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Bichueño

Ah.

Se había despertado en mitad de la noche, algo le picaba en la espalda. Decir picar no era ser
realmente exactos, más bien era cosquillear, era un hormigueo.

Oh no, oh, oh, no. ¿Eran patitas lo que sentía?

Eran finales de verano y todavía dormía sin sábana o manta alguna y usaba pijama de verano. Y
todavía sentía ese cosquilleo en la espalda. Se movió un poco en la cama y giró su brazo para poder
alcanzar la parte de su espalda que le había interrumpido el sueño. Ras, ras.

¿Ha caído algo?

Se giró quedando de cara a la puerta de su habitación. La luz de la luna que entraba por la ventana
iluminaba todo su cuarto. Instintivamente miró hacia el suelo.

¡Ay! - chilló por dentro.

Lo que vió lo dejó momentáneamente congelado. Una cucaracha avanzaba rápidamente hacía el
cuarto de enfrente, que tenía la puerta abierta, igual que su habitación. Había tenido a ese bicho
vagando por su cuerpo, mientras el yacia dormido, plácida e inocentemente, en su cama. Ese insecto
podría haberle tocado en cualquier parte del cuerpo, campando a sus anchas por todo él. Lo peor es
que tenía un miedo cerval a quedar dormido y que algún bicho se le acercara, a los alados se había
acostumbrado, pero éste, con sus patas, moviéndolas ágilmente, su cuerpo, pequeño, capaz de
introducirse por cualquiera de los orificios de su cuerpo y sobre todo, esos ojillos. Se acababa de
quitar a esa cucharacha de la espalda, de su espalda desnuda.

Todo se encontraba bañado por una luz azulada que dotaba a la habitación de una surtida variedad
de tonos fríos. Escalofrío, el que le atravesaba la espalda al pensar en lo ocurrido. Por raro que
pareciera, esa luz parecía que lo volvía a conducir en el sendero del sueño, lo empezaba a
transportar en una barca rodeada de una neblina que empezaba a producirle ciertas lagunas en el
pensamiento, sus ojos se cerraban y era incapaz de concentrarse en el incidente, casi ac, que acaba
de sufrir. Lo último que pensó antes de que sus párpados cayeran fue que para haber afrontado uno
de sus temores nocturnos más severos, no había sido para tanto.

Despertó descansado a la mañana siguiente, además de con esa reconfortante sensación de placidez
que dan las mañanas de vacaciones. Muy pocos segundos después de inaugurar el día, recordó los
hechos de la noche, y no el asco, o el miedo, vinieron a su ser, no, fue la incertidumbre, la duda:
¿Realmente lo había vivido, o acaso había sido sueño? Durante la noche juró recordarlo, pero ahora,
¡era incapaz de distinguir sueño de realidad! Había visto al insecto salir de su habitación, había
notada antes el cosquilleo, se había despertado... ¿De verdad había despertado?

Já, cosas que pasan.

Se levantó, fue al aseo, se vistió, desayunó y se lanzó a la calle. Al menos había superado su miedo
a las visitas nocturnas.

Pero sin saberlo, otro miedo había plantado en su ser, y es que, ¿qué nos asegura que lo vivido es
realidad o que es sueño?¿Cuando despertamos y cuando dormimos? En el instante presente lo
sabes, el siguiente no. Lo real, lo conocido se escapa a tal velocidad que solo vemos la estela de los
sucesivos momentos presentes que se escapan, como luz que movemos con rápidos movimientos
deja su estela en la oscuridad.

Sólo podemos asegurar lo presente, eso y nada más.

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