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emergencia de la modernidad
La emergencia de la modernidad: la época previa
El orden comunitario refleja o replica el orden celeste y divino, en donde la posición de las
personas está asociada a la casta, grupo o tipo de alma que posee. La posición es fija y
estable, y el orden se comprende como “natural” es decir, como dado incuestionablemente.
El orden político se sostiene sobre el origen divino del poder de los grupos dominantes y la
existencia de una desigualdad natural entre los seres humanos (desigualdad asociada al tipo
de alma que son).
El orden jurídico se sostiene sobre la arbitrariedad del poder sobrenatural del rey, los vínculos
de sangre o la pertenencia a castas o grupos sociales estancos.
Junto con esto se caracterizó por procurar la separación entre lo cívico y lo religioso,
reservando lo religioso hacia un espacio privado, fuera de lo público y sus asuntos
políticos.
a) La transformación de las capas sociales
El trabajo derivaba en una obligación vivida como natural, bajo códigos de obligación
religiosa o moral y definida por su posición en el orden comunitario y los privilegios o
diferencias naturales que caracterizaban a la persona (en términos muy generales como
“señor” o “siervo”).
El desarrollo de las ciudades, el aumento vertiginoso de la población y el auge del desarrollo de técnicas
y modos de trabajo semi industriales altera, hasta en lo más profundo, la composición de los grupos
sociales. Se produce una ruptura forzada de los ordenes y posiciones naturales.
El trabajo toma la forma de un contrato libre, dentro del cual los contratantes buscan cada uno su
máxima ventaja. Y si en el estadio de la economía natural predominan las relaciones personales y
humanas, en esta incipiente economía monetaria todas las relaciones se objetivan.
El dinero comienza a estabilizarse como equivalente universal de todo valor, introduciendo un acelerado
dinamismo a las transformaciones sociales.
Comienza a diferenciarse una "élite" burguesa, que ya no trabaja manualmente, sino que desarrolla una
actividad más bien de organización, apartándose de la gran masa de la clase media y de los trabajadores
asalariados.
El espíritu individualista de la burguesía naciente, que ampara legítimamente el surgimiento del interés
propio, acaba con el espíritu corporativo medieval y lo sustituye por relaciones de mando.
a) La transformación de las capas sociales
En la época del nacimiento de esta economía monetaria la fuerza de su desarrollo queda integrada por el
dinero y el imperativo de una economía ordenada racionalmente a la producción (no al consumo).
El empresario burgués, a diferencia del noble, pero también del labriego y del siervo, es calculador,
piensa racional y no tradicionalmente. No gusta de la quietud (es decir, que no se aferra a la tradición y
a la costumbre ni al desorden), sino que tiene inquietud, es decir, anhelo de lo nuevo, emprendimiento y
tendencia al orden. Calcula con visión lejana, planifica, ordena geométricamente, establece metas,
mide sus resultados y corrige para alcanzar los números (resultados) propuestos.
El burgués representa un tipo social no vinculado a sus orígenes, sin pertenencia a la tierra (unidad
natural) o a la sangre (comunidad). Los nobles se emparentan con los grandes jefes de familia de la
ciudad y forman con ellos una aristocracia mercantil exclusivista.
Se desarrolla un proceso de fusión entre capas sociales cuyo resultado es la formación de una
completamente nueva, de una nueva aristocracia del talento y de la energía activa, que desplaza a la del
nacimiento (sangre) y del rango (privilegios naturales), y que asocia las acciones en lo económico con el
ejercicio de la política o los asuntos públicos.
b) El nuevo tipo del "empresario" individualista
En cambio el poder obtenido por la riqueza y el prestigio unido a ella, que se encarna en la
burguesía detentadora del capital, la hace políticamente superior a la nobleza.
Caracterizan ahora al nuevo tipo de economía y al nuevo tipo de hombre económico, una
fuerza motora, impulsiva y expansiva, ante cuya acción se desvanece un mundo antes
constituido por esferas adquisitivas separadas.
Este nuevo arte del estado, la política, más cercana a una técnica de administración e
incremento del poder, que se muestra objetiva, neutra valóricamente y medible en sus
acciones a través de sus resultados, tiene por base un mero cálculo de los factores de
fuerza disponibles. La antigua prudencia aristotélica es borrada en favor de la medición de
las fuerzas en pugna frente a una sociedad definida por la competencia y el conflicto.
La nueva mentalidad del Renacimiento, que se abre paso en todas las actividades, no sólo las
económicas, recibe su impulso de una capa social superior. La clase media de pequeña
burguesía.
Este grupo siguió siendo "sanamente conservador", en el sentido antiguo: honrada a carta
cabal y proba, mantiene el ideal del "buen cristiano y buen ciudadano".
Su piedad era sencilla, sin complicaciones, y creía en la existencia de una verdad absoluta, a
diferencia de la ideología liberal, que todo lo consideraba como susceptible de discusión.
Se trata más bien de una mentalidad vinculada a la autoridad y la tradición en donde aún no
se ha legitimado una emancipación individualista (para la que los nombres, la sangre,
tradiciones y la posesión de la tierra son algo "indiferente".
c) La nueva mentalidad
Sin embargo, esta clase media se deja "impresionar", y le impresiona precisamente aquello
que es apenas capaz de realizar.
Le impresiona todo lo que sobresale, de cualquier modo que sea, si procede de las dotes
militares o de la cultura literaria, de la capacidad personal, de la nobleza o de la riqueza.
Aquel que es parte de esta clase media, tempranamente se da cuenta que debe contar con
sus propias fuerzas y la superioridad de su razón y astucia por sobre la tradición.
Racionalidad que promovida e impulsada por esta nueva era mercantil y que le proporciona
el vigor necesario para abandonar la vieja moral.
c) La nueva mentalidad
En el orden del tiempo este es objeto de distribución racional. Hay que ordenarlo, racionar las
actividades procurando su efectividad.
La religión había perdido su importancia como factor de poder, y disminuido su función como el
de una lengua por todos comprendida y por todos aceptada, en la misma proporción en que
fueron desplazadas las antiguas clases sociales directoras por la gran burguesía, del mismo
modo que las lenguas nacionales desplazaban la herencia medieval del latín, como lenguaje
único del clero.
La idea de una comunidad por encima de las naciones del mundo occidental perdió su vigor,
hasta anularse, con la decadencia de las clases sociales que la mantenían.
Al decir de las ciencias sociales que vendrán en el siglo XIX, el Renacimiento es el síntoma más
claro de la crisis y ruptura de la unidad orgánica del mundo premoderno y del medieval en
especifico. La ruptura del fundamento unitario y sustantivo del mundo da lugar a la emergencia
de la particularidad y la singularidad en todos los ámbitos y espacios de la vida de los seres
humanos, anticipando formas de vida social que serán características de la Modernidad por
venir.
c) La nueva mentalidad
Las relaciones sociales, antes condicionadas por preceptos sobrenaturales, divinos y ocultos al
conocimiento de los seres humanos regulares, se entregan en su mayor parte a una regulación
metódica, autoimpuesta por una mentalidad racional que deposita de esperanza en el
autodesarrollo y en la superioridad de la razón, la ciencia y la técnica por sobre la autoridad de
la tradición y la fuerza de la tierra y la sangre.
La nueva técnica en cuyo soberano dominio consiste la nueva libertad, supone la existencia
de una ley natural absoluta, y así el burgués, en su investidura de científico profano
moderno, llega a la transformación necesaria de la ley natural en ley absoluta.
El saber científico de vale de la técnica y la produce a través del experimento como dominio
del mundo, legitimando la valía del conocimiento en la posibilidad de ofrecer verificación
empírica, sino además y prioritariamente en su utilidad. El pensador burgués, ingeniero por
naturaleza, hace una rápida aplicación práctica en las ciencias técnicas extendiendo el
conocimiento como forma neutra de control de la naturaleza.
e) La nueva tendencia en el arte
El arte y el artista ya no expone contemplativamente la virtud del creador divino del mundo.
Más bien se instala en el ámbito de lo público, celebrando la ciudad y la política (público),
exponiendo el poder del estado y de los grandes hombres que constituyen.
El arte, en cuyo campo impera por derecho propio la apariencia hermosa, daba al pueblo la
bella ilusión de una democracia, o al menos la sensación de que participaba de los grandes
logros de los grandes hombres.
A su vez el pueblo manifestaba su gratitud, honrando públicamente a los artistas, con lo cual
honraba a sus propios hombres, pues los artistas habían salido de su propio seno.
Promueve e instala la idea de un saber "puramente humano", que persigue verdades "humanas
generales", junto con una ética de la virtudes personales, fundadas en la capacidad individual
y las fuerzas propias de cada individuo. Representa la negación de todos los privilegios
naturales de los diferentes órdenes, de todas las pretendidas prerrogativas de nacimiento y
estado, y es el sustituto de la doctrina, mantenida por el clero, de los poderes
sobrenaturales, basado en una filosofía "natural“.
La promoción pública del arte, del individuo y del espacio de la privado, la racionalización y
secularización de las relaciones en el trabajo, mostraba una voluntad absoluta de
emancipación y de libertad en contra de todo lo que antes significaba sujeción y ordenación
del individuo.
La educación, fuera de los cánones del catecismo, pretende mostrar a los individuos que el
porvenir es posible, que con trabajo y esfuerzo personal, guiado por el interés propio, el
futuro está pleno de posibilidad de desarrollo y gloria.
f) La función del saber y de la educación
La fama de la propia ciudad, de la propia época, del propio nombre personal, contribuye al
desarrollo de una inmensa conciencia individual, que se despliegua en todos los campos de la
cultura.
El mito humanista del "renacimiento" de la cultura antigua no era más que el sueño,
convertido en idea, de la renovación de la cultura nacional, que así recibía un incentivo de
una eficacia vital directa y positiva.
Así también, aparece la idea absolutista de la propiedad del príncipe sobre el estado y la
libre propiedad del empresario sobre los instrumentos de la producción. Esta idea de una
propiedad de libre disposición recibe su impulso y justificación del ethos del capital
productivo, material o intelectual, es decir, la completa movilización de los bienes tanto
materiales como espirituales.
g) Las clases poseedoras y los intelectuales
Sin embargo el mundo renacentista se torna hacia un espíritu democrático y urbano, para
llevar a la sociedad a ese nuevo orden y liberarse de la autoridad de la tradición y la
comunidad.
En la unidad de economía y política el estado de vuelve empresario, calcula e invierte. Se instala la idea de
un estado laico y autónomo. La política se metódica en absoluto, objetivada y carente de alma, basada en
dos ideas clases, la capacidad y eficiencia.
La idea de poder dominar las cosas abre un nuevo mundo para el hombre, surge la nueva idea de la
burguesía de que todo puede hacerse con el ordenamiento correcto y a través del dominio de la técnica
correcta.
El arte abandona su preponderancia hacia un individuo en especifico y pasa a ser un arte popular, se vuelve
una herramienta burguesa, puesto que con él se buscaba expresar el nuevo poder de la ciudad-estado.
El humanismo responde a las nuevas ideas burguesas de la sociedad, es el hombre con su razón y su virtud
quien responde a las problemáticas del mundo, todo hombre es igual y con estas ideas se derogaban las
antiguas creencias y la existencia de clases diferentes con diversos prestigios enraizados desde el origen y la
sangre, es ahora el propio hombre quien gracias a su fuerza puede cambiar su destino.