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Lección 9 para el 1 de junio de 2019

T IE M PO D E PE RD E R
Adán y Eva fueron creados para disfrutar
eternamente de los dones que les brindaba
su Creador.
Al pecar, dieron la espalda a Dios y
perdieron todo derecho a seguir recibiendo
esos dones.
No obstante, en su amor, Dios ha seguido
impartiendo a la humanidad sus beneficios.
Hoy, el pecado (ya sea nuestro propio
pecado o el pecado que nos rodea) hace
que perdamos momentáneamente, o de
forma permanente, algunos de los dones
que Dios nos ha concedido.

EL DON DE LA SALUD
EL DON DE LA CONFIANZA
EL DON DE LA AMABILIDAD
EL DON DE LA LIBERTAD
EL DON DE LA VIDA
EL DON DE LA SALUD
“Querido hermano, oro para que te vaya bien en todos tus asuntos y goces
de buena salud, así como prosperas espiritualmente” (3ª de Juan 1:2 NVI)
La salud es un don frágil. La enfermedad,
por leve que sea, causa sufrimiento.
Cuando afecta a un ser querido, causa aún
más sufrimiento.
Como creyentes, nuestra reacción ante la
enfermedad debe ser seguir el ejemplo de
Jairo, la mujer cananea, el oficial de
Capernaúm, y de otros muchos: llevar
nuestra enfermedad a los pies de Jesús.
Aún en la pérdida de la salud podemos
aprender algunas lecciones espirituales:

Job conoció mejor a Dios en tu terrible


prueba, y aprendió a perdonar (Job 42:5, 10).
Al ser consolado en su propia enfermedad,
Pablo aprendió a ser humilde y a consolar a
los demás (2ª de Corintios 1:3-5; 12:7).
EL DON DE LA CONFIANZA
“¡Me alegro de poder confiar plenamente en vosotros!”
(2ª de Corintios 7:16 DHHe)
Como pecadores, todos somos susceptibles
de traicionar la confianza que otros han
depositado en nosotros (o viceversa).
La restitución de la confianza es más difícil
cuanto más graves sean sus consecuencias.
Es más fácil restituir la confianza en un
amigo que no ha asistido a una cita
importante, que restituir la confianza en un
cónyuge infiel.

¿Qué puedo hacer para restituir la confianza


de la persona a la que he traicionado?
1. Confesar la falta sin ocultar nada.
2. Reconocer el daño.
3. Comprometerme y esforzarme por no
volver a fallar.
4. Dar tiempo a que la herida sane.
EL DON DE LA AMABILIDAD
“El amor no hace mal al prójimo; así que el
cumplimiento de la ley es el amor” (Romanos 13:10)

Somos llamados a tratar con amabilidad,


afabilidad y cordialidad a todos. Los
comportamientos abusivos o violentos son
inaceptables en un hijo o hija de Dios.
Cuando la violencia se realiza en el seno de la
familia, se tiende a ocultarla. Esto hace que sea
aún más pecaminosa.
En la Biblia tenemos tristes ejemplos de violencia
en la familia: los hermanos de José (Gn. 37:17-
28); Amnón y Tamar (2S. 13:1-22); Manasés, que
mató a sus propios hijos (2R. 21:6).
Los abusadores necesitan ayuda para dejar su
comportamiento, arrepentirse y restituir el daño
causado. Los abusados necesitan perdonar.
Solo Dios puede dar el amor ágape que unos y
otros necesitan, y sanar las heridas causadas.
EL DON DE LA LIBERTAD
“todo hombre es esclavo de aquello que
le ha dominado” (2ª de Pedro 2:19b DHHe)

Dios nos ha concedido libre


albedrío, pero las adicciones nos
quitan esa libertad. El adicto no es
libre de dejar su adicción sin ayuda.
Drogas, alcohol, tabaco, juegos de
azar, sexo, internet, comida… El
objeto de la adicción puede no ser
un pecado, pero toda adicción
afecta a nuestra relación con otros,
con nuestra familia y con Dios.
“¡Miserable hombre de mí!; ¿quién me libertará de este cuerpo
de muerte?” (Rom. 7:24). ¿Quién me librará de mis adicciones?
Dios interviene nuevamente en nuestro favor. Promete darnos
un corazón nuevo, nuevos pensamientos, verdadera libertad
(Ezequiel 36:26; Juan 8:36).
EL DON DE LA VIDA
“[…] Porque ¿qué es vuestra vida? Ciertamente
es neblina que se aparece por un poco de
tiempo, y luego se desvanece” (Santiago 4:14)

Perder la vida es perderlo todo. Los que mueren


“nunca más tendrán parte en todo lo que se hace
debajo del sol” (Eclesiastés 9:6).
Pero los que quedan sufren intensamente el dolor
de la pérdida. El proceso de duelo, en general, pasa
por varias etapas.
En primer lugar, se niega la realidad de la muerte
(aunque sea predecible). Los pensamientos y
conversaciones se centran en el fallecido. Llega la
desesperación y la depresión. Generalmente, tras
un año, llega la etapa final de recuperación y vamos
volviendo a la normalidad.
Como creyentes, tenemos consuelo en la esperanza
y seguridad de volver a ver a nuestros seres
queridos en ocasión de la Segunda Venida de Jesús.
“En medio de toda esta aflicción, el cristiano tiene un
poderoso consuelo. Y si Dios permite que sufra una
enfermedad larga y perturbadora, antes de cerrar los
ojos en la muerte, puede soportar todo con gozo...
Contempla el futuro con satisfacción celestial. Un corto
reposo en la tumba, y luego el Dador de la vida romperá
los sellos del sepulcro, libertará al cautivo y lo levantará
de su lecho de polvo, vestido de inmortalidad, para
nunca más sufrir dolor, tristeza o muerte. ¡Oh, cuán
admirable es la esperanza del cristiano! Quiero que esta
esperanza del cristiano sea la mía. Que también sea la
vuestra”

E.G.W. (Dios nos cuida, 1 de abril)

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