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INTELIGENCIA EMOCIONAL

MSC.SERGIO RODRIGUEZ
BREVE INTRODUCCIÓN
• La Inteligencia Emocional es uno de los conceptos clave para comprender el
rumbo que ha tomado la psicología en las últimas décadas.
• De un modelo preocupado fundamentalmente en los trastornos mentales por
un lado y por las capacidades de razonamiento por el otro, se ha pasado a
otro en el que se considera que las emociones son algo intrínseco a nuestro
comportamiento y actividad mental no patológica y que, por consiguiente,
son algo que debe ser estudiado para comprender cómo somos.
• Así pues, la Inteligencia Emocional es un constructo que nos ayuda a entender
de qué manera podemos influir de un modo adaptativo e inteligente tanto
sobre nuestras emociones como en nuestra interpretación de los estados
emocionales de los demás. Este aspecto de la dimensión psicológicca
humana tiene un papel fundamental tanto en nuestra manera de socializar
como en las estrategias de adaptación al medio que seguimos.
La historia de la inteligencia emocional
• Los psicólogos han estudiado la inteligencia emocional desde que el concepto de “inteligencia social” fue
introducido por Edward Thorndike en 1920. Luego, Howard Gardner se basó en esta teoría y agregó la
idea de que más de un tipo de inteligencia contribuye a la habilidad cognitiva. En su libro de 1983
Estructuras de la mente: La teoría de las inteligencias múltiples, Gardner introdujo el concepto de
inteligencia interpersonal e intrapersonal.

• Sin embargo, el término “inteligencia emocional” no obtuvo popularidad sino hasta la publicación en
1995 del libro La inteligencia emocional, escrito por el periodista científico Daniel Goleman. En su libro,
Goleman define la inteligencia emocional y establece la importancia del coeficiente emocional para el
liderazgo.

• Luego, en 2004, Peter Salovey y John Mayer ampliaron el alcance y comprensión de la inteligencia
emocional. Solvey y Mayer desarrollaron la teoría del rasgo para desarrollar y medir la inteligencia
emocional. Esto derivó en la primera prueba de inteligencia emocional, el test de inteligencia emocional
Mayer-Salovey-Caruso (MSCEIT, por sus siglas en inglés).

• Hoy en día, la inteligencia emocional es estudiada por una gran variedad de psicólogos que buscan
entender las diferentes competencias emocionales, las habilidades interpersonales que contribuyen a la
inteligencia emocional, y la diferencia entre el coeficiente emocional y el coeficiente intelectual. Aunque
muchos psicólogos no estén de acuerdo en los detalles exactos de la inteligencia emocional, la mayoría
coincide en que es una habilidad que puede desarrollarse con práctica y entrenamiento.
¿Qué es Inteligencia Emocional?

• La inteligencia emocional refiere a las


capacidades y habilidades psicológicas que
implican el sentimiento, entendimiento, control
y modificación de las emociones propias y
ajenas.
Una persona emocionalmente inteligente es
aquella capaz de gestionar satisfactoriamente las
emociones para lograr resultados positivos en
sus relaciones con los demás.
Inteligencia Emocional: ¿en qué consiste?

• Siempre hemos oído decir que el Cociente intelectual (IQ) es un buen indicador para
saber si una persona será exitosa en la vida. La puntuación del test de inteligencia,
decían, podría establecer una relación fuerte con el desempeño académico y el éxito
profesional. Esto no es en sí incorrecto, pero nos ofrece una imagen sesgada e
incompleta de la realidad.
• De hecho, los investigadores y las corporaciones empezaron a detectar hace unas
décadas que las capacidades y habilidades necesarias para tener éxito en la vida eran
otras que iban más allá del uso de la lógica y la racionalidad, y éstas capacidades no eran
evaluables mediante ningún test de inteligencia. Es necesario tener en cuenta una
concepción más amplia de lo que son las habilidades cognitivas básicas, aquello que
entendemos que es la inteligencia.
• Prueba de ello es que empezaron a ganar terreno algunas teorías de la inteligencia que
intentaban comprenderla desde ópticas diferentes, como la
Teoría de las Inteligencias Múltiples de Howard Gardner, la teoría de Raymond Cattell (y
otros) que explicaba las diferencias entre Inteligencia fluida y cristalizada, o la
Inteligencia Emocional, concepto desarrollado por los psicólogos Peter Salovey y John
Mayer y que popularizó Daniel Goleman.
A fin de cuentas, nuestra capacidad para adaptarnos al entorno o solo pasa por
comprender lo que ocurre a nuestro alrededor desde una perspectiva lógico-
matemática; también debemos ser capaces de entendernos a nosotros mismos y a
los demás. No en vano el ser humano es una especie altamente social, por lo que
disponemos de una rica faceta emocional que expresa nuestros estados internos de
diversas maneras y nos hace capaces de conectar con ellos. Desperdiciar este tipo
de información (que no siempre puede ser plasmada en palabras o con números)
sería perder capacidad para responder a las exigencias el día a día viviendo en
sociedad y aspirando a lograr objetivos a medio y largo plazo, más allá de lo que
puede ser atendido cediendo a nuestros impulsos.
Las emociones juegan un papel vital en nuestro día a día

Si pensamos detenidamente en la trascendencia de nuestras emociones en nuestra vida diaria


nos daremos cuenta rápidamente que son muchas las ocasiones en que éstas influyen
decisivamente en nuestra vida, aunque no nos demos cuenta. Podríamos plantearnos: (1)
¿Compré mi coche haciendo cálculos sobre la rentabilidad y los comparé con otros modelos y
marcas? (2) ¿Elegí a mi pareja porque era objetivamente la mejor opción? (3) ¿Es mi empleo el
que me ofrece el mejor salario? Gran parte de nuestras decisiones son influenciadas en
mayor o menor grado por las emociones.
Ante esta realidad, cabe resaltar que existen personas con un dominio de su faceta emocional
mucho más desarrollado que otras. Y resulta curiosa la baja correlación entre la inteligencia
clásica (más vinculada al desempeño lógico y analítico) y la Inteligencia Emocional. Aquí
podríamos ejemplificar esta idea sacando a colación el estereotipo de estudiante “empollón”;
una máquina intelectual capaz de memorizar datos y llegar a las mejores soluciones lógicas,
pero con una vida emocional y sentimental vacía. Por otro lado, podemos encontrar personas
cuyas capacidades intelectuales son muy limitadas, pero en cambio consiguen tener una vida
exitosa en lo que refiere al ámbito sentimental, e incluso en el profesional.
Este par de ejemplos llevados al extremo son poco habituales, pero sirven para percatarse de
que es necesario prestar más atención a esta clase de habilidades emocionales, que pueden
marcar nuestra vida y nuestra felicidad tanto o más que nuestra capacidad para puntuar alto
en un test de inteligencia convencional. Para eso es importante profundizar en la Inteligencia
Emocional.
Elementos de la Inteligencia Emocional
*El principal divulgador de la Inteligencia Emocional, el psicólogo estadounidense Daniel
Goleman, señala que los principales componentes que integran la Inteligencia Emocional
son los siguientes:

1. Autoconocimiento emocional (o autoconciencia emocional)

Se refiere al conocimiento de nuestros propios sentimientos y emociones y cómo nos


influyen. Es importante reconocer la manera en que nuestro estado anímico afecta a nuestro
comportamiento, cuáles son nuestras capacidades y cuáles son nuestros puntos débiles.
Mucha gente se sorprende de lo poco que se conocen a ellos mismos.

Por ejemplo, este aspecto nos puede ayudar a no tomar decisiones cuando estamos en un
estado psicológico poco equilibrado. Tanto si nos encontramos demasiado alegres y
excitados, como si estamos tristes y melancólicos, las decisiones que tomemos estarán
mediadas por la poca racionalidad. Así pues, lo mejor será esperar unas horas, o días, hasta
que volvamos a tener un estado mental relajado y sereno, con el que será más sencillo poder
valorar la situación y tomar decisiones mucho más racionales.
2. Autocontrol emocional (o autorregulación)
El autocontrol emocional nos permite reflexionar y dominar nuestros sentimientos o
emociones, para no dejarnos llevar por ellos ciegamente. Consiste en saber detectar las
dinámicas emocionales, saber cuáles son efímeras y cuáles son duraderas, así como en ser
conscientes de qué aspectos de una emoción podemos aprovechar y de qué manera podemos
relacionarnos con el entorno para restarle poder a otra que nos daña más de lo que nos
beneficia.
Por poner un ejemplo, no es raro que nos enfademos con nuestra pareja, pero si fuéramos
esclavos de la emoción del momento estaríamos continuamente actuando de forma
irresponsable o impulsiva, y luego nos arrepentiríamos. En cierto sentido, buena parte de la
regulación de las emociones consiste en saber gestionar nuestro foco de atención, de manera
que no se vuelva contra nosotros y nos sabotee.
Se ha observado que la capacidad de autocontrol está muy ligada a la habilidad a la hora de
utilizar el lenguaje: en muchos aspectos, saber gestionar adecuadamente las propias
emociones depende de encontrar narrativas que nos permitan priorizar más unos objetivos a
largo plazo que otros que tienen que ver con ceder a los impulsos de lo inmediato. Esto encaja
con el hecho de que la Inteligencia Emocional comparte tiene mucho en común con la
Inteligencia Verbal; tal y como se ha visto al analizar las puntuaciones en pruebas de
inteligencia de muchos individuos, ambos constructos psicológicos se solapan mucho.
3. Automotivación

Enfocar las emociones hacia objetivos y metas nos permite mantener la motivación y establecer
nuestra atención en las metas en vez de en los obstáculos. En este factor es imprescindible
cierto grado de optimismo e iniciativa, de modo que tenemos que valorar el ser proactivos y
actuar con tesón y de forma positiva ante los imprevistos.

Gracias a la capacidad de motivarnos a nosotros mismos para llegar a las metas que
racionalmente sabemos que nos benefician, podemos dejar atrás aquellos obstáculos que solo
se fundamentan en la costumbre o el miedo injustificado a lo que puede pasar.

Además, la Inteligencia Emocional incluye nuestra habilidad a la hora de no ceder a las metas a
corto plazo que pueden llegar a eclipsar los objetivos a largo plazo, a pesar de que los segundos
fuesen mucho más importantes que los primeros si nos fueran ofrecidos también a corto plazo
(proyectos ambiciosos, planes de ganar mucha experiencia, etc.).
4. Reconocimiento de emociones en los demás (o empatía)

Las relaciones interpersonales se fundamentan en la correcta interpretación de las señales


que los demás expresan de forma inconsciente, y que a menudo emiten de forma no
verbal. La detección de estas emociones ajenas y sus sentimientos que pueden expresar
mediante signos no estrictamente lingüísticos (un gesto, una reacción fisiológica, un tic) nos
puede ayudar a establecer vínculos más estrechos y duraderos con las personas con que
nos relacionamos.

Además, el reconocer las emociones y sentimientos de los demás es el primer paso para
comprender e identificarnos con las personas que los expresan. Las personas empáticas son
las que, en general, tienen mayores habilidades y competencias relacionadas con la IE.
5. Relaciones interpersonales (o habilidades sociales)

Una buena relación con los demás es una fuente imprescindible para nuestra felicidad
personal e incluso, en muchos casos, para un buen desempeño laboral. Y esto pasa por saber
tratar y comunicarse con aquellas personas que nos resultan simpáticas o cercanas, pero
también con personas que no nos sugieran muy buenas vibraciones; una de las claves de la
Inteligencia Emocional.

Y es que este tipo de inteligencia está muy relacionado con la Inteligencia Verbal, de manera
que, en parte, se solapan entre sí. Esto puede ser debido a que parte del modo en el que
experimentamos las emociones está mediado por nuestras relaciones sociales, y por nuestra
manera de comprender lo que dicen los demás.

Así, gracias a la Inteligencia Emocional vamos más allá de pensar en cómo nos hacen
sentirnos los demás, y tenemos en cuenta, además, que cualquier interacción entre seres
humanos se lleva a cabo en un contexto determinado: quizás si alguien ha hecho un
comentario despectivo sobre nosotros es porque siente envidia, o porque simplemente
necesita basar su influencia social en este tipo de comportamientos. En definitiva, la
Inteligencia Emocional nos ayuda a pensar en las causas que han desencadenado que otros
se comporten de un modo que nos hace sentirnos de un modo determinado, en vez de
empezar pensando en cómo nos sentimos y a partir de ahí decidir cómo reaccionaremos ante
lo que otros digan o hagan.
Las cuatro características de la inteligencia emocional de John Mayer y Peter Salovey

Mayer y Salovey también identificaron cuatro características de la inteligencia emocional


durante su investigación:

Percepción emocional: La habilidad de identificar las emociones que otras personas están
sintiendo. El autoconocimiento y la habilidad de reconocer las emociones propias también
entran en esta categoría.

Facilitación emocional del pensamiento: La habilidad de aprovechar las emociones que


percibes —ya sean las propias o las de los demás— para apoyar otros procesos cognitivos como
la resolución de problemas o la toma de decisiones.

Comprensión emocional: La habilidad de entender cómo las emociones se relacionan entre sí,
y cómo estas emociones impactan en tus acciones y las acciones de otras personas.

Regulación emocional: La habilidad de regular las emociones en uno mismo y en otros.


Regular tus propias emociones significa mitigar o distanciarte de una emoción para enfocarte en
una situación particular. Sin embargo, esta característica también incluye gestionar las
emociones de quienes te rodean para poder cumplir tus metas.
¿Por qué las empresas necesitan este tipo de inteligencia?

Hoy en día son muchas las corporaciones que invierten grandes sumas de dinero en formar a sus
empleados en Inteligencia Emocional. La razón de esta apuesta estriba en que las empresas se
han dado cuenta de que una de las claves del éxito comercial y de la venta de sus productos
radica en el grado en que sus trabajadores son capaces de reconocer y controlar sus emociones,
así como las de sus clientes.

Es casi impensable concebir un comercial de ventas que carezca de habilidades en el trato con
los clientes, un empresario sin motivación para la dirección de su compañía o un negociador que
no sepa capaz de controlar sus impulsos y emociones. Todo el conocimiento técnico basado en
la mejor relación entre estudios académicos y experiencia no será ninguna garantía para estas
personas, porque tarde o temprano malograrán operaciones económicas por un deficiente
conocimiento de sus emociones.
Los beneficios de un coeficiente emocional alto

Los estudios han demostrado que la inteligencia emocional es igual de importante, o a veces más importante, que la
inteligencia tradicional. Según un estudio de 2016, una inteligencia emocional alta es más significativa para un excelente
trabajo en equipo que un coeficiente intelectual alto. Estudios adicionales han demostrado que la inteligencia emocional
alta da lugar a un desempeño laboral y liderazgo mejores.

La inteligencia emocional se trata de entender tus propias emociones y las emociones de los demás. Una inteligencia
emocional alta te ayuda a:

Colaborar de manera efectiva con los miembros de tu equipo

Pensar antes de actuar o reaccionar

Reducir tus reacciones viscerales o impulsos

Superar problemas, tanto en casa como en el lugar de trabajo

Atender conflictos

Comunicarte en el lugar de trabajo

Resolver problemas

Forjar relaciones más sólidas

Conectar con tus emociones

Empatizar con los demás


10 pasos necesarios para mejorar tu inteligencia emocional

1. Detecta la emoción que hay detrás de tus actos

Casi todos vivimos desconectados de nuestras emociones. Las experiencias negativas que
sufrimos durante nuestra vida nos enseñan a aislarnos de las emociones para protegernos.
No puedes eliminar tus emociones, pero debes ser capaz de conectar con ellas y entender
cómo influyen sobre ti. Cuando algo te haga actuar o sentirte de una determinada forma,
párate un segundo, reflexiona sobre la emoción que hay detrás, y encuentra su origen.
Al principio quizás no sepas por qué actúas o te sientes como lo haces. No desesperes. No
estás entrenado para hacerlo. Pero a medida que vayas centrándote en tus sentimientos
empezarás a encontrar las respuestas.
2. Amplia tu vocabulario (emocional)
Sólo hay cuatro emociones básicas a partir de las cuales se crean todas las demás: alegría,
tristeza, enfado y miedo (aunque algunos autores añaden sorpresa y angustia).
Cuando intentes reconocer tus emociones te quedes sólo con ellas. No basta con decir
“Vale, he identificado mi emoción y es la tristeza”. No. Debes ser lo más específico posible.
Los nombres que pongas a tus emociones te ayudarán a entender cómo te estás sintiendo
y por qué. No digas “Estoy triste” si las palabras que mejor describirían tu estado emocional
serían decepcionado, compungido, melancólico o herido. Sé concreto.
Tener un vocabulario rico con el que describir exactamente tus sentimientos es muy
importante. No dominar el lenguaje limita el conocimiento de lo que estás experimentando,
creando la sensación de que no sabes lo que te pasa.
3. No te dejes engañar por las apariencias emocionales

Muchas veces las emociones primarias desencadenan otras emociones, y eso nos lleva al error
de creer que lo que realmente estamos sintiendo es la emoción secundaria.

Voy a ponerte un ejemplo.

Imagínate que te sientes traicionado porque descubres por una tercera persona que alguien que
considerabas uno de tus mejores amigos no te ha invitado a su fiesta de cumpleaños.

Aparentemente la emoción sería la traición, cuyo componente básico es el enfado.

¿Pero lo es realmente?

Si profundizaras en qué ha provocado tu enfado, probablemente descubrirías que la emoción


original causante de tu enfado es la tristeza. Estás enfadado con tu amigo porque te ha causado
mucha tristeza comprobar que tu amistad no tiene para él el valor que tú esperabas.
4. No juzgues la forma en que te sientes

Las emociones tienen una única función: darte información sobre lo que está ocurriendo. Si
pudieras reprimirlas estarías a ciegas y no sabrías como reaccionar.

Las emociones negativas te previenen. No luches contra ellas. Debes entenderlas y obtener
toda la información posible para enfrentarte al reto del que te están alertando.

El miedo te avisa de que no tienes recursos para abordar lo que está sucediendo. Refleja una
desproporción entre la situación y los recursos con los que cuentas.

El enfado lo sientes cuando vulneran tus derechos o necesidades. Te empuja hacia el ataque
o la defensa para hacerte respetar.

La tristeza te indica la pérdida de algo valioso para ti y te prepara para superar esa ausencia.

Sientes alegría cuando algo te resulta agradable. Te motiva a experimentarla de nuevo con
conductas que vuelvan a generarla.

Considera tus emociones no como algo bueno o malo, sino como la fuente de información que
te ayudará a ser más consciente de ti mismo.
5. Descubre el mensaje oculto de tu lenguaje corporal

Si te cuesta identificar tus emociones, fijarte en tu lenguaje corporal te dará muchas pistas
de lo que está ocurriendo en tu interior.

Por ejemplo, hay gente que al inicio de un enfado se cruza de brazos porque empieza a
sentirse agredido. Si relacionas este tipo de cambios en el lenguaje corporal con tus
emociones serás capaz de detectarlas mucho antes.
Y no sólo se trata de cambios posturales. Las emociones también provocan
manifestaciones fisiológicas automáticas como rubor cuando te enojas o presión en el
pecho cuando estás triste.
Empieza a encontrar patrones en las sensaciones físicas que experimentas cuando se
desencadenan en ti determinadas emociones y te convertirás en un maestro Jedi
emocional.
6. Controla lo que piensas para controlar cómo te comportas
Muchas personas se excusan diciendo que en los momentos emocionales pierden el control y no son dueños
de sus actos. Pero sólo tienen razón en parte.

Los sentimientos son el resultado de la emoción y de lo que piensas sobre esa emoción. No puedes evitar la
emoción, pero sí que puedes modificar tus pensamientos al respecto.
La próxima vez que sientas una emoción, presta atención porque significa que en breve te va a invadir un
pensamiento. Decide entonces qué pensamiento quieres tener y cómo deseas comportante.

Y si todo falla, existen algunas otras técnicas de emergencia que pueden ayudarte:

Si estás muy nervioso o ansioso, refréscate la cara con agua muy fría e intenta que te dé el aire. Se ha
comprobado que el frío puede reducir la ansiedad.

Evita las bebidas con cafeína. Los estudios evidencian que incrementan tu nerviosismo y niveles de
ansiedad.

¡Ejercicio! Todo lo que se diga sobre las ventajas de hacer deporte con moderación me parece poco. Se
ha demostrado científicamente que reduce la ansiedad y mejora la confianza en ti mismo.

Duerme lo necesario. Cuando duermes generas endorfinas y reduces los niveles de cortisol, la hormona
del estrés. Por eso cuando no has dormido bien estás más irritable.
7. Busca el porqué de los demás

El error que comente casi todo el mundo cuando observa una reacción en alguien es
juzgar únicamente la reacción, cuando detrás de ella hay muchísimo más oculto a sus
ojos.

Acostúmbrate a pensar en qué sentimientos puede haber detrás de esa reacción. ¿Qué
emociones y pensamientos puede estar experimentando esa persona? Si te está
insultando, ¿es posible que te tenga miedo y crea que la mejor forma de defenderse sea
alterándote?

Buscando el porqué de las reacciones conseguirás entender a las personas. Y te advierto


que cuando cojas el hábito de hacerlo te costará enfadarte con la gente, porque
comprenderás entonces que casi todo el mundo tiene motivos para hacer lo que hace.
8. Lleva un diario emocional (el efecto Bridget Jones)

Otra forma muy práctica y eficaz para mejorar tu inteligencia emocional es la de apuntar en
una libreta tus sentimientos diarios. Los escáneres cerebrales han demostrado que escribir
tus emociones en una libreta reduce la actividad de la amígdala, responsable de la
intensidad emocional.
Este beneficio fue especialmente evidente en el género masculino, y todavía más cuando
fueron escritas a mano en lugar de tecleadas en un ordenador.
9. Expresa tus emociones de forma asertiva

Ahora que ya sabes identificar y poner nombre a tus emociones, el siguiente paso sería
aprender a expresarlas sin efectos adversos mediante la asertividad.

La fórmula general es “Me siento X (emoción) cuando haces Y (conducta) en la situación Z”,
teniendo en cuenta lo siguiente: Define concretamente la emoción X (oprimido, asustado,
eufórico, etc)
Expresa tu emoción en primera persona
Comunica la conducta Y que te provoca esa emoción, no las intenciones (no juzgues)
Termina expresando lo que necesitas
Evita usar frases que empiecen por “Tú” y continúen con un juicio o acusación
Un ejemplo sería: “Me siento poco valorado porque llevo 5 años sin aumento de sueldo en
esta empresa a pesar de toda mi dedicación”.
10. ¡Conviértelo todo en conductas prácticas!

No intentes aprenderlo todo a la vez. Céntrate en una única cosa y conviértela en algo práctico
para saber exactamente qué hacer y cuándo.

Imagínate por ejemplo que sientes que no le dedicas toda tu atención a la gente.
Constantemente estás divagando y soñando despierto, y tienes un montón de distracciones en
tu móvil. Y eso en el fondo te preocupa.

Una conducta emocionalmente inteligente sería convertir tu intento de prestar más atención en
algo práctico. Por ejemplo apagando tu móvil y dejando de lado tus preocupaciones cada vez
que te relacionas con alguien.

Ahora en lugar de hablar de un deseo (prestar más atención) estamos hablando de una
conducta concreta a cambiar.

Repitiendo la nueva conducta, tu plasticidad neuronal modificará sus conexiones para crear la
vía neuronal del nuevo hábito hasta que se convierta en algo automático.

Otra forma de reforzar un hábito es la visualización. Imaginarte a ti mismo haciéndolo activa el


mismo circuito neuronal que la actividad real. Por eso los atletas olímpicos dedican horas a
recrear mentalmente la carrera que harán el día de la competición.

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