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Luis E. García*
Los ingenuos parecen mayoría y han sido explotados por diversos tipos de adivinos
o personas que dicen descubrir lo oculto o conocer el futuro, por inspiración divina
(profetas) o por invocar a los muertos (nigromantes). En la antigua Roma, las
adivinas daban su opinión sobre el porvenir o las intenciones ajenas dentro de sus
casas; las profetisas lo hacían en las plazas públicas, y las sibilas -quienes además
debían ser robustas y de buen aspecto- ejercían su oficio profético en el templo. El
augur era un sacerdote adivino y profeta de mayor categoría que el arúspice,
especialista popular en hacer presagios observando las entrañas de las víctimas de sus
sacrificios y otros signos. La pitonisa era la sacerdotisa de Apolo que daba sus
oráculos (respuestas de los dioses) en el templo de Delfos, y así han denominado a
toda mujer que vaticina el porvenir.
En la actualidad estas palabras han perdido uso. Los nuevos adivinos se presentan –
incluso en las páginas amarillas- como psíquicos, mentalistas, mediums, sanadores o
astrólogos. El psíquico se cree capaz de viajar en el espacio y en el tiempo, e incluso
de introducirse en otras conciencias; el mentalista ofrece además el poder de hacer
proezas con su poder mental; el médium afirma comunicarse con espíritus de
difuntos, y los sanadores saben utilizar el inmenso poder de la sugestión y
autogestión humana, y en bien orquestadas ceremonias dicen sacar malos espíritus,
operar, o hasta enderezar extremidades defectuosas. Quien mejor ha sobrevivido los
siglos es el astrólogo, tal vez porque envuelve en ropaje científico sus cuentos,
como el televisivo astrólogo de apellido Puerta que hace poco hablaba del éxito de
quienes estuviesen regidos por Urano... un planeta tan oscuro y distante que ni
siquiera se distingue a simple vista.