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El valor de la vida.

Nada debe valorarse más que la vida humana

Todo ser humano, desde el momento de su concepción, posee un valor


excepcional, único, irrepetible e insustituible. Sin importar las condiciones o
limitaciones concretas en que se encuentre la persona.
Dentro de los valores humanos, se conoce a la Vida como el
principal valor del ser humano, siendo entendido también como
la capacidad que tiene la persona de nutrir y velar por cada uno
de los aspectos de su vida, así como el respeto que tiene por la
conservación de su vida y la de los demás.
Es cuestión de dignidad y de respeto hacia el bien más preciado, que es la
vida humana, ya que está en juego el futuro de la familia humana y el futuro
mismo de nuestro pueblo. Así lo ha declarado el Papa Francisco: «La vida
humana debe ser defendida siempre, desde el vientre materno,
reconociendo en ella un don de Dios y una garantía del futuro de la
humanidad».
La ciencia nos enseña cómo el embrión (en el vientre de la madre) encierra
una estructura grandiosa, admirable, completísima.

La Sagrada Escritura, por su parte, nos enseña que la vida humana es distinta
de los otros tipos de vida, ya que los seres humanos fueron creados a imagen
y semejanza de Dios, (Génesis 1, 26 -27).
También nos enseña que el niño en el vientre de la madre es verdaderamente
un ser humano. Las frases como «ella concibió y dio a luz a Caín» y «ella
concibió y dio a luz a Henoc », (Génesis 4,1.17) son utilizadas en repetidas
ocasiones, y nos muestran que el individuo tiene la misma identidad tanto
antes como después del nacimiento.
El cristianismo y la dignidad de la mujer
El oscurantismo en que se encontraba la dignidad y la posición de la mujer en la antigua
de Grecia y Roma era sencillamente atroz; y no era el peor, pues en las sociedades meso-
orientales y otras partes del mundo conocido la situación podía ser mucho peor; la
realidad era que la mujer no tenía un status digno y era considerada como un objeto, y
relegada a un ser de categoría más baja en lo que se refería a derechos ciudadanos; se
requiera su total pasividad en la arena social y no poseía ni remotamente la dignidad
que ostentaba el hombre en la sociedad. Se permitía la eliminación física de los bebés
femeninos en las familias, y los registros indican que raras veces en una larga familia
romana por ejemplo, habría más de dos mujeres en la misma, ya que eran racionadas
por medio de la muerte desde el nacimiento. De hecho en un estudio arqueológico de
seiscientas familias del imperio Romano, solo el uno por ciento de esas familias contaba
con más de una hija (J. Lindsay: «The Ancient World, manners and morals»)
El hombre podía divorciase de ella por el motivo que escogiese y no tenía derechos
ciudadanos.
Los primeros atisbos de una restauración de la imagen de Dios en la mujer y de su
dignidad lo vemos en la introducción del cristianismo, y en episodios de la vida misma de
Cristo.
Uno de los pasajes más conmovedores aparece en el evangelio de Juan cuando El se
encuentra con la mujer samaritana (Jn 4:1-26), y entabla un diálogo con una mujer, algo
insólito en aquella época por varias razones; por su condición de mujer, y de samaritana
(samaritanos y judios no se hablaban entre si, y también por tener una conducta moral
dudosa (había tenido cinco maridos). Fue una imagen tan chocante en ese contexto
cultural que ella misma se sorprendió de que Jesus hablase con ella por su condición de
mujer y samaritana; Cristo se acerca a ella y le ofrece salvación, en un paradigmático
ejemplo de la importancia que el Dios creador da a la mujer, elevando su dignidad a la
altura que El demanda, pues «Varon y hembra los creo», a su «imagen y semejanza» dice
la palabra.
No es el hombre que es anunciado en el libro de la creación como un ser a
semejanza de Dios sino ambos, son iguales en dignidad delante de el, pero con
funciones diferentes.
Los relatos de la conducta de Cristo hacia la mujer sorprendida en adulterio y
su compasión hacia a ella, salvándola del apedreamiento e invitándola a
reformar su vida es otro episodio similar; y que decir de la mujer que
derramó el perfume sobre los pies de Cristo y que motivó la crítica de Simón el
fariseo por que ella era pecadora; Cristo acepto su ofrenda, salvándola por su
fe, y alabándola delante de todos por su gran amor hacia El.
Cristo estaba rodeado de muchas mujeres que le servían de sus bienes (Lucas
8:1-3), y el las permitía en su entorno; no era un machista segregado a un
mundo de solo hombres como era la costumbre oriental, sino que ellas eran
parte de su concurrencia habitual.
Pablo igualmente trabajo con muchas colaboradoras cristianas y las reconocía
habitualmente ( Ro 16:1-15).
El apóstol Pedro ( 1Pedro 3:7), mandaba a los maridos a considerar y a tratar a
sus esposas «dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a
coherederas de la gracia de la vida para que vuestras oraciones no tengan
estorbo». Para el apóstol ellas eran igual en dignidad al hombre y merecedoras
de todo respeto, algo insólito en aquella época , aún el decir algo semejante.
Con razón algunos estudiosos de la historia de la iglesia citan la posibilidad de
que durante los primeros siglos de la era Cristiana las mujeres fuesen un
número mayor entre los creyentes que los hombres, y esto fue por el hecho de
haber encontrado en la doctrina cristiana una propuesta que elevaba la
dignidad de ellas al nivel de la de los hombres.

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