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BENJAMÍN EZPELETA ARIZA: EL PRAGMATISMO POLÍTICO DE NÚÑEZ 655

EL PRAGMATISMO POLÍTICO DE NÚÑEZ*


POR
BENJAMÍN EZPELETA ARIZA

Introducción
De los presidentes colombianos, el más admirado y vilipendiado, envile-
cido y enaltecido, al mismo tiempo, es El Pensador de El Cabrero, Rafael
Núñez Moledo. Su existencia claroscura y el pendular discurrir de su
pragmatismo político, lo convirtieron, para sus detractores, en un leviatán; o,
según sus partidarios, en el demiurgo de un nuevo destino manifiesto y or-
den institucional.
Rafael Núñez (nacido en Cartagena el 28 de septiembre de 1825), hijo
del coronel Francisco Núñez y Dolores Moledo, personifica el antagonismo
de la segunda mitad de la Colombia decimonónica, cuyos labios tenían aún
las huellas de la lactancia emancipadora y daba los pinitos de la polarización
bipartidista entre los dictados de Ezequiel Rojas y Mariano Ospina Rodríguez.
Tirios y troyanos controvierten sobre la dicotomía administrativa y apa-
rente ambivalencia política del cartagenero, por lo que algunos lo estigmati-
zan como el Proteo1 de la política colombiana y otros lo consideran el supremo
redentor de la estabilidad institucional.
Este antagonismo conceptual, engendrado por irreconciliables
enfrentamientos políticos, con el tiempo adquirió plena vigencia y aún, hoy
en día, se debate con enconado pasionalismo.

* Lectura para tomar posesión como Miembro Correspondiente de la Academia Colombiana de


Historia, el 15 de agosto de 2006.
1 Proteo: En mitología griega, dios marino con el poder de metamorfosearse y profetizar. Hombre
que habitualmente cambia de opiniones y afectos.
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Los liberales radicales, sus archienemigos, lo aborrecían2 patológicamen-


te, aversión que penetró hasta los más íntimos vericuetos personales, a extre-
mos tales que veían en Núñez más al hombre que al político. En contrapartida,
sus partidarios –los conservadores y liberales independientes– lo endiosaron
y vieron en él a un líder de atributos excepcionales: valor civil, inclaudicabilidad
y manejo realista y coyuntural del acontecer nacional.

Su liberalismo embrionario
Rafael Núñez se asoma a la política en su natal Cartagena cuando tenía
23 años, al ingresar en la Sociedad Democrática local, agremiaciones funda-
das por los liberales, que por esa época comenzaron a denominarlos Radica-
les por su polarización a las doctrinas de John Locke, Adam Smith y Francisco
Quesnay, padres del liberalismo individualista, el económico y el fisiocrático,
respectivamente.
Por su dinamismo, inteligencia y consagración, evidenciados en la con-
ducción de la Sociedad Democrática, el gobernador liberal de Bolívar, José
María Obando, lo designa como su secretario privado en representación del
radicalismo.
Ese era el movimiento político de la época que irrumpió al país como un
huracán doctrinario con una filosofía racional y positivista. Sus directrices
estatales: libertades absolutas, individualismo excesivo y un legislativo tan
fortalecido que representaba una camisa de fuerza para un ejecutivo constre-
ñido; preconizaban el federalismo con proliferación de ejércitos provinciales
y normatividad jurídica balcanizada. En lo eclesiástico, separación de la Iglesia
del poder público, divorcio, matrimonio civil y educación laica, rematando,
en el campo económico, con el librecambismo manchesteriano.
Este manchesterismo, a horcajadas sobre el aforismo del “laisse faire y
laisse passer” de Quesnay, no permitía la intervención estatal en el control y
regulación de la economía nacional y –según el criterio del radicalismo– la
prosperidad de un país dependía del individualismo empresarial y comercial,
del libre ejercicio de la iniciativa personal y de la incidencia de la oferta y la
demanda.
Sobre la irrupción de estas corrientes ideológicas a la nación, comenta
Nicolás del Castillo: “La nueva generación liberal, agitada por el entusiasmo
que conlleva toda ideología novedosa y por el ardor de la juventud, penetra

2 Nicolás del Castillo Mathieu. El primer Núñez; Ediciones Tercer Mundo, Bogotá, 1971; pp. 76 y 77.
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Dr. Rafael Núñez Moledo.


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en la escena política con ánimo decidido, rebelándose contra las institucio-


nes existentes. No en vano se inspiraba en el espíritu demoledor de la época,
plasmado en libros como El Judío Errante de Eugenio Sue (contra los jesui-
tas) y Los Girondinos de Lamartine”.
Como la mayoría de la juventud, Núñez Moledo, con sólo 24 años, fue
presa fácil de esa epidemia revolucionaria e ingresó a las toldas liberales con
febril entusiasmo; ocupó posiciones en los gabinetes seccionales al ratificar-
lo dos gobernadores más en la secretaría general, designado inicialmente por
Obando, a quien el novel político caribeño lo postuló, por primera vez, para
la presidencia de la República. A los dos años se cristalizó este vaticinio,
considerándose el primer acto visionario y pragmático de Rafael Núñez.
Sus convicciones ideológicas a flor de piel lo convierten en escéptico,
contagiándose de esta filosofía librepensadora que lo conduce a los bordes
del ateísmo cuando versifica:
“Todo lo miro… pero en vano ansioso
Busco al autor de la Creación extensa
Sólo encuentro un ocaso nebuloso
Una noche inmortal, oscura inmensa”3.
Cuando el cartagenero se casa en David, Panamá, con Dolores Gallegos
(1851), se le criticó por ser un matrimonio más político que sentimental, ya
que la desposada era cuñada del gobernador José de Obaldía. Los
malquerientes antinuñistas derraman toda su bilis negra sobre este episodio y
muchos más de su existencia; sin embargo, se olvidan que también casaron
“a lo Núñez”, los expresidentes Herrán, Carlos y Jorge Holguín, quienes lo
hicieron, respectivamente, con las hijas del general Mosquera, José Eusebio
Caro y Julio Arboleda y éste, a su vez, con la de Joaquín Mosquera.
Es de pensar que estos matrimonios resultan de las permanentes relacio-
nes, en los círculos sociopolíticos de los pretendientes notables y las descen-
dientes de los prohombres, generándose la consabida empatía que los conduce
a la unión conyugal.
En su condición de Juez del Distrito de Alanje, en David, Panamá (1846-
1848), e hijo de respetables familias cartageneras, Núñez se codeaba con las
doncellas más linajudas, verbigracia, Marianita Arosemena –cuyo padre era
millonario– y Conchita Picón Herrera, sobrina del coronel Tomás Herrera

3 Ibídem, p. 106.
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(posteriormente presidente interino de Colombia), y, por último, Dolores


Gallegos.
Sea como fuere, el costeño aplicó, al casarse con esta última, su filosofía
pragmática: su cuñado lo hizo Representante a la Cámara, por primera vez
(1852), con lo cual inició su vuelo aquilino hacia las elevadas cumbres presi-
denciales.

Una actitud maniqueísta


A pesar de su radicalismo, Rafael Núñez tenía algunas dudas que lo con-
virtieron en un inclaudicable crítico de sus compañeros de toldas por los
excesos doctrinarios, prioritariamente en lo referente al federalismo. Al ini-
ciar su gestión parlamentaria (1º de marzo de 1853) y luego como Ministro
de Gobierno del presidente Obando (20 de Junio - 25 de agosto 1853), el
hombre del litoral mostró los dientes de su antifederalismo, enzarzándose
con Florentino González en una candente polémica sobre el particular.
González insistía en que era el mejor sistema geopolítico, a lo norteamerica-
no; y al presentar una de sus propuestas al Congreso, remató su exposición
de motivos con esta sentencia: “si no se acoge este proyecto, debemos
anexarnos a Estados Unidos y estaríamos como Pensilvania, Nueva York y
demás Estados de esa nación”.
Al respecto afirma Horacio Gómez Aristizábal: “la soberanía no residía
en la nación, sino en los Estados. Cada región tenía sus códigos penales,
comerciales, militares, civiles y laborales”4.
Núñez contraataca. Afirma que el proyecto de Florentino parecía más
bien una obra de arte “a lo florentina” por sus ribetes románticos, dado que el
país del Norte, conformado por antiguas colonias inglesas, presentaba una
infraestructura administrativa homogénea y un tejido social coherente y sóli-
do desde el punto de vista económico, cultural, racial y religioso. En tanto
Colombia estaba descuartizada, sus condiciones eran diferentes y con un
primerizo régimen republicano de apenas 35 años5.
La iniciativa de González se aprobó en 1854 y a pesar de considerar el
cartagenero que Colombia sería una colcha de retazos, dos años después la
aprovecharía para que le aprobaran su proyecto del Estado Federal de Pana-

4 Horacio Gomez Aristizábal. La Calumniada Regeneración, Cargraphies S.A. y Agora Editores


Ltda. Bogotá, 2000; p. 17.
5 Recordemos que la emancipación norteamericana fue en 1776, con una Constitución de 45 años
anterior a la de Cúcuta, la primera de la Gran Colombia.
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má y reducir la influencia en esa comarca del gobierno conservador de Ma-


nuel María Mallarino. Una vez más se demuestra el liberalismo de Núñez y
su pragmatismo político, ahora con un valor agregado: el maniqueísmo, pues
ese federalismo, tan combatido por él, le convenía porque se trataba de su
tierra adoptiva y de contera perteneciente a la costa Caribe.
Pero El Pensador de El Cabrero fue más allá cuando aseveró que “en el
federalismo serían incontables las luchas que se trabarían entre el gobierno
central y uno o más Estados”, premonición cumplida con el cuartelazo de
Mosquera a Ospina Rodríguez (1860) y, pese a ello, Núñez fue Ministro de
Hacienda y del Tesoro en el gobierno dictatorial del usurpador payanés, en
uno de los episodios más criticados de la vida del cartagenero.
Para llegar a estas posiciones hizo una acrobacia política de histrionismo,
oportunismo y viveza mental. Como criticó la sublevación de Mascachochas,
al tomarse éste a Bogotá, Núñez se escondió; pero al ser el parlamentario
decisivo para el quórum reglamentario, al asistir, la mayoría conservadora
encargaría de la presidencia a Julio Arboleda, archienemigo de Mosquera,
quien había abjurado de ese partido. Con certificaciones facultativas justi-
ficaba sus ausencias de las sesiones senatoriales; pero cuando los congre-
sistas le anunciaron reunirse en su domicilio, les envió esta constancia
médica: “El paciente no puede recibir visitas porque debe cumplir con
frecuentísimas necesidades naturales”6. Cuando le informaron que el can-
didato conservador sería Bartolomé Calvo, Núñez recuperó su “salud” y
votó por su coterráneo”7.
Cuando Mosquera supo de la teatralidad de aquél, lo designó para su
gabinete comentando: “ese es un mozo con inteligencia oceánica”. Jamás
sospechó que años después una marejada de ese océano arrasaría con la
Constitución de 1863, la obra más acariciada del payanés.

En el exilio consular
Después de ser dos veces ministro mosquerista, Núñez aspiraba a la Em-
bajada de Estados Unidos. Sabía que contaba con los perfiles suficientes
dada su larga trayectoria dentro del liberalismo, radicalismo u Olimpo Radi-
cal, que eran la misma cosa. Si bien el cartagenero, junto con Mosquera,
fueron excomulgados por la expulsión de los Jesuitas y otras acciones

6 N. del Castillo. Ibídem, p. 256.


7 En esa época, los encargados a la presidencia de Colombia los designaba el Congreso de la
República. Los titulares los elegían directamente los varones mayores de 21 años.
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anticlericales, sus correligionarios, encabezados por Santiago Pérez y Ma-


nuel Murillo Toro, ya no confiaban en él y se transaron en designarlo Cónsul
en Le Havre y luego en Liverpool.
Sin embargo, Murillo Toro, jefe connotado del radicalismo, con alto gra-
do de confiabilidad, tampoco “tragó entero” y se lanzó en ristre contra dog-
mas liberales; a pesar de ello, lo toleraban los mismos que atacaban a Núñez.
Veamos lo que afirma al respecto Castillo Mathieu: “En un artículo apareci-
do por entonces en el Neogranadino, sin darse cuenta Murillo de la tremen-
da contradicción en que viene a caer, ataca el postulado del ‘laisse faire’ y el
dogma de la propiedad intocable, posición a todas luces incompatible con su
credo individualista”8.
Al ofrecérsele el primer consulado en el puerto francés, considerado por
Núñez incompatible a su jerarquía, y sospechando de la tramoya de sus des-
afectos, decidió aceptar (1864), y posteriormente hizo lo mismo con su tras-
lado a Inglaterra.
En los diez años de diplomático, el filósofo de El Cabrero incrementó su
madurez y consolidó su formación académica con las viejas civilizaciones
europeas; se sació en las fuentes de renovadoras corrientes políticas, científi-
cas y culturales; adquirió relaciones importantes y acrisoló su sentido realista
de las cosas y la firmeza de su personalidad.
Cuando regresó de su exilio consular (1874) pensaron sus compañeros
del radicalismo que, a lo mejor, ya se le había cortado la coleta de dirigente
contestatario, pero se equivocaron. Enseguida salió de Senador ese mismo
año por su tierra natal, y les advirtió tanto a gólgotas y draconianos –subdivi-
sión del Olimpo Radical– que reformaran la Carta de Rionegro (1863), por
sus excesos y anticlericalismo obsesivo, pues era imposible que un régimen
de apenas 50 años, derrotara a otro de casi dos milenios como el catolicismo.

Hacia el Palacio de San Carlos


A contrapelo de lo axiomático en política en que generalmente los llamados
presidenciables, o de “talla presidencial”, son los que hacen colas en el camerino
de los apadrinados, Núñez pensó que, sin ser uno de ellos, era el momento
propicio para aspirar a la jefatura de Estado en las elecciones de 1875.
Indudablemente el ex cónsul era el único político colombiano incontami-
nado y, según el decir de José Ingenieros, “no comprometido con el pasado”

8 El Neogranadino (feb. 1853). Citado por N. Del Castillo Mathieu. Ibídem, p. 143.
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si es que el pasado lo identificamos con los 14 años de régimen radical, hasta


cuando Núñez reingresa al tinglado del pugilato partidista.
Alfonso López Michelsen corrobora estas apreciaciones en el ensayo Rafael
Núñez, el más ilustre colombiano del siglo pasado9: “Una larga estadía en el
extranjero le permitió familiarizarse con las ideas predominantes en el conti-
nente europeo y en la gran nación americana. Al mismo tiempo, el no haber
participado durante doce años en las rencillas y mezquindades de su colecti-
vidad política le permitió que las esperanzas de la nación se cifraran en sus
sienes como una corona de laurel para el predestinado”.
Si bien lo favorecían las condiciones del país y su clamor reformista, Núñez
sabía perfectamente que ser inquilino del Palacio de San Carlos era casi un
imposible para él por los poderosos adversarios dentro de su propia colecti-
vidad. Agréguese el charreterismo reinante, en los 55 años de régimen repu-
blicano, con 12 caudillos militares de mandatarios nacionales desde Simón
Bolívar; y, por si fuera poco, caribeño como éste, por lo que Murillo Toro se
retiró de la Embajada de Venezuela, para encabezar la oposición a la candi-
datura del bolivarense e impedir la mulatocracia. Rafael Núñez no estaba
solo. Una pléyade de liberales de los antiguos draconianos y uno que otro
gólgota, se aglutinaron en torno a él y echaron los cimientos de lo que poco
después se llamó el liberalismo independiente. Bien vale la pena destacar de
estos epígonos nuñistas a Julián Trujillo, Miguel Samper, Ezequiel Hurtado,
Francisco Javier Zaldúa, José Manuel Goenaga, José María Campo Serrano,
José Eusebio Otálora.
A pesar de ello, el costeño disidente fue derrotado en las elecciones por el
oficialista radical Aquileo Parra, supuestamente por fraudes cometidos en el
Cauca y Cundinamarca. La Constitución de Rionegro (1863), en su artículo
75, decía que la elección de presidente se hacía por voto de los Estados, con
derecho a uno solo, elegido, a su vez, por estos Electores de las respectivas
circunscripciones.

La primera presidencia
Pero…, ¿cómo reaccionó Rafael Núñez a semejante descalabro? Se pen-
só que se amilanaría, más tratándose de un hombre con tantos alamares col-
gados a su hoja de vida y que, con 50 años a cuestas, veía escapar su turno
histórico presidencial. Como filósofo al fin, Núñez sabía que, según Nietzsche,
“la montaña se escala subiendo sin cesar y no pensar en ello”, y Confucio

9 Boletín de Historia y Antigüedades; Edición oct., nov., dic., Bogotá, 1994. P. 941.
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remataba: “la mayor gloria no debe ser en no haber caído, sino en habernos
levantado cuando caemos”10.
Ya el cartagenero tenía fracasos en su vida pública: cuando intentó ser Re-
presentante a la Cámara por primera vez (1849); cuando, al serlo (1852), aspi-
ró a la presidencia de ella y, más bien, se enfrentó en duelo con Carlos Martín,
ocupante de esa dignidad, quien le perdonó la vida a su contrincante por
encasquillársele su pistola; al perder el debate sobre federalismo con Florentino
González, y, al colapsarse su fulgurante carrera política, con el acceso al poder
de Ospina Rodríguez, tuvo que refugiarse en Cartagena y Panamá, donde es-
tableció una sociedad mercantil con su cuñado Lorenzo Gallegos.
Núñez sabía que un nuevo revés sería lapidario para su porvenir político.
Como las próximas elecciones serían a los dos años por ser el período presi-
dencial de un bienio –según la norma constitucional vigente–, cambió de
estrategia al no postularse nuevamente; decidió debilitar más a sus adversa-
rios al candidatizar al general Julián Trujillo, militar caucano y vencedor de
la guerra civil de 1875 contra los conservadores. Si bien Trujillo estaba al
servicio de Aquileo Parra, Núñez removió en el payanés los rescoldos de su
resentimiento porque los radicales no apoyaron su candidatura a la primera
magistratura en 1872 y 1874.
El aliado del costeño triunfó y le abrió las puertas de la presidencia por el
pacto de doble vía, suscrito entrambos, en que se devolviera el servicio para
los comicios de 1879. Con la maquinaria estatal a su favor lanzó su candida-
tura frente a la del general Tomás Rengifo, de los liberales, polarizados, en
ese momento, entre radicales y los independientes nuñistas.
Al obtener la victoria, el conductor caribeño no se posesionó el 1º de
abril, conforme a lo estipulado constitucionalmente. Se hallaba en Curazao
buscando medicinas para curar su amibiasis crónica; sólo pudo hacerlo ocho
días después, sin la compañía de su mujer Soledad, considerada por sus ene-
migos como concubina, a pesar de su matrimonio civil (París, 1877), vínculo
conyugal implantado por ellos en la Carta Magna del 63.
A contrapelo de lo que se pensaría, al conformar su gabinete de siete
miembros, con miras al acercamiento con sus antiguos compañeros les ofre-
ció la cartera de Relaciones Exteriores, rechazada por ellos.
Al ver que el comportamiento del radicalismo era inclaudicable, y que su
plataforma ideológica requería de un gobierno fuerte y de sólidas bases, le

10 Pedro Vargas Rojas. Diccionario de Máximas. Editorial Printer Ltda.; Bogotá, 1988; p. 138.
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dio participación al conservatismo que “motu proprio” se adhirió a su candi-


datura. Les nombró a Gerardo Obregón, Ministro de Fomento, Carlos
Holguín, Embajador en Inglaterra y España, a Miguel Antonio Caro, direc-
tor de la Biblioteca Nacional; los otros ministros fueron de su liberalismo
independiente: Luis Carlos Rico, Justo Arosemena, Eliseo Payán, Manuel
Fierro, Simón Herrera y José Eusebio Otálora, ocupantes de los ministerios
de Gobierno, Relaciones Exteriores, Guerra, Educación, Tesoro y Hacien-
da, respectivamente11.
Con el 85 por ciento de los liberales en la cúpula gubernativa, se reafirma
su liberalismo; pero con su olfato y pragmatismo políticos avizoró que el
horizonte colombiano dejaría de ser exclusivamente rojo sanguíneo a fin de
compartir sus arreboles con el azul, color del espectro conservador, partido a
la sazón venido a menos, pero que, al menos, era el MAS para el régimen del
filósofo de El Cabrero.

“El ocaso de los dioses”


El segundo período presidencial de Núñez (1884-1886) fue como la en-
tonación de la “Misa de réquiem de Mozart” o “El ocaso de los dioses” de
Wagner para el Olimpo Radical. Este movimiento quiso atajar su regreso
como inquilino del Palacio de Nariño con Solón Wilches, de las mismas
toldas nuñistas, pero fue derrotado abrumadoramente. Ya para esa época el
bolivarense había cohesionado al conservatismo con sus fuerzas liberales
independientes fundando el Partido Nacional, aunque sin identidad jurídica
ni bautizo oficial. Él aspiraba con esta colectividad a implantar un nuevo
orden socioeconómico y desvertebrar los esquemas del Establecimiento, re-
presentado por los radicales y su Constitución rionegrina, convertida en un
permanente barril de pólvora para el país.
La concepción nuñista, compartida por la mayoría de los colombianos,
apuntaba a reformar esa Carta Fundamental. Era desproporcionada en un
país con excesivos ejércitos (uno en cada uno de los nueve Estados Sobera-
nos, y el nacional, el menos poderoso); Estados convertidos en peligrosas
autarquías; diez códigos civiles y penales; libertades desbordantes, libre co-
mercio de armas y municiones en una geografía con tantas hogueras fratricidas,
y, de contera, una Iglesia despojada de sus bienes, fueros y derechos milenarios.
Varias veces tocó las puertas de sus excorreligionarios para que fueran
más racionales y realistas. Al frustrarse, no le quedó más opción, como hom-

11 Gerardo Zabaleta Arias. Núñez el Irreverente; Gráficas Gutemberg, Santa Marta, 2003; p. 146.
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bre pragmático, que contar con los otros adversarios de los radicales, los
conservadores, aplicando el viejo apotegma de que el “enemigo de mi ene-
migo es mi amigo”.
Conforme a la normatividad vigente, Núñez debía posesionarse el 1º de
abril de 1884. Solamente lo hizo el 11 de agosto, casi cuatro meses y medio
después, debido a su perniciosa amibiasis y otras infestaciones intestinales
que lo llevaron otra vez a Curazao.
En su discurso de posesión reafirmó el pensamiento político al decir que
“un partido que ha durado tanto tiempo en el poder, pierde necesariamente
algo de su fuerza original. El partido liberal, en cuyas filas he militado, y en
las cuales espero morir, se ha encontrado en ese caso en los últimos años”.
La definitiva tentativa de reconciliación con el radicalismo la materializó al
conformar su cuerpo ministerial con tres de su grupo independiente, todos
costeños: José María Campo Serrano, Felipe Angulo, Justo Arosemena; dos
conservadores: Vicente Restrepo, Mariano Tanco y dos de los opositores:
Napoleón Borrero y Eustorgio Salgar, luego Santos Acosta12. Núñez insistía
en la unión liberal; incluso les propuso al Olimpo Radical que, en caso de
aceptar modificaciones a su Constitución, él renunciaría de la presidencia,
propuesta que fue rechazada.
Sobre el particular, es oportuno el comentario del ex presidente Eduardo
Santos: “Cuando el doctor Núñez preconizaba reformas que la opinión na-
cional reclamaba, ellos (se refiere a los radicales; la aclaración es nuestra)
cerraban los ojos para no pensar sino en su odiado enemigo. En un enemigo
que multiplicaba sus ofrecimientos de conciliación y que –vinculado funda-
mentalmente a su política liberal– no quería desprenderse de ella. Y en lugar
de abrir paso a las reformas, lo redujeron todo al prurito de cerrarle paso a un
hombre y lo arrojaron al campo a donde él no quería ir”13. Los enemigos del
caudillo costeño optaron por declararle la guerra en 1885 y fueron derrota-
dos lapidariamente en las batallas de La Humareda (El Banco, Magd.) y El
Salao (Norte de Santander)14.

12 A Santos Acosta lo nombró por Eustorgio Salgar, quien dimitió al poco tiempo; Acosta también
se retiró en solidaridad con los radicales, lo mismo que Borrero.
13 G. Zabaleta Arias. Ibídem, pp. 169, 170.
14 En La Humareda los radicales ganaron aparentemente, pero perdieron la mayoría de la oficialidad,
quedando como barco al garete, hundido definitivamente, a los pocos días, en El Salao (N. de
Santander). Se comenta que Núñez dispuso un operativo especial para liquidar a los más
esclarecidos generales radicales.
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Una presidencia para la posteridad


Cuando agonizaba el segundo bienio presidencial de Núñez (1885), y ya
con “el sol a sus espaldas” y sin enemigos a la vista, inició una carrera contra
el tiempo para reestructurar constitucionalmente la nación. Era su mayor reto
y también su mejor momento histórico para cristalizar el supremo desiderá-
tum de su vida: enrumbar al país con una carta de navegación que lo llevara
a una sólida estabilidad institucional y social, tras un pasado proceloso de
guerras fratricidas, cuartelazos y persecuciones anticlericales.
Para ello, dispuso de las herramientas jurídicas con miras a una nueva
Carta Fundamental: Consejo Nacional de Delegatarios, conformado por nueve
conservadores e igual número de liberales, elegidos por sendos Estados So-
beranos (Antioquia, Cauca, Tolima, Cundinamarca, Boyacá, Bolívar, Pana-
má, Magdalena y Santander).
El organismo delegatario eligió a Núñez para su tercera magistratura y
elaboró un Acuerdo Previo, el que, a manera de referéndum, fue aprobado
por las municipalidades colombianas.
En esta matriz institucional se engendró la Constitución de 1886,
quintaesencia del clamor popular de aquella época y que, pese a su derogato-
ria en 1991, sigue aún vivo su postulado medular de “centralización política
y descentralización administrativa”.
Tanto en lo que se llamaría también Asamblea Constituyente como en el Par-
tido Nacional, oficializado el 11 de marzo de 1886, Núñez demostró su liberalis-
mo al propiciar que la mayoría de los directivos estuviera en manos de su partido.

Ejecutorias de Núñez con vigencia secular


Orden Referencias Perdurabilidad
01 Constituci n Pol tica de Colombia (1886) De 1886 a 1991
02 Denominaci n de Repœblica de Colombia Vigente
03 Estructuraci n geopol tica: Departamentos Vigente
04 Per odo presidencial de 6 aæos Hasta 1910: 4 aæos (Reforma
Constitucional)
05 Fecha de posesi n presidencial: 7 de agosto Vigente
06 Instauraci n del centralismo pol tico Vigente
07 Fortalecimiento de la unidad y soberan a nacionales Vigente
08 Creaci n del primer Banco Emisor Vigente
09 Implantaci n del papel moneda Vigente
10 Establecimiento del Concordato (1887) Vigente
11 El Himno Nacional. Oficializaci n (1887) Vigente
12 Creaci n de las Facultades Extraordinarias por el Legislativo. Vigente
13 Fundaci n de la Polic a Nacional (1891)* Vigente
* Debe recordarse que Carlos Holguín era el presidente en ejercicio (encargado); pero Núñez, el
titular, en su tercer período (1886 -1892)
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El manejo de la sicología humana


Aparejado a su pragmatismo filosófico y político, Núñez sabía que para
gobernar una nación se requería, como condición “sine qua non”, el gober-
nar a los hombres y primariamente gobernarse a sí mismo; para lo cual se
imponía el conocer e incursionar en todos los vericuetos de la personalidad
humana.
Conocía a plenitud las voluntades, el sentir, el “modus putandi” y el “mo-
dus operandi” de sus congéneres, con las fortalezas y debilidades. Penetró a
las intimidades de la personalidad y aprendió de Severino Boecio que perso-
na es la “sustancia individual de naturaleza racional”, pero también aprendió
que –según el origen semántico de ese vocablo– se refiere a la máscara y
bocina, utilizados por los actores teatrales grecorromanos, y al papel que a
cada individuo le toca representar ante los demás hombres en el
macroescenario de la sociedad humana15. Ahora bien, ¿qué metodología
empleó para manejar a sus máximos dirigentes y garantizar así la perdurabi-
lidad de sus ejecutorias, prioritariamente de la Carta Fundamental de lo que
se llamó La Regeneración?
A pesar de su complexión delgada, rostro enjuto, hasta feo 16 y enfermi-
zo , poseía una inteligencia extraordinaria, carácter firme e incorruptible,
17

además de una mirada aquilina que penetraba profundamente.


El político costeño escudriñó a ese arcano –como él llamaba al corazón
del hombre en su poesía ¿Qué sais Je?, y a su siquismo, percatándose de que
la naturaleza humana tiene dos grandes tendencias para la superación: la
ambición y la megalomanía. Por lo primero, sabía que era el combustible
volitivo y espiritual para llegar a ser o parecer; por lo segundo, para definiti-
vamente ser. Intuyó que los allegados de su sanedrín querían llegar a ser y,
para ello, no los sentó a sus pies sino junto a él, en el mismo canapé presiden-
cial. Y…. ¿cómo lo hizo?: ¡con las palomas presidenciales! Esto de chances
o inquilinatos efímeros en el Palacio de Nariño para presidenciables fue un

15 Francisco Guil Branes. Sicología General Evolutiva; Editorial Magisterio Español S.A. Madrid,
1969, pp. 68 y 69.
16 “Cuando a don Rafael /Conozcas cuando lo veas,/ tiene tres cosas muy feas/la boca, la mano y él.
17 Según algunos, Núñez adquirió la amibiasis en Liverpool cuando era Cónsul (1869-1874),
enfermedad desconocida; si lo era, ¿cómo se diagnosticó? Al respecto dice Nicolás del Castillo:
“En octubre de 1849 Núñez cae en cama fulminado por un nuevo ataque de disentería; alguien les
habla de un famoso médico en La Habana. Su madre Dolores se embarca con su hijo y llega a La
Habana. Con una curiosa dieta de carne y cerveza convalece rápidamente”. Aún no se había
descubierto la emetina, de la ipecacuana, el primer antídoto eficaz.
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arma de doble filo materializada en la frase nostálgica de “quítenme cuando


quieran”, o en la bravucona “quítenme, que ya no pueden”. Pero el
cartagenero fue más allá. Con su vista de lince y el pragmatismo político que
lo caracteriza, institucionalizó, como un sistema de gobierno, las palomas
presidenciales, unas de corto vuelo y otras de largo alcance.
A estas alturas, séame permitido designar este curioso régimen como la
columbocracia (del latín columba = paloma; y el griego kratos = gobierno),
que tanto incidió en la dinámica estatal y el destino de la nación.

Sus evidencias pragmáticas


1. Su matrimonio podía hacerlo con una hija del magnate Mariano
Arosemena o con la sobrina del general Tomás Herrera; lo hizo
con Dolores Gallegos, cuñada del general José de Obaldía, go-
bernador de Panamá, quien, en fórmula con él, lo llevó a la Cá-
mara de Representantes.
2. En 1854, por su antifederalismo se enfrentó a Florentino González en
la prensa y el Congreso, al combatir este sistema geopolítico; pero dos
años después, para sustraer a Panamá de la coyunda del gobierno con-
servador, fue el autor de la ley que creó ese Estado Federal caribeño, y
así aprovechó este sistema gubernativo.
3. Pese a militar en el liberalismo u Olimpo Radical y combatir sus exce-
sos, como Secretario de Hacienda del presidente Mosquera firmó sus
leyes anticlericales y la expulsión de los Jesuitas.
4. Por esta época (1862), cuando de sonreír se tratara, y adaptarse a las
circunstancias, mostraba los dientes de la sonrisa candorosa; pero ocul-
taba en sus arcadas los colmillos de lo que Juvenal llamó el homo
lupus (hombre lobo). Su concepción giraba en torno a la combinación
de los dos extremos: “ni la comunidad absorba al individuo, ni éste a la
comunidad”. Es lo que denominaba ley de la equidistancia o de la
bisectriz del ángulo.
5. Cuando el gobierno del liberalismo radical le nombró Cónsul, primero
en Le Havre (1864), y luego en Liverpool (1869), Núñez aceptó a
pesar de sus aspiraciones de Embajador de Estados Unidos por sus
precedentes posiciones estatales. Él sabía que esos cargos diplomáti-
cos en Europa eran de menor categoría; pero le sacó el mejor provecho
durante los 10 años de consulado: aprendió francés e inglés, abrevó en
las fuentes doctrinarias de la época, maduró ideológica y políticamen-
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te; pero, ante todo, se convirtió en un dirigente incontaminado y “sin


compromisos con el pasado”.
6. Cuando fue derrotado, en 1876, por Aquileo Parra, para la presidencia
de la República, en los siguientes comicios (1877), su pragmatismo
político lo condujo a reservarse para el bienio (1878-1880). Con sus
huestes, lanzó al liberal caucano Julián Trujillo –dividiendo así al radi-
calismo–, quien, al ganar, después le pagó el favor al cartagenero al
ganar éste las elecciones de 1879, siendo el primer y único presidente
titular de la costa colombiana.
7. A partir de este momento se inició la “Era de Núñez” con la creación
del Partido Nacional –coalición de conservadores y liberales indepen-
dientes– y la del Banco Nacional, el primer emisor del papel moneda,
que acabó con el bimetalismo (oro y plata) del Olimpo Radical,
amputándoles sus manos financieras.
8. Al percatarse de la imposibilidad de reconciliación con el liberalismo
radical, se “lanzó en ristre” para destruirlos. Lo consiguió en las bata-
llas del Salao (N. de Santander) y de La Humareda (Banco, Magdale-
na); en ésta, el costeño, quien dirigía telegráficamente las operaciones,
ordenó arremeter selectivamente contra la oficialidad enemiga, a la que
aniquiló.
9. Con el camino libre, el 11 de noviembre de 1885 presentó su propues-
ta de una nueva Constitución al Consejo de Delegatarios: conforme a
los siguientes parámetros cardinales y sus propias expresiones:
• “Establecer una estructura política y administrativa distinta a la que
casi ha agotado en el país sus naturales fuerzas. El particularismo
enervante debe ser reemplazado por la vigorosa generalidad.
• En Colombia hemos, a la inversa, marchado de la Unidad a la Dis-
persión.
• La reforma política –comúnmente llamada regeneración funda-
mental no será copia de Instituciones extrañas; ella será un tra-
bajo como la codificación natural y fácil del pensamiento y anhelo
de la nación”18.

18. Antonio Rivadeneira Vargas. “Mitos, juicios, prejuicios y verdades sobre El Regenerador”.
Boletín de Historia y Antigüedades, No. 787, oct., nov. y dic.; Bogotá, 1994; p. 929.
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10. El pragmatismo nuñista se condimentaba con ingredientes como el


oportunismo, maniqueísmo y el cinismo dados por las circunstancias y
elementos incidentales de su borrascosa existencia. Y esto lo llevó has-
ta sus intimidades cuando, al enviudar y casarse eclesiásticamente con
Soledad Román, la tarjeta de invitación decía así:
“Rafael Núñez saluda a usted atentamente y tiene el honor de participar
que hoy, ante el altar de San Pedro Claver, elevará a la categoría sacramental
el matrimonio que tiene contraído con doña Soledad Román”19.
Tras este matrimonio, el Regenerador condensó su derrotero en la siguiente
sentencia: “Soy filósofo hasta la médula y obro siempre de acuerdo a lo que
pienso”. Falleció, de derrame cerebral, en Cartagena, el 18 de septiembre de
1894.

Bibliografía
DEL CASTILLO MATHIEU, NICOLÁS. El Primer Núñez; Ediciones Tercer Mundo, Bogotá, 1971.
GÓMEZ ARISTIZÁBAL, HORACIO. La Calumniada Regeneración; Cargraphics S.A. y Agora Editores
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GUIL BLANES, FRANCISCO. Psicología General Evolutiva; Editorial Magisterio Español S. A.; Madrid,
1969.
LEMAITRE, DANIEL. Soledad Román de Núñez; Canal Ramírez Antares Ltda.; Bogotá, 1988.
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LÓPEZ MICHELSEN, ALFONSO. “Rafael Núñez, el más ilustre colombiano del siglo pasado”; Ensayo
publicado en el Boletín de Historia y Antigüedades; Edición oct., nov. dic., 1994.
VARGAS ROJAS, PEDRO. Diccionario de Máximas. Editorial Printer Ltda; Bogotá, 1998.
ZABALETA ARIAS, GERARDO. Núñez el Irreverente; Grafic. Gutemberg; Santa Marta, 2003.

19. Ignacio Arismendi Posada. Gobernantes colombianos 1819-1983, 2ª edición; Italgraf, Bogotá,
1983.

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