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Salomé Ureña Díaz de Henríquez


(21 de Octubre de 1850 - 6 de Marzo de 1897)

Nació en la ciudad de Santo Domingo, capital de la


República Dominicana, el viernes 21 de octubre de 1850,
a las 6 de la mañana, en el barrio de Santa Bárbara,
antiguo solar de buenas familias, en la casa de su abuela
materna, hoy calle Isabel la Católica número 84, junto a la
casa de Juan Pablo Duarte.
Salomé tuvo una niñez muy precoz. Su madre la enseñó a leer: a
los cuatro años leía de corrido. Su infancia discurrió en las aulas
de dos pequeñas escuelas de primeras letras, únicas permitidas
entonces a las mujeres.

Sus lecturas y sus estudios de la adolescencia fueron hechos bajo


la dirección de su padre, de quien recibió lecciones de Literatura,
Aritmética y Botánica, por la que ella sentía gran pasión. Con su
padre aprendió, además, a declamar los versos de sus poetas
predilectos.
A los 20 años se casó con Francisco Henríquez y Carvajal.
Les nacieron cuatro hijos: Francisco, Pedro, Max y Camila
Henríquez Ureña. Su tercer hijo, Max, llegaría a ser una de
las lumbreras humanísticas más destacadas de la América
Hispana en el siglo XX.
Vocación Poética
En su condición de escritora, Salomé Ureña desplegó una intensa
actividad poética que, enmarcada en los modelos formales y
estilísticos de la centuria anterior (sencillez y claridad expresivas,
moldes estróficos clásicos y equilibrio propio de la literatura
neoclásica), se adentró al mismo tiempo en los tonos románticos
de su tiempo y se ocupó, desde sus contenidos temáticos, de los
anhelos e inquietudes del hombre antillano de la segunda mitad
del siglo XIX. Entre sus principales preocupaciones temáticas
figura, en primer lugar, la reflexión ética acerca de la patria, a la
que la autora profesa un desmesurado amor que queda plasmado
en su consagración al trabajo y a la sabiduría como elementos
indispensables para el progreso de su pueblo.
Alrededor de 1881, Salomé fue animada por su marido para abrir el
primer centro de educación superior para mujeres jóvenes en la
República Dominicana, lo cual hizo el 3 de noviembre de ese año
bajo el nombre de «Instituto de Señoritas». En los cinco años
subsiguientes, seis mujeres se graduaron de maestras en el
Instituto, algo poco común en ese momento. Por problemas de
salud Salomé Ureña cerró el Instituto en el año 1893. Fue abierto
nuevamente en junio de 1896 y se estableció en Puerto Plata por
un tiempo, regresó a Santo Domingo y nuevamente a Puerto Plata,
el 2 de enero de 1897. Años después de su muerte, el instituto fue
bautizado con su nombre.
Colaboró con periódicos y revistas, donde
publicó sus poemas, unos de corte patriótico
defendiendo la identidad nacional, amenazada
entonces por Haití y España y los gobiernos
dictatoriales de la isla, y otros más líricos,
personales y hasta familiares.
Muerte
La vida de Salomé Ureña de Henríquez se resume en dos
hechos esenciales: soñó con el bien de su patria y dedicó sus
versos a encaminarla hacia la paz y el progreso; después
creyó que esto no bastaba, y se dedicó a la educación de la
mujer. Hay dos momentos culminantes en su vida: el día en
que se le entrega una medalla costeada por suscripción
pública, como homenaje a la cantora del ideal de una patria
mejor; el día en que se gradúan sus primeras discípulas,
prenda de algo que ayudaría a hacer mejor el destino de la
patria.
El angustioso proceso de su muerte se inició
en enero de 1897. El día dos regresó de Puerto
Plata a Santo Domingo. El día ocho se sintió
decaer, y a los quince días se agravaba: asistían
a los doctores Ramón Báez, Salvador B. Gautier
y J.F. Alfonseca. El esposo ausente llegó de
Haití el siete de febrero. Se redoblaron los
esfuerzos de la ciencia y del cariño hasta lograr
apartarla por unos días de la tumba.
Murió rodeada del cariño de todos, el día 6 de marzo
de 1897. Su entierro fue una manifestación cívica. Le
dieron sepultura en la iglesia de las Mercedes. Salomé
es considerada como la escritora excelsa de la
República Dominicana, no es por menos que el 21 de
octubre fuese declarado como “Día del Poeta” en
honor a sus grandes obras.
Ruinas
Memorias venerandas de otros días, 
soberbios monumentos, 
del pasado esplendor reliquias frías, 
donde el arte vertió sus fantasías, 
donde el alma expresó sus pensamientos.

Al veros ¡ay! con rapidez que pasma 


por la angustiada mente 
que sueña con la gloria y se entusiasma 
la bella historia de otra edad luciente.
¡Oh Quisqueya! Las ciencias agrupadas 
te alzaron en sus hombros 
del mundo a las atónitas miradas; 
y hoy nos cuenta tus glorias olvidadas 
la brisa que solloza en tus escombros.

Ayer, cuando las artes florecientes 


su imperio aquí fijaron 
y creaciones tuviste eminentes, 
fuiste pasmo y asombro de las gentes, 
y la Atenas moderna te llamaron.
Águila audaz que rápida tendiste 
tus alas al vacío 
y por sobre las nubes te meciste: 
¿por qué te miro desolada y triste? 
¿dó está de tu grandeza el poderío?

Vinieron años de marguras tantas, 


de tanta servidumbre; 
que hoy esa historia al recordar te espantas, 
porque inerme, de un dueño ante las plantas, 
humillada te vió la muchedumbre.
Y las artes entonces, inactivas, 
murieron en tu suelo, 
se abatieron tus cúpulas altivas, 
y las ciencias tendieron, fugitivas, 
a otras regiones, con dolor, su vuelo.

¡Oh mi Antilla infeliz que el alma adora! 


Doquiera que la vista 
ávida gira en tu entusiasmo ahora, 
una ruina denuncia acusadora 
las muertas glorias de tu genio artista.
Patria desventurada!   ¿Qué anatema 
¡

cayó sobre tu frente? 


Levanta ya de tu indolencia extrema: 
la hora sonó de redención suprema 
y ¡ay, si desmayas en la lid presente!

Pero vano temor: ya decidida 


hacia el futuro avanzas; 
ya del sueño despiertas a la vista, 
y a la gloria te vas engrandecida 
en alas de risueñas esperanzas.
Lucha, insiste, tus títulos reclama: 
que el fuego de tu zona 
preste a tu genio su potente llama, 
y entre el aplauso que te dé la fama 
vuelve a ceñirte la triunfal corona.

Que mientras sueño para ti una palma, 


y al porvenir caminas, 
no más se oprimirá de angustia el alma 
cuando contemple en la callada calma 
la majestad solemne de tus ruinas

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