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2 Nefi 9:6–10
Alma 34:9
2 Nefi 9:11–12, 19–22
RUSSELL M. NELSON
La expiación de Jesucristo es infinita: no tiene fin. También es infinita en
el sentido de que todo el género humano se salvará de la muerte sin fin,
y es infinita en el sentido del intenso sufrimiento del Salvador. Es infinita
en el tiempo, dando fin al prototipo anterior del sacrificio de animales.
Es infinita en lo que abarca: se hizo una sola vez por todos. La
misericordia de la Expiación se extiende no solo a una cantidad infinita
de personas, sino también a un número infinito de mundos creados por
Él. Es infinita más allá de cualquier escala de dimensión humana o de
comprensión mortal.
Jesús fue el único que pudo haber ofrecido esa Expiación infinita, dado
que había nacido de madre mortal y de Padre inmortal. Debido a ese
nacimiento singular, Jesús era un Ser infinito.
TAD R. CALLISTER
He conocido a buenos miembros de la Iglesia que han
tenido dificultad para perdonarse a sí mismos y, en forma
inocente, pero incorrecta, ponen límites a los poderes
redentores del Salvador. Sin querer, convierten una
Expiación infinita en una limitada, que no alcanza a
cubrir los pecados o debilidades particulares de ellos.
Pero se trata de una Expiación infinita, porque abarca y
engloba todo pecado y toda debilidad, así como todo tipo
de abuso o dolor infligido por otras personas.
MOSÍAH 3:19
DAVID A. BEDNAR
Hasta cierto punto, el hombre natural descrito por el rey Benjamín vive
en cada uno de nosotros. El hombre o la mujer natural es impenitente,
carnal y sensual, es permisivo y dado a excesos, es orgulloso y egoísta. El
‘hombre natural es el hombre terrenal que ha permitido que las burdas
pasiones animales sean más fuertes que sus inclinaciones espirituales.
De modo que, la naturaleza precisa de la prueba de la vida terrenal
puede resumirse con esta pregunta: ¿Responderé a las inclinaciones del
hombre natural o me someteré al influjo del Santo Espíritu, me
despojaré del hombre natural y me haré santo mediante la expiación de
Cristo el Señor ? Esa es la prueba. Todo apetito, deseo, tendencia e
impulso del hombre natural puede vencerse por medio de la expiación
de Jesucristo y a través de ella.