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El colapso de los sistemas de partidos, autoritarismo plebiscitario y los


problemas de representación democrática: los casos de Perú y Venezuela1

Martín Tanaka2
Instituto de Estudios Peruanos
Noviembre de 2004

Resumen

En este trabajo analizo los casos de Perú y Venezuela en los últimos


años, que comparten el colapso de sus sistemas de partidos, a diferencia de
los otros casos en la región, en los que, a pesar de graves problemas de
legitimidad y representación, tenemos casos de evolución gradual de los
sistemas de partidos; comparten también la posterior constitución de
regímenes con pretensiones fundacionales, formalmente democráticos pero
con un funcionamiento autoritario, durante las gestiones de los presidentes
Fujimori y Chávez. El estudio de estos dos países es muy revelador, porque a
pesar de sus grandes diferencias han tenido un desarrollo político muy similar
en los últimos años, muy diferente además al seguido por otros países en la
región, lo que permite aislar las variables que explican su singularidad; y
porque su problemática deja lecciones útiles para los demás países. Aquí
sostengo, primero, que no basta recurrir a los problemas de legitimidad para
dar cuenta del colapso de los sistemas de partidos; son cruciales las acciones
y omisiones de los actores políticos en contextos críticos para llegar a ese
desenlace. Segundo, que el desplome de los sistemas de partidos, cuando
van acompañados de la consolidación de un actor hegemónico con
pretensiones fundacionales, conduce fácilmente a la constitución de
regímenes autoritarios competitivos, que si bien son formalmente
democráticos, se legitiman plebiscitaria, no institucionalmente, y funcionan
de manera autoritaria, como consecuencia del debilitamiento de la
competencia política y de la desaparición práctica de la lógica de equilibrios y
controles propios de la democracia. Tercero, que estos regímenes dejan una
pesada herencia de polarización, debilidad institucional, debilidad de los
actores sociales y políticos, lo que constituye una lección importante para los
demás países de la región.

1
Este texto es una versión actualizada de la ponencia presentada en la conferencia
“The Crisis of Democratic Representation in the Andes”. The Helen Kellogg Institute for
International Studies, University of Notre Dame, 13-14 de mayo de 2002.
2
Martín Tanaka es peruano, Doctor en Ciencia Política y Maestro en Ciencias Sociales
por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) sede México.
Actualmente es investigador asociado y Director de Investigaciones del Instituto de
Estudios Peruanos. Ha sido profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la
Pontificia Universidad Católica del Perú, y profesor visitante en la Maestría de Ciencia
Política de la Universidad de Los Andes en Bogotá. Recientemente ha sido Visiting
Fellow en el Helen Kellogg Institute for International Studies de la Universidad de
Notre Dame, Indiana. E-mail: mtanaka@iep.org.pe
2

Perú y Venezuela, trayectorias diferentes, resultados similares

Perú y Venezuela enfrentaron la crisis que asoló toda la región en la


década de los años ochenta y noventa partiendo de trayectorias muy
diferentes. Venezuela exhibía un sistema de partidos estable, con una
relativamente larga historia democrática originada a finales de los años
cincuenta, en el que primaban conductas cooperativas, o tendencias
centrípetas de competencia política. Los partidos, además, aparecían como
representativos, fuertemente arraigados en la sociedad, con vínculos en los
diversos ámbitos de la sociedad civil; este enraizamiento tuvo a la base un
largo periodo de crecimiento económico, que permitió procesos de
integración social e incorporación a la ciudadanía de sectores excluidos. Por
el contrario, el Perú retomaba en los años ochenta una siempre precaria
experiencia democrática, después de doce años de gobierno militar que,
además, había llevado adelante profundos cambios estructurales, con lo que
el frágil sistema de partidos que emergió de la transición enfrentaba grandes
desafíos. Se trató por añadidura de un sistema altamente ideologizado, que
interactuaba con movimientos sociales y grupos de interés organizados y con
una importante capacidad de presión política. Para complicar más las cosas,
la experiencia democrática coincidió con el inicio de la lucha armada
desatada por dos grupos terroristas, Sendero Luminoso y el MRTA, siendo el
primero de ellos particularmente dogmático y sanguinario3.

Sin embargo, a pesar de estas diferencias, en Perú y Venezuela se


produjo un mismo resultado: el colapso súbito de sus sistemas de partidos.
En el primer caso ello ocurrió entre 1989 y 1992, y en el segundo entre 1998
y 2000. Este se expresó en el Perú en el hecho de que los cuatro grupos
políticos que congregaron más del 90% de los votos en las diferentes
elecciones habidas en la década de los años ochenta, cayeron a un 71.8% en
la elección municipal de 1989, a 68.2% en la elección presidencial de 1990,
año en el que Alberto Fujimori fue electo, y siguieron cayendo después hasta
llegar a su práctica extinción política. En el caso de Venezuela, el desplome
del sistema de partidos fue aún más rápido y sorprendente, dada su aparente
consolidación. Considerando la votación de Acción Democrática (AD) y COPEI
en elecciones presidenciales, encontramos que ambos eran claramente los
actores hegemónicos hasta la elección presidencial de 1993, en la que ganó
Rafael Caldera, encabezando la coalición Convergencia Nacional. Con todo,
en esa misma elección la suma de los votos de los candidatos presidenciales
de ambos partidos superó el 46%. El desplome ocurrió propiamente en la
elección de 1998, en la que fue electo presidente Hugo Chávez, de manera
impresionante; no lograron presentar candidatos propios, apoyaron la
candidatura independiente de Enrique Salas Römer, y su contribución al 40%
que obtuvo éste fue de poco más de 11 puntos. En las elecciones
presidenciales de 2000, nuevamente ganadas por Chávez bajo un nuevo
marco constitucional, tampoco lograron presentar candidatos presidenciales.

Estos son desenlaces desconcertantes. En Perú, lo más esperable era


que los conflictos y problemas de la década de los años ochenta generaran
3
Una visión general sobre Venezuela puede verse en Caballero, 2000, y Levine y
Crisp, 1999; sobre Perú, ver McClintock, 1999.
3

un proceso de creciente polarización ideológica que desencadenara una


nueva intervención militar (un escenario como el chileno en el periodo 1970-
1973). En vez de eso, se dio la aparición de un outsider que acabó con el
orden político existente, resultado no anticipado por nadie. Es decir, lo
esperable era polarización e ingobernabilidad, pero lo que ocurrió fue una
grave crisis de representación. En Venezuela, la crisis del bipartidismo podría
haber conducido a un escenario similar al colombiano, en el que los partidos
tradicionales pasan por un proceso de desgaste progresivo, con un creciente
fraccionamiento interno, y aparecen y se desarrollan terceras fuerzas,
dejándose un bipartidismo y pasándose a un pluripartidismo moderado. En
cambio, un outsider acabó de pronto con un orden que parecía consolidado
hasta entonces. Perú y Venezuela aparecen en el escenario regional
claramente como excepciones; en la mayoría de los casos, registramos una
ciertamente difícil supervivencia de los sistemas de partidos pese a sus
problemas de legitimidad y representación, con una alta volatilidad electoral
e inestabilidad institucional (que llega incluso a la destitución de presidentes
por medios no estrictamente constitucionales, como en Ecuador), que
conduce a una lenta mutación hacia un nuevo sistema de partidos, en los que
conviven nuevos actores con actores tradicionales. ¿Por qué Perú y
Venezuela no transitaron ese camino? ¿Por qué y cómo se pasó de una crisis
al colapso del sistema de partidos y del orden institucional vigente? ¿Por qué
y cómo dos países con trayectorias políticas tan diferentes llegaron a un
mismo resultado?

Aparentemente, lo ocurrido en estos países podría explicarse


fácilmente apelando a variables estructurales y económicas, y a la manifiesta
incapacidad de los diversos actores políticos para enfrentar con éxito los
desafíos que se les presentaron. Así, los partidos se alternaron en el poder,
no lograron solucionar los problemas, se desprestigiaron, y por ello la
población habría buscado opciones por fuera del sistema. En Perú, la elección
de Alberto Fujimori tuvo como antecedentes una economía fuertemente
recesada y con altos niveles de inflación, que llegaron a niveles de
hiperinflación, y para colmo de males, con altísimos niveles de violencia
política (ver cuadro 1), que afectaron la legitimidad de cada uno de los
principales actores del sistema. En el caso de Venezuela, los años ochenta
son años muy malos, especialmente 1983 (bajo el gobierno del copeyano
Herrera), el periodo 1988-1990 (bajo el segundo gobierno del adeco Pérez), y
casi todo el periodo del segundo gobierno de Caldera, esta vez a la cabeza de
un movimiento independiente creado por uno de los fundadores del pacto de
Punto Fijo de 1958 (ver cuadro 1). Esto habría causado una progresiva crisis
de representación, expresada en una caída constante en la identificación
partidaria, y una creciente desafección política (cuadro 2), que finalmente
explicarían la llegada de un personaje como Chávez al poder.

Cuadro 1: Perú: datos sobre inflación, PBI y acciones subversivas, 1980-1999;


Venezuela, datos sobre PBI

Año Tasa de Acciones Tasa de PBI


inflación subversivas crecimiento Venezuela
anual registradas del PBI
4

por la Policía
Nacional
1980 60.8 219 4.4 -3.8
1981 72.2 715 4.3 -1
1982 72.9 891 0.3 -1.6
1983 125.1 1,123 -11.8 -5.5
1984 111.5 1,760 4.7 -1.5
1985 158.3 2,050 2.3 0
1986 62.9 2,549 8.7 6.6
1987 114.5 2,489 8.0 3.8
1988 1,722.3 2,415 -8.4 5.9
1989 2,775.3 3,149 -12.9 -8.8
1990 7,649.7 2,779 -5.4 5.5
1991 139.2 2,785 2.8 9.7
1992 56.7 3,002 -0.6 7.1
1993 39.5 1,918 6.0 -0.5
1994 15.4 1,195 13.6 -3.7
1995 10.2 1,232 8.6 5.9
1996 11.8 883 2.5 -0.4
1997 6.5 681 6.8 7.4
1998 6.0 474 -0.4 0.7
1999 3.2 168 1.4 -5.8

Cuadro 2: Venezuela: Evolución de la identificación partidaria4


Encuestas Militante / Independiente
Simpatizante / No interesado
Baloyra 1973 48,59 51,15
BATOBA 1983 38,12 61,26
CIEPA 1993 29,35 66,38
REDPOL 1998 14,2 61

En este trabajo, si bien no menosprecio la importancia que tuvo la


crisis económica, estrechando el margen de posibilidades y opciones
disponibles para los actores políticos, ella por sí sólo no puede explicar lo
sucedido. Sostengo que lo verdaderamente crucial para entender el colapso
del sistema fueron las decisiones que éstos tomaron, particularmente las que
ocurrieron en coyunturas en las que eran especialmente vulnerables (en
Perú, frente a las elecciones de 1990, y en Venezuela frente a las elecciones
de 1998); en una situación de cambio y alta vulnerabilidad, los conflictos
internos en los partidos los llevaron a procesos de división, y es eso lo que
permitió la llegada al poder por medio de elecciones de outsiders, caudillos
antisistema y antipartidos, cuya consolidación relativa terminó derrumbando
el orden vigente, y sustituyéndolo por un nuevo orden de claras tendencias
autoritarias.

Esto nos lleva a otra similitud que comparten ambos países en los
últimos años: la consolidación en el poder de líderes con pretensiones
fundacionales (Fujimori y Chávez) que, a pesar de sus grandes diferencias
ideológicas y políticas, han encabezado regímenes formalmente

4
Datos provistos por Sonia González, comunicación personal.
5

democráticos, pero con un funcionamiento autoritario en la práctica,


legitimados plebiscitariamente. La similitud se explica, como veremos, por la
consolidación de un actor hegemónico que reconstituye el orden político y
por la debilidad y dispersión de la oposición, lo que acaba con el pluralismo y
la lógica de equilibrios y controles sustancial a toda democracia. Veamos a
continuación cómo estos dos páises llegaron a tener desarrollos
sorprendentemente similares, a pesar de lo diferente de sus trayectorias
históricas.

Los colapsos de los sistemas de partidos en Perú y Venezuela

En cuanto al caso peruano, he insistido en que las razones del colapso


del sistema de partidos no hay que encontrarlas tanto en el desempeño de
los actores políticos a lo largo de los ochenta, si no a partir de finales de
1988, cuando el país entró a una dinámica de alta inflación y a una dinámica
marcada por las elecciones de 1989-19905. Pese a lo complicada de la
situación en ese momento, nada hacía presagiar que a partir de 1990 se
produciría una grave crisis de representación, y que el sistema de partidos
colapsaría en los años sucesivos. Por el contrario, tanto analistas como los
propios actores percibían que el principal riesgo era la creciente polarización,
el vaciamiento del centro político con la crisis del APRA en el poder, el
fortalecimiento de los extremos, lo que podría llevar a un problema serio de
gobernabilidad que, en el contexto de la amenaza de Sendero Luminoso,
podría llevar a una intervención militar fuertemente represiva. Hasta 1989,
en realidad, los partidos se veían relativamente fuertes y con posibilidades de
recuperación en el mediano plazo.

En los extremos del espectro político se encontraban la Izquierda Unida


(IU) y el Frente Democrático (FREDEMO). La IU desde su fundación en 1980
había crecido sistemáticamente en su caudal electoral, congregando más de
un 30% del respaldo de los electores en las elecciones municipales de 1986.
Varias encuestas de opinión en 1987 señalaban que Alfonso Barrantes, como
candidato presidencial de la IU, lideraba la intención de voto frente a las
elecciones de 1990; a finales de 1987 se convocó al Primer Congreso
Nacional de IU, para setiembre de 1988 (aunque se realizó finalmente en
enero de 1989), con la intención de poner a punto la organización y la
estrategia que llevaría a la toma del poder por la vía electoral. En el congreso
de aprobarían estatutos, tesis políticas, tesis programáticas, un plan de
acción política inmediata, y se elegiría una dirección política unificada. En
cuanto a la derecha, tenemos que, si bien Acción Popular (AP) y el Partido
Popular Cristiano (PPC) sufrieron un duro golpe en las elecciones generales
de abril de 1985, después del segundo gobierno de Fernando Belaunde, ya
para agosto de 1987 aparecían nuevamente retomando la iniciativa política,
liderando la oposición a la propuesta de estatización de la banca del gobierno
de Alan García. No sólo eso, el bloque de derecha se renovó de manera
importante: en agosto de 1987 nació el Movimiento Libertad, encabezado por
el escritor Mario Vargas Llosa y el economista Hernando de Soto, levantando
5
Ver Tanaka, 1998 y 2003. En noviembre de 1989 hubo elecciones municipales y en
abril de 1990 elecciones de Presidente de la República y de todo el Congreso.
6

ideas liberales y de modernización del Estado. En enero de 1988 se formó


una gran alianza, el Frente Democrático (FREDEMO), conformado por
Libertad, AP y el PPC. En las elecciones municipales de noviembre de 1989, el
FREDEMO aparecía ya como la principal fuerza política del país, y las
encuestas de intención de voto mostraban a Mario Vargas Llosa como el
probable próximo presidente del Perú6 (ver cuadro 3).

Cuadro 3: Perú: votación por los principales partidos políticos de los años ochenta
(porcentajes), 1978-20007

AP PPC AP+PPC APRA IZQUIERDA


(IU) Total
1978(C) NP 23.8 23.8 35.3 29.4 88.5
1980(P) 45.4 9.6 55 27.4 14.4 96.8
1980(M) 35.8 11.1 46.9 22.5 23.3 92.7
1983(M) 17.5 13.9 31.4 33.1 29 93.5
1985(P) 7.3 11.9 19.2 53.1 24.7 97
1986(M) NP 14.8 14.8 47.6 30.8 93.2
1989(M) ---- --- 31.2 20.4 20.2 71.8
1990(P) --- --- 32.6 22.6 13 68.2
1992(C) NP 9.7 9.7 NP NP 9.7
1993(M) 11.6 5.7 17.3 10.8 3.9 32
1995(P) 1.64 NP 1.64 4.11 0.57 6.3
1998 (M) 5.0 NP 5.0 7.0 N.P. 12.0
2000 (P) 0.4 NP 0.4 1.4 N.P. 1.8

NP: no participó

Como puede verse, el escenario político aparecía marcadamente


polarizado entre, de un lado, una izquierda con un proyecto de revolución,
con una suerte de vía electoral al socialismo como la protagonizada por la
Unidad Popular en la Chile de Allende y, del otro, una derecha con una
ideología liberal que propugnaba una profunda modernización de la economía
y del Estado dentro de un esquema de economía de mercado. Tanto la
victoria de la izquierda como la de la derecha ponían en agenda problemas
de gobernabilidad, dada la ideologización de sus proyectos. Sin embargo, lo

6
Según una encuesta de APOYO de octubre de 1989, Vargas Llosa contaba con un
47% de intención de voto para las elecciones presidenciales de abril de 1990.
7
Las elecciones de 1978 y 1992 son elecciones de Asamblea Constituyente (C); las
de 1980, 1985, 1990, 1995 y 2000 son elecciones presidenciales (P); las de 1980,
1983, 1986, 1989, 1993 y 1998 son elecciones municipales (M). Acá consideramos la
suma de los votos obtenidos por el Partido Aprista Peruano, el Partido Popular
Cristiano, Acción Popular y la Izquierda Unida. En 1978, consideramos como votos de
IU la suma de los votos de los partidos que la formarían en 1980. En 1989 y 1990, los
votos de AP y PPC son parte de los votos del FREDEMO. Datos tomados de Tuesta,
2001.
7

que se produjo, inesperadamente, fue una crisis de representación: grupos


políticos radicalizados dejaron vacío el centro político, que antes había
ocupado el APRA, y este espacio vacío terminó siendo ocupado por un
outsider. Este peculiar e inesperado desenlace se entiende analizando la
campaña electoral de 1990 y los conflictos al interior de los partidos.

El vacío dejado por la división de la izquierda, los problemas internos


del FREDEMO, consecuencia de la extrema ideologización de su campaña, y
la debilidad del candidato del APRA (Luis Alva Castro), asumiendo los costos
de la crisis del gobierno de García sin recibir los beneficios de un apoyo de
éste desde el poder, todo esto en un momento particularmente crítico para el
país, generaron un vacío de representación. El centro político quedó
relativamente vacío, lo que permitió que fuera cubierto por un candidato que
hasta semanas antes de las elecciones no aparecía en las encuestas de
intención de voto8. Del grupo de candidatos “menores”, Alberto Fujimori, ex
rector de la Universidad Agraria, apareció de pronto como una opción
atractiva. Una vez que Fujimori empezó a aparecer en las encuestas, García
empezó a apoyarlo por medio de la prensa afín a él, y este apoyo fue decisivo
para que Fujimori dejara de ser un candidato menor y lograra quedar
segundo en las elecciones en apenas las semanas previas a la elección 9. En la
segunda vuelta, con los votos del APRA y de la izquierda, Alberto Fujimori
llegó sorpresivamente a la presidencia10. Con todo, Fujimori se halló en
minoría en el congreso11, no tenía posibilidad de aspirar a una reelección en
1995, prohibida por la Constitución de 1979, y por lo tanto era percibido
como un episodio extraño, seguramente efímero, pasado el cual los partidos
volverían a ocupar el centro del escenario. Como sabemos y veremos más
adelante, las cosas serían muy diferentes.

8
Algunos autores sostienen que el “fenómeno Fujimori” era la expresión de una
grave crisis de representación política de la sociedad peruana, y que expresó
problemas de representación étnicos, culturales, de clase, etc. A mi juicio, estas
posturas son un magnífico ejemplo de la falacia del “determinismo retrospectivo”.
Una vez que sucedió un hecho, se construye un argumento que lo presenta como
inevitable. Por el contrario, como hemos visto, apenas un mes antes de las
elecciones, era casi imposible haber imaginado ese desenlace.
9
Según APOYO, Fujimori dejó de aparecer en el rubro de “otros” en su encuesta
realizada entre el 8 y 11 de marzo, en la que apareció con 3%; luego, en la del 16 al
18 de marzo, registró un 6%; y en la de 24 al 26 de marzo, un 9%. Según IMASEN, en
su encuesta del 5 al 7 de marzo, Fujimori apareció con 2.5%; en la del 9 al 12, con
6.1%; y en la del 14 al 16, con 9.5%. Ese ritmo de crecimiento aumentó hasta el 8 de
abril, llegando al 29.1%.
10
En la primera vuelta, ganó Vargas Llosa, con el 32.6%; segundo quedó Fujimori,
con el 29.1%; en la segunda vuelta, Fujimori ganó con el 62.4, sumando los votos del
APRA y de la izquierda, frente al 37.6% de Vargas Llosa.
11
En las elecciones para las cámaras de senadores y diputados, el FREDEMO obtuvo
el 32.3% y 30.1% de los votos, respectivamente; Cambio 90, sólo el 21.7% y 16.5%;
el APRA, 25.1% y 25%, es decir, superó a Cambio 90 en ambas cámaras; la IU, 9.8%
y 10%; la IS, 5.5% y 5.3%. En cuanto a la composición efectiva del Congreso, Cambio
90 obtuvo sólo 32 de 180 escaños en la cámara de diputados; y en el senado, sólo 14
de 62; mientras que el FREDEMO tuvo 63 y 21 representantes, respectivamente; el
APRA 53 y 17 (otra vez, más que Cambio 90); la IU, 16 y 6; la IS, 4 y 3.
8



En el caso de Venezuela también encontramos que conflictos internos


y procesos de división en los principales partidos, en una situación en la que
eran particularmente vulnerables, explica la inesperada llegada al poder de
un outsider que luego destruiría el orden político e institucional hasta
entonces vigente. Estas conductas en los partidos son consecuencia de su
estructuración interna, altamente jerárquica, de modo que las fracciones
perdedoras no tenían espacio para ventilar sus diferencias, incentivando las
rupturas.

Entre 1989 y 1993 Venezuela parecía encaminarse por un camino


similar al colombiano: el declive de los dos partidos tradicionales, y la
aparición de terceras fuerzas, entre ellas la izquierda. En las elecciones de
1993 tuvimos claramente esto. AD y COPEI caen respecto a la elección de
1989, aunque se mantenían todavía como las dos fuerzas principales; el
espacio dejado por los dos partidos tradicionales era ocupado por nuevas
fuerzas, como Convergencia y La Causa Radical (LCR), movimiento de
izquierda de origen sindical con asentamiento en varias regiones del país 12
(cuadros 4 y 5). Puede afirmarse que Venezuela, a partir de 1993, parecía
encaminarse en una senda de evolución de sistema bipartidista tradicional,
hacia un multipartidismo moderado, en el que AD y COPEI coexistirían con
nuevos actores. Es por esta razón que no puede deducirse fácilmente el
colapso de un sistema de partidos de una crisis de representación o
problemas de legitimidad. Si bien es cierto la identificación con los partidos
mostraba claramente una tendencia declinante, y había paralelamente una
creciente identificación independiente o desafecta a la política (ver cuadro 5),
las preferencias ciudadanas podrían haber seguido un patrón como el
colombiano o , ecuatoriano o boliviano en esos mismos años.

Cuadro 4: Venezuela: elecciones Presidenciales 1973-1998. Porcentaje de Votos

1973 1978 1983 1988 1993 1998 2000


AD 48.7 43.3 58.4 52.9 23.6 -- --
COPEI 36.7 46.6 33.5 40.9 22.7 -- --
AD + COPEI 85.4 89.9 91.9 93.8 46.3 -- --
MAS 4.3 5.2 3.5 2.7 -- -- --
La Causa R -- -- 0.1 0.3 22.0 0.1 --
Convergencia* -- -- -- -- 30.5 -- --
Polo Patriótico / MVR ** -- -- -- -- -- 56.2 59.5
Proyecto Venezuela *** -- -- -- -- -- 40.0 --
Otros 10.3 4.9 4.5 3.7 1.2 3.8 40.5

* Coalición electoral para la campaña de Rafael Caldera. Incluía el MAS


** Coalición electoral para la campaña de Hugo Chávez. Incluía el MAS
*** Movimiento electoral organizado por el candidato independiente Henrique Salas
Römer. Contribuyeron en su votación total AD, COPEI, y otros partidos pequeños
12
Sobre la Causa R ver López Maya, 1997 y 2001.
9

Tomado de Roberts, 2001.

Cuadro 5: Venezuela: porcentaje de asientos en cámara de diputados, 1973-2000

1973 1978 1983 1988 1993 1998 2000


AD 51.0 44.2 56.5 48.3 27.6 29.1 18.8
COPEI 31.8 42.2 30.0 33.3 27.1 14.3 4.2
AD + COPEI 82.8 86.4 86.5 81.6 54.7 43.4 23.0
MAS * 4.5 5.5 5.0 9.0 -- 10.6 12.7
LCR -- -- -- 1.5 20.1 3.2 2.4
Convergencia -- -- -- -- 25.1 1.6 .1
MVR -- -- -- -- -- 25.9 46.1
Proyecto -- -- -- -- -- 12.7 4.2
Venezuela
Otros 12.5 8.1 8.5 7.9 -- 2.6 9.1
* Los diputados del MAS están considerados dentro de Convergencia
Tomado de Roberts, 2001

Sin embargo, como sabemos, ello no ocurrió, y para entender el


desenlace que se dio es crucial analizar la campaña electoral de 1998 y,
nuevamente, la manera en que los conflictos intrapartidarios liquidaron las
posibilidades, simultáneamente, de todos los actores del sistema, siendo eso
lo que permitió la llegada al poder de un outsider. Para empezar, los
movimientos emergentes, Convergencia y La Causa Radical, no lograron
consolidarse entre 1993 y 1998. Convergencia pagó los costos de un mal
desempeño gubernativo; como puede verse en la cuadro 3, el desempeño de
la economía entre 1993 y 1998 fue en general muy malo13; el descrédito
afectó también al MAS, parte de la coalición en el gobierno, que además se
dividió frente a las elecciones de 1998. Quizá La Causa Radical habría sido el
movimiento más indicado para cubrir el vacío dejado por Convergencia y el
MAS, como movimiento contestatario, no parte del orden “tradicional”; sin
embargo, ellos también se dividieron antes de las elecciones de 1998.

Respecto a los partidos tradicionales, COPEI continuó el proceso de


decaimiento iniciado con la salida de su fundador, Rafael Caldera; AD tuvo un
mejor desempeño en el congreso, pero en el ámbito presidencial fue un
auténtico desastre. En el congreso, AD mantuvo gruesamente la misma
votación que obtuvo en 1993, lo que le bastó para ser nuevamente el partido
más importante en las elecciones de noviembre de 1998 (cuadro 5). En esa
ocasión también se eligieron gobernadores, y AD volvió a ser el partido con
más gobernadores electos. La diferencia entre el desastre de la votación
presidencial con el relativamente buen desempeño en el ámbito de las
gubernaturas y los aceptables resultados en el congreso sugieren que el
problema de AD se ubicó básicamente en su pésimo manejo de la
candidatura presidencial.

13
Una visión global de la economía en el periodo 1989-1998 puede verse en Hidalgo,
2000, y en Kelly, 2001.
10

Las elecciones presidenciales de 1998 tuvieron al final dos grandes


protagonistas, Hugo Chávez, quien obtuvo el 56.2% de los votos, y Henrique
Salas Römer, el 39.97%. Aparentemente, el triunfo de Chávez era de una
necesidad inexorable, dado el contexto de crisis, el descrédito del sistema
tradicional y sus conflictos internos, y la debilidad de las fuerzas emergentes
en 1993. Sin embargo, Chávez y el MBR-200 siempre dudaron en presentarse
a las elecciones, en entrar al juego “del sistema”, y es recién en abril de 1997
que se decidió terminar con una posición abstencionista14. Chávez recién
empezó a liderar las encuestas de intención de voto a inicios de 1998,
después de la debacle de sus competidores; a lo largo de 1997, primero
Claudio Fermín y luego Irene Sáez aparecían como los candidatos favoritos.
Como puede verse, la campaña de las elecciones de 1998 fue
extremadamente volátil, por lo que no puede explicarse fácilmente a partir
de variables macro como el descrédito del sistema o una crisis de
representación. Fueron los errores de los partidos del sistema, sus conflictos
internos, precisamente en una coyuntura en la que eran particularmente
vulnerables, los que explican la llegada de un personaje como Chávez al
poder. Las divisiones de los partidos en Venezuela son consecuencia de la
manera en que estaban estructurados: jerárquicamente, sin espacios para la
disidencia o la competencia pluralista entre fracciones, por lo que los
conflictos resultaban muy difíciles de manejar, y terminaban muchas veces
en fracturas.

La destrucción del viejo orden y el paso a autoritarismos competitivos

Alberto Fujimori y Hugo Chávez son líderes diametralmente opuestos.


El primero llegó al poder con una plataforma ambigua, reivindicando su
carácter “independiente”, al margen de la “política tradicional”; ganó las
elecciones oponiéndose a las políticas de reforma neoliberal que proponía
Mario Vargas Llosa, pero una vez en el poder las aplicó sin reparos. Chávez,
por el contrario, ha estado siempre identificado con ideas nacionalistas y de
izquierda, con un proyecto de revolución. Sin embargo, ambos pueden
considerarse como líderes personalistas, con discursos neopopulistas y anti-
sistema, que expresaron el malestar con los actores tradicionales de
importantes sectores de la población de sus países. Ambos fueron
relativamente eficaces en desmontar el orden político preexistente y de
construir una clara hegemonía política. Pese a sus diferencias, como
veremos, la dinámica política durante los gobiernos de Fujimori y Chávez
muestran grandes similitudes, y ambos han construído regímenes políticos
muy similares, que califico como autoritarismos competitivos. Esta similitud,
pese a lo diferente de sus proyectos políticos, muestra que la reconstitución
de órdenes políticos, cuando ocurren en contextos de hegemonía de un solo
actor, de extremo debilitamiento de la competencia política, conduce a ese
resultado.

Hacia delante, tenemos que Fujimori no logró construir un orden


alternativo viable en el largo plazo, y es muy poco probable que Chávez lo
logre. A pesar de estas debilidades, en el Perú la oposición no consiguió, y en
14
Ver al respecto López Maya 2001a.
11

Venezuela no consigue, superar sus problemas de representación y construir


alternativas claras, lo que ayuda a entender la permanencia de estos líderes
en el poder. En ambos países, la herencia que deja este tipo de orden político
es una herencia de polarización política, desconfianza social, debilidad
institucional, debilidad de actores sociales y políticos, que a mi juicio debe
llevar a valorar a nuestras vilipendiadas democracias representativas, que
deben ciertamente reformarse, pero sin caer en la tentación de sumarse a la
ola antipolítica y antipartido que recorre la región.



En el Perú, una vez en el poder, el éxito de Fujimori en estabilizar la


economía sobre la base de reformas orientadas al mercado, y sus posteriores
logros en el combate al terrorismo (ver cuadro 1), le permitió construir una
coalición que secundó su liderazgo, de naturaleza autoritaria, antipolítica y
antiinstitucional15. En Venezuela, Chávez lanzó desde la campaña electoral de
1998 la idea de que para transformar el país debía empezarse por el cambio
institucional, por el desmontaje del orden de 1958, expresado en la
Constitución de 1961. La conmoción que implicó su llegada al poder, la crisis
interna que llegó hasta límites insospechables de los partidos tradicionales, y
el apoyo que recibió por parte de la élite en el poder16, ayudan a entender
cómo logró rápidamente destruir el orden institucional precedente. La
consolidación relativa que alcanzaron ambos líderes (mucho más firme en el
caso de Fujimori y mucho más volátil en el caso de Chávez) permitió que no
terminaran como otros líderes que llegaron al poder cuestionando el
stablishment, pero que fueron finalmente derrotados por éste (Collor en
Brasil, Serrano Elías en Guatemala, Bucaram en Ecuador). Así, ambos líderes,
sobre la base de un discurso antisistémico, lograron encarnar y representar
sectores tradicionalmente excluídos, pero dentro de esquemas clientelares y
populistas17.

Tanto Fujimori como Chávez construyeron un nuevo orden institucional


bajo su hegemonía política, que marcó el final del orden precedente, y ello se
expresó en nuevas Constituciones y en la intervención de todos los poderes
públicos. Fujimori hizo esto valiéndose de un autogolpe (abril de 1992) y
luego la convocatoria a la elección del Congreso Constituyente Democrático
(noviembre de 1992); Chávez por medio de la convocatoria a un referéndum
para aprobar una Asamblea Constituyente (abril 1999), que luego pasó por
encima del Congreso y de todos los poderes públicos. Como consecuencia, si

15
Sobre el fujimorismo en general ver Cotler y Grompone, 2000; Degregori, 2000;
Rospigliosi, 2000; Marcus y Tanaka, 2001, entre otros.
16
La conducta de los medios hacia Chávez, por ejemplo, fue relativamente favorable
hasta la Asamblea Constituyente de 1999, cuando empezó un distanciamiento que
después pasó a ser de abierto enfrentamiento. Un camino que ilustra bien esta
trayectoria es el de Alfredo Peña, ex director del diario El Nacional, luego electo
constituyente y luego alcalde de Caracas por el MVR, y ahora uno de los líderes de la
oposición a Chávez. Ver Petkoff, 2002.
17
Sobre el punto ver Tanaka, 2002; para una perspectiva diferente, sobre el caso
venezolano, ver López Maya, 2001 y 2001a.
12

bien podría argumentarse que ambos se mantuvieron gruesamente dentro de


los márgenes de la legalidad y gozaron de un amplio respaldo electoral, lo
cierto es que debilitaron de manera sustancial el pluralismo, la competencia,
el equilibrio entre poderes (accountability horizontal), por lo que pueden ser
calificados como autoritarismos competitivos, en donde la representación
democrática fue sustituída por una legitimidad plebiscitaria 18; el desbalance
se vio acentuado por la incapacidad de la oposición a ambos líderes para
consolidar una alternativa viable y superar problemas de acción colectiva.

En el caso peruano, después del golpe de abril de 1992, Fujimori


convocó a un nuevo congreso con funciones paralelas de Asamblea
Constituyente, instalándose en noviembre de 1992 el Congreso Constituyente
Democrático (CCD), con mayoría fujimorista, a diferencia del congreso 1990-
1992, en el que era minoría19. El retorno al orden constitucional se
“completó” con el referéndum de octubre de 1993, en el que se aprobó la
nueva Constitución (por un escaso margen20), y con las elecciones generales
en 1995, de presidencia y congreso, en las que Fujimori fue reelecto
cómodamente en primera vuelta, con más del 64% de los votos, y con
mayoría en el congreso unicameral21. Sin embargo, los problemas empezaron
poco después de su reelección. Al ser el fujimorismo un movimiento
altamente personalizado, requería la continuidad personal de Fujimori en el
poder, no tanto del fujimorismo, movimiento sin mayor existencia más allá
del líder22.

El camino seguido por Fujimori después de 1992 es una interesante


ilustración de cómo construir un orden autoritario por medios
“democráticos”, cuando se tiene una mayoría y cómo sobre la base de una
invocación democrática mayoritaria, se destruye el equilibrio republicano y

18
El concepto de “autoritarismo competitivo” lo tomo de Levitsky y Way, 2002; ver
también Schedler, 2002, y Diamond, 2002. Para el caso peruano, ver también
McClintock, 1999, Conaghan, 2001, y Tanaka, 1999 y 2002; sobre Venezuela ver
Coppedge, 2002.
19
En las elecciones de abril de 1990, Cambio 90 obtuvo el 21.7% de los votos para el
senado y el 16.5% para diputados, mientras que en noviembre de 1992, Nueva
Mayoría – Cambio 90 obtuvo el 49.2% de los votos; así, de un total de 80
congresistas, Cambio 90 – Nueva Mayoría obtuvo 44 escaños.
20
El “Sí” se impuso al “No” por un 52 frente a un 48%, en medio de varias denuncias
de fraude.
21
Fujimori obtuvo el 64.4% de los votos presidenciales, y su movimiento el 52.1% de
los votos congresales; su más cercano competidor, Javier Pérez de Cuéllar, obtuvo el
21.8% de los votos presidenciales, y su movimiento, Unión por el Perú (UPP), el 14%
de los votos congresales. Así, en el congreso electo en 1995 surgieron claramente
dos grandes bloques: el vinculado al gobierno, Cambio 90 – Nueva Mayoría, con 67
de 120 escaños; y el de la oposición, encabezado por la UPP, con 17. El grupo político
con mayor cantidad de escaños después de estos dos fue el partido aprista, pero con
sólo 8 representantes.
22
En las elecciones de 2000, con Fujimori de candidato, el movimiento Perú 2000
obtuvo el 42% de los votos al congreso; apenas un año después, los movimientos
identificados con el fujimorismo, Cambio 90 – Nueva Mayoría, y Solución Popular,
obtuvieron apenas un 4.8% y un 3.6%, respectivamente.
13

los principios liberales23. Los caminos seguidos por Fujimori para erigir un
gobierno autoritario podrían resumirse dando cuenta de la ley de reelección y
de las maniobras destinadas a impedir algún cuestionamiento a su
candidatura presidencial en el 200024. En agosto de 1996 el congreso, con
clara mayoría fujimorista, dio la ley de “interpretación auténtica” de la
Constitución de 1993, según la cual el primer periodo presidencial de Fujimori
no había sido el de 1990-1995, sino el de 1995-2000 (dado que el primero
había sido regido por la Constitución de 1979, no de 1993), permitiendo así
que Fujimori pudiera postular a su “primera reelección” en el 2000.
Inmediatamente, en setiembre de 1996, varios líderes de oposición iniciaron
el proceso de recojo de firmas para solicitar un referéndum en contra de la
ley de “interpretación auténtica”. La respuesta llegó en octubre de 1996,
cuando el congreso dio una ley normando el ejercicio del referéndum,
señalando que para convocarlo, no sólo se requerían firmas de la ciudadanía,
sino también el voto aprobatorio de cuando menos dos quintos del total de
congresistas (48 votos). El camino para impedir el referéndum implicó
después que el congreso se enfrentara a los jueces del Tribunal
Constitucional, que en enero de 1997 declararon por mayoría inaplicable la
ley de interpretación auténtica; el congreso, en mayo de ese año, respondió
destituyendo a los magistrados que votaron por esa interpretación. En julio
de 1998, los promotores del referéndum presentaron a la Oficina Nacional de
Procesos Electorales (ONPE) los planillones con 1’441,535 firmas de
ciudadanos; en agosto, la ONPE aplicó la ley de referéndum de octubre de
1996, con lo cual, en vez de convocar al referéndum, envió el pedido al
congreso, donde la oposición no pudo conseguir los 48 votos que necesitaba.

Fujimori no sólo necesitó bloquear el camino del referéndum: también


tenía que evitar que el Jurado Nacional de Elecciones (JNE) pudiera declarar
fundada alguna tacha en contra de su candidatura, invocando su
inconstitucionalidad. Para ello, tenía que controlar al JNE. Según el artículo
179 de la Constitución de 1993, el JNE está compuesto por cinco miembros:

1. Uno elegido en votación secreta por la Corte Suprema entre sus magistrados
jubilados o en actividad (...) El representante de la Corte Suprema preside el Jurado
Nacional de Elecciones.
2. Uno elegido en votación secreta por la Junta de Fiscales Supremos, entre los
Fiscales Supremos jubilados o en actividad.
3. Uno elegido en votación secreta por el Colegio de Abogados de Lima, entre sus
miembros.
4. Uno elegido en votación secreta por los decanos de las Facultades de Derecho de
las universidades públicas, entre sus ex decanos.
5. Uno elegido en votación secreta por los decanos de las Facultades de Derecho de
las universidades privadas, entre sus ex decanos.

23
Ver O’Donnell, 1998. Esto debería llevar a una discusión a fondo no sólo sobre
cómo conceptualizar la democracia, también sobre cómo debe tratar esos asuntos la
comunidad internacional. De hecho, la OEA fue bastante permisiva con el
fujimorismo, pese a su autoritarismo, porque era un mandario electo
constitucionalmente; y ahora se ve nuevamente en una situación similar respecto a
Chávez.
24
Sobre estos puntos ver Ames et.al., 2001; Bernales, 2000 y 2001; Sanborn, et.al.,
2000, entre otros.
14

La estrategia consistió en poner bajo control las instituciones con


representación en el JNE. Así, en junio de 1996, se declaró la reorganización
del Poder Judicial y del Ministerio Público, crándose el Consejo de
Coordinación Judicial; en enero 1997 se creó la Comisión Ejecutiva del
Ministerio Público, y en diciembre de 1997 se dictó la homologación de
magistrados titulares y provisionales, designados estos últimos por las
entidades interventoras. Con estas medidas, el gobierno se aseguró dos
votos. En noviembre de 1997 se declaró la intervención de las universidades
públicas, con lo que se pasó a controlar a los decanos de las facultades de
derecho; con esto, el fujimorismo podía contar con tres de los cinco votos en
el JNE. Para asegurarse, en mayo de 1998 el congreso dio una ley por la cual
se modificó la modalidad de votación del JNE para declarar fundadas las
tachas e impugnaciones de candidaturas: se pasó de mayoría simple (tres
votos) a una mayoría calificada de cuatro votos de cinco. El final de la historia
es que en diciembre 1999 se inscribió la candidatura de Alberto Fujimori, fue
tachada por la oposición, y finalmente la tacha fue desestimada por el JNE. Lo
que se ve es que el camino de la reelección implicó el control prácticamente
absoluto de todas las instituciones del Estado. Esto se haría aún más claro en
la campaña electoral del 2000, en la que los recursos públicos se movilizaron
con el propósito de favorecer al candidato del gobierno, involucrándose
incluso a las Fuerzas Armadas25.

En el caso de Venezuela encontramos elementos comunes con el


Perú26. El primer paso de Chávez fue terminar con el congreso electo en
noviembre de 1998, en el que AD tenía la primera minoría; también con los
gobernadores, en los que AD todavía tenía presencia importante. Para ello
Chávez, el 2 de febrero de 1999, el día de la toma de mando, llamó a un
referéndum para convocar una Asamblea Nacional Constituyente (ANC). Este
se llevó a cabo el 25 de abril de 1999, en el que la convocatoria se aprobó
con más del 80% de los votos válidos, pero con un ausentismo mayor al 60%.
El 25 de julio de 1999 se realizaron las elecciones para elegir a los miembros
de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC); en ellas nuevamente se
registró un alto ausentismo (mayor al 53%). El dato relevante aquí es que
Chávez organizó esta elección con un sistema electoral mayoritario en la
práctica (personalizado), que le permitió obtener, con el 65.5% de los votos,

25
Ver los numerosos informes de observación electoral de las elecciones de 2000,
realizados por la misión de la Organización de Estados Americanos (OEA), el Carter
Center, el National Democratic Institute, el Departamento de Estado de los Estados
Unidos, la Federación Internacional de Derechos Humanos, el Electoral Reform
International Service, o el Washington Office on Latin America; también los informes
de observadores nacionales como Transparencia, el Foro Democrático, el Consejo por
la Paz, y la Defensoría del Pueblo (Ombudsman), instancia gubernamental.
26
Sobre los temas vistos en esta parte ver Gómez y Patruyo, 2000; Maingón et.al.,
2000, entre otros.
15

el 94.5% de los escaños (121 de 128 escaños) 27; por el contrario, la oposición,
con un 34.5% de los votos, obtuvo apenas el 5.5% restante.

Con esa cómoda mayoría, el chavismo pudo elaborar la Constitución


sin necesidad de hacer mayores concesiones a la oposición 28. El 15 de
diciembre de 1999 fue realizado el Referéndum para aprobar la nueva
Constitución, que remplazaría a la anterior Carta Magna de 1961. Aunque el
“sí” obtuvo el 72% de los votos válidos, un 56% de la población apta para
votar no participó. Lo que realmente acabó con el equilibrio de poderes en
Venezuela fue que la ANC, el 23 de diciembre de 1999, invocando ser la
encarnación de la voluntad soberana, y la expresión de un nuevo orden
institucional, disolvió e intervino los demás poderes públicos: el Congreso de
la República, el Consejo de la Judicatura, la Corte Suprema de Justicia y las
Asambleas Legislativas29. Gran parte de las nuevas autoridades, cuyo
mandato se ubicó ya dentro del nuevo marco constitucional, fueron elegidas
en el 2000. El 30 de julio fueron celebradas elecciones para Presidente de la
República, diputados de la Asamblea Nacional (antiguo Congreso Nacional),
gobernadores (de las 23 entidades federales), diputados de los Consejos
Legislativos de los Estados (antiguas Asambleas Legislativas), Alcalde
Metropolitano, Alcaldes, Concejales al Cabildo Metropolitano, y los
representantes al Parlamento Latinoamericano y al Parlamento Andino;
elección por supuesto realizada en el contexto de la hegemonía chavista, lo
que le permitiría, por medios “constitucionales” y mayoritarios, construir un
poder casi absoluto y sin contrapesos institucionales, que le permitiría un
manejo autoritario del poder, aunque amparado por una legalidad en gran
medida desprovista de contenido. En estos comicios Hugo Chávez fue
reelecto presidente con el 59.75% de los votos (frente al 37.5% de Francisco
Arias), y el MVR consiguió más del 46% de los asientos en el congreso 30.
Haciendo alianza con otros grupos, Chávez ha logrado construir mayoría en el
27
Es interesante acá la comparación entre los sistemas electorales empleados por
Chávez y Fujimori. Dado que el fujimorismo era mayoría, a Fujimori le habría
convenido también elegir el congreso unicameral con un sistema mayoritario en
1993, 1995 y 2000; sin embargo en las tres ocasiones se eligió el congreso en distrito
único, sistema altamente proporcional, con ventajas para las minorías. ¿Por qué?
Fujimori quería tener un control total sobre su bancada, no quería negociar con
poderes regionales o locales, cosa inevitable aunque hubiera control sobre el proceso
de nominación. Esto porque Fujimori nunca logró constituir un movimiento político.
Por el contrario, Chávez en 1998 se había hecho de una mínima organización política,
armada entre su salida de prisión y las elecciones de 1998.
28
Creo importante señalar que no me parece que pueda decirse que se trata de una
Constitución “hecha a la medida” de un régimen autoritario, como tampoco lo fue la
Constitución de 1993 aprobada en el Perú. Por el contrario, se trató de Constituciones
en las que el espíritu de los legisadores estuvo centrado en la promoción de
mecanismos de “democracia directa”; precisamente ellas se convirtieron en un
importante obstáculo tanto para Fujimori como para Chávez, y fueron una
herramienta útil para la oposición en el Perú y lo son ahora en Venezuela: en ambos
casos se exigió la realización de referéndums para limitar el poder presidencial, y en
ambos casos los presidentes violaron repetidamente el orden constitucional creado
bajo su hegemonía política.
29
En enero de 2000 se autodisolvió la ANC, y fue reemplazada por el “congresillo”,
órgano compuesto por algunos miembros de la ANC y otros designados por ella
misma, en vigencia mientras entrara en funciones el nuevo congreso.
16

congreso, y por medio del control del congreso, mantener bajo control a las
autoridades y poderes elegidos por éste.

Ahora bien, pese a que el fujimorismo logró construir una coalición


política sólida, y gozar de una hegemonía amplia durante un largo periodo de
tiempo, no construyó un orden institucional alternativo al que destruyó. No
construyó una nueva institucionalidad, por la naturaleza personalista de su
liderazgo (no logró erigir nada parecido al PRI en México, por así decirlo). No
construyó propiamente partido u organización que heredara su capital
político, ni respetó las instituciones que creó a partir de 1993. De ese
personalismo se derivó también la necesidad de perpetuarse en el poder.
Finalmente, el personalismo lo hizo muy vulnerable a los conflictos entre los
personajes que detentaron el poder: el propio Alberto Fujimori, el
Comandante General del Ejército, Nicolás Hermoza, y el asesor del Servicio
de Inteligencia Vladimiro Montesinos. Finalmente, la caída del fujimorismo se
explica fundamentalmente por los conflictos entre el presidente y su asesor
(Tanaka, 2003).

En el caso de Chávez, encontramos un patrón similar, consecuencia


también de su personalismo e improvisación como líder político. No ha
logrado constituir una sólida organización de respaldo, e incluso poco a poco
se ha ido aislando de aliados potenciales. El MVR ha entrado en conflicto con
el Movimiento Bolivariano 200, y la alianza con otros grupos como el MAS o el
PPT también entró rápidamente en crisis. El aislamiento se da también con
respecto a las organizaciones de la sociedad civil, lo que hace que Chávez
dependa cada vez del respaldo de un poder de facto como el que recibe de
las Fuerzas Armadas, lo que implica crecientes grados de politización de
éstas e intervención en política, e incertidumbre respecto a la viabilidad de
su gobierno. Todo esto tiene como consecuencia crecientes niveles de
polarización y descontento, que se expresaron dramáticamente en los
sucesos de abril 2002, cuando se produjo una masiva demostración de
protesta en contra del gobierno, que generó una brutal represión y
enfrentamientos, que desencadenaron un golpe de Estado por parte de un
sector de las FF.AA., y la breve toma de mando del empresario de
FEDECÁMARAS, Pedro Carmona como presidente; mandato que duró apenas
unas horas, después de los cuales Chávez volvió al poder secundado por
sectores militares fieles.

Esto significa que, pese a que el fujimorismo y el chavismo han sido


poderes hegemónicos, siempre hubo un margen importante para la acción de
la oposición, que podía capitalizar los costos polìticos que implicaban las
maniobras que vulneraban el Estado de derecho y aprovechar los espacios
formalmente democráticos existentes. En el caso peruano, esto se expresó
en la lucha de la oposición por convocar a un referéndum contra la segunda

30
Sobre las elecciones del 2000 ver Carrasquero et.al., 2000; y Maingón, 2001. Es
interesante registrar que AD, si bien no presentó candidato presidencial, mantiene
una importante presencia en el congreso, siendo la primera fuerza de oposición; de
otro lado, llama la atención que La Causa Radical, a pesar de ser el principal soporte
de la votación obtenida por Arias Cárdenas (participa con unos 19 puntos del 37.5%
que obtuvo, logró una minúscula votación en el congreso.
17

relección del presidente Fujimori, que éste logró evitar mediante diversas
maniobras en el congreso, como hemos visto. Pese a la hegemonía política
de Fujimori, éste siempre desconfió de las elecciones como un mecanismo
legitimador. Lo mismo ocurrió con las elecciones del año 2000: pese a que
podría haberlas ganado limpiamente, el gobierno constantemente “ensució”
el proceso electoral. Más todavía, semanas antes de la segunda vuelta de la
elección presidencial, diversos observadores electorales solicitaron al
gobierno postergar por dos semanas la elección, para poder revificar el
programa de cómputo de votos; a pesar de que las encuestas de opinión
daban a Fujimori una intención de voto mayor a la del candidato Toledo, el
gobierno decidió enfrentarse a la comunidad internacional y seguir adelante
con la elección en la fecha prevista inicialmente, lo que llevó al retiro de
Toledo de la segunda vuelta y a la condena de la comunidad internacional, y
finalmente, a deslegitimar la segunda reelección de Fujimori. Esta actitud del
fujimorismo generó dilemas difíciles de resolver para la oposición: de un lado,
la desconfianza de Fujimori a la incertidumbre que implican las elecciones
llevaba a pensar que en ese terrenó era vulnerable, lo que llevaba a entrar a
jugar con las reglas del régimen. De otro lado, el carácter autoritario del
mismo hacía que esas mismas reglas constantemente fueran violentadas a
favor del gobierno, por lo que había también razones para el abstencionismo,
para no “legitimar” reglas que no se respetaban.

Pero la verdadera debilidad de la oposición en el Perú, a mi juicio, no


estuvo en determinar la mejor estrategia para enfrentarse a Fujimori, si no en
que nunca logró construir una alternativa creíble, especialmente para los más
pobres del país. Las banderas de la oposición fueron definidas por oposición a
Fujimori, no en positivo, y tuvieron un exagerado énfasis en lo institucional,
dejando prácticamente el tema social al gobierno. Y se trató de un gobierno
que contó con recursos extraordinarios, producto de la recuperación de las
finanzas del Estado, el acceso a créditos y la política de privatizaciones. El
fujimorismo, a lo largo de su gobierno, aumentó notablemente los montos del
gasto social. El gasto social per cápita pasó de 12 dólares en 1990 a 63 en
1993, a 75 en 1994, a 145 en 1995, y a 158 en 1996 (INEI), aumentando
también sustancialmente como porcentaje del PBI, de modo que en el
segundo gobierno de Fujimori se registraron los niveles más altos de las
últimas dos décadas. Los porcentajes también registran aumentos
importantes si vemos el porcentaje del gasto social respecto al gasto público
total. Entre 1997 y 2000, el porcentaje de pobres extremos que recibieron
alimentos donados por el gobierno pasó de un 71.4 a un 75.5% 31. No es de
extrañar pues que el fujimorismo siempre tuviera un importante apoyo en
general, y entre los más pobres en particular. Por ejemplo entre finales de
1996 y diciembre de 1998, que es cuando Fujimori cayó en su aprobación
ciudadana, envuelto en los escándalos de las maniobras en pos de la
segunda reelección (pasó de un 66% en promedio que tuvo entre octubre de
1991 y octubre de 1996 a un 40%), es muy revelador notar que en el sector
“B”, expresivo de los sectores medios, la aprobación a su gestión fue solo de
34%, mientras que en el sector “D”, expresivo de los sectores populares, la
aprobación fue de 43%, nueve puntos porcentuales de diferencia (cuadro 6).
31
El porcentaje de pobres extremos respecto a la población total fue de 14.7 en 1997
y 14.8 en 2000. Datos tomados del instituto Cuánto.
18

[ Cuadro 6: Porcentaje de aprobación a la gestión presidencial por sectores sociales


(datos de APOYO para Lima Metropolitana). Elaboración propia ]

Periodos Promedio A B C D
1) Jul. – Dic. 90 54 45 47 56 61
2) Ene. 91 - Set.91 38 36 36 39 38
3) Oct. 91 – Oct. 96 66 68 62 62 63
4) Nov. 96 – Dic. 98 40 39 34 38 43
5) Ene. 99 – Abr. 00 48 41 38 46 54

En el caso de Venezuela, tenemos también que, pese a que el


presidente Chávez ha contado siempre con un importante apoyo popular,
éste no ha sido constante, por lo que la oposición ha tenido siempre espacios
para actuar y disputarle la hegemonía política, aunque sin éxito. Chávez
empezó su gestión con altos niveles de aceptación, pero ellas empezaron a
caer desde 2001, cuando menos hasta 2004. No sólo se produjo una caída,
también un proceso de creciente polarización social y política, consecuencia
del rechazo que suscitó, entre los sectores medios y altos especialmente, las
políticas del gobierno, que iban a la par de grandes expectativas que esas
mismas políticas generaban, especialmente entre los sectores populares,
expectativa alentada por la retórica igualitarista y revolucionaria del
Presidente. Un hito dentro de este proceso de polarización lo constituyó la
expedición de 49 leyes en noviembre de 2001, dadas bajo el amparo de las
facultades legislativas otorgadas por el congreso mediante la “ley
habilitante”, dentro de las que destacan la ley de tierras, de hidrocarburos y
de pesca. La polarización llevó al extremo de la realización de un golpe de
Estado en abril 2002, como hemos visto, y posteriormente a la convocatoria
de un “paro cívico” indefinido buscando la renuncia del presidente que se
extendió entre diciembre 2002 y los primeros meses de 2003 (Medina, 2003,
y López Maya, 2003). Luego del fracaso del paro, se estableció en mayo de
2003 un diálogo entre gobierno y oposición, con la participación de la OEA,
buscado encontrar mecanismos que permitan darle cauces institucionales a
las disputas políticas. Es así como el país entró en el tortuoso proceso del
referéndum revocatorio del presidente Chávez, que se extendió a lo largo de
un año, empezando en agosto de 2003, cuando la oposición hizo la primera
presentación de firmas solicitando este mecanismo de democracia directa,
hasta la final realización del referéndum, el pasado 15 de agosto de 2004,
que arrojó un 58.25% de votos a favor de la permanencia en el poder del
presidente Chávez, contra el 41.74% que obtuvieron los votos a favor de la
revocatoria.

Si analizamos la dinámica política en Venezuela en los últimos años,


encontramos un juego que sigue gruesamente el libreto siguiente. De un
lado, tenemos un gobierno que pretende instaurar un régimen revolucionario,
siguiendo confusas líneas ideológicas que combinan elementos socialistas y
nacionalistas; y que tienen como límites su propia incapacidad para llevar a
la práctica sus ideas, así como, ciertamente, la acción de la oposición. El
primer elemento no es desdeñable, se tiene que recordar que Chávez es un
19

outsider, un militar que ha armado una heterogénea coalición de gobierno en


la que participan muchos de sus antiguos compañeros de armas con diversos
grupos provenientes de muy diversas tradiciones políticas. En cuanto a la
oposición, ésta se encuentra con varios dilemas, que ha resuelto según las
evaluaciones que hace de sus propias fuerzas. En el período previo al golpe
de Estado, un sector de la oposición evaluó que tenía la legitimidad suficiente
y respaldo de poderes de facto como para no esperar el referéndum
revocatorio y proceder inmediatamente con un plan golpista; cálculo que se
reveló correcto, porque en realidad el golpe se realizó con éxito, con la
captura del presidente Chávez. Sin embargo, en las horas posteriores, el
designado presidente Carmona rompió las alianzas que lo habían llevado al
poder (especialmente el cierre del congreso y de los otros poderes del
Estado), lo que permitió el regreso de Chávez. Luego del fallido golpe,
sectores de la oposición continuaron confiando en su que por medio de la
presión y las movilizaciones lograrían su objetivo, lo que se expresó en el
paro cívico de finales de 2002 e inicios de 2003. Finalmente, el paro se
mostraría también inviable.

Para la oposición, el camino de la confrontación terminó en una grave


derrota política. De haber tenido éxito, se habrían “desecho” rápidamente de
Chávez; en vez de ello, fracasaron y quedaron como golpistas y desleales con
un régimen que, cuando menos en sus aspectos formales, es democrático.
Dado el fracaso de las estrategias de fuerza, de pura confrontación, y
considerando que el respaldo al presidente Chávez seguía cayendo respecto
a los niveles que alcanzó hacia el año 2000, se impuso en la oposición la
opción de derrotar a Chávez en la arena electoral, jugando la carta del
referendo revocatorio; éste cálculo se basaba además en los resultados que
arrojaban diversas encuestas de opinión. Esto llevó a la oposición a aceptar
en la práctica los mecanismos establecidos en la Constitución de 1999,
aceptar las reglas de juego del régimen, con la expectativa de ganar
mediante ellas, pese a que siempre se jugó con la percepción de que éstas
eran manipuladas o distorsionadas. Para la oposición se trata de un dilema
difícil de resolver: o se denuncian las elecciones por amañadas, y se deja de
participar, o se participa a pesar de todo, con lo que después se tienen que
aceptar los resultados, sean los que fueren. Aquí nuevamente la oposición
sufrió una grave derrota, que se sumó al fracaso de las estrategias de pura
confrontación. No sólo perdió el referéndum, si no que perdió también en
tanto no pudo “demostrar” con claridad suficiente la realización de un fraude;
en vez de ello, quedó más bien como una “mal perdedora”.

¿Por qué el fracaso de la oposición? No basta, a mi juicio, señalar las


maniobras del gobierno. Ellas son ciertamente parte de la explicación; otra
parte importante tiene que ver con los propios límites de ésta, con su
fragmentación y carencia de propuestas más allá de las banderas en contra
de Chávez. Como señaló Przeworski al estudiar las crisis de los gobiernos
autoriarios, es indispensable que surja también una alternativa clara; y ello
no ocurrió en Venezuela. Al mismo tiempo, la oposición manejó un discurso
fuertemente institucionalista, atractivo para los sectores medios, pero no
para los sectores populares. Por el contrario, el gobierno no sólo tuvo un
discurso político explícitamente dirigido hacia ellos, si no que además
20

respaldo era retórica con un importante aumento en el gasto social,


respaldado por el notable aumento del precio del petróleo a lo largo del 2003
y 2004.



En resumen, en Perú y Venezuela encontramos que, después de


colapsados sus sistemas de partidos, y pese a las enormes diferencias
políticas que separan a los presidentes Fujimori y Chávez, en ambos países
se fundó un nuevo orden político (expresado en las nuevas constituciones de
1993 en Perú y de 1999 en Venezuela), formalmente democráticos, y que
además ponían énfasis en la apertura de espacios de participación y
democracia directa, pero que en la práctica dieron lugar a la conformación de
regímenes autoritarios. Ello se explica porque la refundación institucional
ocurrió bajo la clara hegemonía política de un solo actor, imbuído de un claro
espíritu antisistema, que enfrentó una oposición débil y fragmentada, sin una
propuesta alternativa. Los nuevos líderes sufrieron un importante desgaste
como consecuencia de un ejercicio del poder no democrático, pero ésta caída
afectó sobre todo su relación con los sectores medios; ante los sectores
populares, la combinación de una retórica anti sistema y un significativo
aumento del gasto social (posible en el caso peruano por la recuperación de
las finanzas públicas y por la política de privatizaciones, y en el venezolano
por el aumento de los precios del petróleo), les permitió mantener una
importante base de respaldo popular, que los hace competitivos en el terreno
electoral.

Así, en el Perú el fujimorismo no cayó en el escenario electoral del año


2000: pese a los muchos cuestionamientos de la elección de ese año,
Fujimori logró iniciar un tercer periodo de gobierno. La oposición tenía el
dilema de participar testimonialmente dentro del orden político, y de esa
manera legitimarlo implícitamente, o adoptar una estrategia de ausentismo y
cuestionamiento, lo que podría llevarla a la marginalidad política, o a caer en
la tentación de acciones golpistas. En este marco, muchos actores trataron
de negociar y de llegar a algún tipo de entendimiento con el gobierno. Sin
embargo, inesperadamente, el fujimorismo se desplomó en setiembre de
2000, no por el vigor de la oposición social o política, ni por una crisis de
legitimidad, si no por sus conflictos internos (expresados en las pugas entre
Fujimori y su asesor Montesinos). En Venezuela, después del triunfo del
gobierno en el referéndum revocatorio de agosto de 2004, las fuerzas de
oposición enfrentan dilemas similares. En cuanto al gobierno de Chávez,
siguiendo una de las tesis defendida aquí, es difícil que actúe de maneras
más democráticas, menos autoritarias e institucionales, en la medida en que
en Venezuela la dinámica gobierno – oposición no permite todavía una lógica
efectiva de contrapesos y controles que limite la acción del gobierno. Si bien
es muy difícil preveer el curso futuro de los acontecimientos en Venezuela,
considero que se puede afirmar que, al igual que en el caso peruano, el
chavismo dejará una pesada herencia de debilidad institicional, y de los
actores sociales y políticos, muy difícil de remontar.
21

Los desafíos: cómo construir representación democrática sin partidos

Hemos visto en este trabajo que Perú y Venezuela constituyen


desarrollos excepcionales en el contexto de la región, en los que las crisis de
representación han llevado a una evolución gradual de sus sistemas de
partidos, de modo que los actores tradicionales compiten con nuevas fuerzas
expresivas de nuevos sectores sociales. En Perú y Venezuela, por el
contrario, se produjo el colapso súbito del conjunto de actores del sistema,
abriendo paso a la irrupción de outsiders. La clave para entender esta
diferencia está en la dinámica interna de los partidos políticos, en coyunturas
en las que eran particularmente vulnerables, la elección de 1990 en Perú y
de 1998 en Venezuela. Los partidos no pudieron manejar sus conflictos
internos, que terminaron en procesos de división, lo que los deslegitimó ante
los electores. Una vez en el poder, Fujimori y Chávez destruyeron el orden
institucional precedente, y erigieron regímenes que pueden ser catalogados
como autoritarismos competitivos, en los que la representación democrática
es sustituida por mecanismos de legitimación plebiscitarios.

Hacia delante, ambos países enfrentan grandes desafíos. En Perú, el


desafío ahora es remontar el legado de una década de autoritarismo, de
destrucción de las instituciones estatales, manejadas para mantener en el
poder al fujimorismo, pero también el problema de la debilidad de las
organizaciones sociales y políticas. El sistema de partidos vigente en la
década de los años ochenta fue destruido, su espacio fue ocupado por el
fujimorismo y por movimientos independientes, pero ninguno de ellos logró
tampoco consolidarse. El fujimorismo afectó también las capacidades de
acción colectiva de la sociedad, minando la representatividad de los actores
sociales, aislándolos de la sociedad en general. En Venezuela, el desafío es
conseguir que el gobierno de Chávez no siga un camino similar al del
fujimorismo, evitar que su control sobre las instituciones, la ausencia de
equilibrios y contrapesos lleve a un debilitamiento extremo de la
competencia política y el pluralismo, que lleve a crecientes arbitrariedades,
autoritarismo, y corrupción. Un camino como ése puede generar una mayor
polarización a la ya existente, y dar paso a un ciclo de mayor inestabilidad y
violencia; en todo caso, la oposición a Chávez está dispersa y sin proyecto
alternativo claro, por lo que no es fácil vislumbrar salidas a la situación
actual.

En ambos países asistimos a las dificultades de hacer política sin


partidos32. Al tener partidos o movimientos precarios, volátiles, tenemos dos
lógicas perversas: primero, cuentan con horizontes temporales limitados, por
lo que priman lógicas de corto plazo, no pueden pensarse políticas o
estrategias de más largo aliento; y segundo, dado que son movimientos
nuevos y precarios, sus recompensas políticas son bajas: es decir, les basta
obtener algunas alcaldías, gubernaturas o asientos en el congreso,
posicionarse allí, y desde esas posiciones intentar crecer y consolidarse a
futuro. Esta lógica dificulta la formación de coaliciones, genera un escenario
de fragmentación, y dificulta solucionar problemas de acción colectiva. Por
32
Levitsky y Cameron, 2001.
22

estas razones en Perú y Venezuela encontramos debilidad en los actores en


el poder, pero también en la oposición.

En medio de un clima de cuestionamiento a la política y a los partidos


presente en toda la región, los casos de Perú y Venezuela nos dan lecciones
valiosas sobre su importancia, por encima de sus limitaciones, y esta es
acaso la conlusión más relevante. Los partidos cuentan, y a pesar de todo, su
ausencia lleva no a una solución, si no al agravamiento de los problemas. Si
miramos los demás países andinos, con sistemas de partidos en crisis pero
no colapsados, encontramos un contraste notable. La crisis de representación
y el descontento ciudadano incentiva a los partidos tradicionales a promover
iniciativas de reforma institucional, para renovar su imagen y poder competir
exitosamente con las fuerzas políticas emergentes. Por más limitadas que
sean esas iniciativas, en la práctica abren el sistema político, y crean
estructuras de oportunidad que pueden ser aprovechadas por nuevos actores
sociales y políticos. En los últimos años, en Colombia, Bolivia y Ecuador,
hemos tenido procesos de descentralización, elección popular de autoridades
locales, nuevas constituciones o cambios constitucionales que amplían el
reconocimiento de derechos sociales, reformas políticas que buscan
fortalecer mecanismos de accountability de los elegidos frente a los
electores, con consecuencias reales nada desdeñables. Cabe resaltar que en
Bolivia y Ecuador, el sistema político ha avanzado mucho en cuanto al
reconocimiento de derechos de grupos indígenas, lográndose avances
sustantivos en mayor representación de grupos étnicos tradicionalmente
postergados. En suma, pese a todos los problemas, la existencia de un
sistema de partidos constituye una ventaja para la democratización de un
país. Finalmente, sólo cabe esperar, en los casos de Perú y Venezuela, que la
gravedad de la situación actual permita a los actores un aprendizaje que
facilite la superación de algunos de los problemas actuales.
23

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