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LA HORA AZUL: ALONSO CUETO

La perspectiva del narrador. “Voy a llamarme Adrián Ormache.


Algunos van a adivinar quien soy. Van a reconocerme a mí y a
mi esposa”. El narrador enmascara su verdadera identidad. Es
un viejo recurso para decir que los hechos tienen un fondo de
realidad objetiva. La trama, se sugiere, no es fantasiosa. Tiene
mucho de veracidad. El recurso permite ganar en autenticidad y
verosimilitud.
Adrián Ormache ofrece datos que permiten identificar su estatus
social. Es de una clase media alta y tiene un Estudio de
abogados. Es amigo que el lector puede reconocer como
miembros de la clase política gobernante o cercanos a ella.
Ofrece datos importantes como que ganaba nueve mil dólares
mensuales y era propietario de una casa de 500 metros
cuadrados en un barrio residencial de Lima. ¿Por qué es
importante precisar quién es Adrián Ormache? Porque el
narrador va a referir el relato desde la perspectiva de un
ciudadano de clase media alta. Su padre era militar y por su
trabajo estaba en las alturas andinas, en la guerra interna, pero
ellos estaban muy al margen de ese escenario y todo lo que
socialmente significa vivir en provincias, en zonas marginales y
uno de los lugares más pobres del país. Un lugar donde la mayor
parte de la población habla quechua y no castellano.
La mirada de Ormache es la mirada de la mayor parte de la
población capitalina. Los Otros son los de provincias. La violencia es
en las alturas, fuera de la zona institucionalizada. La barbarie es
allá lejos, en el mundo de los “serranos”. Confían, además, que la
policía, los agentes y finalmente los militares podrán controlar los
arrestos de subversión de los rebeldes. Los militares están para
mantener el orden establecido. Creen que los subversivos no
pondrán en riesgo el orden, el Estado.
En el ámbito familiar, Adrián estuvo identificado con su madre. Su
hermano Rubén es más cercano a su padre. Adrián es más sensible a
los acontecimientos sociales. Rubén es más indiferente y entiende
que la violencia es un hecho inevitable,aún la tortura.
La novela empieza cuando el padre está hospitalizado y se teme
que muera. El militar se sorprende que Adrián haya ido a
visitarlo: “Hijo, has venido, putamadre, no lo puedo creer, por fin
llegaste”. Y luego, una confesión importante: “(…) oye, quieo que
sepas algo, hay una chica, una mujer que conocí una vez, o sea, no
sé si puedes encontrarla, allá, búscala si puedes, cuando estaba en
la guerra. En Huanta. Una chica de allí. Te lo estoy pidiendo por
favor. Antes de morirme”. Este es el hecho desencadenante.
Adrián, desde ese momento, queda con un compromiso, una
obligación. El padre muere y él se dedicará a buscar a la
misteriosa mujer que fue la pareja del militar, su padre.
Estas búsquedas obsesivas entre hijo y padre, o de padre a hijo,
se conocen como tema telemaico, aludiendo a la relación de
Ulises y su hijo Telémaco en la obra “Ulises”.
Adrián solo sabía que su padre fue comandante y que estuvo una
temporada en el foco de la subversión. Su hermano Rubén
parece estar mejor enterado de lo que hacía su padre: “Puta,
bueno… el viejo tenía que matar a los terrucos, a veces (…) A los
hombres los mandaba a trabajar… para que hablaran, pues… y
a las mujeres, ya pues, a las mujeres a veces se las tiraban y (…)
después a veces se las daba a la tropa para que se las tiraran y
después les metieran bala, esas cosas hacía”.
Ese pedido y ese compromiso, ciertamente, recuerda otra obra de
la narrativa latinoamericana. Nos referimos a “Pedro Páramo”,
de Rulfo. En ella se dice: “Vine Comala porque me dijeron que
acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y
yo le prometí que vendrá a verlo cuando ella muriera. Le apreté
las manos en señal de que lo haría, pues ella estaba por morirse y
yo en un plan de prometerlo todo. “No dejes de ir a visitarlo - me
recomendó -. Se llama de otro modo y de este otro. Estoy segura
que le dará gusto conocerte”. Entonces no pude hacer otra cosa
sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí
diciendo aun después que a mis manos les costó trabajo zafarse de
sus manos muertas”.
Adrián se enterará que dos subalternos trabajaban con el
comandante: Chacho y Guayo. Ellos eran los que hacían el
trabajo sucio, los interrogatorios y la eliminación de los que
consideraban subversivos. Uno de ellos comenta: “A tu viejo le
encantó esa chica y no quiso que se la agarrara la tropa. No
quiso que la ejecutaran y todos los soldados hablaban mal de él
pero nosotros hicimos que se callaran (…) Estaba loquito por
ella”.
Lo que se sabe es que la joven Miriam escapó de la Base y nadie
conoce su destino. Adrián se pasará buscando a Miriam. Los
datos la aproximan pero no sería fácil llegar hasta ella.
Finalmente la encontró trabajando en una peluquería. La
curiosidad los acerca. Al principio ella quiere eludir a Adrián.
Los recuerdos de esos años de violencia son traumáticos. No
quisiera hablar nunca más de eso. Pero Adrián quiere que le
cuente cómo era su padre. Ella le dirá que era feroz y criminal
con los terroristas; pero magnánimo y cariñoso con ella: “mandó
matar a tanta gente, y tenía tanto miedo de que los senderistas
vinieran y lo mataran también, y no sé, yo lo vi con miedo y a
veces nos abrazábamos para poder olvidarnos, o sea olvidarnos
que yo era su prisionera y que iban a matarnos
Es importante observar que se trata de una relación sentimental
entre opresor o secuestrador y secuestrada. En medio de la
atrocidad y violencia, en medio de la muerte cotidiana, surge el
amor, la vida. Pudiera pensarse en la relación entre la bella y la
bestia. La bestia se doblega ante los encantos de la bella. Lo
insólito se hace posible.
Otro hecho sucede luego que se conocen. Adrián se siente atraído
por Miriam. Casi sin darse cuenta terminan siendo amantes. La
novela se vuelve un poco melodramática.
Cuando Adrián se entera lo que pasaba en los campos militares,
se sorprende. Ellos, su familia, vivía en una burbuja, como
mucha gente de Lima. Él había vivido de espaldas al holocausto:
“Mire, señor, (…) acá había harto cadáver, mire. Por aquí, este
puente que ve aquí, es infiernillo. Allí cerca encontraban los
cuerpos de los muertos a cada rato. Los senderistas los
amontonaban allí nomás, juntito al camino. Y los militares,
también lo traían. Allí dejaban los muertos, por eso infiernillo le
decían a este sitio”. El Estadio de Huanta fue habilitado como
campo de concentración y de tortura.
Los soldados eran preparados para ser insensibles alos ruegos de
las víctimas: “Los soldados desayunaban riéndose, sabían que
podría ser el último día de sus vidas, una emboscada, una
granada, un asalto, un tiro desde la nada en una patrulla. En
cualquier segundo la explosión, el lago de sangre, el cuerpo
despedazado, si hay suerte un ataúd con una bandera peruana y
listo”.
¿Qué dejó la violencia? ¿Cómo quedaron Huamanga y Huanta
luego de la guerra interna? ¿Qué pasó con los sobrevivientes del
holocausto?
Esa gente vive y parece que no viviera. Viven llevando a cuestas
su dolor, su pena. Hay mujeres que perdieron a sus maridos y
casi todos sus hijos. El Padre Marco dice: “Ya no quieren
consuelo, señor. Pero quieren hablar, quieren contarme sus cosas,
eso nomás quieren, y por eso yo los oigo, pues. Los oigo y ellos
hablan y los sigo oyendo y cuando ellos se van yo me quedo solo
y lloro todo lo que puedo, señor”.
Poco esperan. El Estado no les devolverá a sus familiares. Los
huérfanos viven sin que exista la posibilidad de mejorar sus
condiciones de vida. Viven porque el cuerpo aún camina. Solo
esperan que anochezca y acaben los recuerdos.

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