ácido Acetilsalicílico y tomaste una pastilla de Aspirina; no sabemos si es que
lo ignorabas, pero esto te causó un shock que hizo que te desmayaras y te
golpearas en la cabeza, ese es el motivo por el que has estado casi dos meses
en coma y el causante de esa amnesia que no te deja recordar, pero será
pasajera y pronto volverás a tener tus recuerdos y sabrás cual es tu nombre y
quien eres.
Yo me llamo Milagros Monteverde y soy psiquiatra en el hospital de San Pablo,
donde te encuentras ahora. No debes preocuparte por nada, porque tu recuperación,
es sólo cuestión de tiempo; tu organismo está perfectamente sano.
Aquella mujer era una buena profesional, me había contestado a casi todas las
preguntas que se agolpaban en mi mente, sin decírselas. Pero me quedaban unas
muy importantes: ¿No se había hecho pública mi desaparición? ¿Nadie la había
denunciado? Estas preguntas, tendrían que esperar, no sé cuanto, porque yo no podía
pronunciarlas. De momento me bastaba con lo que me había contado. Tal vez viviera
sola y por eso nadie me había echado en falta. No quería darle vueltas a la cabeza
porque me ocasionaba un dolor raro que me llenaba de ansiedad.

Pasaba la mayor parte del día, dormitando, no tenía que ocuparme de la comida,
porque tenía suero en el brazo izquierdo, solo me movían cuando las enfermeras
venía a lavarme. Mi cuerpo inerte durante tantos días, iba despertando y las
sensaciones volvieron a mis miembros adormecidos por la inactividad.
Una mañana, al despertar, abrí los ojos y, con mucha alegría, pude mirar a las
enfermeras que estaban moviéndome para cambiar las sábanas de mi cama. Me
parecieron muy guapas; ¡eran tan cariñosas! Animada por este hecho, quise
pronunciar alguna palabra, no tuve tanta suerte, pero sabía que podría hacerlo en
poco tiempo.

Una semana después de despertar, ya podía comunicarme con la Dra.


Monteverde. Hablábamos de muchas cosas; ella me enseñaba lo que no recordaba
hasta que empecé a ver flases de cosas que no me decían nada; situaciones que no
entendía y lugares extraños. Ella me dijo que era buena señal y que pronto volvería a
recordarlo todo. Así fue.
Unas semanas más tarde, de madrugada, desperté muy agitada; el corazón latía
descontrolado sin que entendiera cual era la razón. De pronto me di cuenta de que
estaba pensando como Victoria.- ¿Qué estoy haciendo aquí?- Mirando a mi alrededor,
reconocí la habitación del hospital. Sin previo aviso, supe que me había tomado la
Aspirina y por qué lo había hecho. La angustia que había estado dormida aquellos dos
meses, volvió a atenazarme la garganta. La realidad de mi triste vida me golpeó sin
misericordia: ¡Llevaba dos meses allí y nadie había preguntado por mí! No se había
hecho una denuncia para saber cual era mi paradero y no se sabía quien me había
traído al hospital. Empecé a deducir, que fue Javier. Cuando perdí el conocimiento, no
estaba en la calle, sino en el salón de mi casa. Seguramente, el efecto de la Aspirina,
hizo que perdiera el equilibrio y me golpee al caer al suelo. Cuando Javier me encontró
sangrando, se asustó y me llevó a San Pablo, tendría que agradecérselo... o tal vez
no. Todo empezó a encajar perfectamente, pero ¿Qué les habría dicho a los niños?
¿Por qué no habían venido a preguntar por mí? La carta que les escribí, ¿La habrían
leído? ¡Pensarían que estoy muerta! Esta certeza me iluminó como el relámpago que
cruza el cielo en una negra noche. Esa era la explicación de la falta de interés y del
abandono en el que me encontraba. Pero, ¿Cómo era posible que me dieran por
muerta si me encontraba allí? Estaba volviéndome loca en aquel callejón sin salida.
Por la mañana, cuando la Dra. Monteverde vino a verme, enseguida notó que
algo había cambiado en mi.
- ¿Cómo te encuentras esta mañana?.- Dijo con su tono acariciador. No
pude responderle porque, las lágrimas que no había derramado aquella
madrugada, llegaron de golpe a mis ojos en cuanto ella me preguntó.- ¡Vamos,

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vamos! Ya me he dado cuenta de que has recordado. ¡Tranquilízate! Dime cómo
te llamas.
- Victoria, me llamo Victoria Ortega Ramírez.- Le contesté entre sollozos
incontenibles.- ¿No ha venido nadie de mi familia a preguntar por mí?
- Bueno, tal vez todavía no sepan lo que te ha pasado; recuerda que te
encontraron en la calle...
- No, eso no es así. Cuando yo perdí el conocimiento, estaba en mi casa,
no en la calle.- Las lágrimas dejaron salir la ira que me produjo el saber lo que
Javier había hecho, porque estaba segura que era lo que había estado pensando
antes.
- Bien, pues cuéntamelo.
- No fue un accidente; me tomé la pastilla, sabiendo perfectamente cual
sería el efecto que me causaría.
- ¿Fue un intento de suicidio?
- Sí.
- ¡Por qué!
- Es una larga historia... Simplemente, no podía seguir con mi vida. Les
escribí una carta de despedida a mis hijos, porque tengo tres hijos, y me dispuse
a tomarme la caja de Aspirinas, entera, pero al tomar la primera pastilla, perdí el
conocimiento; puede que me golpeara al caer y que Javier, mi marido, al
encontrarme sin sentido, fuera él, quien me trajo hasta aquí.
- Entonces ¿Por qué no ha vuelto? ¿por qué no dejó tus datos y un
número para que nos pusiéramos en contacto con él?
- Porque nos habíamos peleado aquella tarde y él estaba muy enfadado
conmigo. Puso en contra a mis tres hijos y todos me despreciaron diciéndome
cosas terribles, yo no podía continuar viviendo así.

Le conté superficialmente lo ocurrido aquella noche, pero no mencioné el nombre


de Dan, ni la relación que teníamos. No debía saberlo nadie, por mucha confianza que
tuviera, como con aquella Dra, que tanto me ayudaba. Le rogué que intentara hablar
con mis hijos y le di el número de nuestro teléfono. Más tarde vino para decirme que
no había respondido nadie, que lo había intentado varias veces a distintas horas, pero
el resultado era el mismo siempre.
Podía haberle dado los números de los otros miembros de mi familia o de la de
Javier, pero no me pareció oportuno tener que darles explicaciones de por qué y cómo
me encontraba en el hospital y sin noticias de mi marido y mis hijos después de más
de dos meses. ¡Qué vergüenza!
Ahora, la meta que me había fijado, era recuperarme para ir a mi casa y pedir las
explicaciones que Javier me debía.

El trabajo diario era muy duro. El fisioterapeuta me obligaba a hacer ejercicios


que me parecían imposibles. Había perdido muchos kilos y no parecía la misma, era
una sombra de aquella otra Victoria a la que le sobraban veinte kilos y tenía los ojos
alegres, aunque no fuera completamente feliz. La expresión de mi cara, ya no era tan
dulce como siempre, tenía un reflejo de determinación y valentía desconocidos en mí.
Estaba resuelta a desenmascarar a Javier y decirles a mis hijos lo que me había
hecho abandonándome en un hospital, como si fuera una vagabunda que se había
caído en la calle bajo los efectos de alguna droga o del alcohol

Pasaban los días y mi recuperación era bastante buena; según los médicos que
me atendían, pronto podría dejar el hospital, pero mi corazón seguía teniendo la pena
de no saber qué estaba pasando con los míos. ¿Por qué no contestaban a las muchas
llamadas de teléfono que había hecho? Tampoco tuvieron contestación las múltiples

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cartas que mandé a nombre de mis hijos. No quería pensar en la posibilidad de que ya
no vivieran en nuestra casa. ¡Eso era un disparate!

Una mañana, después del desayuno, vino una enfermera para decirme que el
director del hospital quería hablar conmigo. Me acompañó hasta la primera planta,
donde estaba su despacho y me dejó frente a su mesa.
- Por favor, tome asiento.- Dijo el Dr. Merino, con amabilidad.- Ante todo
quisiera darle la enhorabuena por su recuperación.
- Gracias, es Ud. muy amable.- Le contesté a la expectativa.
- El motivo por el que deseo hablar con Ud. es el siguiente:- Dijo
poniendo los codos encima de la gran mesa de reluciente madera y con los ojos
ligeramente entornados, como si estudiara cada una de mis reacciones.- Desde
hace algo más de dos meses, le hemos atendido sin saber quien es, ni de donde
viene. Comprendo que las circunstancias en las que ingresó en urgencias, no
eran las adecuadas para perder el tiempo en preguntas, pero afortunadamente,
está recuperada por completo y creo que en condiciones de informarnos de su
identidad.- Continuó hablando sin darme oportunidad de contestarle.- Como es
nuestro deber, informamos a la policía de su ingreso en nuestro hospital, pero
nos han dicho que no ha habido denuncia por desaparición de ninguna mujer con
sus características, por lo que hemos deducido que es Ud. de otra comunidad.
- No, no, yo soy de Sevilla. Mi nombre es Victoria Ortega Ramírez. Estoy
casada con Javier Sánchez Soler. Mi domicilio es en la calle Juan Sebastián El
Cano, nº 23, 4º D. El número de teléfono es: 95 2254738. He estado intentando
hablar con mi familia, pero no sé que es lo que pasa, porque nadie coge el
teléfono; les he escrito y tampoco he tenida respuesta. También la Dra.
Monteverde lo ha intentado sin ningún resultado. Estoy realmente preocupada
por ellos, por mi marido y mis hijos, no es normal que hayan desaparecido.
- De acuerdo, Victoria, no se apure, nosotros volveremos a llamar y nos
pondremos en contacto con su familia. Le deseo un buen día y que siga su
recuperación como hasta ahora.

Los días transcurrían con monotonía, mientras mi cuerpo se iba fortaleciendo y


recobraba la salud; aunque me preguntaba por qué no me habían dicho nada todavía
de mi familia; intentaba tener paciencia, siempre con la esperanza de que todo
aquello, tan incomprensible, llegaría a estar claro y volveríamos a ser los de antes.”

****

En aquel punto, Adrián dejó caer el cuaderno en su regazo. Los demás estaban
en silencio, con un pensamiento distinto, según su forma de ver las mismas cosas.
La habitación iba quedándose en penumbra; Víctor se levantó sigilosamente para
encender la luz. Tanto él como sus hermanos, no tenían ni idea de quien era la
persona que había escrito aquel cuaderno, ni por qué sus padres y sus tíos, lo

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escuchaban con aquel recogimiento. A pesar de todo, le interesaba escucharlo hasta
el final. Era una historia apasionante más parecida a una novela que a una vida,
aparentemente, como muchas otras.
- Yo seguiré leyendo.- Dijo Sara con determinación, arrebatándole el
cuaderno de las manos a su hermano Adrián.
- Por favor, Sara, déjame terminar; los nervios no permitirían escuchar de
forma pasiva. ¿Te importa?
- No, claro que no.-Se lo volvió a dar.

¿Cuántas horas llevaban leyendo y escuchando? No importaba en realidad. Su


único interés era seguir hasta el final para poder comprender todo aquel cúmulo de
descubrimientos que les era tan difícil asimilar.
La doncella se había encargado de atender y de acostar a los niños, pero ellos, a
pesar de que varias veces habían ido a avisarles de que la cena estaba servida, no
habían querido interrumpir la lectura.
David, se sentó junto a Victoria, pasándole un brazo por los hombros. Este gesto
de apoyo y calor, en aquellos momentos de tan intensa emoción, le proporcionó a ella,
un consuelo que no esperaba, pero que la reconfortó. Le miró y en sus ojos él pudo
ver lo que sentía, como siempre lo había hecho. El sabía muy bien, cuales eran las
sorpresas que les aguardaban, pero como siempre había hecho, guardó silencio,
esperando que los acontecimientos fueran los que desvelaran aquellos secretos de los
que él no era dueño, sino, un simple conocedor. De todas formas, estaba muy
interesado por saber algunos detalles que Javier nunca le contó; no sólo por
conveniencia, sino porque él tampoco los sabía; había perdido el contacto con Victoria,
su mujer, desde que la viera en el descampado donde la amenazó por segunda vez.
También le dijo que fueron obedientes y que desaparecieron de verdad y para
siempre, de manera que, ni él mismo sabía donde se habían metido.

Un poco por mimetismo, Michael hizo lo mismo con Sara que le cogió la mano
dedicándole una sonrisa.
Toda su atención estaba centrada en la continuación de aquellas revelaciones
tan inesperadas y a la vez, tan ansiadas desde que, cuando eran tan jóvenes, hicieran
un pacto de sangre. Todos aquellos recuerdos, que parecían olvidados, volvieron a
sus mentes. Las dudas y la incomprensión de las decisiones que su padre les había
impuesto. El dolor de perder por completo el contacto con su familia y con los
compañeros de colegio entre los que se encontraban, también, sus mejores amigos y
algún que otro amor.
Los años en el extranjero fueron muy duros, sobre todo al principio, cuando no
conocían a nadie, ni el idioma. Se habían sentido abandonados a su suerte, sin el
calor de su padre que, a fin de cuentas, era su única familia.
Todos estos pensamientos fueron interrumpidos por el sonido de la voz de
Adrián, que se disponía a continuar con la lectura de las memorias de su madre.

****

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“ Varias tardes por semana, venía Milagros, la Dra. Monteverde, para hablar
conmigo. Teníamos largas conversaciones que me hacían mucho bien. Siempre pensé
que el nombre de “Milagros” le caía perfecto, porque ella fue un milagro para mí.
- Quisiera saber por qué estás tan triste los últimos días.- Fue la primera
pregunta que me hizo, me cogió desprevenida. No supe qué decirle, pero su
mirada, franca y cariñosa, sabía inducirme a confesarle lo que no tenía pensado.-
Ahora que estás recuperando tus fuerzas, ¿No te parece una contradicción?
- No sé. Tal vez lo que me pasa, es que no he tenido ninguna noticia de
mi familia. El otro día, estuve hablando con el directo del hospital y le di todos los
datos de mi casa y míos; me dijo que harían lo posible para ponerse en contacto
con mi marido, pero no sé nada, todavía.- Le conté, procurando dominar la
angustia que estos pensamientos me provocaban.- ¿Por qué me han
abandonado como si no existiera? ¡Tan grave fue decirle a mi marido que había
dejado de quererle! Sin embargo, a mis hijos, les dije que eran lo único
importante de mi vida y que les quería más que a mí misma. ¿Por qué me están
haciendo esto? Incluso mis padres y mis hermanos, parecen haberme olvidado
como si nunca hubiera existido. Nadie se ha molestado en buscarme. ¿Cómo no
voy a estar triste?
- ¿No te has planteado la posibilidad de que tú hayas hecho algo mal?
- Sí, pues claro. Lo primero que se piensa es en que no tenía que haber
hecho esto o lo otro. Comprendo que tomé una decisión muy drástica, al intentar
suicidarme pero, creía que tenía buenas razones para hacerlo: Vi a todos en mi
contra. Me dijeron que no podían más y que les estaba amargando la existencia
con mi constante preocupación que les impedía ser libres para vivir su vida. Sin
dudarlo un instante, se pusieron de parte de su padre, atacándome sin
miramientos. Me sentí tan sola y triste, que pensé que no podría seguir viviendo
sin el cariño de mis hijos. Esa fue la única razón de lo que hice. Luego, cuando
vuelvo a la consciencia, nadie me puede decir, quien me ha traído al hospital
diciendo que me encontró en la calle sin conocimiento. Eso es falso, como ya he
dicho tantas veces antes, yo estaba en el salón de mi casa cuando me tomé las
pastillas y fue allí donde me caí, no en la calle.- La respiración se me volvió muy
fatigosa y parecía que me iba a dar un infarto, pero no podía parar de hacerme
las preguntas a las que no encontraba respuesta.- Si fue mi marido ¿Por qué no
ha vuelto? ¿Por qué no han venido mis hijos? ¿Por qué nadie ha llamado para
saber si estoy viva o muerta? ¡Basta con cometer un error para que se olvide
toda una vida de amor y entrega, para que no te puedan perdonar!
- Cálmate, Victoria. Estoy segura de que todo esto tiene una buena
explicación. Ya verás como, cuando esté aclarado, te reirás al recordar tu
confusión.
- No creo que esto me haga reír nunca.- Le dije agotada por la emoción.-
Llevo mucho tiempo aquí, el suficiente para que, si querían, pudieran venir a
verme o llamar para interesarse. ¡Me han abandonado! Ésa es la única verdad, y
por mucho que me duela, tendré que asumirla.
- Tal vez, la equivocación de intentar suicidarte, les haya ofendido hasta
el punto de pensar que debías tener un buen escarmiento.- Dijo, en el intento de
justificar lo injustificable.- “El acabar de una vez” no soluciona ningún problema,
puede que, como en este caso, traiga otros más graves. La persona valiente y
con recursos, es la que se enfrente a los problemas y sabe verles la salida sin
llegar al punto sin retorno que es la muerte.
- Las teorías son todas muy bonitas, pero la realidad es otra mucho más
cruda y nos hace pensar que no merece la pena seguir con tanta lucha a cambio
de nada. Hay un refrán que dice:”Hazme ciento, pero fáltame en uno” Esto es lo
que me ha pasado a mí, muchas veces en mi vida, pero cuando viene de tus

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seres más queridos, no se puede asimilar y te convences de que es mejor para
todos, no seguir.
- La cuestión, es que hacemos las cosas esperando una recompensa;
ésta puede ser material o bien en cariño, en agradecimiento, pero siempre
esperamos algo. La persona debe saber que ella sola se basta para ser feliz;
nunca se es del todo feliz, si ciframos nuestras expectativas en los demás;
porque los otros no son fiables. El único que no puede traicionarte en tus
sentimientos, es tu propio ser. Cuando entendamos que el dar amor es un gesto
desinteresado y que no espera que el otro lo aprecie, entonces es cuando todo
funcionará a la perfección. Te podré un ejemplo: Tú tienes un mueble que te
gusta mucho y le has tomado cariño por el tiempo que hace que lo tienes, o
porque era de tu familia...etc. pero jamás esperas que te devuelva amor o
agradecimiento por lo bien que lo llevas cuidando durante tanto tiempo. No te
sientes despreciada por ese silencio, ¿Verdad? Pues esa es la idea.
- Sí, ahora lo entiendo, pero no te aseguro que pueda ponerlo en
práctica.- Le contesté, pensativa. Sabía que le daría muchas vueltas hasta poder
asimilarlo mejor.

Estas conversaciones, las teníamos con frecuencia. Me ayudaba mucho el


desapego que ella había conseguido, aunque estaba casada y tenía dos hijos a los
que amaba como todas las madres, pero no dependía del amor de ellos; la envidiaba
por haberlo conquistado. Sabía que era un camino largo y difícil pero me hice el firme
propósito de intentarlo.

Tres días después de ésta conversación, me volvieron a llamar al despacho del


director. Lo que me dijo, jamás podría haberlo imaginado. Me costó trabajo mantener
la compostura y razonar debidamente.
- Victoria, hemos estado buscando a su familia y los resultados no han
sido los esperados.- Este Sr. se veía nervioso y preocupado, buscando las
palabras que sonaran menos terribles.- Hemos verificado el nombre que nos dio
como suyo y, siento comunicarle que Victoria Ortega Ramírez, murió el día que
Ud. ingresó aquí. Figura en el registro que murió a las ocho de la mañana de un
infarto. Ahora, si es tan amable, me dice cual es su verdadero nombre y su
domicilio.- Mientras él hablaba, mi mente se había quedado bloqueada en las
palabras: Victoria Ortega Ramírez, murió de un infarto el día...¡Aquello no podía
ser cierto! El cerebro me estaba jugando una mala pasada. ¡Yo no estaba
muerta!
- Por favor.- Le dije conteniendo una mezcla de sentimientos
contradictorios: Pena, ira, abandono, rabia...- esto debe de ser un malentendido.
Nunca miento y menos en unas circunstancias como estas. No tengo aquí mis
documentos para poder probarlo, pero de alguna manera, los podré conseguir.
No entiendo por qué no contestan al teléfono, esto sería más fácil poniéndome
en contacto con mi familia.
- ¿Sabe por qué no le contestan? Porque en la dirección que Ud. nos
dio, no vive nadie. Se trasladaron a los pocos días de la muerte de esta Sra. y
nadie sabe a donde se fueron.
- ¿Ahora qué voy a hacer? – Dije desolada sin una idea ante mí que
pudiera ayudarme a digerir aquella situación.
- Por nosotros no hay ningún problema. Ud. puede continuar aquí hasta
que esté completamente recuperada, después, se le pasará la factura de los
gastos que ha ocasionado su tratamiento. Quiero que sepa, que si decide darnos
su auténtico nombre, seremos discretos y, como es norma en este hospital, la
información respecto a Ud. tendrá una absoluta confidencialidad.

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Cuando regresé a mi habitación, no encontraba salida posible al problema en el
que me veía envuelta. No tenía nombre, ni documentos, ni dinero para pagar la
enorme factura del hospital. ¡Estaba perdida por completo! No sabía, no tenía a quien
recurrir.
Me encerré durante varios días sin querer ver a nadie. Me encontraba en un
callejón sin salida, pero de pronto recordé que sí había a quien recurrir. Parecía que al
final de aquel oscuro túnel, brillaba una pequeña luz de esperanza: Haciendo un
terrible esfuerzo de memoria, conseguí recordar el número de teléfono del despacho
de Dan. Volví a pedir el favor para que me dejasen llamar, puesto que no tenía ni una
sola moneda y conseguí, a la primera, hablar con él.

- Hola Dan, soy yo.- Dije tímidamente, al escuchar su voz. No estaba


segura de que él quisiera hablar conmigo, ya me parecía que nadie me
aceptaba.
- ¡Victoria! ¿Eres tú de verdad? ¿Dónde te has metido?.- La alegría que
demostraba al escucharme, fue un descanso para mi corazón.- Llevo más de un
mes llamándote sin ningún resultado. ¿Habéis estado de viaje?
- No Dan, no ha habido ningún viaje. Me ha ocurrido algo muy difícil de
contar por teléfono. ¿Podrías venir pronto?
- ¡Por supuesto! Este mismo fin de semana iré a verte. ¡No sabes las
ganas que tengo de estar contigo y cuanto te he echado de menos!
- Te lo agradezco mucho...Estoy en un apuro muy grande y no sabía a
quien recurrir, por eso he pensado en ti.
- Naturalmente, para eso estoy pero, dime ¿Te encuentras bien?
- Sí, no te preocupes, estoy bien.- Respondí, intentando darle un tono
más alegre a mi voz, aunque creo que no lo conseguí.
- Ahora mismo haré los arreglos y dentro de tres días, me tendrás a tu
entera disposición. Nos encontraremos donde siempre.
- No, allí no podrá ser. No quiero que te alarmes, pero es que estoy en el
hospital de San Pablo. No te preocupes porque me encuentro muy bien, ya te lo
he dicho, pero eso es precisamente lo que tengo que contarte. La habitación es
la 531.
- ¿Has tenido un accidente?- Su voz había cambiado radicalmente. Al
principio, era alegre e ilusionada por la perspectiva de un encuentro, pero ahora
sonaba extremadamente preocupada.
- No, no, ya te contaré todo. Sólo quiero que tengas mucho cuidado con
la carretera; no es necesario que corras. ¡Prométemelo!
- Te lo prometo. ¡Hasta pronto, amor mío!

Después de esta conversación, todo me pareció más fácil y decidí continuar con
mis actividades diarias. ¡Cuanta tranquilidad me proporcionaba saber que pronto le
tendría conmigo! Me había sentido tan sola y olvidada de todos, hasta el punto de que
se cuestionaba mi existencia.
No lograba asimilar lo que pasaba. ¿Sería que después del coma, mi mente ya
no era tan ágil? Por muchas vueltas que le diera, no tenía nada a qué asirme para
entender que mi marido y mis hijos se habían ido de Sevilla sin dejar rastro y que mi
demás familia, no había hecho nada por saber donde estaba. ¿Estaría la policía
buscándome? No, estaba segura de que no, porque al primer sitio que van, es a los
hospitales y allí nadie había ido preguntando por mí. ¡Pero si estaba oficialmente
muerta! ¿Cómo me iban a buscar? No, no debía seguir pensando, porque acabaría
irremediablemente loca.
No podía dormir y deseaba que las horas se me hicieran más cortas, por eso, le
pedí a una enfermera que me diera algún tranquilizante que me ayudara a conciliar el
sueño. Gracias a esto, se me pasaron los tres días más deprisa.

59
La tarde del Viernes, se me hizo muy larga, parecía que las horas no pasaban.
Recogieron la bandeja de la cena a las ocho y media. Los demás enfermos, se
pusieron a ver la televisión, pero yo no tenía los nervios para eso y me paseaba por el
pasillo arriba y abajo, hasta que escuché las puertas del ascensor y unos pasos, para
mí inconfundibles, que avanzaban por el pasillo. ¡Era él! Salí a su encuentro, nerviosa
e ilusionada. Nos vimos de frente y pude distinguir que, en su cara, estaba reflejado el
sufrimiento, luego, cuando comprobó que me encontraba bien, sus ojos se iluminaron
de alegría.
Nos abrazamos en silencio y, debíamos continuar siendo discretos, nos
separamos inmediatamente.
- ¡Dan, mi amor, por fin has llegado!- Le dije en susurros
- Victoria, Victoria, no sabes la angustia que he pasado todo este tiempo
sin saber nada de ti. Hasta llegué a pensar que ya no me querías. Después, al
saber que estabas aquí, no podía dejar de imaginar lo peor, menos mal que te he
visto y he podido comprobar que sigues siendo la mujer más hermosa del
mundo, aunque te encuentro alarmantemente delgada.
- Ven, vamos a la sala de baño, a estas horas no la usa nadie y
podremos estar tranquilos.

Nos abrazamos con fuerza y desespero. Él me besaba toda la cara, las manos,
el pelo y, finalmente, la boca. No se cuanto tiempo estuvimos besándonos y
acariciándonos.
- Dan, la tarde que le dije a Javier lo que sentía por él.- Le empecé a
decir, mientras nos sentábamos en la bañera.- no pensé que reaccionaría tan
mal. Cogió a los niños y se encerró con ellos en el salón, sin dejarme estar
presente. Cuando salieron, ya no les conocía. Les había puesto completamente
en contra mía, de forma que ellos solo veían por sus ojos. Me dijeron cosas
terribles que me llevaron a la desesperación y, cuando se acostaron, creí que
perdía el juicio. El dolor me volvió loca y decidí que tenía que acabar con todo,
porque no lo resistiría ni un momento más; así que escribí una carta de
despedida para mis hijos y empecé a tomar unas Aspirinas, con la intención de
acabar con toda la caja; yo sé que soy alérgica y que, en pocos minutos, estaría
muerta. No sé lo que ocurrió después, pero al parecer, con la primera pastilla,
perdí el conocimiento y me caí, dándome un fuerte golpe en la cabeza. Cuando
desperté, estaba en la unidad de cuidados intensivos de éste hospital. Me dijeron
que había estado dos meses en coma. La recuperación ha sido trabajosa y difícil
pero ya ves cómo me encuentro ahora.- Dan me miraba con atención, sin
interrumpirme, esperando a que terminara aquel relato tan inverosímil.- Lo más
triste de todo esto, ha sido que nadie se ha interesado por mí; no han venido a
verme, ni han llamado; es como si se los hubiera tragado la tierra. Hace una
semana, me llamó el director del hospital y me pidió mis datos, se los di y,
cuando ellos han intentado ponerse en contacto con mi marido, resulta que no
han encontrado a nadie, se han marchado sin dejar ninguna dirección. Pero eso
no es lo peor...- Ya no pude continuar sin que las lágrimas me ahogasen.
- ¡Vamos, cariño! Por muy malo que sea lo que viene después, no será
tanto; lo único que debe importarte es que te encuentras bien y que estamos
juntos.- Dijo cogiéndome de las manos.
- Sí, es muy malo, más de lo que te imaginas. Yo no existo; mi nombre
figura en el registro civil como muerta el mismo día en que me ingresaron. Está
todo en regla; el certificado de defunción, dice que he muerto de un infarto. No
me lo han dicho claramente, pero estoy segura de que creen que he suplantado
a Victoria. Por si fuera poco, tengo que pagar los gastos del hospital. La
Seguridad Social no los cubre porque no existo. ¡Estoy desesperada!
- ¡Vamos, vamos, tranquilízate! El que te hayan dado por muerta con un
certificado falso, no tiene ningún problema. Se comprueban tus huella dactilares

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y, si fuera necesario, se te harían unas pruebas de A.D.N. y se demostraría la
falsificación y a los responsables les denunciamos y no tendrían escapatoria por
que es un grave delito. Fíjate si podrás pagar las cuentas y mucho más. Yo te
representaré y ganaremos todo lo que nos propongamos.

¡Cuánto alivio sentí al ver una solución tan fácil! ¿Por qué no se me había
ocurrido a mí? ¡Podía haberme ahorrado tanto sufrimiento! Si Javier estaba metido en
aquel asunto tan feo, sería un golpe para mis hijos, pero tendría la oportunidad de
poder vivir con ellos, de contarles la verdad de mi relación con Dan y todo volvería a
ser normal.
- ¡Gracias amor, por tu ayuda! ¿Qué haría yo sin ti?
- En cuanto llegue el Lunes, me podré manos a la obra y buscaré toda la
documentación e investigaré quien ha firmado el certificado y lo que han hecho
con el supuesto “cadáver”; mientras tanto, aquí nos proporcionaran tu grupo
sanguíneo y tus huellas.

Se marchó del hospital dejándome una sensación de paz. El futuro se


vislumbraba mejor de lo que yo había creído, tan solo una horas antes. El camino
sería duro, lo sabía, pero también estaba convencida de que se inclinaría a nuestro
favor. Nosotros no habíamos cometido ningún delito, sólo nos amábamos y no
seríamos la única pareja que lo hiciera a escondidas.
La mañana siguiente, aproveché la visita de mi médico y le pedí las pruebas que
Dan me había dicho. Él se extrañó mucho de aquella petición, pero no puso ningún
inconveniente.

El Lunes, muy temprano, cuando apenas se había despertado el hospital, recibí


la visita más inesperada.
.En el momento en que salía del baño, todavía con la toalla envuelta en la
cabeza, alguien me cogió por el brazo, con una fuerza extraordinaria.
- No digas ni una sola palabra y ven conmigo.- A pesar de que no podía
creerlo, estaba convencida de que era la voz de Javier. No me equivoqué. Me
llevó hasta un piso inferior y, en una de las salas de televisión, me lanzó contra
uno de los sillones, mientras él cerraba la puerta. La angustia se apoderó de mí,
ante la actitud y los malos modos con que me trataba. Sabía que estaba a su
merced, porque a esa hora, nadie entraría para nada en aquella habitación.
- ¡Déjame en paz! – Dije, intentando sobreponerme al miedo que me
atenazaba la garganta.
- ¡Cállate y escucha! – Ordenó con un odio en su mirada que me
paralizó. Lo que te voy a decir, no lo repetiré; así que te conviene poner mucha
atención: Sé que te vas a hacer las pruebas que demuestran que no estás
muerta. ¡Ni se te ocurra! No consentiré que descubras que el certificado de
defunción era falso, ni que me avergüences delante de todos los que te dan por
muerta. Si he sido capaz de hacerlo una vez, aunque no fuera verdad, estoy
dispuesto a volver a matarte, pero esta vez, sin ningún riesgo porque
oficialmente tú ya no existes. ¡Nunca me arrepentiré bastante por no haberlo
hecho en su momento y así me habría evitado el trastorno que me ha causado
este largo viaje! De lo que quiero que estés segura, es de que, aunque te
salieras con la tuya, no recuperarás a tus hijos, porque ya no están al alcance de
tu mano, ni lo estarán nunca.- Se acercó a la puerta, sudando por el esfuerzo de
lanzarme todo aquello a la cara en susurros, pero cuando ya tenía el tirador de la
puerta en la mano, se volvió bruscamente y me espetó:- Será mejor que
desaparezcas para siempre, si vuelvo a saber de ti o a encontrarte, te juro por lo
más sagrado, que será la última vez que veas la luz.

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Se marchó sin darme la oportunidad de hablar. Esto era característico en él; para
evitar que se le pudiera convencer de que podía estar equivocado, se marchaba y
dejaba así, el asunto zanjado y, como siempre, a su favor. Yo me quedaba igual que
una tonta, con un montón de argumentos por exponer y de razones que dar, pero
frustrada.

Me sentí perdida, mientras miraba la puerta cerrada por la que había


desaparecido la esperanza que iluminó mi vida por unos días. Todo me empezó a dar
vueltas y me sentía muy mareada; caí de bruces en el suelo. Cuando desperté, me
encontraba de nuevo en mi cama, pero con la muñeca derecha enyesada. No
recordaba nada hasta que me dijeron que debí partírmela al caer sin sentido. Nadie
entendía por qué había bajado hasta aquella sala. Yo no podía decirlo y me amparé en
la falta de memoria. Pero mi corazón se desbocaba al recordar los ojos encendidos
por el odio y la locura, y las palabras que me susurraban aquel desprecio que Javier
sentía por mí.
Estuve todo el día en la cama sin querer comer ni ver a nadie. Todas las
esperanzas que había vislumbrado con la ayuda de Dan, se habían convertido en
nada. ¿Cómo se lo diría a Dan? No quería serle una carga de sufrimiento y problemas
pero, tampoco tenía a nadie más que a él.
Ahora veía con toda claridad que jamás tendría cerca de mí a mis hijos. Por
mucho que me doliera, sabía que acabarían olvidando a una madre que murió de
pronto y que ya no formaría parte de su futuro. Sus vidas tendrían otros horizontes
lejos de su ciudad y de las personas que, hasta entonces, habían sido su mundo.
Me sorprendí pensando que, tal vez, vivieran mejor sin mí. Aunque no lo había
hecho conscientemente, el sentido de culpa, seguía diciéndome que no era digna de
ellos; que el destino, muy sabiamente, nos había separado para que ya no pudiera
herirlos y avergonzarlos con mi engaño. Una vez más, deseé que fuera cierta mi
muerte, así por lo menos, no tendría aquel sufrimiento que no me dejaba respirar.
Llegó Dan aquella tarde lleno de optimismo, seguro de que me habían hecho las
pruebas y que podría empezar a trabajar para desenmascarar a Javier y conseguir
que estuviera en la cárcel una buena temporada. Se quedó sorprendido al verme en la
cama y al descubrir mi muñeca rota, se preocupó mucho más.
- ¿Qué te ha pasado? ¿Por qué llevas esa muñeca escayolada?.- Su
rostro mostraba desasosiego. Se le veía reflejado en los ojos, un nuevo
sufrimiento.
- Me he caído...- Dije, pero después, pensé mejor que debía contarle la
verdad entera.- Esta mañana, muy temprano, vino Javier y me obligó a
acompañarlo al piso de abajo, donde nadie nos pudiera oír. Me amenazó con
matarme de verdad si demostraba que había falsificado el certificado de mi
muerte.- Intenté controlar los sollozos para poder continuar.- Ha dicho que, haga
lo que haga, jamás podré encontrar a mis hijos, ni recuperar la vida que me ha
quitado para siempre. Me ha ordenado que desaparezca definitivamente, si no
quiero morir, porque él no pagaría por matar a alguien que ya no existe.
- ¿Qué vas a hacer?.- Preguntó Dan, mirándome con una inmensa pena.
- Obedeceré. Sé que no tengo posibilidad de recuperar a quienes de
verdad me importan. Si aparezco, sería un escándalo que no quiero
protagonizar. Si mis hijos se vieran envueltos en algo así, tampoco me lo
perdonarían. Estoy perdida de todas maneras.
- ¿Te rindes sin querer luchar? Porque si nos lo proponemos, podemos
desenmascararlo y mandarlo a la cárcel. No creas que sería muy difícil.
- ¡Estoy tan cansada! ¡Tengo mucho miedo de que, en cualquier
momento aparezca y me mate impunemente! Lo mejor es desaparecer, por lo
menos un tiempo, para poder reponerme y tener más fuerza de voluntad, ahora
no puedo más.

62
- Bien. Te vendrás conmigo y te proporcionaré una nueva identidad. Los
abogados conocemos cómo se pueden hacer esas cosas.

Desaparecí, claro que desaparecí; por mucho que me doliera, no quería morir
porque no perdía la esperanza de que, algún día, pudiera recuperar aquella
comunicación con los míos que, lo reconozco, yo misma había roto. Dan pagó la
factura del hospital y nos fuimos a Valencia antes de que la policía empezara a
averiguara algo sobre mí.

****

− ¡Os lo dije! Sabía que había sido él. - Exclamó Victoria. – Nunca se lo podré
perdonar; no me importa lo que hiciera Mamá, pero esa no era la solución. ¿Cómo fue
capaz de una cosa así?
− Cálmate, mujer, todavía quedan algunas cosas más por descubrir y debes
tener serenidad. – Dijo David, en voz baja, mientras le besaba tiernamente el dorso de
su mano.
− También yo sospechaba de él, no eras tú la única. – Dijo Adrián.
− Tal vez no hicimos lo que debíamos en su momento. – Sara sollozaba, mirando
ensimismada al suelo.- ¡Que impotencia siento de ver que ya es demasiado tarde!
− Será mejor que continúes leyendo, todo lo demás ya carece de importancia. –
Dicho esto, Adrián comenzó de nuevo con el relato.

****

En Valencia, Dan tenía un bufete también y nos pareció más seguro que Alicante
por si, de alguna manera nos podía relacionar, me buscaría allí. Dan poseía un bonito
piso cerca de las Torres de Serranos; allí nos instalamos sin dar explicaciones a nadie.
Más adelante, me presentaría a David, su hijo que trabajaba con él, también como
abogado en Alicante.
La ciudad grande y despreocupada, no advirtió mi presencia y este anonimato,
me ayudó a ir adaptándome a mi nueva vida. Debía asimilar que estaba todo perdido y
que era realmente imposible desandar el camino y reencontrarme con mis hijos.
Por medio de un cliente que le debía algunos favores a Dan, fue relativamente
fácil, conseguirme los documentos que demostraban mi nueva identidad: Alicia
Arenosa Gracia. Así me llamaría a partir de entonces. Había nacido en Castellón y era
soltera, con una historia corriente, como la de miles de mujeres algo entradas en años
que no se habían casado. Nada en la trayectoria de una persona que llamara la
atención.

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También cambié mi imagen. Me corté el pelo, me lo teñí rubio claro, me quité las
gafas y me puse lentillas de color verde. Había adelgazado ostensiblemente durante el
tiempo que había permanecido en el hospital y, aunque seguía siendo de poca
estatura, se me veía mucho más estilizada, con una figura que jamás pude ni soñar;
siempre había estado luchando y sufriendo por los kilos de más. Llevaba ropa cara y
elegante y, realmente, estaba desconocida. Hasta Dan me dijo que le costaba
reconocerme, le gustó mucho porque, según dijo sonriendo, el cambio era para
mejorar. Parecía haberme quitado diez años. Cuidé con esmero cambiar mi acento
sevillano, tan gracioso para muchos, pero que a mí me podía delatar fácilmente. Me
costó mucho trabajo y una atención constante en cada palabra, con esfuerzo, lo
conseguí relativamente pronto.
Nos casamos en el Ayuntamiento y en la más estricta intimidad. Todo era
perfecto para ser completamente feliz, pero en el fondo de mi alma, seguía latente el
vacío que mis hijos dejaron y que nadie, jamás, podría llenar. Me obligué a dejar de
hablar sobre ellos. Sabía que mi sufrimiento era compartido por Dan y él no se lo
merecía, por eso, el recuerdo de mis niños lo guardé sólo para mí y me encontraba
con él, cada noche, cuando la casa se quedaba quieta y la respiración del hombre que
compartía mi cama, era acompasada por el sueño; entonces, revivía cada instante
que, entre los cuatro, habíamos compartido. Una y otra vez, los volvía a tener en
brazos, amamantándoles, durmiéndoles, dándoles el jarabe cuando tosían... Veía sus
caritas felices soplando las velas en los cumpleaños... En la feria gritando excitados
por el vuelo de la noria. ¡Tantos momentos inolvidables! Se me llenaban los ojos de
lágrimas, pero me esforzaba por controlarlas; no quería que se notara por la mañana,
para evitar preguntas a las que no quería responder.

Así empezamos una vida que se podía decir feliz. No debía quejarme, sobretodo,
porque estaba junto al hombre que siempre amé. Él se preocupaba porque estuviera
contenta y cómoda; no sabía qué capricho darme para hacerme sonreír. Cada vez que
su trabajo lo permitía, viajábamos por toda España y planeábamos ir a América y
conocer tantos sitios legendarios, igual en el norte, como en el sur. Fuimos a Francia,
Suiza, Bélgica...Visitamos casi toda Europa. Era hacer realidad un sueño que siempre
había tenido y que me parecía imposible de llevar a cabo teniendo en cuenta la
situación económica que había tenido hasta entonces.

Dan me propuso que le ayudase en la oficina; no le gustaba que estuviera sola


todo el día en casa; sabía que los recuerdos me ponían triste. Por mucho que intentara
disimularlo, él lo adivinaba con sólo mirarme y me decía que no podía seguir así toda
la vida. Yo no estaba segura de poder serle útil en un trabajo nuevo para mí, pero tuvo
mucha paciencia y, con su ayuda, todo me resultó fácil y gratificante. Me convertí en
su secretaria y gracias a esto, no nos separábamos en todo el día, salvo cuando tenía
que asistir a algún juicio, al que iba con sus ayudantes.
Todas las mañanas, nos levantábamos a la misma hora, desayunábamos juntos
y nos marchábamos al trabajo, compartiendo las mismas preocupaciones y los
mismos éxitos. Nos mirábamos y sonreíamos en complicidad de todo cuanto vivíamos.
Jamás nos cansábamos de estar juntos, eso era lo que más deseábamos y lo
habíamos conseguido totalmente.
Conforme iba conociendo a sus amigos y clientes, estos me aceptaban con total
naturalidad. Hubo, como es corriente en estos casos, quien nos gastaba bromas sobre
lo difícil que habría sido para mí, poder conquistar a un hombre tan reacio a volverse a
atar a una mujer. Nos reíamos sin dar ninguna explicación, sólo diciendo que había
sido muy graciosa la ocurrencia y pasaba sin más.

Llevábamos dos años juntos, cuando Dan me propuso tomarnos unas largas
vacaciones en el Caribe. Se le veía ilusionado y hacía planes constantemente. En

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cambio yo no tenía ganas de viajar tan lejos y, con el máximo de cuidado para no
herirle, le dije:
- Cariño, ¿Por qué al Caribe? ¿No está un poco lejos?
- Bueno, en realidad me parece que sí, pero pensé que a ti te gustaría
conocerlo, después de todo, la gente siempre dice de ir allí, como si fuera el
único sitio donde se puede encontrar el “Paraíso”.- Me contestó así y me di
cuenta de que no le parecía tan maravilloso como me hizo creer al principio.-
Pero si no te apetece, podemos buscar otro sitio que te guste más.
- No quiero que pienses que no me agrada la idea, solo que no es
necesario ir tan lejos para pasar unas vacaciones tranquilas y disfrutar al
máximo.- Le dije, recordando lo que me había llamado tanto la atención y que no
paraba de darme vueltas en la cabeza.- El otro día, en la peluquería, una señora
estaba hablando de sus últimas vacaciones. Habían estado en un pueblecito de
Almería: Cabo de Gata. Dijo que está en medio de un parque natural y que
además, es reserva de la biosfera. Allí el paisaje es desértico, pero el cielo
siempre está muy azul, el mar es de aguas cristalinas y limpias, porque no tiene
vertidos de ninguna clase. Lo que más le entusiasmó, eran las playas tan
maravillosas y que era un sitio tranquilo donde, de verdad, se puede descansar.
También decía que el pescado era lo mejor que había probado en su vida y que,
por supuesto, pensaban volver siempre que pudieran. ¿Por qué no vamos este
verano? Me gustaría mucho comprobar que no exageraba y también, por qué no
te lo voy a decir, me encantaría volver a Andalucía.
- Si quieres que te sea sincero, a mí me pasa lo mismo. No hay
problema, este año nos vamos a conocer esa costa y juzgaremos por nuestra
propia experiencia. No sé si a David le parecerá bien, pero tampoco es un
problema que pasemos unas vacaciones sin él.
- ¿Por qué sin él? Díselo y puede que le guste la idea. A mí me
encantaría que se viniera, ya sabes que le quiero mucho.
- Te lo agradezco. Al principio pensé que querías que fuéramos solos y
me daba un poco de pena, porque sería la primera vez que no pasamos las
vacaciones juntos desde que su madre y yo nos separamos.

David era un joven estupendo. Cariñoso, educado y correcto. A sus veintisiete


años, me había aceptado como la nueva esposa de su padre, con naturalidad y sin
rechazo de ninguna clase. Nos entendíamos muy bien desde la primera vez que
tuvimos contacto; hasta el punto de considerarle, casi como a uno de mis hijos; le
quería igual que si lo fuera. Él era lo más cercano que tenía, además de Dan. Vivía en
Alicante, trabajando en la oficina que Dan siempre había tenido allí, pero nos veíamos
con relativa frecuencia y manteníamos largas conversaciones que nos acercaban cada
vez más. Era muy simpático y tenía un gran sentido del humor. Me recordaba mucho a
su padre cuando era joven, aunque le encontraba otros muchos rasgos desconocidos
que, me imagino, serían de su madre.
Cuando le propusimos que viniera con nosotros a Cabo de Gata, le pareció muy
buena idea. También él había oído hablar de que era un sitio tranquilo y quería
conocerlo. Siempre buscaba la naturaleza en estado puro y le entusiasmaba bucear.
Por eso sabía que en sus aguas transparentes, se podían encontrar paisajes
submarinos realmente maravillosos.
Dan se encargó de buscar un hotel. Hizo las reservas en el Hotel Mar Azul, uno
de los pocos que había en la zona; éste era muy lujoso y estaba en primera línea de
playa.
Llegamos por la mañana el día tres de Julio. Desde que tomamos la carretera
que indicaba Cabo de Gata, ya empezó a gustarnos el panorama: A lo lejos se veían
unas montañas manchadas con algún que otro grupo de casas blancas y, junto a la
bahía de un azul intenso y brillante, se distinguía el pueblo, también blanco. La primera
impresión que nos causó el paisaje, fue muy diferente a lo que nos habíamos

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imaginado. Estábamos acostumbrados a la vegetación con distintos tonos de verde.
Pero allí los que encontramos, eran colores cálidos como el mismo ambiente: ocres y
rojizos, apenas salpicados de árboles, casi todos Eucaliptos, arbustos y matorrales
bajos. Sin embargo, la arena de las playas, con su color gris y el azul nítido del mar,
hacía un contraste realmente hermoso. Aunque fue impactante, nos gustó mucho.
Nos recibieron con amabilidad en el hotel y nos dieron un folleto que nos podría
servir de guía para conocer mejor la zona.
Aunque parezca que no tiene nada que ver con la historia, debo contar cómo
eran las habitaciones y el entorno en el que pasamos aquel verano. Me hace mucho
bien revivir un tiempo en el que se puede decir que fui casi feliz por completo.
Como decía, el hotel nos sorprendió por su belleza y comodidad. Cuando
entramos en nuestras habitaciones, estas estaban frescas y olían a limpio. Las camas
estaban cubiertas con una colcha blanca salpicada de pequeñas flores, haciendo
juego con las cortinas. Había dos sillones, una mesita de noche en medio de las
camas y un armario empotrado con puertas de persiana. Todos los muebles eran
blancos. Dentro de la habitación, también había un cuarto de baño completo y
bastante espacioso. Teléfono, frigorífico y un televisor, también formaban parte del
mobiliario. En una de las paredes había una ventana y una puerta que daba acceso a
la terraza, cubierta con un toldo que evitaba el calor durante las horas en que el sol
daba de lleno, nos invitaron a asomarnos; así encontramos, prácticamente al alcance
de la mano, una playa de arena limpia que se extendía hasta la horilla de un mar
sereno y transparente. A lo lejos, el horizonte estaba despejado dándonos la impresión
de una inmensidad sin fin. A la derecha y a bastante distancia, se adivinaba la costa
de Almería, que hacía una curva hasta perderse por completo de vista. A la izquierda,
nos encontramos con las montañas que habíamos visto desde la carretera; terminaban
con tres picos redondeados, que le daban un toque de identidad inconfundible y que
invitaban a la imaginación a darle diferentes parecidos; unos decían que era una mujer
dormida, otros, que era un águila con las alas casi desplegadas...
Después de acomodar nuestro equipaje y, viendo que se había hecho la hora de
comer, nos decidimos a darnos un baño rápido y probar en algún chiringuito, el famoso
pescado del que nos habían hablado maravillas.
Cada una de las sensaciones vividas aquel verano, fueron nuevas y
extraordinarias. ¡Claro que nos gustó el pescado y lo demás! A pesar de que era el
mismo mar que teníamos en Valencia, nos sabía todo distinto y hasta el olor que
desprendía por la mañana, muy temprano, que era cuando nos gustaba darnos el
primer baño del día, era más tonificante y agradable.
David se marchó con todo su equipo de submarinismo, a Las Salinas, una
barriada que quedaba justo al pie de las montañas donde se encontraba el Faro y la
playa del Corralete que, según le habían dicho, por toda esa zona, el paisaje
submarino era digno de ver.
Dan y yo, preferimos quedarnos para pasear por el pueblo y conocerlo mejor. Era
tan pequeño que terminamos en poco tiempo, pero alguien nos había dicho que por el
camino de la playa, al terminar el paseo marítimo, se encontraba un lugar al que
llamaban “El Charco”. Como no teníamos nada mejor que hacer hasta la hora de la
cena, decidimos ir a paso lento, disfrutando de la brisa del mar, que quedaba a nuestra
izquierda. Anduvimos algo más de un kilómetro, pero mereció la pena. Nos sorprendió
lo que allí encontramos porque no sabíamos, en realidad lo que estábamos buscando.
Era como un lago bordeado de vegetación, más grande de lo que pensábamos que,
según lo que nos dijeron, estaba alimentado por las aguas de lluvia que bajaban por la
rambla y con las del mar que llegaban hasta allí, cuando el temporal de poniente era
muy fuerte. El sol, ya color naranja, se reflejaba en su superficie tranquila y las aves
zancudas de diferentes tamaños y especies, se entretenían buscando alimento y
jugando con los patos, que también eran abundantes; pero lo que más llamó nuestra
atención, fue la gran cantidad de flamencos que la poblaban. Nos quedamos en
silencio contemplando aquel espectáculo de pura naturaleza, como transportados a

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alguna de las lagunas del África. Yo no sabía que los flamencos podían ser tan
grandes y de patas finas y largas; pero me gustaba ver como, cuando remontaban el
vuelo, sus alas se transformaban en color rosa asalmonado.

Nos reunimos a la hora de la cena con David; estaba recién duchado y rebosaba
energía, nos pareció más guapo que nunca, con la piel enrojecida por el sol y el pelo
todavía húmedo. Se había puesto un pantalón corto blanco y una camiseta también
blanca que resaltaba los músculos de su pecho y sus brazos.
- No os podéis hacer una idea de las maravillas que he visto bajo el
agua.- Decía entusiasmado.- Primero, porque está limpísima y transparente,
segundo, porque hay cantidad de peces de diferentes especies y, sobre todo, lo
que me ha impresionado más, han sido las praderas de Posidonias que he
podido vislumbrar en tan poco tiempo.
- ¿Poco tiempo? ¡Pero si has estado bajo el agua todo el día!.- Le dijo
Dan.- No te hemos podido encontrar ni para comer.
- Bueno, necesito mucho más para poder descubrir tantas cosas como
me han dicho otros submarinistas que he conocido esta mañana. Me han
hablado de Rodalquilar, un pueblecito de antiguas minas de oro, allí hay un sito
llamado El Playazo, donde, si puedo, mañana iré a ver las praderas de
Posidonias Oceánicas más espectaculares. Por cierto, me han dicho que no son
algas, como muchos pensamos, sino una especie marina. ¡Es apasionante!

Los días pasaban deprisa, mientras nosotros disfrutábamos, no solo con el


entorno, sino también con la s gentes del pueblo. Eran amables y serviciales, nos
trataban como a vecinos de toda la vida.
- Tienen que quedarse para las fiestas de Agosto.- Nos decía Carmen,
una joven ama de casa que vimos en el Paseo Marítimo una tarde; cuidaba de su
hijito de dos años y entablamos conversación sin saber cómo, cosas que allí
pasan como naturales.- Duran una semana y hay muchos entretenimientos:
baile, feria con cacharricos para los niños, la cucaña en el mar, que siempre la
ganan los mismos, aunque sea tan difícil. Hay aquí una familia, los del bar que
está al final del paseo, que desde hace un montón de años, siempre la ganan, si
no es el padre es el hijo y si no el nieto.
- Sí que nos gustaría, pero las obligaciones no nos dejan tanto tiempo de
vacaciones.- Dijo Dan, con una inflexión de pena en la voz.
- Lo que podemos hacer, es que el año que viene, en lugar de venir en
Julio, vengamos en Agosto.- Les dije.
- Eso ya es otra cosa, procuraremos arreglarlo.-Dan se dirigió a Carmen
que le escuchaba embelesada. Él siempre causaba ese efecto en las mujeres; yo
lo sabía mejor que nadie.

Era maravilloso no tener otra cosa que hacer que visitar los pueblos de la
provincia. Según la distancia que hubiera, no regresábamos hasta la noche.
No quiero que esto parezca una guía turística, pero no soy capaz de continuar mi
relato sin hablar sobre todas las cosas hermosas que vimos en nuestro primer viaje.
Fuimos a Vélez Blanco y visitamos su castillo, nos impresionó lo bien cuidado que
estaba aunque le falta una de sus más valiosas estancias: el patio que fue vendido y
desmontado pieza a pieza llevándolo hasta América. Allí nos hablaron de la cueva de
los Letreros, donde se encontraron unas pinturas rupestres que representaban a un
hombre con un arco en la mano y su flecha, intentando cazar unas cabras. A ese
“hombre” le llamaron “Muñeco Mojaquero” durante mucho tiempo, hasta que se
convirtió en la imagen representativa de Almería y fue rebautizado como
“Indalo”.También Vélez Rubio, María, Laujár de Andaráx donde pasamos un día muy
agradable; recuerdo especialmente, la fuente que hay en la plaza del pueblo, lo fresca
y dulce que estaba el agua; así, vimos otros muchos del interior, pero a nosotros, tal

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vez pecando de turistas, nos llamaba más la atención los pueblos costeros: Garrucha,
Carboneras, Agua Amarga, Mojácar que quiere decir “Mons – Sacra” o monte sagrado.
Las Negras, Rodalquilar...etc. Disfrutábamos mucho con el extraordinario paisaje que
había entre unos y otros. Nos parábamos en los miradores, como el de La Amatista,
en el que nos detuvimos más tiempo para disfrutar de todas las vistas y sacar un sin
fin de fotografías. La naturaleza parecía distinta pero impresionante. La visibilidad era
muy grande y se podían distinguir las montañas por muy lejos que estuvieran; la
sensación de inmensidad, nos embargaba cuando perdíamos la vista en el mar azul y
tranquilo.
Más de una vez, visitamos Mojácar; era un pueble blanco encaramado en la
montaña que parecía cubierta de nieve cuando se le veía desde lejos. La parte
antigua, estaba entre calles en cuesta que hacía detenerse para recuperar el aliento; a
cada paso, se podían encontrar toda clase de bazares repletos de artículos de
recuerdo y prendas de vestir de algodón, antigüedades y fantasía oriental. Allí
compramos un colgante de oro para cada uno, del famoso Indalo porque nos dijeron
que daba buena suerte. Este símbolo de Almería cuenta con varias versiones sobre su
significado y procedencia; hay quien dice que representa a un hombre con el arco iris
entre los brazos, otros dicen que es una serpiente, nosotros nos creemos más lo que
nos dijeron en Vélez Blanco...la cuestión es, que nos gustó y desde entonces, lo
llevamos siempre al cuello.

El tiempo volaba literalmente y sin darnos apenas cuenta, nos encontramos en la


última semana de Julio.
Fue una sorpresa que, esa tarde, David no se fuera a bucear como siempre. Algo
serio y nervioso, nos habló de una chica que había conocido y quería que cenáramos
juntos para presentárnosla; tenía mucho interés porque, según dijo, era la única que le
gustaba de verdad, que tenía un sin fin de cualidades y que además, era preciosa.
Con todos estos datos, le dijimos que sí, que con mucho gusto, pero, más que
nada, nos tenía intrigados conocer por fin, a la chica que había llamado la atención de
David, el soltero más codiciado y menos deseoso de atarse de España. Era muy
atractivo; algo más alto que Dan, había heredado la serena belleza de su madre y la
chispa de su padre. Como buen deportista, era disciplinado en el gimnasio y sus
músculos, en la justa medida, hacían que muchas contuvieran la respiración al verle
pasear por la playa, además de aquel bronceado tan espectacular que había cogido.
- Es estupendo que hayas encontrado una chica que te impresione.- Le
dijo Dan, con un toque de humor, por tantas bromas como le gastaba por su
alergia a comprometerse más de unos días con las muchas que habían salido
con él.
- Cuando la conozcas, sabrás por qué.- Contestó con un brillo
desconocido en sus ojos.
- Bueno, ya que os ponéis así, me está intrigando a mí también. Esta
noche seréis nuestros invitados.- Les dije.
- Se llama Victoria, está estudiando Ciencias Químicas en Londres; le
faltan sólo dos asignaturas para terminar que, seguramente, sacará en
Septiembre. Es extraordinaria, teniendo en cuenta que, con solo veintidós años,
ya tiene varias ofertas de laboratorios importantes.- Seguía hablando de ella, sin
darse cuenta de lo entusiasmado que estaba.
- ¿De donde es?.- Le pregunté, viendo cuanto le gustaba el tema.
- Bueno, eso es lo mejor: ¡Andaluza! Es de Sevilla. Me encanta la gente
de aquí y ella, a pesar de que lleva mucho tiempo en Madrid y luego, como ya
os he dicho, estudiando en Londres, sigue teniendo un acento precioso que me
hace mucha gracia.
Con estos datos, se me vino a la cabeza una idea que, por descabellada,
rechacé al momento; pero, unas horas más tarde, cuando estaba arreglándome para
la cena, no podía apartar de mi mente las coincidencias que se daban entre sí: Mi hija

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Victoria, tendría esa misma edad, era muy brillante en sus estudios, había nacido en
Sevilla y llevaba algunos años viviendo fuera...
Sin saber por qué, esa noche me esmeré de forma especial al maquillarme.
Seguía con las lentillas verdes y me puse una sombra de ojos del mismo tono, los
labios cobrizos como mi cabello, que llevaba liso y brillante con un corte moderno que
me quitaba veinte años de encima. Me puse un traje largo de satén gris perla que me
estilizaba la figura de una forma espectacular. Al mirar aquella imagen que me
devolvía el espejo, pensé que no era ni sombra de la mujer que había sido unos años
antes y...me pregunté si alguien del pasado me viera, si llegaría a reconocerme. No,
seguramente, no. Con ese convencimiento, salí del baño. Dan me vio, y se quedó
parado mirándome fijamente.
- Estás realmente hermosa.- Hablaba, mientras se acercaba con los
brazos dispuestos a cerrarse alrededor de mi cintura.- El contraste de tu piel
morena con el gris brillante, es maravilloso; si te viera hoy por primera vez, me
volvería a enamorar de ti.
- Y yo de ti.- Le dije mirándole a los ojos.

Bajamos al comedor, todavía sonriendo, justo al tiempo que los jóvenes


entraban. Mi corazón se paró de golpe cuando vi a la chica que acompañaba a David.
No podía moverme, ni hablar; sólo atiné a apoyarme en una silla cercana, temiendo
desmayarme en cualquier momento. Intenté pasar desapercibida y mantener el
equilibrio como fuera; no debía llamar la atención de nadie.
- Mira, ya están aquí.- Dijo Dan, sin saber cual era mi estado.-Cariño,
¡Que preciosa es esa chica!
Estaban ya casi frente a nosotros y yo seguía sin poder apenas respirar. Se
acercaron y, algo nervioso, David nos presentó:
- Papá, mamá, esta es Victoria.- Ella se acercó más y me besó en ambas
mejillas, luego hizo lo mismo con Dan. Como mi voz se había ido, no pude
decirle nada. Al notar mi silencio, Dan habló primero y rompió el momento de
tensión.
- Victoria, es un verdadero placer conocerte; David nos dijo que eras muy
bonita, pero creo que se ha quedado corto; eres mucho más que eso.- Mientras
tanto, fui reaccionando y pude dominar el temblor de mi voz
- Encantada de conocerte. Estoy completamente de acuerdo con Dan...
¿Nos sentamos?

Pasamos una velada muy entretenida. Victoria, mi hija, además de ser hermosa,
era muy graciosa y ocurrente, con una chispa inteligente que le hacía decir las cosas
en el momento oportuno. Los tres estuvimos pendientes de ella y le reímos todas y
cada una de las aventuras que contó de su experiencia en Londres con los ingleses
tan diferentes para ella, de los sevillanos.
Me moría de ganas de preguntarle por sus hermanos y tuve que dominarme más
de una vez, para no demostrarle demasiada curiosidad por personas a las que, eso
pensaría ella, no conocía, ni me importaban. Aún así, le pregunté sin aparente interés:
- Nos gustaría saber más de ti, de tu familia, de tu vida.- No quise mirar a
Dan, estaba segura de que se había dado cuenta de lo que ocurría.
- Mi vida no crea que tiene mucho que contar, no siempre puedo estar en
tan buena compañía.- Sí, era muy inteligente. A pesar del miedo que sentía,
también estaba terriblemente orgullosa de ella.- Sobre mi familia...tengo dos
hermanos más, Sara, que es la mayor y Adrián; yo soy la pequeña de los tres.
Sara está casada, tiene un niño precioso que se llama Víctor, pero no les veo
con mucha frecuencia, porque viven en París. Adrián, no está casado; mis
amigas, que están locas por él, dicen que es muy difícil de cazar. Aunque sea mi
hermano, debo reconocer que es muy guapo e interesante. Vive con mi padre en

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Madrid. Yo estoy todavía en Londres hasta que termine la carrera, después me
reuniré con ellos, porque tengo un trabajo esperándome allí.
- Victoria no tiene madre.- Dijo David.- Murió hace unos años.
- Sí, siete, exactamente. Desde que ella se fue, mi familia no ha sido la
misma. Mi padre tomó la decisión de marcharse de Sevilla, porque todo le
recordaba a ella y no podía resistirlo. Para nosotros fue un golpe muy duro, no
fue sólo perder a nuestra madre, sino también cambiar de ciudad. Al poco
tiempo, nos separamos para ir a estudiar cada uno a un país distinto. Sara se fue
a París; allí conoció a un chico y se casó. Adrián, fue a Italia y no sacó nada de
los estudios, pero aprendió muy pronto a vivir bien. A mí me tocó ir a Londres;
estoy contenta, pero al mismo tiempo me muero de ganas de volver a España.

Después de cenar, los chicos dijeron de ir a una discoteca a bailar, pero, tanto
Dan como yo, pensamos que debíamos dejarlos solos, así que nos retiramos a
nuestra habitación.
- ¡Por favor, abrázame!.- Le dije a Dan, en cuanto la puerta se cerró a nuestras
espaldas.-Creí que no podría resistirlo más tiempo.- Dan me rodeó con sus brazos y
me sentí algo más tranquila.
- Cariño, qué hija tan extraordinaria tienes.
- Sí, así es mi querida Victoria. Cuando la he visto me faltaba el aire; luego he
tenido que dominarme para no decirle que su madre no había muerto, que estaba aquí
y que la quería como nunca y que deseaba abrazarla por todos estos años de
separación y sufrimiento...¡Cuantas cosas más le hubiera dicho!

Aquel verano fue inolvidable para mí. Se hicieron realidad algunos de mis
sueños, con sólo mirar a mi Victoria y verla convertida en una mujer y... ¡qué mujer!
La semana que nos quedaba para terminar nuestras vacaciones, la pasamos
juntos. Ya David no se iba solo a bucear por las playas de Monsul y Los Genoveses,
aunque él nos seguía hablando entusiasmado del Mirador de la Amatista y de la
Piedra de los Amarillos. Nos contaba con una brillo especial en los ojos, que había
podido ver, frente a la Almadraba de Monteleva, en Las Salinas de Cabo de Gata,
como a una milla mar a dentro y a cuarenta metros de profundidad, un vapor hundido
en 1928; se llama Arna y tiene noventa metros de eslora, la hélice, mide tres metros y
el timón seis de altura; está todo poblado por Morenas, Congrios, Peces Luna...y un
sin fin de especies más que hacían que, la chatarra en la que se había convertido el
barco, pareciera un jardín habitado por criaturas extraordinarias. Hablábamos, no sólo
de estos temas que, por otro lado eran muy interesantes, sino que teníamos
conversaciones de todo tipo, así nos llegamos a conocer mejor y nos hicimos amigos;
sobretodo, Victoria y yo; parece que las mujeres siempre tienen una complicidad
diferente. Aunque yo debía seguir reprimiendo las ganas de abrazarla y de confesarle
quien era, pero estaba muy contenta con el simple hecho de verla todos los días. Tal
vez, me decía para mis adentros, si ella supiera la verdad, nuestra amistad se vendría
abajo y puede que, incluso, me rechazaría; por eso, lo más conveniente, de momento,
era seguir como hasta entonces.
En una de las muchas ocasiones en las que estábamos tranquilamente tomando
el sol, siempre bajo la sombrilla, me contó que su padre, tiene una compañera con la
que parece llevarse bastante bien porque ella lo domina y le entiende a la perfección.
Aquello me extrañó mucho porque, aunque hacía varios años que no había visto a
Javier, le conocía muy bien y sabía que él no era de los que se dejan llevar, así como
así, por nadie y menos por una mujer. Siguió diciendo que, después de la muerte de
su madre, su padre se había hundido y que, desde entonces, no era el de siempre;
aunque el mal carácter, no le había cambiado nada. No le pregunté sobre el tema y
me limité a escucharle, por miedo a que dejara de hablar y no me contara más detalles
de la vida de mis otros dos hijos.

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- Alicia, no sé si debo decírtelo, pero...cuando te miro, hay veces que me
recuerdas a mi madre.- Estas palabras, me dejaron sin aliento y, por un momento
pensé que no sería capaz de resistir la tentación de decirle que no estaba
equivocada, pero lo pude dominar y seguí escuchándola.- Muchos de tus gestos
y hasta tu voz, en algunas ocasiones, se parece a la de ella. No me hagas
mucho caso, puede ser porque la echo tanto de menos, sobretodo últimamente
me parece que la necesito más. Será porque estoy enamorada...
- Muchas gracias, Victoria; es para mí un honor el que me compares con
alguien a quien tanto quieres.- Dije visiblemente emocionada.- Me gustaría que
contaras conmigo para cuanto necesites, para cuando te sientas sola o quieras
un consejo de madre; espero que sientas la misma confianza que hemos tenido
hasta ahora, así podremos ayudarnos mutuamente. No importa que se terminen
las vacaciones, siempre puedes llamarme; aunque no continuaras con David,
pase lo que pase, siempre podrás contar conmigo, como si fueras mi hija.
- Alicia, no sabes lo que significan para mí tus palabras.-De una forma
espontánea, se abrazó a mi cuello y me dio un sinfín de besos en las mejillas. El
corazón se me desbocó de alegría pero, haciendo un esfuerzo supremo, controlé
el impulso de abrazarla con más calor del que ella esperaba. Me limité a
corresponderle de forma cariñosa y nada más. Después de separarse me dijo:-
Si pudiera hablar con mi madre ahora, le contaría que he encontrado a mi alma
gemela, al amor de mi vida, que soy muy feliz; entonces le contaría lo
maravilloso que es David, le diría todos los planes que tenemos para el futuro y
le preguntaría si es demasiado precipitado, porque solo hace un mes que nos
conocemos.- Sus ojos me miraban expectantes, pidiendo una respuesta y se la
di.
- Si te sirve de algo mi consejo, te diré que, cuando se encuentra el
verdadero amor, no se le debe dejar pasar; no hay que permitir a los
convencionalismos, ni al miedo, que se interpongan entre tú y tu alma gemela,
porque puedes perder la única oportunidad que te da la vida y, entonces, jamás
serás feliz con nadie. Hay pocas personas que han tenido una segunda
oportunidad, pero, ya las dificultades son mucho mayores que en la primera,
porque se llega a ella, cargada de sufrimientos y desilusiones y cuesta mucho
reconocerla y poder aprovecharla.
- Gracias, Alicia, esto era precisamente lo que necesitaba escuchar.- Se
quedó pensativa un momento y luego dijo:- Estoy segura de que hablas así por
experiencia. Me alegro mucho de que encontraras tu segunda oportunidad en el
amor: Dan.

Pocos días después, llegó el temido momento de las despedidas. Me era casi
imposible decirle adiós a mi hija. Nos abrazamos con mucho cariño y quedamos en
llamarnos con asiduidad. Me dijo que estaba muy contenta de habernos encontrado,
no sólo por el amor de David, sino porque éramos amigas y casi una madre para ella.
Sus palabras me emocionaron de tal manera, que no podía reprimir los sollozos, así
que, sin decir nada más, me alejé y fui a despedirme de los dueños del hotel que tan
amables habían sido con nosotros.

Durante el camino de vuelta a Valencia, nos fue imposible hablar de cuanto


había sucedido en aquel verano, sobre todo la parte correspondiente al encuentro con
mi hija, que era lo más importante para mí, porque nos acompañaba David y, como es
natural, él era la última persona que debía conocer la verdad, por lo menos, de
momento.
Estoy segura que, por la mente de los tres, pasaba la misma imagen: Victoria,
pero para cada uno de nosotros, era diferente. Dentro de mí, seguía pensando en que
resultaba increíble que nos encontrásemos de aquella manera. Sin darme cuenta,
empecé a comparar el encuentro con mi hija, igual que fue con Dan; las dos personas

71
tan queridas e importantes en mi vida, las que había pensado perdidas para siempre,
se presentaron de nuevo ante mí, sin previo aviso. Este pensamiento me daba
esperanzas de que pudiera ocurrir lo mismo con mis otros dos hijos, a los que echaba
de menos terriblemente, más ahora que había encontrado a mi pequeña Victoria.
La sola idea de que era abuela, me emocionaba mucho y deseaba con todas mis
fuerzas, poder conocer a mi nieto, abrazarlo y mirar su carita. También me gustó el
que le hubieran puesto mi nombre, ese era un detalle maravilloso que demostraba que
mis hijos no se habían olvidado de mi.

Comenzó de nuevo la rutina diaria del trabajo, pero los días se me hacían menos
largos, con sólo recordar todo cuanto habíamos hablado mi hija y yo en los pocos días
que estuvimos juntas, nuestra complicidad y confianza, era un tesoro que guardaba en
mi corazón y que llenaba gran parte del tiempo que podía dedicar a pensar.
La relación de los jóvenes, funcionaba a la perfección y, tanto Dan como yo,
estábamos muy satisfechos; David se merecía ser feliz porque era un chico realmente
noble que, hasta entonces, no había tenido suerte con sus anteriores “amores” que le
dejaron alguna que otra herida, poniéndole a la defensiva ante una nueva historia.
Aunque nunca se hablaba de ello, el recuerdo de su último desengaño, estaba
presente en nuestra memoria.
Sólo habían pasado dos años desde que Maica, su novia más formal, le hiciera
aquella mala jugada: Maica trabajaba en Elche como secretaria de dirección en una
empresa bastante grande. Los fines de semana, venía a pasarlos con David y éste los
esperaba con impaciencia; estaba muy ilusionado con su próxima boda. Habían
comprado un hermoso piso y, casi lo tenían ya pagado. Los preparativos también
estaban muy avanzados; ya discutían sobre el menú y los invitados pero, no se sabe
cuando concretamente, empezó a notarse un cierto enfriamiento en ella; muchos fines
de semana, decía que tenía tanto trabajo que no le merecía la pena viajar solo para
estar juntos un día, porque el Sábado lo tenía que aprovechar en adelantar algo de lo
mucho que tenía atrasado. David se disgustaba pero lo comprendía y así fueron
pasando algunos meses. Un Sábado, David iba caminando por la calle, cuando le
pareció verla con otro chico de la mano; en un primer momento, pensó que era una
confusión pero, conforme se iban acercando, pudo verla de cerca y las dudas se
despejaron: era ella con otro. La situación fue muy tensa, cuando ella se puso a
explicarle cuales eran de verdad las razones por las que le rehuía ese tiempo atrás.
Simplemente se había enamorado de otro y no había tenido el suficiente valor para
confesárselo; no quería hacerle daño y pensó que si se iba distanciando poco a poco,
él sufriría menos.
No fue así, David lo pasó realmente mal; no solo le había herido sus
sentimientos, sino que también le dolía su orgullo de hombre guapo y deseado por
muchas. Verse engañado y despreciado le costó mucho asimilarlo.
Pero, por suerte, aquello quedó atrás y ahora vivía como en las nubes, siempre
esperando hablar con Victoria y deseando verla. Se pasaban horas y horas al teléfono
todas las noches después de cenar cuando él se metía en su habitación.

El tiempo corría muy deprisa y, sin darnos cuenta, la Navidad estaba al otro lado
de la puerta.
Una tarde, nos llamó David y nos dio la buena noticia de que pensaban pasar la
Navidad con nosotros. Esto nos hizo una especial ilusión, creo que más a mi que a
Dan. Como es natural en las mujeres, la presencia de los hijos nos emociona de otra
manera. Los hombres son más tranquilos en ese aspecto.
Desde el día siguiente, empecé a pensar en la cena, en los regalos, en como
adornar la casa...Mi cabeza no paraba de imaginar cómo quedaría este o el otro
adorno aquí o allá. Qué les gustaría para cenar la Noche Buena y qué pondría en la
comida del día de Navidad.

72
El día en que nos anunciaron su llegada, estábamos los dos, Dan y yo,
impacientes por escuchar el coche detenerse ante la puerta de nuestra casa.
Todo estaba hermosamente iluminado y adornado con muchos colores; igual que
nuestro estado de ánimo que brillaba de alegría.
Por fin llegaron y se instalaron en las habitaciones que les preparé con todo mi
amor.
La Noche Buena, fue una de las más felices que recuerdo; estábamos solo los
cuatro, pero fue toda una fiesta. Después de la cena, intercambiamos regalos.
- Cariño, esto es para ti.- Me dijo Dan, extendiéndome un gran paquete
envuelto en papel azul y con un gran lazo de seda.- Espero que te guste.
- Tú también tienes uno de mi parte.- Le dije visiblemente emocionada.

Los Jóvenes nos miraban extasiados y me dio un poco de vergüenza porque, a


nuestra edad, parecíamos dos adolescentes enamorados. Ellos también
intercambiaron sus regalos pero, hubo uno pequeño, que David entregó a Victoria
diciéndole:- Este es mejor que lo abras en otro momento algo más íntimo.-
Todos sabíamos a qué se refería, pero callamos por respeto a sus sentimientos.
Para nuestra alegría, nos dijeron que se quedarían para fin de año. Entonces
aprovechamos para estar el máximo de tiempo juntos y disfrutar de largos paseos y de
veladas cambiando ideas y conociéndonos mejor. A veces se hacían las tres de la
madrugada mientras estábamos envueltos en una conversación interesante. Siempre
recordaré aquellos días, ¡Fueron tan maravillosos!

Decidimos, Dan y yo, hacer una gran fiesta de Fin de Año. Invitamos a nuestros
amigos más íntimos y a algunos de los clientes importantes del bufete.
Victoria estaba radiante cuando apareció en el salón, ya con todos los invitados
reunidos. Tanto David, como Dan, se sentían muy orgullosos de ella y les brillaba el
amor en los ojos mientras la presentaban a los demás. Yo por mi parte, no me
cansaba de mirarla, con la emoción contenida para que no me delatara dejando
escapar alguna lágrima inoportuna.
La fiesta resultó tal como lo habíamos previsto. Cuando llegó el momento de
recibir el nuevo año, todos nos preparamos a brindar y darnos el beso acostumbrado.
Parecía que en el mundo solo había felicidad.
David, fuera de su costumbre, llamó la atención de todos para anunciar que
habían decidido, Victoria y él, casarse ese mismo verano y, para que fuera más
romántico, habían elegido el mismo hotel, Mar Azul, en el que se conocieron y el
mismo día: diez de Julio. Nos pareció muy bien a todos, era una buena fecha y el
marco de Cabo de Gata, también.

Conforme iban pasando los días y se acercaba inexorablemente la fecha de la


boda, mi estado de ánimo se deterioraba . Me asaltó la realidad de que tendría que ver
a Javier, puesto que era el padre de la novia. Las dudas me recomían. ¿Cómo me las
iba a arreglar para que no me reconociera? Me miraba una y otra vez en el espejo y
me ponía en su lugar. Me esforcé por recordar cómo era cuando estaba con ellos; esa
sería la imagen que habría quedado en su memoria.
Tenía ocho años menos, el pelo largo y moreno, salpicado de canas que nunca
me molesté en teñir, los ojos eran oscuros y con gafas; tenía veinte kilos más y esto
hacía que pareciera más bajita y la cara se veía redonda. En cambio la imagen que
me devolvía el espejo, era completamente opuesta. Todo en mi había cambiado. Era
una mujer más segura de sí misma, serena y muy sofisticada, con una elegancia que
parecía innata; hasta la voz era distinta; me había acostumbrado a usar un tono más
bajo y nunca alzaba la voz para nada; esta costumbre la tomé de mis conversaciones
con mi amiga la Dra. Milagros Monteverde. El corte de pelo, el color de los ojos y la
extrema delgadez que hacía mi rostro alargado y daba otra gracia a mis movimientos.

73
Todas estas razones podrían haberme servido de tranquilidad, pero era todo lo
contrario...Cuando me vieran...¿Les recordaría a alguien? Y... ¿Cómo tendría que
comportarme? Tendría que fingir con Javier una amabilidad que estaría lejos de sentir,
debería disimular el pánico paralizador que me dominaría en su presencia. Éstas y
otras muchas dudas no me dejaban dormir. La única cosa que me alegraba de todo
esto, era la posibilidad de ver a mis otros dos hijos: Sara y Adrián y conocer a mi nieto;
seguramente ésta perspectiva me daría fuerza para afrontar lo demás. Pero...¿Sara se
acordaría de Dan? Lo había visto solo una vez y de pasada, no sabía qué podía
esperar de su memoria; ¡ya no la conocía!
Dentro del pánico que me empezaba a invadir, llegué a pensar en fingirme
enferma, así no pasaría por aquella dura prueba; pero no podía hacerle esta jugada ni
a Dan, ni a David y, por supuesto a mi hija Victoria. Obligaba a mi mente a desechar
estas ideas y las cambiaba por las imágenes de Sara y su hijito Víctor. ¡Cuánto me
emocionaba pensar que Sara se había acordado de su madre al ponerle el nombre a
su hijo! Y Adrián. ¿Cómo estaría? ¡Era tan guapo! ¡Que trabajo me costaría reprimir el
deseo de abrazarles! Debía estar preparada para unos días muy complicados.

Dos días antes de la boda, llegamos a Cabo de Gata y, al día siguiente tuve que
pasar por la primera prueba. Sin saber cómo había llegado hasta ese momento, me
encontré frente a Javier y a una mujer desconocida, mientras Victoria decía:
- Alicia, Dan, os presento a Javier, mi padre y a Maria, su compañera.
- Es un placer.- Dije extendiendo mi mano para saludarle a él y dándole
dos besos de cortesía a ella, procurando parecer lo amable que requería el
momento.
- Mucho gusto.-Le dijo Dan a Javier, estrechándole la mano, luego,
dirigiéndose a ella le besó la mano:- Victoria no nos dijo que era Ud. tan joven.
Encantado de conocerle.
- El placer es nuestro.- Contestó Javier sin dejar que ella hablara.-
Hemos tenido un viaje estupendo. Al principio nos pareció un poco excéntrico por
parte de los jóvenes, escoger este pueblo tan...desconocido para casarse, pero
el paisaje que hemos podido ver, ha hecho que les diéramos la razón.
Observé con detenimiento la mirada de Javier, pero no vi nada en sus ojos que
revelara algún descubrimiento respecto a mi identidad, eso me tranquilizó bastante.
Saludé también a mis suegros, los cuales estaban ya muy mayores y como
desorientados; también saludamos a mis cuñados, seguían casi como siempre.
El tiempo que pasamos juntos y de conversaciones sin trascendencia, se me
hizo eterno; cuando por fin llegamos a nuestra habitación, me sentía agotada.
- ¿Cómo te encuentras, cariño? Te veo muy cansada y pálida.-Me dijo
Dan, siempre tan pendiente de mi.
- Estoy bien, no te preocupes. Ha sido un trance difícil, pero creo que
ninguno de ellos me ha reconocido, eso es lo que importa ¿No te parece?
Veremos mañana cuando lleguen mis hijos, tendré que ser mucho más fuerte
que hoy. Estoy deseando verles de nuevo, pero al mismo tiempo temo no poder
dominar mis impulsos.

Llegaron temprano y les recibimos en la puerta del hotel. ¡Qué guapo era mi hijo
Adrián! Se había convertido en un hombre muy atractivo, era alto y bien
proporcionado, su mirada era limpia y sincera, con unos ojos maravillosos. Yo no le
encontraba ningún defecto. Comprendía perfectamente lo que nos había contado
Victoria, de que las mujeres le perseguían. Nos saludó con cortesía y amabilidad.
Tampoco vi síntomas de reconocimiento.
Lo mismo sucedió con Sara. Estaba algo más rellenita y su expresión denostaba
cierta madurez, por otro lado normal: ya era madre. Pero seguía siendo muy hermosa.
Tanto a ella como a su marido se les veía felices con su precioso niño. Tenía cinco

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años y hablaba medio francés, medio español. Era tan gracioso que nos hizo reír en
varias ocasiones, rompiendo así la tensión de las presentaciones.
Por la tarde, después de la siesta, les pedí a sus padres que me permitieran
llevarlo conmigo a la playa. Lo pasamos muy bien jugando en la arena, haciendo
castillos que él derribaba riendo a grito. Después nos fuimos a comprar chucherías y
juguetitos; cuando volvimos al hotel, llevábamos las manos cargadas de cosas.
- No debía consentirle a niño todos los caprichos.- Me dijo Sara.- Tiene
tantos juguetes que no sabe qué hacer con ellos.
- Con una personita tan encantadora ¿Quién se puede resistir?
- Ese es el problema, que él lo sabe y se aprovecha. Ha sido muy
amable pasando la tarde con él, se lo agradezco.
- No, no, todo lo contrario, quien tiene que dar las gracias soy yo; nos
hemos divertido mucho. A veces es necesario tener un niño cerca para apreciar
las verdaderas alegrías. Si puede ser, mañana volveremos a la playa un ratito.
- Al niño le gusta este lugar y a nosotros también. –Dijo Sara, mirando a
su marido que no entendía ni una palabra de español; se limitaba a sonreír por
todo; era un hombre amable y parecía muy buena persona, me alegré mucho de
que mi hija hubiera tenido tanta suerte en su matrimonio.
Por la mañana, llegó Ángela, la madre de David. No había cambiado mucho,
seguía siendo una mujer guapa y con mucho estilo. Al verla, sentí una punzada de
celos; yo nunca había sido tan espectacular como ella y me preocupaba que Dan nos
comparara.
- David me ha hablado mucho de ti.- Me dijo cuando, después de los
saludos, nos quedamos un momento a solas.- Sé cuanto os queréis y te lo
agradezco
- No tienes nada que agradecer; es algo que surgió sin que ninguno de
los dos nos lo propusiéramos; él es un encanto y ha hecho que nunca me sintiera
rechazada por no ser su madre; eso es muy importante para mi.
Dan y ella se saludaron con toda naturalidad y hablaron como viejos amigos que
tuvieran mucho en común, comentando los detalles de la boda; se llevaban bien y, en
lo que cabía, se querían.

Noté que, desde que nos vimos, Javier se sentía atraído por mi. Procuraba
sentarse a mi lado en cada comida y siempre era consciente de tener su mirada
encima. No quería pensar en eso, pero era muy difícil estar a cada minuto del día
sabiendo que me seguía y me observaba. Dan también se dio cuenta y, algo molesto
me dijo aquella noche:
- Parece que Javier y tu os entendéis muy bien.
- ¿Qué quieres decir con eso?
- Solo que me he dado cuenta de cómo te mira.
- ¡Por favor! No me castigues con tus celos ahora que lo estoy pasando
tan mal.- Le dije casi con lágrimas en los ojos.- Me paso todo el tiempo huyendo
de él y, cuando por fin creo que voy a descansar, tú sales con esa tontería de
los celos. ¡Donde tienes los ojos! ¿Es que no te has dado cuenta de lo
desagradable que me resulta semejante acoso?- Perdí los nervios, ya bastante
a flor de piel y le grité con desesperación, como no lo había hecho nunca.
- ¡Oh cariño, perdóname! He sido un tonto que se ha dejado llevar por
los malos pensamientos, lo reconozco. Te quiero tanto que no podía soportar
verte junto a él.- Dijo acercándose a mi para abrazarme.
- Si me quieres como dices, no me ofendas con tus celos y tu
desconfianza sin fundamento.- Repuse algo más tranquila, pero le rogué:- Por
favor, no me dejes nunca a solas con él; me dan miedo sus ojos.

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Llegó el esperado momento de la ceremonia. Victoria y David estaban radiantes
de felicidad; parecían más jóvenes y derrochaban frescura y alegría al pasar
lentamente por el pasillo central mientras se escuchaba el Adagio de Albinoni
El traje de novia que había elegido Victoria, era muy sencillo; no llevaba cola y se
adaptaba a su cuerpo perfectamente. Tenía un gran escote en la espalda que llegaba
casi hasta la cintura y como único adorno, todo iba ribeteado por un pequeño encaje.
El velo era corto, sujeto con una diadema de flores de seda en suaves tonos pastel, lo
mismo que el bouquet.
David estaba muy moderno con un traje de color crema, igual que los zapatos.
Igual que en todas las bodas, hubo quien se limpió las lágrimas
disimuladamente, yo también lo hice, al fin y al cabo, se casaba mi hija pequeña,
aunque nadie lo supiera; eso me emocionaba mucho.

Después de la cena, la orquesta empezó a tocar un vals; fueron los novios los
que empezaron a bailar, pero después se les unieron otras parejas.
- ¿Me concedes el honor de bailar conmigo este vals? –Me sobresaltó
ver tan cerca de Javier pidiéndome para bailar. Yo no supe que responder, pero
Dan sí lo hizo por mi.
- Ha llegado Ud. tarde, Javier, ya se lo había pedido yo antes. ¡Vamos,
querida!
Salimos cogidos del brazo y bailamos mirándonos a los ojos, como dos jóvenes
enamorados.
Pensé que después de este desplante, me dejaría en paz, pero me equivoqué.
Era muy tarde ya cuando salí un momento al tocador. Después de retocarme el
maquillaje, me peiné y volvía al salón, cuando me sorprendió una mano que me
retenía con fuerza. Ahogando un grito que empezaba a salir de mi garganta con su
otra mano, me dijo con la boca pegada al oído:-“ ¡Por fin tengo la oportunidad de verte
a solas!”- Era Javier quien me tenía inmóvil; hablaba con mucho misterio y lo primero
que pensé es que me había reconocido.- “ Quiero que me digas algunas cosas que me
interesan de verdad.”- Empecé a temblar. No había servido de nada el tiempo pasado,
ni el cambio de imagen, ni de nombre. Él lo sabía y todo mi mundo se desvanecía.
Pensé en mis hijos, como siempre, en Dan, en todo lo que significaba la segunda
oportunidad que me había concedido la vida. En un momento, pasó por mi mente el
recuerdo de la convivencia con aquel hombre y lo desgraciada que me había sentido
con él, el daño que me había hecho y el que podía hacerme todavía.- “ ¡Vamos, no te
pongas tan nerviosa! Solo quería decirte que, Alicia, desde el primer momento que te
vi, te he deseado más que a ninguna otra mujer en toda mi vida. ¡Me tienes loco! No
puedo dominar la fuerza que me atrae a ti como un imán. ¡Dime que a ti te pasa lo
mismo! No duermo, ni vivo; solo pienso en tu cuerpo y en tus labios. No te sirve de
nada disimular y hacerme creer que me rechazas; ese juego lo conozco bien.- Sentía
su aliente caliente y oliendo a alcohol. Me vino un ataque de repugnancia y tuve la
fuerza suficiente de, con un movimiento inesperado, liberarme de su abrazo. Con toda
la fuerza del asco que sentía, le di un tremendo bofetón que le hizo tambalearse.
Aprovechando este momento, salí corriendo y me detuve en la puerta del salón, para
serenarme un poco.
- ¿Qué te pasa, es que no te encuentras bien?.- Me dijo Dan, cuando me
acerqué a nuestra mesa.- Tienes una palidez que me preocupa.
- Dan, por favor, vamos, te lo contaré todo en nuestra habitación.
Salimos con aparente calma, saludando y dando las buenas noches a cuantos
nos encontramos de camino a la puerta. No vimos a Javier, como me temía y suspiré
de alivio.
Se lo conté todo a Dan, intentando no llorar de impotencia y de rabia. Le dije que
quería irme de allí porque no soportaría vele otra vez. Quedamos en marcharnos bien
temprano, antes de que se levantaran los demás. También eso me disgustó, porque,

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por la culpa de Javier, no podría despedirme de mis hijos. ¡Quien sabe cuanto tiempo
pasaría hasta volver a verlos!
Rechacé las pastillas tranquilizantes que me ofreció para que pudiera descansar.
Yo había decidido no depender de los medicamentos nunca más; había tomado
demasiados durante el tiempo que estuve en el hospital.

Volvimos a nuestra casa con una sensación de amargura tan grande como
inesperada, porque veníamos de un acontecimiento feliz, pero no para nosotros.
También eso se lo tenía que agradecer a Javier.
Los novios nos escribieron desde Grecia; estaban pasándolo muy bien. Cuando
se fueron a Madrid, donde vivirían, también nos comunicábamos con asiduidad.
- La vida no es tan injusta como parece.- Le dije una día a Dan.- He
tenido la suerte de que mi hija se case con tu hijo y eso nos da la oportunidad de
estar en contacto y conocer a mis futuros nietos; casi parecemos una familia
normal. Tal vez, algún día, pueda decirle a Victoria quien soy.
- Me gusta que pienses así. Tienes razón; no siempre se encuentra
sufrimiento en la vida. Todo es relativo y tiene dos cara; la buena y la ...menos
buena.

Tres meses después, nuestra vida continuaba como siempre; ordenada y feliz.
Seguíamos trabajando juntos y disfrutábamos de tiempo para divertirnos y salir con los
amigos.
Como muchas otras veces, aquella mañana, salí una hora antes que Dan para
poder hacer unas compras.
Con una sonrisa en los labios, bajé hasta el semisótano donde tenía aparcado el
pequeño coche que Dan me había regalado en el último cumpleaños. Me iba
acercando con la mano en el interior del bolso, buscando las llaves, cuando escuché
unos pasos detrás de mi; inicié el movimiento de volverme, pero una mano de hierro
me atenazó la cara, cubriéndome la boca, mientras la otra, se ceñía en torno a mi
cintura. La primera reacción tardó un poco en llegar, me había cogido de sorpresa,
pero al instante siguiente, empecé a forcejear como una loca. El hombre que me
sujetaba era muy fuerte y aguantó mis movimientos desenfrenados. Con mucha
habilidad, me colocó un adhesivo en la boca y unas esposas en las muñecas detrás de
la espalda. A empujones y sin ningún cuidado de no lastimarme, me llevó hasta un
coche oscuro que había aparcado junto al mío. Me tiró entre los asientos de atrás y,
con voz ronca y amenazadora, me ordenó que no levantar la cabeza, ni me moviera, si
no quería que me diera un buen golpe.
El viaje fue corto. Notaba que, al poco tiempo de estar en marcha, dejamos el
asfalto; seguramente estábamos en un camino de tierra. Allí tirada en la parte trasera
del coche, de mala postura, creí que no resistiría mucho tiempo más. Intentaba
averiguar qué era lo que aquel individuo quería de mí. Tal vez fuera algún perjudicado
por la acción de nuestros abogados; alguien que quisiera vengarse por haber perdido
un juicio...etc. Mi mente divagaba en torno a estos pensamientos, muy lejos de la
realidad.
El coche se detuvo con un frenazo brusco; el conductor se bajó y abrió la puerta
trasera con malos modales.
- ¡Vamos preciosa, ya hemos llegado! – No se por qué, esa voz me
resultó conocida. Con espanto, ante mis ojos vi aparecer a Javier. En su cara
había una expresión de venganza, lujuria y maldad que me dejó la sangre helada
en las venas. Empecé a temblar sin poder controlar las sacudidas que daba mi
cuerpo.- Mira, cariño, de momento no quiero escucharte ni una palabra, por eso
no te quitaré el adhesivo; como tampoco quiero que te muevas, no te quitaré las
esposas; lo que sí voy a quitarte, con mucho placer, será tu elegante ropa de
mujer ejecutiva que tanto te gusta lucir. ¿Sabes? Me va a encantar verte
desnuda de nuevo en mis brazos. Estoy asombrado de lo que son las

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coincidencias.- Seguía hablando mientras me iba quitando la camisa y la falda a
tirones sin importarle romperlas.- Nunca pensé que me volverías loco dos veces
en la vida. Tengo que felicitarte por lo bien que te has disfrazado. No te reconocí
hasta después de un tiempo. Estaba obsesionado contigo; me pasaba las
noches imaginándote fundida a mí, sin terminar de entender la atracción que
sentía por ti desde el primer momento en que puse los ojos en tu persona. Sin
saber como ni por qué, un día se hizo la luz y empecé a atar cabos. ¡Claro, pero
si es mi mujercita! Así que decidí venir a por lo que me negaste la última vez y
que es mío por derecho.
Estaba aterrorizada; quería grita, pero era imposible con aquello pegado en los
labios que empezaba a escocer demasiado y estaba ahogándome. Me retorcía bajo su
peso, pero él era mucho más fuerte y me paralizaba con los tremendos puñetazos que
me daba en la cara. Sentía como recorría mi cuerpo con sus manos; luego lo hizo con
su lengua y el asco que me producía, era mucho peor que el contacto con sus manos.
No se detuvo ante nada y las nauseas que me subían desde el estómago, debía
tragármelas, porque tenía la boca tapada. Solo podía llorar y moverme sin parar.
- No hagas las cosas tan difíciles, no querrás que te haga más daño,
¿verdad? Si te estás quietecita, acabaré pronto. ¡No te haces una idea del
placer que me estás dando!
No se cuanto duró aquel martirio. Cría que no terminaría nunca. Por fin se
derrumbó encima de mí, completamente agotado. Notaba su sudor goteando en mi
pecho y su respiración entrecortada. Desee que me matara; prefería estar muerta, que
recordar todo aquello el resto de mi vida; porque, si no me moría allí mismo, sabía que
no lo podría superar.
Ya no tenía fuerzas para moverme, además estaba aturdida y medio desfallecida
por la cantidad de golpes que había recibido en la cabeza; notaba como, poco a poco,
se iban inflamando los pómulos y los ojos, esto hacía que la piel diera la impresión de
que se abriría en cualquier momento dejando al descubierto la carne que tanto me
dolía.
Se levantó despacio y fue vistiéndose ante mi, con movimientos lentos y
calculados; todo lo hacía sin apartar los ojos de los míos y con una frialdad en la
mirada que me hizo sentir escalofríos a pesar de que estaba ardiendo por las heridas.
- Bueno, ha llegado el momento de que hablemos, no todo va a ser
diversión.- Sin previo aviso, dio un terrible tirón del adhesivo que se llevó toda la
piel de mis labios, dejándolos latiendo dolorosamente.- Cariño, me lo he pasado
muy bien, me gustaría repetirlo de vez en cuando, pero no va a poder ser. Te dije
una vez que no quería saber que estabas en este mundo, pero tú pensaste que
no lo decía en serio. ¿Te has convencido ahora? También te advertí que no se te
ocurriera ponerte en contacto con nuestros hijos, pero eso tampoco lo
consideraste una advertencia seria. No se cómo lo conseguiste, pero has logrado
que el hijo de “ese” con el que te acuestas, se case con mi pequeña. Siento
decirte que...¡Hasta ahí ha llegado tu suerte! No pienses que es tan fácil
despreciar a Javier Sánchez, eso se paga muy caro y tú lo has hecho en varias
ocasiones, así que no me dejas elección, tendré que convencerte de que va en
serio lo que te digo y estás comprobando que soy capaz de todo. Quiero que
desaparezcas de verdad y para siempre; si no lo haces, esta vez no voy a decirte
que te mataré, porque, si te conozco bien, es lo que más deseas en este
momento; no, no, no, pero te daré donde más te duele. Me encargaré de que tu
amado y distinguido Dan.- Dijo haciendo un gesto de cortarse el cuello.- Sufra un
terrible accidente del que no saldrá con vida y... si sufre un “poquito” mucho
mejor.
Los ojos le brillaban con un fuego amenazador y terrible que, no me quedó otra
alternativa que creerle. Estaba completamente loco, o eso pensé en aquel momento.

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- Haré lo que quieras, pero déjanos en paz.- Le dije con voz temblorosa,
apenas un murmullo que me costó un enorme esfuerzo, pues los labios estaban
muy inflamados y sangrantes.
- Así me gusta. ¿Ves que fácil es complacerme. Hoy te has portado muy
bien, por eso voy a ser bueno y a soltarte las manos también, para que puedas
volver al lado de tu “amor” y contarle todo lo que te he dicho...Ah, se me
olvidaba: Solo te doy dos semanas para que desaparezcas, si no, ya sabes, Dan
se despedirá de este mundo.
Sin más, se acercó a mi y me quitó las esposas, se subió al coche y desapareció
a gran velocidad dejándome envuelta en una nube de polvo, sola, herida, desesperada
y en medio de un bosque desconocido.
No podía moverme; estaba entumecida, la cabeza me daba vueltas, era incapaz
de ponerme de pie. Sólo la imagen de Dan, me ayudó a no dejarme morir allí mismo;
debía advertirle, su vida estaba en peligro.
Pasó no se cuanto tiempo hasta que volví a recordar donde estaba; me había
desmayado. Hice un esfuerzo más allá de lo posible y me puse de pie.
Tambaleándome, recogí lo poco que quedaba de la ropa e intenté cubrirme lo más
preciso. Me temblaban las pierna y las manos; un ojo lo tenía completamente cerrado
por la hinchazón y la cabeza se me caía para los lados como si pesara una tonelada y
ardía de fiebre.
Empecé a andar sin rumbo, dando tropiezos a cada paso que me debilitaban
todavía más. Me detenía y cogía una buena bocanada de aire que par4ecía que se
gastaba enseguida. La distancia que recorrí en aquel estado, no puedo saberla, pero
en una de aquellas paradas que hacía, me pareció escuchar el ruido de los coches al
pasar por la carretera. Puse todos mis sentidos alerta para orientarme. Efectivamente,
allí estaba la carretera. No tenía ni idea de en qué dirección debía ir. Apoyada en un
tronco de árbol, volví a detenerme para tomar aire cuando, sin saber de donde había
salido, junto a mí se detuvo un coche de la policía.
- ¡Por favor, ayúdenme!.- Les dije al borde de las lágrimas y con el poco
aliento que me quedaba.
- ¿Qué le ha pasado? ¿Ha tenido un accidente?.-Me preguntaron los dos
hombres. En ese momento recordé las amenazas de Javier y decidí no decirles
nada..
- Sí, me he caído.
- Eso no es posible, esta Sra. lleva golpes que se ven claramente de
puñetazos.- Dijo el más joven de los dos.- ¿Quién le ha hecho esto? ¿La han
violado?
- Creo que sí.- Dijo el otro, mientras llamaba a una ambulancia..- Tiene
sangre entre las piernas.
- No, por favor, no llame a nadie; estoy bien, solo quiero irme a mi casa.
- ¿No quiere hacer una denuncia?
- No, no, sólo necesito estar tranquila en mi casa.
- Tendrá que acompañarnos a un hospital y luego hacer unas
declaraciones
- Les he rogado varias veces que me lleven a mi casa. No voy a poner
ninguna denuncia y por lo tanto no haré declaración alguna
Ante aquella postura tan firme, que me costó un esfuerzo considerable, los
policía accedieron a llevarme donde yo quería.
Al encontrarme frente a la puerta, recordé que mi bolso había desaparecido y
que no tenía las llaves. Mi primer pensamiento , mientras me llevaban a casa, era
entrar directamente al baño y arreglarme lo mejor posible para que el impacto que
Dan recibiera, no fuera tan grande como verme en el estado en el que me había
dejado Javier. No pudo ser y tuve que llamar al timbre.

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La expresión de la cara de Dan, fue de espanto. No sabía por donde empezar;
me preguntaba qué había pasado, mientras me rogaba que fuéramos a un hospital y a
la vez, intentaba curarme.
- Dan, por favor, cálmate. Esto no es nada, solo que parece muy grave,
pero se pasará en poco tiempo. Yo misma me haré las curas y tu me ayudarás;
pero antes debes tranquilizarte.
- ¿Cómo quieres que me tranquilice, viéndote en este estado? Llevo
varias horas sin saber donde estás, luego te trae la policía, poco menos que
muerta y me dices que me calme. ¡Cuéntame lo que ha pasado, quien te lo ha
hecho y entonces haremos lo más conveniente!

Se lo conté procurando no hacerlo con demasiados detalles para evitarle


sufrimientos innecesarios. Su cara cambiaba de expresión conforme avanzaba en mi
relato; cuando terminé, él ya había tomado una decisión.
- Nos iremos cuanto antes, sin apurar el plazo que te ha dado, tú no
tienes que preocuparte de nada; déjalo todo de mi cuenta..- Dijo con lo ojos,
todavía llenos de lágrimas.
- No, Dan, yo me voy sola. Contigo no va nada, sólo quiere que
desaparezca yo. Si lo hago, te dejará en paz. Tú no tienes que dejar tu vida y tu
hijo, por mis problemas. Ya has hecho bastante en todos estos años y te lo
agradezco en todo lo que vale, mientras viva. Ahora, tengo que continuar mi
camino sola.- Se lo dije, mientras sentía cómo se desgarraba mi corazón con el
simple hecho de imaginarme la vida sin él, pero debía ser así.
- ¿Qué estás diciendo? Nosotros estamos unidos en lo bueno y en lo
malo hasta la muerte; somos una sola carne, es imposible separarnos. ¿Crees
que me ibas a hacer un favor condenándome a echarte de menos y a sufrir sin ti,
lo que me quede de vida? Mi hijo tiene a su mujer y su trabajo. A mi el mío, no
me retendrá hasta el punto de perderte para siempre. ¿Cómo iba a ocuparme de
los problemas ajenos, si estoy desesperado sin ti? ¿Es que no lo ves?
- Si mi amor, claro que lo entiendo; yo tampoco podría vivir sin ti.- Me
abracé a su cuello, lo que pude sin gritar de dolor, pero necesitaba su calor.
- Pues no hablamos más de este asunto. Mientras tú te restableces, yo
me ocuparé de hacer los arreglos oportunos, para dejar a David y a Victoria, con
todo en regla para que puedan recibir su herencia. Después voy a venderlo todo,
así nos iremos con suficiente dinero como para emprender una nueva vida sin
preocupaciones.
- Gracias por todo el ánimo que me das; siempre estás a mi lado en los
peores momentos.
Inmediatamente, bajó a una farmacia y me trajo todo lo necesario y mucho más;
casi teníamos el material como para montar un pequeño hospital, tan exagerado era
en sus atenciones conmigo. Tuve que prometerle que estaría en la cama sin moverme
hasta que él regresara cada día; prohibiéndome abrir la puerta fuese quien fuese, ni la
chica de la limpieza podía entrar. Así pasó una semana en la que mejoré
ostensiblemente.

Nos marchamos a los diez días del plazo dado por Javier. No nos despedimos
de nadie. ¿Qué razones podíamos dar? “No queremos que sepáis donde estamos, ni
que nos llaméis, ni que nos escribáis; todo esto sin darles una explicación que
pudieran entender. Sabíamos que nuestros hijos iban a sufrir mucho y que
movilizarían todo lo que estuviera a su alcance para buscarnos. Nos dolía demasiado
pensar en que nos perderíamos sus momentos de felicidad, que no conoceríamos a
sus hijos, que sus vidas seguirían sin nosotros, pero no había elección.

80
La decisión del sitio donde pasaríamos nuestro destierro, porque era así cómo
había que llamarlo, fue difícil. Por fin pensamos volver a Andalucía, los dos teníamos
muy dentro nuestras raíces y nos acordamos de un pueblecito de Granada, que
parecía coronar de nieve una montaña a la orilla del Mediterráneo: Salobreña. Siempre
que habíamos pasado por allí, comentamos que sería maravilloso tener una casita en
la falda de la montaña, rodeada de campos verdes y desde donde se podía ver el mar,
tan azul. Así lo hicimos. Compramos un chalecito, no muy grande, pero con un
hermoso jardín y hasta un campo donde plantar verduras.
Estaba algo aislado, pero eso era lo que queríamos: no tener vecinos que
preguntaran por nuestra vida y no tener amigos que vinieran a visitarnos. Sólo
bajaríamos al pueblo para comprar lo que no cultiváramos en nuestro huerto. Tampoco
teníamos teléfono. ¿Quién nos iba a llamar?
Nos rodeamos de comodidades y empezamos nuestra nueva vida, bastante
contentos, dentro de lo posible. En los días de verano, hacíamos todo en la terraza,
incluso, las noches de más calor, dormíamos en ella, bajo la luz de la luna y las
estrellas y el mar de fondo.
En el invierno, hacía bastante frío; para esa época, además de la calefacción,
hacíamos acopio de leña y encendíamos la chimenea. Teníamos la despensa bien
repleta de alimentos, la televisión para estar informados y una buena biblioteca que
nos ayudaba a pasar muchas horas de interesante lectura que daba paso a
apasionados comentarios sobre los más variados temas.
Los primeros meses, fueron muy duros; apenas poníamos la televisión. Nos
causaba un terrible dolor, ver a nuestros hijos haciendo llamamientos a quienes
pudieran habernos visto; dirigiéndose a las cámaras para suplicarnos que volviéramos
a casa o que les llamáramos para saber que estábamos bien y que les diéramos una
explicación de nuestra decisión de abandonarlo todo sin dejar rastro.
Así pasaba el tiempo y hasta fuimos más felices de lo que habíamos imaginado.
En nosotros se hizo realidad el sueño de todos los enamorados, de vivir el uno para el
otro sin que nada ni nadie se interpusiera.
Poco a poco, fuimos haciéndonos de una nueva familia: Perros, gatos, gallinas y
una preciosa cabra blanca y negra. No sólo nos daban más amor que los humanos,
sino que también contribuían a nuestra alimentación con sus productos, como huevos
y leche con la que aprendimos a hacer el mejor queso que habíamos probado en
nuestra vida.

De esta manera sencilla, pasaban los años y nuestras heridas parecían


cicatrizarse. Nos adaptamos a la perfección y la vejez nos sobrevino plácidamente
acomodados. Hasta llegamos a sentir que, todo cuanto nos había pasado, era una de
tantas novelas que leíamos; ya no nos producía el intenso sufrimiento de los primeros
años. Imaginábamos a nuestros hijos con los suyos y, tal vez con sus nietecitos.
¿Cuántos tendríamos nosotros? Seríamos ya bisabuelos? Era mejor no traer estas
cosas a la memoria.

Dan, hacía unos días que no se encontraba bien, decía que estaba débil. No
quería que me preocupara, que seguramente sería por la edad, pero él no era tan
mayor como para sentirse débil; a los sesenta y ocho años, se está todavía muy
fuerte.
- Cariño, si no vas al médico ¿Cómo voy a saber cuidarte? Necesito un
diagnóstico.
- Estoy bien, no creo que un poco de cansancio sea motivo suficiente
para ir al médico, hasta se podría reír de mi.
- Es mejor que nos diga que no es nada, a que te pongas peor y tenga
que llevarte a urgencias.
- ¡Qué exagerada eres! ¡Llevarme a urgencias! Olvídalo, no seas
pesada.

81
Sí que pasaba algo muy grave, aunque él creyera que no.
Una noche, mientras dormía, le noté la respiración entrecortada, le tomé el pulso
y estaba demasiado débil. En ese momento, se llevó la mano al pecho con un fuerte
dolor. Los síntomas estaban muy claros: Era un infarto. Le hice cuanto recordaba de
mis tiempos de enfermera para detenerlo.
Con desesperación, saqué el coche y lo llevé tirando de una silla en la que se
había sentado, pues no podía andar. En momentos tan importantes en los que se
necesita mucha fuerza, no se sabe de donde se saca, pero yo la tuve para llevarlo
hasta el coche y subirlo. Corrí como nunca lo había hecho y, cuando llegué al hospital
Virgen de las Nieves, en Granada, sólo había pasado una hora escasa. El, resistía.
Inmediatamente le asistieron y, dos horas más tarde, de espera angustiada, me llamó
el médico.
- Señora, ha sido algo difícil, pero al final lo hemos conseguido. El
corazón de su marido, ha quedado bastante dañado y no sabemos si resistirá
otro infarto. Se quedará aquí esta semana y le podremos un tratamiento. Más no
le puedo decir, solo que ha sido Ud. muy valiente y su ayuda ha sido crucial para
que pudiera sobrevivir.
- Gracias Dr, por habérmelo devuelto; yo me temía lo peor.
- Quien tiene que darle las gracias, es su marido a Ud. ¿Quién le dijo lo
que debía hacer? ¿Llamó a urgencias y le dieron instrucciones?
- No, no, lo que pasa es que en mi juventud, yo fui enfermera en una
clínica especializada en corazón y, aunque hace muchos años, lo importante no
se olvida nunca.
Cuando Dan estuvo casi recuperado, le propuse comprarnos un teléfono móvil,
antes de irnos a casa.
- Cariño, ya somos los dos mayores y lo más probable es que
empecemos a fallar lo mismo que te ha pasado a ti.- Dije para convencerle,
porque él no era partidario de cosas tan modernas.-Así podremos llamar para
pedir ayuda.
- Muchas veces, durante estos días, me he preguntado ¿Cómo te las
arreglaste para meterme en el coche?
- Tampoco yo sabría decírtelo. Esas cosas se hacen en un momento de
necesidad, sin saber cómo.
Compramos el teléfono y fue una odisea aprender su funcionamiento; aquello no
era para dos carcamales como nosotros, pero lo conseguimos al final.
Todo fue cambiando lentamente; Dan no podía hacer esfuerzos y yo vivía
cuidándole y refunfuñando, porque él se pasaba con la comida y con el trabajo.
Sin consultarle, decidí buscar a alguien que nos ayudase con lo más duro. Bajé
al pueblo y preguntando en una tienda, me dijeron que había un joven que andaba
buscando trabajo. Le encontré.
Era un muchacho bien parecido, de unos veinte años; venía del norte y, según
me dijo, tenía experiencia en el cuidado del una granja, porque se había criado en ella,
allá en su tierra, Santander.
- Tendremos que hablarlo con mi marido.- Le dije, sabiendo que no
dependía de su opinión el que se quedase o no; él ya no tomaba las decisiones;
estaba demasiado frágil su corazón como para tener ninguna clase de
preocupación por pequeña que fuera.- De momento, estarás de prueba un mes;
seguramente que nos adaptaremos, tanto tú, como nosotros, entonces te
haremos un contrato, nos gusta hacer las cosas bien.
- A mi me parece estupendo. Ya verá como no hay ningún problema.
Cuando llegamos a la casa, Dan se quedó bastante sorprendido al verme
aparecer con una persona desconocida. Le pedí al chico que se quedara un momento
en el porche para poder hablar a solas con Dan.
- Cariño, he conocido a este muchacho que está buscando trabajo; le he
pedido que venga para que puedas hablar con él.

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- Pero Alicia, no necesitamos a nadie; siempre hemos llevado la casa
solos, sin ninguna ayuda.
- Eso era antes; yo ya no estoy tan fuerte y tú debes cuidarte más de lo
que lo haces. Habla con él, es un buen chico y tiene experiencia con el trabajo de
granja, es de Santander y sus padre siempre han tenido una.
- De acuerdo, lo haré por ti, pero tienes que saber que, por mí, no hacía
falta traer a nadie.- El pobre Dan, se pensaba que lo suyo había pasado; no se
daba cuenta de que la amenaza, la tenía siempre encima de su cabeza, como la
espada de Damocles.
Se llamaba Felipe. ¡Claro que se quedó con nosotros! Era amable y comprensivo
con nuestras rarezas de personas que llevan mucho tiempo solas y que, además, son
viejas. Fue una ayuda inapreciable; en todo momento podíamos contar con él, no se
como habíamos podido estar sin su persona durante tanto tiempo. Le encantaban los
animales y, gracias a él, pudimos tener unas cuantas cabras más, para que nuestra
blanca y negra, no estuviera sola, aunque ya era la cuarta generación desde la
primera que tuvimos.
Nunca hablaba de su vida, pero me preocupaba ver a un chico tan joven
encerrado con dos carcamales, sin salir a divertirse, ni un solo fin de semana. Una
tarde en que llovía a cántaros, estábamos los dos sentados en el salón, mientras Dan
echaba su siesta; en ese momento en el que el ambiente era tan propicio a las
confidencias, le pregunté por qué había dejado su tierra.
- Dña. Alicia, en realidad, yo no tengo padres, fui adoptado por un
matrimonio, ya mayor y me criaron en la montaña.- Sus ojos se llenaron de
tristeza, recordando su corta existencia, ya llena de penas.- Aquello estaba muy
lejos de todo y yo vivía poco menos que como un esclavo, sin tener amigos y sin
relacionarme con nadie, solo con ellos que me había adoptado para que les
trabajara, sin darme cariño, ni ternura ninguna.- Con gesto de rabia, se secó
unas lágrimas que le corrían por las mejillas y continuó:- Mi “padre” murió hace
cinco años y me quedé solo con ella, que era mucho peor que él. Hasta el último
momento, me explotó y me humilló; pero cuando sintió que se moría, tuvo el
detalle de decirme quien era mi verdadera madre y revelarme el escondite del
dinero. Cuando murió, me enteré de que la granja no era de ellos; esa era la
única razón por la que no me fui antes, pensando que todo lo que había
trabajado allí, al final sería mío; pero sólo eran arrendatarios; esa fue otra de las
decepciones que ellos me daban a cada momento. Sólo hace un año que se
murió. He estado buscando a mi madre, pero sólo he encontrado su tumba; así
que no me queda nadie en el mundo. Pensé en cambiar completamente de vida
y por eso, me vine al Sur. Me ha gustado mucho sus paisajes, ¡Es tan distinto a
todo lo que he visto desde niño! Sólo llevaba unos días aquí, cuando la conocí.
Me ha venido muy bien éste trabajo, porque el poco dinero que tenía, se me
fue.- Le escuchaba, sintiendo más cariño por él, del que ya le tenía. Me gustaba
mucho su dulce acento y su cara de desvalido.
- Eres muy joven para encerrarte con dos ancianos, de nuevo en una
granja. ¿A qué espiras en la vida?
- Mire, yo no tengo estudios ni nada de eso, así que no sé a qué aspirar;
siempre me ha hecho ilusión tener un camión y dedicarme a viajar por toda
Europa como transportista, pero eso se me hace muy difícil.
- No te apures, Felipe, yo te enseñaré todo lo que pueda para que te
saques el carné de conducir necesario para el camión. Desde hoy, tendremos
nuestras horas de clase cada día y, como eres un chico tan juicioso, podrás
ahorrar lo suficiente para comprarte un camión, aunque sea pequeño, para
empezar.
- Es Ud. tan buena conmigo que no sé que decir, Dña. Alicia.
- ¡Pues no digas nada!

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Pasamos tres años de intenso aprendizaje por su parte y de disfrute por la mía.
Llegamos a quererle como a un hijo y él no nos defraudó jamás.
Se sacó todos los carnés que había y a la primera. ¡Qué orgullosos nos sentimos
de él!

- ¡Dan, despierta, cariño! Ya son las once y tienes que tomarte las
medicinas.- Dan no se movía, pero yo no me daba cuenta del por qué.- Dan,
Dan, despierta.
- Dña. Alicia, no insista, ya no va a despertar nunca más.- Me dijo
Felipe, mientras me abrazaba con cariño.
- ¿Qué estás diciendo? Sólo está dormido ¿Es que no lo ves?
- Sí, lo veo. ¡Deje que descanse en paz!
Me consoló y me ayudó como el hijo que era para nosotros. En aquellos
momentos, no sé qué hubiera hecho sin él. Se ocupó de todos los trámites y organizó
el entierro. Yo no estaba en éste mundo. Para mí, se había derrumbado todo. Ahora
estaba sola, pero sola del todo; ya no tenía a mi lado a Dan, mi querido Dan. A pesar
de mi deseo de irme con él, tenía una buena salud y me quedé aquí, hasta que llegue
mi hora, pero me siento vacía, ya sólo soy la mitad.
Después de un tiempo, recuperé la serenidad y el raciocinio. Tenía que tomar
una decisión; debía ordenar mi vida. Era consciente de que ya no podía continuar en
la casa, siendo un obstáculo en la vida de Felipe, puesto que se negaba a dejarme;
aunque le propuse buscar a otra persona para que él pudiera realizar su sueño de
viajar con su camión. No quiso escucharme siquiera; para él era su madre y estaría a
mi lado mientras viviera.
Lo medité mucho, pero al final, tomé una decisión irrevocable. Como ya
esperaba, él no estaba de acuerdo, pero le dije que tenía todos los derechos para
hacer lo que quisiera con mi vida, así que no le quedó otro remedio que aceptarla.
- El que me vaya a una residencia, no quiere decir que no puedas venir
a visitarme cuando a ti te apetezca.- Le dije para suavizar un poco mis palabras
anteriores.-Sólo voy a cambiar de domicilio.
Puse la casa a su nombre y le dije que podía hacer lo que quisiera con ella. Si
prefería venderla, le sacaría más de lo que podía costarle varios camiones. No quería
nada, sólo que yo tuviera de sobra para que me trataran bien en la residencia. Él no
sabía que me sobraba el dinero como para vivir veinte años más.

Cuando entré por primera vez en la Residencia de Ancianos “La Serenidad” me


enamoré de aquella habitación. No quería compartir mi intimidad con nadie, por muy
buenas personas que fueran y, aunque me costara más barato; para mi, lo más
importante era sentirme libre, cómoda y segura en la intimidad de mi habitación; no
estaba dispuesta a rendir cuentas de lo que a nadie le importaba; por eso no tuve
inconveniente en pagar un poco más, ¡Me lo podía permitir!
Era una habitación muy cómoda; en ella había todo cuanto necesitaba, que por
cierto, no era demasiado: Una buena cama, un sillón confortable, el tocador; en cuyos
cajones guardaba la ropa interior, las fotografías que me ayudaban a rememorar otros
tiempos y los documentos importantes, como siempre los llamaba.
Cerca de la ventana, por la que entraba un maravilloso sol y junto a un sillón,
había una mesa de camilla vestida con una falda que hacía juego con las cortinas de
la ventana; eran de alegres colores estampados en flores y hojas que traían a mi
memoria el recuerdo de mi casita rodeada de jardín, como pegada a la ladera de la
montaña en Salobreña, frente al mar Mediterráneo.

Delante de la cama, se encontraba una repisa donde había un pequeño televisor


que era mi única compañía en las largas horas de soledad. No quería, ni me gustaba
relacionarme con las demás personas que vivían allí, porque tenía mucho que callar y,

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a mi edad, no se podía uno fiar de la discreción, por eso, prefería estar siempre en mi
cuarto.
Las ropas y calzado, ya pasados de moda, junto con un sin fin de recuerdos,
unos más grandes que otros, estaban guardados en el armario que se encontraba
cerca de la puerta. Ese era todo mi mundo, ¡En eso me había convertido! Pero no
quería ponerme triste y agradecía el poder acabar mis días tan bien atendida.

Hacía un año que estaba en la residencia, cuando, en una de las visitas que
Felipe me hacía, cada vez que sus viajes se lo permitían, me anunció que tenía novia.
¡Cuanta alegría me dio! Se merecía ser feliz.
Después de dos años de noviazgo, decidieron casarse y querían que fuera su
madrina de boda, pero yo creo que no lo podré ser. ¡Me siento tan cansada!

Aquella noche, después de dar muchas vueltas en la cama, decidí que no


intentaría dormir, era inútil. Me levanté con la idea de que mi mente me estaba
jugando una mala pasada; tenía la sensación de que una extraña voz, que escuchaba
en mi interior, no dejaba de instigarme llevándome a buscar en mi memoria los años
que había vivido, que ya eran muchos, en los que había pasado por experiencias muy
distintas a las normales. Nunca me planteé la idea de que mi existencia era diferente a
la de otras personas, pero aquella voz insistente, no paraba de mostrarme que sí, que
era distinta y debía contar todo lo que aquellos años me habían traído, aunque me
causaran más de una pena y también, por qué no decirlo, muchas sonrisas.
Seguramente contaré cosas irrelevantes y detalles que no vienen al caso, pero,
quien lea estos escritos, deberá comprender que están hechos por una anciana que ya
no tiene la agilidad mental como en sus mejores tiempos

Sentada en el sillón y frente a la mesa de camilla, abrí el cuaderno que no había


estrenado todavía; era grande, con muchas hojas cuadriculadas. Cuando lo compré,
había sentido un impulso que después, en la habitación, mientras lo examinaba, no
acababa de entender la necesidad de tenerlo. – Tonterías de las viejas que pierden
hasta el sentido de lo práctico. – Me dije, mientras lo guardaba en el cajón de arriba
del tocador. Unos días después, comprendí cual había sido la razón de ese impulso.
No sabía cuales serían las consecuencias. Como en la vida, unas serían buenas y
otras no tanto, pero la verdad es así y todos tenemos que acatarla porque nunca nos
consulta sobre nuestros gustos y hay que aceptarla como viene.
Así que empecé a escribir con mano temblorosa , pero segura de lo que tenía
que contar. No sé si voy a poder terminar de contar todo lo que quisiera. Me ha
costado hacer todo esto, varios meses. Tengo la espalda dolorida y me tiemblan tanto
las manos que no sé si será del todo legible; pero estoy contenta de haberlo hecho. Si
no llegara a manos de mis hijos, por lo menos me ha servido para recordar y
descansar mi memoria de tantos acontecimientos y sentimientos que me causaron
alegrías y tristezas...

” Queridos hijos Sara, Adrián y Victoria. Si es que llegáis a tener este cuaderno
en vuestras manos: Esta es la única verdad de mi vida; se que me he equivocado
muchas veces y que tendría que haber sido más precavida y menos inocente en las
muchas ocasiones en que cometí tantos errores, pero eso solo se aprecia con la
distancia que nos proporciona el tiempo. Cuando ya no podemos rectificar. Solo debo
decir en mi favor, que todo cuanto hice fue con el convencimiento de que era lo más
conveniente en ese momento.
De lo que sí podéis estar seguros, es del inmenso amor que siento por vosotros
y que guardaré por toda la eternidad.”

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****

Adrián, levantó la mirada, mientras mantenía el diario abierto sobre sus rodillas.
La habitación permanecía en silencio, solo interrumpido por el suave murmullo del
llanto controlado de sus hermanas.
Habían perdido la noción del tiempo; seguramente seria de madrugada. No
importaba, solo aquellas sorprendentes revelaciones ocupaban su mente por
completo.
- ¡Alicia era nuestra madre! ¡Alicia era nuestra madre! - Repetía Victoria,
con un hilo de voz entre sollozos; Sólo hasta cierto punto le costaba creerlo.-
Ahora entiendo muchas cosas que pasaron, casi desapercibidas, en su
momento. ¡Claro, era su voz! Durante mucho tiempo me pregunté a quien me
recordaba y...¡Era mamá, era mamá! También la quise cuando no sabía que era
ella.
- Yo, en cambio, no puedo decir que hubiera algo en aquella mujer que
me hiciese sospechar.- Sara, hablaba con más calma, aunque visiblemente
emocionada, secaba sus ojos.- Tampoco he tenido mucho contacto; solo la vi en
la boda de Victoria; aún así, me resultó encantadora y...¡Tan amable y cariñosa!
Sobretodo con mi hijo. Ahora comprendo el interés que tenía en llevárselo de
paseo por la playa; todo era para estar cerca de su nieto ¡Pobre mamá, cuanto
habrá sufrido sin podernos decir que era ella, que no había muerto! ¡No nos
pudo abrazar con la fuerza que hubiera querido!
- Pues yo debo reconocer que a mí me causó mucha impresión.-
Repuso Adrián.- No voy a decir que reconocí algún detalle que me recordara a
nuestra madre, pero nunca la he olvidado. ¡Jamás podría imaginar que nuestro
padre hubiera sido capaz de ser tan retorcido y tan cruel! ¿No era más fácil
divorciarse y vivir cada uno su vida? Nosotros podríamos estar con los dos,
aunque, por supuesto, siempre la habríamos elegido a ella.
- Eso es lo que se esperaría en una persona normal, pero Papá nunca
fue como los demás, eso lo sabes tú mejor que yo.- Dijo Sara.- Pero de ahí a
hacer lo que hizo...Estoy segura de que su orgullo no le permitió asimilar que
nuestra madre no le quisiera, que prefiriera trabajar para vivir, antes que estar
con él.
- David, ¿Tú sabías algo de todo esto? Creo que sí ¡Dímelo!.- Le pidió
Victoria
- Sí, ahora si te lo puedo decir. Yo conocía casi todo lo que pasó;
naturalmente, había cosas que ni siquiera tu padre, que fue quien me lo contó,
cuando fui a visitarle en la cárcel, después del escándalo por el que fue
condenado; lo sabía. No habló de los detalles tan escabrosos de cómo la
convenció para que desapareciera las dos veces que lo hizo.- A pesar del
momento , parecía que David se había quitado un gran peso de encima; la
expresión de cansancio que le acompañaba desde hacía tanto tiempo,
desapareció casi por completo.- Se jactaba de lo bien que había conseguido
falsificar el certificado de defunción. Siempre hablaba como si él fuera la víctima;
se quejaba de que ella nunca le había comprendido, de que siempre procuraba

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esquivarle cuando se acercaba a ella con deseo, decía que todo lo que ganaba
le parecía poco porque gastaba más de lo que debía... Bueno, es mejor no
seguir hablando de esto, sería interminable. ¡No os podéis hacer una idea del
choque que supuso para mí, saber que Alicia era vuestra madre, la que tanto
echabais de menos, según me había contado Victoria! Me prohibió que lo
contara, aunque yo podría haberlo hecho; por otro lado, tampoco creí en la
necesidad de remover algo tan doloroso, resultaba inútil haceros revivir todos
estos acontecimientos, puesto que no conocía su paradero, ni el estado en el
que se encontraba.
- Aunque ya no existan los principales protagonistas de esta historia.-
Dijo Adrián, cerrando el diario.- Me siento orgulloso de mi madre y quisiera
poder tener una copia de sus memorias, que han llegado hasta nosotros de ésta
forma tan inesperada.

FIN

Mª José Romero

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