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CAPÍTULO 1
Aguamarina, la gota de mar

A quel verano fue muy interesante para


Nair. Sus padres tenían que trabajar, y habían
decidido enviarla con el abuelo. Al princi-
pio a Nair no le hizo mucha gracia, pues era
pequeña y nunca había estado mucho tiempo
separada de ellos, pero en cuanto supo que

mundo, pensó que podía ser divertido.


Además, el abuelo había sido maestro
y sabía muchas cosas, lo cual resultaba per-
fecto porque ella tenía muchas preguntas. De

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hecho, se pasaba casi todo el día intentando las respuestas, y éstas llegaban en forma de
averiguar todo lo que podía. cuentos asombrosos.
«¿De qué color es esto?», ¿Cómo se El primero que escuchó fue en el avión, tras
llama aquello?», «¿Cuándo pasa tal cosa?», haberse despedido de sus padres. Iban camino
«¿Cuándo no?» y un largo etcétera, aunque de de Grecia y en la pista estaba lloviendo a cán-
entre todas, su preferida era «¿Por qué?». No taros, así que Nair quiso probar al abuelo:
dejaba de maravillarse con esta pregunta. Con —Abuelo, ¿por qué llueve?
decir tan poco obtenía a cambio tan largas res- —Porque hace mal día —le respondió él.
puestas que, hasta que sus padres se cansaban Era lo que Nair esperaba. Al principio
de contestar, no dejaba de repetirla. siempre le daban una contestación corta que
Pero lo que Nair no tenía muy claro era no explicaba nada, y para saber más, debía
cuánta paciencia tendría el abuelo. Esperaba recurrir a su pregunta favorita.
que fuera algo mayor a la de sus padres, —¿Y por qué hace mal día?
porque de lo contrario iba a quedarse con
la gran mayoría sin contestar. Sin embargo, y le preguntó sorprendido:
pronto descubrió que con él iba a ser dife- —¿No conoces la historia de Aguamarina?
rente, no sólo porque le explicaba casi todo lo Nair sacudió la cabeza. No tenía ni idea de
que preguntaba, sino también por el modo en lo que hablaba.
el que lo hacía. El abuelo parecía tener todas —¡Ah! —exclamó el abuelo—, entonces

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tampoco sabes que cada gota tiene nombre saber qué quería decir el abuelo con todo esto.
propio, ¿no? Así pues, escuchó el primero de los cuentos
—¿Tienen nombre? —se extrañó Nair que le contaría. En este caso, era una gran
mirando por la ventana. aventura.

convencido—. ¡Y como nosotros, están de viaje!


Nair miró para él asombrada. Era la pri-
mera vez que escuchaba algo así.
—Pero, ¿quién les ha puesto nombre?
—¡Ellas mismas! —dijo el abuelo, y como
Nair no salía de su asombro, añadió—: Quizá
lo mejor sea que te cuente la historia…
—Pues sí —dijo Nair, ya que a cada paso
estaba más desconcertada, y tenía ganas de
Aguamarina, la gota de mar

E n las profundidades del océano, vivió una


vez una gota de mar muy inquieta llamada Agua-
marina. Mientras era pequeña se dejaba llevar por
las corrientes, como si estuviera en un gran tobo-
gán, y no se preocupaba absolutamente por nada.
Disfrutaba mucho con ello.
Sin embargo, cuando se hizo un poco mayor,
empezó a resultarle aburrido estar haciendo conti-
nuamente lo mismo, y comenzó a hacerse preguntas.
—Siempre estamos yendo de un sitio a otro,
pero ¿por qué? ¿A dónde vamos con tanta prisa?

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Pero el resto de las gotas de mar no se preocu- gada, Aguamarina abandonó la corriente.
paban por estas cuestiones… —¿A dónde vas? —le preguntó una de sus
—¡Qué importa! —le contestaban—. ¡Venga, amigas.
no seas tonta! ¡Diviértete! —Todavía no lo sé —respondió ella.
Y volvían a reír, jugar, saltar y hacer pirue- —¿Qué hace? —quiso saber otra gota de mar.
tas aprovechando la fuerza que las empujaba. Pero —¡Ni idea! —contestó la amiga de Aguama-
Aguamarina, desde el momento en el que formuló rina.
su primera pregunta, supo que difícilmente podría —¡Vamos! —dijo aquélla—, ¡ya volverá
ya conformarse con esto. cuando compruebe que no hay nada más divertido
Así que, cierto día, se detuvo a mirar hacia que nadar en la corriente!
arriba. Pudo ver que el agua era más clara e, intri- Sin duda no hubiera dicho lo mismo de saber lo
que le aguardaba a Aguamarina pero, como hasta rina—. ¡Y qué calentita!
ahora ninguna gota de mar había hecho nada seme-
jante o parecido, ni siquiera podía imaginarlo. miedo, pues se alejaba del mar sin poder remediarlo.
De esta forma, Aguamarina se alejó de las —¿Qué pasa? —gritó alarmada.
profundidades, convirtiéndose en la primera gota Intentó volver a él sin éxito, ya que siguió
de mar que lo hacía. A medida que ascendía, iba subiendo y subiendo hasta que llegó a un lugar
notando cómo subía la temperatura, hasta que
- algodón, y era muy cómodo, lo que no es de extra-
ron tener una muy buena sensación. Era un día de ñar, pues aunque Aguamarina lo ignorara, era una
verano radiante. nube.
—¡Caray, qué a gusto se está aquí! —dijo —Bueno —se dijo más tranquila—, después de
Aguamarina. todo no se está tan mal aquí arriba.
Pasado el susto inicial, aquello resultó ser
de esta nueva sensación. Como no tenía que preocu- además emocionante, pues Aguamarina pudo ver
parse por hundirse, ya que era una gota de agua, y y sentir muchas cosas nuevas e impresionantes,
como tan agradable le resultó, no tardó mucho en como el horizonte, la tierra o el viento.
quedarse dormida. Pero después de un rato, se des- —Cuando se lo cuente a mis amigas —se
pertó al sentir un cierto cosquilleo. dijo—, ¡no se lo van a creer! ¡Se van a morir de
—¡Qué ligera me siento! —dijo Aguama- envidia!

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Decía esto muy contenta y satisfecha, y que había ido sobre un extraño pez que nadaba en
eso que su aventura no había hecho más el aire, con unas escamas muy largas y suaves,
que comenzar. muy diferentes a las de los peces del mar.
Un rato después, la nube En cualquier caso, se agarró con fuerza, y
blanca empezó a enfriarse y a aunque en más de una ocasión creyó que no iba
cambiar de color hasta que se
volvió gris. Aguamarina ahora
ya no se sentía ni tan ligera ni
acalorada, sino todo lo contrario; se
notaba pesada y bastante fría, y cuando
quiso darse cuenta, cayó desde la nube al
vacío.
—¡Aaaah! —gritó horrorizada, pues era
mucha la altura y tenía miedo a lastimarse
pero, a medio descenso, fue a parar a las
plumas de un pájaro.
Por supuesto, como también
ignoraba la existencia de estos
animales, Aguamarina diría
a poder evitar soltarse a causa del fuerte viento, Así pues, al cabo de un tiempo notó de nuevo
lo cierto es que encima de él cubrió una larga dis- calor, y poco a poco pudo empezar a moverse hasta
que recuperó completamente la libertad y regresó
suelo, y Aguamarina se deslizó hasta él. al mar. Nadaba ahora por mares desconocidos, en
Éste era también blanco, pero a diferencia de los que había seres muy diferentes a los que estaba
la nube, era muy duro, y ya podía serlo, puesto acostumbrada.
que Aguamarina estaba pisando los hielos del Polo Pudo ver focas, osos, pingüinos, ballenas y una
Norte. larga lista de más animales —o de peces muy raros,
Sin duda se hubiera asombrado si hubiera tenido como diría Aguamarina—, y no dejaba de maravi-
tiempo, pero la verdad es que en el mismo instante llarse ante todo lo que existía fuera de la corriente
que lo tocó, comenzó a tener mucho, mucho frío, y en la que siempre había estado.
en un abrir y cerrar de ojos, se quedó rígida. Sentía una inmensa curiosidad, y tenía ganas
No podía moverse, y comenzó a lamentarse por de emprender un nuevo viaje para ver más mundo,
haber abandonado la corriente. pero también tenía muchas ganas de contarle todo
—No voy a poder volver —pensó Aguamarina lo que había visto a sus amigas y estar con ellas de
recordando a sus amigas. nuevo, así que decidió regresar a las profundidades.
Sin embargo, no fue así. Ella no lo sabía, pero Nada más entrar en la corriente, éstas fueron
iba a bordo de un iceberg que, lenta pero inexora- a saludarla. Estaban muy contentas de volver a
blemente, viajaba hacia el sur. verla.

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—¡Qué suerte! —dijeron.
—¡Qué envidia!
Hasta que una de ellas dijo:
—Pues yo también voy a subir. ¡Quiero
saber lo que se siente al volar!
—¡Yo también, yo también! —se unieron a
ella las demás.
Y así lo hicieron. Tan bien lo pasaron y tantas
cosas nuevas vieron que, desde entonces, no hay
—¡Aguamarina! ¡Ha vuelto Aguamarina! — gota de mar que no repita, al menos una vez en la
gritaban unas. vida, el fascinante viaje que inició Aguamarina.
—¿Dónde has estado? —preguntaban otras.
Y Aguamarina les contó todas las aventuras —¡Y ahí están! —dijo el abuelo mirando
que había vivido sin dejar de relatar ningún detalle. hacia la ventanilla—. ¡Viviendo todo tipo de

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aventuras por todo el mundo!
—Entonces —dijo Nair—, ¿la lluvia viene
del mar?
—Así es —le contestó el abuelo—. ¿Qué te
parece?
—Raro —respondió Nair.
—Y sin embargo cierto —añadió el abuelo.
Los motores estaban ya a pleno rendi-
miento cuando empezaron a moverse. El
avión iba a despegar. Antes de hacerlo, Nair
miró por el cristal hacia fuera y les dijo a las
gotas de lluvia:
—¡Espero que os guste mi ciudad! ¡Pasa-
dlo muy bien!
Dicho esto, Nair y el abuelo sintieron cómo
se elevaba el avión. Ya estaban camino de
Grecia.

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