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A ti, Señor, me acojo :

no quede yo derrotado para siempre ;


tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo,
inclina tu oído, y sálvame.

Sé tú mi roca de refugio,
el alcázar donde me salve,
porque mi peña y mi alcázar eres tú.
Porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza
y mi confianza, Señor, desde mi juventud.
En el vientre materno ya me apoyaba en ti,
en el seno tú me sostenías, siempre he confiado en ti.

Muchos me miraban como a un milagro,


porque tú eres mi fuerte refugio.
Llena estaba mi boca de tu alabanza
y de tu gloria, todo el día.
No me rechaces ahora en la vejez,
me van faltando las fuerzas, no me abandones.
Así dice el Señor: Bien me sé los pensamientos que
tengo sobre vosotros, pensamientos de paz, y no de
desgracia, de daros un porvenir de esperanza. Me
invocaréis y vendréis a rogarme, y yo os escucharé.
Me buscaréis y me encontraréis cuando me solicitéis
de todo corazón.
Jeremías 29, 11-13
Jesucristo, tú vienes a transfigurarnos para renovarnos
a imagen de Dios: ilumina nuestras tinieblas.

Jesucristo, luz del corazón, tú conoces nuestra sed:


condúcenos hacia la fuente de tu Evangelio.

Jesucristo, luz del mundo, tú iluminas a cada ser


humano: haz que discernamos tu presencia en los
demás.
Jesucristo, amigo de los pobres: abre en nosotros las
puertas de la sencillez para acogerte.

Jesucristo, manso y humilde de corazón: renueva en


nosotros el espíritu de infancia.

Jesucristo, tú haces posible que la Iglesia prepare tu


camino en el mundo: abre para todos las puertas de
tu Reino.

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