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CARMEN LYRA LOS CUENTOS DE Ml TIA PANCHITA —— 1936 imprenia Espafiola Soley & Valverde Los Cuentos de mi tia Panchita tria Payomra era una mujer bajita, menuda, M que peinaba sus cabellos canosos en dos tren- zas, con una frente grande y unos ojos pequefii- nes y risuefios. [ba siempre de luto, y entre la casa protegia su falda negra con delantales muy blancos. En sus orejas, engarzados en unos pendientes de oro, se agitaban dos de mis dentezuelos de leche. Quizd. por esto sofié una vez que yo era chirrisca como un frijol y que estaba suspendida de un columpio de oro asegurado en una de las orejas de la tfa Panchita. Yo me columpiaba y hacia cosquillas con les pies en au marchita cara, lo ctal la ponia a reir a carcajadas Elia solia decir que los tenia allf prisioneros, en ecas- tigo de los mordiscos que hincaron en su carne cuan do estaban firmes en las encfas de su duefia, quien solia tener tremendas indiadas. Diligente y afanosa como una hormiga era la an- ciana, y amiga de bacer el real con cuanto negocio honrado se le ponfa al frente. Kso si, no era egeista como la antipdtica hormiga de la faébula, que en maz de una ocasién la sorprendi compartiendo sua. provi- siones con alguna calavera cigarra, Habitaba con mi tia Jestis, impedida de las manca 4 Canmen Lynas por un reuma, en una casita muy limpia en las in- mediaciones del Morazan. La gente las llamaba “Las Nifias” y hasta sas hermanos Pablo y Joaquin, cuan- do me enviaban donde elias, me decfan: —VYaya donde “Las Nifiaa”’. Hacia mil golosinas para vender, que se le iban eomo agua y que tenian fama en toda la ciudad. En él gran armario con puertas de vidrio que habia on el pequefio corredor de la entrada, estaban los regalos que sis manos creaban para el paladar de los josefi- nog; las cajetas de cove y de naranja agria mds ricas que he comido en mi vida: quesadillas de chiverre que muchas veces hicieron flaqgaear mi honradez: muiie- quillos y animales fantdsticos de una pasta de azticar muy blanca que jamds he vuelto a encontrar; bizco- cho y tamai asado que atraian compradores do barrios lejapos: del Paso de la Vaca y de la Soledad; en fras- cos de cristal estaban sus perfumados panecillos de cacao Matina con los que se hacia un chocolate cuyo sabor era una delicia, y que coronaba las tazas con un dedo de rubia espuma. Ella fué quien me narré casi todos los cuentos que poblaron de maravillas mi cabeza. Las otras personae de mi familia, gentes muy prudentes y de bueu sentido, reprochaban a la vieja sefiora su mania de contar’a sus sobrinos aquellos cuentos de hadas, brujas, espantos, eteétera, lo cual, segiin ellas, jes echaba a perder su penaamiento. Yo no comprendia estas sensatas reflexiones. Lo que sé es que ninguno de los que asi hablaban, logré mi con- fianza y que jamds sus conversaciones sesudas y sus cuentecitos cientificos, que casi siempre arrastraban

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