Está en la página 1de 44

La arquitectura de la ciudad global_Maquetación 1 26/09/11 18:17 Página 1

El conjunto de ensayos que contiene este libro da cuenta –desde 20 Eduardo Prieto
una perplejidad que atiende a pequeños pero reveladores detalles

La arquitectura de la ciudad global


La arquitectura
sociológicos– de los complejos procesos que están transformando a
las urbes contemporáneas. Estos procesos, insospechados y entró-
picos, afectan de manera particular a tres ámbitos: las funciones

de la ciudad global
tradicionales del espacio moderno, alteradas por la emergencia de
las redes virtuales; el significado voluble de los nuevos conceptos
que, como el «lugar» y su opuesto «no-lugar», sustentan el discurso
actual de la arquitectura; finalmente, los paradójicos roles que, en
el contexto de la globalización, desempeña la naturaleza con relación
a las metrópolis difusas. Redes, no-lugares y naturaleza forman
Redes, no-lugares, naturaleza
así algunas de las aristas del prisma que refracta nuestro mundo:
esa realidad proteica que aún no hemos aprendido a mirar.

EduaRdo PRiEto es arquitecto y filósofo. actualmente compa-


gina su actividad profesional como arquitecto con la docente como

Eduardo Prieto
profesor en la Escuela técnica Superior de arquitectura de Madrid.
autor de artículos y textos de diversa índole, sus investigaciones
se centran hoy en la vinculación entre el espacio filosófico, la esté-
tica y la arquitectura.

COLECCIÓN:
M etróp oli
Los espacios de la
arquitectura

BIBLIOTECA NUEVA
C O L E C C I Ó N:
Metrópoli
Los espacios de la
arquitectura

Colección dirigida por Antonio Fernández Alba


y Roberto Fernández

La arquitectura de la ciudad global_4as.indb 4 27/9/11 10:36:29


Eduardo Prieto

LA ARQUITECTURA
DE LA CIUDAD GLOBAL
Redes, no-lugares, naturaleza

BIBLIOTECA NUEVA

La arquitectura de la ciudad global_4as.indb 5 27/9/11 10:36:29


Índice

Agradecimientos ................................................................. 7

Prólogo: La construcción del pensamiento, por Luis Fer-


nández-Galiano ............................................................... 9

Introducción ....................................................................... 13

Primera parte
REDES

Capítulo I. Alambradas para Telépolis ................................... 21

Capítulo II. La rebelión de los cuerpos ................................. 25

Capítulo III. Ciudades digitales ............................................ 29


Utopías digitales y pesadillas panópticas ........................... 30
Panóptica digital y mecanistorias ....................................... 33
El mito de la neutralidad ................................................. 35

Capítulo IV. La «astanización» .............................................. 43


Las candidatas .................................................................. 44
Astaná, ciudad in vitro ..................................................... 45
El nuevo monumentalismo .............................................. 47
Las herramientas .............................................................. 48
Monumentalismo mediático ............................................ 50

[237]

La arquitectura de la ciudad global_4as.indb 237 27/9/11 10:36:48


Segunda parte
NO-LUGARES

Capítulo V. Koolhaas en el edén ........................................... 57


La vindicación del caos .................................................... 59
Orden moderno ............................................................... 61
El dilema ......................................................................... 63
El discurso de lo genérico ................................................ 64
La estética del caos ........................................................... 65

Capítulo VI. El espacio filosófico .......................................... 73


Construir Habitar Pensar ................................................ 74
El breviario del habitar .................................................... 77
El espacio es un don ........................................................ 81
Construir técnico y construir existencial .......................... 84
Naturaleza y humanismo ................................................. 88
Desvelar el genius loci ....................................................... 92
Elogio de lo abierto ......................................................... 96
Espacio genérico y lugar genérico .................................... 100

Capítulo VII. Lost in translation .......................................... 109


Los no-lugares ................................................................. 111
El no-lugar como objeto antropológico ........................... 114
El no-lugar y el régimen del solitario ............................... 117
El retorno a los lugares y el olvido del espacio .................. 121

Capítulo VIII. Perspectiva y espacio moderno ....................... 127


La mirada del cíclope ...................................................... 129
Panóptica ........................................................................ 133
Utopía ............................................................................. 135
Perspectiva y magia .......................................................... 137

[238]

La arquitectura de la ciudad global_4as.indb 238 27/9/11 10:36:48


Tercera parte
NATURALEZA

Capítulo IX. Nos han dado la tierra ...................................... 147


Capitalismo «desdarwinizado» ......................................... 149
«Googlelización» de los territorios ................................... 151

Capítulo X. Ágora o jardín ................................................... 157


El jardín como utopía antiurbana .................................... 159
Desplazamientos del ágora .............................................. 161
Nuevas hibridaciones ...................................................... 163

Capítulo XI. Darwin y Humboldt ........................................ 173

Capítulo XII. La sostenibilidad toma el mando .................... 177


¿Un nuevo paradigma? .................................................... 177
El mito de la transparencia .............................................. 180
Funcionalismo y «biokitsch» ........................................... 185
Del funcionalismo ambiental a la estética de la energía .... 189

Epílogo. El flâneur digital. Walter Benjamin en tres panoramas


contemporáneos .............................................................. 199
Primer panorama: un detective en la metrópolis .............. 199
Segundo panorama: «callejeando» por la Red. ................. 207
Tercer panorama: en los pasajes climatizados ................... 219

[239]

La arquitectura de la ciudad global_4as.indb 239 27/9/11 10:36:48


La construcción del pensamiento

Eduardo Prieto firma sus artículos como arquitecto y filósofo. La


referencia a sus dos licenciaturas puede parecer trivial, pero la con-
junción copulativa encierra un interrogante. ¿Se puede ser arquitecto
y filósofo al mismo tiempo? Aunque ambas disciplinas se hayan visto
vinculadas de múltiples maneras, lo cierto es que los saberes instru-
mentales de la arquitectura y la búsqueda especulativa de la filosofía
parecen pertenecer a ámbitos muy diferentes, e incluso opuestos. Si
el arquitecto es una persona práctica que ofrece respuestas, el filósofo
es un teórico que formula preguntas, de suerte que muchos juzga-
rán la expresión arquitecto-filósofo como un oxímoron ocupacional.
Admitiendo que no hay nada más práctico que una buena teoría,
tanto la anorexia conceptual de muchos grandes arquitectos como
los notorios descarríos en la vida civil de algunos eminentes filósofos
justifican la relativa autonomía de ambos campos, y explican la per-
plejidad suscitada por la doble militancia disciplinar.
Desde luego, la arquitectura ha procurado con tenacidad deco-
rarse con ropajes filosóficos, y desde el Renacimiento su rescate del
territorio menestral de las artes mecánicas pasa por la adquisición de
un lustre humanista. El loosiano «albañil que sabe latín» ha conocido
varias encarnaciones históricas, pero en todas subyace el propósito de
entender la arquitectura como «cosa mentale»: algo situado más allá
de su dimensión material, que está orientada al uso y servicio de las
necesidades cotidianas de las gentes tanto como a la representación
física de las ideas. Con todo, y pese a las reiteradas declaraciones
de afecto, la relación de la arquitectura con la filosofía ha sido más
interesada que amorosa, y los arquitectos han utilizado el pensamien-
[9]

La arquitectura de la ciudad global_4as.indb 9 27/9/11 10:36:31


to como una cantera de metáforas que suministraran respetabilidad
intelectual a sus proyectos, generados por lo común mediante un
conjunto de instrumentos técnicos y formales en todo ajenos a la
reflexión filosófica.
Por su parte, los filósofos se han ocupado menos de la arquitectu-
ra, y si la han utilizado como modelo para la construcción de siste-
mas conceptuales, si han dejado caer en sus textos alguna referencia
a espacios arquitectónicos, o incluso si han llegado a diseñar algún
edificio —como en los casos célebres de Wittgenstein y Heidegger,
extendidos después con las incursiones proyectuales de Derrida—, el
vínculo entre sus cavilaciones y sus construcciones ha sido sumamen-
te tenue, y la literatura promovida por esta relación episódica mayor-
mente prescindible. La influencia del pensamiento sobre el entorno
construido ha sido sin lugar a dudas formidable, pero ha operado
sobre todo mediante la transformación del marco conceptual con
que una época contempla, enmarca e interpreta su propio mundo,
antes bien que a través de la fertilización cruzada de arquitectos y
filósofos.
Es posible, con todo, que el término «filósofo» resulte un tanto so-
lemne —en contraste con «filosofía», una palabra de uso tan extendi-
do que cualquier empresa tiene la suya propia, por no hablar de cada
cocinero, peluquero o sastre—, y que debamos acogernos al menos
sonoro, aunque embarazosamente obsoleto, de intelectual. Si evita-
mos los ecos de los maîtres-penseurs desvanecidos, y si lo entendemos
sólo como una denominación que describe al que procura entender
su tiempo, acaso podamos aceptar la definición que del arquitecto—
aggiornando el «albañil que sabe latín»— ofrecía Alejandro de la Sota:
un intelectual que estudia el mundo que lo rodea para comprender
sus necesidades, y un técnico que sabe proponer soluciones prácticas
para atenderlas; y si luego resulta ser artista —añadía—, esa fortuna
tendremos, porque el Espíritu sopla donde quiere.
Ese intelectual y técnico lo es cabalmente Eduardo Prieto, y su
aguda sensibilidad a las turbulencias de nuestra época se suma a su
amplia cultura, su talento inquisitivo y su prosa eficaz para ofrecer el
análisis del mundo contemporáneo que cabe esperar de alguien que
combina la formación de arquitecto con la de filósofo. Por más que
[10]

La arquitectura de la ciudad global_4as.indb 10 27/9/11 10:36:31


muchos de nosotros sigamos propugnando que la enseñanza de la
arquitectura incorpore una presencia más generosa de la teoría, la crí-
tica y la historia, por ahora esa formación humanista debe adquirirse
en otros ámbitos académicos, como atestigua el caso que nos ocupa.
Pero si nuestros deseos son atendidos, es posible que en el futuro
no haga falta presentarse como arquitecto y filósofo, porque la mera
mención de la arquitectura incorporaría su dimensión reflexiva. Es
algo que los arquitectos necesitan, y necesita aún más el mundo físico
que ayudan a configurar.

Luis Fernández-Galiano

[11]

La arquitectura de la ciudad global_4as.indb 11 27/9/11 10:36:31


Introducción

Vivimos en un mundo que todavía no hemos aprendido a mirar.


El desorden, la confusión entrópica que envuelve como un manto
translúcido las urbes contemporáneas, arropa también a los hombres
que las habitan o, mejor, que son arrastrados por el caos anónimo que
sin descanso va rompiendo la mayor parte de los lazos tradicionales
que las sociedades modernas habían ido construyendo en los dos úl-
timos siglos en torno a la idea del espacio urbano.
Día a día, los acontecimientos van confirmando y, a la vez, des-
mintiendo una conocida máxima de Michel Foucault según la cual
lo que define a nuestra época es su carácter «espacial». En 2020 ha-
brá nueve urbes de más de veinte millones de habitantes —la mayor
parte de ellas en los países emergentes— de tal manera que en unos
pocos decenios más cabe esperar que la práctica totalidad de la po-
blación mundial se juntará entre los límites difusos de las nuevas
megalópolis. Nuestro futuro se sigue confiando al espacio de las ciu-
dades pero, paralelamente, otros acontecimientos refutan este pre-
sunto carácter espacial de nuestro mundo. El propio tamaño de las
metrópolis —según el modelo asiático que adviene— hará inviables a
corto plazo las estrategias tradicionales de relación a través del espacio
moderno. Las redes de comunicación y relación —antes locales o na-
cionales— han ampliado su alcance de tal modo que la espacialidad
física —superada hace mucho por la velocidad y la aceleración, como
no se cansa de repetir premonitoriamente Paul Virilio— deviene
inútil frente a la inmensa trama, virtual y real a la vez, de las nuevas
sociedades configuradas en red. En este contexto lábil, las tradiciona-
les funciones cívicas que desempeñaba el espacio no encuentran aco-
[13]

La arquitectura de la ciudad global_4as.indb 13 27/9/11 10:36:31


modo en el continuum genérico de las ciudades globalizadas y tienden
a migrar al ciberespacio, adaptándose a los nuevos modelos derivados
de una conectividad fácil, indiscrimada y ligera. Lo leve, lo «liquido»
—empleando el afortunado término de Zygmunt Bauman— releva
así a lo macizo o pesado, igual que lo digital suple a lo analógico y el
consumo de información supera ya al de bienes materiales.
Espacial o no, nuestra época es confusa y proteica: a la hipertrofia
genérica de las metrópolis sigue el progresivo adelgazamiento de las
funciones cívicas del espacio tradicional, sustituidas por las rápidas e
inocuas relaciones que «tienen lugar» a través de la Red. Las ciudades,
que luchan por adquirir un carácter singular dentro del escapara-
te global, inspiran sus formas, sin embargo, en repetidas referencias
icónicas —el perfil de Manhattan, por ejemplo— que, inconscien-
temente mimetizadas, acaban haciéndose genéricas. Finalmente, el
mismo espacio se ve desbordado por las mallas que tienden a crear
las metrópolis entre sí, que alientan un conexión continua entre ellas
y que necesitan de puertos, canales y nodos de comunicación física
temporal (aeropuertos, autopistas, hoteles, etc.), verdaderos espacios
de tránsito que hacen posible los enlaces entre los extremos del en-
tramado digital.
El conjunto de artículos y ensayos que contiene este libro, agru-
pados bajo el título La arquitectura de la ciudad global, dan cuenta de
los complejos procesos que están transformando las ciudades, aten-
diendo muchas veces a pequeños detalles sociológicos que pueden
resultar reveladores o, por el contrario, acercándose al asunto de una
manera más disciplinar. Pese a tratarse de textos de procedencia, ex-
tensión y temática diversa, es posible encontrar un concepto que los
sobrevuela a todos, tal vez como una preocupación: el hecho de que
en este mundo acelerado y difuso, el espacio —antaño el medio que
hacía posible la relación humana, que, por decirlo así, «engrasaba»
la correa de transmisión de las sociedades— se ha convertido hoy en
una barrera, en un obstáculo.
Atendiendo a los temas, es posible ordenar los textos que com-
ponen el libro en tres grupos que responden, a su vez, a algunas de
las dimensiones que atañen al problema de la ciudad global. En pri-
mer lugar, la emergencia de la redes virtuales y su influencia en la
[14]

La arquitectura de la ciudad global_4as.indb 14 27/9/11 10:36:31


alteración de las funciones que tradicionalmente había desempeñado
el espacio moderno. En segundo lugar, el significado de los nuevos
conceptos que, como el «lugar» y su opuesto, el «no-lugar», sustentan
el discurso contemporáneo sobre la arquitectura. Finalmente, el pa-
radójico papel que en el contexto de la globalización desempeñan los
territorios o la naturaleza en su relación con las metrópolis difusas.
¿Debemos convalidar la conocida profecía de William J. Mitchell
en su City of Bits, según la cual «vivimos ya en el antiespacio», rela-
cionándonos, de hecho, sólo a través de las redes cibernéticas? Si esto
es así, ¿es necesario que aprendamos de nuevo a pensar lo espacial o
basta con que nos hagamos a la idea de que el espacio cívico, según
lo entendemos, está destinado a morir? Este es el tipo de preguntas
que se pretenden responder en el grupo de cuatro textos que forman
la primera parte del libro. Ciñéndose a algunos hechos reveladores
de la actualidad política reciente —algunos de tanta importancia
histórica como las revoluciones democráticas en el mundo árabe—
Alambradas para Telépolis y La rebelión de los cuerpos concluyen que
las tradicionales estrategias de control a través del espacio físico no
sólo no se resisten a desaparecer sino que adoptan formas más sutiles
de expresión, entreverándose con las nuevas herramientas digitales
o hibridándose con ellas. Ciudades digitales, por su parte, relaciona
la tradición moderna de los panópticos —instrumentos de control
a través del espacio físico— con los nuevos modelos fundados en
la idea de «inteligencia» urbana, generada a través de las sofisticadas
herramientas de gestión digital, desvelando cómo el «mito de la neu-
tralidad» de la técnica podría acabar convirtiéndose en una pesadilla
semejante a las que profetizaron Orwell o Huxley en sus célebres
libros. La «astanización», finalmente, estudia las posibilidades de la
Red como vehículo para la expresión del monumentalismo tradicio-
nal asociado al poder, según la despliega de manera paradigmática
Astaná, la capital in vitro de Kazajistán.
El espacio mismo, considerado como un concepto mediador,
como una herramienta construida históricamente por la modernidad
pero que está hoy en peligro de extinción, es el tema en torno al cual
se organizan los ensayos contenidos en el segundo grupo. A pesar del
spatial turn que, desde los años sesenta, ha enriquecido a la sociología,
[15]

La arquitectura de la ciudad global_4as.indb 15 27/9/11 10:36:31


la filosofía o la propia política —con figuras tan importantes como
Henri Lefevre, Richard Sennett, David Harvey o, más recientemente,
Karl Schlögel—, el fin de la modernidad ha coincidido con el progre-
sivo apartamiento de la palabra «espacio» y su reducción a un sentido
cada vez más genérico y confuso, en el que el exilio del concepto a lo
meramente disciplinar ha venido acompañado por el favor cada vez
más unánime concedido a otro término semejante: el «lugar». Este
vuelco se ha acompañado, después, por el olvido de que el espacio es
un concepto concreto, construido históricamente con ocasión de la
ciudad moderna, de tal modo que su primitivo sentido cualitativo—
presente de una manera paradigmática en el París de Baudelaire o
Benjamin— ha sido sustituido, sin más, por otro meramente cuan-
titativo y extensivo, espacio simple y geométrico del que oportuna-
mente se ha servido Koolhaas para construir sus reflexiones sobre la
ciudad «genérica» o el espacio «basura». Este tipo de problemas —que
podrían ser objeto en sí mismos de un apasionante libro— son los que
se tratan en artículos como Koolhaas en el edén —sobre la presunta
confianza en el caos como respuesta a los retos de la ciudad moder-
na—, o El espacio filosófico y Lost in translation, donde se analizan las
complejas relaciones que hoy se da entre el «lugar», el «no-lugar» o
el propio espacio moderno cuyo sentido cualitativo, mediador e his-
tórico se pretende, de nuevo, poner en valor. Por su parte, el ensayo
Perspectiva y espacio moderno constituye una aproximación al origen
histórico del concepto de espacio construido por la modernidad, una
génesis que es necesario revisar y estudiar con rigor.
La naturaleza y los territorios constituyen, finalmente, el tema
fundamental de los textos que conforman el tercer bloque del libro.
¿Cuál es la condición de los territorios aún no hollados por las técni-
cas del hombre o de aquellos que han sido olvidados por al moderni-
dad? ¿Cuánto «vale» la propia naturaleza y que roles va a desempeñar
en un mundo en el que se están rompiendo las polaridades entre el
centro y la periferia, entre lo urbano y lo territorial , entre lo natural
y lo artificial? Inspirando su título en uno de los cuentos más exactos
de Juan Rulfo, Nos han dado la tierra da una respuesta parcial a estas
preguntas, estudiando cómo las nuevas herramientas digitales —en
particular ese ojo panóptico que constituye hoy en día Google— a la
[16]

La arquitectura de la ciudad global_4as.indb 16 27/9/11 10:36:31


vez que inauguran nuevas posibilidades para experimentar la escala
de los territorios corren el peligro de acabar convalidando una mirada
banal incapaz de tratar las cualidades materiales y físicas de la natura-
leza, aquéllas que requieren como mediador indispensable al propio
cuerpo humano. El origen, sin embargo, de esta banalización de la
naturaleza debe buscarse en la propia modernidad: Darwin y Hum-
boldt rastrea sus huellas, proponiendo algunas alternativas para evitar
la manipulación indiscriminada de lo natural. En este mismo con-
texto, La sostenibilidad toma el mando puede considerarse una contri-
bución al debate sobre la importancia real de la «sostenibilidad» en la
arquitectura, debate que se acompaña, finalmente, en Ágora o jardín,
con el desvelamiento de las contaminaciones que, a lo largo de la
historia, se han producido entre los que quizá son los dos polos más
importantes de nuestra civilización: la naturaleza y la ciudad.

Eduardo Prieto, marzo de 2011

[17]

La arquitectura de la ciudad global_4as.indb 17 27/9/11 10:36:31


Capítulo X

Ágora o jardín

Refiere Heródoto1 que cuando el gran Ciro, rey persa, conquis-


tó las ciudades griegas del Asia Menor, sentenció, despectivo, que
sus mercados o ágoras no eran más que lugares donde los hombres
contaban mentiras y se engañaban los unos a los otros. Los nobles
persas —argüía el sabio monarca— prefieren, por el contrario, sus
torres almenadas en el campo y, sobre todo, sus jardines o «pa-
raísos», donde pueden plantar árboles y cazar. Ciro no se mostró
entonces muy convencido de la utilidad de sus nuevas conquistas,
pero los persas persistieron en su afán de dominar Grecia por com-
pleto y, en su desdén antiurbano, no cejaron en su empeño hasta
prender fuego a la mismísima Acrópolis. Nada impide pensar, así,
que no sólo fueron los negocios o las cuestiones de poder los que
determinaron sus guerras, sino también una convicción más pro-
funda, ideológica si se quiere, que enfrentaría a dos modos de ver
el mundo, oponiendo el logos al mito, la justicia a la arbitrariedad,
la ciudad al campo, el ágora al jardín.
«Ágora», en griego, es una palabra que da cuenta tanto de la «re-
unión» de los hombres para trocar o vender cosas como de la «plaza»
pública en sí misma, es decir, ese lugar donde también pueden inter-
cambiarse ideas y donde, como advertía Ciro, también es posible
trapichear y mentirse según la conveniencia de cada cual. El ágora

1
Heródoto, Historia, Libro I, 152, versión de Carlos Schrader, Madrid, Bi-
blioteca Clásica Gredos, 2000.

[157]

La arquitectura de la ciudad global_4as.indb 157 27/9/11 10:36:43


es el espacio cuya razón de ser consiste precisamente en estar vacío,
en hacer un hueco en el tapiz macizo de los lugares privados de la
ciudad para abrirse a la libre concurrencia de los hombres en cuanto
hombres. Un vacío lleno de sentido, por tanto. Como escribe Orte-
gay Gasset, «la plaza, merced a los muros que la acotan, es un pedazo
de campo que se vuelve de espaldas al resto, que prescinde del resto y
se opone a él (…) Es el espacio civil». Los espacios humanos son así
fragmentos transmutados del campo y las ágoras nacen de la lucha
violenta de los hombres por desvincularse de la naturaleza, oponién-
dose a los jardines o «paraísos». Por eso, a la fanfarronada de Ciro,
un griego podría haber contestado lo mismo que sentenció después
Sócrates: «Yo no tengo que ver con los árboles en el campo: yo sólo
tengo que ver con los hombres en la ciudad». ¿Qué podrían saber de
estos sofisticados argumentos los nobles pero ingenuos persas?
La idea de jardín es, quizá, más antigua que la de ciudad, pero la
palabra que usamos hoy en día para referirnos a ella es mucho más
moderna, pues «jardín» viene del francés antiguo jart, propiamente
«huerto» que, a su vez, procede del fráncico gard, término que signifi-
ca «cercado, seto». El jardín, por oposición al ágora —lo abierto— es
aquello que se cerca y se protege de lo demás —«lo cerrado»—. Por
su parte, el término que con probabilidad usó Ciro en su disputa
con los colonos helenos significa simplemente «parque», paradeisos
en griego, «paraíso» en español, palabra de origen iranio que tan evo-
cadora sigue resultando hoy.
A diferencia de las «civilizaciones del jardín» —esos persas orgu-
llosos que menospreciaban los trapicheos del mercado— las «civili-
zaciones del ágora», a las cuales pertenecemos nosotros, han tenido
un cierto complejo con respecto a la idea del jardín, esa naturaleza o
paraíso perdido donde se han ido proyectando a lo largo del tiempo
las aspiraciones de unidad orgánica, estabilidad y quietud que los
desórdenes propios del logos impiden garantizar. Desde siempre,
por tanto, el tema del jardín perdido ha constituido la alternativa
sentimental y, a veces, utópica que las civilizaciones del ágora erigen
contra sí mismas. A partir de Ovidio al menos y, pasando por Höl-
derlin o Novalis, hasta llegar a las vanguardias del siglo xx, la idea
del paraíso o de la «Edad de Oro» ha ido alimentando a las formas
[158]

La arquitectura de la ciudad global_4as.indb 158 27/9/11 10:36:43


de nuestra cultura, a través fundamentalmente de la literatura y la
retórica.
A comienzos del siglo xv acontece un fenómeno nuevo que des-
borda los límites tradicionales del paraíso como tema literario para
llevar el tópico al ámbito de las cosas construidas, de las utopías físi-
cas: se trata de los jardines privados que algunos mecenas patrocinan,
a imitación de los de Plinio o del propio valido de Augusto, para
exponer sus colecciones de estatuas y fragmentos clásicos —pense-
mos en Lorenzo el Magnífico construyendo su maravilloso jardín de
estatuas en Florencia—: arcadias redivivas que poco tienen ya que ver
con los pragmáticos huertos y los parques medievales. Sabemos que
este nuevo género de arquitectura que es la jardinería tendrá fortu-
na, que irá entreverándose cada vez con mayor protagonismo en las
construcciones de las civilizaciones del ágora, primero en las villas y
en las casas privadas, después en los palacios, dentro de las ciudades
o fuera de ellas, hasta llegar al caso del Versalles de Luis XIV —ese
Ciro resucitado— que huye de París y se lleva con él a esa corte tan
acostumbrada ya a las ventajas de la ciudad que pronto odiará aquel
parque de naturaleza artificial, sintetizada por el gran Le Nôtre. A
finales del siglo xvii parecía que las civilizaciones del ágora quisiesen
de nuevo volver a la naturaleza, como si, a la imagen de los persas o
los babilonios, aspirasen a retornar a su condición perdida de «vege-
taciones antropomorfas», que diría Ortega. La naturaleza, el jardín,
se estaba usando ya como un arma contra el espacio del ágora.

El jardín como utopía antiurbana

La reacción antiurbana adquiere un sentido moderno en el jardín


paisajista temprano, nacido en Inglaterra a principios del siglo xviii.
Los primeros jardines paisajistas fueron parques no muy grandes or-
ganizados en torno a villas de recreo a orillas del Támesis, y pertene-
cieron, casi siempre, a políticos liberales, finos y eruditos, cuyos me-
jores momentos en el mundo del poder habían ya pasado. Frente a la
idea romántica del jardín paisajista —cuya estética sigue mediatizando
nuestra mirada— estos primeros experimentos paisajistas son todavía
[159]

La arquitectura de la ciudad global_4as.indb 159 27/9/11 10:36:43


bastante franceses, ciñéndose de manera estricta al molde programáti-
co convencional inspirado en la antigüedad clásica, pero proponen un
novedoso modo de presentación, una disposición que, frente a la visión
estática y panóptica propia del jardín barroco, implica un recorrido
dinámico y secuenciado a la manera pictórica, fenomenológico si se
quiere, cuyos cuadros sucesivos permiten la expresión y puesta en valor
de unas determinadas ideas políticas, aquellas precisamente que habían
fracasado en Londres y se estaban refugiando entre parterres y árboles.
Pero lo relevante aquí no es esta historia sobradamente conocida, sino
el papel que juega la naturaleza en este contexto, suplantando al espa-
cio y despojándolo de sus funciones habituales. De este modo, si en la
ciudad es el espacio público el que une y da sentido a los recorridos, en
el jardín paisajista es la naturaleza quien asume estos papeles. Se trata,
sin embargo, de una naturaleza genérica, es decir, naturaleza sólo en
cuanto idea, que liga y alea, como si de un éter o un crisol se tratase,
las diferentes escenas del programa —bustos, epitafios, esculturas—,
dándole al conjunto la requerida unidad característica. La naturaleza
trabaja aquí con el prestigio que le confiere ser reconocida por todos
como algo «necesario», indiscutido frente al mundo inferior de las co-
sas contingentes propias de los hombres, trátense éstas de la política o
de las propias ciudades.
El jardín paisajista fue, por tanto, en su origen una cuestión de
aficionados cultos que buscaban en la naturaleza vías de expresión
alternativas a las fuentes de poder convencionales —el jardín barroco
o la propia ciudad—. No sabemos cuál era la desconfianza real de
estos dilettanti con respecto, por ejemplo, al Londres de principios
del xviii (que no debió ser mucha puesto que sus flamantes jardines
se construyeron, por si acaso había que volver, muy cerca de la ciudad
del Támesis) pero sí constatamos, un siglo después, cómo su ligero
rencor, un poco esnob, a las ciudades se había convertido ya en una
franca y general hostilidad. A fin de cuentas, las ciudades habían sido
el escenario principal de los excesos del terror jacobino y lo serían,
después, de nuevas revoluciones. Las urbes empezaban, además, a
ennegrecerse por el humo de las fábricas y a llenarse de la carne explo-
tada de los desagradables lumpen. Es así cómo en el siglo xix se forja
la leyenda negra de la ciudad, primero en la literatura —a través de
[160]

La arquitectura de la ciudad global_4as.indb 160 27/9/11 10:36:43


las obras, por ejemplo, de Eugène Sue, Baudelaire o Dostoievsky— y
después en la filosofía y la política. En cuanto a la arquitectura, la
época refleja las tensiones entre la tradición espacialista neoclásica y la
exaltación naturalista romántica. Véase, si no, el ejemplo de Schinkel,
que comienza su carrera como un pintor de utopías cristalinas que
niegan la ciudad —catedrales inmensas situadas en paisajes subli-
mes— y la termina, ya como arquitecto oficial del régimen prusiano,
diseñando y construyendo el nuevo Berlín. Tampoco Fourier o Le-
doux —falansterios versallescos o arquitecturas bizarras— escapan de
estas paradojas cuando proponen sus ciudades industriales insertas en
una naturaleza tan idílica como genérica, esa naturaleza considerada
simplemente, a la manera de los primeros paisajistas, sólo en cuanto
idea opuesta a la ciudad.

Desplazamientos del ágora

Lejos de atenuarse con el fin del proyecto romántico, la vindi-


cación de la naturaleza frente a la ciudad se hace más fuerte cuanto
más industriales se vuelven las capitales de Europa o Norteamérica.
A finales del siglo xix, la palabra «naturaleza» ya es, sin más, sinó-
nimo de «utopía». Resulta revelador que las primeras alternativas
serias a las ciudades del ágora —un ágora cada vez más masifica-
da e impersonal— sean las que pronto se denominaron, con tan-
ta precisión como poca coherencia, las «ciudades jardín». En este
caso, la alternativa a lo urbano no es la naturaleza genérica, sino un
producto hibridado, a medio camino entre la ciudad y el campo.
Obviamente, fue en Inglaterra —cuya tradición jardinera y filo-
sófica tan bien se avenía con este género de propuestas— donde
surgió la idea de combinar de un modo pragmático las ventajas el
ágora y del jardín. En este especial contexto, las tesis de Howard
suponen una crítica alternativa que no parte de lo ideológico (como
habrían hecho los socialistas utópicos) sino de lo fáctico, es decir,
de la constatación de una gran verdad: no es en el paraíso o en la
Edad de Oro —naturalezas lejanas o sólo «pensadas»— donde hay
que buscar cobijo moral, sino en esa naturaleza cercana que es el
[161]

La arquitectura de la ciudad global_4as.indb 161 27/9/11 10:36:43


propio campo. Esta unión entre el sentimentalismo ingenuo y el ca-
bal pragmatismo sólo podía ser fecunda en sociedades industriales
y paradójicas como la victoriana. «En el campo —escribe Howard
con aparente candidez— hay vistas hermosas y parques señoriales,
bosques perfumados, aire fresco y murmullo de las aguas», aña-
diendo después, pragmáticamente, que en el campo además «los
alquileres son verdaderamente bajos», para terminar, finalmente,
con un programa conciliador: «El hombre tiene que gozar a la vez
de la sociedad y de las bellezas de la naturaleza… La ciudad y el
campo deben esposarse, y de esta unión feliz brotará una esperanza
nueva, una vida nueva, una civilización nueva». Semejantes en sus
principios, aunque diferentes en sus medios, son otras propuestas
antiurbanas como la Ciudad lineal de Arturo Soria, las colonias
utópicas de las vanguardias soviéticas del grupo OSA en los años
treinta o, incluso, ejemplos tan paradigmáticos como la solución en
corniche que Le Corbusier proyectó para Río de Janeiro, acompaña-
da del irrefutable eslogan: «Il faut planter des arbres!».
La actualización vanguardista de muchas de las ideas románti-
cas sobre la naturaleza trajo consigo alternativas tan complejas como
extrañas que aspiraban, de nuevo, a recuperar la naturaleza lejana o
idealizada, sin renunciar a la ciudad ni menos aún a la ideología del
ágora. Tal es el caso de las utopías de los expresionistas alemanes. En
la Alpine Architektur de Taut, por ejemplo, no es el campo el que se
lleva a la ciudad, sino que es ésta la que se instala en la montaña.
Aquí, desde luego, no hay hibridación, pero sí superposición entre
los estratos naturales y artificiales del jardín y del ágora, respectiva-
mente. Confluyen en este modelo, por tanto, el subliminismo y la es-
tetización de tipo romántico con la salvaguarda del concepto urbano
propio de la modernidad.
La alternativa a los desplazamientos en uno u otro sentido con-
siste en las metamorfosis, en las trasmutaciones entre el ágora y el
jardín. En Olmsted y su Central Park de Nueva York, el ágora ha
perdido su forma y se convierte en jardín sin dejar de ser, en ningún
momento, ágora. En este caso, lo relevante aquí no es la estética pin-
toresca del parque —de nuevo, la naturaleza genérica del xviii—,
sino el proceso de transmutación en el que las formas cambian y
[162]

La arquitectura de la ciudad global_4as.indb 162 27/9/11 10:36:43


las funciones perviven en una formidable propuesta para repensar el
espacio público contemporáneo, tan necesitado de ideas que afinen
críticamente la escala y las cualidades de las nuevas ciudades.
En los proyectos urbanos de Le Corbusier encontramos también
fenómenos análogos de desplazamiento del espacio público y su sus-
titución por el jardín, sin que se conserven prácticamente ninguna
de las funciones de lo urbano. La naturaleza que Le Corbusier em-
plea, a la manera pintoresca, como sustituto del espacio, carece de
cualquiera de las virtudes del ágora, es decir, los propios del «trapi-
cheo» cívico, de la cercanía entre los hombres y el trato social en el
espacio público, apostando, por el contrario, por la idea de que lo
urbano puede reducirse a ser un correlato artificial de la naturaleza.
Lo natural-urbano forma así un vacío infinito y genérico, que pre-
tende favorecer el deporte y la vida «sana» y vincula al hombre con el
sentimentalismo roussoniano y otros tópicos por el estilo. Además, la
escala de aplicación de estas ideas hace inviable el uso pintoresco de
esta naturaleza genérica como amalgama de la sucesión de cuadros o
acontecimientos que tienen lugar a lo largo del tapis vert, pues es im-
posible cualquier fenómeno real de intensificación de la experiencia
en este modelo que prima la continuidad y la indiferencia. Un ágora
cerrada no es ágora; un jardín abierto no es jardín.

Nuevas hibridaciones

La sensibilidad contemporánea ha vuelto a colocar la naturaleza


entre los conceptos más fecundos. Asistimos hoy a una a la resu-
rrección de todo ese conjunto de categorías estéticas que, desde lo
«sublime» a lo «pintoresco» pasando por lo «extraño» o simplemen-
te «interesante», desbordaron en su momento los conceptos clásicos
sin que la modernidad pudiese del todo asimilarlos. Esta vuelta al
Romanticismo, sin embargo, se produce más a través de los mecanis-
mos de consumo de masas —el New Age o el «kitsch verde» podrían
ser buenos ejemplos— que mediados por las élites culturales o de
vanguardia. La consecuencia de este desfase entre la demanda consu-
mista de «espacios verdes» y la oferta vacua de los nuevos desarrollos
[163]

La arquitectura de la ciudad global_4as.indb 163 27/9/11 10:36:43


urbanos, ha sido una trivialización del problema del espacio cívico
de las ciudades, problema que ahora se quiere reducir a una simple
cuestión medioambiental para evitar cualquier tipo de implicación
política o social que pudiese derivarse de él. El asunto de la jardinería
moderna —es decir, del carácter cívico del parque— se acaba plan-
teando como una mera cuestión de gestión programática, de diseño
sectorial de «superficies verdes».
No es de extrañar que este contexto, en el que innumerables par-
ques clonados, distribuidos aquí y allá sin sentido urbano y asocia-
dos exclusivamente a programas lúdicos o mediáticos —fenómeno
del que da cuenta la evolución terminológica que desde el «jardín»
pasa al «parque» y de éste al «parque de atracciones»—, acabe cau-
sando repugnancia. Véase, si no, este ejemplo desvelador: cuando las
autoridades municipales de París plantearon en 1983 el concurso
para el Parque de La Villette, quizá no esperaban que entre las pro-
puestas finalistas, dos al menos —la que resultó finalmente gana-
dora, de Tschumi, y el sugerente proyecto de Koolhaas— negaran
la propia condición «verde» del parque, apostando por un carácter
cívico y espacial que convertía en arquitectura las tradicionales figu-
ras del jardín de tal modo que, más que árboles, praderas o parterres,
la composición resultante estuviese regida por el juego de piezas y
fragmentos urbanos, en el que la naturaleza así sintetizada perdía su
imagen convencional.
Semejante disposición se advierte implícita en aquellos que, como
Guilles Clément, plantean estrategias aún más radicales que propo-
nen la subversión de los límites entre el campo y la ciudad. Ágora y
jardín dejarían, bajo este punto de vista, de ser polos opuestos, para
llegar a ser términos complementarios o semejantes. En un texto de
1969, el Cuaderno del jardinero, escrito por David Greene, de Archi-
gram, encontramos una versión de estos afanes, una interpretación
tan extraña como pragmática que propone la disolución de las ciuda-
des y su sustitución por una naturaleza hibridada, hipertecnificada,
cuya condición cyborg recogería las ventajas de lo urbano y lo natural
a la vez. «Los bosques del mundo —escribe Greene— podrían ser
nuestros barrios residenciales mientras haya una gasolinera en alguna
parte (…) Las tomas de corriente aumentarán los servicios de estas
[164]

La arquitectura de la ciudad global_4as.indb 164 27/9/11 10:36:43


ciudades y serán lugares de trabajo, colegios, universidades, bibliote-
cas, teatros, etc., sin el estorbo de los edificios (…) Todo Londres o
Nueva York podrían estar en las cuencas frondosas, los desiertos y las
praderas floridas del mundo».
Ni que decir tiene que este concepto de «Plug-in Nature» implica
ya la hibridación completa entre la naturaleza y la ciudad, antici-
pándose a los procesos que hoy hacen cada vez más difícil distinguir
los límites entre lo natural y lo cultural. Las urbes han roto defini-
tivamente sus fronteras tradicionales, rebasando su escala local para
convertirse en extensiones territoriales difícilmente controlables por
los mecanismos espaciales propios de la modernidad. En las metró-
polis que advienen —como en aquello modelos de «urbanización
total» propuestos por Archigram o Archizoom en los sesenta— no
hay solución de continuidad entre el campo y el centro y entre éste
y la periferia. Por el contrario, todo el continuo natural-urbano o,
simplemente, territorial disfruta de una potencial adireccionalidad
genérica, sólo mitigada por los acontecimientos asociados a los mo-
mentos de mayor intensidad programática, cuando la mancha indife-
renciada de la metrópoli se parece, de repente, a un «centro histórico»
o a un «parque». ¿Estamos asistiendo hoy a la disolución de una de
las oposiciones fundamentales de nuestra civilización, aquélla que,
desde Ciro, se había dado entre la ciudad y la naturaleza o es que sim-
plemente esta dualidad había sido desde siempre ficticia, algo que lo
modelos contemporáneos pondrían finalmente de manifiesto? Tris-
te condición la del hombre contemporáneo: desplazado del ágora,
huérfano de jardín.

[165]

La arquitectura de la ciudad global_4as.indb 165 27/9/11 10:36:43


La modernidad se sirvió la naturaleza de una manera ecléctica. Si para Wright, lo
natural seguía poseyendo un sentido orgánicol, para Le Corbusier la naturaleza se
entendía como una utopía roussoniana: el continuo pintoresco capaz de suplir al
espacio enfermo de la ciudad industrial y de mediar entre el hombre y su aspiración
a los «placeres esenciales».

La arquitectura de la ciudad global_4as.indb 166 27/9/11 10:36:43


Los dibujos de La casa de los hombres (1942) dan cuenta de las tradiciones que
concurren en Le Corbusier: nubes como indicio del firmamento sublime; cuadros
pintorescos en el espacio del tapis vert; árboles como metáfora de la autonomía
formal de los organismos, y yemas y brotes como símbolos de sus principios de
crecimiento.

La arquitectura de la ciudad global_4as.indb 167 27/9/11 10:36:44


El jardín oriental se contrapone culturalmente al ágora griega: el primero es espacio
para el recreo privado; el segundo, medio para el intercambio social. La oposición
entre el ágora y el jardín define nuestra civilización (arriba, Parque de caza o jardín,
ilustración persa del siglo xvi).

La arquitectura de la ciudad global_4as.indb 168 27/9/11 10:36:44


El movimiento cíclico del ágora al jardín adquiere en el Barroco una nueva di-
mensión: la naturaleza se hibrida con el artificio; el jardín adopta el modelo de
un trazado urbano. Casi tres siglos después, en las propuestas de Le Corbusier
será el espacio urbano el que tome las trazas de un jardín (arriba, jardín del pala-
cio de Fouquet en Vaux Le Vicomte).

La arquitectura de la ciudad global_4as.indb 169 27/9/11 10:36:44


La naturaleza, sintetizada y reducida, pierde en algunos jardines contemporáneos su
condición «verde»: la composición de figuras del jardín antiguo (árboles, parterres,
praderas) se sustituye por el juego de piezas y fragmentos que dialogan inspirándose
en los tejidos de la urbe moderna (arriba, Parque de la Villette, OMA, 1983).

La arquitectura de la ciudad global_4as.indb 170 27/9/11 10:36:44


En las megalópolis que advienen —como en aquellos modelos de
«urbanización total» propuestos por Archigram o Archizoom— no
habrá solución de continuidad entre el centro y la periferia. En ellas
la naturaleza no será más que una metáfora (arriba y abajo, dos ver-
siones del Diagrama Abitativo Omogeneo, de Archizoom, 1970).

La arquitectura de la ciudad global_4as.indb 171 27/9/11 10:36:44

También podría gustarte