El
y el
Robert Fitzroy, el capitán, y Charles Darwin, el naturalista, se
embarcaron en una travesía histórica que terminó por
convertirlos en representantes de visiones antagónicas del
mundo: creacionismo y evolucionismo.
José Manuel García Ortega
OXFORD, Inglaterra, viernes 30 de junio de
1860, Museo Universitario de Historia
Natural. El químico e historiador John
William Draper acaba de leer una diser-
tación sobre "El desarrollo intelectual
de Europa considerado en relación a los
puntos de vista del Sr. Darwin". Meses
atrás, el sujeto referido en el título de la
conferencia publicó un ensayo sobre la
evolución de las especies que pronto
se convirtió en un acontecimiento y esa
referencia a "las ideas del señor Darwin"
seguro dará lugar al debate que todos
quieren escuchar. Por ello, la sala está
repleta de científicos, profesores,
periodistas y una ruidosa turba de
estudiantes. Darwin, por cierto, no ha
asistido.
Pero la presentación de Draper,
insulsa, no cubre las expectativas. Toma
la palabra un tal Sr. Dingle, quien empieza
diciendo:
"Digamos que el punto A es el hombre y
el punto B es el mono". Dingle no puede
continuar. Los estudiantes, aburridos, gri-
tan: "¡Mono, mono!". Se levanta entonces
el obispo anglicano Samuel Wilberforce,
quien hace una crítica iracunda del libro
de Darwin. Sus dotes de orador capturan
la atención de la audiencia. Finaliza con
una nota de humor mordaz, dirigida a
Thomas Huxley, zoólogo defensor de
Darwin, sentado en primera fila: "¿Es por
parte de su abuelo o de su abuela por la
que desciende de un simio, Mr. Huxley?".
Entre un estruendo de risotadas, Huxley
contesta:
"En cuanto a si prefiero tener a un pobre
simio por abuelo o a un hombre educado e
influyente que sin embargo emplea dichas
facultades para introducir el ridículo en
una discusión científica, indudablemente
afirmo mi preferencia por el simio".
La sesión se vuelve incontrolable.
Entre el griterío, pocos reparan en la
figura de un hombre que se ha puesto de
pie, intentando
hablar por encima de la conmoción mien- se preocupó por equipar debidamente su por el temperamento caprichoso del capi-
tras agita una Biblia sobre su cabeza. Son barco: para atravesar un mundo de tormen- tán, una persona con acusadas tendencias
pocos quienes reconocen en ese hombre a tas, nada como un pararrayos, de reciente neuróticas.
Robert Fitzroy, antiguo capitán del Beagle, invención, y por supuesto, los mejores cro- Si bien se suponía que la geología era el
el buque en el que Charles Darwin embar- nómetros que pudiera conseguir; además, principal interés de Dar~in en el viaje, sus
cara casi tres decenios atrás en calidad de llevarían sextantes, teodolitos, diversos anotaciones hechas en las Islas Malvinas
naturalista para circunnavegar el planeta tipos de brújulas y telescopios de varias muestran que comenzaba a verse intrigado
durante cinco años. amplificaciones. por el misterio de las diferencias entre las
El 21 de noviembre, Darwin subió sus especies y su distribución geográfica. El
Al servicio de su majestad libros e instrumentos a bordo y se instaló en único cuadrúpedo nativo de estas islas es un
Robert Fitzroy y Charles Darwin se cono- un camarote, que compartiría con un oficial. zorro. Darwin no tenía duda de que se
cieron en Londres en septiembre de 1831. Dos días después el Beagle dejó el dique de trataba de una especie confinada a este
Ambos eran jóvenes: Fitzroy tenía 26 años y Devonport y navegó hasta Plymouth, donde archipiélago; hasta donde sabía, no había
Darwin 22. El motivo de ese primer ancló en espera de buen tiempo para otra parte del mundo en donde pequeñas
encuentro era conocer la disposición de hacerse a la vela. Pero eso tardó semanas en masas de tierra tan distantes del continente
Darwin para convertirse en el natu- suceder. tuvieran un cuadrúpedo aborigen, Pero
ralista que el capitán Fitzroy 40iiiíii El Beagle Fitzroy opinaba lo contrario, pues
requería para la expedición {.liiiiiiiIIiI encontraba a estos animales
que el Almirantazgo ..•. muy similares a los zorros
bri - ,;¡¡¡ de la Patagonia, de los cuales
tánico le había en- diferían sólo en el color del
cargado: continuar pelaje.
un levantamiento Opinaba que los zorros del
cartográfico del i. continente habían llegado a
litoral las islas a bordo de icebergs,
sudameri- ~ arrastrados por la
cano y retornar corriente que va de
a Inglaterra por Tierra del Fuego a
el oeste, las Malvinas; es
navegando a decir, pensaba
través del que se trataba de
Pacífico y el simples variantes
Índico para de la misma
hacer una especie.
medición más Este tipo de dis-
precisa de la cusiones, que
longitud geográfica de giraban en torno a los
cada puerto en donde hallazgos y
atracase el Beagle, barco observaciones del viaje, eran
asignado para la misión. frecuentes en la mesa del
Una excelente oportunidad para mejorar el capitán
rolaba y cabeceaba en su
mapa del mundo, de lo cual dependían las a bordo del Beagle. A pesar de los
fondeade-
mejoras expansio- desacuerdos, esta suerte de continuo debate
ro, lo suficiente para
ni stas del comercio, la supremacía política era una de las razones por las que Fitzroy
que Darwin experimentara el primero de los
y las posesiones coloniales, todo ello de había solicitado un naturalista a bordo. Para
mareos que constituyeron la parte amarga
primordial interés para el entonces pujante Darwin, argumentar contra una mente bri-
del viaje. Por fin, la mañana del 27 de
imperialismo inglés. Paralelamente, se ha- llante que lo provocaba y desafiaba con una
diciembre, al levantarse una buena brisa, el
bía considerado la posibilidad de realizar visión opuesta a la suya fue de un beneficio
Beagle levó anclas e inmediatamente se
una amplia variedad de investigaciones científico incalculable.
izaron sus velas. Hacia el mediodía, el
biológicas, geológicas y meteorológicas
buque surcaba el canal de Plymouth a una
durante el viaje. El archipiélago de la evolución
velocidad de ocho nudos, en busca del
Darwin aceptó la oferta y días después En septiembre de 1835 habían transcurri-
océano Atlántico.
ambos jóvenes viajaron a Plymouth para do cuatro años de viaje cuando el Beagle
ver el Beagle -bergantín de 30 metros de Discusiones a bordo abandonó la costa continental de América y
eslora, 235 toneladas y 10 cañones, un se adentró en el océano Pacífico rumbo a un
Durante los cinco años de travesía del Bea-
pequeño buque de guerra destinado a pequeño archipiélago de islas ecuatoriales.
gle, la relación entre Fitzroy y Darwin, que
misiones de exploración -. Para esta La famosa visita a las islas Galápagos duró
había empezado tan bien, devino en una
travesía, Fitzroy, un incansable seguidor de apenas un mes. La misión de Fitzroy
colaboración amistosa contrapunteada por
los desarrollos científicos modernos,
desencuentros, en mayor medida originados
¿cómoves?

1

consistía en ubicarlas con exactitud; la de
Darwin, en explorarlas. Sus célebres tortu-
gas gigantes y sus no menos características
iguanas, le parecieron '.'divertidas"y "muy
repugnantes", respectivamente. La abun-
dancia de aves, empero, no sólo llamó su
atención, sino que le dio oportunidad de
practicar una de sus aficiones favoritas: el
tiro. Darwin observó y colectó diversos
pájaros, entre ellos pinzones con picos muy
distintos, lo que no le pareció significativo
en ese momento.
Mientras tanto Fitzroy, en el Beagle,
recorría el archipiélago, levantando su car-
tografía. Cuando terminó, recogió a Darwin
con sus cajas y 30 enormes tortugas en un
muelle y, aprovisionado de agua y madera,
se dirigió hacia el sudoeste, cruzando el Pa-
I cífico. Después de 43 meses en Sudamérica,
di el viaje alrededor del mundo se completó en
otros 13. El Beagle ancló en Falmouth,
I Inglaterra, el 2 de octubre de 1836.
I De vuelta
! A su regreso a Londres, Fitzroy obtuvo el
reconocimiento de la clase aristocrática a la
que pertenecía: un oficial elegante y bien
preparado que había alcanzado metas
importantes, con historias muy interesantes
que contar. El capitán dejaría de lado su
carrera naval y ahora se dedicaría, después
de la boda con su prometida, a su trabajo
cartográfico y a organizar un libro sobre sus
viajes. El relato que quería publicar se
componía de extensas descripciones sobre
el estado de los pueblos nativos, costas,
clima, condiciones marinas, manejo de
barcos y episodios en la costa. Un apéndice
incluiría un reporte del naturalista de la
expedición.
Darwin, por su parte, volvió a casa con el
producto de sus colectas y observaciones de
cinco años. Su colección incluía
maravillas dignas de un museo:
I ¿cómoves?
plantas, insectos, aves,
reptiles, corales, mo-
luscos, huesos, fósiles,
rocas y minerales, todo
debidamente etiquetado,
catalogado, conservado y
almacenado. Se instaló
en Cambridge, donde se
dedicó a estudiar sus
colecciones y a escribir
el reporte que Fitzroy le
había solicitado. Para
finales
de 1836, este reporte se •
había convertido en un
imperativo que guiaba su
necesidad de darle
sentido a todo lo que
guardaba tanto en las
cajas de su colección,
como en su cerebro;
reporte que, además, le
daría un lugar en la co-
munidad científica.
Darwin había envia-
., El HMS Beagle en Sydney (Owen Stanley, 1841)
do parte de su colecclOn
a la London Zoological Society para su identificación. Uno de sus
miembros, John Gould, ornitólogo muy respetado, le señaló que los tres
pinzones que provenían de la colección de
las Galápagos y que Darwin había colectado revisada de su Diario de viaje, ya había
en tres islas del archipiélago, no eran llegado a una: quizá el Creador no había
variaciones de aves continentales, sino tres creado, en el comienzo de los tiempos,
nuevas especies; sus picos tan disímiles así lo todos esos diferentes pinzones y los había
evidenciaban. Torpemente, Darwin había destinado a las Galápagos; parecía más
mezclado los ejemplares de varias islas, sin razonable pensar que las islas se habían
imaginar que cada isla podía producir pájaros poblado con aves continentales que se
diferentes. Y lo mismo sucedió con las habrían adaptado a las peculiaridades de
iguanas: un herpetólogo de la Royal cada isla, hasta convertirse en especies
Zoological Society, que había identificado los diferentes.
reptiles de Darwin, llegó a la conclusión de Una especie podía haber evolucionado
que cada isla de las Galápagos había de otra. No era una idea nueva. Lamarck lo
producido su propia especie de iguana. había sugerido 40 años antes, pero en
Darwin comenzó a preguntarse la razón de términos más controvertidos y con ar-
estas sutiles diferencias. ¿Por qué no crear gumentos que resultaron incorrectos. La
una sola especie de pinzón que volase entre idea de Darwin no sólo era inteligente y
las razonable, sino peligrosa. Una visión hereje
islas de un archipiélago? ¿Por qué varias que sugería un mundo sin Dios, guiado por
especies de iguanas donde podía haber sólo fuerzas terrenales sin gobierno que podrían
una? Sin proponérselo cuestionaba producir una pesadilla de incesantes muta-
designios divinos, pero esas ciones azarosas de formas inconcebibles. Y
preguntas aún no tenían la gente no creía en algo así, porque el
conclusiones sólidas. Hacia orden y la belleza del mundo natural
1845, cuando salió la demostraban la presencia de un Diseñador.
segunda edición Darwin concebiría algo más mesurado:
la transformación de una especie en otra, un
proceso natural a través del cual, en los
seres vivos, se seleccionan gradualmente
las peculiaridades físicas que mejor se
adaptan a su entorno. De ello deducía que
los humanos no fueron creados por Dios
sino que descendían de otros animales, de
manera más' inmediata, de otros primates.
La idea tenía mucho sentido. El científico
que había en él la había adoptado, pero era
consciente de lo impropio que resultaba en
términos religiosos; y Darwin no era un
hombre audaz para plantear una controver-
sia de esas dimensiones, así que mantuvo
sus cavilaciones en secreto.
Las publicaciones
Darwin terminó su relato en septiembre de
1837. Mientras tanto, Fitzroy trataba
desesperadamente de organizar un enredo
de superposiciones cronológicas y relatos
poco inspirados que lo tenían Clispado y a
punto de estallar. Cuando Darwin le envió
el prefacio de su relato en noviembre, se
enfureció. El prefacio -escribió a Darwin -
mostraba una vergonzosa falta de
reconocimiento a quienes lo habían ayuda-
do a bordo del Beagle. El distanciamiento
era patente. A dos años de su regreso a
Inglaterra, ambos experimentaban cambios
profundos en su forma de pensar: mientras
Darwin se dirigía a un destino histórico por
la ruta de la deducción científica, Fitzroy
tomaba la dirección opuesta del sendero.
En tiempos de los viajes del Beagle, la
ciencia y la creencia religiosa parecían
coexistir sin contradecirse; donde una no
bastaba, la otra entraba al quite y viceversa,
aunque tal sistema de cohabitación
empezaba a fracturarse. Tal es el caso de
Fitzroy, un hombre con una sólida forma-
ción científica que era al mismo tiempo un
fervoroso cristiano, para quien los hechos
narrados en las sagradas escrituras eran
sinónimo de literalidad. El hecho es que, al
terminar su libro, releyó la Biblia con la
mayor atención, al mismo tiempo que leía el
reporte de Darwin. El contraste no pudo
parecerle mayor; si la primera le parecía la
única fuente de verdad, el segundo le
pareció abominable, sobre todo por esas
aseveraciones en torno a la adaptación
natural de las especies. Recordando sus
discusiones a bordo del Beagle, Fitzroy
concluyó que una cosa era que los zorros y
los pájaros tal vez cambiasen un poco, y
otra, muy distinta, que el hombre hubiera
evolucionado de otra especie.
Así que añadió dos capítulos al segundo
volumen de su libro refutando la perniciosa
línea del pensamiento de Darwin, aunque
sin mencionarlo. Escribió acerca de la im-
posibilidad de que el hombre hubiese sido
creado en un estado infantil o de salvajismo,
ya que sin alguien que lo cuidara, . 1843. Pero su gestión, desordenada e
alimentara y protegiera habría incoherente, no agradó y fue destituido
estado completamente inde- del cargo. Volvió a su patria empobre-
fenso. La única explicación cido, con el rumbo perdido y una
conciJiable con la razón era \' terrible sensación de imparable
que el hombre había sido caída libre.
creado con un cuerpo y l Su esposa murió en 1853
una mente perfectos, y su hija mayor la siguió
conociendo, por ins- tres años después.
piración, su misión Al poco tiempo,
de progresar continua- fue nombrado
mente. ¿Teníamos acaso meteorólogo
alguna prueba de que estadígrafo del
los animales o las gobierno y se
plantas hubiesen le encomendó
mejorado desde la que estudiara
creación? el clima, en la
Los relatos de medida en que
Fitzroy y Darwin . afectaba los in-
se publicaron por tereses navieros
primera vez en el verano Geospiza magnirostris, islas de Gran Bretaña.
de 1839 en dos volúmenes Galápagos (John Gould, 1841). No había prestigio
bajo el título de Relato de los viajes de en un puesto así, pero a decir verdad, ese
exploración de las naves de su majestad trabajo le iba bien.
Adventure y Beagle. El tercer volumen, de Se dedicó a reunir observaciones climáDarwin,
llevaba el modesto título Diario y ticas que graficaba en cartas marinas; ideó
observaciones, J 832-1836. Había un cuarto una forma de "rosa de los vientos"(pequeñas
volumen de apéndices. ruedas con rayos de distinta longitud que in-
El tomo de Darwin fue un éxito, lo que dicaban la fuerza y dirección de los vientos
propició una pronta reimpresión y volvió prevalecientes), y produjo cartas climáticas a
publicarse muchas veces durante los de las costas británicas para cada mes del siguientes
100 años. Hoy lleva el título de año. Esa idea de sugerir derroteros lo llevó El viaje del
Beagle, y sigue siendo un libro a otra que tuvo interesantes concreciones. muy leído. En
cuanto a los dos primeros Consciente de los desastres que afronvolúmenes, aunque no
fueron éxitos de taban los pescadores británicos, Fitzroy venta, sus descripciones del
viento, mareas pensaba que si pudiera predecirse mejor el y fondeaderos conservan un gran
valor tiempo, se salvarían muchas 'vidas, así que como primeros registros de navegación y
fabricó lo que se denominó el Barómetro como curiosidades. de Fitzroy: una serie de mini
estaciones meteorológicas que registraban datos de temperatura, humedad y presión atmos-
férica. A lo largo de la costa estableció 18
Capitán a la deriva estaciones conectadas por telégrafo a su
La crítica inmediatamente elogió el trabajo oficina de Londres. Con todas las observa-
de Darwin, pasando por alto el de Fitzroy. ciones telegrafiadas elaboró gráficas que
Fue entonces cuando su talento, ambiciones proporcionaban una sinopsis visual del
y logros, todo aquello que labraría su fama, tiempo existente y el que se pronosticaba
comenzó a transitar hacia un registro para las áreas marinas circundantes. Las lla-
histórico muy diferente: el del hombre que mó Cartas sinópticas y así se conocen aún.
llevó a Darwin alrededor del mundo y que Esta información no sólo era de utilidad para
proporcionó el vehículo necesario para sus las comunidades pesqueras, por lo que
ideas. Con su gran obra ignorada y la gloria Fitzroy empezó a enviarla a los periódicos
conferida a un hombre más joven e inculto que, por vez primera, decidieron publicar el
que él, Fitzroy atravesó durante varios años pronóstico del tiempo.
una etapa oscura de su vida. Pero era Gracias a este esfuerzo, Fitzroy fue
combativo. promovido al rango de contralmirante y
En 1841 entró a la política, fue disfrutó por primera vez en 20 años de la
miembro del Parlamento y gobernador de
Nueva Zelanda, hacia donde zarpó en julio
de ¿cómoves?
 satisfacción de progresar en su carrera. Se
volvió a casar y por un tiempo encontró un
nuevo equilibrio en su vida. Pero más allá
de las paredes de su nuevo hogar y las de su
productiva oficina, el mundo seguía
cambiando.
Evolucionismo
Mientras tanto, Darwin se dedicaba a estu-
diar. En 1838 había leído el Ensayo sobre
el principio de la población, de Thomas
Malthus, en el cual se señala que, a menos
que pudiera mantenerse de otra manera, la
población humana tendería a crecer ex-
i ponencialmente hasta agotar los recursos
naturales disponibles; sin embargo, esto no
I sucedía, pues los controles naturales
(enfermedades, guerras, hambrunas, etc.)
I mantenían a la población en niveles sos-
tenibles. Al respecto, señala Darwin en su
1, Autobiografía: "Se me ocurrió que en esas
i I
circunstancias, las variables favorables
tenderían a permanecer y las no favorables
a ser destruidas. El resultado de esto sería la
conformación de nuevas especies".
Basado en esta idea maltusiana de pre-
servación natural, Darwin trabajaba sobre
una nueva teoría, la de la supervivencia de
los individuos mejor adaptados. Pero no
tenía ninguna prisa en publicarla. En 1839
se había casado con su prima, Emma
Wedgwood, matrimonio que le había
aportado una auténtica fortuna. La pareja se
mudó a
una peque-
ña aldea
de Kent. Se
volvió enfer~
mizo y proclive
a la hipocondría, y
poco a poco asu-
mió la vida de un
inválido, ence-
Geospiza parvula, islas Galápagos
(John Gould, 1841).
I
¿cómoves?
rrado en su estudio. Se mantenía en
contacto con el mundo a través de una
abundante correspondencia.
Uno de los efectos de esta postrada acti-
vidad de reflexión y estudio fue la revisión
de sus ideas religiosas. Renegó del cristia-
nismo y se convirtió en "una persona que
no creía en aquellas cosas que iban más allá
de la razón". Pero seguía sin publicar. En
1856, siguiendo los consejos de su amigo,
el famoso geólogo Lyell, Darwin comenzó
a escribir un análisis de sus ideas sobre la
evolución de las especies; se hubiera tarda-
do una década, de no ser porque en junio de
1858 recibió un paquete con un manuscrito
firmado por Alfred Russel Wallace (véase
"Wallace, el 01 vidado", de Luisa
Massarani, ¿Cómo ves?, No. 12), uno de
sus lejanos corresponsales. Wallace le pedía
que le ayudara a organizar la publicación de
un artículo donde llegaba a conclusiones si-
milares a las suyas.
Oarwin quedó estupefacto primero y
luego devastado. El trabajo que lo había
ocupado durante 20 años, la teoría que creía
propia y que aún no había publicado ya
estaba escrita. No obstante, envió el ensayo
de Wallace a Lyell, quien opinó que debía
publicar el suyo de inmediato. Finalmente
se optó por una decisión salomónica, y se
leyeron resúmenes de ambos ensayos en el
siguiente encuentro de los naturalistas de la
Sociedad Lineana. Entonces Darwin hizo lo
que debía haber hecho desde tiempo atrás:
publicar su teoría.
El 24 de noviembre de 1859, con el título
Sobre el origen de las especies por medio
de la selección natural o la preservación
de razas favorecidas en la lucha por la
vida, apareció una primera edición de
1250 ejemplares, que se agotó de
inmediato.
La debacle del capitán
Para Fitzroy, el nuevo libro de Darwin
fue algo devastador por su contenido y
por haberse convertido rápidamente en un
acontecimiento. Le escribió a Darwin
diciéndole que no encontraba nada ennoble-
cedor en el hecho de ser un descendiente
"de incluso el más antiguo de los simios".
Ello a pesar de que Darwin había evitado
escrupulosamente cualquier mención a la
relación entre los hombres y los monos;
pero todos parecían coincidir en que su
teoría proponía dicha relación. En el fon-
do lo que más irritaba a Fitztoy y a otros
creyentes fundamentalistas era la demostra-
ción de que las especies podían evolucionar
por un mecanismo natural que funcionaba
desde un principio, independientemente de
cualquier diseñador: la idea de que una
creación sin Dios era posible.
A finales de junio de 1860, Fitzroy viajó
a Oxford en tren -la maravilla tecnológica
de la era- para leer un trabajo sobre las tor-
mentas británicas en el congreso anual de la
British Associationfor the Advancement of
Science. Entre otras conferencias, se anun-
ciaba la del Sr. Draper, que hablaría sobre
el desarrollo intelectual de los europeos con
relación a las ideas de Darwin. Fitzroy
acudió a la plática de Draper, presenció la
intervención del Sr. Dingle y la gritería que
se desató cuando hizo mención a los
monos; también siguió con interés el debate
entre el obispo de Oxford y Thomas
Huxley. De hecho, fue tanta su
exacerbación ante esos comentarios que se
levantó, agitando una Biblia sobre su
cabeza en medio de aquel barullo, diciendo
a gritos que la publicación de El origen de
las especies era una desgracia, que las
afirmaciones de Huxley estaban
equivocadas y que todas esas ideas
contradecían a la Biblia. Aquellos que
reconocieron a Robert Fitzroy se sintieron
avergonzados, y no dejaron de lamentar
cómo su triste figura se fue perdiendo en el
tumulto.
Al salir del salón, Fitzroy se dirigió a la
estación y tomó el primer tren a Londres.
Se sentía viejo y frustrado, convencido de
que el mundo se precipitaba a la perdición.
Durante los años siguientes continuó con su
trabajo sobre meteorología y previsión del
tiempo. Pero lo que ya no pudo predecir fue
su definitiva caída a sotavento: en 1864 el
Times dejó de publicar sus pronósticos y lo
despidió como colaborador. El capitán
sufrió una nueva y severa depresión. La
mañana del 30 de abril de 1865 se cortó la
garganta con su navaja marinera.
Charles Darwin murió 17 años después,
el19 de abril de 1882, mientras trabajaba en
su estudio. Fue enterrado en la Abadía de
Westminster, con todos los honores; entre
otros, Thomas Huxley y Wallace cargaron
su féretro. /W'
José Manuel Garcia Ortega es biólogo egresado de la
UNAM. donde también obtuvo un diplomado en divul-
gación de la ciencia. Actualmente labora en la Filmoteca
de dicha universidad. Es responsable de la sección "Mira
bien" de esta revista.