Obviamente, al hablar de bodegones lo primero que se
nos viene a la mente es una imagen de botellas o copas de vino, uvas, y demás utensilios relacionados con la típica bodega. Sin embargo, en lo que respecta a la fotografía, vale aclarar que el concepto resulta ser un tanto más amplio. Según la definición teórica, la fotografía de bodegones es toda aquella en la cual se captura como objeto principal uno o varios objetos inanimados con planos cortos y encuadres más bien estrechos, en lugares cerrados y con una iluminación cuidada. El bodegón es uno de los temas fotográficos más exigentes de la fotografía profesional, pues requiere equipo y preparación técnica de alto nivel: sistemas sofisticados de iluminación, cámaras de medio y gran formato, un amplio abanico de accesorios como fondos, por no hablar de los conocimientos necesarios para obtener el máximo rendimiento de tanto utillaje. Es difícil que los aficionados, incluso con conocimientos se atrevan con los bodegones. Esto se debe principalmente a que en ellos el fotógrafo no se encuentra con nada hecho y debe construir por completo la totalidad de la imagen. En un paisaje, la iluminación o los elementos del mismo no dependen exclusivamente de nosotros, al igual que en el reportaje donde se trabaja con sujetos “fuera de control” bajo una iluminación dada. En un bodegón, sin embargo, todo lo pone la imaginación de su autor, resulta de su capacidad para producir y crear la escena: primero con la acertada elección de sus objetos, prestando especial atención a sus formas, volúmenes, tamaños, colores y texturas; segundo con un perfecto dominio de la iluminación que cree la atmósfera adecuada y proporcione un toque especial a lo fotografiado, resaltando con fuerza sus características. Tercero, con una composición y encuadre elegantes fruto de una colocación armónica de los elementos y de un fondo acorde con ellos. Estos tres factores (tema, luz y composición) resultan determinantes a la hora de conseguir una foto de bodegón que merezca la pena, pero no es cierto que debamos partir de planteamientos complejos y elaborados o que hagan falta equipos especializados. Los bodegones sencillos apenas son exigentes en este sentido; vale cualquier cámara analógica o digital equipada con una óptica zoom estándar que permita intervenir al fotógrafo en los controles básicos de exposición, diafragma y enfoque. El encanto de la sencillez
Otra dificultad añadida en los bodegones referente a
su tema se encuentra en la variedad y número de objetos necesarios en la imagen. Los principiantes deben ser conscientes de que cuanto más elementos diferentes haya en la escena, más dificultades se encontraran a la hora de obtener una fotografía armónica. Las diferencias de tamaño, proporción, color, forma y textura crean conflictos entre los objetos de un bodegón, que bien resueltos concluyen en una imagen con riqueza y “contrastes”, y mal empleados en una barroca y confusa. Por eso la primera regla, sobre todo cuando no se tiene demasiada experiencia, es la simplicidad: un tema sencillo, un fondo neutro y una sola luz junto a una cartulina blanca, plateada o un espejo para suavizar el contraste de la iluminación principal.
Así un buen procedimiento de trabajo que lleva al éxito es
empezar con muy pocos medios pero aprovechando al máximo todas las posibilidades: un tema fácil formalmente bello lo aporta muchas veces uno o dos objetos; una fuente de luz única que puede ser una ventana de luz natural o un simple flexo casero cuando sea necesaria una iluminación más especular; y un fondo uniforme o muy sencillo lo proporciona una cartulina, tela, madera envejecida y sin pulir, lonas, piedras o chapas de metal con óxido.