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Introducción
De los presidentes colombianos, el más admirado y vilipendiado, envile-
cido y enaltecido, al mismo tiempo, es El Pensador de El Cabrero, Rafael
Núñez Moledo. Su existencia claroscura y el pendular discurrir de su
pragmatismo político, lo convirtieron, para sus detractores, en un leviatán; o,
según sus partidarios, en el demiurgo de un nuevo destino manifiesto y or-
den institucional.
Rafael Núñez (nacido en Cartagena el 28 de septiembre de 1825), hijo
del coronel Francisco Núñez y Dolores Moledo, personifica el antagonismo
de la segunda mitad de la Colombia decimonónica, cuyos labios tenían aún
las huellas de la lactancia emancipadora y daba los pinitos de la polarización
bipartidista entre los dictados de Ezequiel Rojas y Mariano Ospina Rodríguez.
Tirios y troyanos controvierten sobre la dicotomía administrativa y apa-
rente ambivalencia política del cartagenero, por lo que algunos lo estigmati-
zan como el Proteo1 de la política colombiana y otros lo consideran el supremo
redentor de la estabilidad institucional.
Este antagonismo conceptual, engendrado por irreconciliables
enfrentamientos políticos, con el tiempo adquirió plena vigencia y aún, hoy
en día, se debate con enconado pasionalismo.
Su liberalismo embrionario
Rafael Núñez se asoma a la política en su natal Cartagena cuando tenía
23 años, al ingresar en la Sociedad Democrática local, agremiaciones funda-
das por los liberales, que por esa época comenzaron a denominarlos Radica-
les por su polarización a las doctrinas de John Locke, Adam Smith y Francisco
Quesnay, padres del liberalismo individualista, el económico y el fisiocrático,
respectivamente.
Por su dinamismo, inteligencia y consagración, evidenciados en la con-
ducción de la Sociedad Democrática, el gobernador liberal de Bolívar, José
María Obando, lo designa como su secretario privado en representación del
radicalismo.
Ese era el movimiento político de la época que irrumpió al país como un
huracán doctrinario con una filosofía racional y positivista. Sus directrices
estatales: libertades absolutas, individualismo excesivo y un legislativo tan
fortalecido que representaba una camisa de fuerza para un ejecutivo constre-
ñido; preconizaban el federalismo con proliferación de ejércitos provinciales
y normatividad jurídica balcanizada. En lo eclesiástico, separación de la Iglesia
del poder público, divorcio, matrimonio civil y educación laica, rematando,
en el campo económico, con el librecambismo manchesteriano.
Este manchesterismo, a horcajadas sobre el aforismo del “laisse faire y
laisse passer” de Quesnay, no permitía la intervención estatal en el control y
regulación de la economía nacional y –según el criterio del radicalismo– la
prosperidad de un país dependía del individualismo empresarial y comercial,
del libre ejercicio de la iniciativa personal y de la incidencia de la oferta y la
demanda.
Sobre la irrupción de estas corrientes ideológicas a la nación, comenta
Nicolás del Castillo: “La nueva generación liberal, agitada por el entusiasmo
que conlleva toda ideología novedosa y por el ardor de la juventud, penetra
2 Nicolás del Castillo Mathieu. El primer Núñez; Ediciones Tercer Mundo, Bogotá, 1971; pp. 76 y 77.
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3 Ibídem, p. 106.
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En el exilio consular
Después de ser dos veces ministro mosquerista, Núñez aspiraba a la Em-
bajada de Estados Unidos. Sabía que contaba con los perfiles suficientes
dada su larga trayectoria dentro del liberalismo, radicalismo u Olimpo Radi-
cal, que eran la misma cosa. Si bien el cartagenero, junto con Mosquera,
fueron excomulgados por la expulsión de los Jesuitas y otras acciones
8 El Neogranadino (feb. 1853). Citado por N. Del Castillo Mathieu. Ibídem, p. 143.
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La primera presidencia
Pero…, ¿cómo reaccionó Rafael Núñez a semejante descalabro? Se pen-
só que se amilanaría, más tratándose de un hombre con tantos alamares col-
gados a su hoja de vida y que, con 50 años a cuestas, veía escapar su turno
histórico presidencial. Como filósofo al fin, Núñez sabía que, según Nietzsche,
“la montaña se escala subiendo sin cesar y no pensar en ello”, y Confucio
9 Boletín de Historia y Antigüedades; Edición oct., nov., dic., Bogotá, 1994. P. 941.
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remataba: “la mayor gloria no debe ser en no haber caído, sino en habernos
levantado cuando caemos”10.
Ya el cartagenero tenía fracasos en su vida pública: cuando intentó ser Re-
presentante a la Cámara por primera vez (1849); cuando, al serlo (1852), aspi-
ró a la presidencia de ella y, más bien, se enfrentó en duelo con Carlos Martín,
ocupante de esa dignidad, quien le perdonó la vida a su contrincante por
encasquillársele su pistola; al perder el debate sobre federalismo con Florentino
González, y, al colapsarse su fulgurante carrera política, con el acceso al poder
de Ospina Rodríguez, tuvo que refugiarse en Cartagena y Panamá, donde es-
tableció una sociedad mercantil con su cuñado Lorenzo Gallegos.
Núñez sabía que un nuevo revés sería lapidario para su porvenir político.
Como las próximas elecciones serían a los dos años por ser el período presi-
dencial de un bienio –según la norma constitucional vigente–, cambió de
estrategia al no postularse nuevamente; decidió debilitar más a sus adversa-
rios al candidatizar al general Julián Trujillo, militar caucano y vencedor de
la guerra civil de 1875 contra los conservadores. Si bien Trujillo estaba al
servicio de Aquileo Parra, Núñez removió en el payanés los rescoldos de su
resentimiento porque los radicales no apoyaron su candidatura a la primera
magistratura en 1872 y 1874.
El aliado del costeño triunfó y le abrió las puertas de la presidencia por el
pacto de doble vía, suscrito entrambos, en que se devolviera el servicio para
los comicios de 1879. Con la maquinaria estatal a su favor lanzó su candida-
tura frente a la del general Tomás Rengifo, de los liberales, polarizados, en
ese momento, entre radicales y los independientes nuñistas.
Al obtener la victoria, el conductor caribeño no se posesionó el 1º de
abril, conforme a lo estipulado constitucionalmente. Se hallaba en Curazao
buscando medicinas para curar su amibiasis crónica; sólo pudo hacerlo ocho
días después, sin la compañía de su mujer Soledad, considerada por sus ene-
migos como concubina, a pesar de su matrimonio civil (París, 1877), vínculo
conyugal implantado por ellos en la Carta Magna del 63.
A contrapelo de lo que se pensaría, al conformar su gabinete de siete
miembros, con miras al acercamiento con sus antiguos compañeros les ofre-
ció la cartera de Relaciones Exteriores, rechazada por ellos.
Al ver que el comportamiento del radicalismo era inclaudicable, y que su
plataforma ideológica requería de un gobierno fuerte y de sólidas bases, le
10 Pedro Vargas Rojas. Diccionario de Máximas. Editorial Printer Ltda.; Bogotá, 1988; p. 138.
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11 Gerardo Zabaleta Arias. Núñez el Irreverente; Gráficas Gutemberg, Santa Marta, 2003; p. 146.
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bre pragmático, que contar con los otros adversarios de los radicales, los
conservadores, aplicando el viejo apotegma de que el “enemigo de mi ene-
migo es mi amigo”.
Conforme a la normatividad vigente, Núñez debía posesionarse el 1º de
abril de 1884. Solamente lo hizo el 11 de agosto, casi cuatro meses y medio
después, debido a su perniciosa amibiasis y otras infestaciones intestinales
que lo llevaron otra vez a Curazao.
En su discurso de posesión reafirmó el pensamiento político al decir que
“un partido que ha durado tanto tiempo en el poder, pierde necesariamente
algo de su fuerza original. El partido liberal, en cuyas filas he militado, y en
las cuales espero morir, se ha encontrado en ese caso en los últimos años”.
La definitiva tentativa de reconciliación con el radicalismo la materializó al
conformar su cuerpo ministerial con tres de su grupo independiente, todos
costeños: José María Campo Serrano, Felipe Angulo, Justo Arosemena; dos
conservadores: Vicente Restrepo, Mariano Tanco y dos de los opositores:
Napoleón Borrero y Eustorgio Salgar, luego Santos Acosta12. Núñez insistía
en la unión liberal; incluso les propuso al Olimpo Radical que, en caso de
aceptar modificaciones a su Constitución, él renunciaría de la presidencia,
propuesta que fue rechazada.
Sobre el particular, es oportuno el comentario del ex presidente Eduardo
Santos: “Cuando el doctor Núñez preconizaba reformas que la opinión na-
cional reclamaba, ellos (se refiere a los radicales; la aclaración es nuestra)
cerraban los ojos para no pensar sino en su odiado enemigo. En un enemigo
que multiplicaba sus ofrecimientos de conciliación y que –vinculado funda-
mentalmente a su política liberal– no quería desprenderse de ella. Y en lugar
de abrir paso a las reformas, lo redujeron todo al prurito de cerrarle paso a un
hombre y lo arrojaron al campo a donde él no quería ir”13. Los enemigos del
caudillo costeño optaron por declararle la guerra en 1885 y fueron derrota-
dos lapidariamente en las batallas de La Humareda (El Banco, Magd.) y El
Salao (Norte de Santander)14.
12 A Santos Acosta lo nombró por Eustorgio Salgar, quien dimitió al poco tiempo; Acosta también
se retiró en solidaridad con los radicales, lo mismo que Borrero.
13 G. Zabaleta Arias. Ibídem, pp. 169, 170.
14 En La Humareda los radicales ganaron aparentemente, pero perdieron la mayoría de la oficialidad,
quedando como barco al garete, hundido definitivamente, a los pocos días, en El Salao (N. de
Santander). Se comenta que Núñez dispuso un operativo especial para liquidar a los más
esclarecidos generales radicales.
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15 Francisco Guil Branes. Sicología General Evolutiva; Editorial Magisterio Español S.A. Madrid,
1969, pp. 68 y 69.
16 “Cuando a don Rafael /Conozcas cuando lo veas,/ tiene tres cosas muy feas/la boca, la mano y él.
17 Según algunos, Núñez adquirió la amibiasis en Liverpool cuando era Cónsul (1869-1874),
enfermedad desconocida; si lo era, ¿cómo se diagnosticó? Al respecto dice Nicolás del Castillo:
“En octubre de 1849 Núñez cae en cama fulminado por un nuevo ataque de disentería; alguien les
habla de un famoso médico en La Habana. Su madre Dolores se embarca con su hijo y llega a La
Habana. Con una curiosa dieta de carne y cerveza convalece rápidamente”. Aún no se había
descubierto la emetina, de la ipecacuana, el primer antídoto eficaz.
668 BOLETÍN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES – VOL. XCIII No. 834 – SEPTIEMBRE 2006
18. Antonio Rivadeneira Vargas. “Mitos, juicios, prejuicios y verdades sobre El Regenerador”.
Boletín de Historia y Antigüedades, No. 787, oct., nov. y dic.; Bogotá, 1994; p. 929.
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Bibliografía
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