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La vorágine de José Eustasio

Rivera
La naturaleza latinoamericana no es una
naturaleza domesticada como la europea.
Por eso, según los novelistas de la tierra,
ella es la protagonista, no los hombres
eternamente aplastados por su fuerza.
“¡Se los tragó la selva! dice la frase final de La
vorágine de José Eustasio Rivera. La
exclamación es algo más que la lápida de
Arturo Cova y sus compañeros: podría ser el
comentario a un largo siglo de novelas
latinoamericanas: se los tragó la montaña, se
los tragó la pampa, se los tragó la mina, se los
tragó el río. Más cercana a la geografía que a
la literatura, la novela de Hispanoamérica
había sido descrita por hombres que
parecían asumir la tradición de los grandes
exploradores del siglo XVI”.
“En los viejos y establecidos maestros […] la
naturaleza y el paisaje americanos dominan de tal
modo al hombre, lo aplastan y lo someten hasta un
punto, que los individuos casi desaparecen, sus
conflictos se tornan demasiado generales y hasta
abstractos, sus pasiones se anonimizan. Las fuerzas
sociales y económicas, la presión política y la
ambición de las castas dirigentes aparecen por lo
general librando su batalla contra el desposeído del
Ande peruano o de la selva amazónica o de la pampa
argentina. El hombre concreto suele ser una cifra
(pequeña) en un mundo casi siempre muy ancho y
ajeno. La geografía lo es todo; el hombre, nada”
 Comienzo de la “Segunda parte”
 Visiones estrafalarias del soñador
 Comunicación entre Arturo Cova y la selva
 La selva y sus verdugos
 La selva como cárcel
 Selva inhumana
 Selva devoradora
Impresiones de los llanos vio la luz en el
Suplemento Literario de La Patria (Bogotá),
en el número 855, correspondiente al 20
de febrero de 1916, págs. 4-5.
 Responde a la misma predilección de La
vorágine por la naturaleza, que forma un
trasfondo ante el cual se desenvuelve la
acción novelesca.
 Las digresiones más largas son aquellas en
que se describe la naturaleza de los llanos y
de la selva.
 Rivera da sus preferencias al paisaje y no al
ser humano, y acaba por llenar sus textos de
árboles, ríos, plantas, nubes, animales,
insectos y reptiles, relegando la figura del
hombre. El paisaje devora al hombre.
 Sila selva en la novela es una vorágine
que devora al hombre, bestializándolo,
por otra parte Arturo Cova es amante de
la naturaleza. Cova despliega una actitud
ambigua, de amor y de odio a la vez,
hacia la naturaleza. Por esto se leen
exaltaciones de ella en unas páginas de
La vorágine, y execraciones en otras. Esta
misma actitud ambigua hacia la
naturaleza se da en las Impresiones.
En las novelas del regionalismo tradicional
“se establece un curioso escalón entre el
personaje que hablaba en un particular
galimatías criollista, y el autor, quien se
situaba por encima de sus criaturas y al
describir, al comentar, al narrar, hablaba
desde su cátedra más o menos purista”
(Ángel Rama).
 En las Impresiones, Rivera usa como
procedimiento narrativo la introducción de
vocabulario local, inusitado para la gran
mayoría de los lectores.
 Elpúblico no especializado no percibirá el
significado exacto de voces como chigüiros,
morrocoyes, churucos, corcobados,
cantaremos, canánguche y muchas otras,
sino en las pocas ocasiones cuando el autor
las aclara en el contexto.
 Lo mismo sucede con frecuencia en La
vorágine, a pesar de que Rivera adjuntó un
“Vocabulario” a esta obra. En los casos en
que el autor no indica la acepción de los
vocablos, parece evidente que utiliza el
vocabulario regional sólo para evocar un
ambiente extraño, y no para comunicar al
lector un concepto concreto.
 El sentido lingüístico del poeta, tal como se
revela en este Vocabulario, es muy inseguro:
por una parte define palabras corrientes y,
en cambio, deja de explicar otros términos
oscuros.
Tierra de promisión es un sonetario donde
es posible advertir el origen de un
profundo subjetivismo que, sin dejar por
ello el juego de color y de luz, lleva al
poeta a identificar la vida del paisaje
circundante con su propio sentimentalismo
melancólico. Esto se advierte ya en el
soneto prólogo, que surge como una
síntesis de toda la obra.
Soy un grávido río, y a la luz meridiana
ruedo bajo los ámbitos reflejando el paisaje;
y en el hondo murmullo de mi audaz oleaje
se oye la voz solemne de la selva lejana.
Flota el sol entre el nimbo de mi espuma liviana;
y peinando en los vientos el sonoro plumaje,
en las tardes un águila triunfadora y salvaje
vuela sobre mis tumbos encendidos en grana.
Turbio de pesadumbre y anchuroso y profundo,
al pasar ante el monte que en las nubes descuella
con mi trueno espumante sus contornos inundo;
y después, remansado bajo plácidas frondas,
purifico mis aguas esperando una estrella
que vendrá de los cielos a bogar en mis ondas.
Mientras proseguíamos silenciosos principió a
lamentarse la tierra, por el hundimiento del sol,
cuya vislumbre palidecía sobre las playas. Los más
ligeros ruidos repercutieron en mi ser,
consustanciado a tal punto con el ambiente, que
era mi propia alma la que gemía, y mi tristeza la
que, a semejanza de un lente opaco, apenumbraba
todas las cosas.
Sobre el panorama crepuscular fuese ampliando
mi desconsuelo, como la noche, y lentamente una
misma sombra borró los perfiles del bosque
exótico, la línea del agua inmóvil, las siluetas de
los remeros... (98).
 Es posible advertir una identificación
entre el hombre y el paisaje.
 La nota fundamental de La vorágine está
en el desplazamiento de la suave
melancolía romántica del sonetario hacia
las tonalidades más avanzadas de un
romanticismo centrado en la pasión
desorbitada, en la fantasía sin frenos, en
la búsqueda inevitable de lo que no se
encuentra y, como síntesis, en esa
exaltación del Yo de que no podía
prescindir el personaje romántico.
“¿Por qué no ruge toda la selva y nos
aplasta como a reptiles para castigar la
explotación vil? ¡Aquí no siento tristeza sino
desesperación! ¡Quisiera tener con quién
conspirar! ¡Quisiera librar la batalla de las
especies, morir en los cataclismos, ver
invertidas las fuerzas cósmicas! ¡Si Satán
dirigiera esta rebelión! ...
¡Yo he sido cauchero, yo soy cauchero! ¡Y lo
que hizo mi mano contra los árboles puede
hacerlo contra los hombres!”.
“La visión frenética del naufragio me
sacudió con una ráfaga de belleza. El
espectáculo fue magnífico. La muerte había
escogido una forma nueva contra sus victimas
...
Mientras corríamos por el peñasco a tirar el
cable de salvamento, en el ímpetu de una
ayuda tardía, pensaba yo que cualquiera
maniobra que acometiéramos aplebeyaría la
imponente catástrofe; y, fijos los ojos en la
escollera, sentía el dañino temor de que los
náufragos sobreaguaran, hinchados, a
mezclarse en la danza de los sombreros”.
En situaciones como éstas es donde se pone
de manifiesto uno de los aspectos de esa fase
avanzada y típica del romanticismo, en la que
el hombre se entrega por completo al
capricho de lo irracional, al más franco
dominio de los instintos. De ahí las
afirmaciones de Clemente Silva:

“[…] la selva trastorna al hombre,


desarrollándole los instintos más
inhumanos: la crueldad invade las almas
como intricado espino, y la codicia quema
como la fiebre”.
En La vorágine es posible advertir un
fuerte contenido romántico centrado
fundamentalmente en la personalidad de
su héroe, Arturo Cova, en quien ni siquiera
el concepto del destino implacable del
romanticismo está ausente.
Dos sonetos que hablan de la selva
La selva de anchas cúpulas, al sinfónico giro
de los vientos, preludia sus grandiosos maitines;
y al gemir de las ramas como finos violines
lanza la móvil fronda su profundo suspiro.
Mansas voces se arrullan en oculto retiro;
los cañales conciertan moribundos flautines,
y al mecerse del cámbulo florecido en carmines
entra por las marañas una luz de zafiro.
Curvada en el espasmo musical, la palmera
vibra sus abanicos en el aura ligera;
mas de pronto un gran trémolo de orquestados concentos
¡rompe las vainilleras! ... y con grave arrogancia,
el follaje embriagado con su propia fragancia,
como un león, revuelve la melena en los vientos.
“Buscábamos el abrigo de los montes
lontanos, y salimos a una llanada donde
gemían las palmeras, zarandeadas por el
brisote con tan poderosa insolencia, que
las hacía desaparecer del espacio,
agachándolas sobre el suelo, para que
barrieran el polvo de los pastizales
crispados”.
Cuando ya su piragua los raudales remonta,
brinca el indio, y entrando por la selva malsana,
lleva al pecho un carrizo con veneno de iguana
y el carcaj en el hombro con venablos de chonta.
Solitario, de noche, los jarales, transmonta;
rinde boas horrendos con la recia macana,
y, cayendo al salado, por la trocha cercana
oye ruido de pasos... y al acecho se apronta.
Ante el ágil relámpago de una piel de pantera,
ve vibrar en lo oscuro, cual sonoro cordaje,
los tupidos bejucos de feroz madriguera;
y al sentir que una zarpa las achiras descombra,
lanza el dardo, y en medio de la brega salvaje
surge el pávido anuncio de un silbido en la sombra.

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