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El Apple que cayó de la ventana

El hombre estaba sentado en suelo, recostado en una farola. Tenía la mirada perdida. Cruzaba y
descruzaba sus manos continuamente.

Encontrándose así, una discusión empezó en uno de los bloques de viviendas frente a él. Una
pareja. Por lo visto él la había engañado, con una de sus compañeras de trabajo. Se había enterado
hace unos días. Ahora lo sabía todo el barrio. Lo siguiente que escuchó el hombre fue como algo se
estrellaba contra el suelo y se hacía añicos. Había tenido la mirada perdida encontrada en ese punto.
La mujer había tirado el portátil del hombre por la ventana.

Los gritos se seguían escuchando, pero el hombre que cruzaba y descruzaba continuamente las
manos ya no los oía, tampoco cruzaba o descruzaba las manos. Algo acaba de cruzar por su mente.
¡Claro!¡Era obvio! La ventana, el ordenador, el suelo... ¡Había estado ahí todo el tiempo!
Ahora tenía los ojos abiertos como platos. Por qué el ordenador había caído... La mujer lo había
tirado, pero... Si lo hubiera lanzado para arriba... ¡Igualmente habría ido hacia abajo!¿Y abajo qué
estaba?¡La Tierra! Existía una fuerza, que atraía los cuerpos hacía la superficie de la Tierra, y si la
Tierra hacía eso... ¡A saber qué mas cosas podrían atraerse!¡Esto era una revolución!

Tras pensar esto el hombre comenzó a saltar y a reír.

− Jajaja, ¡caigo!¡subo y vuelvo a caer! - gritaba.

Dando grandes zancadas empezó a correr por la avenida.

#Piiiiiiiiiii#

− ¡Imbécil!¿Estás loco o qué?¡Por pocas y la tenemos hoy!

El hombre estaba en mitad de la carretera, con el parachoques de un coche a escasos centímetros,


tras un momento en shock, salió corriendo y brincando de la calle y llegó a la acera.

Comenzó a clamar:
− ¡Existe una fuerza!¡Los objetos son atraídos hacia la superficie de la Tierra!¡Por eso no
salimos volando!¡Existe un fuerza!

#Ring-ring# #Ring-ring#

− ¡¿Qué hace?!¡Apártese!

El ciclista lo apartó de un empujón. El hombre calló a la acera. En la caída se golpeó la cabeza con
una farola, tal vez la misma en la que había estado apoyado. Intentó recuperar un poco la
compostura, estaba algo mareado, se sentó junto a la farola. Empezó entonces a decir, ya mas bajo y
casi para sí, mientras cruzaba y descruzaba las manos:

− Existe una fuerza... Los objetos son atraídos hacia la superficie de la Tierra... Existe una
fuerza... Por eso no podemos salir volando... Existe una fuerza...

Un niño estaba de pie, frente a él, mirándolo, tenía un balón de fútbol en las manos.

− Niño, vosotros siempre escucháis... Niño, existe una fuerza...- Empezó a decir el hombre.
− Ya lo he oído señor, lo sé, hay una fuerza... Se llama gravedad.
− Se lla... Gra... Pero, ¿qué? Pero si la acab...
− Claro señor, eso lo sabe todo el mundo, nos lo enseñan en el colegio.- Dijo el niño con el
tono más maduro que supo emplear y tras lo que empezó a botar el balón.
− ¿En el colegio?- El hombre no daba crédito a sus oídos.
− Sí, claro. ¿A usted no se lo dijeron, señor?- Preguntó extrañado el niño.
Cada vez se sentía más mareado. No sabía si era por el golpe o por la información que aquel
chiquillo le estaba dando.
− No... A mí... No.- Negó abatido el hombre.
− Pues debería usted regañar a su maestro, porque eso lo sabe todo el mundo... Bueno, señor,
me tengo que ir, tengo que ir a jugar al fútbol, mis amigos no tienen pelota y me esperan.-
Añadió el niño con tono apenado mientras sus ojos le traicionaban mirando nerviosamente
hacia el final de la calle.
− Sí., claro... Vete... Sí... Ah... Adiós...
− ¡Adiós, señor!

Tras esto el niño se giró y empezó a caminar calle arriba. Mientras se alejaba se oyó que decía:

- … y los perros también lo saben. ¿Por qué si no no se lanzan a los precipicios? Pues porque saben
que caerán...

El hombre estaba desolado, hasta un niño lo sabía... Todo el mundo lo sabía... Gravedad. Já, que
nombre más estúpido, pensó amargamente.

Se levantó, aún mareado, pero consiguió mantenerse en pie. Se metió las manos en los bolsillos, en
uno de ellos encontró un billete viejo de autobús. Lo miró durante un par de minutos. Finalmente
decidió tirarlo al suelo. Con él arrojaba también su descubrimiento. Se había comportado como un
estúpido... Pensar que iba a cambiar el mundo...

El hombre que había estado sentado en el suelo, apoyado en la farola, el hombre que había
descubierto la gravedad, se alejaba ahora pegado irremediablemente a las calles de una ciudad que
se burlaba de él.

Y es que es muy difícil estar a la altura del mundo hoy en día.

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