Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
org/print/3326
Pero no estaba solo: había otros combatientes envolviendo el campo de batalla. Había
líderes insurgentes imitando nuestros movimientos, compitiendo con nosotros. En
conexión con los dirigentes talibanes en Pakistán, y a menudo directamente enviados
por ellos, se movían por las mismas zonas de Afganistán que nosotros. Apoyaban
públicamente a los gobernadores talibanes en la sombra, motivaban a sus andrajosas
huestes, reclutaban nuevas tropas, distribuían fondos, revisaban las tácticas y
actualizaban su estrategia. Y cuando nuestros aviones no tripulados inundaban el cielo,
sus jefes utilizaban teléfonos móviles e Internet para emitir órdenes y reagrupar a sus
combatientes. Su objetivo era mantener a las dispersas células insurgentes motivadas,
estratégicamente conectadas y constantemente informadas, sin necesidad de una
cadena de mando rígida o fácil de atacar.
AFP/Gettyimages
A pesar de ser una fuerza insurgente con tremendas deficiencias en muchos aspectos,
los talibanes constituyen una amenaza típica del siglo XXI. Además de gozar de la
ventaja tradicional de la insurgencia que supone vivir entre habitantes muy ligados a
ellos por la historia y la cultura, también sacan partido de las sofisticadas tecnologías
que conectan de forma instantánea remotos valles con inaccesibles montañas -y les
permiten lanzar su mensaje al mundo entero, sin obstáculos de tiempo ni filtros. Son
sorprendentemente ágiles y tienen un fuerte arraigo en la compleja sociedad afgana. Y
al igual que su aliada Al Qaeda, estos nuevos talibanes constituyen más una red que un
ejército, más una comunidad de intereses que una estructura corporativa.
Para el Ejército estadounidense en el que pasé mi vida, esta no era una idea fácil de
asimilar. Sólo después de años y sufriendo considerables frustraciones, llegamos a
comprender por qué las redes emergentes de los insurgentes islamistas y de los
terroristas son radicalmente distintas a cualquier enemigo que EE UU haya conocido o al
que se haya enfrentado antes.
La primera vez que fui a Irak, en octubre de 2003, al mando de una Fuerza
Conjunta de Operaciones Especiales estadounidense (JSOTF, en sus siglas en inglés)
que se había reducido hasta un tamaño relativamente pequeño en los meses
posteriores a la invasión inicial, detectamos crecientes amenazas provenientes de
múltiples fuentes, pero sobre todo de Al Qaeda en Irak (AQI). Iniciamos un examen de
nuestro enemigo, y de nosotros mismos. Ninguno de los dos era fácil de comprender.
Pero cuanto más de cerca los observábamos, menos se sostenía el modelo. Los
tenientes de Al Qaeda en Irak no esperaban a recibir notas de sus superiores, mucho
menos órdenes de Bin Laden. Las decisiones no estaban centralizadas, y sin embargo
se tomaban con rapidez y se comunicaban de forma horizontal a toda la organización.
Los combatientes de Al Zarqaui estaban adaptados a las zonas que frecuentaban, como
Faluya y Qaim en la provincia de Anbar, al oeste de Irak, pero también, y gracias a la
tecnología moderna, se relacionaban de forma estrecha con el resto de la provincia y
del país. Información, dinero y propaganda fluían a niveles alarmantes, permitiendo una
coordinación eficaz y ágil. Observamos que sus tácticas cambiaban (de los ataques con
cohetes a los atentados suicidas, por ejemplo) casi simultáneamente en diferentes
ciudades. Era una coreografía letal, lograda con una estructura en cambio constante, a
menudo irreconocible.
Todo esto les daba flexibilidad y les otorgaba una impresionante capacidad para crecer
y para soportar las pérdidas. El enemigo no convoca juntas de calificaciones [para
decidir ascensos]; la red se da forma a sí misma. Observamos cómo un joven iraquí se
instalaba en un barrio y ganaba importancia rápidamente: después de alcanzar cierto
éxito táctico, se promocionaba, trababa relaciones, captaba seguidores, y de repente,
se creaba un nuevo nodo, que era absorbido por la red. La energía de ésta se
incrementaba.
desigual e inesperada, que a menudo desaparecen con la misma rapidez con la que
surgían, parpadeando en nuestro campo de visión sólo un momento.
Nos dimos cuenta de que teníamos que lograr la capacidad para detectar rápidamente
cambios complejos, ya fueran nuevas personalidades y alianzas o cambios súbitos de
tácticas. Y debíamos procesar esa nueva información en tiempo real para poder actuar
sobre ella. Una granizada de brasas calientes estaba cayendo a nuestro alrededor y
teníamos que verlas, coger las que pudiéramos y reaccionar inmediatamente ante las
que no capturábamos y estaban empezando a incendiar el suelo.
Además, las pocas antenas que coronaban el techo del tráiler eran incapaces de
bombear a tiempo la suficiente información clasificada entre ellos y el cuartel general de
nuestra fuerza conjunta (u otros equipos en Irak). No era un puesto fronterizo aislado,
gracias al notable equipo que tripulaba la iniciativa. Pero lo parecía.
Esa noche, en el avión de vuelta a Bagdad, dibujé un reloj de arena en un bloc de notas
amarillo. La mitad superior representaba el equipo en Mosul; la otra, el cuartel general
de nuestra fuerza de tarea. Solo se tocaban en un punto angosto. Arriba, nuestro
equipo en Mosul acumulaba conocimientos y experiencia, pero carecía del ancho de
banda y del personal de inteligencia necesarios para transmitir, recibir o digerir la
información suficiente para informar de manera eficaz a su cuartel general de la fuerza
conjunta, que poseía mayor capacidad, ni para beneficiarse de esta. Por todo el país -en
Tikrit, Ramadi, Faluya, Diyala- estábamos librando campañas igual de
compartimentadas. Esto hizo nuestra lucha terriblemente difícil y potencialmente
condenada al fracaso.
Pero reorganizarnos para contrarrestar a nuestro enemigo era algo muy fácil de decir
pero más difícil de hacer, sobre todo porque nos llevó tiempo aprender qué era lo que
diferenciaba a una red. A media que estudiábamos, experimentábamos y nos
adaptábamos, se hizo evidente que una red eficaz implica mucho más que la
transmisión de datos. Esta comienza con una fuerte conectividad de comunicaciones,
pero también se aprovecha de la proximidad física y cultural, se beneficia de unos fines
compartidos, utiliza procesos establecidos de toma de decisiones y tira de las relaciones
personales y la confianza. En última instancia, se define por su gran capacidad para
permitir a sus miembros ver, decidir y actuar con eficacia. Pero la transformación de
una estructura militar tradicional en una red realmente flexible y competente es un
proceso difícil.
Nuestro primer paso fue la creación física de la red. Convencimos a las agencias
asociadas al JSOTF para que se reunieran con nosotros en una gran carpa en una de
nuestras bases para compartir y procesar la inteligencia en una sola ubicación. Los
operadores y analistas de múltiples unidades y organismos se sentaron juntos e
intentamos fusionar nuestra inteligencia y nuestras acciones operativas -y nuestras
culturas- en un esfuerzo unificado. Esto puede parecer obvio, pero en aquel momento
no lo era. Demasiado a menudo, la inteligencia ascendía por la cadena de mando en
silos organizativos- y llegaba demasiado tarde para que los combatientes pudieran
emprender acciones vitales.
Estaba claro, sin embargo, que en este proceso de fusión habíamos creado solo una red
parcial: cada agencia u operación tenía un representante en la carpa, pero eso no es
suficiente. La red necesitaba ampliarse para incluir a todos elementos relevantes que
estaban operando en el espacio de la batalla. Las redes incompletas o no conectadas
pueden dar una impresión de efectividad, pero son como un mecanismo diseñado al
milímetro, pero cuyo movimiento no pone en marcha ningún otro engranaje.
Pero llevó tiempo llegar a ese punto. El proceso comenzó como una cadena lineal,
relativamente ineficaz. Por costumbre (e ignorancia), cada elemento daba al siguiente
grupo la cantidad mínima de información necesaria para que pudiera completar su
tarea. A falta de suficientes objetivos comunes o información de situación, cada
componente aportaba mucho menos de lo que podía o debía a los resultados.
La clave era reducir los parpadeos, y lo hicimos intentando crear una conciencia
compartida por todos los niveles de los equipos de contraterrorismo. Empezamos por
compartir información: los vídeos transmitidos por los aviones no tripulados se
enviaban a todos los integrantes, no sólo a los analistas de reconocimiento y vigilancia
que los controlan. Cuando se ponía en marcha una operación, la información se
comunicaba continuamente a y desde el equipo de combate, para que unos
especialistas de inteligencia a kilómetros de distancia pudieran alertar al equipo sobre el
terreno acerca de lo que podrían encontrar de valor en la escena y dónde podría estar.
La inteligencia obtenida in situ se lanzaba al instante y de forma electrónica desde el
objetivo a los analistas, que podían traducirla a datos útiles mientras los operadores
todavía estaban asegurando habitaciones y devolviendo el fuego. Este conocimiento se
enviaba de nuevo al emisor, a nuestras fuerzas de inteligencia y vigilancia que estaban
siguiendo los resultados de la incursión en tiempo real.
Artículos relacionados
Links:
[1] http://www.fp-es.org/temas/defensa
[2] http://www.fp-es.org/regiones/estados-unidos
[3] http://www.fp-es.org/marzo-2011
[4] http://www.fp-es.org/autor/stanley-mcchrystal
[5] http://www.fp-es.org/corregir-el-rumbo-afgano
[6] http://www.fp-es.org/el-estado-paralelo-taliban
[7] http://www.fp-es.org/la-peor-pesadilla-de-afganistan
[8] http://www.fp-es.org/afganistan-desde-el-prisma-paquistani
[9] http://www.fp-es.org/depende-afganistan
[10] http://www.fp-es.org/guia-de-pakistan-para-idiotas
[11] http://www.fp-es.org/depende-pakistan
[12] http://www.fp-es.org/la-larga-guerra-contra-los-talibanes
[13] http://www.fp-es.org/manual-de-contrainsurgencia
[14] http://www.fp-es.org/pakistan-juega-al-vamos-a-negociar