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ALPOSTANOS
Nº 1
2011
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ÍNDICE
Presentación p. 3
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PRESENTACIÓN
RADULFUS
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Me llamo Radulfus, con nombre latino, y Rolo de Capital, con nombre popular.
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Cf.: http://es.wikipedia.org/wiki/Luis_Alposta.
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Yo viví en lo que también se llama Belgrano R, aunque Borges, cuando visitaba a su
prima Norah Lange (en la otra cuadra de la que era mi casa), entendía que eso era Villa
Urquiza. A este respecto, léase a Alposta en uno de sus deliciosos Mosaicos Porteños:
“Acerca de Borges y Villa Urquiza” (http://www.noticiabuena.com.ar/MP66.html).
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VILLA URQUIZA: SUS ORÍGENES
LUIS ALPOSTA
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al puerto sino, también, para amasar con ella los primeros ladrillos que le
dieron origen al barrio.
PRIMEROS PROPIETARIOS
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por Vicente Chas, E. Lacroze y Pedro Delponti (este último, Bucarelli
hasta Andonaegui, entre La Pampa y Juramento).
FUNDACIÓN
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calles se cortasen en ángulo recto, nos estaba predeterminando, a 2500
años de distancia, la cuadratura de la manzana, y la perpendicularidad de
Triunvirato y Monroe. En estos pagos, conocidos en su prehistoria como
Lomas Altas, el sistema de cuadrícula entró en vigencia, como ya dije, el
2 de octubre de 1887 con apenas 30 manzanas, para llegar a las 427 con
que cuenta en la actualidad.
LUIS ALPOSTA
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A FERNANDO SORRENTINO, NOMBRADO VECINO
ILUSTRE DE VILLA URQUIZA
Doctis narrationibus
prosa in oratione,
Ferdinande, risulum
in nobis seris; seriis
autem nos instruis,
amice. Iure Vicinus
Illustris nominaris.
Et vicus certe tuus
tuis litteris et imagine
gaudet. Utinam omnes
cives scriptores suos
colere scirent.1
Fernando Sorrentino
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‘Con tus doctas narraciones en prosa, Fernando, pones en nosotros la risa; pero nos
instruyes con cosas serias, amigo. Con toda razón eres nombrado Vecino Ilustre. Y sin
duda tu barrio se alegra con tus escritos y con tu figura. Ojalá todos los ciudadanos
supieran honrar a sus escritores.’
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TEORÍA Y PRÁCTICA
FEDERICO CAIVANO1
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El autor es estudiante universitario, vecino de Villa Urquiza.
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Y fue entonces que se le ocurrió: “–¿Por qué no acercarme y
preguntarle su nombre aunque sea? Puedo intentar siendo honesto,
diciéndole que me gustaría conocerla. Sería mucho menos invasivo e
insidioso que lo que traman estas víboras al lado mío. Y de última, si la
situación se vuelve incómoda me bajo y no la veo nunca más, como me
pasó ya miles de veces…”
Manuel tomó coraje y se levantó. Pidió permiso y se paró
enfrente de la muchacha, que estaba tímidamente observando el piso. Él
la miró a los ojos y le dijo: –Hola. –Ella levantó la cabeza y lo miró con
los ojos entrecerrados, como intentando acordarse de si lo conocía de
alguna parte. –Soy Manuel Gallo… 22 años. –titubeó torpemente.
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La muchacha… perpleja... Finalmente… contestó con honestidad:
–Sí, supongo que algo de razón tenés.
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como pudo. A partir de ahí todo el mundo parecía haberse puesto en su
del lado de la muchacha de repente y sin razón aparente. Incluso (y en
especial) los que no habían visto nada. Sólo la mirada nerviosa e
incómoda de Pablo parecía ser lo que llevaba a la gente a deducir que
debía ser un psicópata.
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–Sí, me parece que sí.
–Ah, está bien. –dijo, con un tono triste.- Me tengo que bajar en la
próxima.
A Manuel se le iluminó el rostro.
–¿En serio? ¡Yo también! Es raro que nunca te haya visto por acá.
Vengo todos los días…
–O por ahí sí me viste, ¿quién sabe? El problema es que no me
conocías. –mostró una sonrisa dulce y a Manuel se le volvió a encender
el corazón. Cuando salieron del subte se ofreció a acompañarla hasta su
casa y ella, muy complacida, aceptó. Cuando llegaron, trataron de
postergar la despedida cuanto tiempo fuera posible, pero ya empezaba a
oscurecer y a ambos los esperaba su familia en sus casas.
Intercambiaron números de teléfono y se saludaron amicalmente para
no apresurar las cosas. Ella le dio un beso en la mejilla y alejó un poco
el rostro. Él respondió con otro beso en la otra mejilla y tomó una
respetuosa distancia. Mientras la veía entrar a la casa un solo
pensamiento paseaba por su mente: “Tal vez siempre estuvo ahí y nunca
la había visto ¡Menos mal que le hablé!”
Lo primero que hizo cuando salió del subte fue sacar el libro y un
encendedor. Buscó el tacho de basura más cercano y lo prendió fuego
ahí mismo. Las últimas palabras de encono de Pablo fueron: “¡Qué
estupidez!”. Las últimas palabras del libro, que fueron las únicas que no
consumieron las llamas, fueron: “Tal vez...”
FEDERICO CAIVANO
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