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Fortalecimiento al programa

de lectura “Así todos leemos


en el municipio de Arauca”
En el marco de la gesta libertadora
Biblioteca Pública Municipal “Raúl Loyo Rojas”
Bibliotecóloga: Nelly Mariana Torres Borjas
Cristina Rebull Es escritora cubana,
guionista, actriz y dramaturga. Graduada del
Instituto Superior de Arte de La Habana en la
especialidad de Artes Escénicas. Ha sido
ganadora del premio Emmy 2013 por su corto
de ficción infantil Cuentos de tía Nelly ;
también del Premio Norma 2015 con su obra
Por culpa de una S, donde plantea el tema de
la diferencia con gran sentido del humor.

Tiene una larga trayectoria como guionista de


televisión. Es autora de diez obras teatrales,
cuatro de ellas publicadas: El último bolero,
Frijoles colorados, Esperando a mamá y
Llévame a las islas griegas.

Libros: Por Culpa de Una S


El príncipe de las pulgas 
1

El príncipe de las pulgas 


Cristina Rebull

- ¡Rápido! ¡Alguien que lo ayude!


-grité y corrí como un perro loco por la
orilla del río-. ¡Alguien que lo ayude!
¡Se lo lleva la corriente!
Unos jóvenes que estaban en el parque, sin saber de dónde salían los gritos, se
lanzaron al agua para sacarlo.
Minutos después, lo llevaron a tierra firme. Él dio las gracias, se alejó cabizbajo
hacia el tronco seco del árbol, y se acomodó exactamente en el mismo lugar
donde tantas veces yo había dormido en los últimos meses. Estaba empapado y
temblaba de frío.
Cerró los ojos y empezó a sollozar.
2
Arturo no es exactamente un héroe de películas. Es delgado, cascarrabias, paliducho y
no tiene mucho más de diez años.
- ¿Te sientes mejor? -dije.
Arturo se quitó rápido las manos de la cara y buscó la voz. No vio a nadie, se limpió las
lágrimas y se sopló la nariz con una manga de la camisa.
Entonces, me descubrió.
Di uno, dos, tres pasos hacia él, pero me echó con ese chasquido desagradable que
todos hacen para alejar a un perro callejero.
---No seas tonto me acerqué un poco más. Si no fuera por mí a estas horas estarías
flotando corriente abajo.
3

Arturo se incorporó asustado, me miró y salió corriendo.


Lo seguí.
- ¡No corras, Arturo! ¡Necesito hablarte! para un perro correr y gritar
sin morderse la lengua es algo difícil-. ¡Sé quién eres! ¡Necesito que
me ayudes a escribir una carta y que la envíes a Santiago de Chile!

El jovencito se detuvo tieso como una estaca.


Un segundo después hizo un giro brusco hacia mí, me miró con los
ojos bien abiertos y soltó: - ¡Caracoles de humo, esto es loquísimo!
Que los perros no hablan, socio."
Sin dejarlo reaccionar me enredé entre sus piernas para obligarlo a
caminar hacia el tronco seco del árbol y le pregunté por sus padres.
4

- ¿Mis padres? -decía tratando de no caerse. ¿Me


preguntas por las lagartijas verdes intergalácticas?
¿Cómo conoces a mis padres? ¡Mis padres son
loquísimos y no entienden ni jota frita de la vidísima!
Arturo andaba en el asunto de no quererse bañar todos
los días, estudiar poco, usar los tenis apestosos, los
dientes asquerositos y dejarse el pelo largo, pero sus
padres eran dos personas encantadoras que solo
deseaban lo mejor para él.
- Estás loquísimo, socio. Nunca vi a un perro tratando d
escribir una carta, Y mucho menos queriendo mandarla a
otro lugar del mundísimo."
- ¡Tampoco lo escuchaste hablar! –le respondí intentando
no perder la paciencia -. Yo no puedo escribir. Te dictaré.
Arturo se puso de pie y salió caminando como si yo no
existiera.
5

Lo dejé ir.
Me había equivocado en mi elección y todo era un fracaso.
Ya iba a dar una vuelta sobre mis patas cuando lo escuché balbucear algo sobre su mochila.
- Está detrás del tronco seco del árbol
- dije -. La agarré antes de que resbalaras.
-Yo no resbalé susurró con la voz entrecortada y me miró.
--Sí resbalaste le sostuve la mirada -. Estabas jugando con la idea de lanzarte al río y resbalaste.

Arturo quería hacerse el fuerte, pero era tan frágil como un cachorro. Le expliqué que a los diez
años todavía no se sabe la maravilla que es la vida, que tenía el mundo por delante y que estaba
en la edad de creer que se lo sabía todo. Entonces arrancó furioso unas cuantas yerbas, pateó la
tierra, lanzó piedras, no paraba de decir bobadas y yo decidí alejarme y dejarlo solo con su ataque
de malcriadez.
6

- ¡Eres un perro pesadísimo, socio!


¡Quién te crees que eres! escuchaba a mis espaldas. ¡Ni siquiera me has dicho cómo te
llamas, si es que te llamas de alguna forma! gritaba tratando de retenerme -. ¡No tengo
porque creer en nada de esto! -casi me detengo-.
¡Puedo pensar que trae demasiada agua y eso me tiene escuchando cosas loquísimas de la
vidísima! ¡¿Entiendes cuál es el lío, socio?!
Y me detuve.
Los dos nos quedamos mirando en silencio, unos segundos, pero luego no pude hacer otra
cosa que ladrar con todas mis fuerzas con tal de que no entendiera el reguero de palabras
feas que me salían de la boca, y Arturo se quedó tan tieso como cuando le hablé por primera
vez."
-Bien -dije tratando de calmarme -.
Ahora soy un perro abandonado, pero no siempre fue así. Mi nombre es Emilio y si no aceptas
que puedo hablar y leer es preferible que me vaya de una vez y terminemos esta
conversación.
7

Arturo no respondió y yo no dije una palabra más. Me sentía agotado, triste y sin
esperanzas de lograr mi carta.
Y de pronto:
- ¡Caracoles de humo! Se supone que escribo lo que me dictas y luego lo envío por correo
a Santiago de Chile soltó de un tirón.
- ¡Exacto! respondí.
Yo estaba impaciente. Hacía más de un mes que había recibido la carta de Ana María y de
Hummm y no sabía qué hacer para contestarles. Me contaban cosas.

Hummm me hablaba de la escuela y de que me extrañaba mucho. Yo también extraño a


Hummm y a Ana María que, por supuesto, fue quien escribió la carta.
Hummm todavía no sabe escribir y apenas si alcanza a hacer algún garabato que dice que
soy yo. Ana María es la mamá de Hummm y mi gran amiga, a pesar de su última mentira.

- Como quieras, socio, pero que nadie vea que me dictas. Pensarán que estoy tostado de
la cabezona -dijo sacando un cuaderno y un bolígrafo de su mochila.
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Yo estaba nervioso. Era la primera carta de mi vida.


Arturo miró a un lado, a otro y se encogió de hombros esperando que yo abriera la boca.

- Bien… -dije un poco agitado y sin saber cómo empezar -. Mis queridos Ana María y
Hummm... Arturo hizo como para escribir y con la misma se detuvo.
- ¿Jun? -preguntó, haciendo una mueca.
- ¡Hummm! ¡Ache, u, eme, eme, eme!
- rectifiqué molesto.
- ¡No grites de esa forma que podrían escucharte! --dijo, agitando las manos.
¿Qué caracol de humo, de nombre, es ese?
¿Qué es Hummm? -agregó cerrando el cuademo de un tirón-. Hummm ¿es un perro
chileno?
Solté una carcajada.
- Caracoles de humo! ¡¿También puedes reírte?! -Preguntó sorprendido.
9

Hacía mucho tiempo que no me reía. Llegué a


pensar que Anna María y Hummm habían
empacado mi risa en una de sus maletas. Cuando
las personas se van a vivir a otro país intentan
llevarse toda la casa en sus bolsos, pero los bolsos
de viaje, por grandes y bien diseñados que
parezcan, no alcanzan para llevarse una casa, ni
media casa, ni una habitación de la casa, ni
siquiera un pedazo de casa. Un bolso de viaje no
es precisamente la alfombra mágica de Aladino ni
el genio de su lámpara maravillosa. Un bolso de
viaje es solo eso, un bolso de viaje y en esas
ocasiones, solo sirve para pagar excesos de
equipaje en los aeropuertos porque al final, la casa
toda queda atrás.
- No. Hummm es un niño de cinco años -dije y se
me llenaron los ojos de lágrimas-. Es el hijo de
Anna María.
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Por suerte, Arturo no preguntó: “¡caracoles de humo!


¡¿también puedes llorar?!”. Solo miró hacia el parque y yo
me espante las lágrimas que me corrían por los pelos de
hocico.
- Todo es loquísimo, socio -dijo bajo-. No sé exactamente de
que se trata este lío, pero…
- ¿Alguna vez alguien que quieres se ausentó por mucho
tiempo de tu casa?
- y me di cuenta que no entendía.
Entonces coloqué mis patas sobre sus piernas y lo miré tan
profundamente como solo un perro puede hacerlo cuan.­ do
ya no le quedan palabras.
La mirada de Arturo cambió y mi elegido se convirtió, por un
instante, en el jovencito que yo había visto ayudando a un
invidente a pasar la avenida, sin que nadie se lo pidiera,
unos quince días atrás."
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-Creo que estás en un enredo, socio, y yo te debo mi vida. Dedicaré todo el día a
escuchar tu cuento y luego escribiremos la carta de tus amigos y se acomodó.

- Te lo agradezco, pero mi historia no se cuenta en un día respondí y, como un rayo,


tuve que rascarme la oreja izquierda.
- Bueno, dedicaré todo el día y toda la noche insistió y, tras un pequeño silencio
triste, continuó, Será bueno que el par de lagartijas verdes intergalácticas se
preocupen por mí y me extrañen un poco.
- Eso no está bien, “tus lagartijas” te adoran -Arturo hizo un gesto involuntario con la
cabeza y bajo la vista-. Por otra parte, mi historia no se cuenta en una noche – y
tuve que rascarme la oreja derecha.
- ¿Que debo hacer para que me la cuentes, Emilio? -me menciono mi nombre por
primera vez y se incorporó lento aguantándome por la cabeza.
Las dos orejas peludas me cayeron en los ojos.
Es molesto esto de tener tanto pelo. Sobre todo, a la hora del baño en días de frío.
12

Yo extrañaba hasta los baños de Anna María. Por mas que no me


gustaba que me frotara jabón como si fuera un peluche y me
dejara media hora enjabonado para que se me quitaran las pulgas,
en ese momento hubiera dado cualquier cosa por tenerla conmigo
y que me arrastrara por el collar para meterme en el bañito de la
abuela.
-Quisiera que me disculpara por todo lo que te dije, pero… -dijo
Arturo-, imagínate que yo llegara a una esquina y me pusiera a
ladrar y los perros me entendieran.
-Si. Lo interrumpí-. Se asustarían un poco.
- ¿Entonces, socio?, ¿Qué debo hacer?
- Insistió.
Existen momentos que uno se siente muy solo y necesita hablar
con alguien y contarle sus secretos, pero no esta seguro si ese
alguien es merecedor de tanta confianza. Arturo era un buen chico,
pero solo había pensado en el como intermediario de mi carta, no
como un amigo.
13

Al fin, me decidí y le dije:


- A partir de ahora, cualquier cosa que no me creas es culpa tuya.
Arturo asintió y yo agradecido tener que dar mi carta en el instante. A veces
hay que esperar que pase un poquito el tiempo para que la tristeza te deje
dictar una simple carta. es como si uno tuviera unos duendes dentro del
cuerpo que, con sus picos y hachas, le va quitando pedacitos a los árboles
detesta que crecen en el pecho. Por esos días, cada vez que pronunciaba
los nombres de Ana María y Hummm llenaban los ojos de lágrimas y me
convertía en un perro tonto.
Pero, si la primera parte del encuentro con Arturo había sido un desastre
ahora empezaba a sentir que me hacía bien su compañía.
Entonces, como Mi historia no se podía contar en un día, ni en una noche,
decidí dividirla en TARDES.
Y empecé así:
Era una tarde de octubre. Más bien finales de octubre. No, casi noviembre
y se empezaba a sentir el airecito fresco y húmedo en las orejas.
Emilio es un perro parlanchín que fue abandonado por Ana María y
Hummm, y desde entonces vive en la calle, con la nostalgia y el
deseo de volver a comunicarse con sus antiguos dueños que se
mudaron a Chile. Para esto, busca a alguien que pueda ayudarlo, un
niño a quien pueda dictar una carta y que además la envíe a Chile. Es
así como conoce a Arturo, con quien logra entablar una amistad a lo
largo de varias tardes en las que le cuenta cómo era su familia, qué
sucedió y por qué fue abandonado. Emotiva historia que combina el
humor y un original uso de la perspectiva narrativa.
1. ¿Por quién fue abandono el perro?
2. ¿Crees que un perro pueda expresar sus sentimientos?
3. ¿Cómo era Arturo físicamente?
4. ¿Qué le pasaba a Emilio cuando nombraba a Anna María y a
Hummm?
5. ¿Quién era Hummm?
6. ¿Quién era la mamá de Hummm?

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