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HGD Unidad XIII - El Perú en El Siglo XX (Contexto y Derecho Penal)
HGD Unidad XIII - El Perú en El Siglo XX (Contexto y Derecho Penal)
Durante los años del ochenio es cuando se empieza a generar uno de los
hechos más trascendentales de la historia peruana contemporánea: las
migraciones del campo a la ciudad, cambiando —andinizando—
radicalmente el rostro del Perú, volviendo evidente su componente indígena-
mestizo.
20 El Perú en el siglo XX
Las luchas más importantes las protagonizaron los contingentes campesinos,
quienes eran despojados de sus tierras tanto por las empresas mineras
norteamericanas como por los terratenientes peruanos. En consecuencia, si bien
el Estado pasó a ser recapturado por ciertas elites oligárquicas, la sociedad
no permaneció pasiva y, por el contrario, exigió el reconocimiento de ciertos
derechos.
https://www.youtube.com/watch?v=L7DljgInxyE (Comentario)
https://www.youtube.com/watch?v=c_a5U1Sj1JY (Extracto)
23
24 El Perú en el siglo XX
Por otro lado, el Estado promovió explícitamente la industrialización del país.
Nunca como entonces el sector industrial creció en importancia. Pero no todos
los empresarios apoyaron este proyecto de desarrollo por razones
básicamente ideológicas, aun cuando económicamente les favorecía la nueva
política económica. Reclamaban al régimen las libertades políticas y el regreso
al Estado de derecho, aduciendo que la excesiva intromisión del Estado en la vida
económica —protegiendo a la industria— obstaculizaba la conformación de una
burguesía sólida y competitiva.
En el caso del Derecho Penal, como parcela técnico-social, nos encontramos ante
un instrumento de gestión organizacional encargado de los conflictos construidos
(socio-culturalmente) como intolerables y disfuncionales bajo ciertas reglas
políticamente establecidas.
A partir de un criterio represivo, su sistema de control consiste en la estigmatización
32 oficial de conductas (criminalización) a efectos de habilitar un castigo (una pena)
reparador de las expectativas sociales.
Siglo XVIII
El pensamiento penal liberal constituye una reacción ideológica ante el contexto de represión
irracional que ofrecía un Estado absolutista con sus mecanismos de control orientados hacia el
abuso, la tortura y la muerte como procedimientos regulares.
Esta manifestación despótica del poder tendría su indicador más álgido en el castigo penal; una
herramienta aflictiva que, en definitiva, resumía los avatares del régimen político vigente. Frente a
esta coyuntura, al llegar la segunda mitad el siglo XVIII, aparecerán postulados reaccionarios que
intentarán rebatir la legitimidad gubernamental de las facultades y funciones punitivas
sobredimensionadas. Así, el pensamiento penal liberal será la expresión de una reforma en el
imaginario intelectual.
Como bien señala el Eugenio ZAFFARONI, los postulados liberales «hubiesen quedado en
el puro plano de las críticas de no ser por la introducción de esas ideas en el derecho penal
sistemático» Quedaba claro para la época que «sería muy peligroso abandonar enteramente el
castigo de los culpables al arbitrio de los que tienen la autoridad, porque podrían intervenir
las pasiones en una cosa que solo deben arreglar la justicia y la sabiduría»
35 Con ello se daba inicio a una reforma liberal del ámbito hermenéutico
en la administración de justicia. La técnica jurídico penal como
metodología unificadora de criterios hacía su aparición. El gran gestor
de esta novedad «esquemática» será Anselm v. Feuerbach quien
mediante su «Tratado» (de 1801) otorgará «orden» a los modernos
postulados penales.
La escuela clásica del Derecho penal verá en el hombre la capacidad para elegir entre
el bien y el mal, lo cual constituye la libertad como un presupuesto vital de sus
planteamientos (presupuesto para la imputación personal).
En Francia encontramos a Jean Claude TISSOT (Le Droit Pénal etudie dan ses
príncipes dans les usages et les lois des differents peuples du monde, 1860) como
un destacado representante de las ideas clásicas. A mediados del siglo XIX, este
autor planteaba su noción de delito como «una violación voluntaria,
suficientemente probada y libre, del derecho del otro».
La importancia que brindara la escuela clásica a la parte espiritual del delito será, así como uno
de sus fundamentos filosóficos más fuertes, el punto de concentración para certeras críticas
desde el nuevo paradigma positivista. Siendo su criterio científico el de comprobación
empírica, el libre albebrío será redescubierto como una elucubración insuficiente para explicar
la fenomenología del delito.
Este modo, las leyes naturales con validez universal se trasladaban a los planteamientos
jurídicos del momento, dejando atrás lo que consideraban desvinculado de la realidad
(metafísica y abstraccionismos). Así, en el caso del Derecho Penal tomarán gran protagonismo
los avances científicos propios de la Física, Biología, Psicología, Frenología, entre otras.
40 Mientras en Italia y Francia, la cientificidad positivista renovó el paradigma de
explicación del delito, orientándose por un naturalismo etiológico (positivismo
criminológico); en Alemania, su tradición sistémica de análisis del delito a partir de
la norma penal, también adoptó criterios causal-naturalistas para diseñar y aplicar
sus técnicas de interpretación (positivismo jurídico).
Doctrinas como las postuladas por GALL y CUBÍ, fueron los antecedentes
perfectos para el avance del positivismo criminológico en Italia, Francia,
España, resto de Europa; y en diversos sectores de América; en primacía, la
región latinoamericana.
«Junto a cualquier norma jurídica, la cual exige al sujeto particular una determinada
conducta externa, se encuentra de un modo tácito una norma la cual impone al particular
disponer su conducta interna del modo en que se considere necesario, para así poder
responder a las exigencias establecidas por el ordenamiento jurídico con respecto a su
conducta externa (…) Mientras que las disposiciones del derecho judicial material
colocan al poder físico del Estado junto al Derecho, las ‘normas de deber’ colocan junto
a éste el poder psíquico del motivo del deber», sostendrá GOLDSCHMIDT.
48 La evolución del concepto normativo de culpabilidad implicó el desarrollo de
conceptos tales como «reprochabilidad», «norma de deber» y «dominio del
hecho»; no obstante, recién a comienzos de la década del veinte se completaría el
esquema teórico de dicho concepto con la noción de «exigibilidad»
Este plexo normativo tendrá, entonces, como fundamentos del sistema penal al
principio de legitimidad, la concepción del individuo basada sobre la libertad de
querer (la responsabilidad personal), y la concepción humanitaria del derecho penal.
Arthur KAUFMANN, (Das Schuldprinzip, 1ra. Edición, 1961) uno de los penalistas
52 más influyentes de la época, sostenía que la culpabilidad jurídica existe tan solo como
culpabilidad moral.
En esta coyuntura, la moralización del Derecho tendrá sendos cuestionamientos por parte
de la nueva generación de penalistas alemanes que predicaban un derecho más racional.
Para ellos todo lo contrario a la moral y a la ética sería delito, además de ser un ámbito que
no puede cambiarse con los medios que posee el derecho penal, y no mostrarse acorde con
el bien común y el fortalecimiento de los derechos constitucionales del individuo.
Será por entonces que una Comisión (privada) de 16 profesores penalistas (14 alemanes y
2 suizos), apoyada por una Fundación, se encargará de elaborar el denominado Proyecto
Alternativo de Código penal a partir de un criterio político criminal preventivo. Con ello se
daba paso a la segunda etapa señalada por Gunter STRATENWERTH, en la que se
dejaban atrás los pensamientos retributivos de KANT y HEGEL.
Un autor determinante para el giro político-criminal del pensamiento penal alemán será
53 el austriaco Hans SCHULTZ. A decir de ROXIN, su artículo Kriminalpolitische
Bernerkungen zum Entwurf eines Strafgesetzbuches de 1962 ejerció una
considerable influencia en la reforma alemana; y sus ideas han sido recogidas en gran
parte del Proyecto Alternativo Alemán. En este sentido, Hans-Heinrich JESCHECK
señala que en el ámbito de habla alemana, ocupará un lugar destacado el nuevo código
penal austriaco que, como el nuevo código penal de la república federal alemana, entró
en vigor el 1 de enero de 1975.
(En España MUÑOZ CONDE (Über den materiellen Schuldbegriff, 1968) postulará una
culpabilidad basada en la motivabilidad concreta del autor que, si bien buscaba apartarse
de la reprochabilidad atendiendo a un juicio de atribuibilidad, terminaba reafirmándola).
En 1970, ROXIN planteará la que será una tesis determinante para la perspectiva
preventiva. En su famoso texto «Política Criminal y Sistema del Derecho Penal», el
profesor alemán sostenía que los problemas político criminales forman parte del
contenido propio de la teoría del delito, siendo que a partir de la construcción de cada
categoría dogmática podría afrontarse la realidad problemática del fenómeno criminal.
Bajo este lineamiento, ROXIN criticará las posturas de GALLAS y SCHMIDHÄUSER.
ROXIN continuará con el desarrollo de su postura, afirmando que la culpabilidad, desde un
54 punto de vista político-criminal, estaría determinada por los fines de la pena. Al respecto,
descarta la posibilidad de actuar de otro modo como fundamento de la culpabilidad, sino que
desde los fines preventivos debería establecerse una pena al autor de un injusto penal. Un
indicador determinante para tal afirmación consistía en la constelación de supuestos de
exculpación en los que se podría evitar el resultado, a saber, que el fundamento de la
exculpación no radica en una imposibilidad de actuar de otra manera, sino en la falta de
necesidad de pena por tratarse de situaciones extremas en las que la norma no puede exigir
obediencia.
En los últimos años del 90 e inicios del 2000 se advierte el avance de un discurso neurocientífico
que sostiene la desacreditación empírica del libre albedrío, y, a partir de ello, la reformulación de
las bases de imputación normativa en el ámbito jurídico-penal, específicamente, en lo referido al
aspecto material de la culpabilidad. En este sentido, la propuesta neurológica sostiene la negación
de un «yo decisor» que permita filtrar nuestras manifestaciones subjetivas.
Se restringían las leyes que fueran contradictorias con los principios de libertad e independencia que
se habían logrado. Un régimen de apariencia garantista al que continuarían las Constituciones de
1823 y 1828 que abolían las penas infamantes y establecían el carácter personal de las sanciones
penales.
Desde Boston, deportado por habérsele considerado conspirador contra el régimen vigente, Manuel
LORENZO DE VIDAURRE y ENCALADA escribirá un proyecto de Código penal (1828)
inspirado en el paradigma liberal de influencias inglesa y francesa, que más parecía un tratado que
un “Código”.
En el texto de DE VIDAURRE se advierte la carencia de un postulado normativo (lineamiento
59 de equidad, valoración de la condición social, atenuantes correspondientes, etc.) que responda a
la realidad de marginación de diversos sectores en el país, por lo que no debe extrañar que al
opinar sobre una sentencia ante un levantamiento popular en 1827 señale que los indios y los
negros son personas estúpidas que no saben respetar reglas establecidas en la sociedad civil; o
que los llame miserables acostumbrados a la servidumbre deseosos de volver a ella.
Los postulados clásicos irán perdiendo vigencia recién en las vísperas del siglo
XX. Como era de esperarse, el cambio de paradigma científico acontecido en
Europa a favor del positivismo, también tendría repercusiones por estos lares. Sin
embargo, a pesar del declive, debe observarse que en algunos ámbitos, incluyendo
un pequeño sector teórico, todavía permanecía el resquicio clásico.
62 De cualquier forma, según lo revisado, se deja constancia que el pensamiento
penal peruano, desde épocas de la independencia hasta casi finales del siglo
XIX, se refugió en un sistema de imputación en el que solo importaba la
intervención psíquica y libre del sujeto frente al hecho cometido
(responsabilidad moral). Las condiciones sociales y el contexto de
vulnerabilidad del agente resultaban irrelevantes. Se consideraban variables
ajenas a la dimensión social del conflicto criminalizado.
FRANCISCO
GARCÍA
CALDERÓN
MARIANO PRADO Y
JAVIER PRADO Y
UGARTECHE
UGARTECHE
65 De esta manera, el paradigma marginador encontró rápido refugio teórico en el
correr del siglo XX. El delito era entendido como un fenómeno social
determinado por factores extraños a la voluntad del hombre. Las
investigaciones buscaban los factores etiológicos en niveles endógeno y
exógeno de la dinámica humana que, en rigor, terminarían fundamentando
etiquetamientos estigmatizantes y selección penal de las capas más bajas de la
sociedad.
Por otro lado, autores nacionales con suma representatividad, como es el caso de
Luis Roy FREYRE, paulatinamente irán adoptando la noción normativa en un
trayecto que apuntaba hacia la victoria del concepto normativamente puro
(WELZEL) sobre el psiconormativo (MEZGER). En el pensamiento de este autor,
damos cuenta de un discurso que todavía tenía rezagos del psicologismo causalista
al identificar enteramente a la culpabilidad con el dolo y la culpa.
En estas circunstancias nacía nuestro Código Penal de 1991, el mismo que asumía un
enfoque minimalista producto de la cultura penal que se había establecido en la academia.
Este enfoque se dejará advertir expresamente en el reconocimiento del principio de
«coculpabilidad» social en la comisión del delito que describe en su exposición de motivos:
«En esta forma nuestra colectividad estaría reconociendo que no brinda iguales posibilidades
a todos los individuos para comportarse con adecuación a los intereses generales, aceptando
una responsabilidad parcial en la conducta delictiva, mea culpa que tiene el efecto de enervar
el derecho de castigar que el Estado ejerce en nombre de la sociedad». Lamentablemente,
este artificio solo alcanzaría a la «aplicación de la pena», y no a la técnica de imputación
penal donde resulta necesario un nuevo criterio de análisis personal que reduzca la
imputación a partir de la realidad social del agente.
73 En la década del 90 se advierte que la medición de la pena resultará muy poco
frecuente la evaluación de la realidad social del actor delictivo; de realizarse,
muchas veces no se muestra una valoración debidamente fundamentada, tan
solo se limitan a generalidades como la mera mención del articulado o la tácita
consideración de los supuestos.