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31 - Wake A Sleeping Tiger
31 - Wake A Sleeping Tiger
DISEÑO Y
CORRECCIÓN FINAL COORDINACIÓN GENERAL
Los sueños de ayer...
La realidad de hoy...
La esperanza de mañana...
EL MUNDO DE LAS CASTAS
Sólo el más básico de los servicios fue dado a los bebés. Creaciones de
millones, miles de millones de dólares en más de un siglo de
experimentos científicos e ingeniería genética. —Cachorros—, fueron
llamados, —nunca bebés—, pero eran seres vivos que, en términos del
costo de su creación, casi no tenían precio.
Sin embargo, a los ojos de aquellos que los hicieron, no valían más que
las jóvenes que murieron dando a luz una tras otra a las creaciones
implantadas en sus úteros.
Están triunfando contra todos los esfuerzos para verlos de nuevo en los
laboratorios de donde vinieron.
Doscientos años antes, surgió una visión que comenzó con la más pura
intención, sin embargo se volvió a la más oscura de las perversiones.
Arrogancia.
Lo que comenzó con tales intenciones inocentes se hizo más oscuro, más
pervertido, con el primer superviviente humano/animal que tomó aliento y
creció fuerte. Más fuerte de lo que cualquiera de ellos imaginaba. La
fuerza animal y el poder se fusionaron con el espíritu humano y dieron a
luz a tanta voluntad determinada, belleza y gracia sobrenaturales que
esos científicos no podían soportar admitir que no podían controlar lo que
creían que habían creado.
En horror.
Tales horrores.
Cada día que son libres es un milagro, un regalo que pido aprecien cada
momento. Porque las castas tienen muchos secretos sobre su creación y
muchos más surgirán. El hombre puede creer que los creó, pero un poder
mucho más elevado les dio vida, ese poder los está refinando y
redefiniendo, diariamente.
—No has llamado, así que supongo que esto no es de vida o muerte —
comentó cuando simplemente lo miró fija y silenciosamente.
Y ella lo enfrentó.
Ni una sola vez se estremeció ni apartó la vista. Ni una sola vez fingió
reconocer su dominio. Diablos, ni siquiera lo consideró.
—No tengo más tiempo para dar, Cullen. —Sus labios se inclinaron en
remordimiento mientras levantaba una mano antes de dejarla caer
rápidamente—. Es sólo que ya es tiempo, ¿de acuerdo?
—¿Tiempo para qué? —Se acercó, aunque eligió ese momento para
apartar la mirada de él, sin darse cuenta de que se acercaba, que su
negativa a aceptar esto estaba a punto de volverse más íntima y
personal.
Algo oscuro.
Algo hambriento…
—¡Joder! —Tan rápido como la había empujado hacia él, Cullen la soltó
y casi salió de ella.
—Adiós, Cullen.
Retrocediendo, miró sus nudillos, sus dedos. Le dolían, pero no solo del
golpe. Y no fue sólo el puño que se estrelló contra la pared lo que le
dolía; su otra mano estaba tan apretada que juraría que sus garras
pinchaban la carne de su palma.
Ella volvería.
Era sólo otra forma de mostrarle que iba en serio. La pondría en una de
las operaciones menos peligrosas cuando volviera, se prometió.
Demonios, ya debería haberlo hecho, pero le gustaba tenerla con él en
la oficina. Era divertida, perspicaz. Olía bien... Y huía de él.
No lo permitiría.
No podía permitirlo.
Capítulo 1
Del diario de Graeme
NACIÓN NAVAJO
PINON, ARIZONA
¡Oh Dios!
¡Oh Dios!
La rabia apretó las tripas de Chelsea, formó una capa de hielo alrededor
de sus emociones y calmó su corazón acelerado.
Horror. Terror.
Ven aquí, bebé. Estoy aquí. Vamos, déjame llevarte con tu mamá...
La súplica era silenciosa, sin duda inútil, pero aun así, instó a la niña
al borde de la torre ascendente en la roca que ocultaba su presencia de
los soldados Coyote.
Aquí, bebé. Vamos, Louisa, estás casi a salvo. Vamos a buscar a mamá...
Mantuvo los ojos fijos en la chica, deseando que viniera hacia ella, que
la sintiera esperando en las sombras, lista para sacarla y alejarla de
esta pesadilla.
—Mami, ayúdame. —La noche trajo la voz ronca y aturdida claramente
hasta donde Chelsea se escondía.
—Mami. Ayúdame, mami. —La voz era tan débil, la noche tan fría y el
tiempo se agotaba.
Podía hacer esto. Louisa estaba casi en su lugar. Sólo un poco más
cerca.
—Ven a mí, Louisa —susurró, con un soplo de sonido que rezó por que
los Coyotes no lo atraparan.
Chelsea se movió.
No había tiempo.
Treinta minutos.
Treinta minutos a la finca Cerves, y estaba sola hasta que llegara allí.
La radio había muerto, negándose a trabajar, pero también había una
posibilidad de que el Runner de los Coyotes estuviera equipado con un
jammer3. Y no estaba lo suficientemente lejos de ellos para que su radio
funcionara todavía.
Sin embargo, las cámaras y el radar del Runner funcionaban muy bien.
Lo suficientemente bien para ver que esos bastardos estaban
ganándole.
Debería haber llamado por respaldo cuando oyó por primera vez los
aullidos de los Coyotes. Pero su primo Linc estaba a cargo de las
comunicaciones y le habría ordenado que regresara.
Los disparos seguían estallando por detrás, pero los impactos habían
cesado. Estimó que se estaba quedando justo fuera del alcance de ellos.
Pero ella y la pequeña Louisa no estaban en casa libres todavía, estaba
corriendo directamente a una fuerza armada que ya estaría preparada
para disparar a la primera señal de amenaza. Un Runner estrellándose
en las puertas, definitivamente sería visto como una señal.
Louisa tenía tan sólo ocho años de edad y Chelsea sabía que el consuelo
era algo que la niña podía haber necesitado.
Ocho años.
Veinte minutos.
¿Y si no estuvieran?
—Aguanta, nena —gritó por encima del sonido del motor del Runner.
—Muévete. —Fue sacada del Runner con una rapidez que encontró
impactante.
Los ojos verdes manchados con ámbar alborotándose a través del iris.
La rabia ardía en su mirada, en su expresión, junto con una acerada e
incontrolada demanda.
¿Cullen?
Ella iba a tener un problema una vez que Cullen detuviera este Runner,
sin embargo, lo sabía. Podía sentirlo.
****
—¿Qué estabas haciendo allí? —Su voz era baja y débil mientras él la
empujaba a una silla de la cocina antes de pasar al gabinete sobre la
nevera y recuperar el kit médico que guardaba allí.
Podía sentir el dolor que ella estaba ignorando. La maldita mujer era
tan terca que debería haber nacido en una Casta.
4
OP: operación
eso mientras miraba a su alrededor.
—¿Por qué? Puedo ver perfectamente bien en la oscuridad. —Su voz era
más áspera de lo que debería ser mientras miraba abajo en ella.
La resistencia física que habría tomado para correr a través del desierto
a la velocidad que sabía que había presionado al Runner era algo que
sabía que no tenía.
—Ese debe ser mi transporte —dijo ella con una inhalación, cuando un
olor de alivio llegó a sus sentidos—. Activé la alerta cuando llegamos. —
Cogió la camiseta—. Gracias por la ropa. Me aseguraré de que la
recuperes de nuevo.
****
El mensaje llegó tres días después, de su prima Linc y trajo agonía que
desgarro el pecho de Chelsea.
Si me necesitas, llama.
Las hembras que amen a esas criaturas no deben ser sólo fuertes, sino
que deben tener una silla y un látigo el tiempo suficiente para obligar al
Casta Primal a mostrar algún indicio aparente de un poco de humanidad.
****
En las semanas desde que había visto por última vez a Chelsea. Desde
que había despertado un hambre dentro de él que se negaba a ser
empujado a la nada de nuevo.
Tres semanas desde que la había visto, un mes desde que ella había
renunciado.
No era Chelsea.
Graeme. O Gedeón, como había sido llamado una vez. Tenía una nueva
identidad ahora, tanto como Cullen había creado una para sí mismo,
dejando a su anterior como Judd detrás.
Días.
Graeme arqueó una rubia ceja, esa sonrisa burlona tirando de sus
labios cada vez más profundo.
Esa personalidad del Dr. Jekyll y el Sr. Hyde que poseía junto con el
instinto para la genética de los Casta e inteligencia podría ser
condenadamente atemorizante.
Uno de estos días, iba a matar a Graeme. Estaba llegando. Cullen podía
sentirlo.
—Vete a casa, pasa tiempo con tu mujer, dale mis condolencias por
cuando asesine tu culo. Le enviaré tu piel de recuerdo —prometió
Cullen, apretando los puños, con las manos adoloridas por el esfuerzo
de contener sus puños. Había estado detrás de una buena pelea a
puñetazos por semanas y nadie parecía dispuesto a darle una.
Cullen o Judd, como había sido conocido una vez, estaba tan dispuesto
a pelear que había olvidado con quién estaba tratando. No es que
Graeme fuera realmente primal durante una pelea con su hermano,
pero Cullen no era consciente de eso. Graeme nunca le dejaría saber
ese pequeño secreto. Hasta que Cullen liberara al animal rondando
dentro de él, desesperado por ser libre, entonces Graeme tenía que
jugar bien. Su propio animal lo exigía. No garras a menos que las garras
se descubrieran, o por lo que su compañera le hizo prometer. No podía
pensar en ninguna manera de romper esa promesa sin hacerla enojar.
Casi.
****
—Dime por qué estás aquí o sal de aquí —exclamó Cullen con voz
ronca. Con lo último que quería tratar era con otro de los jueguitos de
su hermano.
—No —se quejó, furioso—. ¿Qué diablos crees que estás haciendo,
incluso considerando ponerla en la línea de fuego?, tendrá un precio en
su cabeza dentro de una semana si va a trabajar para ti o Cat.
El bastardo.
****
Lo último que quería hacer Chelsea era cenar con Graeme Parker y su
novia, su prima Claire o Cat, como ahora se llamaba.
La otra mujer había enviado otra lista de lugares con imágenes, junto
con los mejores momentos posibles para estar en su lugar.
Lo que Cassie buscaba, Chelsea no tenía ni idea. Tenía que admitir, sin
embargo, que el trabajo era mucho más interesante que trabajar como
recepcionista legal de su padre. Había estado aburrida hasta las
lágrimas cuando había tomado ese trabajo en particular a los dieciséis
años. Simplemente no podía imaginarlo de nuevo.
Tener miembros de los Casta les hizo más difícil las redadas también.
Los Enforcers siempre parecían tener advertencia anticipada de
cualquier incursión, a menos que la Agencia de Cullen hiciera las
incursiones. Y era raro que Cullen pudiera ser convencido de hacerlo.
Cullen.
Dios, lo extrañaba.
Echaba de menos trabajar con él, discutir con él, y a veces hasta se reía
con ella. No es que se riera mucho después de la muerte de su esposa
hacía una década. Se había retirado de todo el mundo entonces,
cerrándose y concentrándose en su ascenso en las filas de la Agencia de
Seguridad Secreta en su lugar.
Decisiones, decisiones.
Y no la había besado antes de que ella se fuera. Esperaba que tal vez lo
hiciera. En medio de la adrenalina y la lucha por mantenerse en control
de la devastación resultante de las lágrimas y las emociones que
regresaban con prisa, había esperado que la besara.
Estúpido.
No sólo porque podría haber muerto. Nunca debió haber sido atacada
para empezar.
Dinámica familiar-demonios.
Agarrando el pomo de la puerta, dio un giro rápido de la cerradura y
abrió la puerta, sin molestarse en comprobar quién era su visitante
primero.
—Cullen.
Parecía que había pasado una eternidad desde que ella lo había visto.
Desde que sus ojos verdes habían encendido con ese toque de calor
mientras la miraba fijamente y su expresión demasiado sombría que
hacía que le doliera traer una sonrisa.
—Hola, Chelsea, —la saludó con voz baja—. ¿Puedo entrar un minuto?
Desde sus ojos verdes con manchas de ámbar hasta el largo y negro
cabello rubio, ahora oscuro, con rayas marrones más oscuras, hasta la
forma alta y musculosa de su cuerpo, era la esencia misma del sueño
más sexual de una mujer. Y como todas las otras mujeres que
codiciaban su culo arrogante, no podía dejar de querer tirarlo
directamente a su cama y sólo abrirse camino con él.
Como ese molestoso sentido del olfato que los alertaba siempre que una
mujer estaba excitada por ellos. Eso estaba mal en lo que a ella se
refería. En tantos niveles.
Sus ojos se estrecharon sobre ella, de color verde oscuro brillando entre
pesadas pestañas de color marrón oscuro. A ella tampoco le gustaba
esa mirada. Era una que sólo había visto raramente y sólo durante los
interrogatorios de algún sospechoso maleante mientras ella observaba
desde detrás de un espejo unidireccional. Hasta ahora, nunca la había
mirado así.
—¿Porque pasé los últimos cuatro años haciendo todo lo que pude para
protegerte? ¿Para asegurarme de que seas entrenada antes de arrojarte
al campo? —Su mandíbula se apretó mientras mordía las palabras con
enojo—. ¿Y ahora estás impulsando tu camino hacia él como si fuera un
picnic dominical? —Su ceja se alzó a pesar de que estaba a menos de
quince centímetros de ella, fulminándola con la mirada mientras sus
ojos parpadeaban con el fuego ámbar dentro del verde.
Diablos, nunca había visto el color en los ojos de alguien parpadear así.
Definitivamente nunca había visto sus ojos hacerlo. Y si ahora estaba
cabreado, Dios la ayudara si supiera exactamente lo que estaba
haciendo y para quién estaba trabajando ahora.
—No tienes ni idea de lo que estoy haciendo, Cullen, y si considerara
que era asunto tuyo, yo misma te habría contactado y te lo habría
explicado todo —le informó, estrechándole los ojos mientras le daba una
ola de desprecio con su mano—. Y no te metas en mi vida ahora solo
porque decidiste que quieres. Ya no trabajo para ti.
****
—De verdad, Chelsea —le aseguró—. ¿Qué te haría pensar tal cosa?
Era inconcebible que creyera algo tan ridículo. Habían pasado cuatro
años trabajando juntos. Había estado más cerca de él que cualquier
otra persona, incluso su mejor amigo ¿y creía que no sentía respeto por
ella?
La risa que salía de sus labios estaba llena de dolor y enojo. No sólo la
había enfadado; la había herido, algo que no había querido hacer. Algo
que no había deseado hacer.
—He entrenado durante cuatro años para el campo. —Se empujó contra
su pecho otra vez—. Cuatro años y ni siquiera me dejaste ser parte del
soporte técnico. ¿Qué es eso si no una falta de respeto por mí y el
entrenamiento por el que me rompí el culo por aprender?
¿Cuándo lo enojaba?
Y luego la besó.
Y no quería nada más, no necesitaba nada más que probar más, sacar
más de esos cálidos gritos de sus labios y fortalecer el olor de su
excitación.
****
Su lengua acarició y frotó sobre él. Era increíble, tan bueno, tan
caliente que apenas podía soportar el calor. Apenas podía soportarlo,
pero quería más.
—Tú nos dijiste que llegáramos a tiempo, Chelsea —le recordó el más
alto de los dos mientras cruzaba los brazos sobre su camiseta negra,
sus ojos grises burlándose—. ¿Lo has olvidado?
Casi.
—Me tengo que ir. —Su voz sonaba demasiado débil, demasiado
desesperada cuando se movió para salir, rodear a Cullen.
—¿Adónde? —Le agarró por los brazos y la empujó hasta que se detuvo
cuando el gruñido ronco de su voz le hizo mirarla con sorpresa.
El tono era áspero, ronco, animal. Un sonido que nunca había oído en
todos los años que lo conocía.
—Es hora de que te vayas, Cullen. —Forzó las palabras más allá de sus
labios, se obligó a poner más distancia entre ellos.
—Infiernos que lo haré. —El ámbar en sus ojos verdes parecían arder—.
¿Qué harás con estos dos, Chelsea?
Una vez que se haya despertado, la genética Primal de las castas puede
y causará estragos en el equilibrio mental, emocional y psicológico de una
casta. El animal, por un tiempo, puede actuar independientemente del ser
humano en el que reside, en esencia tomando el control de la psique
humana sin que la casta se dé cuenta exactamente que ha perdido el
control. En este punto, una casta es en sí más peligroso.
****
Conocía a los animales con los que estaba tratando, y había un código
silencioso entre la mayoría de las castas. Ninguna casta la tocaría
mientras su olor estuviera así. El animal dentro de ellos no lo
permitirían, aunque Chelsea los invitara.
A pesar de que este era el único club que estaba situado bajo tierra.
Chelsea parecía haber hecho sus rondas de todos esos grupos y luego
algunos más. Las tres hembras Coyote con las que ahora se encontraba
le seguían la pista, aparentemente sin que ella lo supiera. Ashley,
Emma y Sharone eran habituales en muchos de los bares subterráneos.
Como la mayoría de las castas nunca se emborrachaban, pero
disfrutaban de la música, el baile y la socialización.
Draeger, de cabello negro, con sus intensos ojos azul oscuro, no atrajo
las miradas que su compañero Tobías consiguió.
—Les tomó bastante tiempo a los dos el hacerme una visita —murmuró
Cullen, llevando la cerveza a los labios mientras su mirada buscaba de
nuevo a Chelsea.
Ella no estaba contenta con su presencia allí más que sus sombras de
Casta del lobo lo estaban. Y odiaba eso. Hubo un tiempo en que ella le
habría sonreído, sus oscuros ojos llenos de calor y una sutil invitación.
Una invitación que no se había permitido aceptar mientras estaba en la
Agencia. Ahora, en las semanas desde que se había marchado, aquella
invitación había sido reemplazada por un brillo de dolor y no poca ira.
—Míralo de esa forma —dijo, con los ojos fijos en Chelsea. Dios sólo
sabía qué tipo de problemas le ocurriría si en realidad apartara los ojos
de ella—. Y por lo que entiendo, sería difícil llamar más la atención
hacia ella. ¿Acaso no fue atacada hace unas noches? —El puño cerrado
al pensar en el ataque con cuchillo del Coyote, las dos castas Lobo se
habían visto obligados a matar para defenderla.
Por lo que había reunido en las dos últimas horas a través de varias
fuentes que había contactado, Draeger y Tobías supuestamente no
estaban alineados con ningún grupo en particular o líder alfa. No
estaban asociados a las Oficina de Asuntos Castas o a cualquiera de los
grupos de trabajos de control de castas que todavía trabajaban para el
elusivo Consejo de Genética.
Para quién los dos castas estaban trabajando, Cullen no había podido
averiguarlo. El hecho de que fueran realmente empleados no estaba en
duda. Así como el empleo de ahora de Chelsea no estaba en duda. Pero
si alguien sabía quién había contratado sus servicios, no lo decían.
—Ella no estaba en peligro hasta ahora —le lanzó a Tobias una mirada
de retribución prometida. Y haría pagar a las dos castas tan pronto
como comprobara en lo que fuera que Chelsea se había metido—. Voy a
poner fin a quien envió a los Coyotes tras ella la otra noche, y cuando lo
haga, entonces vendré a buscaros —prometió.
Hasta ahora.
Fuera lo que Chelsea estuviera trabajando y quienquiera que la hubiera
contratado era un secreto tan bien guardado que todo lo que había
encontrado eran más preguntas cuando había ido a buscar respuestas.
Esa pequeña arruga de la frente era una señal clara para sus sombras,
lo había aprendido. Estaba lista para dejar este club en particular y
dirigirse al siguiente. O a casa.
—Sé cómo mirar hacia otro lado para no ver. —El agarre que mantuvo
en la mochila colgada sobre su hombro hizo que sus nudillos se
pusieran blancos.
—Pero ambos sabemos que no lo harás. Y una vez que termine con tus
Boy Scouts aquí, entonces tú y yo podríamos tener algunas palabras. —
La miró fijamente, su expresión y su tono la advirtieron que recordara
los años que habían trabajado juntos y exactamente lo determinado que
podía ser.
Era recesivo, pero no sin entrenamiento y ella lo sabía. Había estado allí
las pocas veces que había peleado con los Castas de la zona, sabía
exactamente lo bien entrenado que estaba y lo poderoso que era.
Cullen arqueó la frente. Eso podría funcionar con las castas que tenían
un jefe, pero Cullen no había tenido un jefe en su vida. No había nadie
quien pudiera pasar por encima de su cabeza.
Sus ojos se estrecharon contra él, un rubor sobre la carne besada por el
sol de su rostro mientras sus labios se apretaban en una expresión que
conocía bien.
¿La última vez que la había enojado, como ella lo llamó? Había dado
órdenes a sus agentes para mantenerla en los despachos cuando su
hermana había sido atacada. No tenía ni idea del peligro al que se
enfrentaría si se precipitaba hacia el lado de su hermana. Cuando
volvió, había cerrado ese pequeño puño y lo había lanzado directamente
en su ojo. Ese golpe le había dolido durante días.
Una vez que las dos castas despejaron el camión, Cullen se movió
alrededor de la parte trasera del vehículo, y antes de que Chelsea se
asentara en el asiento del conductor, él tenía la puerta del pasajero
abierta y se deslizó en ella también.
—No hay problema. He cogido aventón con otra persona —respondió sin
flexión, observando su expresión amotinada de cerca—. Parece que
estás pegada a mí.
Chelsea no podía creer que esas palabras hubieran cruzado sus labios.
Maldito sea.
—No tenemos nada de qué hablar —dijo con indignación, y le lanzó una
mirada dura—. Y si lo hacíamos, el tiempo para discutirlo fue, ohh —
agitó su mano con una exclamación burlona—, fue hace cuatro o cinco
semanas. Todos los besos del mundo, las exigencias y las miradas de
comandante irritable no van a cambiar eso —le lanzó una mirada
furiosa—. ¿Listo para ir a tu casa ahora?
Gruñó contra ella, un rugido bajo, profundo y felino que la chocó tanto
que su pie se soltó del acelerador y sus ojos se ensancharon en
confusión.
¿Le gruñó?
¿En serio?
—Lo soy —su voz era más profunda, más áspera de lo normal—. Pero
todavía soy un casta y me estás conduciendo jodidamente a la locura
ahora, esperemos hasta que lleguemos a tu lugar antes de que me
pongas más loco.
¿Está loco de remate?
—Me parece que sería difícil que te pusieras más loco —murmuró,
mirándolo cautelosamente mientras tomaba la curva hacia Window
Rock—. ¿Cuánto tiempo has estado haciendo ese sonido loco de todos
modos? ¿Deberías ver a un especialista en las castas o algo así? A lo
mejor, esa genética recesiva te vuelve loco.
Cullen luchó para bloquear los sonidos. Podía contar con una mano
cuántas veces había gruñido en los últimos trece años.
Mientras Chelsea conducía, tal vez más rápido que el límite de velocidad
sugerido, se sentó en el asiento del pasajero y se concentró en
reconstruir su control. Había tenido que hacerlo mucho en las últimas
semanas desde que Chelsea había dejado la Agencia. Irritabilidad y falta
de paciencia lo atormentaban constantemente, cuidar de los diversos
detalles de la Agencia de los que Chelsea siempre se había encargado lo
molestaban.
Es bueno que el corazón de una mujer haya sido creado para nutrir y perdonar, ya que
una Raza, ya sea recesiva, activa o cualquier otra cosa intermedia, tentará a su pareja
a asesinar.
***
***
***
***
En el último momento, Cullen logró controlar el gruñido áspero y brutal que habría
escapado de su pecho. El aroma de su dolor era como un incendio fuera de control, y lo
que le estaba haciendo a su autocontrol era chocante.
Flexionando sus dedos, los miró por un momento, preguntándose por el dolor que podía
sentir en ellos y la ira que se elevaba dentro de él.
—Eres importante para mí, Chelsea.— Había intentado entender por qué su genética de
casta estaba repentinamente levantando su cabeza hosca y haciendo su vida un infierno
desde que Chelsea había dejado la Agencia.
—Somos amigos,— convino ella, y él quería aferrarse de esa excusa tanto que no podía
soportarlo. —Lo entiendo. Pero éstos no llegan a decirle a sus amigos cómo vivir sus
vidas.—
Cullen soltó una exhalación cuando el aroma de dolor aumentó. Y determinación.
Maldición, tenía que ser la mujer más terca que había conocido. Ella superaba incluso a
las Castas hembras.
—Somos más que amigos,— reconoció él, silenciándola, sorprendiéndola. —Dejarte
salir de la Agencia fue lo más duro que he hecho. Esto es lo correcto, sabes que lo es.—
Ella estaba sacudiendo la cabeza todo el tiempo que él hablaba, con las manos
enganchadas al volante como una cuerda de salvamento. Él podía sentir la negación
corriendo a través de ella, sentir su movimiento en el aire a su alrededor.
—Es mi trabajo,— susurró, el olor de las lágrimas removiendo sus sentidos ahora, casi
extrayendo un gruñido de sus labios. —Y no es realista suponer que pueda hacerlo por
mi cuenta o ayudar en cualquier operación en la que puedas actuar, ¿verdad?— Desdén
llenó su voz. —Dios, Cullen, ya tengo un padre sobreprotector, no necesito otro.—
¿Padre? Estaría condenado si sentía algo paternal hacia ella.
—¿Y si mueres haciendo esto a tu manera? ¿Qué pasa con la pena que dejas detrás? ¿La
pérdida?— preguntó.
¿Qué podía decir o hacer para hacerle entender cuánto le dolería perderla de esa
manera?
—¿Y qué hay de mi pena?— Su pregunta hizo que sus ojos se entrecerraran sobre ella
en confusión.
Sus ojos estaban llenos de aquella pena, de un dolor atormentado y de un anhelo cuya
causa no entendía.
—Quieres que niegue quién soy, qué vive dentro de mí.— Una mano se levantó del
volante para presionar entre sus pechos. —Quieres que niegue los sueños que he tenido
toda mi vida. Negar quién y qué soy. No es diferente de encarcelarme mientras que tú te
diriges libre hacia donde quieras para hacerlo todo por ti mismo. ¿Por qué no pasas los
dos años siguientes haciendo mi papeleo mientras yo hago tu trabajo, y ves que tanto te
gusta?—
Su mandíbula se apretó hasta el punto de que le dolían los dientes. Tenía razón, y sabía
que tenía razón. Ella había estado en lo cierto durante años, pero cada vez que había
pensado en darle un puesto en Ops o el Comando, se había obligado a retroceder.
Ninguna de las dos posiciones era lo suficientemente segura para que se sintiera
confiante de que ella estaba a salvo.
—Es lo que querías,— gruñó en su lugar. —El Comando es lo que querías, Chelsea.—
—No al precio que me estás pidiendo,— gritó ella. —Era lo que quería cuando estaba
con la Agencia. Lo que quería antes de irme y aprender lo mucho que me gusta trabajar
con personas que realmente consideran la posibilidad de que yo pueda saber lo que
estoy haciendo.—
Cuando sus labios se abrieron para responder, luces cortaron a través de la ventana
trasera del camión y Cullen reconoció a la Agencia Dragoon deteniéndose detrás de
ellos. Maldición, no necesitaba esto. Esto no estaba terminado. No la había tocado, no la
había probado de nuevo. No había encontrado una manera de convencerla de que dejara
lo que estuviera haciendo hasta que él pudiera entender por qué un maldito del Consejo
de la Casta Coyote había venido tras ella con un cuchillo.
Murmurando una maldición, él salió de la camioneta y se dirigió al Dragoon mientras
Ranger salía del potente y adaptado al desierto vehículo para el cumplimiento de la ley.
—¿Qué?— gruñó.
La ceja oscura de Ranger se alzó por la sorpresa. —La operación de Peterson está
comenzando a despegar. Tenemos que conseguir que el Comando esté en su sitio y
prepararnos para esa compra, Cullen. Nuestra oportunidad es limitada. Vamos a tener
que ponernos en marcha.—
—¡Mierda!— Habían estado trabajando en esa operación durante seis meses. Una
pequeña unidad de la Casta Coyote con la que trabajaban estaba preparando una compra
de drogas con uno de los mayores traficantes de Occidente. No podía darse el lujo de
meter la pata. —Dame un minuto. Ten la unidad lista para rodar y pon a Dog en la
radio. Ya vuelvo.—
El Coyote, Dog, era sus ojos y oídos en el pequeño grupo de Coyotes del Consejo de
Genética que vendía las drogas. Trabajar con la otra Casta había hecho que esta
operación se moviera increíblemente rápido. Cullen sabía que si perdían esta
oportunidad, entonces el Consejo de Genética recibiría una afluencia de efectivo que
financiaría más operaciones contra castas libres de las que Cullen quería contemplar.
Chelsea se alejaba de la camioneta mientras se volvía hacia ella. Su expresión, a pesar
de la pose rebelde, era desilusión, sin embargo, el dolor aún persistía.
—Esto no ha terminado,— le aseguró, extendiéndose para agarrar su brazo y tirar de
ella hacia él. Su brazo giró alrededor de su cintura, con la cabeza baja y antes de que
ella pudiera resistirse, dejó que su lengua probara sus labios, luego empujó entre las
curvas y reclamó su boca con un beso que ansiaba.
No había tiempo para saciarse, no había tiempo para reclamarla, pero no le permitiría
olvidar lo que ardía entre ellos.
Obligándose a retroceder, la fulminó con la mirada por un momento antes de soltarla.
Volviéndose, se dirigió hacia el Dragoon, cabeceo a Ranger para que se moviera hacia
el lado del pasajero y se deslizó en el asiento del conductor.
Sólo Dios sabía cuánto tiempo iba a tomar esto.
Mientras retrocedían por la entrada y se alejaban de la casa, sacó su teléfono satelital del
gancho del cinturón y pulsó la tecla de marcación rápida.
—¿Sabes qué maldita hora es?— le preguntó su hermano al responder la llamada.
—Estás obviamente todavía despierto— señaló con enfado. —No te preocupes, lo haré
rápido.—
—Te estás volviendo loco por esa genética recesiva tuya,— gruñó Graeme. —¿Qué
diablos quieres?—
Cullen rechinó los dientes antes de ahogar nuevamente un gruñido.
—Voy a estar fuera de la ciudad por un tiempo. No estoy seguro de cuánto tiempo,—
informó al otro hombre. —Pon una sombra sobre Chelsea por mí.—
—Ella tiene dos,— Graeme le recordó irritablemente. —Y me dijiste que mantuviera mi
nariz fuera de ello.—
—Entonces pon tres, maldita sea,— gruñó. —Mantenla a salvo, Graeme; no es menos
de lo que hice por ti.—
El silencio llenó la línea durante largos segundos antes de que oyera un pesado suspiro.
—Hice eso cuando oí hablar del ataque,— admitió finalmente Graeme. —Y si quieres
saber lo que está haciendo, consulta con Rule Breaker, el nuevo director de la División
Oeste de la Oficina de Asuntos de Castas. Según mi informante ella está trabajando con
su División de Administración de Castas Encubiertas, dirigida actualmente por esa
pequeña bruja Cassandra Sinclair. Y acabo de recibir esa información hace unas horas,
antes de que empieces a gruñir tu desagrado por creer que te lo estaba escondiendo.—
¿La División de Administración de Castas Encubiertas?
Mierda, ella estaba buscando al Consejo de Seguridad Casta; no era de extrañar que
fuera atacada. Y los ataques tampoco se detendrían.
—Tengo a dos hombres observándola, fuera de la vista de los dos castas asignadas
como su respaldo. Sólo déjame saber cuándo regreses.— Graeme respiró pesadamente.
—Y no me iría por mucho tiempo si fuera tú, Cullen. Esa chica es terca, y conoce su
directiva. No esperará a que regreses antes de meterse en problemas.—
No, no lo haría.
Desconectando la llamada, lanzó el teléfono a la consola mientras miraba furiosamente
hacia la oscuridad, el silencio en el Dragoon era cada vez más pesado por segundo.
—No lo digas,— finalmente advirtió al agente sentado junto a él. —No quiero oírlo.—
—Por supuesto que no,— Ranger se mofó burlonamente. —Te patea saber que estás
jodido, ¿no? Te dije que hablaras con ella y que la trajeras de regreso a la Agencia
cuando renunció. Ese maldito orgullo tuyo te pone en problemas siempre.—
—Cierra la puta boca,— ordenó Cullen, odiando la verdad en las palabras de su amigo.
—Admítelo, Cullen.— Ranger suspiró. —Esa chica ha sido importante para ti desde
que viniste por primera vez a Window Rock. Lauren podría haber sido paranoica, pero
no estaba equivocada acerca de ti y Chelsea siendo cercanos. Ella es importante para ti.
Siempre lo ha sido.—
Más importante de lo que suponía Ranger. Más importante de lo que incluso Cullen se
había dado cuenta en ese momento.
—Era una amiga. Sigue siendo una amiga.— Suspiró con cansancio. —Cómo eso ha
cambiado desde la muerte de Lauren no es el punto, Ranger. No le fui infiel a mi
esposa.— Sin importar el hecho de que ella lo hubiera sido.
—Si alguien sabe eso, soy yo,— dijo Ranger en voz baja. —Pero ahora, Cullen, vas a
tener que decidir qué vas a hacer en lo que a ella se refiere. Porque ella no es uno de
esos rollos de una noche que sigues insistiendo en tener. Le rompes el corazón y harás
enemigos.—
Deslizándole una mirada de soslayo, Cullen sólo gruñó ante la advertencia. No eran los
enemigos que él haría lo que le molestaba. La idea de romper el corazón de Chelsea no
era el problema. Si él la llevaba a su cama, se la quedaría. No tendría opción en el
asunto. Fue ese coraje salvaje que era tanto parte de ella lo que lo detuvo. Un coraje
salvaje que lo aterrorizó en un buen día. Chelsea insistiría en luchar a su lado y se
volvería loco preocupándose por su seguridad y por perderla.
Sin embargo, estaba empezando a darse cuenta de que eso era todo lo que estaba
haciendo ahora.
Chelsea había demostrado, con su rescate de la hija de Cerves esa noche en el desierto
que no iba a ser refrenada. El recuerdo de eso todavía tenía el poder de hacer que el
miedo se reptara por su espalda. Podría haber muerto ahí fuera, sola, torturada por los
monstruos que tenían tal falta de misericordia que habían matado a un niño con las
heridas físicas y mentales que le habían infligido.
Y hacer enemigos no era el mayor riesgo que estaba tomando. Perderla era su mayor
temor, pero perderse a sí mismo si algo le pasaba era una certeza.
Capítulo 6
***
Dos días después, Chelsea entró en la oficina del director de la División Oeste de la
Oficina de Asuntos de Castas, donde Rule Breaker y su asistente de dirección, Lawe
Justice, y su supervisora, Cassie Sinclair, esperaban.
Cassie se veía tan fresca y arreglada como siempre, vestida con pantalones de sastre
gris, una blusa de seda blanca y tacones de cuatro pulgadas. Su largo cabello negro
estaba recogido en una coleta baja y asegurado con una cinta de seda blanca. Parecía al
mismo tiempo inocente y confiada, y era un papel que representaba bien.
Rule y Lawe, por otra parte, a pesar de sus costosos trajes y suaves modales, eran
todavía las mismas duras y salvajemente entrenadas Castas que eran cuando llegaron
por primera vez a la Nación hace varios años atrás. Los aspectos más rudos eran más
suaves ahora, pero no habían perdido nada de la fuerza o precaución cautelosa en sus
ojos.
—Chelsea. Es bueno verte de nuevo.— Rule se levantó de su asiento detrás del largo
escritorio ejecutivo al otro lado de la habitación. Una sonrisa inclinó sus labios y la
diversión llenó su mirada azul oscuro, pero ella estaba segura de que podía cambiar muy
rápidamente si cualquier amenaza aparecía.
—Sí, lo es,— Lawe estuvo de acuerdo. —Aunque esperábamos verte en la cena de
Graeme la otra noche.—
Su frente se alzó mientras sacudía sus manos, apreciando la ligera firmeza que no le
apretaba la mano.
—Debería haber asistido,— hizo una mueca, sentándose junto a Cassie frente al
escritorio de Rule. —Nuestro amable comandante de la Agencia de Seguridad Secreta
hizo las cosas un poco difíciles mientras estábamos en el campo.—
Rule hizo una mueca ante su comentario mientras tomaba su asiento y sacaba un
archivo en la holo-pantalla que usaba en su escritorio.
—Entonces tu informe lo notificó,— suspiró. —Quería que vinieras para hacerte saber
en persona que tu tapadera probablemente ha sido descubierta por el comandante, y
definitivamente por su hermano, Graeme. Es bastante difícil mantener a Graeme fuera
de nuestros archivos siempre que él decide saquearlos.—
Ella asintió con la cabeza. —Duró más de lo que esperaba. Cullen, yo sé, es bastante
bueno para obtener las respuestas que quiere. Sospeché que pediría la ayuda de Graeme
para obtener esas respuestas después de que él apareciera en la casa el otro día.—
Había trabajado con él, el tiempo suficiente para saber exactamente lo bueno que era.
Ella simplemente había asumido después de un mes de no mantenerse en contacto que
realmente a él no le importaba lo que estaba haciendo.
—Debería decirte que el Abuelo también se puso en contacto conmigo,— suspiró Rule.
—Él no estaba contento conmigo por ofrecerte el puesto.—
A veces, era muy difícil recordar que esta poderosa Casta y su hermano eran en realidad
sus primos hermanos. Cuando su tía, Morningstar, había sido secuestrada por el
Consejo, había estado preñada de Castas. Rule y Lawe eran sólo dos de ellos. Y a través
de ellos se enteraron de que el hermano de Morningstar, Raymond, había estado
trabajando con el Consejo en ese momento. Él había traicionado a su hermana,
entregándola.
—¿Llamó Cullen? preguntó ella con cautela.
Si él le había estado contando cuentos a su abuelo, ella podría acabar golpeándolo con la
sartén negra de hierro fundido de su abuela en la cabeza.
Los labios de Rule se retorcieron con torpe diversión. —El abuelo reclama medios
menos convencionales para adquirir su información.—
—Le dijo a Rule que no estaba complacido de que los vientos fueran forzados a venir a
él en lugar de sus propios nietos para informarle de los peligros en que dichos nietos
habían atraído a su nieta,— Lawe sonrió. —Estaba un poco molesto.—
Chelsea dejó que sus dedos se apretaran en el brazo de la silla por un segundo antes de
dar un suspiro pesado. Su abuelo podía ser temperamental a veces. Y si los —vientos—
-las brisas que susurraban sobre la Nación- chismoseaban sobre sus nietos, entonces él
podía ponerse muy furioso. Afirmaba que su familia debía mantenerlo siempre
informado sin importar el problema en el que estuvieran a punto de entrar.
Ella debería haber sabido que no podía mantener lo que estaba haciendo oculto de él.
Estaba agradecida de que los vientos se hubieran mantenido quietos por el tiempo que
lo habían hecho.
—Me alegro de que te haya llamado a ti en lugar de a mí,— dijo finalmente con una
pequeña sonrisa cuando su mirada se encontró con la de Rule. —Debe estar esperando
que te ocupes del problema.—
Lawe gruñó ante eso. —Ha pedido que te despidamos inmediatamente.— Sus ojos se
abrieron de sorpresa y recelo. —¿Despedirme?—
Rule se echó hacia atrás en su silla, su mirada nunca dejando la suya. —Alegó que esta
posición te pondría en peligro porque eras demasiado obstinada para aceptar ayuda.—
Ella alzó las cejas ante la acusación.
—Hmm,— murmuró, conteniendo una sonrisa. —Y yo que estaba pensado que los
vientos me conocían mejor que eso.—
Lawe se rió entre dientes mientras la risa silenciosa de Cassie brillaba en sus ojos
azules.
—Ingeniosa.— asintió Rule, sus labios se curvaron con diversión ante su respuesta. —
Pero tengo curiosidad por saber ¿por qué él pensaría que rechazarías la ayuda?—
Ella no tenía ni idea. A no ser que…
Con los labios fruncidos por el pensamiento, dio un breve suspiro antes de sacudir la
cabeza con resignación.
—Cullen,— dijo ella, pasando sus dedos a través de la franja de flequillo que caía sobre
su frente. —Cuando me negué a decirle a él lo que estaba haciendo o para quien estaba
trabajando, me ofreció un puesto en el Comando en la Agencia si le dejaba terminar el
trabajo que yo había tomado. Sin mi ayuda, por supuesto.—
La ceja de Rule se alzó con un toque de sorpresa mientras lograba alcanzar su mejilla
para rascarla ligeramente. —Interesante,— comentó finalmente. —Cullen estaba
decidido a mantenerte en la oficina, ¿verdad?—
—Un poco,— estuvo de acuerdo. Había sido fanático al respecto; ella lo había acusado
a menudo de eso.
—Una maldita y gran concesión a hacer sólo para conseguir algo de información,—
comentó Lawe.
—Oh, no sólo quería los detalles.— Moviéndose en su silla, ella pudo sentir el recuerdo
de la ira volviendo. —Quería que yo le permitiera terminar el trabajo por él mismo
mientras yo regresaba a la oficina y esperaba por él. No me parecía un intercambio
justo.—
—Sí, apuesto a que su papeleo se ha acumulado un poco,— comentó Cassie con un
toque de risa.
Ella no tenía ninguna duda en su mente de que su papeleo se había acumulado. Cuando
ella había ido por primera vez a trabajar para él, le había llevado dos meses archivar
todo. —En una época de archivamiento y recuperación completamente digital, por
alguna razón, las fuerzas de la ley aún aman su papel,— suspiró, mirando las carpetas y
los archivos apilados a un lado del escritorio de Rule.
—No se puede hackear una copia impresa,— dijo Lawe. —Tampoco puedes
reenviarlo,— gruñó Rule.
—Quemaría sus archivos si tuviera que volver a esa oficina,— les informó Chelsea. —
Y estoy segura de que él ya ha destruido completamente mi sistema de
archivamiento.—
Ella se había tomado una semana de vacaciones una vez; cuando regresó, el sistema de
archivamiento era un desastre, por no hablar de los archivos esparcidos de una oficina a
la otra. ¿Qué había acerca de los hombres y sus archivos?
—No tengo la intención de enviarte de vuelta al infierno de los archivos,— prometió
Rule con sus labios encorvados. —Quería informarte sobre la situación, hacerte saber
que es probable que él tenga conocimiento de la operación de la que formas parte.—
Bueno, al menos ella no tenía que preocuparse de explicárselo ahora. —Quizá él lo deje
pasar por ahora.— Se encogió de hombros. —Su curiosidad ha sido atenuada y él puede
volver a su propio trabajo y dejar el mío por mi cuenta.—
Tenía que admitir que sabiendo que él estaba en los clubes la noche que la había
seguido le había dado una sensación de seguridad que no había conocido en las semanas
anteriores o las dos últimas noches. Por alguna razón, el conocimiento de que Cullen
estaba allí significaba mucho más que saber que Draeger y Tobías la estaban siguiendo.
—No apostaría sobre ello si fuera tú,— susurró Cassie, su voz casi demasiado baja para
oírla.
Chelsea se abstuvo de lanzarle una mirada de advertencia a la otra mujer. Cullen no se
había preocupado de una manera u otra de lo que ella estaba haciendo hasta que su
complejo de responsabilidad lo había golpeado duro cuando supo de la noticia de su
ataque. Entonces había sentido que tenía que protegerla. Nunca había considerado la
idea de que la protección no era lo que ella necesitaba.
—Estoy apostando por ello.— Chelsea asintió firmemente, decidida a tener la razón.
Ella conocía a Cullen. Había trabajado con él durante cuatro años; sabía cuán profundo
era su sentido de la responsabilidad. Se sentía responsable de ella. Sentía que tenía que
protegerla. Ésa era la razón por la que no la había deseado en el Comando ni en Ops. Él
podría mantenerla a salvo en la oficina.
Cassie rió a su lado mientras Lawe y Rule le lanzaban a la otra mujer una mirada
furtiva. Nadie había acusado jamás a las Castas de no ser extrañas.
—¿Si eso es todo?— Ella se puso de pie lentamente, abarcando con su mirada a las tres
Castas que actualmente parecían disfrutar de alguna broma a su costa. —Me gustaría
llegar al centro de operaciones y repasar las fotos y el video que han aparecido durante
la semana pasada, así sabré dónde concentrar mi interés cuando regrese.—
Rule asintió con la cabeza mientras él y Lawe se levantaban de nuevo.
—Draeger y Tobías te esperan fuera de la oficina,— dijo Lawe, asintiendo con la
cabeza hacia la puerta.
—Estaré abajo para reunirme con contigo en un momento,— le informó Cassie mientras
se dirigía a la puerta. —Dame unos treinta minutos.—
—Ya sabes dónde estaré,— le dijo a la otra mujer.
Al salir de la oficina, se dio cuenta de las dos Castas Lobo que la esperaban mientras
estos se levantaban y se arrastraban detrás de ella.
Cassie parecía segura de que Cullen no iba a dejar ir esto tan fácilmente. Chelsea
sinceramente esperaba que la otra mujer estuviera equivocada. Conocía a Cullen.
Trabajar con él en esto sería imposible, y ella no estaba dispuesta a dejárselo o
entregárselo a él o a cualquier otra persona.
***
Cuando la puerta se cerró detrás de Chelsea, Cassie levantó su mirada de donde ella
había estado concentrándose en un chip en el brillo de su uña. Tan avanzado se había
vuelto la tecnología que uno nunca se imaginaría que el esmalte de uñas sería un chip.
Esmalte especial y profesionalmente aplicado.
Tenía la mirada fija en la de Rule, y sabía lo que le preocupaba a él; era lo mismo que la
preocupaba ahora.
—No tuve ninguna advertencia del ataque contra ella,— les dijo, aunque sabía que
estaban al tanto de eso. —No debería haber sido atacada.—
No tenía sentido. No había razón para que Chelsea estuviera en peligro. No había nada
que le dijera por qué Chelsea había sido atacada, o para guiarla en la dirección correcta.
Todo lo que Cassie pudo ver fue la sombra de un Coyote, harapiento, desgastado,
observándola desde su periferia. Ese Coyote había sido un compañero constante durante
años.
—¿Crees que tiene algo que ver con el rescate de la hija de Cerves? Los Coyotes y los
Cerves han estado buscando a la chica que la rescató.— Señaló Rule, con su dura
expresión consternada.
—Eso definitivamente no es,— les aseguró Cassie. Era una de las pocas cosas de las
que estaba segura. —Samara y su familia están de vuelta en Nuevo México. Llevaron a
su hija allí para el entierro. Samara está decidida a conocer la identidad de Chelsea, pero
sus razones no están claras. En cuanto a los tres Coyotes…— Ella hizo una mueca con
el recuerdo del terror que habían infligido a un niño. —Samara Cerves es malditamente
inteligente. Tenía doctores con hisopos para juntar muestras de ADN mientras ellos
trataban de cerrar las marcas de mordedura en el cuerpo de su hija.— Ella se cubrió los
labios, su mano temblaba mientras se alejaba de los hermanos y luchaba por ocultar sus
propias emociones y el horror enfermizo de lo que ese bebé había sufrido. Cuando se
volvió, al menos podía hablar. —Samara le dio esos hisopos a Jonas y le dijo si podía
probar que tenía a las Castas responsable de su muerte, así como a la joven que devolvió
a Louisa, entonces se alinearían con las Castas Clandestinas y comenzarían a legitimar
sus operaciones. Él los tomó y se los llevó.
—No porque él les creyera,— resopló Lawe. —Sin embargo, lo que importa es evitar
que se alineen con el Consejo.—
No, Jonas le creyó a los líderes del cártel. Había estado en sus ojos, en su expresión
severa, cuando Cassie lo había acompañado para ver lo que esos animales le habían
hecho a la niña de Samara.
—Samara amaba a su hija, Lawe,— dijo Cassie, absolutamente segura. —Me reuní con
ella cuando Jonas fue llamado. Ella estaba inconsolable, rota. Y tan desesperada por
poner las manos en esos Coyotes que habría prometido cualquier cosa, y debido a su
hija, ella nunca rompería ese voto. Pero no tengo la menor duda de que el cártel Cerves
nunca se alinearía con el Consejo ya sea que Jonas estuviera o no de acuerdo. En cuanto
a Chelsea, creo que Samara quiere a la chica que rescató a su hija para poder expresarle
su gratitud, no para hacerle daño.—
Samara Cerves no era la mujer que había sido antes de la noche en que su hija fuera
sacada de su habitación y brutalizada por los tres Coyotes. La Reina de la Sangre no
estaba muerta, pero la sangre que quería no tenía nada que ver ahora con actividades
delictivas. Quería al Consejo de Genética. No sólo sus soldados, sino el propio Consejo.
Y Cassie sabía que ella sería imparable.
—Graeme tiene a tres Castas detrás de Chelsea y la Casta de Lobos que nosotros le
asignamos.— Rule se pasó los dedos por el cabello, su expresión se tensó en irritación.
—No tenemos idea de qué designación son, o quiénes son. No hemos podido
identificarlos.—
—Draeger y Tobias los han sentido.— Ella asintió. —Han intentado acercárseles lo
suficiente como para olerlos, pero no han sido exactamente cooperativos.— Ella miró a
sus dedos, alisando de nuevo un dedo sobre el esmalte con el chip. —Creo que uno de
ellos es hembra, pero no tengo la confirmación sobre ello.— Y no importaba lo mucho
que lo intentara, no podía percibir las respuestas a sus preguntas.
—El ataque fuera del club fue un ataque singular, y Draeger y Tobias llegaron a ella a
tiempo,— señaló Lawe. —Sin embargo, de acuerdo con sus informes, ella estaba
aguantando por su cuenta. Está bien entrenada y sabe cuidar de sí misma.—
Y todo eso era cierto, pero Cassie tampoco podía descartar las palabras del abuelo de
Chelsea. Ella estaba en peligro porque era demasiado obstinada para aceptar ayuda.
¿Demasiado terca para aceptar la oferta de Cullen? Pero esa oferta no había sido una
oferta de ayuda. Cullen la quería fuera de esto, punto.
—Cullen no dejará pasar esto.— Cassie respiró pesadamente ante el conocimiento
interno de eso. —Su genética recesiva está emergiendo o pasando por alguna transición,
pero lo que sea que está despertando dentro de él es increíblemente poderoso. Más
poderoso de lo que incluso Graeme sospecha, creo. Posiblemente incluso más como un
Primal como su hermano. La manera en que son las Castas de Bengala son
variablemente desconocidas; su genética es mucho más salvaje que la mayoría de las
otras Castas. Cullen es uno de los pocos que conocemos, y según sus archivos, es el
gemelo de uno de las castas más peligrosas que conocemos. Si es Primal también, y su
genética se está volviendo activa, entonces su enfoque en ella podría ser algo más que el
de un protector.—
—¿Crees que es el Calor de Apareamiento?— preguntó Rule. —No había aroma a
Celo.—
No, no había aroma a Calor de Apareamiento; pero entonces, el Calor de Apareamiento
tenía sus anomalías que variaban de pareja en pareja. No podían descartarlo, y Cassie lo
sabía.
—Pero su olor ha cambiado en las últimas semanas,— dijo pensativa. —A veces
muestra signos del celo, y luego desaparece, como si la chispa necesaria no hubiera
despertado completamente su lado de Casta.— Ella sacudió su cabeza ante la idea. —
Todavía estoy tratando de averiguarlo.—
—Entonces, ¿podríamos tener un posible apareamiento Bengala? ¿Un gen primal
recesivo empieza a emerger?— La preocupación en la voz de Lawe no estaba fuera de
lugar. Los Primals eran muy impredecibles, al igual que sus primos de cuatro patas eran
conocidos por ser sigilosos, poderosos, salvajes cuando entraban en erupción y tan
misteriosos que incluso los pocos que habían sido examinados raramente mostraban
lecturas confiables de una prueba a la siguiente.
—No lo sé todavía.— Ella sacudió su cabeza, la confusión amenazando con convertirse
en irritabilidad.
Lawe y Rule intercambiaron miradas, su silenciosa comunicación no era desconocida
para ella.
—Los haría examinar por apareamiento pero aprendimos con Tanner y Cabal que,
incluso completamente apareados, sus pruebas no siempre eran concluyentes.— Rule
sacudió la cabeza.
Tanner y Cabal fueron, durante muchos años, las únicas Castas de Bengala conocidas en
existencia. Tanner era parte de la manada de la Casta felina original que se reveló al
mundo, y él había sido el jefe de las relaciones públicas de las Castas por más de una
década. Su compañera era la hija de un general ahora fallecido que había trabajado con
el Consejo, entrenando y matando a docenas de Castas y casi matado a su propia hija
también.
—Llama a Graeme por ayuda,— sugirió Cassie. —Creo que ha hecho extensas
investigaciones sobre la genética Bengala. Tal vez él es consciente de algo que nosotros
no, o al menos podría darnos una buena idea de lo que está pasando.—
La mirada de Rule se sacudió hacia ella. —¿Cómo sabes eso?—
Cassie se encogió de hombros ante la pregunta. —Graeme me lo mencionó en la cena la
otra noche.— Ahora tenía sentido por qué él lo había mencionado. —Creo que estará
esperando a que lo llames.—
Evidentemente, como todas las Castas consideradas menos cuerdas, Graeme era tan
manipulador como entre los que ella se había criado, si no más, pensó Cassie. —Me
pondré en contacto con Graeme,— dijo Rule, su expresión volviéndose pensativa,
sagaz, mientras la miraba fijamente. —Permanecerás en la operación como su
supervisora y cuando Cullen venga exigiendo respuestas, le daré la opción de unirse a
ella. Puede trabajar con ella o encontraremos la manera de mantenerlo alejado mientras
ella está en esto.—
Eso podría funcionar.
Cullen no querría ir en contra de Rule, y él no querría lidiar con la presión que Rule
podría ejercer en la Agencia de Seguridad Secreta.
—Veremos cómo funciona eso para nosotros.— Ella suspiró pesadamente. —Déjame
saber cuándo lo hayas discutido con él. Una vez que conozcamos su respuesta, entonces
dejaré que Chelsea conozca el plan.—
Se levantó y salió de la habitación; la inquietud que podía sentir moviéndose a través de
ella era más molesta de lo que quería admitir. No estaba acostumbrada a manejar esta
parte de su vida sin las imágenes fantasmales que la habían ayudado durante tanto
tiempo.
Habían estado viniendo rara vez en los últimos años, reemplazadas por ese Coyote
devastado por la guerra que nunca le permitía verlo completamente. Si pudiera mirar a
los ojos de la imagen, entonces ella conocería la Casta a la que pertenecía. Ella sabría
entonces si él era la Casta que la atormentaba en sus pesadillas y en sus miedos.
Sin embargo, la imagen que se reproducía detrás de ella, cambiaba si volvía la cabeza o
si trataba de verlo a él más completamente, siempre estaba fuera de la vista.
¿Era él la razón por la que aquellos que la habían ayudado antes no aparecían más? ¿Era
el Coyote quién de algún modo los mantenía alejados? Y si era así, ¿por qué? La
obsesiva presencia podría hacer que ella pusiera en peligro el plan que había tenido
durante años, y la delicada operación de rescate en la que estaba trabajando. Esa
operación dependía de Cullen y Chelsea, así como de Samara Cerves, su marido y
cuñado.
Esto tenía que funcionar. No era sólo su propia supervivencia la que dependía de los
planes que había estado instaurando en su lugar tan encubiertamente en los últimos
años. Había otros igual de importantes. Y uno de ellos, uno que ella estuvo planeando
cuidadosamente desde la clandestinidad, no era sólo importante para ella; era la única
esperanza de supervivencia de Cassie.
Su única oportunidad de libertad…
***
***
***
Cullen siempre se había preguntado cómo se sentía una Casta activa, habiendo
combinado genética animal y humana dentro de ellos y trabajando como uno solo.
Había veces que había imaginado vivir con todos sus instintos intactos.
Sin embargo, este sentimiento era como nada de lo que había imaginado.
Un brazo rodeó la cintura de Chelsea mientras se atrevía a darle la espalda. Como si no
tuviera ninguna importancia. Como si no fuera lo suficientemente hombre,
suficientemente Casta, para convertir su ira en sumisión con su toque.
Ella lo estaba esperando.
Como si la cólera y el orgullo que ardían en ella se derramaran en la excitación a fuego
lento justo debajo de la superficie, ella no luchó contra él. El olor de su hambre atravesó
sus sentidos, encendiendo lo que ya era una combustible necesidad ardiendo a través de
él.
Ella ya lo estaba alcanzando cuando sus labios se apoyaron sobre los suyos, los separó y
su lengua penetró en las dulces profundidades que encontró allí. El sabor de su beso era
más cálido, más dulce de lo que recordaba, quemándolo como una llama. Mientras sus
brazos le rodeaban el cuello, Cullen la atrajo más cerca, deleitándose con la forma en
que su cuerpo se arqueaba hacia él, en el bajo gemido femenino de hambre y placer que
llenaban el aire que lo rodeaba.
Había soñado con ese sonido mientras él estuvo ausente. Lo ansiaba. La ansiaba a ella.
El sabor de ella, la sensación de ella en sus brazos, contra su cuerpo, lo hizo más
desesperado, más salvaje por tomarla.
Debajo de sus pantalones vaqueros su ya engrosada polla se hinchó más, se hizo más
dura, sus bolas adoloridas con la necesidad de la liberación. La necesidad de follarla, de
enterrarse dentro hasta las pelotas era una fiebre que ardía en sus sentidos.
Nunca había necesitado a una mujer con la desesperación con la que necesitaba de ésta.
Y el conocimiento de que su hambre por ella sólo había crecido en los últimos cuatro
años alimentaba esa necesidad.
Dios sabía que había tratado de mantenerse alejado de ella, para asegurarse de que
estaba protegida, incluso de él. Especialmente por ésta hambre salvaje, que siempre
había luchado por controlar. Un hambre que no tenía idea de si podía controlar una vez
que lo soltara.
Y ahora estaba suelto.
Empujando una mano bajo el dobladillo de su camisa, dejó que sus dedos se deslizaran
por la suave carne de su costado hasta que alcanzaron la curva completa de su pecho.
Debajo del encaje de su sostén, su pezón estaba en punta, como guijarro duro y tentador.
Acariciaba con su pulgar sobre su pezón, Cullen gruñó cuando un estremecimiento la
atravesó y el olor de su necesidad se intensificó. Salvaje, toda mujer, exigente y
caliente, ese olor estimulaba su propia hambre, su lujuria. Y él sabía que estaba
enganchado a ese olor ahora, adicto y despreocupado de las implicaciones.
Con cada toque, ese sutil aroma de dulce y especias se le subía a la cabeza y se le hacía
agua la boca por una probada. Ella sería caliente y húmeda, sedosa y melosamente dulce
en su lengua. Y esperar más por el sabor de ella era un infierno que no quería visitar.
Alzándola contra él, Cullen quería llevarla al dormitorio, a su cama. Tenía la intención
de acostarla y al menos tratar de tomarla con lentitud y facilidad. Entonces sus piernas
se alzaron, sus muslos se agarraron a las caderas, la pelvis se inclinó hacia adelante
hasta que ella estaba montando la cresta de su polla con movimientos pequeños
acariciando y amenazando con llevarlo a sus rodillas.
Llegar a la habitación simplemente no iba a suceder.
Llegó hasta el sofá, donde la apoyó contra los cojines antes de quitarle la camiseta y el
sujetador y arrojarlos al suelo. Y pensó que iba a explotar. La visión de sus pechos
arqueándose hacia él, pezones duros y enrojecidos, su expresión aturdida de placer, lo
estaba matando. Dios, ella era hermosa.
El hambre brillaba en sus ojos oscuros, enrojeciendo su rostro y sus senos subían y
bajaban en pequeños movimientos rápidos mientras ella luchaba por respirar.
Cuando su lengua lamió sus labios y su mirada se encontró con la suya, no pudo resistir
otro sabor de esos labios. Un sabor profundo y adictivo que tenía a sus sentidos girando
con las sensaciones embriagantes que lo desgarraban.
Despertando los instintos de la casta, ahora le estaban golpeando a través de él con una
venganza, y cada uno de esos condenados instintos le gritaba que la tomara. Tomarla
duro y profundamente, hasta que todo lo que ella supiera fuera su toque, su hambre.
A medida que cada beso se profundizaba, palpaba sus pechos, los moldeaba, dejaba que
sus dedos se le clavaran en los pezones apretados mientras cada pequeño gemido
femenino lo atraía más hacia el hambre que lo atormentaba.
Ella también tenía sus propias demandas con cada beso que él le daba, luego deslizó sus
manos entre sus cuerpos, sus dedos delicados trabajando desesperadamente en los
botones de su camisa hasta que cada uno se soltó y separó los bordes.
Tenía las uñas sobre el pecho. Podía jurar que sentía la caricia a través de los finos pelos
bajo sus manos, dirigiéndose directamente a sus pelotas. Los diminutos pelos casi
invisibles a lo largo de su piel se sentían tan sensibles como su carne. Cada toque
enviaba placer corriendo a través de él como llamas quemando un camino a través de
sus sentidos.
Haciendo un rastro de besos de sus labios a su cuello, Cullen rastrillaba la piel sensible
allí con sus dientes, la lamió, amaba el gusto de ella. No podía tener suficiente de ella.
Con cada beso, cada gusto, su hambre por ella sólo crecía.
***
Chelsea no era virgen. Había conocido la sensualidad y el placer en las manos de un
hombre antes. Pudo haber tenido sólo algunos amantes, pero esos amantes habían sido
considerados y experimentados. No había dejado sus camas sintiéndose engañada. Pero
ella sabía que si había algún otro hombre después de Cullen, no volvería a sentirse así
de nuevo.
Sus besos eran potentes. Con cada caricia de sus labios sobre los de ella, su lengua
hundiéndose con fuerza en su boca, la intensidad sexual con la que se movía a través de
ella sólo se hacía más fuerte.
El sabor de su beso la mantuvo buscando más. Una mezcla de macho caliente con un
toque de canela. Lo suficiente como para que empezara a ansiar el sabor de él,
desesperada por más cuando sus labios se movieron de los suyos para acariciar su
cuello.
Se quedó inmóvil mientras sus dientes recorrían su pulso palpitante, sorprendida por la
sensibilidad de su carne mientras él la atraía ligeramente antes de darle a la zona un
pequeño pellizco.
Las llamas se arqueaban a lo largo de sus terminaciones nerviosas mientras el placer
explotaba a través de sus sentidos. Apretando los dedos contra su pecho, Chelsea giró su
cabeza, desnudando más de su carne para que sus labios, dientes y lengua arrasaran.
Sus sentidos estaban aturdidos, drogados mientras cada rastrillo de sus dientes y golpe
de su lengua quemaba contra su carne, la hacía desesperada por más.
Sacando las manos de su pecho, las empujó a su espalda bajo el material de su camisa.
Ella le clavó las uñas sobre su dura carne, arqueándose contra él hasta que sus pezones
se apretaron contra su pecho.
Los puntos sensibles se agitaron con placer. Rastros de sensaciones electrizantes se
arrancaron de las puntas tiernas, se unieron a los causados por sus labios en su garganta
antes de correr hacia la hinchada yema de su clítoris. El calor húmedo derramado de su
sexo dolorido, y resbaladizo, la sensibilizaban aún más.
Chelsea se sentía febril, desesperada. Nunca había conocido un toque como el de Cullen
o su respuesta. Como si su cuerpo hubiera estado esperando su contacto, anticipándolo,
y ahora cada sinapsis que poseía estaba cobrando vida por ello.
Esta necesidad no era normal, no podía ser normal. El hambre sexual agarraba su coño,
pulsaba a través de él y tenía su clítoris tan hinchado y dolorosamente sensible que no
pudo evitar gemir. Sus jugos se derramaban a lo largo de su sexo, resbalando los
pliegues entre sus muslos, preparándola para él.
Ella se aferró a él mientras sus labios caían sobre los suyos una vez más, su beso
sosteniéndola cautiva mientras él trabajaba la banda de sus pantalones de algodón sobre
sus caderas antes de desnudarla a través de sus piernas junto con sus bragas de encaje.
—Cullen...— gritó cuando sus labios se apartaron de los suyos, robando el sutil sabor
de la especia de canela que había encontrado allí. —¿Qué me estás haciendo?—
Sus caderas se arquearon cuando ella se estremeció en reacción a sus dedos callosos
deslizándose a través de su hinchada hendidura.
—Oh Dios, Cullen—
Su pulgar encontró su clítoris, la pasaba sobre él, acariciándolo con resultados
devastadores.
—Está bien, nena, te tengo,— susurró él, sus labios moviéndose por su mandíbula,
arrastrándose a lo largo de su cuello y quemando un sendero hasta sus pechos mientras
sus manos acariciaban y la acariciaban con calor ardiente. Un resplandor que no podía
combatir, uno que no podía ser combatido.
La necesidad de él estaba tan fuera de control, tan desesperada que sólo quería una cosa.
—Por favor, Cullen, ahora,— gimió, arqueándose contra él mientras su lengua
acariciaba un pezón dolorosamente erecto, y luego otro.
Sus dedos acariciaban, jugaban, burlaban los pliegues saturados de su coño.
—Pronto.— El gruñido en su voz era más profundo, más excitante que nunca. —
Déjame tocarte primero, cariño, saborearte.—
Sus labios se posaron sobre un pezón entonces, lo chupó en su boca, raspó con su
lengua hasta que se retorció debajo de él apenas consciente de que estaba quitándose su
propia ropa del cuerpo.
Chelsea estaba temblando con la necesidad ser tomada, para sentirlo moviéndose dentro
de ella, duro y caliente. Sus manos se movieron de sus hombros a su pelo, enredándose
en las mechas ásperas, sus uñas pinchando su cuero cabelludo mientras trataba de
acercar más su boca, convencerlo de chuparle el pezón con más fuerza.
En su lugar, soltó el pico, lo lamió una última vez. Mirándola, su mirada cubierta y
pesada de lujuria, comenzó a besarle por en medio de su estómago en un camino
ardiente a la dolorosa carne entre sus muslos.
Nunca había conocido tal placer. Nunca se había quemado así, nunca había sentido ésta
necesidad que la embargaba con tanta intensidad dolorosa. Y cuando sopló sobre el
capullo sensible de su clítoris, esa necesidad se convirtió en un incendio fuera de
control.
Mientras se estiraba entre sus muslos, una mano se acurrucaba debajo de ella para
levantar su pierna, haciéndola descansar sobre el respaldo del sofá, sus labios bajaron,
su lengua acariciando los pliegues temblorosos de su coño con resultados devastadores.
Separando sus muslos más lejos, él trabajó su lengua a través de los pliegues con un
áspero, gruñido de placer.
—Mierda, tu sabor es dulce,— él gimió. —Dulce y caliente, ardiendo a través de mí
como una llama.—
Ella se tensó contra él, gimiendo mientras bordeaba la entrada de su vagina, su lengua
parpadeaba sobre ella, empujándola más arriba.
Luchando por respirar, jadeando con cada sensación, Chelsea se tensó contra él,
desesperada ahora por el orgasmo.
Su lengua atormentaba, burlaba, la empujó dentro de una tormenta de sensaciones
donde el placer era sólo una palabra mezquina para la felicidad exquisitamente dolorosa
que se apoderaba de ella. Las ondas de ello la atravesaron, estremeciéndose a través de
su cuerpo mientras ella gritaba por él otra vez.
Sus labios regresaron a su clítoris cuando una mano se movió entre sus muslos, sus
dedos encontraron la entrada de su coño donde él la acarició, su dedo sumergiéndose
marginalmente, y luego lo sacó para volver a golpear de nuevo.
—Cullen... Por favor...— El jadeo fue involuntario mientras su cabeza se retorcía
contra los cojines, sus dedos fisgaban en el borde de la que estaba debajo de ella.
Los espasmos se agitaban a través de la tierna carne interior mientras su vientre se
cerraba con la necesidad de liberarse. Luego otro dedo se unió al primero, una presión
punzante y caliente mientras los movía en su interior. Sus caderas se elevaron, la
humedad derramándose para encontrarse con sus dedos mientras su lengua parpadeaba
alrededor y alrededor de su clítoris atormentado.
No podía soportarlo. La estaba matando. El placer era tan extremo, tan intenso que era
abrumador.
Las sensaciones que se desgarraban a través de ella se vinieron en las olas ondulantes,
ardientes, sensibilizando cada vez, la carrera a través de ella con cada empuje de sus
dedos como empujaban cada vez más profundo dentro de ella, No estaba segura de
sobrevivir.
La última ola explotó en un orgasmo que impulsó sus sentidos con tal fuerza que trató
de gritar su nombre. Se rasgó a través de su cuerpo mientras se golpeaba contra ella,
gritando al puro placer.
Violentos temblores se sacudieron a través de su cuerpo, la liberación devastadora
diferente a cualquier otra que hubiera tenido antes. Y aun así, no era suficiente.
Necesitaba más, ardía por más.
—Mírame, Chelsea.— La demanda no tenía sentido al principio. —Mírame. Ahora.—
Ella forzó sus ojos a que se abrieran, mirando hacia arriba en el brillo de su mirada
mientras él se arrodillaba ante ella, el tallo grueso y pesado de su polla agarrado en una
mano.
—¿Qué me has hecho?— Jadeó ella, su respiración superficial, su coño ondulando con
la demanda de ser tomada. —¿Qué has hecho, Cullen?—
—¿Qué me has hecho tú?— gruñó él.
Al acercarse a ella, colocó la amplia cresta de su erección entre los pliegues hinchados,
una pesada mueca de placer apretando su expresión. Sus ojos eran más brillantes, el
sudor corría por su cara humedecida. Una sola gota de sudor descendió por su dura
mandíbula, atrayendo la mirada de ella por un segundo.
Sólo un segundo.
Sus ojos se volvieron hacia él mientras él empezaba a trabajar su polla dentro de ella,
estirándola, quemándola. Su cabeza se sacudió, sus manos se agitaron en sus brazos,
necesitaba desesperadamente algo donde aferrarse mientras el placer brutal y ardiente
comenzaba a verterse a través de ella.
Sus rodillas se doblaron, levantándose para agarrar sus caderas mientras sus uñas le
mordían los bíceps, sus ojos lo miraban con un deslumbrante y agonizante placer.
—No— susurraba un gemido más allá de sus labios. —Oh Dios, no juegues con...— Un
sollozo estremeció a través de ella. —No juegues conmigo... Tómame ahora...
Ahora...—
Sus manos se apretaron en sus caderas entonces, un gruñido tiró de sus labios cuando él
retrocedió, sus músculos se amontonaron justo antes de que sus caderas se movieran,
empalándola con varias pulgadas duras y palpitantes de su polla.
No se detuvo después de ese primer empuje.
Su boca se estrelló contra la suya, su lengua empujando más allá de sus labios mientras
él empujaba más profundo, más duro dentro de ella, enterrando la carne endurecida
hasta la empuñadura.
No podía aguantar más. Su polla la llenaba, la llenaba excesivamente, palpitaba y
quemaba dentro de la carne delicada estirada alrededor de él. Con cada golpe duro sus
jugos se derramaron de ella, cubriendo su polla con una capa pesada de calor pulido y
ayudando a cada empalamiento.
Su beso era ahora picante, ese sabor a canela se intensificaba, hundiéndose en sus
sentidos y haciéndola anhelar más. Los pesados empujones entre sus muslos
comenzaron a ganar velocidad, martillando el interior de su coño, cada golpe vibrando
en su clítoris e intensificando la hinchazón, el placer ardiente que rabiaba a través de él.
No podía soportarlo. Ella estaba atormentada por tantas sensaciones, cada una brutal por
sí misma; combinadas arrasaban sus sentidos. Salvaje y tumultuosa, ella trataba de
luchar contra esas sensaciones, luchaba por retroceder, sólo para ser arrastrada más
profundamente en el torbellino. Más profundo, más alto, hasta que ella se puso rígida,
sacudiéndose mientras una serie más dura de orgasmos comenzaba a romperse a través
de ella, explotando con tal poder, tal fuerza, juró que se estaba perdiendo en él. Darle
una parte de sí misma, incluso ella no sabía que existía dentro de ella.
Cuando las primeras oleadas de éxtasis la invadieron, sintió que sus empujones
cambiaban, se hacían más duros, más cortos, y entonces él se sacudió por encima de
ella, un gruñido animal rugió en su garganta un segundo antes de que el primer pulso de
semen brotara dentro de ella, justo antes de que sintiera lo imposible.
Las historias de los tabloides, ella no se había imaginado que fueran verdad. Pero ella lo
sintió. Sintió que una erección añadida emergía de debajo de la cabeza de su polla, se
cerraba dentro de ella, pulsando con cada chorro caliente su liberación mientras llenaba
los confines apretados de su vagina.
Todo era cierto.
Oh Dios, ¿en qué se había metido?
Capítulo 9
La genética recesiva hace de la Casta Primal una carta salvaje. Porque el animal,
depredador y astuto, no estará oculta por mucho tiempo.
***
***
Chelsea miró fijamente a las dos castas, forzó atrás el dolor que rabiaba dentro de ella y
lo colocó detrás de la pared del hielo que ella utilizaba siempre que ella estaba en
patrulla. Los sentidos de la Casta podían detectar el miedo, las mentiras, cualquier
emoción fuerte.
No había dicho mucho, pero ella había oído el tono de su voz, sintió su renuencia a
admitir que no quería curarse a sí mismo.
Por supuesto que quería una cura. No habría querido aparearse con ella, solo dormir con
ella. Además, el primer pinchazo en su cuello esa mañana en su casa lo había hecho con
cólera, no con excitación. Y ahora su condición de Casta le hacía pagar por ello.
Alegría, alegría.
—Ahora puedo llamarte hermana,— dijo Graeme, forzándola a romper el contacto
visual con Cullen.
—Realmente puedes besarme el culo,— murmuró, el resentimiento pasó por delante de
ese escudo helado antes de que pudiera retirarlo. —No me casé con su culo sarnoso, y
no lo haría aunque me rogara.—
En lugar de ofenderse, Graeme se volvió y recogió un pequeño paquete negro que había
colocado en su mostrador y lo había desabrochado eficientemente.
Lo miró, frunciendo el ceño. Vestido con pantalones vaqueros oscuros, su camisa negra
metida en la banda con correa, le recordó a un animal, del enorme gato de donde se
había creado su genética. Satisfecho, arrogante y superior. Ella nunca había tenido un
gato como mascota simplemente por sus actitudes frescas y distantes.
Cuando sacó dos jeringas de presión de ese paquete, retrocedió cautelosamente. Cullen
lanzó una mirada de disgusto a su hermano, pero parecía más resignado que protestar.
—Déjame darte una breve explicación del calor de apareamiento y de la terapia
hormonal que tengo aquí.— Él puso las jeringuillas en la mesa antes de cruzar sus
brazos sobre su pecho y mirarla fijamente con un propósito frío y duro. —El calor de
apareamiento se construirá. Se llama calor por una razón. La necesidad de follar y ser
follada,— -hizo caso omiso de la maldición disgustada de Cullen- —se vuelve
abrumadora. No puedes trabajar, no puedes socializar, el deseo anula todas las otras
necesidades. Y para empeorar las cosas,— -su sonrisa no era una vista reconfortante- —
el olor de ello es algo que no puedes esconder, ni siquiera quedándote en el interior. Un
Casta que pase manejando por delante de la casa puede detectarla.— La violencia
primitiva brillaba en sus ojos. —Especialmente el Concilio de Castas que andan
buscando un compañero para secuestrar y entregar para los experimentos. Si tienes
suerte, no atraparán el aroma antes de que concibas, lo cual es la única vez que el calor
se calma. Y la mayoría de los felinos conciben muy rápido.— Él inclinó la cabeza y la
miró con curiosidad por un segundo. —Creo que me gustaría ser un tío. Sería muy
práctico con el cachorro de mis hermanos también...—
Chelsea notó que ella y Cullen extendían sus brazos con la misma rapidez de aquella
observación. La idea de un niño era aterradora... ¿Pero el tío desquiciado siendo
práctico?
—Hmm,— murmuró sospechosamente, pero inyectó la terapia que dijo que las jeringas
sostenían.
—Sólo para tu información,— le informó Chelsea después de que terminara y guardara
las jeringas, —nunca te dejaría poner la mano encima a mi hijo.—
Su frente se alzó. —Mami mala. ¿No sabes que los niños quieren aún más al compañero
de juego del que quieres alejarlo?— Él se rio ante la mirada de disgusto que ella le
disparó.— Y estaría alrededor a menudo. Muy a menudo.—
Ella podía ver esto convirtiéndose en una guerra de palabras de la que no quería formar
parte. Volviéndose hacia Cullen, ella apuntó su dedo hacia él con enojo.
—Tú y yo vamos a hablar, Cullen Maverick. No me revelas de golpe cosas después del
hecho. Si recuerdas, eso no me gusta nada.—
Ella tuvo que contentarse con la mueca que cruzó su rostro. Si lo seguía, lo volvería a
mirar a los ojos.
Otra vez.
Capítulo 10
***
—No me vengas a decir 'cariño'. Ya era bastante malo trabajar contigo,— le acusó
acaloradamente. —Me trataste como a una niña que no sabía lo que hacía. Sólo usarás
ésta cosa del apareamiento para tratar de controlarme ahora.—
La tenía en sus brazos antes de que ella pudiera alejarse de él y retirarse una vez más,
con la cabeza hacia atrás y los labios inclinados sobre los suyos con un hambre loca y
salvaje que ella no podía negar.
***
Mierda, le encantaba tocar a Chelsea, y sabía que la pura alegría sensual que encontraba
al tocarla no era del todo el calor del apareamiento.
El calor del apareamiento no tenía nada que ver con lo sedosa que era su piel, ni con lo
suave y caliente que se sentía presionada contra él. Y no era por eso que la necesidad de
tocarla en los últimos años lo había vuelto casi loco.
Ella era como una llama en sus brazos, alcanzándolo a él, ardiendo en su alma con la
necesidad que ella le daba a su vez.
Sus labios se abrieron debajo de los suyos, igual de salvajes, igual de impulsados por el
abrumador hambre de él como de él por ella.
Su lengua bombeaba en su boca, derramando el calor líquido de la hormona para ambos
sentidos, más fuerte ahora, más intenso que antes. El sabor de la hormona en su boca lo
había estado matando mientras ella salía de la cocina.
Había esperado demasiado tiempo por ella, demasiados años, demasiadas noches
necesitándola. Cuando su beso se comía el de ella, su lengua la acariciaba y lamia entre
sus labios, y Cullen les rasgó la ropa para deshacerse de ella lo más rápidamente
posible.
Arrancando sus labios de los suyos el tiempo suficiente para empujarla hasta la cama,
casi perdiendo el aliento al verla.
Carne oscura, de albaricoque, con los pechos hinchados y cubiertos con pezones
maduros. Piernas esbeltas, muslos bien entonados y el coño más bonito del mundo.
Mierda, le encantaba su coño. El hecho de que no se lo afeitara o se lo depilara con cera
le fascinaba. Pequeños rizos bien arreglados enmarcaban la rosa oscura de su clítoris. La
humedad rebordeaba en los rizos que cubrían los pliegues hinchados, sus jugos dulces
un aroma sutil y tentador que lo volvía loco por probarla.
Despojándose los pantalones, Cullen la miró con los ojos entrecerrados, su respiración
se desprendía de sus pulmones mientras luchaba por el control. Sólo el control
suficiente para saborear el dulce sabor de ella antes de la imperiosa necesidad de
tomarla abrumado por su deseo de disfrutarla.
Cuando se acomodó en la cama, extendiendo sus piernas y deslizándose entre ellos, sus
labios estaban sobre el pequeño montículo cubierto de rizos. Observando, dejó que un
dedo se deslizara por la resbaladiza hendidura cargada de humedad.
—Qué bonito,— gruñó, su voz más profunda, más oscura que antes. —Tan húmeda y
dulce. Sólo pensar en comer tu coño me tiene listo para venirme.—
—Deja de pensar en eso y cómelo, entonces.—
La demanda sensual tenía su polla sacudiéndose contra las mantas y el sabor de la
hormona de apareamiento inundaba su boca. Impotente contra esa hambre, Cullen bajó
la cabeza y con el dulce calor de la hormona que se derramaba de las glándulas, atrajo el
sensible haz de terminaciones nerviosas a su boca.
—Oh Dios... Oh Dios... Cullen— gritó Chelsea, sus caderas se sacudían cuando sus
manos se deslizaron bajo su trasero, los dedos apretujando la carne redondeada mientras
él la levantaba más cerca de su boca.
***
El calor más increíble y el placer más ardiente irrumpieron en su clítoris. Era diferente a
cualquier sensación que hubiera conocido. Mientras chupaba el brote hinchado, su
lengua lo azotaba, enviando sus sentidos ardiendo con la fricción que estaba creando.
Alzando las rodillas, trató de acercarse, desesperada por más calor extremo, más placer
agonizante.
—Oh, Dios mío, es tan bueno.— Mientras clavaba los dedos en las mantas, sus gemidos
salvajes caían de sus labios. La extremidad del placer la desgarraba, la quemaba y se
agolpaba.
Los estremecimientos trabajaron sobre su cuerpo, a través de sus sentidos. Su clítoris
estaba tan hinchado, tan sensible que cada golpe de su lengua era como un golpe de
éxtasis en sí.
No podía soportarlo. El calor de la succión de su boca, los movimientos hambrientos de
su lengua y los gruñidos de placer masculino añadieron a cada latigazo de sensación
hasta que ella estaba luchando para respirar. Estaba segura de que no podría sobrevivir
más tiempo antes de alcanzar el orgasmo sólo para que él la llevara más alto.
—Cullen, por favor,— gritó desesperadamente.
Él la levantó más cerca, y sus labios y lengua bajaron. Lamiendo con fuerza la entrada
de su vagina, le robó el aliento.
Él lamia, acariciaba. Las ondas furiosas de placer eran más agudas, más brillantes, su
carne interior se flexionaba con fuerza creciente a medida que su necesidad del orgasmo
se agonizaba.
Justo cuando estaba segura de que no podía soportar otro segundo de las cada vez más
ardientes bandas de tensión sexual que la aferraban, los labios de Cullen se alzaron,
envolviéndose alrededor de su clítoris, y sus dedos abrieron túneles a través del
ondulante tejido de su sexo.
La explosión fue un cataclismo. Implicantes ondas de éxtasis irrumpieron a través de
ella, forzando un grito más allá de sus labios mientras que los estremecimientos se
rompían a través de su cuerpo.
Antes de que la primera ola tuviera tiempo de aliviarse, Cullen cubrió su cuerpo y la
pesada anchura de su polla comenzó a empujar dentro de ella. No podría soportarlo.
Estaba segura de que no podría.
Hasta que sus codiciosos sentidos la volvieron mentirosa.
***
Cullen no pudo contener el gruñido que se le arrancó desde el pecho. Trabajando la
cabeza de su polla dentro de las profundidades cómodas de su coño, dejó que cada
sensación, cada áspera oleada de placer, le bañara los sentidos.
La absoluta necesidad de imprimir su posesión en ella y la de ella en él ahora era
desesperante. Tan desesperada como la necesidad de la liberación.
Bombeando completamente dentro, empujando a través de las profundidades apretadas
de su coño era casi doloroso en el placer apretando su polla.
No iba a durar.
Removiéndose debajo de él, arqueándose en cada empuje, podía sentir a Chelsea
corriendo hacia el orgasmo otra vez y perdió todo sentido de la realidad.
Sus dientes apretaron la marca en su hombro. El semen hirviendo en sus bolas explotó,
la fiebre que rasgaba a través de sus sentidos mientras la lengüeta extendida de debajo
de la cabeza de su polla, se bloqueaba dentro de ella y realzaba cada golpe del
relámpago de la sensación con fuerza vertiginosa.
Durante largos segundos se preguntaba si había sobrevivido a la fuerza de la misma. El
poder de su liberación era como nada que había experimentado antes y sabía que nunca
lo tendría con otra mujer.
Si le arrebataban a Chelsea, sería más que sólo su alma la que perdería. Moriría de pena
y lo haría rápidamente.
Luchando por recuperar el aliento mientras la lengüeta se retiraba lentamente, Cullen
rodó a su lado con su última fuerza restante, luego la tomó en sus brazos antes de
arrastrar el edredón sobre ambos.
Los temblores todavía afectaban a Chelsea. Gemidos ocasionales escapaban de su
garganta. La transpiración empapaba los dos cuerpos. Él se levantaría en un minuto, se
dijo a sí mismo, para al menos limpiar el sudor seco de ellos.
Tan pronto como recuperara el aliento.
***
No es de extrañar que su hermana, Isabelle, rara vez dejara el lado de su marido casta,
Chelsea pensó a la mañana siguiente. Además del hecho de que Isabelle estaba
completamente enamorada de Malachi, existía el sexo más increíble y explosivo.
Las Castas bromeaban sobre las historias de los diarios sensacionalistas. Ellos sonreían
o se reían abiertamente cuando se le preguntaba acerca de ello y afirmaban que era la
propaganda del Concilio de Genética.
Eso no era propaganda lo que encerraba la polla de Cullen dentro de ella, y
condenadamente seguro no era la propaganda que la había lanzado en una serie de
orgasmos que habían derretido su mente.
De pie frente al espejo del cuarto de baño después de su ducha, Chelsea miraba la débil
marca en su cuello. No era tan oscura como la del cuello de su hermana, era más clara,
pero sin duda la misma marca que los tabloides juraban que todos las parejas de Casta
llevaban.
¿Cómo había comenzado el calor? Las historias eran diferentes. Un beso, sexo, la
mordedura, cabalgando junto a una Casta en el autobús o respirando el mismo aire.
Ellos iban de ridículo a ridículo. Sin embargo, no había duda de que eran verdaderos.
Se apartó del espejo, se vistió rápidamente con pantalones vaqueros, una camiseta sin
mangas y botas para caminar antes de encaminarse hacia el dormitorio, cogiendo su
mochila y dirigirse a la cocina a tomar un café.
Y allí estaba sentado su muy reacia pareja-Oh, Dios, ¿de verdad ella creía eso?-Sentado
en una silla de la cocina, con una mano descansando, con los dedos encogidos sobre la
mesa mientras examinaba la tableta apoyada delante de él. Estaba vestido con un traje
de color caqui del desierto y botas de senderismo beige; Su cabello rubio oscuro caía
sobre su frente en desorden como si sus dedos hubieran empujado a través de ella a
menudo. Parecía demasiado tentador y, si la mirada en sus ojos cuando la miraba era
una indicación, demasiado excitado.
Colocando una vaina de café en la máquina, deslizó una taza bajo el pico de la infusión.
Segundos después, la levantaba, la llevó a los labios y sorbió-
No.
No era posible.
Volviendo a la cafetera, abrió la cabeza y sacó la vaina usada libremente y comprobó la
parte inferior para ver el pequeño punto verde que indicaba que no valía la pena beber.
Y ahí estaba.
Estrechando los ojos, giró y se encontró con la mirada de Cullen. Él la miró con una
mirada sostenida asegurándole que él estaba detrás del cambio. Volviendo al gabinete,
Chelsea abrió el gabinete por encima de ella y sacó la caja de vainas adicionales,
revisando cada una.
Ese pequeño punto verde que indicaba un producto descafeinado enturbiaba cada
cápsula en la caja.
Hijo de puta.
Dejó las vainas en la basura, tomó la taza de café aún llena y aún caliente y lo tiró en el
fregadero, luego tomó su mochila y se dirigió a la puerta principal.
—¿A dónde diablos vas?— El gruñido profundo y áspero de su voz le recordó que, a
pesar de la pequeña e ingeniosa inyección que Graeme le había dado la noche anterior,
todavía lo deseaba.
Al llegar a la puerta principal, sus dedos se envolvieron alrededor de su codo,
atrayéndola hacia él mientras ella giraba para mirarlo. Bajó los ojos hacia donde sus
dedos la sujetaban con firmeza, luego los levantó para encontrarse con él una vez más.
—Vas a perder esos dedos si sigues así, Cullen,— le advirtió, luchando contra la
necesidad de tocarlo.
Su mandíbula se apretó tan fuertemente que se preguntaba si sus molares estaban
todavía quebrándose.
—Deja de presionarme, Chelsea.— La soltó, sin embargo, lentamente, muy lentamente.
El hecho de que se contenía era evidente. —Necesitamos hablar.—
Ella se rio de eso; ella simplemente no pudo evitarlo mientras lo miraba incrédula. —
¿Hablar? ¿Contigo? ¿Sin cafeína? ¿En qué mundo de sueños vives? Y tiraste mi café a
la basura.—
Todavía no lo podía creer. Había reemplazado su café, su cafeína, con un facsímil
patético de un descafeinado deficiente.
Descafeinado.
¿Cuál era el punto en el consumo de café si no recibía su impacto? Además,
descafeinado sabía a nada. Esa mierda no era café en ninguna figura o forma.
—La inyección que Graeme te dio anoche no es tan efectiva si consumes ese maldito
café como si fuera agua,— sugirió, con la mirada feroz, su cuerpo casi tarareando de
tensión y con muy poca ira. —La cafeína disminuirá sus efectos.—
Y Dios no quiera que nadie sepa que ella era su pareja. Dios mío, no estaba la
naturaleza teniendo la última risa sobre cada humano que entraba en contacto con las
Castas para los horrores que unos pocos habían cometido.
Apoyando una mano en su cadera, levantó su barbilla y lo miró. —Mira, entiendo los
problemas que estás teniendo con esto, realmente lo hago.— Como el infierno que lo
hacía. —Atado a una mujer que realmente no quieres, y el animal que está despertando
dentro de ti se negaba a salvar a la mujer que amabas.— Levantó la mano rápidamente
cuando él iba a hablar. —Bueno, no estás solo. Confía en mí, quiero estar atada a
alguien que no me ama tanto como quieres estar atado a alguien que no amas. Y estaré
condenada si renuncio a mi café por ello. Dile a tu hermano que suba la dosis la
próxima vez si eso es un problema.—
Sacudiendo la puerta, salió de la casa, golpeando el panel de la puerta cerrándolo detrás
de ella y luchando contra las lágrimas que querían caer.
No iba a llorar por él.
No volvería a llorar por él.
Columpiándose dentro de su camioneta, ella se estaba moviendo fuera de la calzada al
tiempo que Cullen caminaba a propósito fuera de la casa, la mirada en su cara más que
un poco irritado.
Parecía molesto.
Y eso era demasiado malo. Debería estar en sus zapatos ahora mismo. Estaba tan
malditamente cachonda que apenas podía soportarlo, no había tomado su café y acababa
de pasar una noche sin dormir reviviendo cada palabra que había oído en aquella
maldita cocina la noche anterior.
Quería una cura, ¿verdad? Bueno, ella le daría una maldita cura aunque la mataran. Y si
se ponía mucho más cachonda, podría hacer justo eso.
Capítulo 11
***
Chelsea era consciente de Cullen justo detrás de ella durante el camino a la Oficina.
Se detuvo primero en el autoservicio de un café y pidió la taza más grande de café que
vendieran e hizo una nota mental para detenerse en la tienda de comestibles en el
camino de regreso a casa y volver a comprar su café. Graeme sólo tendría que modificar
esa inyección la próxima semana para que le permitiera su único y verdadero vicio. De
lo contrario, pondría en peligro a todos con los que entraran en contacto con ella.
Ingresando a la entrada del estacionamiento VIP de la División Oeste de la Oficina de
Asuntos de las Castas, ella saludó a la Casta de turno antes de revisar su espejo
retrovisor. Cullen pasó lentamente, se llevó un dedo a la frente y siguió su camino. Sin
duda a la Agencia de Seguridad Secreta.
Ese era definitivamente donde él debería estar, fuera de su camino y ocupado con cosas
que ya no le preocupaban a ella.
Estacionando su camioneta en el lugar asignado, Chelsea agarró el café del portabebidas
y salió del vehículo. Golpeando la puerta con su cadera para cerrarla, golpeó la
cerradura automática de la llave y se llevó el café a los labios.
El primer sorbo estaba caliente, con esa leve mordida amarga era una garantía de que no
era descafeinado. No es que se bebiera el vaso entero. Estaría acelerada durante días. Ni
siquiera tenía la intención de beber su cantidad normalmente asignada.
Ella quería su café, pero no quería niños a los que el hermano loco de Cullen pudiera
influenciar. Al menos, no por un tiempo. No hasta que ella pudiera criar a sus hijos, en
lugar de usar una guardería o una niñera.
Empujando a través de la puerta que conducía al vestíbulo, se acercó al mostrador de
seguridad y le mostró a la Casta su brillante sonrisa normal.
—Hey, Code,— saludó alegremente a la Casta León. —Cassie y Ashley me esperan.—
Los ojos de color whisky eran especulativos mientras él la miraba fijamente, con la
nariz brillando con el sutil signo de que estaba oliendo su aroma.
Ella esperó, se puso una sonrisa educada en la cara y se dijo que iba a ser realmente
muy amable con las cosas ésta mañana.
Levantó la taza de café a sus labios, le dio un trago fortificante, esperó otro segundo o
dos y luego frunció el ceño.
—Code. ¡Despierta!— Dijo con firmeza. —Cassie. Cita. ¿Puedo subir ahora?—
Nadie subía al ascensor privado sin primero pasar por Code.
—Claro, Sra. Martínez.— Él le dirigió otra extraña mirada pero ingresó el código de
acceso y llamó el ascensor. —Mejor bebe lo que puedas de ese café antes de que el
ascensor se detenga. De otra manera, Ashley tiene algunas maneras únicas de
arruinarlo.—
—Sólo si quiere morir de una manera única,— soltó, entrando en el cubículo. —Hasta
más tarde, Code.—
Las puertas del ascensor se cerraron y se movieron hacia arriba suavemente. Antes de
que ella pudiera tomar más que un solo y prolongado trago del café, volvieron a abrirse.
Chelsea parpadeó ante la Casta Coyote que estaba de pie frente a la entrada, enviando
un agudo y momentáneo relámpago de cautela disparándose a través de ella.
—Cavalier.— Ella se aclaró la garganta y salió del ascensor, esperando que él entrara.
Cuando no lo hizo, se acercó a él y se dirigió al pasillo hacia la suite de Cassie.
—¿Sra. Martínez?— Él no la tocó, sino que se acercó ligeramente delante de ella, sus
ojos negros fríos, sus rasgos con cicatrices sin mostrar ninguna emoción.
Chelsea se retiró mientras él se movía, de repente tensándose, incierta mientras lo
observaba cuidadosamente.
—¿Qué?— le preguntó finalmente, tensándose cuando no dijo nada más, simplemente
la miraba sin pestañear.
—El Director Breaker me pidió que le mostrara su oficina antes de unirse a la Sra.
Sinclair.— Él extendió el brazo en la dirección opuesta para indicar la oficina de Rule.
—Después de usted, señora.—
Después de ella, eh?
Respirando hondo, se dio la vuelta y caminó rápidamente al despacho de Rule,
deteniéndose en la puerta cerrada y apartándose.
Cavalier golpeó firmemente la puerta, abriéndola para ella cuando el —Entre— de Rule
pudo ser escuchado.
Chelsea entró en el despacho de Rule y captó su mirada mientras éste parpadeaba hacia
su taza de café.
—No estamos discutiendo mi café,— le informó Chelsea, sentándose frente a su
escritorio.
—Estoy de acuerdo con eso,— se rió entre dientes antes de regresar a la gran silla de
cuero y sentarse cómodamente.
—Acabo de hablar con Cullen,— dijo suavemente, su mirada todavía cálida pero
cautelosa.
—¿De verdad?
Esa serpiente.
—Tiene buenas razones para preocuparse,— dijo, con un tono más simpático de lo que
le gustaba. —En general hay pocas Castas apareadas de las que estamos conscientes.
Proteger a los que tenemos es de suma importancia.
Chelsea lo miró con recelo, sintiendo la próxima decepción.
—Te estás preparando para despedirme, Rule?— preguntó ella con cuidado, empujando
hacia atrás su reacción hasta que ella lo oyó decirlo.
La comprensión brilló en sus ojos, aunque su expresión se suavizó en determinadas
líneas.
—La llamada de Cullen no tiene nada que ver con tu asignación,— dijo con firmeza.
Por eso pedí verte. El aroma de apareamiento no es tan abrumador como es normal,
pero es detectable. Cada Casta en la misma habitación contigo lo captaría. Y nunca
creerán que una Casta de Bengala envíe a su compañera a un bar o a un club sin él a su
lado.— Dio un suspiro pesado y decepcionado. —Y diciendo esto, creo que ambos
somos conscientes de lo difícil que será tu trabajo.
—Dilo,— exigió ella, su voz ahora áspera. —Adelante y dilo, Rule.— Suspiró ante la
demanda. —Lo siento, Chelsea, pero no tengo más remedio que dejarte ir.
Ella fue despedida.
Chelsea se levantó lentamente, y el dolor golpeó a través de ella. Tragó saliva y tardó un
momento en hablar.
—¿Cassie y Ashley lo saben?— Preguntó.
Rule sacudió la cabeza. —Tomé mi decisión sólo después de determinar la fuerza de tu
olor. Te esperan en la oficina de Cassie.—
Chelsea negó con la cabeza mientras hablaba.
—Por favor... —Ella tragó saliva otra vez, las emociones desgarradas hervían dentro de
ella y llenaban su voz. —Por favor diles que lo siento. Me tengo que ir.
—Chelsea, todavía eres bienvenida aquí, siempre — Rule protestó, poniéndose
rápidamente en pie, con el ceño fruncido.
Chelsea sacudió la cabeza.
Volviéndose, se apresuró a salir de la oficina, sin molestarse en cerrar la puerta detrás
de ella, aterrorizada de que pudiera tirarla en su lugar.
Caminó rápidamente por el pasillo, con la cabeza baja, sin darse cuenta de la puerta que
se abría por el pasillo.
—Allí estás— La voz de Ashley estaba llena de risas al encontrarse con Chelsea en el
ascensor. —Oh, chica mala. Café.
Chelsea empujó la taza a la mano de la otra chica, ignorando su sorpresa, y entrando en
el ascensor.
—¿Chelsea?— Ashley empujó su mano contra el marco, la presión manteniendo las
puertas abiertas mientras la confusión y la preocupación llenaban su voz normalmente
alegre y en sus ojos grises.
—Me tengo que ir— Chelsea forzó las palabras más allá de sus labios.
—Pero tenemos una cita de chicas, ¿recuerdas?— El débil dolor en la voz de la mujer
Coyote hizo que Chelsea reprimiera sus lágrimas.
—Me despidieron, Ashley—susurró ella, encontrándose con su amplia y sorprendida
mirada. —Rule acaba de despedirme.
Ashley dejó caer su mano lentamente, permitiendo que las puertas se cerraran, aun
sosteniendo el café que Chelsea había empujado en su mano.
Segundos después las puertas se abrieron de nuevo, la mirada curiosa de Code se apartó
cuando la vio. —¿Todo bien?— preguntó.
Chelsea asintió antes de precipitarse por el vestíbulo y volver al parqueo. Alcanzando la
relativa seguridad de su camioneta, agarró el volante, presionando su frente contra sus
manos mientras luchaba por controlar sus emociones.
¿Había sido despedida por esa maldita cosa del aroma?
Podía sentir las barras de la jaula invisible acercándose más, el conocimiento de que el
Calor del Apareamiento podría haberle dado a Cullen exactamente lo que él quería
hacía que su respiración fuera irregular.
Chelsea encerrada lejos de la vida, segura y protegida.
Y dolía.
***
Cassie entró en la oficina de Rule y cerró la puerta en silencio antes de cruzar la suave
alfombra crema. Ignoró la mirada cautelosa del director, pero se sentó en una silla frente
a él y se recostó lentamente en su asiento.
No le hizo esperar mucho para saber por qué estaba allí. Ella dobló las manos en su
regazo y encontró su mirada firmemente.
—Volveré a Colorado una vez que haya empacado. Necesitaré un heli-jet para el viaje.
Su expresión pasó de ser curiosa a meditar rápidamente, sus ojos azules oscuro se
estrecharon de sorpresa.
—Esto es sobre Chelsea— finalmente suspiró pesadamente. —Ella es un peligro para sí
misma, así como para la operación...
—¿Crees que yo no estaba al tanto de su estatus de pareja, director Breaker?— preguntó
ella, tratando de forzar su calma. —Lo sabía incluso antes de que se convirtiera en un
estatus. ¿Dónde has estado durante los últimos dieciséis años para considerar que yo no
estaba al tanto de tal cosa?— Su conocimiento extrasensorial era bien conocido por él, y
ella lo sabía.
Él lo sabía.
—Es una Bengala,— dijo suavemente. —Uno de los compañeros más buscados en
nuestra sociedad. Ella se pone en peligro tanto como tú...
—Me diste el control de esta operación— Ella podía sentir su calma comenzando a
desentrañarse. —Control completo.
—No en esta situación. El riesgo es demasiado alto y deberías haberlo sabido—declaró
con firmeza. —Reorganiza tu equipo. No depende de ella.
Se sentó hacia adelante, despidiéndola mientras tiraba uno de sus archivos y se
preparaba para abrirlo.
Como si tuviera la última palabra en el asunto.
—Ahí es donde te equivocas.— Se puso de pie rápidamente, su voz se elevaba con su
ira cuando su cabeza se sacudía, la sorpresa brillando en los ojos de él. Golpeando sus
manos en el frente de su escritorio, ella se inclinó hacia adelante, con la intensidad
creciente de su ira rehusando a permitirle que ella retrocediera o bajara su voz.
—Esta operación condenadamente bien depende de ella, así como su estado de
apareamiento. Reorganiza tú, tu propio maldito grupo. No tendrás la oportunidad de
despedirme. Renuncio— gritó.
Retirando las manos de la mesa, se volvió para irse.
—Podrías haberme advertido de tus parámetros, Cassie— le espetó a sus espaldas.
—¿Advertirte?— Dijo mientras se movía, la indignación resonaba en su tono. —Era mi
operación— le gritó furiosamente. —Mía. Los demás jefes de equipo no te explican
todos los detalles.
—Cuando es importante, lo hacen— gruñó, el sonido exigiendo que retrocediera.
—Por supuesto que no lo hacen— gritó furiosamente. —Créeme, Rule, cada uno de
esos malditos tienen una agenda en sus pequeñas operaciones de las que tú no sabes
nada.—
Estaba temblando, tan furiosa que ahora una neblina roja amenazaba con enturbiar su
mirada.
—Maldita sea, Cassie, tranquilízate— ordenó, sacudiendo la cabeza con fuerza mientras
oía abrir la puerta.
—Oh, Rule, déjalo entrar— se burló ella, enfurecida ahora, el olor del coyote que
llegaba la exasperaba. —¿No te sientes tan amenazado por la pequeña de mí?— se rió
burlonamente. —Estaré lista para irme en una hora. Puedes meterte ésta posición y
puedes meterte tus parámetros por el culo y mientras quédate en él porque he terminado
aquí.—
—Cassie!— La acentuada orden en su voz la hizo detenerse. —¿Por qué Chelsea es tan
importante para ésta operación?—
Se volvió hacia él lentamente.
—Porque decidí que era importante para esta operación— dijo entre dientes apretados.
—Y me molesta esa pregunta, Rule, porque ambos sabemos que nunca habrías dudado
de uno de tus comandantes machos de manera similar.— Ella negó con la cabeza.
Debería haberlo sabido mejor. —Prepara el avión. Ya terminé aquí.
Esta vez, cuando ella se apartó de él, salió de la habitación, ignorando a las Castas de la
puerta, especialmente a aquellos miembros del equipo con los que más o menos
hablaba.
Estaba cansada de lidiar con su certeza de que fracasaría y de su miedo de ella. Cada
uno de ellos. No la miraban a los ojos y apestaban a su recelo de que supiera sus
secretos.
No tenía que saberlos, ya los conocía. Todos y cada uno de ellos. Y aún más, ella sabía
los agujeros que estaban cavando para sí mismos. Los agujeros que ella podría haberlos
ayudado a salir.
Si se hubiera quedado.
***
Cullen levantó la cabeza del archivo que estaba leyendo, el olor de Chelsea chocaba
contra él. Sin embargo, no era el olor de la excitación lo que lo tenía con un gruñido
retumbando en su garganta. Era el olor de su ira.
El olor de su dolor.
Entró a toda prisa en su oficina, la puerta se cerró de golpe detrás de ella con suficiente
fuerza como para sacudir el cristal.
Cullen se puso de pie lentamente, frunciendo el ceño ante los ojos resplandecientes y las
mejillas enrojecidas, el olor del dolor y la traición deslizándose a su alrededor como
zarcillos de hielo.
—Gracias.— Su voz era ronca mientras miraba la habitación, centrándose en las pilas
de archivos, libros que necesitaban ser reemplazados en los estantes. —Por hacer un lío
en esta oficina.— Dejó caer su mochila en la silla frente a su escritorio, controló el
temblor de sus labios y forzó una sonrisa brillante a sus labios. —¿Guardaste mi
posición, verdad, Cullen?—
Miró alrededor de la habitación antes de volver su mirada hacia ella. —El comisionado
todavía no ha aprobado las pruebas de estupidez.— Se encogió de hombros y luego
inclinó la cabeza con curiosidad. —¿Que ocurre bebé?—
Le lanzó una mirada de burla llena de dolor. —¿Cómo puedes hacerme esa pregunta
con una cara seria?—
—Porque no tengo ni idea de qué demonios está pasando,— respondió. —Y no puedo
hacer nada al respecto si no sé lo que he hecho.—
Sin embargo, toda esa cólera y dolor estaban definitivamente dirigidos contra él.
Por sorprendente que fuera, él podía sentir las lágrimas que ella estaba conteniendo en
su interior.
—¿Te he pedido alguna vez que arreglaras algo por mí, Cullen?— preguntó entonces,
con una mano apoyada en una cadera. —¿En algún momento te he pedido que
arreglaras cualquier maldita cosa por mí?—
Él se movió, colocándose delante del escritorio y apoyándose contra él mientras se
obligaba a ser paciente.
—Siempre fuiste bienvenida a preguntar,— dijo bruscamente.
—Lo único que siempre quise de ti, no me lo pudiste dar. No me lo quisiste dar,— gritó
ella, apuntando furiosamente un dedo hacia él. —No sólo te negaste a considerar
siquiera permitirme hacer más que estos malditos archivos para ti, sino que luego
destruiste la oficina que pasé años organizando. ¿Estabas tan desesperado por recuperar
tu ayudante que sólo hiciste que me despidieran, Cullen? ¿Ni siquiera me permites
trabajar para alguien más?—
Cullen la miró conmocionado.
—¿Despedida?— Le preguntó con un gruñido. —Chelsea, no hice que te despidieran.
¿Qué diablos ocurrió?—
La mirada que le lanzó fue francamente incrédula.
—Llamaste a Rule,— le gritó con voz ronca, con esa sensación de dolor y traición
bañándolo como una brisa amarga.
—Por supuesto que lo hice,— dijo bruscamente. —Nunca mencioné el despido. Le
informé, oficialmente, de mi estado de Casta ahora activo y de nuestro estatus de
apareamiento. Nada más.
—No era oficialmente de su incumbencia,— gritó, sus ojos oscuros ardían de ira. —Eso
sólo nos incumbía a nosotros dos.—
Para una mujer que conocía tantas Castas, a menudo se preguntaba si tenía amigos
humanos, su conocimiento de la sociedad de la Casta era sorprendentemente
inadecuado.
—Chelsea, cariño.— Él agarró el borde del escritorio detrás de él en la frustración. —
En el momento en que mi estatus de Casta se activó debí alertarlo debido a mi posición
en la aplicación de la ley. Y todas las Castas están obligadas a informar a sus alfas o al
Buró cuando se aparean. No tengo alfa.— Y tenía la intención de mantenerlo así. —Así
que le notifiqué a Rule. Y esa fue la extensión de nuestra conversación.—
—Rule me despidió,— susurró, lamiéndose los labios antes de dar un pequeño
encogimiento de hombros que parecía demasiado como derrota. —Dijo que el aroma
del Calor de Apareamiento me impediría obtener información.— Ella le lanzó una
sonrisa amarga. —Tienes lo que querías después de todo. ¿Qué dijiste? ¿No hay
cura?— Su sonrisa era demasiada brillante y demasiada llena de dolor. —Felicitaciones,
Cullen. Papá estaría encantado. El abuelo se enorgullecería tanto.—
Y le dolía tanto que Cullen no estaba seguro de que pudiera arreglarlo.
—Llamaré a Rule...
Chelsea movía la cabeza mientras hablaba. —Por favor, no hagas eso, Cullen. No
quiero ni necesito esa buena red de amigos que tienes para arreglar una maldita cosa por
mí.— Su sonrisa era fuerte y dura. —Míralo de esta manera, toda esa angustia por
protegerme se volverá más fácil.
¿Tenía lo que quería?
—¿De verdad crees que quería verte lastimada de ésta manera?— Preguntó él,
mirándola con incredulidad. —Por el amor de Dios. Si quisiera que te despidieran,
Chelsea, podría haberlo hecho mucho más fácil sin hacerme parecer como el malo. Y
seguro que no hubiéramos usado nuestro apareamiento para hacerlo. Lo último que
quiero que hagas es que resientas tu vínculo conmigo.
Se frotó la nuca con irritación mientras la ira seguía brillando en los ojos de ella.
Antes de que él pudiera decir algo más, sonó un fuerte golpe en la puerta, que la hizo
estremecerse ligeramente antes de controlarla.
—¿Qué?— Espetó, su irritación creciendo.
La puerta se abrió de golpe y uno de los agentes menores asomó la cabeza con cautela.
—Lo siento, comandante, pero el director Breaker de Asuntos de las Castas está aquí.
Está exigiendo hablar con la Sra. Martínez.— El agente le sonrió. —Oye, Chelsea. Es
bueno verte otra vez.—
—Hey, Rylan.— Ella devolvió el saludo, su sonrisa apretada. —Dile a Director Breaker
que…—
—¿Se vaya al demonio?— Rule entró en la oficina y lanzó una mirada a Cullen. —No
te molestes, Cassie se encargó de ello.—
Pellizcando el puente de su nariz, Cullen mordió una maldición frustrada.
—Estás condenadamente seguro de intentar hacer mi vida un infierno,— Cullen le
informó, mirando a la otra Casta con una advertencia plana y dura. —Sigue así y vamos
a tener que hablar.—
Rule lo miró con recelo. —No eres lo suficientemente loco como para ser un Bengala.
Demasiado calmado.—
—Rule, te voy a matar,— dijo Cullen, conteniendo un gruñido que amenazaba con
retumbar en su pecho.
—Bueno, únete al club.— Rule hizo una mueca antes de dirigirse al Chelsea. —¿Sería
suficiente una disculpa o debo rebajarme?—
Pasando por delante de Rule, Cullen caminó hacia la puerta y la cerró en el rostro
demasiado curioso de Rylan. Hijo de puta, esta mañana de plano se estaba yendo al
infierno.
Moviéndose entre Rule y Chelsea, cedió a la exigencia imperiosa de ir con Chelsea.
Ignoró la necesidad de mantenerse entre ella y el director de la Oficina, optando por
moverse detrás de ella en su lugar y mantener un ojo atento sobre la Casta.
—Me arrastraré si tengo que hacerlo,— replicó Rule guardando el gruñido de su voz,
Cullen notó con diversión. —O puedes aceptar mis disculpas y el hecho de que tendría
una deuda enorme contigo si regresas a la Oficina; de lo contrario esa personalidad
tirana que Cassie desencadenó en mí subirá a un heli-jet que ella me ordenó tener listo
para volar a casa. La pequeña moza renunció. Cada Casta que conozco se va a volver
loca cuando descubran que yo fui la razón que la hizo perder la paciencia.—
***
Chelsea miró fijamente a Rule, seguro de que ella no entendía. Cassie no habría
renunciado. Acababa de decirle a ella y a Ashley cuán importante era ese trabajo para
ella. Ella no se alejaría.
—Chelsea, tengo menos de treinta minutos aquí.— Rule respiró pesadamente, metiendo
las manos en los bolsillos de sus oscuros pantalones y tan obviamente tratando de no
mirarla. -Tendría una deuda enorme,— dijo él, con la mirada fija en Cullen como si le
pidiera ayuda.
Cullen sólo pudo encogerse de hombros. A él le encantaría tener esa deuda con él,
consciente de la bendición que Rule estaba ofreciendo.
—Bien,— murmuró finalmente Chelsea. —Pero tienes dos deudas. Uno para mí y otro
para Cullen.—
El ultraje se observó en la expresión de Rule. —¿Cómo demonios es que tengo una
deuda con él?—
—Porque casi lo haces despedir,— dijo con evidente irritación. —Creo que eso sería
una mierda para un compañero. Y él estaba empezando a preocuparse de que yo
también fuera en serio.—
Rule no estaba convencido. —No puedes despedir a un compañero y él lo sabe.—
—Y te estás quedando sin tiempo,— señaló ella.
Una mueca cruzó el rostro del director, pero dio un breve y abrupto cabeceo. —
¿Podemos irnos ahora?—
Volviéndose hacia Cullen, ella le lanzó una mirada desafiante antes de agarrar su
mochila y moverse hacia la puerta.
Antes de que Rule pudiera apartarse, Cullen le dirigió a la Casta una mirada de
advertencia. El asentimiento de reconocimiento de Rule hizo que Cullen exhalara un
suspiro pesado antes de caminar hacia la puerta y ver a su compañera salir.
Cada instinto de Casta que poseía exigía que la siguiera y la mantuviera a la vista. Si lo
intentara, sin duda ella tendría algo que decir al respecto. Algo que estaba seguro de que
no querría oír.
Tener una compañera independiente iba a ser la muerte para él.
***
Cualquier criatura, sea humana, de Casta o de otra clase, que sea tan tonta como para
tentar a una Casta de Casta Primal es un ser viviendo en tiempo prestado.
La compañera que tiente a una Casta es una mujer de valor único e incomparable.
Dios la ayude
***
5
PDW personal defense weapon= arma de defensa personal
Una vez que ella vio al Primal se quedó quieta, abriendo ampliamente los ojos
antes de parpadear con asombro. Cullen quiso maldecir por la frustración.
—¿Qué es eso?—, Susurró, su mirada fija en Graeme. —¿Y por qué no estamos
disparándole?—
Sin miedo.
Podía oler su sorpresa, su demanda interna para luchar o huir, pero no había
miedo.
Ella estaba mirando a Graeme. En primer lugar su cara, luego las manos en
garras a su lado. Su mirada se paseó desde la camisa negra y el pantalón oscuro que
llevaba hacia las discretas botas negras, luego de vuelta a su cara mientras la cautela
llenó su expresión.
—Trato muy duro de no disparar a mi hermano, sin importar el estado de ánimo
en el que esté,— él le informó, sosteniéndola más firmemente contra él mientras ella
empujaba su brazo en un evidente intento de liberarse.
—¿Eso es Graeme?— Ella mantuvo su voz en un susurro mientras la sospecha la
llenaba. —Estás mintiendo. He conocido a Graeme. Él no se ve así.—
El Primal sonrió con salvaje satisfacción sediento de sangre, un gruñido retumbó
en su garganta. Mirándolo, Cullen se preguntó si invertir en un látigo y una silla haría
algún bien.
—¿Por qué está sonriendo?—, Le preguntó, ignorando el chasquido de los
dientes y el gruñido de advertencia emitido por Graeme. —Devuélveme mi arma. Creo
que vamos a necesitarla.—
Él la miró con ceño irritable. —No.—
—¿En serio?— Dijo entre dientes, la incredulidad llenando su bajo tono de su
voz. —Míralo. Es una locura. Dame mi arma antes de que decida morderte. O a mí.—
La expresión de Graeme se oscureció por su declaración, las rayas se volvieron
un negro más profundo y furioso.
—Maldita sea, Chelsea,— Cullen maldijo, sosteniéndola cuando ella se
contoneó contra él. —No va a morder a nadie, y no le vas a disparar.—
El labio de Graeme se levantó en un peligrosa curva de inminente violencia, su
incisivo brillando amenazadoramente en la tenue luz.
—¿Está cuerdo, te parece?—, Susurró, calmándose junto a él mientras sus
manos agarraron su antebrazo, su evidente fascinación irritando a su paciencia.
Gruñendo ante la pregunta, le lanzó una irritada mirada a Graeme, notando el
orgullo ofendido en la expresión de su hermano. —Ni siquiera en sus días buenos. Y
deja de llamarlo eso.—
—Entonces, ¿qué es?— Ella ignoró la orden mientras las fosas nasales de
Graeme se encendieron y el descontento en sus gruñidos de advertencia aumentó.
—Sabes que te puedo oír, ¿verdad?— Él gruñó, el tono animal no tan marcado
como momentos antes.
Ella lanzó una mirada de sorpresa a Cullen antes de mirar a Graeme en supuesto
asombro. —¿Eso puede hablar?—
—Chelsea—, murmuró a modo de advertencia, preguntándose en qué momento
el Primal se cansaría del título —eso—.
Si el más ruidoso y áspero gruñido de Graeme era una indicación, él estaba
llegando al límite de su paciencia. El sonido era bajo, profundo, un ruido sordo para
intimidar. Todo lo que Cullen podía hacer era no gemir con resignación. Chelsea no
manejaba muy bien la intimidación.
Ella se puso rígida contra él y de ella emanaba total ultraje femenino.
—Tal vez tenga hambre,— sugirió ella, con voz baja pero definitivamente
provocando ahora. —¿Mantienes galletas para gatitos aquí?—
La habitación se quedó en silencio.
Los ojos de Graeme se estrecharon, el color verde jade más brillante y
quemando con rabia mientras daba un paso más cerca y soltó otro de esos rugidos
letales.
Ella ni siquiera tuvo el buen sentido de estremecerse.
No es que Cullen se estremeciera, pero él ya estaba acostumbrado a ellos.
En lugar de eso, Chelsea esperó a que Graeme que casi pareció relajarse
ligeramente por su supuesto silencio de sumisión.
—Voy llamar a Cat y reportaré su mal comportamiento—, susurró entonces,
como si se tratara de un secreto y Graeme no pudiera escucharla. —Tal vez podría venir
a recogerlo. ¿No lo crees?—
Cullen trató de colocarla detrás de él cuando Graeme se acercó más, las fosas
nasales dilatadas, los ojos del Primal parpadeando con inminente represalia.
—Cat no estará contenta con él—, ella dijo entonces, y sorprendentemente
Graeme se detuvo, frunciendo el ceño de nuevo.
—No me amenaces— con voz áspera le ordenó a ella en un rudo y gutural
mandato.
—Entonces, mantente alejado de mí y mi café. Tus groseros rugidos me
despertaron muy temprano y nadie debe esperar que yo sea agradable dadas las
circunstancias.— Ella empujó su brazo de nuevo, y esta vez Cullen simplemente la dejó
ir. —Además—. Ella terminó de abotonarse la camisa que llevaba. —Los animales
salvajes se supone que se mantienen en el exterior, no en la cocina.—
Ella hizo el comentario tan alegremente. Como si un asesino no la estuviera
mirando, con la rabia elevándose por el insulto. Aunque en este punto, Cullen estaba
bastante seguro de que Graeme no le pondría la mano encima. Evidentemente, ella
estaba muy confiada.
—Antes de que tu compañero parpadee puedo cortarte la garganta.— Graeme
flexionó sus garras a modo de advertencia, pero en realidad Cullen podía sentir un toque
de sorprendida diversión viniendo del Primal, una indicación de que su hermano estaba
ganando el control una vez más.
—Me aseguraré de incluir esa amenaza en mi lista de quejas cuando llame a Cat
más tarde.— Ella se encogió de hombros y lo miró pensativamente. —Apuesto a que
eres un éxito en Halloween. ¿Cat se disfraza como tu entrenadora de circo?—
Cullen apenas sofocó la sorprendida risa que hubiera escapado. El sonido de
asfixia que hizo, sin embargo apenas la disfrazó.
Las marcas primales de Graeme eran más ligeras en su cara ahora, las garras se
retiraban bajo sus uñas mientras la irritación sustituyó a la rabia que lo había mantenido
aprisionado.
—No es de extrañar que le gustes a Cat—, se quejó Graeme, su voz sonaba más
normal ahora. —Eres una mocosa como ella.—
—En realidad soy mejor en eso.— Chelsea sonrió mientras agarró una de las
tazas de café que Cullen había preparado cuando entró por primera vez en la cocina. —
Yo le enseñé bien. Me lo puedes agradecer después. Después de que me tome mi café.
CAPÍTULO 14
Cullen casi exhalo un suspiro de alivio cuando Chelsea terminó su café, dejó de
molestar a Graeme y declaró que se dirigía a la ducha. Él sólo sabía que en cualquier
momento el tema del ataque del día anterior llegaría y Graeme una vez más declararía
su intención de ir tras Cerves, la líder del cartel.
Y Chelsea no era tonta. Ella instantáneamente se daría cuenta de que no había
ninguna oportunidad en el infierno de que Cullen tampoco dejara pasar el ataque sin
tomar represalias.
Aunque sus ideas de venganza y las de Graeme eran muy diferentes.
Cuando ella salió de la habitación Cullen se sentó en silencio esperando oír la
puerta del baño cerrarse. Él miró de nuevo a Graeme, entonces apoyó un brazo sobre la
mesa y empujó su taza de café a un lado. No se molestó en ocultar su irritación.
—Ella debe beber café descafeinado—, dijo Graeme, dándole un vistazo a la
taza de café.
—Ella me informó ayer por la mañana de que si la cafeína era un problema,
entonces, aumenta la dosis de la inyección—, se burló, asomando en sus labios una
divertida mueca por el recuerdo. —Ella no estaba contenta con ninguno de nosotros, en
ese momento tampoco.—
Un murmullo evasivo como reconocimiento de la noticia mientras Graeme le
devolvía la mirada a sabiendas.
—¿Tienes algo en mente, Cullen?— Preguntó finalmente su hermano. —
Prácticamente puedo sentir tu desagrado golpeando a través de la habitación.—
¿Era desagrado lo que sentía? No creía que fuera eso. Graeme había cruzado una
línea esta vez y si lo dejaba pasar, Cullen sabía que su gemelo simplemente presionaría
con más fuerza si la oportunidad se presentara de nuevo.
Cuando Cullen no respondió inmediatamente, Graeme finalmente hizo una
mueca antes de volver a su silla y cruzando los brazos sobre su pecho lo miró con el
ceño fruncido.
—Adelante, hermanito,— pidió airadamente. —Sácalo del pecho.—
Bueno, al menos su hermano no le había llamado pequeño mocoso recesivo de
nuevo.
—Tú vas a mantener a tu monstruo contenido en lo que a mí se refiere,
Graeme.— Cullen no lo exigió ni lo ordenó, él declaró un hecho. —No necesito ni pido
su venganza, como si defendieras a un niño de los matones en el patio del colegio. ¿Nos
entendemos?—
No podía recordar un solo momento en sus vidas en el que Graeme había
reaccionado tan emocionalmente como para arremeter contra él.
Un gruñido menos-que-complacido surgió del pecho de la otra Casta mientras
levantaba el labio en una mueca irritada.
—Hicimos un pacto hace mucho tiempo para defendernos mutuamente,—
Graeme le recordó, su tono de voz un gruñido de advertencia. —¿Lo has olvidado?—
Su hermano olvidaba que esos sonidos profundos demandando sumisión no
funcionaban con Cullen. Que sólo funcionaba dentro de una manada cuando el que lo
emitía se enfrentaba a otro, la casta más débil.
Cullen no era más débil, él sólo no estaba tan loco como su hermano.
—El pacto, como recordarás, era cuidarnos las espaldas mutuamente. Pero
defendernos uno al otro, como has señalado en su momento, significaría muerte segura.
Al igual que la venganza,—Cullen transmitió esas palabras sin mucho más que un
parpadeo en respuesta cuando el gruñido de Graeme se profundizó. —Y no lances esa
mierda alfa sobre mí, sabes que no funciona.—
Los laboratorios debajo del Centro de Investigación -Brandenmore habían sido
un infierno brutal que muchos adultos nunca hubieran sobrevivido, y mucho menos dos
Castas jóvenes. Los experimentos llevados a cabo a menudo habían dejado tanto a
Graeme y a Cullen aullando de dolor, cuando se les permitía aullar, cuando no estaban
medicamente paralizados por hacerlo. Ellos habían rogado morir más veces de las que
no lo hacían.
Por un momento, Graeme miró a la mesa, un dedo acariciando las profundas
franjas que sus garras habían hecho antes. Esquivar la mirada de Cullen no quería decir
que él aceptaba las demandas de su hermano de ninguna manera, y Cullen lo sabía. Era
más bien un signo de los recuerdos que compartieron de un pasado brutal.
Por último, Graeme dio un fuerte, sombrío suspiro.
—No voy a tratar de explicar la aparición del Primal, ni voy a pedir disculpas
por ello—, dijo finalmente mientras miraba de nuevo a Cullen. —Estaba fuera de la
ciudad cuando se produjo el ataque. Lo vi en las noticias aproximadamente una hora
antes de llegar aquí.— Agitó su cabeza ligeramente, frunciendo el ceño. —Me volví
Primal en el momento en que te vi intentando salvar a tu compañera de los hombres de
Cerves.— Un sarcástico reconocimiento brillaba en sus ojos. —Al menos vine aquí
antes que al complejo Cerves como lo hubiera hecho en el pasado.—
Eso era, Cullen estuvo de acuerdo, aunque en silencio.
—El simple hecho de que aparezca me preocupa más—, admitió Cullen, todavía
no estaba seguro de cómo se sentía acerca de la explicación. —Yo pensaba que tenías el
control del Primal desde que te apareaste con Cat.—
Graeme había pasado demasiados años, inmerso en la rabia insana de los
instintos primitivos de modo que desafiaron cualquier intento de comprenderlos.
Los labios de Graeme se arquearon ante el comentario. —Ahora bien, eso creía
yo también,— dijo burlonamente mientras se frotaba el lado de su cara, el desconcierto
apareció en su mirada. —Como ya he dicho, sólo sucedió. Una anomalía, supongo —.
—¿Una anomalía?— Cullen dio un sorprendido resoplido de incredulidad por la
descripción. —Yo sé lo que estabas haciendo, Graeme. No necesito ser vigilado o
protegido. Como ya he dicho, soy un niño grande ahora. Sé cómo vengarme, si es
necesario.—
Él había aprendido cómo matar antes de los seis años, y después de eso, la
criatura se perfeccionó en esos laboratorios y aprendió a hacerlo con eficacia increíble y
en completo secreto.
—¿Y si terminas muerto debido a que algún bastardo cree que se puede llevar a
tu compañera, o peor, tu pareja y al hijo que ella pueda concebir?—, Preguntó Graeme
con un toque de rabia ahora. —¿Se me permite vengarme, entonces?—
Cullen sacudió la cabeza lentamente; el temor de que sucediera eso solo había
comenzado a asomar su fea cara con el ataque de Cerves. Si algo llegara a sucederle, no
quería que su hermano arriesgara su vida y la seguridad de su propia compañera por
venganza.
—Si eso ocurre, garantiza la seguridad de Chelsea y de nuestro niño, si ella
concibe.— Él dejó escapar un duro suspiro mientras el pensamiento de un niño le
apretaba el pecho casi dolorosamente. —La venganza es otro asunto, Graeme. Tratar de
colocar un escudo alrededor de mí, no será tolerado. No cruce esa línea de nuevo. En
especial, no como el Primal —.
La locura que esa creatura vivió dentro era más de lo que Cullen podía imaginar
soportar. Era un lugar que ahora Graeme tenía que evitar a toda costa. Un avistamiento
del Bengala Primal, como había sido descrito cuando su genética Primal se hizo cargo,
significaría un mayor peligro no sólo para Graeme sino también para su compañera,
Cat. Las Castas y el Consejo por igual habían cazado una vez al monstruo que Graeme
había sido, y esos años sólo habían causado que su hermano se hundiera más
profundamente en la locura que lo mantuvo en su agarre en esa época.
—Sin promesas.— Graeme se encogió de hombros, pero Cullen notó que su
gemelo entendía de que ahora eso era inaceptable. Luego se inclinó hacia delante,
apoyando los antebrazos en la mesa, y miró a Cullen con fuerza. —¿Vamos por Cerves
juntos, o hago mis propios planes? Porque él y su Reina de Sangre llegarán a la
conclusión de que la buena salud y la seguridad tuya y de tu pareja está en sus mejores
intereses y los de sus hombres. Y eso va a ocurrir con o sin tu aprobación o tu
colaboración en la materia
Esto era debido a que eran hermanos, debido a que Cullen y ahora Chelsea eran
importantes para Graeme así como para el Primal al acecho dentro de él.
Esa postura determinada Cullen la aceptaba. Después de todo, él mismo ya había
hecho planes para encontrar a Cerves y garantizar la seguridad de que Chelsea no se
vería amenazada por el cartel de nuevo.
—Podemos estar de acuerdo en eso.— Cullen asintió bruscamente. —Reúne a tu
equipo. Nos encontraremos en las cavernas después de dejar a Chelsea en su reunión en
el Bureau. Lo mejor es que ella…—
—Asista a esa reunión contigo.— Chelsea entró en la cocina desde la esquina de
la sala, con los brazos cruzados sobre sus pechos mientras lo miraba con tal desafío que
él se encontró haciendo uno de esos irritables e irascibles gruñidos a los que Graeme era
tan aficionado.
—No es una buena idea.— Se levantó lentamente, preguntándose la mejor
manera de manejar el desafío determinado en su mirada, así como sus tendencias de
escuchar a hurtadillas
—Va a suceder—, afirmó sin ira. Si ella hubiera reaccionado a su negación con
ira, podría haber sido capaz de tener éxito en hacer que retrocediera.
El hecho de que no se estaba poniendo a la defensiva sobre el asunto le aseguró
que estaba en problemas ahora que ella sabía sus intenciones.
Maldita sea, la idea era protegerla, no exponerla más profundamente a cualquier
peligro que parecía estar acechándola.
—Ni siquiera lo apuestes—, le prometió, a pesar de que no se sentía tan seguro
como él aparentaba y él lo sabía.
Ella estaba bajo su piel ahora. Se dio cuenta de eso, en un momento de tal
impactante claridad que era cegadora. Bajo su piel, una parte de él, y eso lo debilitó,
hasta el punto en que sabía que reconstruir sus defensas podría no tener mucho éxito.
Chelsea le devolvió la mirada a Cullen, demasiado consciente de la mirada
curiosa de Graeme mientras se enfrentaban.
Ella lo había sabido, supo en lo más profundo de su ser que él estaba
secretamente planeando algo cuando ella había dejado la habitación. Podía sentirlo, casi
sentir sus intenciones, mientras él esperaba a que saliera de la habitación.
Y ahora podía sentirlo calculando secretamente la mejor manera, exactamente
qué decir, qué hacer, para asegurarse de que ella se mantenga a salvo de cualquier
venganza que él pretenda llevar a cabo.
Como si ella fuera a retroceder en este asunto. Fueron dos intentos en su contra,
y esta vez, casi habían tenido éxito. Lo que sea que estaba pasando, estaba centrado en
ella, no en la operación en la que había estado trabajando. Cullen simplemente podría
relajar su pelaje de Casta y olvidar esa actitud de yo-Tarzan-tu-Jane.
—Sólo una palabra de advertencia,— ella le informó con una mirada desdeñosa
antes de que tuviera la oportunidad de retomar con un argumento que garantizaba el
hacerla enojar. —Me voy a asegurar de que te arrepientas todos los miserables días de
tu existencia si me dejas atrás.—
—Concéntrate en 'miserables' allí, hermano,— Graeme señaló con diversión lo
cual era todo menos útil.
Un poco de ayuda de su hermano habría estado bien, pero en realidad no la
esperaba. Aunque, pensándolo bien, él no tenía ninguna duda de que la esposa de
Graeme, Cat, estaría justo en su trasero cuando se dirigiera al complejo Cerves. Cat no
era exactamente del tipo de quedarse-sentada-en-casa y mantenerse-segura. Y ella
estaría justo a su lado con su entusiasta aceptación, sin duda.
—Ríndete, hermano—, le aconsejó Graeme sombríamente mientras se ponía de
pie, ignorando la mirada de Cullen. —Al igual que Cat, su espíritu es demasiado salvaje
e independiente para ser enjaulado. En vez de esto, mantenla a tu lado, donde sabes que
está a salvo del problema en el que ella podría considerar estarse metiendo. Tú serás
más feliz por ello —.
Y mantenerla fuera de peligro estaba resultando ser más bien imposible, Cullen
se dio cuenta, sin estar realmente convencido de cómo se sentía acerca de la situación.
Se había pasado tantos años tratando de protegerla que no estaba seguro cómo hacer
para simplemente proteger su espalda, y mucho menos permitirle caminar hacia el
peligro con él.
Demonios, todavía le sorprende que ella no quiera ser protegida o salvada del
peligro. Ella quería luchar sus propias batallas, y estaba condenado si sabía cómo
manejar todo ese coraje salvaje.
—Planeamos estar en las cavernas al anochecer—, afirmó Graeme a
continuación. —Te enviaré un mensaje notificándote el momento exacto más tarde.
Quiero conseguir algo de información sobre Cerves primero y ver lo que estamos
buscando.—
Caminando hacia la puerta de atrás, le lanzó a Cullen una sonrisa satisfecha. —
Los veo a ti y tu compañera más tarde.—
La puerta se cerró detrás de él en silencio y no hizo nada para ocultar su risa
burlona, una vez que estuvo fuera.
—Yo sabía que tramaban algo retorcido antes de que saliera de la habitación,—
Chelsea estalló mientras él se frotaba la parte posterior de su cuello y le lanzó una
mirada implacable. —Aprendí a no dejar solos a los hombres sobre protectores antes de
llegar a la adolescencia.—
Su padre y su abuelo habían sido terribles al tratar secretamente de protegerla.
Planificando y calculando, siempre en busca de maneras para asegurarse de que había
alguien vigilándola y protegiéndola en todo momento. Su adolescencia fue simplemente
un ejercicio en encontrar un lugar para respirar sin tener a alguien contando cada
respiración.
—¿Es cuando desarrollaste tus tendencias a escuchar a escondidas?—, él
respondió, con la mirada melancólica en su cara ocultando más de lo que revelaba. —Se
te podría ocurrir uno de esos días que no eres invencible.—
—Nunca imaginé que era invencible.— ella arqueó la ceja hacia él con aire de
suficiencia mientras apoyaba su mano en la cadera, negándose a dejarse intimidar por
él. —Soy alguien bien entrenado, y tú lo sabes bien. Darle a alguien más el control de
mi vida no va a suceder, Cullen. Ni ahora, ni nunca. Ni siquiera a ti—
Sus ojos se encendieron con ira entonces. —No quiero el control. Quiero tu
seguridad —.
—En tus términos—, argumentó, decidida a mantener la calma. —En tus
términos, Cullen, no los míos. Algún truco de la biología o la química puede haber
asegurado estamos enlazados uno al otro, y entiendo que lo odias como el infierno, pero
no voy a sentarme y ser algo o alguien que no soy. Ni siquiera por ti.—
La reacción química no dictaría su vida; ella ya había tomado esa decisión. Ella
podía soportar estar atada a él sexualmente por el momento, pero no contaba con que él
se quedara porque sabía que él no quería estar aquí para empezar.
—¿Y si terminas muerta a causa de algo que yo podría haber evitado?—, él
preguntó, una mirada torturada, oscura cruzando su expresión. —¿Entonces qué?—
—Entonces, a diferencia de tu primera esposa, prometo no culparte,— dijo ella,
sabiendo lo que significaba. —Nunca te pedí salvarme, Cullen. Sólo quería luchar a tu
lado. Si no puedo al menos, tener eso de ti, ¿para qué sirve un apareamiento o cualquier
otra cosa entre nosotros? Te acepto como el gilipollas que eres; lo menos que puedes
hacer es aceptarme como la mujer que soy más que como la mujer que no puedes
olvidar.—
Levantando la barbilla con una pequeña cantidad de orgullo, ella giró sobre sus
talones y se dirigió de nuevo a la habitación, y sin duda a la ducha, dejándole con su
acusación zumbando en sus oídos.
¿Ella pensaba que él quería a Lauren de regreso? ¿Que su necesidad de
protegerla tiene algo que ver con lo que podría haber una vez sentido por su esposa
muerta? Y por mucho que la acusación lo molestó, se preguntó si ella tenía un punto.
No tanto por que él quisiera a su esposa de vuelta, debido a que ese no era el
caso. Incluso si hubiera encontrado una cura para su enfermedad, su relación había
terminado el día en que ella le había lanzado su conocimiento de su condición de Casta
en su cara y lo acusó de no amarla lo suficiente como para curarla. Él le había dicho que
era una Casta antes de su boda, reacio a entrar en su matrimonio con cualquier secreto
entre ellos. Así como le había explicado lo que era la genética Casta recesiva. Sin
embargo, se dio cuenta más tarde, que ella ya lo sabía.
Las historias sensacionalistas habían alimentado su creencia de que el calor de
acoplamiento podría curarla. La revelación de que el tío de Chelsea, Ray había estado
ayudando al Consejo de Genética dio lugar a la prueba de que en realidad Ray había
empujado a Lauren a creer esas historias. Ray alimentó los temores de Lauren y su
desesperación por vivir, con la información que había conseguido sobre el apareamiento
y la capacidad de la hormona de acoplamiento para revertir enfermedades mayormente
incurables.
El último año de la vida de Lauren había sido un infierno para ella y Cullen.
Había estado tan desesperada por vivir, y él había entendido esa desesperación. Sin
embargo, una Casta no controlaba el apareamiento; él no podía llamarlo o forzar su
retirada. Y en sus últimos momentos la rabia la había consumido debido a ese
conocimiento.
Después de su muerte, Cullen se había aislado deliberadamente a sí mismo, no a
causa de la tristeza abrumadora que todo el mundo supone, sino porque no podía olvidar
que la había amado cuando se casaron, sólo para pagar el precio más alto por dar a
alguien gran parte de sí mismo.
Incluso aquí, en la casa que había comprado después de la muerte de Lauren,
había mantenido su vida tan estéril como fuera posible. Él trabajaba, dormía y comía
cuando era necesario. Él follaba cuando el impulso no se podía negar, pero no había
formado relaciones.
El sonido de la ducha era un débil pulso de vida en la casa y la presencia de
Chelsea una vívida lluvia de color frente a las sombras opacas de las habitaciones.
Sin embargo, ella también era un recordatorio de sus fracasos, en algunos
aspectos. Debido a que ella era su compañera, y esa independencia salvaje que poseía
no iba a cambiar. Era una parte tan importante de ella que nunca sería capaz de
contenerla. Y debido a que Lauren si bien había sabido que ella no era su compañera,
aun así, ella había sabido que su compañera estaba cerca.
—¿Quién es tu compañera? Sé que está cerca de ti. ¿Crees que no la siento
robándome mi oportunidad de vivir?— Ella gritó con rabia, su cara torciéndose por
ella. —No te voy a dejar tenerla, Cullen. Te juro que voy a salir de la tumba y los
destruiré a ambos.—
El olor de su desesperación, su dolor, se hundió en su interior como un soplo
amargo.
Él inhaló con agotamiento; el recuerdo de su desesperanza en ese momento, de
su esperanza perdida y el terror cada vez más profundo mientras la muerte se acercaba,
era un recordatorio de su fracaso con su esposa.
De su deber con ella.
Dios sabía que él había entendido su desesperación por vivir, para sobrevivir. El
espíritu iba a luchar por la vida a toda costa en la mayoría de las situaciones. Incluso
entonces, a pesar de sus propios sentimientos de traición, si él hubiera podido salvarla,
entonces lo habría hecho. Y cada día había dado gracias a Dios por que el apareamiento
no podía surgir solo a causa de la culpa.
—Nunca voy a dejar que la tengas,— susurró Lauren justo antes de que
deslizarse en un sueño inducido. —¿Me escuchas, Cullen? Nunca voy a dejar que la
tengas. Todo lo que tenías que hacer era ser mi compañero. Todo lo que tenías que
hacer era salvarme de esto y te hubiera dejado ir.— El odio brillaba en sus ojos antes
de que se llenaran de terror y lágrimas una vez más. —Eras mi única esperanza.— Ella
había creído que si él sólo la hubiera amado, entonces eso sería todo lo que se
necesitaría.
Sin embargo, la naturaleza ni siquiera era tan amable ¿o sí?
Era un Casta; su vida se había llenado con el conocimiento de la agonía y
terrores que pasaban diariamente él y otras Castas, mientras estaba en el centro de
investigación. Lo que había sentido de Lauren en esas últimas semanas antes de su
muerte fue una triste adición a esos recuerdos.
El timbre de su teléfono satelital lo sacó de sus pensamientos y de vuelta al
presente. Tirando del dispositivo del bolsillo de atrás, él lo abrió después de comprobar
el identificador de llamadas y saludó a la persona que llamaba.
—¿Ranger? ¿Qué pasa?— Su segundo al mando estaba a cargo de la Agencia
hasta el regreso de Cullen.
Cuando eso sucediera.
—Tenemos un problema.— Furia llenó el tono de voz de su segundo a través de
la línea. —Malditos todos los infiernos, Cullen, alguien mató a Morales, el asaltante
superviviente del cártel. Ellos simplemente lo encontraron en su celda, con la garganta
cortada. Ni siquiera habíamos tenido la oportunidad de interrogarlo todavía.—
Cullen se paralizó, los dedos de la otra mano cerrándose en puños, mientras
literalmente, dolían por golpear algo.
—¿Cómo diablos sucedió eso?—, Espetó de regreso con furia brutal. —
¿Verificaste las cintas de seguridad?—
—Los técnicos dicen que se atascó durante el tiempo en que lo eliminaron.— La
voz de Ranger vibró con su propia ira. —Tomamos todas las precauciones y el cartel
aun así llegó a él.—
No había ninguna razón para Cerves venir en pos de su propio hombre y
eliminarlo. Si la historia que el asaltante les había contado en la escena era cierta,
entonces no tenía mucha información para empezar. Cerves sería el que tuviera los
detalles, no los hombres que utiliza para hacer el trabajo.
—Verifica con nuestros contactos, averigua si tienen algo sobre el asesinato.
Quiero saber por qué, Ranger, y quiero saberlo ahora. Infórmame tan pronto como te
enteres de algo.—
—¿Cómo está Chelsea?— Disgusto aún resonaba en el tono del otro hombre. —
Y no he tenido la oportunidad de decirte que los padres de Lauren pasaron por la sede
de la Nación buscándote.—
—Ellos me encontraron— gruñó Cullen. —Y Chelsea está bien. Magullada y
dolorida, pero nada que no se cure con el tiempo.— Excepto el recuerdo de ello.
—Sí,— Ranger suspiró. —¿Los Holden se presentaron en la casa, entonces?—
—Ellos estaban esperando con la familia de Chelsea cuando me estacioné en la
entrada,— Cullen le dijo pesadamente mientras se pasó los dedos por el pelo y empezó
a caminar hacia la ventana de la cocina, con el ceño fruncido mientras miraba hacia el
desierto más allá de su casa. —Se quedaron un rato.—
—Maldita sea,— murmuró Ranger. —¿Cómo manejaron el hecho que Chelsea
está contigo? En realidad, no has tenido una relación don ellos desde la muerte de
Lauren —.
No, no lo había hecho. El conocimiento de que Lauren le había engañado tan
fácilmente había estado demasiado fresco durante esos primeros años. Después, él había
estado demasiado ocupado escapando de esa hambre tan profunda por Chelsea de la que
al parecer no podía escapar.
—No lo discutimos,— Cullen le informó, sus palabras cortadas, frías. —Mira,
me tengo que ir. Averigüa qué diablos pasó con Morales, y hazlo rápido. Quiero saber
quién quiere a Chelsea, y quiero saber por qué. Esa es la prioridad.— No los padres de
Lauren o un pasado que él no podía cambiar.
—Entendido, jefe,— suspiró Ranger. —Voy a averiguarlo mañana de un modo u
otro. ¿Todavía tienes a sus escoltas Castas como respaldo?—
—Nos estamos haciendo cargo de los refuerzos.— Cullen se quedó mirando
fijamente hacia afuera, preguntándose qué demonios estaba causando el malestar dentro
suyo mientras buscaba cualquier movimiento.
—Bueno saberlo. Llama si me necesitas —.
La línea se desconectó.
Con aire ausente, Cullen cerró el teléfono y lo devolvió a su bolsillo trasero,
dándose cuenta de que su vista se estaba agudizando mientras recorría la mirada sobre
el paisaje de la montaña.
El sonido de la ducha desvió su atención de cualquier cosa que pudiera estar
fuera y de vuelta a la mujer que estaba desgarrando sus nervios de acero. Al instante, su
pene estaba duro, palpitante, presionando contra sus pantalones vaqueros con demanda
apremiante. El olor de ella llenó su cabeza, el más leve indicio de su calor sutil, su
excitación, llegando a él mientras su lengua comenzó a desearla.
Él podía sentir el despertar de sus sentidos animales, como nunca los había
sentido antes; la tranquilidad desde que había llegado a la casa con Chelsea el día
anterior había terminado. No hubo grandes revelaciones, sólo el reconocimiento de que
cuando esos instintos despertaran él estaría totalmente fusionado con ellos. Sus sentidos
eran más fuertes con ese despertar, más intuitivos; las respuestas llegaron a él más
rápido, vista, olfato, gusto y tacto, revelando mucho más de lo que lo habían hecho
antes.
Girándose, se dirigió hacia el dormitorio; el saber que Chelsea se estaba
frenando con él era sorprendentemente claro. Él lo había sentido durante cada
enfrentamiento que habían tenido, al igual que lo había sentido antes del amanecer
cuando ella lo tomó con tal necesidad. La necesidad era física, hueca, carente de la
emoción que sabía estaba allí. Y los instintos que se apoderaban de él no iban a permitir
que eso continuara.
Si él no lograba conseguir su corazón, la perdería de todos modos. Si no
encontraba una manera de empujar más allá de cualquier barrera que podía sentir entre
ellos, entonces ninguno de los dos podría encontrar ninguna paz en su vida en común.
Él era lo suficientemente dominante, estaba lo suficientemente seguro de sí
mismo para saber que nunca estaría satisfecho con este medio acoplamiento que
parecían tener. Cullen no hacía las cosas a medias, y él condenadamente estaba seguro
que no iba a comenzar con su compañera.
CAPÍTULO 15
Ah infierno, ella estaba tan apretada, tan caliente. Era todo lo que él podía hacer
para contenerse para asegurar su placer, hasta que renunció a ese hilo final de control y
se perdió en su interior.
Ella se retorcía debajo de él, la transpiración rociando sus facciones enrojecidas,
sus ojos entrecerrados, mirándolo, aturdida por el placer apremiante que le estaba
dando.
Él estaba enterrado dentro de ella hasta la empuñadura, su carne dulce agarrando
y ordeñando su pene, destruyéndolo.
Joder, ¿qué le había sucedido? Tenía más control que esto y él lo sabía. ¿Dónde
se había ido?
Su respiración era errática; llamas de placer envolvieron sus sentidos. Era tan
intenso que estaba al borde de la agitación, estremeciéndose en su agarre mientras sentía
su coño ondulando alrededor de su erección.
Él continuaba duro como el acero dentro de ella, su pene tan lleno de sangre, tan
endiabladamente duro que tuvo que apretar los dientes para no golpear dentro de ella
como un maníaco.
—Joder, te sientes bien, Chelsea,— gimió, tirando hacia atrás, el canal ya
apretado se apretó a su alrededor aún más, como si quisiera retenerlo en su interior. —
Todo en lo que puedo pensar es en follarte, tocarte, probarte.—
La delicadeza no estaba presente ahora y lo supo en el momento en que se
estrelló en su interior de nuevo, sintiendo el tirón de sus caderas, su sexo agarrándolo,
ordeñando la longitud de su torturado pene.
Su expresión era soñolienta, atontada de placer, mientras él la miraba, una
oleada de posesividad agarrando su pecho cuando se detuvo de nuevo, amando la
manera en que su coño se flexionaba y ondulaba alrededor de su pene. La sensación de
ello arrancó otro gemido de su pecho mientras las ondas destructivas del éxtasis
atravesaron sus sentidos y tensaron sus bolas.
¿Qué demonios le hizo ella? ¿Qué estaba haciendo con él? El calor del
acoplamiento era algo físico, no tenía nada que ver con la emoción ¿o sí? .Sin embargo,
no importa lo duro que luchó, él la podía sentir empujando las paredes que había
construido alrededor de su alma.
Las diminutas glándulas debajo de su lengua estaban más que escociéndole
ahora. Ellas estaban hinchadas, inflamadas con la hormona de acoplamiento cuando él
probó su caliente esencia.
Empujando dentro de ella, apretó los dientes mientras luchaba para contenerse,
para saborear cada golpe de su pene en su dulce coño; sabía que no podía dejar de
besarla mucho más tiempo y compartir la esencia narcótica de la hormona de
apareamiento.
Una mano agarró su cadera, un gruñido de frustración salió de su pecho, Cullen
bajó la cabeza mientras sus embestidas se volvieron más fuertes, más profundas y rozó
sus labios sobre los de ella.
—Dame un beso, bebé— gruñó, le dolía la lengua por el calor de ese beso. —
Toma todo de mí.—
Ella gimió contra sus labios, sus manos agarrando sus bíceps, sus uñas clavando
su carne mientras sus labios se separaron, su lengua encontrándose con la de él mientras
él acariciaba las dulces curvas.
El sabor de la canela infundiendo sus sentidos se intensificó cuando su lengua
acarició la de ella. Entonces sus labios le rodearon, succionando el sabor, una vez, dos
veces, tirando de el en un rico flujo de calor exquisito.
Cullen bajó sus labios sobre los de ella, hundiendo su lengua en su boca mientras
un gruñido se arrancó de su pecho. Su mano se apretó en su cadera mientras el último
hilo de control se soltó.
Sus rodillas se levantaron para aprisionar sus caderas mientras él comenzó a
empujar dentro de ella con golpes duros y profundos, furiosos y desesperados mientras
Chelsea se retorcía debajo de él, las caderas levantándose a cada embestida de su
erección dentro de las profundidades ajustadas de su cuerpo. Sus gritos salvajes de
éxtasis intensifican el abrasador placer rasgando a través de él mientras luchaba por
contener su liberación. Sólo un minuto más. Sólo unos cuantos empujes más.
Él no iba a durar y Cullen lo sabía. Y él quería que durara. Necesitaba que
durara. Quería que las cálidas, dulces profundidades de su sexo lo consumieran para
siempre.
El sudor goteaba de su frente, y sus bolas se apretaron a la base de su pene
mientras golpeaba dentro de ella, una y otra vez. La necesidad de venirse, de llenarla, de
marcar sus sentidos y su piel, era de repente tan imperativa, llena de tanto reclamo
primal que cuando sintió su orgasmo explotando a través de ella, sus labios se
arrancaron de los de ella. Él cubrió la marca en la curva de su hombro y el cuello y en
lugar de solo agarrarlo, sintió los colmillos más largos perforando su piel en su lugar.
El débil sabor a cobre de su sangre se vio ensombrecido por el sabor de canela
de la hormona de apareamiento. Su lengua lamió la herida mientras soltaba su agarre
sobre ella, sintiendo sus sacudidas, estremeciéndose debajo de él.
Un segundo después, un gruñido salió de él cuando su liberación lo atravesó con
una explosión que destrozó sus sentidos mandándolo al infierno y de regreso.
Empujando profundamente, arqueó su espalda cuando un anillo de éxtasis puro
apretó alrededor de su pene. La púa de apareamiento se extendió, la erección
ultrasensible emergiendo y bloqueándose dentro de las agitadas profundidades de su
vagina mientras que la explosión lo sacudió hasta la médula.
Él se sacudió con cada copioso chorro de semen en erupción de su pene.
El agonizante placer pulsando a través de él era eufórico, su liberación tan
profunda, tan fuerte que se preguntó si sobreviviría a las secuelas. Debido a que en ese
momento se dio cuenta de que Chelsea bien podría tener aún más de su alma de la que
necesitaría para vivir si él la perdía.
El Primal, una vez activo, nunca descansará, nunca se va a dormir, a menos que
su compañera esté lo suficientemente cerca para tocarla. . . Sólo entonces sentirá que
ella está lo suficientemente cerca para protegerla siempre.
6
Púas o pinchos de apareamiento: El pene de los gatos adultos está recubierto por unos pequeños pinchos
o púas. Durante el apareamiento con la gata, los pinchos del pene del gato rasgan un poco las paredes de
la vagina y provocan la ovulación.
CAPÍTULO 17
***
***
Podría haber jurado que Cullen dijo que se reunirían en la casa de Graeme para discutir
un pequeño viaje para visitar a la familia Cerves. En cambio, después de llegar a la
aparentemente desierta casa de Graeme y Cat, Cullen la condujo a una entrada del
sótano y luego a través de una puerta oculta a un túnel subterráneo.
Él la condujo a un carro de golf de todas las cosas y, para su asombro, la llevo a través
de la red de pasillos reforzados con acero y bien iluminados.
—Sólo es una milla hacia la caverna principal,— le dijo mientras conducía con una
confianza casual que traicionaba el hecho de que lo hiciera a menudo.
—¿Cómo llegaron los túneles hasta aquí?— Ella se quedó mirando a su alrededor
mientras viajaba entre gruesos muros de piedra.
El túnel era fácilmente dos veces el ancho del carro, con otros pasajes que se
ramificaban de vez en cuando en otras direcciones.
—La minería, hace varios siglos, creo,— suspiró una sonrisa. —Graeme jura que
encontró una veta de oro en uno de los túneles de ramificación, pero no lo he
convencido de que me lo muestre todavía.—
En poco tiempo, Cullen volvió el carro a un túnel ligeramente más estrecho antes de
detenerse detrás de un carro idéntico.
—La caverna principal está por allí.— Él asintió con la cabeza a una entrada ancha y
arqueada cuando salieron del carro y Chelsea siguió detrás de él.
De una sorpresa a otra, la caverna en la que entraban tenía fácilmente el metraje
cuadrado de un modesto hogar y al menos dos pisos de altura. Por un lado, una escalera
metálica curvada se extendía hasta un rellano que sostenía una gran y pesada puerta de
madera. En el lado opuesto, parecía que Graeme había montado un laboratorio médico
bien equipado. Había por lo menos una docena de tipos diferentes de unidades de
procesamiento computarizadas y una computadora configurada con no menos de media
docena de monitores.
Lo último de lo último en tecnología y bien iluminado, y obviamente utilizado a
menudo.
—¿Más del científico loco?— murmuró sospechosamente mientras se acercaban al área
de trabajo.
—Más parecido al laboratorio del Dr. Jekyll.— Cullen la miró por encima del hombro,
con una pequeña sonrisa en los labios. —Ayer conociste a Mr. Hyde.—
—¡No me digas!— Ella no pudo detener una ráfaga de risa. —¿En realidad lo llamas
así?—
—Tú lo llamaste 'eso',— señaló él, lanzándole un fruncido burlón. —Créeme, le gusta
'Dr. Jekyll y Mr. Hyde mucho más.—
Graeme eligió ese momento para entrar en la caverna principal de una entrada separada
en el otro lado del área del laboratorio usando una bata blanca del laboratorio, una
camisa blanca, los pantalones vaqueros y las zapatillas de deporte de cuero. Detrás de
él, Ashley se pavoneaba, su ligera forma engullida por una bata de laboratorio a juego,
ya que parecía estar admirando el ajuste demasiado grande. Cat seguía detrás de ellos,
vestida con pantalones vaqueros, una camiseta negra y sandalias, sacudiendo la cabeza
hacia ellos, obviamente a punto de reírse.
—Aquí están los dos,— anunció Graeme distraídamente. —Bueno. Podemos
empezar.—
—Casa de locos,— murmuró Cullen a su lado. Vamos, terminemos con eso.
—¿Terminar con qué?— preguntó ella sospechosamente, mirando el equipo de
laboratorio.
Tenía la sensación de que Cerves no era la única razón por la que estaban visitando el
laboratorio del Dr. Jekyll.
—Está es la cuestión sobre Graeme,— Cullen dijo suavemente con un destello de
paciencia fraternal. —A veces, es más fácil ceder y dejar que saque cosas de su sistema
que discutir con él. De esa manera, el señor Hyde no sería la molestia que podría ser.
—¿Qué clase de cosas?— Tal vez debería escapar ahora mientras ella todavía podría
salirse con la suya.
—¿Asustada?— Él le dirigió una mirada divertida mientras se movía hacia los
monitores de la computadora, activando las pantallas y leyendo lo que parecía ser un
análisis extenso de alguna muestra de sangre. —Te enfrentaste a los asaltantes del cártel
y a los soldados de los Coyotes, ¿pero te resistes a ver a Graeme con una bata de
laboratorio?—
—No me permiten dispararle a Graeme,— siseó, mirando a donde la otra Casta y su
esposa se habían detenido en uno de los contadores más lejanos donde Graeme estaba
revisando la información en otra computadora más pequeña. —No es así con los
asaltantes del cártel y los soldados de los Coyotes.—
—Sí, Cat se pondría un poco deprimida,— él estuvo de acuerdo. —Pero si no jugamos
bien, entonces podría negarse a decirnos lo que haya aprendido sobre los Cerves.—
Como soborno o amenaza, probablemente funcionaría, pensó Chelsea con un suspiro.
—Deja solo mi equipo, Ash,— Graeme exigió mientras él y Cat se dirigían hacia
Cullen. Detrás de él, Ashley se había detenido junto a un gran armario con largos y
estrechos cajones. —Tu alfa debería mantenerte encerrada por la cordura de todos los
que te conocen.—
—Por no hablar de los que no lo hacen,— Cat rió burlonamente mientras le disparaba a
Chelsea un guiño sutil.
—Oh, si aún tengo que conocerlos, es que son insignificantes — les aseguró Ashley
mientras se acercaba y se sentaba en una de las camillas que estaban contra el muro de
piedra, sus ojos grises centelleaban alegremente. —Cullen, te ves tan bien ahora que
estás apareado,— dijo con voz ronca, su acento ruso todavía muy evidente a pesar de
los años desde que había dejado el país. Se volvió y le guiñó un ojo a Chelsea. —Muy
bien, chica.—
La hembra coyote meneó las cejas y sopló un beso a Cullen mientras Graeme se movía
hacia ella, llevando una pequeña bandeja de plástico con varios viales y agujas encima.
Empujando la manga del abrigo, Ashley extendió su brazo y Graeme extrajo rápida y
eficientemente varios viales de sangre.
—Graeme es un vampiro secreto,— la mujer joven sonrió mientras Chelsea miraba
dudosa.
—Científico loco es más parecido,— gruñó Cullen mientras se volvía hacia ellos, sus
brazos cruzaban sobre su pecho mientras se apoyaba en la pesada mesa que sostenía la
matriz de ordenadores.
—Katya, nuestra especialista en Coyote, está tan celosa de él.— Ashley lanzó un rápido
guiño de sus ojos. —Cree que sabe más acerca de Coyotes que ella.—
—Lo hago,— dijo Graeme distraídamente mientras llevaba la bandeja y los frascos a un
centro de trabajo que contenía varias máquinas más pequeñas.
—De acuerdo, Chelsea.— Ashley saltó de la camilla, su barbilla tirando hacia ella. —
Tú turno, pequeña.—
—Whoa.— Chelsea dio un paso atrás rápidamente, directamente al pecho de Cullen. —
No en esta vida. Estoy segura de que él tiene suficiente sangre para entretenerlo durante
un tiempo.—
Cat se rió por el comentario.
—No te preocupes, te protegeré del Dr. Jekyll—, le aseguró Cullen, la diversión en su
tono le hizo lanzarle una mirada de prometida venganza. —Yo también me encargaré de
ti.—
Tomándola de su cintura, él la levantó hasta la camilla mientras Graeme colocaba otra
bandeja que contenía los viales y el kit de extracción en ella.
—¿Por qué necesita mi sangre?— preguntó ella frunciendo el entrecejo antes de mirar a
Cullen con recelo.
—Porque,— respondió Graeme por su hermano, —basé tu terapia hormonal en las
muestras de sangre de Cullen, ya que no tenía la tuya. Tu sangre y tu muestra de ADN
me darán una línea de base mucho más precisa para trabajar. —
Graeme estaba cargando información en una de las máquinas mientras hablaba. —Hay
una razón por la que eres capaz de ir sobre una rutina normal sin unos pocos rapidines
cada par de horas.—
Un rubor calentó su rostro mientras miraba por encima de su hombro hacia ella y le
lanzaba una sonrisa burlona.
—Graeme, detente,— Cullen advirtió a su hermano cuando Chelsea le extendió el
antebrazo con cautela.
Graeme dio un pequeño bufido burlón de diversión.
—También,— continuó, volviendo a la máquina. —Si vas a continuar moviéndote en
público, entonces un bloqueador de olor más fuerte probablemente ayudaría. Esto
evitará que las Castas del Consejo detecten el olor del apareamiento.— Frunció el ceño.
—Últimamente han estado husmeando un poco más de lo normal.—
Miró a Cullen, preguntándose en qué demonios estaba metiéndola.
—No olvides el hisopo de ADN.— Graeme estiró el brazo detrás de él, un hisopo estéril
agarrado entre sus dedos.
Tomando el hisopo mientras dejaba a un lado los viales que ahora contenían su sangre,
Cullen rompió el sello, y cuando Chelsea abrió la boca rápidamente le raspó el interior
de sus mejillas con él.
—Esto es muy raro,— le informó.
—¿Y querer hacer lo indecente como conejos una docena de veces al día no lo es?—
Ashley bromeó, sus ojos grises bailando de risa.
—No tan extraño como esto. Y definitivamente más divertido,— le aseguró Chelsea,
viendo cómo Cullen se movía hacia las máquinas, su voz baja mientras le preguntaba a
su hermano algo sobre la línea base y el ADN. Era más ciencia de lo que quería
entender.
—Graeme ha estado renegando porque Cullen no ha estado en el laboratorio trabajando
con él últimamente.— Cat se movió a la camilla y se sentó al lado de Chelsea mientras
Ashley se alejaba y comenzaba a inspeccionar el equipo y los cajones con curiosidad.
—Se distrae cuando vengo aquí a jugar a asistente.—
La inteligencia científica de su prima había llegado en sus últimos años de adolescencia,
y su habilidad en ella había sorprendido a sus maestros. Cat-Claire, como se le había
llamado entonces, había cambiado mucho ese verano y aún más a lo largo de los años.
—Sí, él se pone todo gatito retozón con ella,— Ashley arrastraba las palabras mientras
examinaba una serie de escalpelos que había encontrado en un cajón.
—Ashley, déjalos ahí— gruñó Graeme cuando Ashley levantó la mano para coger uno
de los instrumentos afilados.
Ashley le lanzó una mirada aburrida pero cerró el cajón.
—Sabes,— dijo Graeme entonces. —Creo que Khileen recibió algunos nuevos esmaltes
y zapatos de París hoy; ella dijo...—
Un pequeño chirrido de excitación cortó el resto de la frase y Ashley se despojó de su
bata de laboratorio rápidamente, la arrojó sobre el respaldo de un taburete y corrió hacia
la escalera, hacia arriba, la puerta pesada en la parte superior cerrándose con un golpe.
—La última vez que estuvo aquí, mi bisturí favorito desapareció con ella,— Graeme
suspiró mientras lanzaba una mirada cariñosa hacia las escaleras. —Ella es como una
ratita.—
—Es una coyote acaparadora,— le corrigió Cat, risas llenando su voz. —Su Coya,
Anya, está amenazando con una intervención.—
—Alguien debería mantenerla más cerca de la fortaleza Coyote,— gruñó Graeme
entonces, la preocupación aparente en su tono. —Es cada vez más difícil mantenerla
etiquetada sin despertar sus sospechas.—
Chelsea le dirigió a Cat una mirada interrogante.
—Graeme cree que Ashley ha sido marcada por un acosador o por el Consejo.—
—Lo sé,— Graeme corrigió a su esposa, la declaración llena de confianza. Y estaba
completamente en serio. —Hay una diferencia entre conocimiento y creencia.—
—¿Así que la etiqueta cómo?— Preguntó a su prima.
—La he convencido de que está en peligro de desarrollar alergias y necesita una
inyección quincenal,— respondió Graeme mientras volvía a las muestras de sangre con
las que trabajaba. —Le inyecto un pequeño dispositivo de rastreo en su brazo. Su alfa se
negó a autorizar uno permanente, así que tengo que conformarme con un temporal. Sin
embargo, se degradan con bastante rapidez. Pero si desaparece, sabré exactamente
dónde encontrarla.—
Cat se volvió hacia Chelsea, sonriendo. —Es malvado, eh?—
—Eso es una palabra para ello, supongo.— Podría decir unos términos más precisos.
—Vamos, hay bebidas y sándwiches que guardo en la otra habitación. Vamos a charlar
mientras hacen lo suyo.— Deslizándose de la camilla, Chelsea siguió a Cat. Mientras se
acercaba a Cullen, él extendió la mano, le agarró la muñeca y le soltó un rápido beso en
la parte superior de la cabeza, aunque su mirada permaneció en cualquier experimento
que estuviera corriendo.
Parecía que Graeme no era el único hermano con tendencias de científicos locos.
***
Asegurándose de que Chelsea estuviera fuera del alcance del oído, Cullen observó las
lecturas hormonales mientras comenzaban a aparecer lentamente en un monitor, con un
ceño fruncido en la frente.
—Teníamos compañía antes de que saliéramos de la casa,— le dijo a su hermano en voz
baja.
—¿Ranger?— preguntó Graeme, con un rumor de disgusto en su voz. —¿Se habrá
enterado que lo hiciste despedir?—
La rabia que Ranger había mostrado le preocupaba más de lo que quería admitir. El olor
del odio proveniente del hombre al que había llamado amigo le había sorprendido con
profundidad. El odio tan fuerte debía haber estado latente por un tiempo.
—Draeger lo sacó antes de que pudiera agarrarlo,— suspiró antes de relatar el incidente
a su hermano.
Cullen sacudió la cabeza cuando terminó, todavía tratando de darle sentido. —Podía
sentir su necesidad de herirla, Graeme. Creo que está tratando de justificar el culpar a
Chelsea por el hecho de que no me apareé con Lauren.—
El silencio descendió, pero por los pitidos de las máquinas y el zumbido de sus
ventiladores, mientras él y Graeme continuaban con la sangre y las muestras de ADN.
—Sospecho que Lauren sabía que Chelsea era tu compañera.— Graeme lo sorprendió
con la declaración.
Volviéndose hacia su hermano, Cullen lo miró sospechosamente.
—¿Cómo lo sabes? Demonios, ni siquiera yo lo sabía. Dios, Graeme, tenía trece años o
algo así cuando me casé con Lauren.—
Graeme se aquietó entonces, una mirada lejana se extendió por su expresión durante
largos momentos antes de que sacudiera la cabeza como si respondiera a algún diálogo
interno. Su hermano podía ser increíblemente bueno hablando consigo mismo.
—Creo que Lauren pudo haber tenido alguna habilidad psíquica. Débil, pero todavía
presente lo suficiente como para que pudiera haber descubierto algo que no sabía en ese
momento,— reveló. —Así como creo que tu pareja tiene un don más fuerte, tal vez uno
similar al de su abuelo o de su prima.—
Orrin Martínez era un oyente de viento, capaz de oír secretos en el viento, le había dicho
a Cullen una vez. La prima de Chelsea, Megan Arness, tenía una capacidad empática
tan fuerte que hasta su apareamiento con una Casta León, Braden Arness, se había visto
obligada a mantenerse aislada.
—¿Y cómo sabes esto?— Cullen le preguntó dudoso.
—Realmente no estoy seguro de cómo lo supe.— Graeme enfatizó el pasado. —Cuando
te encontré fue justo después de su muerte, creo. Irrumpí en la clínica donde la trataron
y robé varias muestras de sangre y de orina que fueron tomadas justo antes de su
muerte.— Le lanzó una mirada satisfecha a Cullen. —Especialistas como ellos los
guardan para varias pruebas después de la muerte de un paciente.—
—Ladrón,— murmuró Cullen, observando cautelosamente a su hermano.
—Lo que sea que funcione,— dijo Graeme. —He probado esas muestras extensamente
durante los últimos diez años,— explicó entonces mientras introducía comandos en el
teclado y otro monitor volvía a la vida, llenando la pantalla con una serie de secuencias
de hebras genéticas multicolores y complicadas.
—Orrín Martínez.— Señaló el hilo superior. —De Lauren y de Chelsea.— Él identificó
los filamentos inferiores. —Lauren es similar a la de su abuelo, aunque la composición
exacta de la misma es mucho más débil y era mucho más difícil de encontrar. Mientras
que tu compañera parece mucho más fuerte, pero la composición de la misma es
totalmente diferente. La investigación que he hecho indica que Lauren puede haber
tenido una ligera sensibilidad que creo estar en la categoría de —lectura—.
Posiblemente la capacidad de detectar vínculos y conexiones. Todavía estoy trabajando
en ello, sin embargo. Estoy seguro de que pronto tendré una idea más clara de ello.—
Cullen sólo podía sacudir la cabeza con asombro. Graeme podía leer el código genético
con una habilidad instintiva y aterradora. Su inteligencia e instintos en lo que a genética
se refería crecían a un ritmo asombroso después de su apareamiento.
En algunos casos, su hermano había revelado, que ya no necesitaba estar en forma
Primal para sentir vínculos genéticos y emocionales e incluso había comenzado a
reconocer ciertos marcadores genéticos por olor.
—¿Cómo conservas la poca cordura que posees?— le preguntó a su hermano. La
cantidad de información que Graeme podía sentir impulsaría incluso a las mentes más
fuertes a una locura interminable.
—¿Qué cordura?— murmuró Graeme, completamente serio ahora. —Nunca dudes de la
locura, hermano. Simplemente lo controlo, en lugar de que me controle ahora. Para la
mayor parte de todos modos. Ahora, en cuanto a tu compañera,— continuó, lanzando a
Cullen una mirada aguda. —Ella es increíblemente saludable. Puedo oler los cambios
que ocurren en su código genético; Se adapta, aunque lentamente, lo que indica un
apareamiento mucho más fuerte. Está en línea con la genética Primal que siempre
sospeché que poseías. Aunque sabré más cuando haya procesado sus muestras.—
La genética primal, o la locura que su hermano llamaba su mayor fuerza y el monstruo
que vivía dentro de él. Graeme había estado tratando de convencer a Cullen durante
años que llevaba el mismo monstruo dentro de él, simplemente esperando el gatillo
apropiado para liberarlo.
—Una vez que tenga todas sus lecturas puedo crear un tratamiento que será mucho más
eficaz y que permita que los dos se adapten al apareamiento mucho más cómodamente
que la mayoría,— informó a Cullen.
Sin embargo, el proceso de poner la terapia hormonal en conjunto podría tomar varios
días. Y esa terapia era imperativa en este punto.
—Por cierto, te etiqueté a ti ya tu compañera la semana pasada con las inyecciones que
traje,— le informó graciosamente Graeme. —Puedes decidir si ella lo debe saber o no.
No iba a hacerlo, pero la locura superó mi vacilación.—
—Un día de estos voy a dejar de ser tan paciente cuando decidas después del hecho de
informarme de la mierda que inyectas en mi cuerpo.— Cullen suspiró, contento de que
la locura de su hermano no fuera homicida.
—Si tú lo dices.— Su hermano obviamente no se molestaba por la amenaza cuando
empezaba a codificar la información en la computadora otra vez. —Esto debería estar
listo en unas cuarenta y ocho horas,— dijo. —Sin embargo, me gustaría más sangre
después de las inyecciones, sólo para estar seguro de que tengo todo bien codificado.—
—Yo me encargaré de ello.— Cullen asintió.
—Por cierto,— dijo Graeme entonces, levantando la cabeza como si solo recordara algo
de información. —¿Estás listo para hablar con Cerves? Está esperando arriba con su
esposa y su hermano. Lobo está jugando a ser un anfitrión reticente mientras nos
esperan.—
Cullen levantó las cejas con sorpresa. —¿Los hiciste traer?—
—En realidad, no.— La ceja de Graeme se arrugó con desconcierto. —Se presentaron
hace varias horas en la puerta de Lobo, pidiéndole que se reunieran con él. Parece que
están seguros de que puede haber un malentendido con el comandante de la Fuerza de
Seguridad Secreta, han descubierto que puede ser una Casta oculta.— Mientras
mostraba sus colmillos, su mirada brillaba con la conciencia salvaje de la criatura
salvaje dentro. —Le han pedido a Lobo, como líder alfa residente, que medie por
ellos.— La promesa salvaje de brutalidad se hacía más fuerte en su mirada entonces. —
Creo que Juan estaba un poco preocupado cuando el Primal le informó que tú no eras su
único problema. Controló mejor su vejiga que su teniente. El pobre hombre se orinó
encima.—
Cullen sofocaba una risa mientras miraba a su hermano con fingida decepción. —Ellos
simplemente no tienen más temple, verdad?—
—Sin bolas,— Graeme lo enmendó con un suspiro de pesar. —Sólo le quitan la
diversión a la tortura, ¿no?—
Una risita escapó a pesar del mejor intento de Cullen de contenerla. Era la queja favorita
de su hermano. Simplemente no eran divertidos para torturarlos más.
Cullen respiró hondo y se volvió hacia su hermano.
—Antes de que subamos, hay algo que debes saber primero.—
Graeme lo miró con curiosidad.
—Fue Chelsea quien rescató a su hija de los Coyotes esa noche. Yo estaba allí,
encubierto en ese momento en otra operación. Me las arreglé para sacarla del carro que
se estrelló a través de las puertas, la metí en el mío y salí de allí antes de que alguien
pudiera identificarla. Mi contacto allí fue capaz de limpiar los discos de seguridad y
asegurarse de que la identidad del Chelsea no se viera comprometida. Sin embargo, es
posible que Samara la reconozca. Antes de que Chelsea revelara a Louisa cubierta bajo
una manta y atada a su asiento con ella, Samara tenía su arma en la cara de Chelsea,
lista para disparar. Y esa mujer tiene una memoria de elefante.—
Graeme se quedó en silencio, su única reacción, el ligero ensanchamiento de sus ojos
sorprendido.
—Vaya, ¿por qué no vi eso venir?— Graeme frunció los labios, mirando fijamente a su
hermano pensativamente. —Interesante. Muy interesante.—
Capítulo 20
***
Había algo tan surrealista al entrar en el opulento estudio de Lobo Reever y estar cara a
cara con la mujer que había tenido un arma en su cara a menos de dos meses atrás.
La mujer que estaba allí, junto con los dos hombres, no era la mujer cuyo rostro se
extendía entre tabloides y periódicos antes de la muerte de su hija. Los penetrantes ojos
azules y la pesada masa de cabello rubio blanco eran los mismos, pero la cara no era
casi tan perfecta y helada y serena.
La Reina de la Sangre como fue llamada debido a la sangre que ella y su familia
derramaron en su batalla para mantener el control de la poderosa organización criminal
que había heredado a la tierna edad de veintiún años.
La mujer de pie junto a su esposo, su brazo envuelto protectoramente, era una madre
afligida. Surcos profundos estaban tallados al lado de sus labios, sombras oscuras
marcaban la piel debajo de sus ojos y ni siquiera había intentado usar maquillaje para
ocultar el efecto de la pérdida de su hija.
Samara estaba vestida simplemente de negro. La falda tubo de buen gusto caía por
debajo de sus rodillas y se cubría los brazos con los codos. Junto con el vestido usaba
costosos tacones negros y una cartera a juego. El hecho de que ella no se molestara en
adherirse a su nivel normal de presentación era contundente.
Junto a ella estaban su marido, Juan, y su cuñado, Esteban Cerves. Los dos hombres
eran altos, anchos y físicamente aptos, pero no exactamente guapos. Tenían el cabello
negro, los ojos negros y la tez morena, pero las miradas frías, sin emociones que se
decía que tenían no eran más evidentes que las de Samara.
Lobo hizo las presentaciones, aseguró que todos tomaran una copa, luego los invitó a
sentarse en la gran zona de estar del otro lado de la habitación.
Sentada en el cómodo sofá de cuero junto a Cullen, frente al sofá más largo donde los
tres miembros de la familia Cerves se sentaron, Chelsea echó un vistazo alrededor de la
zona de asientos. Graeme y Cat estaban en las sillas al lado del sofá a la par de Cullen
mientras Lobo y su jefe de seguridad, Devril Black, se sentaron igualmente al lado
opuesto del sofá.
Mirando sus manos en su regazo, ella sintió como si todos los ojos estuvieran sobre ella
ahora. Le recordaba a la noche de intervención familiar en la casa de los Martínez.
—Hemos hecho las presentaciones formales,— dijo Lobo, su voz profunda un poco
áspera, pero todavía un sonido agradable y masculino. —Ahora podemos abordar la
razón de ello.—
—Disculpa, Alfa Reever,— dijo Samara, la cadencia suave y sedosa, en realidad,
bastante agradable. Ese ligero toque de acento español le daba una cualidad exótica. —
Creo que estamos esperando que la razón de ésta reunión levante realmente los ojos y
nos mire.—
El gentil aguijoneo no le pasó desapercibido a Chelsea, pero eligió ignorarlo. El hábito
de esconder sus emociones detrás de un velo de hielo no estaba funcionando. Lo
necesitaba para trabajar. Necesitaba desesperadamente encontrar una manera de
rechazar todo. Especialmente el enojo.
Debido a la determinación de ésta mujer de aferrarse a un imperio criminal, ese dulce y
precioso bebé había sufrido una horrible pesadilla antes de morir.
—Creo que más me culpo por lo que le pasó a mi Louisa,— dijo Samara cuando
Chelsea no habló, su voz llena de emoción. —Si yo no fuera la Reina de la Sangre,
entonces esos monstruos no hubieran tenido razón para robar a mi bebé de su cama y
causarle tanto dolor. ¿No es cierto, señorita Martínez?— No había nada más que dolor y
remordimiento en la voz de la mujer.
Y aun así, Chelsea luchó contra la ira que ardía a través de ella como un reguero de
pólvora mientras sentía que el brazo de Cullen la apretaba alrededor.
No daba excusas ni trataba de explicar su silencio a nadie. Él sólo la abrazaba,
permitiéndole apoyarse en él.
Chelsea no se había dado cuenta, hasta que entró en el estudio y vio el dolor de Samara,
de lo muy enojada que había estado con ésta mujer. Si no hubiera sido por las
actividades criminales de los Cerveses, entonces como Samara dijo, su hija nunca habría
sido blanco y nunca hubiera sufrido esa horrible noche.
Claro que, lógicamente, ella lo sabía mejor que nadie. El Consejo había secuestrado
también a otros niños en represalia contra sus padres. Y la misma brutalidad había sido
usada. Excepto que esos niños habían muerto solos en tan horribles pesadillas.
Respirando profundamente, se obligó a levantar la cabeza lentamente, sus ojos se
encontraron con los de Samara.
—Lo siento,— susurró, sus emociones todavía tan desgarradas que no tenía idea de
cómo tratar con ellos. —No importa lo que los padres pueden o no haber hecho, ningún
niño merece ser herido. Especialmente con tanta crueldad.—
Los labios de Samara temblaron por un momento antes de que pudiera controlarlo.
—Había deseado darte las gracias,— susurró la otra mujer, apretando las manos de su
marido. —Y para disculparme. Esa noche había tanta rabia dentro de mí. Cuando te
estrellaste a través de nuestras puertas no me imaginé que podría ser nada más que otro
ataque de algún tipo. Nos parecía que la propiedad que estábamos usando allí era un
secreto del que ninguno era consciente, más que nuestra seguridad privada. No esperaba
ser engañada por la tutora de Louisa. Ella había estado con nosotros desde que nació mi
hija y creí que era tan devota a ella.— Rasgada con lágrimas, su voz se rompió y tomó
varios momentos antes de que pudiera continuar. —Quería darte las gracias pero no
había podido saber tu identidad para hacerlo.—
Chelsea sacudió la cabeza. —Fallé. ¿Por qué querrías agradecerme?—
Samara abrió mucho los ojos. — ¿cómo que fallaste? ¿Porque Louisa murió?—
Preguntó.
Chelsea sólo podía asentir con dolor.
—Trajiste a mi bebé a casa para que muriera en brazos amorosos, sostenida por su
mamá y papá.— Las lágrimas se deslizaron de los ojos de Samara sin vergüenza. —Ella
despertó por nosotros y pudimos decirle de nuestro amor. Estaba tibia y acostada a salvo
en su propia cama. Ella no murió...— Sus hombros temblaron, la desnuda miseria en sus
ojos rompiendo el corazón de Chelsea. —No murió sola en una pesadilla.—
Juan hizo una mueca de dolor ante las palabras de su esposa, el dolor arrugando los
rasgos oscuros mientras la acercaba más a él, una lágrima escapando de la esquina de su
ojo mientras su hermano, Esteban, apartaba la vista, parpadeando la humedad en sus
propios ojos.
—Aquí, nena.— Cullen le presionó los pañuelos en la mano, y sólo entonces Chelsea se
dio cuenta de las lágrimas que caían por su cara.
Finalmente, Samara tomó el control de su llanto. Tomando los pañuelos que su esposo
también presionaba en sus manos, se secó la cara, olisqueando delicadamente antes de
susurrarle un gracias a un hombre que parecía ser más un gentil gigante a su lado que un
líder del cártel criminal.
—Louisa dijo que era tu voz en la oscuridad, hablándole de su mamá, que la condujo a
través de la oscuridad,— Esteban le dijo entonces. —Le susurraste que su mamá la
esperaba, que sólo caminara hacia ti.— Sus dedos se formaron en un puño hasta que sus
nudillos se pusieron blancos al estar apoyados contra el brazo del sofá. —Tomaste
muchos riesgos personales para rescatarla y luego echar una carrera durante la noche
para devolverla a nosotros. Lo que sea que tengamos,— -una mano aplastada contra su
pecho firmemente— es tuyo. Sólo tienes que pedirlo.—
—Carte blanche,— murmuró Graeme. —Qué interesante.—
—Graeme,— le advirtió su mujer suavemente. No dijo nada más, pero evidentemente
estaba dispuesto a escucharla por el momento.
Juan respiró pesadamente, mirando a Graeme y a su esposa antes de volverse para mirar
a Chelsea.
—Hubo un tiempo en el que creía que sólo la promesa de la violencia nos protegería a
nosotros y a los que queremos,— dijo bruscamente. —Esteban y yo sabíamos muy poco
de dulzura cuando éramos apenas unos chicos. Sólo conocíamos las lecciones de que los
fuertes sobrevivían. Sólo los que estaban dispuestos a romper las reglas eran temidos.—
Sus ojos negros estaban sin fondo con rabia y dolor huecos. —Hasta que Louisa nació,
Esteban, Samara y yo sabíamos muy poco de las verdaderas profundidades del amor.
Ella nos enseñó esto...—
—Ella era nuestro milagro,— susurró Samara, parecía casi aturdida ahora con el dolor
que sentía. —Entonces, la noche en que fue tomada, cuando estábamos seguros de que
nunca volveríamos a ver su dulce rostro, un ángel la trajo a casa para que pudiéramos
susurrarle nuestro adiós. Para poder rodearla con nuestro amor. Y para eso, no hay
muchas gracias.—
Mientras Samara hablaba, Chelsea no pudo evitar las lágrimas que cayeron, no pudo
detener el agotado jadeo de su propia respiración mientras luchaba contra los sollozos
que querían ser libres.
—Lo hice por Louisa,— les dijo, apenas capaz de hablar. —No por ningún tipo de pago
o favores. No hay nada que yo quiera.—
—Pero si lo hubiera...— Graeme habló, su voz dura. —Enviar a sus hombres para
secuestrarla y venderla a los bastardos que mataron a su hija me parece un poco de mal
gusto.—
—Graeme,— gruñó Cullen con advertencia.
—No, tiene razón.— Esteban levantó la mano ante la advertencia de Cullen. —Si
hubiéramos ordenado tal cosa, entonces no seríamos más que los monstruos que le
hicieron daño a la sobrina que tanto atesoraba. Desafortunadamente, estábamos aislados
cuando el ataque ocurrió. Solo nos dimos cuenta de ello cuando una de las Castas en
nuestra administración logró rastrearnos e informarnos de lo que había ocurrido.—
—Volvimos lo más rápido que pudimos.— Samara se inclinó imperativamente por un
momento antes de sentarse de nuevo y una vez más abrazó las manos de su esposo
desesperadamente. —La familia Cerves no acepta contratos para asesinar, ni secuestros
por rescates. Definitivamente no atacamos a las mujeres jóvenes que no forman parte de
las sombras que existen dentro de nosotros.—
—¿Quién ofreció el contrato?— preguntó Cullen, con voz áspera. —Quiero ese
nombre.—
Esteban se pasó la mano por el rostro con cansancio. —Quien lo ofreció, no lo sabemos.
Fidel Sánchez, estaba a cargo en nuestra ausencia.— La voz de Esteban se endureció.
—No sabía la identidad de la persona que ofrecía el contrato, pero el hombre le habló a
Morales y éste aseguro de que había reconocido la voz. Le dijo a Fidel que se aseguraría
primero, luego revelaría la identidad. El contrato era por la muerte de la Señorita
Martínez, e indicó que el golpe era personal. Fidel dijo que había odio en la voz del
hombre. Pero cuando Fidel comenzó a armar el plan, supo de su asociación con un
rumoreado Casta y que era posiblemente lo que se dice un apareamiento, y había mucho
más por hacer para dar una pareja al Consejo de Genética.
—¡Bastardos!— Gritó Samara entonces, la rabia ardía en su rostro cuando un
estremecimiento la atravesó. —Fidel sabía quién se había llevado a mi bebé y qué le
hicieron a ella.— El sonido cargado de dolor era desgarrador, como lo era la vista de la
madre inclinada hacia delante, luchando por controlar sus emociones mientras los
silenciosos sollozos la sacudían. —Incluso considerar tal cosa…
Juan la llevó de vuelta a sus brazos, tirando de su cabeza hacia su pecho mientras
miraba al suelo, el dolor en su rostro reflejaba el de los suaves sollozos de su esposa.
—Fidel Sánchez ya ha llegado a su Oficina de Asuntos de la Casta,— dijo Juan cuando
pudo mirarlos de nuevo. —Hablé con el Director Breaker cuando llegaron mis hombres.
Será juzgado por la Ley de Casta. Y lo castigarán por éste intento. Está siendo
interrogado por sus interrogadores. Tal vez les diga más de lo que nos dijo.—
Esteban entregó a su hermano más pañuelos de papel, su expresión cansada y llena de
dolor al ver a su cuñada tan desgarrada de dolor.
—Quienquiera que ofreciera el contrato también mató a Morales,— reveló el hermano
entonces. —Se puso en contacto con Fidel justo después de hacerlo y exigió que
terminara el trabajo y matara a la señorita Martínez. Fidel se reunía con un tirador
cuando Juan y yo llegamos sin previo aviso.—
—Y ahora toda nuestra gente sabe los peligros de intentar seguir los ejemplos de Fidel y
aceptar contratos que no aprobemos nosotros mismos. Pero más aún, ahora conocen los
peligros de hacer negocios con el Consejo de Genética.— La sonrisa de Juan fue de
venganza helada.
—Y todavía no sabemos quién está detrás de él,— Cullen mordió. —¿Ha dicho algo
más acerca de la persona que lo ofreció?—
Esteban, Juan y Samara negaron con la cabeza.
—Yo tenía sus testículos en un tornillo muy doloroso también.— La sonrisa de Samara
era pura Reina de Sangre. —Creo que si hubiera sabido algo más nos lo habría dicho.—
Sin duda. Chelsea todavía estaba luchando con el recordatorio de que estos padres en
duelo también eran asesinos.
—Tengo curiosidad,— preguntó Graeme, su tono sombrío.
Los tres Cerveses lo miraron con curiosidad.
—¿Cómo los llevas al punto en que están conscientes de que les estás poniendo el
tornillo en los testículos? Encuentro que se mean en unos instantes, y mantenerlos
conscientes se convierte en una difícil tarea más que cualquier otra cosa.— La gravedad
de la pregunta hizo que Chelsea parpadeara hacia él en estado de shock.
—El truco para sostener la conciencia es no sorprender demasiado sus pequeñas mentes
o a sus cuerpos,— respondió Samara, con un tono igualmente serio. —No utilice un
martillo cuando un mazo de goma sería suficiente. Trabajas hasta llegar al masazo.—
—Graeme, por favor.— Fue Cat quien protestó el turno de la conversación. —Guarda la
sangre y la violencia para una discusión posterior.—
—Perdóneme, Señora Parker.— El arrepentimiento verdadero brilló en la mirada de
Samara. —Este no es el momento o lugar apropiado para tales cosas. Espero que acepte
mis disculpas.—
—Pero él hizo la pregunta,— señaló Chelsea. —Deja que él pida perdón,— lanzándole
un fuerte ceño fruncido al hermano de Cullen, a lo que éste sólo se limitó a sonreír
complacido.
—Hay reglas, Chelsea, para todo,— dijo Samara, con la mirada todavía ensombrecida
por el dolor, aunque Chelsea podía vislumbrar el frío de la lógica y la dura razón. —Las
mujeres fuertes e independientes luchan contra éstas reglas en su juventud, pero al final
aprendemos la manera como van las cosas.—
Evidentemente, no tenía ninguna intención de aprender esas maneras de las cosas
entonces. Ella estaría condenada si se disculpara con él cuando una pregunta estúpida
saliera de su boca.
Cullen se movió a su lado y se aclaró la garganta.
Mirándolo, se sorprendió al ver la diversión parpadeando en su mirada.
—La mirada en tu cara fue bastante extraordinaria,— dijo Samara con una sonrisa
suave. —Tal vez él conozca el camino de tus pensamientos.—
Apenas. Lo único que había querido saber de ella era cómo darle orgasmos. Aunque era
muy bueno en eso.
—Tal vez.— Ella se encogió de hombros, sin revelar lo que pensaba de eso.
Samara suspiró pesadamente entonces, la diversión momentánea que ella sintió fue
alejándose bajo la pena una vez más. Atendiendo la mirada de Chelsea, le dirigió una
sonrisa triste y melancólica. —Tal vez algún día me dejarías contarte de la niña que
trajiste a casa de su mamá y de las muchas maneras en que cambió a una mujer que no
tenía creencia en la misericordia o compasión antes de la tarde cuando sentí el primer
movimiento débil de ella dentro de mi cuerpo. Y te diría cómo habló de ti.— Las
lágrimas brillaron en sus ojos una vez más. —Me encantaría compartir mis recuerdos de
ella contigo.—
Y extrañamente, Chelsea sabía que quería conocer esos recuerdos.
Ella asintió con la cabeza a la madre vacilante. —Me gustaría eso,— susurró. —Me
gustaría mucho.—
***
Cullen oyó el hambre en la voz de Chelsea para escuchar los recuerdos de la niña que
había traído a casa de sus padres, y en ese segundo se dio cuenta de algo que sabía que
había estado ocultando durante demasiado tiempo.
Él la amaba.
Su orgullosa y valiente Chelsea, tan decidida a vigilar su espalda en lugar de aceptar la
protección que le habría dado. No se habría sentido feliz con eso, sin embargo, se dio
cuenta. Ella era su compañera, y el peligro para ella nunca desaparecería
completamente. Mejor que ella sea capaz de luchar a su lado. Conocía varios casos en
los que había significado la diferencia entre la vida de otros compañeros de la Casta o la
muerte.
Y nada significaba más para él que asegurar su vida. A menos que fuera asegurar que
ella viviera feliz.
Sentado aquí, viendo la devastación total en esta familia por la pérdida de la niña que
amaron, él sabía que él nunca querría hacer frente a la vida sin Chelsea. Y tratar de
encerrarla sin permitirle vivir sólo para protegerla, la ahogaría.
No quería que Chelsea se ahogara.
Quería que ella lo amara como él la amaba. El resto, se dio cuenta, podrían manejarlo a
medida que avanzaban.
***
Entrando en la casa más tarde esa noche, en el resplandor suave de la luz que Chelsea
había dejado encendida antes, se dio cuenta de que la casa parecía realmente más cálida
que antes. Más acogedora, quizás.
Cerrando la puerta detrás de él, se volvió hacia ella, observándola mientras ella se
sentaba en el sofá, su expresión tan malditamente triste que le rompía el corazón.
—Es una asesina,— susurró Chelsea. —Todos ellos lo son. Ellos trafican con drogas,
gente y cualquier otra cosa que puedan tener en sus manos, y yo sentía mucho pesar por
ella.— Ella lo miró, su expresión llena de culpa y pesar. —Yo quería tanto odiarla y
todo lo que podía hacer era llorar por ella y Louisa.—
Su pecho en realidad se tensaba ante el conocimiento de su dolor, su propio sentimiento
de pesar.
—No está en ti odiar, nena,— suspiró, sentándose a su lado y acercándola a él. —Y no
fue por ella que sentías tanto dolor. Era por Louisa.— Él la besó en la parte superior de
la cabeza, sintiéndola contra él, un peso cálido y dulce. —Ella debió haber sido una niña
muy especial. Una de esas almas dulces que nos visitan por un minuto para enseñarnos
el verdadero significado del amor.—
Se dio cuenta que tenían mucho de qué hablar. Había tantas cosas sin decir entre ellos.
—¿Tenias cuánto? ¿Doce?— preguntó. —La noche que nos presentamos en la casa de
tu padre—
Acurrucada contra él, ella asintió contra su pecho.
—El bajo mundo acababa de arrebatarnos de las garras del Consejo después de meses
de correr. Las chicas que había estado tratando de proteger, Honor y Fawn, estaban
exhaustas y aterrorizadas. Sabía que no podía protegerlas si los que nos rescataban se
volvían contra nosotros.— Él enterraba los dedos en su pelo, su mente en el pasado. —
Y ahí estaba yo, intentando frenéticamente decidir si las chicas estaban a salvo o si
debía tratar de planear escapar.— Habían estado demasiado aterrorizados para comer.
—Entonces miré la habitación oscura junto a la cocina y te vi.— No pudo evitar sonreír
ante el recuerdo. —Grandes ojos marrones y pelo oscuro. Entonces sonreíste y guiñaste
el ojo.— Una pequeña risa vibró contra su pecho. —Tu padre había estado tratando de
convencernos de que comiéramos algo de sopa.—
—Su sopa de verduras es tan buena,— le recordó con gusto.
—Todavía estábamos aterrorizados por comer,— le dijo sombríamente. —Los
científicos del Consejo a veces drogaban nuestra comida o bebida. Y allí estábamos,
oliendo el aroma más increíble de la comida. Nunca había olido sopa de verduras en mi
vida, y mucho menos lo había comido. Se me hacía agua la boca, los estómagos de las
niñas gruñían y no habíamos comido en días. En el momento en que me hiciste el guiño,
tu padre nos ofreció sopa y leche otra vez, tratando de convencernos de que
comiéramos. Y me negué de nuevo.— Tuvo que reírse del recuerdo. —Y te oí decir,
'Oh, eso es tan tonto. Sopa. Sabroso.'—
—¿Dije eso?— Preguntó ella sorprendida. —Podría haber jurado que lo había
pensado.—
—Pero te oí,— le dijo suavemente. —Y en ese momento supe que podía confiar en ti.
Cuando nunca podría estar seguro de otra persona, podría estar seguro de la niña que me
observaba desde la oscuridad.— Hizo una pausa, recordando esa pequeña niña que
había sido Chelsea. Tan lleno de risas y vida. —Yo no había conocido mis instintos
animales antes, entonces no entendí que en ese momento algo tan único había sucedido.
Esos instintos habían despertado por un momento. Sólo el tiempo suficiente para
reconocer lo que una Casta de diecinueve años no tenía idea de cómo entender. El
animal dentro de mí te reconoció. Esos instintos sabían que tú eras mi compañera.—
Ella permanecía en silencio durante largos momentos.
—No tienes que decir eso...— susurró ella, pero él pudo sentir su necesidad de creerle.
Cullen soltó una risa burlona.
—¿En mi boda?— preguntó divertido, cuando no lo había sido entonces. Había estado
condenadamente confundido. —Claramente te oí que me llamas un tonto.—
Ella alzó su cabeza, conmoción rodeando sus ojos, separando sus labios.
—Y, Chelsea,— le dijo suavemente. —Sé mucho más acerca de ti que sólo la forma de
darte orgasmos.—
Sus labios se separaron cuando ella lamió las curvas nerviosamente, y él pudo ver su
necesidad de entender cómo él había sabido lo que estaba pensando.
Justo cuando pensaba que había encontrado una forma de explicarlo, su teléfono sonó
con un tono exigente, el tono de llamada programado que no podía ignorar.
—Maldita sea,— murmuró.
La diversión y las preguntas persistentes calentaron sus ojos mientras ella se levantaba
del sofá y agitaba al teléfono. —Te esperaré en la cama.—
—Y me apuraré,— le prometió. —Puedes apostarlo.—
Con el teléfono abierto, se lo llevó a la oreja. —Comisario Jenkins, ¿cómo puedo
ayudarlo?—
Capítulo 21
***
-Siempre Vigilante
-Siempre buscando
Cada vista, cada sonido, cada olor que toca sus sentidos es una pieza de información,
un rompecabezas instintivo de las piezas Primal juntas. Siempre está buscando, siempre
esperando, existiendo por una sola razón.
La supervivencia de su compañera...
***
ESTADO DE GRAEME
El informe en su mano ondeó hacia la mesa de metal mientras Graeme se congelaba,
quedándose completamente quieto, el Primal despertándose. Al instante, el doble
vínculo que compartía con Cullen encajó en su lugar; todo lo que su hermano presintió
o sintió en ese momento, Graeme lo supo con una conciencia cristalina.
La furia absoluta y la furia enloquecida del Primal de Cullen luchando contra el
paralizante, totalmente despierto ahora y empujando más allá de la resistencia de la
Casta.
No había tiempo para advertir a su compañera.
Las marcas de Bengala ardían sobre la piel de Graeme, las garras rasgándose a través de
las puntas de sus dedos mientras su fuerza se elevaba a través de su cuerpo y un rugido
resonaba a través de las cavernas.
En cuestión de segundos, una poderosa moto negra disparada a través de la noche, la
criatura que lo montaba enfurecida y salió a buscar sangre. Y conocía los rostros de sus
víctimas y el olor de su malevolencia.
Diablos, debería haber matado a Ranger ya Arthur Holden cuando lo hubiera querido
hace años.
Capítulo 23
Una vez llamado a proteger a su compañera, y dada la libertad por la Casta empujado
hasta el último borde de la esperanza, el Primal no sabrá de misericordia.
Tampoco la Casta.
***
Chelsea se despertó instantáneamente, abriendo los ojos, con una abrumadora sensación
de pánico que la hizo rodar de la cama y caer sin ruido al suelo alfombrado.
La camisa de seda negra que Cullen había usado antes aún yacía arrugada en el suelo
junto a la mesita de noche y su mochila. Sacó el arma automática compacta del bolsillo
lateral de la mochila, la puso a su lado y se apresuró a tirar de la camisa, abrochándola
rápidamente. Afortunadamente era una camisa de manga corta y no tenía que perder
tiempo enrollando las mangas. Agarró los arrugados pantalones de sudadera que yacían
debajo de la cama y se los colocó con rapidez, moviendo la mirada en la oscuridad,
buscando lo que la había despertado.
La contención automática y helada de todas las emociones, especialmente el miedo o el
pánico, mantuvo el ritmo cardíaco regular o casi regular, lo que le permitió oír cada
sonido en lugar de su ritmo acelerado.
Por desgracia, no había nada que escuchar.
La casa estaba tranquila. Y oscura.
El suave resplandor de la lamparita de noche de la cocina estaba ausente, la puerta del
dormitorio parcialmente abierta no mostraba nada más que oscuridad más allá. Y sabía
que Cullen nunca habría apagado esa luz.
Tampoco estaba en la cama con ella. Miró por encima del borde del colchón, sólo para
estar segura, y definitivamente no estaba Cullen.
El conocimiento de que lo que la despertara era peligroso se arrastraba sobre su carne.
Esa sensación le aseguraba que el peligro estaba en la casa con ella.
Sosteniendo su arma cuidadosamente a un lado de su muslo, se deslizó silenciosamente
hacia la puerta parcialmente abierta y dejó que su mirada se deslizara hacia lo que podía
ver en el vestíbulo.
¿Dónde estaba Cullen? ¿Por qué no estaba en la cama con ella?
No la habría dejado sola y habría ido a ninguna parte sin ella. Era demasiado protector,
demasiado posesivo.
Entonces, ¿dónde estaba?
Manteniéndose completamente en silencio y permitiendo que su mirada se ajustara a la
oscuridad, Chelsea se acercó al piso antes de deslizarse por la estrecha abertura entre la
puerta y el marco. Cualquier movimiento de la puerta alertaría a un intruso de que
estaba despierta y quería asegurarse de que los viera primero.
Una vez en el pasillo, ella permaneció agachada en el suelo, observando la oscuridad
cuidadosamente.
No había sombras ni formas extrañas que pudiera vislumbrar, nada que indicara por qué
las luces estaban apagadas o lo que la había despertado tan rápidamente.
Sólo podía ver parte de la cocina y el salón, y debatió la mejor manera de deslizarse
desde el pasillo. La puerta de la sala estaba más cerca, pero algo seguía arrastrando su
mirada hacia la cocina. Una sensación o un impulso abrumador.
Moviendo su mirada alrededor de la oscuridad otra vez, notó que todo parecía normal.
Si había peligro, y ella estaba segura de que lo había, entonces estaba apenas fuera de la
vista. ¿Pero de qué manera?
En lugar de moverse, se quedó completamente quieta y esperó.
Miraba.
Parte de su entrenamiento para la Casta Clandestina había sido justo esto.
Permaneciendo quieta y silenciosa, inmóvil mientras intentaba superar a sus
entrenadores.
En este caso ella no estaba tratando de superar a nadie tan agradable como sus
entrenadores.
Podía sentir la tensión que lentamente se acumulaba dentro de ella, una garantía de que
quienquiera que estuviera allí fuera estaba esperando también.
¿Dónde estás, Cullen?
El hielo que rodeaba sus emociones amenazaba con romperse cuando no pudo
percibirlo, no pudo sentirlo. Lo que ella sintió en ese momento le dio un escalofrío y el
pánico amenazó con romper el hielo.
Sintió una desenfrenada violencia desencadenada. ¿Qué diablos podría ser eso?
¿Dónde estaba Cullen?
A pesar de que ese pensamiento pasaba por ella, la rapidez del ataque, cuando llegó, la
conmocionó.
El golpe en su cabeza no fue suficiente para golpearla. En cambio, la arrojaron al suelo,
su arma cayó de su mano mientras luchaba por mantenerse consciente.
Un segundo después, unos dedos duros se aferraban al cabello de su nuca, arrastrándola
a sus pies mientras gritaba por el dolor.
—¡Ahí estás, linda muchacha!— sugirió una voz oscura y siniestra, con sus caninos
curvos brillando en la oscuridad mientras los ojos negros brillaban con maliciosos
placeres. —¿Quieres ser mi juguete masticable?—
—Todavía no.— La voz que salió de la oscuridad envió una oleada abrasadora de
traición amarga rasgándola.
El Coyote rápidamente la empujó hacia el hombre que habló: Arthur Holden. Pero de
pie junto a él estaba Theodore Ranger, y en sus ojos vio la promesa de dolor.
—Vamos,— dijo Ranger, asintiendo con la cabeza hacia la puerta trasera. —Antes de
que nos vean.—
El dolor estalló en su cabeza entonces, robando conciencia y esperanza.
Su último pensamiento...
¿Qué le pasó a Cullen?
***
Cullen sintió el súbito silencio de Chelsea. No era como dormir donde podía sentir su
paz o su calma. De repente se fue.
Minutos después se abrió la puerta trasera, los perfumes de las tres personas que
pasaron a su lado se mezclaron con los de Chelsea. La furia que ya se arremolinaba a
través de él explotó con mayor fuerza con los olores que identificó. Arthur y Ranger y
con ellos una Casta Coyote cuyo olor maligno y olor a sangre vieja lo marcaba como
una Casta del Consejo.
A medida que pasaban, llevando a su compañera, la fuerza surgió a través de él, el
poder Primal y la fuerza estallando bajo su carne. Las garras le rozaban las puntas de los
dedos, las rayas ardían sobre su carne y una rabia consumista y loca empujaba lo último
de los efectos del paralizante de su cuerpo.
Distante, se dio cuenta del shock que experimentó Draeger cuando Cullen se puso de
pie de un salto y se puso en cuclillas. Oyó el sonido de un helicóptero que había
aterrizado justo después de que él cayera y estaba encendiendo, preparándose para
despegar.
Se lanzó hacia la nave negra y corrió a través de la propiedad detrás de su casa, un
rugido que se desgarraba de su garganta. El helicóptero se levantaba del suelo cuando se
acercó, ganando altura incluso mientras se levantaba, saltando hacia el aparato con otro
rugido enfurecido.
Casi consiguió agarrarlo con un dedo.
Casi.
Un grito de felino destrozó la noche al caer al suelo y el helicóptero se disparó a través
del cielo nocturno, llevando a su compañera con él.
Con los dientes descubiertos, el furioso sonido gutural se desgarró de su garganta,
resonando a través de la noche mientras su gemelo apareció junto a él.
Se habían llevado a su compañera.
—Toma el Runner,— gruñó Graeme. —Ella tiene una placa debajo de su piel y yo
tengo el rastreador. La encontraremos, Cullen. Te lo prometo, la encontraremos.—
***
Chelsea despertó lentamente, luchando contra el dolor nauseabundo en su cabeza.
Arthur y Ranger no se habían preocupado por el daño, ¿verdad? Ella podía sentir su ojo
ya hinchándose, palpitando horriblemente junto con su cabeza.
Conmoción cerebral tal vez. Varias magulladuras profundas, nada roto, y estaba
malditamente helado. Por supuesto, no estaba exactamente vestida para pasear por la
noche en el desierto.
—Nuestro pequeño juguete masticable está despierto.— Una siniestra risa envió un
escalofrío corriendo por su espina dorsal. —Pronto llegaremos para jugar.—
Conteniendo un escalofrío, se dijo a sí misma que Cullen estaría allí pronto. Vendrá por
ella tan pronto como se dé cuenta de que se había ido.
—Abre los ojos, perra.— Una patada en su muslo, lo suficientemente fuerte como para
sacar un grito involuntario de sus labios fue recibido con una risa baja.
Chelsea miró a través de la maraña de pelo que le caía sobre los ojos. Cuanto más
esperaban para matarla, mejores eran sus posibilidades de sobrevivir.
Los otros dos Coyotes no estaban solos en el fuego bajo, tomando café, y aquel café olía
casi bien; sentados con ellos estaban Arthur y Ranger.
—Mira qué furiosos están esos ojos,— suspiró Arthur. —Como si tuviera derecho a esa
ira.—
Tenía derecho a su ira. Por supuesto, ella no era la loca.
—Has hecho todo esto increíblemente fácil, Chelsea,— le dijo Arthur, arrepentimiento
llenaba su tono y su expresión. —Aunque en realidad había decidido dejarte vivir, dejar
ir mi ira. Hasta que Cullen se apareó.
Los dos Coyotes sentados en el fuego la miraban con ojos fríos, sin pestañear.
—Cullen te matará, Arthur,— le dijo, su voz sombría. —Nunca te saldrás con la
suya.—
—¿Por qué piensas eso?— La sonrisa sarcástica en su cara era realmente aterradora.
Tomando cuidadosamente todo lo que la rodeaba, Chelsea comenzó rápidamente a
formular la mejor manera de escapar. Sin embargo, sus opciones eran bastante
limitadas.
Arthur estaba junto al Runner estacionado justo detrás de ellos; Ranger estaba sentado
en el capó, sus pies calzados con botas apoyados en la defensa de metal mientras la
miraba con ojos duros y llenos de odio. A su lado estaba otro Runner, las luces de
circulación a los lados del vehículo en realidad encendidas y brillando débilmente en la
oscuridad de la noche.
Había dos Coyotes encorvados junto al fuego, bebiendo café en silencio, sus miradas
encapuchadas mientras la miraban. El tercer Coyote estaba junto al Runner, la
anticipación brillaba en los ojos negros, su cara marcada por las llamas parpadeantes.
—No me contestaste, Chelsea,— soltó Arthur, frunciendo el ceño mientras caminaba
hacia ella, el odio en su rostro haciendo que su estómago se hundiera. —¿Qué te hace
pensar que Cullen me matará? ¿Crees que él sabe que Ranger o yo estuvimos allí? Su
sonrisa era una de triunfo. —Las noticias le llegarán a Cullen en unos días que fuiste
secuestrada por los perros que mataron a la mocosa de los Cerves. Y tu cuerpo nunca
será encontrado. Pero él puede sentirte, ¿verdad?— Su mirada estaba llena de placer
ahora. —Y sabrá el infierno que estarás experimentando. Un infierno que incluso estos
perros sucios no pueden comparar.—
Arthur se perdió la mirada que los dos coyotes le dieron por el insulto. Tenía la
sensación de que podían acabar matándolo antes de que Cullen pudiera llegar, si las
miradas de las dos Castas eran un indicio.
—Él te olerá,— ella le dijo cansadamente. —A ti y a Ranger, a ambos.—
—No es así.— Arthur sonrió, la parpadeante luz del fuego arrojando un tono enrojecido
sobre su expresión mientras se levantaba sobre ella. —Usamos un bloqueador de olor
nosotros mismos. Su animalismo puede estar activo ahora, pero es distintivamente
débil. De lo contrario, habría captado el hecho de que me he quedado en la casa frente a
él durante meses.—
El bastardo estaba loco y era obvio que ni él ni Ranger sabían nada de las castas o cómo
funcionaban sus instintos.
Y esos Coyotes seguro que no los estaban ayudando.
—Puedes renunciar a la esperanza de un rescate,— Ranger le dijo entonces. —Cullen
no tiene ni idea de dónde estás ni quién te tomó. Y en el momento en que los efectos del
paralizante que se le disparó pase, ya te habrás ido lejos.—
Oh Dios. El paralizante era una de las drogas más horripilantes creadas para usar en las
castas mientras estaban en cautiverio.
—Ahora lo está deduciendo,— dijo Arthur en voz baja. —No es tan estúpida como
creíamos.—
Ese paralizante podría durar hasta ocho horas, en algunos casos más. Podría estar
muerta cuando la haya encontrado. O ¿qué dijo? ¿Me habré ido lejos?
No iba a hacérselos fácil a ellos. Ella tendría su oportunidad, se prometió a sí misma, y
en cuanto más se distraigan alrededor, mayores serán sus posibilidades de realmente
conseguir escapar.
No sería fácil, pero tomaría todo lo que pudiera conseguir.
—Te matará de una manera más dura, Ranger,— le advirtió. —Cullen confiaba en ti.—
—Claro que lo hizo.— Ranger se encogió de hombros, sin afecto alguno. —Me aseguré
de ello cuando tu tío Ray nos contó lo que era. Si su condición de Casta cambiaba,
entonces necesitábamos saber que los soldados del Consejo pudieran readquirirlo.—
No había manera de ocultar su sorpresa.
—Sí, el Consejo de Genética.— Arthur sonrió cruelmente a su mirada. —Cubrir
nuestras huellas cuando Ray murió no fue fácil. ¿Realmente crees que fue el único que
vio a esos cabrones? Su Casta Clandestina es buena, pero el Consejo es mejor, y han
estado sobre él desde hace mucho más tiempo. Nunca podrías adivinar a los hombres y
mujeres con los que te encuentras casi todos los días, que forman parte de una red muy
organizada para rastrear a esos malditos animales y a los idiotas que los apoyan.—
Los Coyotes se miraron el uno al otro, sus expresiones parpadeando con disgusto. No
les gustaba que les llamaran animales. Vaya, vaya.
—Cuando te hayas ido, su mente atormentada por ese pequeño regalo que tienes de
comunicarte con él, especialmente mientras estés gritando de agonía, apuesto, entonces
que tendremos nuestra venganza. Cuando estemos cansados de atormentarlo, entonces
lo sacaremos. O el Consejo vendrá por él.— Ranger sonrió, la idea evidentemente le
daba una gran satisfacción.
—Lauren realmente no quería que Cullen saliera lastimado.— Arthur suspiró, su voz
entristecida mientras él la miraba. —Ella tenía un buen corazón a pesar de su traición.
Sin embargo, pudo haberla salvado, pero él la dejó morir en su lugar. Tiene que pagar
por eso.—
Chelsea sacudió la cabeza desesperadamente. —Él la habría salvado si hubiera
podido.—
La furia instantáneamente transformó el rostro de Arthur. —¿Cómo podría salvarla
cuando tú te rehusaste a permitirle que lo hiciera?— exclamó, enfurecido.
Antes de que pudiera evitar el golpe, él le dio la vuelta con suficiente fuerza para
arrojarla a un lado, su boca se llenó de sangre mientras las ondas de mareo comenzaron
a recorrerla.
—Sabía que eras la razón por la que no la quería. Sabía que eras su compañera.—
—Tenía doce años,— jadeó, escupiendo débilmente sangre y tratando de respirar a
través del dolor.
Oh Dios, eso dolía. Eso dolía tanto.
—Tú eras y sigues siendo nada más que una maldita puta,— gritó Arthur. —Ella supo
cada vez que él podía sentirte. No lo dejabas ir. Ni siquiera el tiempo suficiente para que
él la salvara.—
Su pie se conectó con su cadera, y la agonía que rayaba a través de ella sacó un grito
ronco de su garganta. El dolor destrozó sus sentidos, haciendo que su estómago se
revoloteara.
—Basta, Arthur,— ordenó Ranger. —Deja algo para que tus perros puedan masticar
después o se sentirán engañados.—
—Ella merece pagar.— Su aliento entraba y salía de su pecho. —Si lo hubiera dejado
solo, Lauren habría vivido.—
Chelsea luchaba para no desmayarse. Olas oscuras de agonía continuaban rodando a
través de sus sentidos, haciéndola preguntarse si se había roto la cadera.
—Las Castas nunca se aparean con niños,— se burló uno de los Coyotes. —El animal
no respondería a una mujer que es físicamente incapaz de soportar el calor.—
—Lauren sabía que la quería...—
—Eso suena como un problema personal para mí.— El otro Coyote se rió. —No me
importa lo que hizo la perra, sólo quiero asegurarme de que todavía tenga un poco de
lucha en ella para cuando sea nuestro momento para jugar.—
—Y te preguntas por qué los llamo perros, Ranger,— se burló Arthur, alejándose de
ella.
—No dije que me preguntaba por qué.— Ranger se rió. —Dije que un día uno de ellos
acabará matándote por ello.—
Ella deseaba que lo mataran ahora.
¿Dónde estaba Cullen? Realmente necesitaba que se diera prisa y que la rescatara ahora.
Si no se apresuraba, entonces podría no sobrevivir la noche.
¿Qué esperaban de todos modos?
Chelsea luchaba contra los estremecimientos amenazando con desgarrar su cuerpo.
Estaba demasiado fría para contener los temblores profundos, y eso hacía más difícil
reprimir el dolor. La camisa de Cullen y sus finos suéteres de algodón no eran de mucha
protección.
—¿Qué hora es?— se apresuró a decir Arthur. —¿No han contactado todavía?—
Ellos. El Consejo de Genética. Tenía que encontrar una forma de alejarse de ellos; no le
quedaba mucho tiempo.
—Aún no,— respondió el tercer Coyote. —No deberían tardar mucho más tiempo.
Primero tuvieron que hacer una parada.—
Cullen le había dicho que al Consejo de Genética le encantaría poner sus manos en una
compañera de Bengala. Y parecía que Arthur pretendía darles una.
—No te saldrás con la tuya, Arthur.— Ella tuvo que tragar la necesidad de vomitar. —
Cullen se asegurará de ello.—
—Cullen estará demasiado ocupado llorando por su compañera.— Se rió alegremente.
—En realidad, es mucho mejor que matarte como había planeado. De esta manera,
Cullen sufrirá como Ranger sufrió. Terran sabrá del infierno que he vivido, y tú
conseguirás pagar la muerte de Lauren. Funciona maravillosamente. Una vez que el
científico del Consejo que está llegando confirme el apareamiento, tú serás llevada a
una de sus instalaciones. Ese será tu castigo y el de Cullen por dejar morir a mi hija.—
Él estaba loco.
Chelsea lo miró sorprendida.
—Arthur, no hagas esto.— Ella no podía creer el mal horrible que salía de su boca. —
Lauren no hubiera querido que hicieras esto.—
—Lauren está muerta, Chelsea,— dijo brutalmente. —Ha estado muerta por mucho
tiempo y he esperado el tiempo suficiente para asegurarme de que Cullen pague por
ello.—
No lo convenció. Podía ver la locura brillando en sus ojos.
Te quiero, Cullen. Cerrando los ojos, Chelsea envió el pensamiento, con la esperanza de
que tuviera razón al sentir la más fuerte de sus emociones.
Giró la cabeza para mirar las piedras detrás de ella cuando se dio cuenta de que las rocas
donde había estado descansando antes del golpe de Arthur eran más oscuras, profundas
sombras que se extienden detrás de ellos. Sus ojos se estrecharon, dándose cuenta de
que detrás de las rocas había en realidad lo que parecía ser una pequeña entrada en la
pared del cañón poco profundo donde la habían traído.
Arrastrándose de nuevo a una posición sentada contra las rocas, ella tuvo que aguantarse
de desmayarse mientras el dolor se le disparaba de su cadera, estallando mientras que
ella luchaba por levantarse.
Recostada contra las rocas, bajó la cabeza e inspiró profundamente, observándolos
desde debajo de las pestañas.
Si tenía suerte, realmente suerte, tal vez era lo suficientemente profunda como para
poder deslizarse dentro de ella y la estrechez de la entrada podría ocultar su olor.
Graeme había dicho que la terapia hormonal que él le inyectó tenía un bloqueador de
olor añadido, que no ocultaría completamente su olor, pero no llegaría tan lejos.
Sólo necesitaba que se distrajeran por un minuto, eso era todo.
Sin embargo, en lugar de distraerse, el más tranquilo de los tres Coyotes nunca apartaba
su mirada de ella. Cada vez que ella dejaba que su mirada se dirigiera al fuego y a la
cafetera que estaba sentada en las rocas junto a ella, se daba cuenta de que él la estaba
mirando.
El otro Coyote se había apoyado contra una roca, con los ojos cerrados; el tercero se
paró con Ranger. Arthur se paseaba o se paraba de espaldas a ella y hablaba con Ranger
mientras el joven descansaba contra el parabrisas del Runner.
Su mirada volvía al café. Estaba oliendo mejor a cada minuto, y el olor se movía hacia
ella, burlándose de ella con el conocimiento de la calidez que sostenía.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que estaba realmente a favor de ellos. Si lograba
deslizarse detrás de las rocas detrás de ella y pasar por la entrada oculta que se extiende
hasta la pared, entonces su olor podría estar escondido lo suficiente como para poder
salirse con la suya.
Deslizando su mirada hacia el fuego una vez más, vio que el más alto de los Coyotes
llenaba su taza de café, luego golpeaba el hombro de su compañero con un comentario
risible. El otro dio una risa baja y aprobadora mientras el Coyote se alejaba del fuego
hacia ella.
Arthur y Ranger miraron el movimiento, luego volvieron a la conversación.
De los tres Coyotes, el que se acercaba a ella era de lejos el más peligroso. Los
músculos altos y con cordones se movían bajo sus pantalones de color caqui y su
camisa, y su mirada era penetrante. Sus ojos no eran negros, ella no lo creía, pero
dudaba que tuvieran alguna misericordia tampoco.
—Oye, hombre, dale por mí,— gritó el Coyote con Ranger, riendo. —Le daré algo por
ti más tarde.—
Oh Dios.
Deteniéndose junto a ella, el Coyote se encorvó sobre sus rodillas, el café humeante
sostenido entre sus manos.
—Tienes un aspecto frío.— Extendió la taza, el borde de metal tocaba sus labios
mientras lo miraba cautelosamente.
Él asintió con la cabeza hacia la taza. —Vamos, antes de que sospechen y Holden
decida venir y ver lo que estamos haciendo.—
Apretó la taza un poco más firmemente contra la costura de sus labios y la inclinó
cuando se separaron. El líquido caliente cayó sobre sus labios y sobre su lengua. El
calor húmedo fluyó de la taza, y mientras ella tragaba ella juraba que sentía el calor
hundiéndose en su cuerpo.
Deteniéndose brevemente, él esperaba, le daba vueltas a la taza y le daba más, dejando
que ella sorbiera ávidamente hasta que no le importara que pudiera probar el
descafeinado. Estaba tan fría que a ella no le importaba si era descafeinado o no,
necesitaba el calor.
—Vamos, perro, haz que el espectáculo sea interesante, hombre,— dijo el otro Coyote.
—Sé lo tímido que puedes ser.—
Los duros labios se curvaron ante la risita de detrás de él.
—¿Puedes correr?— le preguntó, su tono tan bajo que apenas podía oírlo, y la pregunta
la sacudió.
Retiró la sorpresa y la empujó detrás del hielo. Estaba a favor del otro Coyote, pero era
mejor no arriesgarse.
—La cadera,— murmuró. —No voy a ser rápida.—
—Bastardo.— La maldición era un siseo silencioso e insultante.
—¿Quién eres?— preguntó, mirando al fuego mientras el otro Coyote se paraba con
Ranger y Arthur ahora, obviamente regalándoles una historia.
—No te preocupes por quién soy. Ahora aquí es cómo vamos a hacer esto.— Él
mantuvo su mirada en la suya, con intención, exigente. —Y tienes que hacer
exactamente lo que te diga.—
—¿Por qué me ayudas? Has matado a Louisa,— le acusó con dolor. —¿Por qué me
ayudas y no a ella?—
—Ni yo ni mi compañero.— Algo frío y vicioso brilló en su mirada. —Pero eso ellos
no lo saben. Si quieres vivir, cállate y presta atención.—
Ella se calló.
Capítulo 24
Una vez libre, el Primal rastreará a su compañera o a su enemigo, hasta los extremos
de la Tierra si es necesario. Y Dios ayude al enemigo si lo encuentra con la compañera
del Primal.
***
7
chaqueta Thinsulate
Al instante pudo ver. No tan bien como si estuviera afuera, pero podía ver para
encontrar los calcetines acolchados que llevaba con las finas zapatillas que se doblaban
fácilmente en su mochila. La chaqueta que ella se puso a través de sus brazos lo más
rápido posible, cerrándola hasta su cuello.
Su arma había sido empujada en el bolsillo lateral, todavía cargada y asegurada lista
para disparar. Había píldoras de dolor en el fondo de la mochila, pero las dejó en su
lugar. Todavía le dolía, pero el dolor no era insoportable como para alterar su
capacidad de pensar. Y podía caminar, si no con gracia, al menos no con la asombrosa
debilidad que causaba el dolor.
Segundos después, ella se deslizaba de la boca de la cueva justo cuando el primer rugido
enfurecido de un tigre gritaba a través de la noche, seguido rápidamente por el segundo.
La noche se encendió como fuegos artificiales explotando demasiado bajo del suelo.
Las armas automáticas rompieron la tranquilidad pacífica, iluminando la entrada de la
cueva con rápidos destellos de luz que hicieron que Chelsea se apresurara a acercarse.
Había mucho por donde esconderse, se aseguró, pero no iba a dejar que Cullen y
Graeme tuvieran toda la diversión para ellos solos. Ahora maldita sea, eso no era
necesario.
Con ese pensamiento, la violencia que explotaba a través de la noche sacudía la tierra
con el trueno de Runners de gran alcance repentinamente disparando de la nada, junto
con las explosiones de armas automáticas descargando suficiente munición para
suministrar una pequeña guerra. Que era lo que parecía que estaba pasando. La noche
había estallado en una guerra, y la estaban dejando fuera de ella.
Maldición.
***
Cullen vislumbró a Ranger y Arthur corriendo hacia el afloramiento de peñascos y rocas
frente a la entrada del cañón cuando los soldados del cartel se arrastraron desde la
noche, la esposa de Graeme, Cat, liderando la batalla con el rugido de una Bengala que
debió haber hecho a su pareja orgulloso.
Ranger arrojó su rifle al polvo, saliendo corriendo y dejando a Arthur a que se
apresurara tras él, su cuerpo envejecido era incapaz de mantener el paso, sin embargo
hacía un valiente esfuerzo.
Graeme estaba en medio de los soldados de la Casta que se lanzaban del helicóptero.
Doce bestias de ojos duros y salvajes que no tenían otra intención más que tener éxito.
Sin embargo, su intención y la del Primal de Graeme estaban en desacuerdo, y como de
costumbre, Graeme terminó la pelea con un grito felino victorioso que resonó a través la
noche.
Pudo haberle llevado más tiempo de lo habitual, y Cullen estaba bastante seguro de que
recibió al menos una bala.
Vio a Chelsea, todavía cojeando pero segura, cubierta por varios de los soldados de
Samara Cerves mientras salía de la boca del cañón. Segura. Gracias a Dios, su
compañera estaba a salvo. Aunque ella estaba en ese momento buscándolo a él.
Tenía un pequeño asunto de que encargarse primero.
Se movía perezosamente por la noche, siguiendo el olor del pánico y el miedo, un
gruñido tirando de sus labios. Y como él esperaba, se enfrentó a Ranger primero.
Obstinado, con los ojos llenos de odio, trató de saltar de la oscuridad en un ataque
sorpresa.
Su brazo rodeó el cuello de Cullen, tratando de alejarlo de sus pies mientras permanecía
quieto, paciente, hasta que el otro hombre cayó al suelo, con las piernas dobladas debajo
de él. Volviéndose, Cullen lo miró fijamente. La sangre que había olido en Ranger era
un resplandor brillante y vivo en su hombro derecho y en su lado izquierdo.
Podía sobrevivir a las heridas, Cullen lo sabía, pero aún tenía otra herida con la que
lidiar.
—Yo la amaba,— gritó de repente Ranger. —Primero fue mía. Mía. No mereces ser
feliz, la dejaste morir.—
—No la dejé morir,— dijo simplemente Cullen, la mordida Primal en su voz y su
aspecto más salvaje hacía que Ranger se estremeciera. —Simplemente me negaba a
aparearme con una mujer que no amaba, y alguien que sólo buscaba usarme para vivir.
Lauren llegó a la paz con eso antes de morir, y yo creía que tú lo habías hecho
también.—
Ranger negó con la cabeza, sollozando. —No olvidaré que la dejaste morir. No lo haré.
Tú y esa perra...—
Romperle el cuello era un asunto sencillo.
Cullen lo hizo sin emoción, sin remordimientos, aunque no tenía ninguna duda de que
cuando lo viera a través de los ojos de Chelsea, conocería el remordimiento. Conocería
el remordimiento, pero también sabría que su compañera estaría a salvo del odio
irracional del hombre.
Mientras retrocedía del cuerpo, su mirada se alzó. Arthur salía de detrás de uno de los
afloramientos más grandes de roca, la delgada luz de una media luna brillando sobre el
cañón del arma que sostenía en ambas manos.
—¡Mírate!— El temor y el terror se mezclaban con el odio y los impulsos psicóticos
que hacían estragos a través de su antiguo suegro. —Eres un monstruo.—
Cullen gruñó, un sonido bajo y salvaje que hizo que los ojos de Arthur se ensancharan y
lo hicieran temblar.
Tú eres el monstruo,— le aseguró al otro. —Yo soy tu verdugo.—
Cuando disparó el arma, Cullen corrió hacia un lado y se lanzó contra el hombre mayor.
La bala voló sin peligro. Antes de que golpeara la roca donde Cullen estaba parado, el
otro hombre cayó de rodillas, su mirada sin vida ahora, el profundo boquete en su cuello
le cortaba la vida antes de que sus rodillas golpearan la tierra.
Cullen se dio la vuelta estando en cuclillas como aterrizó, observando
desapasionadamente mientras la forma rota y sin vida caía al suelo a su lado, la sangre
se filtraba lentamente en la tierra debajo de él. Entonces levantó la mirada y se encontró
con los ojos amorosos y compasivos de su compañera.
Su arma bajaba a su lado y un suspiro pesado susurraba más allá de sus labios mientras
miraba fijamente a los dos hombres, sus cuerpos aún muertos, su amenaza silenciada
por siempre.
—Se habrían asegurado de que nunca estuviéramos a salvo,— le dijo ella sin
arrepentimiento, aunque el dulce olor de su compasión fluía sobre él, limpiando la
mancha de la muerte de sus sentidos. —A lo mejor ahora están en paz.—
Realmente no le importaba si estaban o no. Ya no eran una amenaza.
—Graeme y Cat se están gruñendo entre ellos de nuevo porque ella quería pelear contra
uno de los Coyotes,— le dijo, cojeando hacia él lentamente. —Él no la dejó y ahora ella
está enojada. Debemos salir ahí. Creo que ella lo va a morder.—
Cullen saltó hacia ella y la lanzó a sus brazos mientras en la oscuridad sus labios
tocaban los suyos, la rabia finalmente alejándose de su mente, las rayas ardientes que
había sentido sobre su cuerpo estaban enfriándose, desapareciendo mientras los brazos
de ella se aferraban a su cuello, sus labios encontrándose con los de él y su amor
envolviendo sus sentidos.
Estaba en casa, pensó. Finalmente, irrevocablemente, había encontrado su hogar.
Los miembros del cártel de Cerves hicieron la limpieza en el claro de la entrada del
cañón, sus duros ojos y sus caras más duras mientras Graeme y Cullen arrojaban los
cadáveres de Ranger y Arthur al lado de las Castas muertas del Consejo que habían
conocido al enfurecido Bengala con un exceso de confianza, pero una severa falta de
fuerza y pura astucia por igualar.
Justo afuera del centro de la conmoción, el negro y furtivo helicóptero estaba sentado,
ominosamente silencioso. El piloto estaba medio adentro, medio fuera de la cabina, su
sangre manchaba la tierra debajo de él. En el otro lado, el copiloto todavía estaba
sentado en su asiento, una herida de bala en el centro de su frente.
Del otro lado de la conmoción Samara, Juan y Esteban se movieron rápidamente en
posición, con las armas listas, cuando Esteban agarró la empuñadura de la puerta y la
abrió rápidamente.
Samara miró fijamente dentro del helicóptero, algo dentro de ella giró con tanto dolor
que fue todo lo que pudo hacer para retener un grito de rabia agonizante.
La niña, en realidad, no podía tener más de cinco o seis años. Estaba atada de pies y
manos, desnuda, con largos cabellos negros enredados alrededor de su rostro demasiado
delgado, sus brillantes ojos verdes llenos de pánico y mirándolos con aturdido asombro.
Con ella, la científico que Graeme había exigido tener posesión estaba inconsciente,
pero viva, desplomada contra el lado del asiento en el que se sentaba.
La niña, sin embargo, estaba muy despierta y llena de tanto temor que sus ojos
rompieron el corazón de Samara.
Tomando una manta que había visto doblada debajo del asiento, Samara, rápidamente
comprobó si había ojos que los observaran antes de envolverla con rapidez alrededor de
la niña, levantándola entre sus brazos y luego volviéndose hacia Esteban.
—Ellos se llevaron a mi bebé,— siseó, decidida, la protección feroz que ella no podía
controlar surgiendo a través de ella. —Ésta es mi hija. Tómala ahora y asegúrate de que
nadie la vea.—
—Samara.— La compasión llenó su voz, pero ella pudo ver la duda comenzando a
nublar sus ojos.
—¡Ahora!— Exigió ella. —Nadie puede saber de dónde vino. Tómala ahora.—
La voz de la Reina de la Sangre; había perfeccionado esa voz cuando ella era sólo una
niña.
—Vete,— le ordenó Juan con firmeza, su tono no admitiría negativas.
Contemplando a la niña, Esteban sintió a la niña temblar, duro, temblores viciosos, sus
bellos ojos llenos de tanto miedo que no pudo soportarlo.
Asintiendo bruscamente, se dio la vuelta y corrió hacia el Runner que había conducido,
la ató con correa en el asiento del pasajero y luego, activando el modo sigilo y
deslizando los anteojos de visión nocturna sobre su cara, entró silenciosamente a la
noche y se dirigió hacia el complejo.
Mirando fijamente a la científico, su mirada fría y dura, Samara se debatía si matar a la
perra pero sabía que ella podría ser una herramienta de negociación también.
Necesitarían a alguien que entendiera la fisiología única de las castas para asegurar que
la niña siguiera sana, y Graeme quería a esta mujer.
No habría manera de ocultar a la niña de él, pero tenía la sensación de que Graeme no
pensaba exactamente con la misma razón que otras Castas, incluso de su hermano.
Si no podía negociar con él, se aseguraría de que la niña desapareciera.
Pero esta mujer no se parecía a una científico, pensaba, dando finalmente una mirada
más atenta a la forma inconsciente. No tenía más de veinte años. En realidad, ella se
veía muy familiar.
Demasiado, demasiado familiar.
El mundo conocía a ésta jovencita, ésta Casta que no debería haber estado aquí en este
helicóptero.
—Dulce Dios,— susurró, apartando la multitud de pesados rizos negros y mirando el
pálido rostro de la muchacha.
—Traigan a Graeme,— dijo bruscamente mientras dos de sus soldados rodeaban el lado
del helicóptero. —Traiganlo ahora.—
El soldado se apresuró a alejarse cuando Samara sintió un pesado, oscuro
presentimiento barrer sobre ella.
No era una científico.
Delicada, muy frágil, y como la niña, con las manos atadas detrás de ella.
—¿Samara?— Graeme caminó alrededor de la nave, su esposa a su lado mientras
Cullen se unía a él, ayudando a Chelsea mientras ella cojeaba a su lado.
Se trasladaron a la entrada del avión cuando Samara se apartó.
—Ésta es la única mujer aquí,— Samara le informó, el asombro todavía la llenaba. —
Dime que no es quien creo que es.—
***
Cullen se acercó a la puerta del helicóptero y se acercó a su hermano, con el choque
resonando a través de él.
No era posible.
Tomó su olor rápidamente y supo quién era. ¿Cómo diablos los soldados del Consejo
habían conseguido secuestrar a ésta mujer?
—¿Cassie?— La voz repentinamente aterrada de Chelsea rebotó en la noche mientras se
esforzaba por subir al interior del helicóptero. —Oh, Dios mío, Cullen, déjame entrar.
¿Cassie?—
¿Cassie Sinclair?
Miró a su hermano, viendo los ojos entrecerrados, el destello de sus fosas nasales.
—Sácala de allí,— gruñó Graeme de repente. —Llévate a Chelsea ahora mismo.—
Cullen no esperó preguntas; él simplemente la agarró por la cintura y la arrastró hacia
atrás a pesar de sus luchas, sosteniéndola contra él mientras Graeme se acercaba a la
inconsciente joven.
Su olor era el de Cassie, con sólo la más leve y sutil diferencia.
—¿Graeme?— Cullen le preguntó suavemente, la sospecha repentinamente flameando
dentro de él.
Graeme sacudió la cabeza, su mirada se volvió hacia Cullen.
—No es Cassie,— dijo.
Chelsea se congeló a su lado. —Por supuesto que es Cassie,— le espetó. —¿Quién más
podría ser?—
¿Quién más? Graeme pensó cautelosamente, pero no era quien parecía ser.
—Esa no es Cassie Sinclair,— repitió Graeme, señalando a la mujer inconsciente. —
Esa es su gemela.—
Mientras hacía el anuncio, el suelo retumbaba al sonido de tres helicópteros sigilosos
que oscilaban sobre el área.
—Aquí les habla el Director Breaker, de Asuntos de la Casta del Oeste. Retírense para
aterrizar. Repito. Este es el Director Breaker, Asuntos de la Casta del Oeste, retírense
para aterrizar.
El anuncio hizo que los ojos de Cullen se estrecharan, un gruñido retumbando en la
garganta de Graeme y Samara Cerves maldiciendo un reguero azul.
—Voy a arrancarle la cabeza,— gruñó Graeme. —Y se lo meteré en el culo.—
Volviéndose, vieron cómo la nave aterrizaba. Las puertas se abrieron, derramando a tres
docenas de agentes y al director de la oficina de Asuntos de la Casta de Window Rock.
Avanzando hacia ellos, Rule, Lawe y sorprendentemente sus compañeras se
precipitaron hacia el helicóptero.
—He oído que tenemos una científico para recolectar,— ordenó Rule, con los ojos
entornados mientras tomaba la expresión de Graeme.
—En realidad,— gruñó Graeme. —No lo haces.—
—Vamos, Graeme.— Rule sonrió consoladoramente. —Sabes que no puedo dejar que
te la quedes. Tuvimos un informe que estaban volando cerca y hemos estado
buscándolos toda la noche. —
—No hay ninguna científico,— gruñó.
—Maldita sea, Graeme, no estoy de humor para pelear contigo...—
—Jódete, maldito gato sarnoso.— Graeme se apartó, la frustración en su tono
inconfundible. —No hay un maldito científico.—
Rule y Lawe se acercaron a la entrada del helicóptero, y se congelaron.
—La acabo de dejar en las oficinas.— Asombro rugía en su voz. —Cómo carajo...— Se
volvió hacia los agentes que lo seguían. Póngase en contacto con Jonas. ¡Ahora!— Se
volvió y miró a la inconsciente joven. —No hubo informes de ataque...—
—No es Cassie, Rule.— Chelsea agarró su brazo con fuerza. —Esa no es Cassie.—
—Esa es Cassie,— dijo Lawe bruscamente. —Ya sabes...—
—Es su gemela, maldita sea,— gruñó Graeme, un sonido áspero y salvaje lleno de
impaciencia. —La bruja tiene una gemela...—
Rule se acercó. Entrando cautelosamente en el interior, extendió la mano y
cuidadosamente apartó los largos rizos que se derramaban alrededor de su pálida cara.
—Ella huele como ella,— él protestó, su voz todavía con asombro.
—Hay una diferencia.— El tono perverso de Graeme fue seguido por una maldición
viciosa. —Confía en mí, está ahí.—
Lawe se unió a su hermano y se agachó frente a la chica, mirándola fijamente, sus
expresiones eran de incredulidad.
—Traigan al doctor aquí,— dijo Rule a su hermano, sin apartar los ojos de la cara de la
muchacha. Contacta a Jonas tú mismo. Envía a todos los agentes de vuelta, pero no a los
cuatro más confiables. Quiero una tapadera en esto.— Se volvió para mirar a Samara
con ojos penetrantes y azules.—
Ella sacudió su cabeza. —Nadie ha visto esto, excepto los que estamos aquí ahora,— le
dijo en voz baja. —El helicóptero estaba vacío, excepto por los soldados del Consejo.
No había científico. Te lo juro.—
La miró durante varios segundos más antes de asentir bruscamente, con la mirada fija en
su hermano, Lawe, cuando de repente saltó del interior y se apresuró a ver a los agentes
que esperaban.
—Mierda.— Rule se volvió hacia la chica, moviéndose más adentro del cómodo
interior, mientras Diane Justice y Gypsy Breaker se subían a su lado.
—Secundo eso,— murmuró Diane. —Prepárate para la explosión. Vamos a ver a Dash
Sinclair entrar en erupción y Jonas derretirse. No va a ser bonito.—
No va a ser para nada bonito.
Envolviendo sus brazos alrededor de su compañera, Cullen se movió del helicóptero; el
deseo de llevarla a algún lugar seguro, a algún lugar a salvo, era una necesidad que no
podía ignorar por más tiempo.
—Vamos,— gruñó Graeme. —Que estos bastardos limpien. Regresaremos a la finca.
Ustedes pueden tener su suite en la casa o la que está en las cavernas. Elige tu opción.—
Cullen le lanzó una mirada divertida. Estaba de nuevo en el modo hermano mayor.
—Aguántate,— gruñó Graeme. —No estoy de humor para tu mierda de soy-un-chico-
grande ésta noche. Vámonos.—
—Toma nuestro Runner, hay cuatro asientos.— Juan asintió con la cabeza al vehículo
todavía estacionado donde lo habían dejado entre ellos y los helicópteros de la Oficina.
—Lo recogeremos más tarde, estoy seguro.—
Sería mucho más tarde, pensó Cullen, balanceando a su compañera en sus brazos,
manteniéndola apretada hasta llegar al Corredor.
La propiedad de Graeme estaba más cerca, pensó.
Eso funcionará.
Funcionará perfectamente.
Epílogo
Hermano, cuando tu primal haya surgido, ruego que tu pareja ya haya atravesado
cualquier peligro que la haya acosado. Con el apareamiento, el Primal de Bengala no
puede permanecer enjaulado. Recesivo o activo, el Primal regresará a su lugar bajo la
piel.
Con tu Primal libre, tu pareja a tu lado, sabrás que incluso en forma Primal, incluso en
mi más brutal, todavía el pensamiento de mi compañera no era lo único que me
conducía. La idea del hermano que sacrificó el consuelo de su animal durante tantos
años por mí, siempre fue un conocimiento que yo mantenía cerca de mí también.
***
***
COMPLEJO CERVES
Samara estaba allí cuando su bebé abrió los ojos verdes y parpadeó hacia ella.
En los ojos de la niña, había un destello de confusión, de miedo que nunca debió sentir,
nunca debió conocer..
—Ahí está la bebé de mamá,— susurró Samara, su voz ronca, el amor de repente la
inundó, hinchándose dentro de su alma mientras tocaba la mejilla de la niña.
—¿Mamá?— Preguntó la niña, la incertidumbre en su voz trajo lágrimas a los ojos de
Samara. —¿Eres mi mamá?—
Samara limpió los enredados rizos, sus labios temblorosos mientras contenía sus
lágrimas.
—Sí, nena,— susurró ella. —Yo soy tu mamá. ¿Recuerdas tu nombre?
Los pequeños labios temblaban y las lágrimas llenaban sus ojos, la angustia
oscureciendo el color esmeralda.
—Está bien, cariño,— prometió Samara. —Creo que debes haber tenido una caída
desagradable. Tu nombre es Lily, por las hermosas flores que amo. Lily Cerves. ¿Te
gusta ese nombre?—
Lily asintió con la cabeza, las lágrimas secándose, aunque la confusión se mantuvo. —
¿Por qué no recuerdo mi nombre, mamá?—
Samara inhaló, con la respiración atrapada en el baño de emociones y la frágil esperanza
dentro de ella.
—Creo que te caíste y te golpeaste la cabeza, nena.— Samara alivió sus miedos. —Pero
mamá te tiene ahora y no dejaré que te vuelvas a lastimar nunca más.—
Su corazón se derritió, ya amaba a ésta niña, decidida a protegerla de cualquier persona
que pudiera hacerle daño.
—Descansa ahora, mi Lily. Mamá está aquí contigo,— le prometió a la bebé, su Lily.
Pasó los dedos por las mejillas ruborizadas de la niña.
Los ojos de Lily se cerraron, revoloteando contra las mejillas de bebé antes de que el
sueño se posara sobre ella de nuevo.
Fue entonces cuando la Casta, Graeme, salió del rincón sombreado de la habitación, con
la mirada intensa al mirar a la niña.
—Salte del negocio, Samara,— gruñó. —Y ocúltala. Escóndela bien.—
Samara asintió débilmente, apartando el pelo oscuro junto a la mejilla de Lily.
—Lo estábamos haciendo por Louisa antes de que fuera secuestrada,— le dijo en voz
baja. —Sólo queríamos que ella estuviera orgullosa de su mamá y papá. Seguiremos
haciéndolo ahora. Nos quedaremos aquí, en ésta finca. Donde su tío Graeme puede
ayudarnos a cuidar de ella.—
Era un riesgo traerlo aquí, dejándolo ver a la niña, pero no habían podido despertarla. Y
necesitarían a alguien que entendiera su fisiología de casta, en caso de que ella se
enfermara o estuviera herida.
—Podemos cuidar de ella, Graeme,— susurró, desesperada ahora. —Juan, Esteban y
yo, y tú.— Ella no tenía más que esperanza en este punto. —Si la llevamos a las Castas,
entonces el Consejo no dejará de cazarla. De esta manera, nadie sabrá lo que le sucedió.
Quizá incluso los soldados mintieran y ella no estuvo allí.—
Mirando fijamente a Lily, Graeme frenó un suspiro. No era tan simple, pero sólo unos
pocos de los soldados quedaron vivos y no estarían viviendo por mucho tiempo. Tendría
que asegurarse de eso.
Parecía que el Consejo seguía jugando con la genética. Ésta niña era la prueba de eso.
Ésta niña hermosa e inocente era aún más única de lo que Samara sabía. La única forma
de protegerla era ocultándola. Del Consejo y Castas por igual.
Qué interesante, pensó.
Tal vez sea el momento de comenzar otro diario.
Términos de las Castas
Castas: Criaturas de ingeniería genética tanto antes como después de la concepción,
con la genética de los depredadores de la Tierra como el león, el tigre, el lobo, el coyote
e incluso el águila añadido a los espermatozoides y óvulos humanos. Fueron creados
para convertirse en un súper ejército y eran las nuevas ratas de laboratorio para la
experimentación científica.
El Consejo de Genética: un grupo de doce figuras sombrías que financiaron los
laboratorios y la investigación en bioingeniería y mutación genética para crear un ser
vivo de ADN humano y animal, aunque las referencias al Consejo de Genética también
se refieren a individuos afiliados políticos, militares y grupos.
Castas Renegadas: Castas que han declarado no tener lealtades conocidas y existen
como mercenarios siguiendo el mejor postor.
Castas del Consejo: Castas cuyas lealtades aún están con los científicos y los soldados
que los crearon y entrenaron. No dispuestos o incapaces por cualquier razón para
romper el condicionamiento inculcado en ellos desde el nacimiento. Principalmente
razas de coyote cuya genética humana es mucho más dominante que en la mayoría de
las otras castas.
Soldados del Consejo: Sobre todo humanos, aunque a veces castas, soldados que
voluntariamente dan su lealtad al Consejo debido a sus ideales o creencia en el proyecto
y su creencia de que las castas carecen de verdadera humanidad.
Oficina de Asuntos de Casta: Creado para supervisar la creciente población de Castas
y para asegurar que los mandatos de la Ley de Casta sean plenamente confirmados por
las agencias de aplicación de la ley, los tribunales y las comunidades de Razas. La
Oficina supervisa todos los fondos que son pagados por los Estados Unidos, así como
otros países cuyos líderes políticos estaban involucrados con el Consejo de Genética o
cualquier laboratorio en sus países. También investigan discriminación de especies y
crímenes de odio contra Castas y rastrean a científicos, instructores y directores de
laboratorio que han escapado de la justicia de Casta.
Director de la Oficina de Asuntos de la Casta: La posición ha sido mantenida por los
últimos diez años por Jonas Wyatt, un conspirador, calculador y manipulador casta de
león que se asegura que la ley de la casta se sostenga y que todas las castas tengan una
oportunidad de ser libres de encontrar compañeros que asegurarán las generaciones
futuras de la especie de la casta.
Gabinete Vigente de Castas: compuesto por un número igual de castas de felinos,
lobos y coyotes, así como líderes políticos humanos. Gobierna y hace cumplir los
mandatos de la Ley de Casta y supervisa la Ley de Casta en las comunidades de castas
separadas.
Los Puristas y Supremacistas y sus Grupos: grupos de individuos que por razones de
religión, miedo o simplemente sentimientos personales creen que las castas no son
humanas, no más que marionetas creadas a imagen del hombre. Están decididos a
destruir primero la posición pública de las Castas, luego sus vidas. Ellos sueñan con un
mundo donde la genética de la Casta no tenga esperanza, ninguna posibilidad y ninguna
amenaza de infectar a la población humana.
Su discriminación de especies contra las castas incluye, pero no se limita, a lo siguiente:
la captura de castas y parejas de apareamiento para el estudio científico adicional de
cómo debilitarlos o crear una droga que impida la concepción de los niños híbridos;
ataques de la guerrilla contra castas e instalaciones de la casta; protestas públicas y
protestas contra castas, eventos y/u organizaciones benéficas financiadas por la casta;
bombardeos a las oficinas de la Casta, intentos de matar figuras clave de la casta y el
acoso general siempre que sea posible.
Nano-nit: Un minúsculo dispositivo robótico microscópico que se puede conectar a un
error de sistemas de video o audio. Una vez en el lugar adecuado, se puede activar de
forma remota, cuando se desconecta y encuentra la fuente eléctrica más cercana, donde
penetrará dentro y luego seguirá la corriente hasta un impulso eléctrico designado para
cámaras, ordenadores, televisores o cualquier dispositivo de audio/vídeo o Componente
computarizado, y luego comienza a cargar información específicamente programada.
Una vez que el disco duro interno se llena, el nit entonces se desprende y sigue las
corrientes eléctricas una vez más, hasta un punto alejado del lugar original, donde luego
encuentra un dispositivo, cualquier dispositivo con Internet o cargando capacidades y
luego transmite la información a una ubicación que no se puede determinar a menos que
el nit sea encontrado durante el proceso de carga, después de la activación inicial.
Un nano-nit es nombrado así debido a su tamaño y semejanza al huevo del piojo, o
liendre.
No hay seguridad conocida que pueda detectar un nit específicamente, y una vez
activado, es imposible encontrar, detectar o exterminar. Para encontrarlo, el dispositivo
host primero debe ser detectado, luego colocado en una carcasa hermética, libre de
estática, donde un lector de nit se conecta en el dispositivo host. El nit entonces es
activado y hace su manera del anfitrión para buscar una fuente eléctrica. Se mueve
entonces a la firma del lector de nit con el cable de conexión nit, que es un cable
eléctrico abierto que simula la fuente que el nit requiere. Una vez allí, una pequeña
sonda bloquea el nit en su lugar, permitiendo al lector descodificar la programación y
determinar sus comandos originales.
Los nits tienen muy poca encriptación. Debido a su tamaño y los requisitos para el
espacio de carga, la programación se limita a qué cargar y dónde descargar.
Debido a su tecnología específica, un dispositivo host puede ser sólo un transmisor de
audio o video o un virus. El nit es incapaz de funcionar independientemente cuando está
conectado a cualquier otro dispositivo.
Calor de apareamiento: Una reacción química, biológica, feromonal entre una casta y
la casta masculina o femenina o humana que la naturaleza y las emociones han
seleccionado como su único compañero. Se cree que es capaz de aparearse sólo una vez,
aunque, como los científicos de la casta han observado con respecto a otras anomalías
dentro de las castas, la naturaleza está jugando con las reglas de la especie de la casta.
Hasta este punto, la información general sobre el calor de acoplamiento ha sido
contenida. Los tabloides y las columnas de chismes escriben sobre ello, pero no se ha
encontrado ninguna prueba para verificar el rumor de ello. Todavía.
Síntomas del calor de apareamiento: (Casta) Una hinchazón de las glándulas
pequeñas debajo de la lengua y un sabor, a menudo diferente de casta a casta, que
podría ser picante, dulce o una combinación de ambos. Aumento de la excitación. La
necesidad de tocar y ser tocado a menudo por el compañero. Una mayor necesidad de
sexo que resulta en una sensibilidad a cada toque y liberación que aumenta el placer
también.
(Pareja) Una necesidad casi adictiva por el sabor de la hormona de apareamiento
secretada de las glándulas debajo de la lengua de la casta. Una sensibilidad a lo largo
del cuerpo y mayor necesidad de sexo que puede llegar a ser extremadamente doloroso
para la hembra, ya sea humana o de casta. Emociones aumentadas, una incapacidad para
abstenerse de tocar o tener que ser tocado por el otro.
Desert Dragoon: Un vehículo construido con suspensión independiente para recorrer
los terrenos ásperos, rocosos ya menudo desiguales del desierto. Construido de tamaño
grande, y con preferencia a la potencia en lugar de la velocidad, sólido y capaz de
atravesar obstáculos y llevar armas montadas. Equipado con tecnología para acción
furtiva, GPS en tiempo real, comunicaciones satelitales y campos de fuerza resistentes a
láseres y balas que operan por cortos períodos de tiempo y actúan como elementos
disuasorios contra robos.
Ley de Casta: Las leyes que rigen todo esfuerzo legal, contractual, criminal o
empresarial que involucre a cualquier casta o casta afiliada, incluyendo pero no limitado
a esposas, hijos, hermanos, padres, amantes, y la manera en que varios gobiernos de los
países participantes deben tratar con ellos.
Ley de Auto-Garantía: Cualquier casta puede, una sola vez, aceptar castigo o muerte
por cualquier acto criminal que haga que su pareja, hijo, padre u otro pariente asociado
enfrente un castigo que la casta crea que causaría más daño a su pareja o hijo que la
pérdida de la casta causaría.
Híbrido/Casta Híbrida: Un niño concebido naturalmente de una pareja apareada o de
una pareja casta-humana, ya sea apareada o mediante inseminación artificial.