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Curso de Metafisica A Distancia P Alfonso Aguilar 2007
Curso de Metafisica A Distancia P Alfonso Aguilar 2007
E-mail: aaguilar@legionaries.org
Perfil Personal:
Nació en León, España, 1967. Sacerdote católico de la Congregación de los Legionarios de Cristo.
Grados académicos
Licencia en Bioética (Bio.L.), Summa cum laude, Ateneo Pontificio Regina Apostolorum,
Roma, Febrero 2009.
Doctorado en Filosofía (Ph.D.), Magna cum laude, Pontificio Ateneo Regina Apostolorum,
Roma, Mayo 1999. Tesis de doctorado: Diventare filosofo.
Platone e le necessarie predisposizioni per conquistare la verità.
Director: Dr. Guido Traversa, Profesor de la Universidad La Sapienza (Roma) y
del Pontificio Ateneo Regina Apostolorum (Roma).
Licencia en Filosofía (Ph.L.), Summa cum laude, Pontificio Ateneo Regina Apostolorum,
Roma, 1993-1995. Tesina: La volontà di essere. Uno studio sulL’Action (1893) di Maurice Blondel.
Bachillerato en Filosofía (Ph.B.), Magna cum laude, Pontificia Universidad Gregoriana, Roma 1987-89.
Bachillerato en Teología (Th.B.), Summa cum laude, Pontificio Ateneo Regina Apostolorum,
Roma, 1995-1998.
Diploma en Estudios Clásicos, Magna cum laude,
Centro de Humanidades y Ciencias, Salamanca, España, 1984-86.
Curso de Metafisica:
Nos ha servido para ayudar a las organizaciones que trabajan para construir la “
Civilización del Amor.
Para ayudar a luchar contra la “ Cultura de la Muerte” y argumentar desde un
punto de vista racional , la necesidad y el deber, de defender la vida, además de
hacerlo con las herramientas que nos da la Revelación.
Siempre en Cristo.
Introducción
Esperamos que el curso sirva de estímulo para reflexionar sobre temas tan
trascendentales como
«¿Qué es el hombre?
¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar de tantos progresos
hechos, subsisten todavía?
1. El viaje inesperado
Aquel día gélido y sombrío de invierno parecía calcar el alma de Fiódor Mijáilovich.
Era el día más triste de su vida. Era su último día. Tenía tan sólo 28 años. Estaba lleno
de vitalidad y de utopías sociales. Por eso, de hecho, lo conducían al paredón el 22 de
diciembre de 1849.
Haga un comentario sobre el orden y la interrelación de las cosas en este bello cosmos.
3. Un modo de viajar
Los hombres de todas las épocas necesitan metafísica. Todo hombre desea por
naturaleza conocer y ser feliz. Sólo el pasajero que sabe para qué viaja disfrutará su
trayecto. Para descifrar el misterio de su vida o viaje el hombre cuenta con dos grandes
dones divinos o «códigos»: la religión y la razón. Como es un ser racional por
naturaleza, el hombre es un ser religioso por naturaleza. A lo largo de la Historia ha
buscado en su fe religiosa –expresada en una enorme variedad de credos y mitos–
comprender el significado de su peregrinar . Con el mismo fin ha elaborado sistemas
racionales o filosofías. La metafísica, producto de la razón, es una de las dos fuentes que
necesita para saciar su inapagable sed de verdad y de felicidad .
Nunca como hoy los pasajeros del tren de la vida han disfrutado de vagones tan lujosos,
de asientos tan cómodos, de menús tan exquisitos, de juegos tan ingeniosos..., pero
quizás nunca como hoy hayan viajado más aburridos y angustiados. Abundamos en
bienes materiales, pero mendigamos porqués. Muchos medios, ningún fin . Por todas
partes se palpan signos de insatisfacción existencial: aumentan las guerras, las violencia
colegiales y callejeras, los conflictos sociales, abortos, suicidios, alcohólicos y
drogradictos, familias rotas, ideologías malsanas... En tantas y tantas personas, ¡cuánta
soledad, cuánto desamor, cuánto sinsentido, cuánta infelicidad!
¿Por qué?
Con este blanco en la mira presentamos un texto que, desde diversos ángulos, resulta
original. Señalemos a continuación algunas peculiaridades que lo diferencian de otros
muchos.
Todas estas novedades se expresan, de algún modo, en la estructura del texto. Cada una
de las cinco unidades o partes trata de un aspecto específico del sentido de la vida o
«problema metafísico» de la realidad. En la primera unidad afrontamos el problema en
cuanto tal –la pregunta por el significado de nuestro viaje en tren–, relevando el sentido
de la metafísica:
Con esta estructura el curso se distingue por su cohesión interna: hay una unidad
profunda –el problema metafísico– que entrelaza los temas de un modo singular.
Destaca también por su capacidad pedagógica: describe con precisión las cuestiones,
pone de manifiesto su relevancia, define con rigor los términos usados, evitando que el
estudiante los maneje sin comprender exactamente su significado. Se señala, además,
por su apelo a la vida: al revés de otros textos, que comienzan con teorías metafísicas,
nuestro libro inicia siempre cada capítulo con una sección acerca del problema que
impulsó a los filósofos a pensar y proponer esas teorías como soluciones adecuadas; se
invita, así, al alumno a reproducir en sí mismo la experiencia de los filósofos.
Esperamos que el «discurso» del curso sirva de estímulo al estudiante para reflexionar
sobre temas tan trascendentales para el hombre, para la civilización y para la fe
cristiana, así como para iniciar su «conversión» a la «metafísica misma».
La metafísica, de hecho, nos coge por sorpresa. Ella, que se ocupa del porqué último de
todas las cosas, cuestiona ante todo el porqué de los porqués. Todas las ciencias
presuponen que su conocimiento es posible y válido, pero la metafísica, que no da nada
por descontado, carga con la curiosa obligación de mostrar que existe, puede y debe
existir. La metafísica –reflexión sobre «todo»– tiene que reflexionar sobre sí misma,
como parte integrante de ese «todo». Es parádojica. Se pregunta por el sentido de todo
y, así, se pregunta por el sentido de la pregunta.
Antes de plantearse: «¿qué sentido tiene todo?», debe cuestionarse: «¿tiene sentido la
pregunta: “¿qué sentido tiene todo?”»
La segunda pregunta forma parte de la primera. Antes de saber porqué viaja el viajero
debería saber porqué debe preguntarse sobre el porqué del viaje.
A esta delicada cuestión dedicamos la primera parte del curso. No consiste, pues, en una
parte «introductoria», que funge de preámbulo o aperitivo para la «verdadera» materia,
sino que es, en sí misma, materia verdadera. Reflexionar sobre el sentido de la
metafísica es hacer metafísica.
Tres interrogantes concretarán esta reflexión:
Para responder a la primera veremos en qué consiste la metafísica, cuál fue su origen
histórico, cuáles son sus objetos y cómo se relaciona y distingue de las ciencias y de la
fe. En el segundo tema discutiremos la autofundación del saber metafísico, sobre todo a
partir del «problema metafísico», cuya solución –inmanencia o trascendencia–
determina el sentido de la vida. En tercer lugar analizaremos el principio fundante de la
realidad que sirve, por lo mismo, como principio fundante de la ciencia metafísica.
Diagrama estructural
C. El problema metafísico
1. «Metafísicas de la inmanencia»
2. «Metafísicas de la trascendencia»
Bibliografía
Es ciencia, porque cuenta, como todas, con unos objetos –material y formales–
específicos, un método racional propio y una sistematicidad. Aunque abarque a
toda la realidad, la metafísica no puede considerarse, por eso, como una
«síntesis» de todas las ciencias, ya que cada una estudia un grupo particular de
entes a la luz de sus principios, propiedades y causas inmediatos o secundarios,
presuponiendo los últimos o metafísicos (que todo es inteligible, causado,
compuesto de esencia y ser, etc.). Ninguna se pregunta: ¿por qué y para qué
existe todo? Desde el punto de vista de la Causa y Fin últimos, todas las ciencias
juntas explican cómo son las cosas, pero no porqué son. Y un millón de
«cómos» nunca producirá un «porqué».
Dado que se ocupa del sentido último de la realidad, la metafísica es más que
ciencia. Su saber es en cierto modo omni-comprehensivo y vital. No sirve para
conocer «más» cosas –fin de las ciencias puras–, ni para perfeccionar nuestro
bienestar –objetivo de las ciencias aplicadas. Sirve para que el hombre sepa
quién es, cuál es su misión, su origen y destino final, para que sea, en una
palabra, más hombre.
2. La metafísica y la filosofía
3. La metafísica y la fe cristiana
Conclusión
Términos clave
Ente: lo que es, se trate de o delΖuna cosa (libro, rosa) o de una modificación de
una cosa (el tama libro, el aroma de la rosa). Está compuesto del ser o esse (el
principio que lo hace existir) y de una esencia (el principio que lo hace ser lo que
es: libro, rosa, tamaño, aroma).
Autoevaluación
1. ¿Cuáles son las dos formas que tiene el hombre para conocer y dar un sentido
a la vida, –los dos tipos de metafísicas– y en qué se diferencian?
Participación en el foro
Objetivos
Por si fuera poco, la metafísica ha sido, además, objeto de constante asedio por
parte de la filosofía misma. Muchísimos pensadores y corrientes filosóficas se
han esforzado por demostrar, a lo largo de la Historia, alguna de las siguientes
tesis :
Satisfacer la exigencia más apremiante y vital del ser humano no puede ser
pecaminoso, sino, por el contrario, un deber moral. Ahora bien, si se usa la
metafísica para imponer ideologías en la sociedad, manipular a la gente, obtener
los propios intereses, entonces la metafísica deja de ser tal, pues ya no consiste
en la búsqueda existencial de la verdad por sí misma. Deberíamos atacar,
entonces, no a la metafísica, sino a su «máscara», a lo que se presenta
aparentemente como tal.
C. El problema metafísico
Estas y otras razones pueden sintetizarse en una sola: el hombre necesita por
naturaleza resolver lo que se ha llamado el «problema metafísico».
1. Metafísicas de la inmanencia
a. Metafísicas naturalísticas
b. Metafísicas materialísticas
2. Metafísicas de la trascendencia
a. Metafísicas de la participación
b. Metafísicas de proporcionalidad
Conclusión
Términos clave
Absoluto: la realidad que contiene en sí todas las perfecciones y que por eso es
«in-dependiente de» (en latín, ab + solutum, «libre de») todo otro ente. Todas las
metafísicas proponen un Absoluto; la cuestión fundamental consiste en
determinar si éste es intrínseco al mundo en que vivimos (inmanencia) o se halla
«más allá» de él (trascendencia).
Autoevaluación
Objetivos
1. Conocer cuál es el primer principio de la realidad, del conocer y del pensar. Saber dar
razón de porqué es el más básico y universal.
Todas las ciencias basan su investigación en ciertos principios. Las matemáticas parten
de unos axiomas indemostrables; la biología, del principio de la vida y sus funciones; la
física, de la materia, el espacio, el movimiento, la causalidad, etc. La metafísica necesita
también de un principio, que debe acomunar a todos los entes sin excepción. ¿Cuál
será?
No hay ninguna realidad que pueda contradecirse a sí misma, o sea, ser algo y no serlo a
la vez y bajo el mismo aspecto. También Dios aplica el principio en su naturaleza –es en
sí mismo Dios y no creatura– y en su obrar: no puede crear y no crear el universo al
mismo tiempo.
A la luz de este principio todos los hombres de todas las épocas percibimos, sentimos,
razonamos, comprendemos, deseamos, hablamos... No podemos rascarnos y no
rascanos la cabeza en el mismo instante; caminar y, a la vez, correr; decir algo y
callarnos simultáneamente.
Ella es la única ciencia que abarca toda la realidad desde sus últimos principios. Pues
bien, no hay un principio más universal que éste. Todas las demás ciencias lo usan,
dándolo por supuesto. Como metafísicos, nosotros lo hacemos objeto directo de nuestra
reflexión.
Es la ley suprema de las cosas: expresa cómo son, revelan algo esencial de su estructura:
que son determinadas, con un modo concreto de ser, que son coherentes consigo
mismas, y por tanto, inteligibles, no auto-contradictorios. Algo que se contradijera a sí
mismo –un libro que exista y no exista o un árbol que sea rana a la vez– sería totalmente
incomprensible y últimamente impensable.
Al ser ley suprema de la realidad se convierte para nuestra mente en ley primera del
conocer, ya que ella no puede aprehender algo auto-contradictorio. A la luz de este
principio conocemos las cosas. ρίσκω⇓Por eso, la mente se sirve de él como un
principio «eurístico» (ε [jeurísko], «encontrar») para determinar la falsedad de un
discurso cuando éste caiga en contradicción. Así, una religión que afirmara y negara
simultáneamente la existencia de Dios sería contradictoria, antirracional, y, por tanto,
falsa. Por otro lado, cuando la mente reconoce que una opinión es falsa –por ejemplo,
«Dios no existe»–, reconoce a la vez que su contraria es verdadera: «Dios existe».
Conclusión
Términos clave
Principio: un elemento interno que hace que algo sea lo que es o actúe como actúa.
Contradicción: cualquier pensamiento o discurso que afirme simultáneamente dos
proposiciones contradictorias, o sea, dos proposiciones de las cuales una niega a la otra,
como sucede en este caso: «el libro de metafísica existe y no existe».
«Confutación»: también llamado argumento ad hominem, consiste en el modo de
probar una afirmación mostrando en la práctica la imposibilidad o lo absurdo de quien
afirma lo contrario.
Autoevaluación
Participación en el foro
1. La cultura occidental se caracteriza cada vez más por el relativismo, que niega, en la
práctica, el principio de no-contradicción: «nada es verdadero o falso; nada es bueno y
malo; todo es igual, todo está bien». Ponga ejemplos de esta mentalidad relativista a
nivel ético, político, cultural y religioso, analizando, por ejemplo, algunas leyes,
eslóganes, propuestas teológicas, ideas que se manejan en panfletos, periódicos, revistas
o libros.
Introducción
Dedicaremos las siguientes tres partes del curso –segunda, tercera y cuarta unidad– a
cada uno de estos aspectos del problema metafísico –el objetivo, el subjetivo y el
sintético–, respectivamente. Comencemos, pues, con el primer aspecto que versará
sobre «la problematicidad del universo»:
¿El Absoluto, Origen y Fin último de este cosmos, está en el cosmos mismo o fuera de
él? ¿Es este universo todo lo que hay o no?
Esta cuestión nos impele a inquirir en la estructura interna del universo. ¿En qué
consiste este mundo en que vivimos, este paisaje por el que viajamos?
Veremos que todos los entes del mundo se caracterizan por estar en constante devenir o
cambio, dado que están compuestos de acto y potencia (tema 1), que se identifican
siempre con una manera concreta de ser o categoría (tema 2) y una esencia particular,
compuesta de forma –principio universal– y de materia –principio de individuación–
(tema 3), que viene actualizada o puesta en existencia por el acto de ser (tema 4); tales
son los principios que constituyen cada sujeto subsistente, incluyendo a la persona,
síntesis perfecta y clímax de los principios (tema 5).
Diagrama estructural
A. El problema: ¿por qué los entes son lo que son y como son?
B. La esencia de un ente
1. La esencia y los principios de un ente
2. Los cuatro nombres de una esencia
Bibliografía
Objetivos
1. Explicar el cambio, la limitación y la multiplicidad de los entes del universo por
medio de los principios de acto y potencia.
2. Distinguir los diversos tipos y dimensiones del acto y la potencia en todos los entes.
¿Qué caracteriza a todos los entes de este mundo? El devenir (del latín de + venire:
«venir desde»): el cambio constante en todas sus formas. Las cosas, las plantas, los
animales y los hombres, con todas sus modificaciones, vienen a la existencia y mueren,
actúan, se relacionan, se desplazan, crecen, envejecen, adquieren y pierden cualidades,
cambian de posición, tiempo, lugar... a cada instante. ¿Hay algo estable? En cada
momento todo ente es, en relación consigo mismo, «el mismo pero de modo diverso»
(idem diversimode), con alguna diferencia entre lo que era «antes» y lo que fue
«después». En fin, como decía una máxima griega atribuida a Heráclito, «todo fluye».
Cada individuo tiene una naturaleza o esencia común a todos los miembros de su
especie, pero carece de todas las perfecciones presentes en todos ellos: este perro posee
las características esenciales de todos los perros, pero no las cualidades, colores,
tamaños... de los demás perros y razas caninas. Nos preguntamos, pues, ¿qué explica el
cambio, la limitación y multiplicación de los entes del mundo? ¿Por qué son
imperfectos y no perfectos?
Observamos que todas las cosas cuentan con ciertas perfecciones y con capacidad para
adquirir otras. Una piedra blancuzca, grande, puntiaguda, sobre una colina, que oculta a
un gusano, puede, en un par de años, ser gris, pequeña, redondeada y yacer en un río
junto a un cangrejo. Un árbol puede crecer y envejecer, dar muchos o pocos frutos,
anidar pájaros o servir de columpio a un chimpacé, convertirse en a para una hoguera.
¡Qué infinidad de perfeccionesΖmueble o en le (actos) y de posibilidades (potencias)
están presentes en cada individuo!
νέργεια [enérgeia], «actividad, eficacia, efecto») es enteƒActo ( o perfección existente;
la potencia (δύναµις [dínamis], «habilidad, poder, facultad») es la capacidad para
adquirir un acto o perfección. Ambos principios están presentes en un mismo sujeto.
Para comprender porqué los entes de este mundo cambian, son limitados y múltiples,
debemos distinguir diversos tipos de acto y potencia, y su interacción en cada sujeto.
Potencias activas son las capacidades, poderes o facultades para obrar: nutrirse,
moverse, ver, pensar, etc. Las llamamos «activas» porque existen y tienen cierta
perfección (nutrición, locomoción, vista, inteligencia...), pero son también «potencias»
porque implican imperfección o indeterminación, necesitan ser actualizadas por actos
concretos u operaciones: nutrirse de algo, moverse a un lugar, ver esto o lo otro, pensar
esto o aquello.
La posibilidad, en cambio, es una modalidad de ser: algo que podría ser o suceder,
porque no es auto-contradictorio o imposible. Ejemplos: este o podría llegar a ser un
buen médico; se podría construir una casaΖni en este terreno. A la mera posibilidad le
llamamos potencia objetiva o lógica.
Todos los entes cambiamos. Hace un siglo no existíamos; ahora existimos mientras
vamos adquiriendo y perdiendo perfecciones; algún día dejaremos de existir.
Cambiamos porque tenemos potencia. Estamos sentados y potencialmente de pie o
tumbados; estamos vivos y potencialmente muertos. Si poseyéramos todas las
perfecciones, como Dios, que es Acto Puro sin ninguna potencia, careceríamos de
indeterminación, estaríamos plenamente realizados y no necesitaríamos cambiar para
mantenernos en la existencia y progresar.
Dado ningún acto es completamente perfecto en un sujeto –el acto de ser rana, de ser
verde, de croar...–, un mismo tipo de acto o «especie» puede multiplicarse en muchas
potencias o sujetos: muchas ranas, muchos verdes, muchos croares.
Conclusión
Acto es toda perfección existente; potencia es capacidad de adquirirla. Ambos
principios componen a todos los entes finitos y explican su cambio, limitación y
multiplicación. El acto hace que un ente sea determinado, completo, concreto, mientras
que la potencia lo deja abierto a múltiples e indeterminadas posibilidades. Por eso el
acto precede a la potencia ontológica, causal, cognoscitiva y temporalmente.
Términos clave
Autoevaluación
Participación en el foro
Objetivos
La realidad del mundo –el paisaje de nuestro viaje– se presenta rica, multicolor,
inexhaurible. De ahí que usemos «ser» con tantos significados: «esta rana es un
anfibio», «es verde», «está aquí», «está croando». En cada juicio «es» es el verbo que
une implícitamente un predicado a un sujeto; por eso se llama ser «predicativo» o
«categórico» (κατηγορεύω [categoreúo], «afirmar, significar, indicar»). En cada juicio,
pues, tiene un significado diverso, porque hay un tipo de predicado diverso que se
atribuye al sujeto. Podemos distinguir dos formas principales de predicar (llamadas
predicamentos o categorías).
b. El predicado esencial
a. Individuos y modificaciones
Notamos, asimismo, que no todos los cambios son del mismo calibre. El nacimiento y la
muerte de la rana son cambios mucho más importantes que sus cambios de lugar y
posición. Unos afectan al sujeto en sí mismo –los substanciales–, otros simplemente lo
modifican, los accidentales.
3. Conclusión: el ser no es un género
Por tanto, «ser» y «ente» no son conceptos unívocos, que siempre significan lo mismo;
poseen, por el contrario, una multitud de significados. No son géneros, porque el género
sólo indica lo que es común a todos los miembros de la especie, pero no sus diferencias.
El género «animal» se predica por igual del caballo, la rana, el salmón y la mosca,
porque todos tienen vida y se mueven por sí mismos, pero no nos revela qué diferencia
un animal del otro. En cambio, predicamos «ser» y «ente» a todo lo que es, a las
semejanzas y a las diferencias entre las realidades.
Hay diez maneras básicas de ser o categorías: substancia, cualidad, cantidad, relación,
acción, pasión, posesión, posición, lugar y tiempo. La substancia identifica al sujeto
respondiendo a la pregunta «¿qué es?». Las otras nueve son accidentes, porque
especifican al sujeto indicando cómo es, qué grande, dónde está, cuándo, con qué, etc.
Estos predicamentos son maneras básicas de ser, irreducibles unas a otras. Un ente no
existe en abstracto. Tiene que ser algo concreto: o una substancia (sujeto) o un accidente
(modificación del sujeto). Por eso se llaman «géneros supremos del ser»: un ente del
mundo, para ser tal, debe adoptar una de las diez maneras básicas de ser. Para
comprenderlo mejor, construyamos una frase donde aparezcan todas las categorías:
«Esto es una rana (substancia), verde (cualidad), de 3 centímetros (cantidad), hijo de
aquella rana (relación), que está croando (acción) y recibiendo chiflidos de otras ranas
(pasión), con un lazo rojo en el cuello (posesión), sentada (posición), junto al pantano
(lugar), esta tarde (tiempo)». Estudiemos a continuación las categorías en particular.
2. La substancia
σία [ousía], «lo que es»; latín: sub-stans, «lo que está debajo»)⇔a. El concepto
(griego: ο
b. Tipos de substancia
3. Los accidentes
Los accidentes son las múltiples perfecciones inherentes a un único sujeto permanente,
las modificaciones secundarias o derivadas de una substancia. Cada accidente posee su
propia esencia, por la cual determina a la substancia de un modo distinto. Su esencia
común consiste en «estar en otro» (esse in o inesse) . No pueden subsistir por sí mismas;
sólo en una substancia, así como el croar de esta rana sólo puede existir en esta rana.
b. Tipos de accidentes
Debemos distinguir ante todo entre accidentes necesarios o propios y contingentes. Los
primeros derivan directamente de la naturaleza del sujeto y se dan necesariamente con
él; constituyen por eso las propiedades comunes a los individuos de la misma especie;
ejemplos: pensar en el hombre, croar en la rana, solidez en la roca. Los accidentes
contingentes son, por el contrario, innecesarios a la esencia del sujeto, el cual puede
seguir siendo lo que es sin ellos; ejemplos: la piel blanca de un hombre no lo hace tal; la
facultad de pensar es propia de todo hombre, pero el pensar en las ranas de Egipto o en
el examen de metafísica no es necesario para ser hombre.
Entre los accidentes contingentes podemos distinguir los que son inseparables al
individuo, sus características permanentes (ser bajo, de piel blanca, mujer...), los que
son separables, es decir, las características que lo afectan de modo transitorio (estar
sentado, beber una coca-cola, leer este libro...), y los que proceden de un agente exterior
(recibir un golpe, una idea, un regalo de otro...).
No todas las substancias poseen todos los accidentes. Siendo puramente espirituales, los
ángeles no poseen cantidad ni el resto de los accidentes que se relacionan con la
materia. Pero hay dos accidentes que subsisten en todas las substancias sin excepción: la
cualidad y la relación.
c. La cualidad
d. La relación
La relación es un accidente (un esse in) cuya naturaleza consiste en ser referencia a otra
substancia, «ser hacia otro» o «ser respecto a» (esse ad). Las relaciones son reales
cuando existen fuera de nuestra mente y son de razón cuando conectan un ente real con
uno lógico o dos entes lógicos entre sí. Cuatro son los elementos básicos de una relación
real: el sujeto, el término, la base o fundamento y la relación misma; ejemplo: un padre
(sujeto) se relaciona a su hijo (término) a través del parentesco que establece la
generación (fundamento) con un vínculo u ordenación de paternidad (relación misma).
Los entes del mundo se relacionan constantemente, según el grado de perfección
ontológica, a diversos niveles: natural (relaciones físicas, químicas, biológicas,
zoológicas), cuantitativo-matemático (relaciones numéricas y geométricas), causal
(relaciones de causa-efecto) y espiritual (relaciones intelectivas, volitivas, estéticas...
propias de la persona humana). Aunque las relaciones particulares son accidentales, la
capacidad de relacionarse es, como veremos, una propiedad esencial del ser que muestra
y determina su grado ontológico.
1. La unidad de composición
Asimismo, la distinción nos ayuda a apreciar la dignidad de cada individuo, pues cada
uno con sus «cadaunadas» o accidentes, al ser una substancia única, es irrepetible.
Habrá otros libros como éste, pero ninguno será éste. Cuanto más perfecta sea la
substancia, más dignidad posee. El valor de la substancia de una persona humana es
infinita, por ser espiritual, capaz del infinito y de Dios, destinada a la inmortalidad. No
debemos, pues, identificar a un ser humano por sus facultades y acciones, que son
accidentes. Así, un feto, una persona en estado de coma, un retardado mental, un
criminal, son siempre personas, pues la carencia o la deformación o la maldad de ciertas
acciones no lo identifican como persona (no son su substancia), sino que sólo lo
modifican.
Esta doctrina resulta útil también para comprender lo que sucede en el misterio
eucarístico de fe: la «transubstaciación». Durante la consagración en la Celebración
Eucarística se «cambian» las substancias de pan y de vino por las del Cuerpo y la
Sangre de Cristo, mientras que o, carácterΖpermanecen los mismos accidentes de pan y
vino (color, tama sólido o líquido, sabor, etc.). Es un milagro extraordinario: el único
evento en este mundo en que cambios de substancia ocurren sin que se den cambios
accidentales.
Conclusión
Términos clave
Género: las propiedades de la esencia que acomunan a una serie de especies; así,
«animal» es el género de osos, hormigas, truchas y gorriones, que cuentan con las
mismas propiedades (vida y capacidad de automoverse).
Especie: una clase o conjunto de entidades que poseen un carácter común –una
naturaleza común o esencia– que diferencia los miembros de esta clase de otros que no
lo son.
Autoevaluación
Participación en el foro
Objetivos
A. El problema: ¿por qué los entes son lo que son y como son?
Todas las cosas tienen una particular manera de ser: el modo de ser de un huevo, de una
mosca, un sueño, el blanco de una pared, la posición de un cuadro, el rugido de un león,
el calor de una hoguera.
Todo lo que empieza a existir, existe con una naturaleza determinada, se inscribe en una
especie concreta. Ahora bien, cada especie es inmutable o, por decirlo así, «eterna» (el
«huevo», la «mosca» y el color «blanco» mantienen las mismas características
esenciales a lo largo de los siglos), mientras que los individuos (huevos, moscas,
blancos) se generan, modifican y corrompen.
Cada especie es única, mientras que sus miembros son muchos (no vemos "huevo",
«mosca» o «blanco», sino huevos, moscas y cosas blancas). Cada especie es universal,
mientras que sus miembros son singulares («este» huevo, mosca y blanco es distinto de
«aquel» huevo, mosca y blanco). Estas paradojas nos impelen a cuestionarnos porqué
los entes de este mundo –paisaje del viaje– tienen un modo de ser y son perecederos,
múltiples y singulares. Dedicaremos las siguientes cuatro secciones a responder,
respectivamente, estos cuatro interrogantes:
¿Por qué los entes (huevos, moscas, blancos) son lo que son y no otra cosa (zapatos,
chorizo, azul)?
¿Por qué los huevos, las moscas y las superficies blancas se generan, cambian y perecen
mientras «el» huevo, «la» mosca y «el» blanco permanencen en el tiempo?
¿Por qué hay tantos huevos, moscas y blancos si sólo hay «un» huevo, «una» mosca y
«un» blanco permanentemente estables?
¿Por qué cada huevo, mosca y color blanco es distinto, irrepetible, si «el» huevo, «la»
mosca y «el» blanco son universales, pues tienen las características comunes a todos los
individuos de la especie?
B. La esencia de un ente
Toda entidad es algo que es (id quod est). Está, pues, compuesto de dos principios
fundamentales: el que lo pone en existencia –esse o acto de ser– y el que determina qué
tipo de ente es –la esencia– (huevo, mosca, color blanco). La esencia es, pues, la
naturaleza o modo de ser, la especie de un individuo (substancia) y de cada uno de sus
aspectos (accidentes).
b. La esencia y la substancia
Todos los entes –substancias y accidentes– tienen que ser algo, es decir, deben poseer
una esencia. Una mosca (substancia) posee la esencia de mosca; su tamaño, posición,
vuelo, zumbido y demás determinaciones poseen cada cual su propia esencia. Cada
individuo consta, pues, de una esencia substancial, que posee el acto de ser, y de
muchas esencias accidentales, que participan y dependen del acto de ser de la
substancia.
La esencia explica, pues, porqué los entes son lo que son y no de otra manera. Según la
relación que establezcamos, podemos considerarla desde cuatro puntos de vista
diversos, con cuatro nombres, que indican el mismo principio pero que connotan un
aspecto distinto del mismo.
a. Como determinación del acto de ser, lo llamamos esencia (del latín essentia, «lo que
es»)
Nada puede, simplemente, «ser». No se puede ser en abstracto. Todo es algo, tiene un
modo de ser que lo diferencia de los demás. La esencia, pues, recibe el acto de ser,
determinándolo, haciéndolo particular: un huevo, una mosca, el blanco de una pared.
Dado que la esencia determina el modo definitivo de ser, determina el modo definitivo
de obrar. Una mosca es capaz de volar y zumbar, pero no puede generar un pollo o
convertirse en tortilla, como el huevo. Cada ente obra y actúa según lo que es, o sea,
según su naturaleza.
Al conocer un ente identificamos lo que es –un huevo, una mosca, el color blanco–,
porque captamos las características esenciales que son comunes a los demás individuos
de su especie. En esta primera operación de la mente formamos un concepto, que luego
expresamos en una palabra («huevo», «mosca», «blanco») y que se refiere a cuanto de
universal hay en el individuo.
Una definición expresa qué es un ente. Así, cuando definimos a la mosca como «un
insecto díptero de cuerpo negro, alas transparentes, patas largas y boca en forma de
trompa», hemos descrito las características propias que lo distinguen de otros entes.
Hemos expresado su «esencia», o sea, su quididad (su «qué» es).
Si la esencia de un ente explica porqué tal ente es lo que es, ¿qué explica que este
individuo (esta mosca) haya venido a la existencia, esté en continuo devenir y perezca,
si la especie «mosca» ha permanecido inmutable a lo largo de los siglos? He aquí
nuestro segundo interrogante.
1. Los dos principios de la esencia de un ente material
Cuando quemamos una hoja, ésta se transforma en ceniza y humo. ¿Qué ha sucedido?
Ha habido «algo» que ha cambiado o pasado de un estado a otro: un substrato o materia
prima, «algo» que ha configurado o estructurado ese substrato en otras cosas: las formas
(de ceniza y humo), «algo» desde lo cual se ha hecho el cambio, porque a la forma de
papel le faltaba las de ceniza y humo: la privación. La materia prima es el «material»
que pasa de ser hoja a ser ceniza y humo y que permanece invisible durante la
metamorfosis. La forma de papel se ha «trans-formado» en forma de ceniza y humo; esa
forma, antes, estaba «privada» de estas dos.
La materia prima nos explica porqué cada especie se multiplica numéricamente, pero no
nos ha dado razón del último problema: ¿por qué cada mosca es distinta, única,
irrepetible, y no son todas las moscas iguales? La multiplicación consiste en ser
muchos; la singularización, en ser este o aquel individuo.
Dado que la forma es universal, no puede singularizar; sólo la materia. Ahora bien, para
particularizar una perfección común o forma, se necesita que la materia sea, a su vez,
singular o determinada. Necesita ser una cierta «porción» distinta de las otras: necesita
ser cuantificada, es decir, afectada por el accidente cantidad. Por lo tanto, el principio de
singularización no es la materia en cuanto tal, sino la materia cuantificada (en latín,
materia quantitate signata, «la materia marcada o impresa por la cantidad»).
A la materia visible que se extiende por las partes de un ente, proporcionándole una
extensión determinada, es decir, a este o aquel cuerpo. La singularidad se logra,
entonces, cuando la materia prima viene cuantificada gracias a la actualización de una
forma substancial, que contiene en sí misma la corporeidad o capacidad de «encarnarse»
en un cuerpo. Así, cada miembro de la especie (cada mosca) tiene su propio cuerpo, con
sus propias dimensiones, su extensión material distinta de los demás que ocupa un
espacio particular en el universo.
El cuerpo o materia singularizada por la cantidad hace que cada individuo o substancia
sea único, irrepetible. Singularizado el sujeto, se singularizan los accidentes que
dependen de él. Así, el color negro y el zumbido de esta mosca son exclusivamente
propios de esta mosca. Las demás moscas tendrán un negro y un zumbido parecidos,
pero no esos.
Conclusión
Términos clave
Ente físico: todo ente material, por estar unido al principio de la materia = corporal, por
estar determinado por una extensión cuantificada = sensible, por ser objeto propio de la
sensación.
Autoevaluación
1. ¿Cuáles son las cuatro paradojas de la relación entre una especie y sus miembros?
2. ¿Qué determina el modo de ser de una substancia y de un accidente?
3. ¿Cuáles son los cuatro nombres de la esencia y qué perspectiva nos ofrece cada uno?
4. ¿Qué elementos o condiciones intervienen en un cambio substancial?
5. ¿Qué significa hilemorfismo o composición hilemórfica?
6. ¿Cómo interactúan la materia y la forma para generar y para corromper a un ente
físico?
7. ¿Cuál es el principio de la multiplicación de los entes corporales?
8. ¿Cuál es el principio de la singularización de los entes sensibles?
Participación en el foro
Objetivos
1. Comprender la causa inmanente que hace ser todo lo que es y valorar el misterio de la
existencia.
2. Argumentar la distinción real entre ser y esencia para explicar el universo y explicar
porqué las creaturas son entes contingentes, limitados, múltiples y semejantes.
Una vez que razonamos porqué los entes son como son, nos preguntamos: ¿por qué
son? No buscamos la causa externa –inmediata o última– de la existencia de todas las
cosas, sino el principio o la causa inmanente que las hace existir. La respuesta a esta
cuestión nos hará comprender cuál es el peso ontológico o la modalidad de los entes
mundanos: ¿tienen las cosas el principio de su propia existencia o lo han recibido de
otros? ¿Son contingentes o necesarias, finitas o infinitas? Necesario es aquello que no
puede no ser, que existe necesariamente, por derecho. Contigente es lo que de hecho
existe, pero que tiene la posibilidad de no existir. Finito es algo limitado, al contrario de
infinito, que carece de límites. Se trata, por tanto, de preguntas radicales acerca de la
estructura interna del universo o del paisaje por el viajamos. ¿Qué nos revela el
principio de los principios sobre el misterio de la existencia?
Tal distinción surge natural en el pensamiento mismo: fácilmente reconocemos que una
cosa es ser y otra es ser algo. King-Kong, Darth Wader, el Quijote son «algo», pero no
existen fuera de nuestra mente. Algo es perfecto en la medida en que existe: un millón
de dólares imaginarios tiene un valor ínfimo en comparación a un millón de dólares al
contado.
Nuestra distinción mental y lingüística refleja la realidad como es: el ser y la esencia
son dos principios de un ente, unidos, pero distintos. La esencia de algo es el conjunto
de sus características fundamentales, permanentes, invariables y comunes a todos los
miembros de la especie. Ahora bien, entre las características esenciales nunca
encontramos la de ser o existir. Así, la esencia de un «dinosaurio» es la de ser «un reptil
prehistórico con frecuencia de grandes proporciones», pero no pertenece a su esencia el
hecho de existir actualmente; de lo contrario, tendría que existir. La esencia del pollo
que está picoteando por el suelo consiste en ser «cría de de gallina». No consiste, pues,
en ser «cría de gallina que tiene que existir». Si así fuera, este pollo tendría que existir
necesariamente. Pero, ¿qué tal si la gallina hubiera muerto antes de empollar? Por otro
lado, el huevo, que tiene la potencialidad de convertirse en pollo, puede también
convertirse en un huevo duro, huevo frito, huevos revueltos o una tortilla francesa. Ni
este pollo ni nada de lo que hay en este universo tiene porqué existir. Todos existimos
de hecho, pero no por derecho. El acto de ser no es parte integrante de nuestra esencia.
Nos viene dado por otro ente; en nuestro caso, de nuestros padres. Ellos, por su lado, no
estaban determinados a engendrarnos ni a mantenernos en la existencia desde el seno
materno. Podemos pensar y comer y caminar por nosotros mismos, pues nuestra esencia
contiene esas capacidades, pero no podemos existir por nosotros mismos. Nada de este
mundo es capaz de causarse a sí mismo, porque, lógicamente, nada tiene el ser antes de
ser. Para generarse a sí mismo se necesita existir. Ser, por tanto, no es esencial para
nosotros. Es un principio realmente distinto de nuestra esencia, que recibimos de otros
sin necesidad absoluta. No somos imprescindibles. Somos contingentes. Podíamos no
haber existido. Podemos dejar de ser, y, de hecho, moriremos .
Todo ente del mundo está compuesto, primaria y fundamentalmente, de esencia y acto
de ser. A partir de esta composición metafísica surgen todas las demás: substancia y
accidentes, substancia y operaciones, materia y forma. Estos principios, desde luego, no
pueden subsistir separados unos del otro. Cuando algo es, es (acto de ser) algo (esencia).
No se puede «ser» en abstracto, sin esencia, como tampoco puede uno existir con
esencia sin tener esse. Por tanto, ambos principios no permanecen yuxtapuestos, uno al
lado del otro, sino que uno está en el otro, uno es para el otro. De esta unidad deriva la
consistencia, autonomía, solidez de cada ente. El esse del pollo que picotea por el suelo
mantiene a la substancia de pollo en existencia y la esencia, a su vez, se «presenta» al
esse para definirlo de un modo concreto de ser: como pollo.
Por su composición esencia-esse las creaturas son limitadas. Dado que la esencia
(potencia) limita al esse (acto) a un modo concreto de ser (pollo, mosca, etc.), cada ente
posee la perfección propia de su naturaleza, pero carece de todas las perfecciones
propias de los demás entes. En efecto, todo ente recibe el ser, no lo contiene en su
naturaleza: tiene ser, pero no es ser. Si fuera idéntico a su ser, debería ser todo
perfección, necesario y no contingente. Por tanto, todo ente participa del ser en algún
grado, o sea, en algunas de sus perfecciones; todo ente es capaz de influir, generar,
relacionarse con otros entes en la medida en que participe del ser.
Como ningún ente se identifica con su ser, ningún ente es perfecto y simple. Al unirse a
potencias diversas, el esse se multiplica en muchas especies y en muchos individuos,
ninguno de los cuales agota todas las perfecciones del ser. Desde el «big-bang» hasta
nuestros días, el universo ha estado en constante expansión, formando nuevos entes,
haciendo que nuevas especies e individuos compartan las múltiples e insospechadas
perfecciones del esse.
Todas las creaturas son, por un lado, distintas, y por otro, semejantes; de ahí que el
universo sea tan variado pero también tan ordenado: un cosmos, un «universo» (del
latín, unus + versum, «dirigido a uno»). Desde luego, el principio de semejanza debe ser
distinto del de su diversidad. Las creaturas se diferencian por su esencia (uno pollo no
es una mosca) y por su materia (este pollo no es aquel pollo). Se parecen en que son,
participan de las perfecciones del Ser Subsistente del Creador, si bien en diversos
modos y grados, porque Él les ha dado su ser como don de amor.
Conclusión
Como advertimos en el lenguaje y la experiencia ordinarias, todo ente del universo está
compuesto realmente de esencia (potencia de ser) y esse, acto radical por el que un ente
es y actúa. Esta composición nos hace valorar, por un lado, la dignidad ontológica de
cada ente, el cual pertenece al reino de la realidad según el grado en que participa del
ser, y nos explica, por otro, porqué los entes son contingentes, limitados, múltiples y
semejantes.
Términos clave
Esse o actus essendi («acto de ser»): el principio o acto que pone a los entes en
existencia al actualizar su esencia (potentia essendi: «potencia de ser»).
Existencia (de ex + stare, «estar fuera, emerger»):el estado de ser actual, el hecho de
«emerger» de la nada y colocarse en la realidad.
Autoevaluación
Participación en el foro
Objetivos
1. Lograr una visión metafísica de cada sujeto subsistente como unidad de principios.
3. Iniciar una visión sinóptica del universo como conjunto armónico de individuos.
Al analizar la estructura metafísica del mundo, nos encontramos con una serie de
principios que explican el devenir (acto y potencia), la subsistencia de los sujetos con
sus múltiples perfecciones (substancia y accidentes), su modo de ser, materialidad,
multiplicación y singularidad (materia y forma), su realidad dinámica (esse). Ninguno
de estos principios, desde luego, se presenta aislado de los demás. Todos se unen
íntimamente constituyendo una unidad distintiva: el individuo. Entre los individuos del
universo se da una jerarquía de perfección ontológica que culmina en la persona
humana. Tanto los hombres como los demás entes, con sus constantes y múltiples
relaciones, componen la sinfonía multicolor del universo. Después de estudiar los
principios separadamente, nos interesa echar una mirada al mundo como se presenta: un
cosmos de individuos con diversos grados de ser. Nos hacemos, pues, tres preguntas,
que intentaremos responder en las siguientes tres secciones:
(3) El fundamento último de la estructura del universo, ¿se halla en la interacción de los
sujetos subsistentes que lo forman?
B. El sujeto subsistente
Los principios del ente entretejen una realidad individual en su totalidad, cuyo carácter
distintivo es la subsistencia, o sea, la posesión intrínseca del acto de ser que actualiza
toda el conjunto. A esta totalidad nos referimos, de modo estricto, cuando hablamos de
«ente», pues se trata de una realidad que existe por sí misma como algo completo y
acabado, distinto de los demás individuos: el sujeto subsistente (este perro, aquella
nube, esa computadora, este pensamiento, aquella piedra...). Lo podemos llamar
totalidad, por ser un conjunto unitario de partes, o compuesto, debido a los diversos
principios que lo forman –esse, substancia y accidentes–, o individuo, por ser singular,
indistinto en sí y distinto de los demás, o sujeto (sub-jectum, «arrojado debajo»), a
causa de su función como soporte de una naturaleza y unos accidentes .
C. La persona humana
Para todos nosotros resulta evidente que los incontables modos de ser sujetos
subsistentes que hay en el mundo –en el paisaje de nuestro viaje– no son del mismo
«calibre» ontológico.
Hay una jerarquía: unos son más perfectos que otros. Los animales son «mejores» que
las piedras, y, entre los animales, el venado es «mejor» que la hormiga. No cabe duda
tampoco que el hombre es el ente más perfecto del universo. ¿Por qué? ¿Qué le hace ser
tan singular?
¿Cuál es la nuestra?
Muchos de nuestros actos segundos –decisiones, pensamientos, amores, experiencias
estéticas– proceden de facultades espirituales: inteligencia y voluntad. Estas potencias
operativas, que son accidentes necesarios, radican en una naturaleza espiritual, que
trasciende la materia y sus límites de espacio y tiempo, y que, en un individuo se
singulariza con una forma substancial infinitamente superior a la de los demás entes del
mundo: el alma. Por eso Boecio definió a la persona como substancia individual de
naturaleza espiritual («persona est rationalis naturae individua substantia»).
De este modo, la persona humana se presenta como el clímax del universo, la síntesis
perfecta de los principios que lo estructuran: como ser «futurible», es decir, capaz de
proyectar su propio futuro, vive en una perenne tensión de potencialidad y actualidad,
de autosuperación y autotrascendencia; es una substancia singular, personal,
perfeccionada por accidentes de todos los niveles ontológicos; es la máxima expresión
de la composición hilemórfica por la unidad tan especial entre su forma substancial tan
superior al mundo en devenir y perecedero –el alma– y su materia informada –el
cuerpo– (corpore et anima unus); por su esencia espiritual participa del ser del modo
más íntimo posible en este mundo. Con razón es «de algún modo todas las cosas»: el fin
del universo .
Al viajar en el tren de nuestra vida gozamos del paisaje maravilloso de este mundo en
que nacimos, nos movemos y existimos. No contemplamos una muchedumbre de
sujetos subsistentes sin más, sino un cosmos inteligente y bellamente modelado. Todo
los entes interactúan en una complejidad de relaciones físicas, químicas, biológicas,
zoológicas, matemáticas, metafísicas, espirituales para componer la sinfonía del
universo. Con nuestro obrar somos nosotros, las personas humanas, los directores de
esta gran orquesta. Somos nosotros quienes, al preguntarnos por el significado de la
creación, nos esforzamos por descifrar la partitura de esta sinfonía.
El paisaje del mundo es, sí, bello, pero intrínsecamente imperfecto, anclado en la
contingencia, con fronteras delimitadas, instigado al cambio, perecedero. Todos los
miembros de esta magnífica orquesta, incluyendo a su director, existen de hecho, pero,
como entes permeados de potencialidad, accidentalidad y materialidad, cuyo ser no
coincide con la esencia, podían no haber existido y algún día dejarán de adornar el
mundo. La naturaleza sigue tocando una sinfonía que no ha compuesto, con
instrumentos que le fueron regalados. No se explica a sí misma. No reside en ella su
origen ni su fin último. No es ella la totalidad de la realidad. No es el Absoluto.
Conclusión
Términos clave
Individuo (del latín in + divisum, «no dividido»): literalmente, lo que es indivisible, uno
en sí mismo. En sentido genérico se aplica a todo lo que es, substancia o accidente, pero
en el sentido estricto en que lo usamos en este curso, se refiere al sujeto subsistente, o
sea, al ente concreto en su determinación existencial, que, en cuanto tal, no se puede
dividir en otros entes concretos, sino sólo en partes no subsistentes por sí mismas.
Autoevaluación
Participación en el foro
1. Hoy más que nunca conviene reafirmar el valor absoluto de la persona humana frente
a ideologías que la reducen a una «máquina sofisticada» (materialismos) o a un animal
más entre los otros (New Age, ecologismo radical) y frente a tantas violaciones de sus
derechos fundamentales, cuando se le trata como medio y no como fin en sí misma
(aborto, experimentación con embriones, esclavitud, prostitución, manipulación de las
conciencias, etc.). ¿Cuáles son las bases metafísicas para afirmar la dignidad de la
persona y su superioridad ontológica sobre el resto de la creación?
Introducción
Analizaremos, pues, la manera con que conocemos y nos acercamos a la realidad misma
para descubrir sus propiedades. Reflexionaremos en primer lugar sobre el carácter
analógico de los entes y de sus principios, dado que los conocemos analógicamente, o
sea, apreciando su semejanza y reconociendo su disimilitud (tema 1). Veremos después
porqué adoptamos diversos puntos de vista –las nociones trascendentales– para
experimentar la realidad (tema 2) y analizaremos qué atributo del ente nos revela cada
uno de ellos –el uno, lo verdadero, lo bueno y lo bello– (tema 3), para concluir con una
visión sinóptica de la realidad a la luz de un nuevo trascendental: la relacionalidad (tema
4).
Diagrama estructural
1. La noción lingüística
2. Los múltiples significados de ser y ente
D. Tipos de analogía
1. Analogía de proporcionalidad
2. Analogía de atribución
B. La noción de trascendental
1. ¿Qué es un trascendental?
2. La extensión de un trascendental
3. El significado o ratio de un trascendental
4. Nociones análogas
A. Uno (unum)
B. Verdadero (verum)
1. El problema de la «verdad»
2. ¿Qué es la verdad? Tres tipos
3. La verdad trascendental: el ente en su relación con la inteligencia
C. Bueno (bonum)
D. Bello (pulchrum)
3. La belleza y el arte
1. La relacionalidad y el ente
2. La relacionalidad inmanente: la actividad relacional del ente consigo mismo
3. La relacionalidad trascendente: la actividad relacional del ente con los demás entes
4. La relacionalidad y las características esenciales de toda noción trascendental
C. Hacia una visión sinóptica de la realidad
Bibliografía
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Aquinas, E.J. Brill, Leiden, New York, Köln 1996, pp. 1-458.
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J.P. NOONAN, S.I., General Metaphysics, Loyola University Press, Chicago 1957, pp.
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The Truth of All Things & S. Lange, Reality and the Good, in Living the Truth, Ignatius
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«Communio» 21 (Spring 1994), pp. 172-190; Is Truth Ugly? Moralism and the
Convertibility of Being and Love, «Communio» 27 (Winter 2000), pp. 701-728.
Objetivos
2. Distinguir los diversos tipos y dimensiones del acto y la potencia en todos los entes.
¿Puede una misma palabra y noción intelectual –ente– abarcar a todos los individuos
con sus características particulares y a todo lo que les asemeja y distingue entre sí?
¿Qué clase de término es «ente» (problema lingüístico) y qué significado tiene
(problema gnoseológico)?
Los entes del mundo, ¿son en el fondo una misma cosa con diferencias aparentes? ¿Son
individuos completamente diversos unos de otros pero asociados por comodidad o por
necesidad con el mismo vocablo y concepto «ente»? ¿O son realidades en parte
semejantes, en parte diversas? En el primer caso, el término y la noción ente significa y
se refiere a lo mismo en todos los sujetos a los que se atribuye; en el segundo caso,
significa y se refiere a algo totalmente distinto en cada sujeto; en el tercero, significa y
se refiere a algo de los sujetos que en parte se asemeja y en parte se diferencia (42).
2. El problema de «no-ente»
No solamente el término, el significado y la realidad «ente» en su dimensión positiva es
problemática, también lo es en su estatuto «negativo». Con frecuencia hablamos y
pensamos realidades negativas o no-entes, tales como «muerte», «carencia», «sordera»,
«insatisfacción», «agujero», «desorden», «fallo», «privación». Estas palabras, ¿a qué
tipo de conceptos y de «realidades» corresponden?
1. La noción lingüística
a. Términos unívocos
Hay palabras que se usan siempre con el mismo significado para todos los sujetos a
quienes se les atribuye. Así, predicamos por igual el contenido de «insecto» a la mosca,
a la araZa y a la hormiga. Atribuimos el mismo significado de «planeta» a Venus, Tierra
y Júpiter. Al término unívoco le corresponde un solo concepto o contenido.
b. Términos equívocos
Por el contrario, muchas palabras se usan con dos o más significados completamente
diversos entre sí. «Vela», por ejemplo, puede significar candela, vigilia, lona del barco,
toldo para hacer sombra. «Puro» se aplica a quien es íntegro o casto, a lo exento de toda
mezcla o al cigarro fabricado con hojas de tabaco sin picar. En una misma palabra
coinciden conceptos diversos.
c. Términos análogos
Hay términos, finalmente, que de sujetos diversos predican un significado en parte igual
y en parte diferente: igual bajo un aspecto, diverso bajo otro. Así, cuando hablamos de
«luz natural», «luz eléctrica», «luz de la razón», predicamos el mismo contenido («lo
que hace visible los objetos»), pero con distintas connotaciones: una es producida por
un agente natural como el sol (luz natural), otra por la electricidad (luz eléctrica), la otra
es interna a la inteligencia (luz de la razón). Al término análogo le corresponde un solo
concepto o contenido con diversos sentidos.
Se refiere a toda proposición o entidad mental en que se predica algo de un sujeto para
describir lo que es. Cuando decimos «este pastel es muy sabroso, ¿verdad?», usamos
«es» para significar que mi descripción coincide con la realidad. Si digo «el alma
humana es mortal» no expreso las cosas como son y, por tanto, uso un no-ser
falsificativo.
El ser en potencia expresa la capacidad del sujeto: «Manolo es un gran toreador», pero
ahora no está toreando. El ser en acto se refiere, simplemente, al existir del sujeto, o sea,
a la actualización de una esencia concreta: «Manolo es», «hay moscas», «los ángeles
existen». Estos dos significados se aplican a todos los significados anteriores: los seres
accidental, categorial y veritativo pueden estar en acto o en potencia.
Estos cuatro grupos de significados se interrelacionan de tal modo que, cuando decimos
«la rana está croando», usamos el ser en acto, como el accidente acción del ser
categorial y, tal vez, como ser veritativo. Hay, además, una jerarquía estructural en estos
significados: expresamos el ser accidental con referencia al ser categorial y el ser en
potencia con referencia al ser en acto (43).
El uso de ser y ente como términos lingüísticos análogos y como nociones análogas con
diversos grupos de significados, irreducibles a un significado único, no hace más que
expresar la multiplicidad, la variedad, la riqueza inagotable de la realidad. El ente es en
sí análogo, porque es trascendental, es decir, porque expresa toda la realidad de la que
se habla y la expresa totalmente, hasta en sus diferencias más minutas. No hay, por
decirlo así, matiz de un objeto concreto que se escape del carácter real de ente. ¿Qué
hay en el mundo que no sea ente? Ente, por tanto, debe referirse de las cosas tanto a lo
que les une o asemeja como a lo que les diferencia. En efecto, todo ente es pero de
diverso modo: el ser es en parte igual, en parte distinto (44).
Si decimos que todas las cosas son ente con un mismo significado, entonces no habría
diferencias entre ellas: todas serían una realidad única (µόνος [mónos], «uno, único»).
Ésta es la tesis de fondo de toda metafísica de la inmanencia, que concibe la realidad
«homogéneamente», compuesta de un solo ser fundamental o substancial –el
naturalismo y panteísmo (un elemento natural o la naturaleza divinizada), el
materialismo (materia), el idealismo (el «espíritu»)– con diferencias extrínsecas,
accidentales, superficiales (los entes particulares). Estas filosofías no encuentran mucha
diferencia ontológica entre un hombre, un animal y una planta.
Si decimos que todas las cosas son completamente diversas entre sí pero idénticas sólo
en el nombre ente (omonimia: Òµός [jomós], «común» o «el mismo» + Ðνοµα
[ónoma], «nombre»), como sucede en los términos equívocos, entonces las cosas serían
mundos aparte, sin ninguna afinidad entre sí. Ahora bien, una realidad «heterogénea»,
con semejanzas lógicas, no reales, en constante cambio, sería ininteligible,
imposibilitaría todo conocimiento y comunicación, pues no existiría ninguna unidad que
nos permitiera abrazarla con sus diferencias. Es la tesis básica del relativismo.
D. Tipos de analogía
1. Analogía de proporcionalidad
Los diversos sujetos o analogados se relacionan con una misma semejanza estructural
esencial. El conocimiento, por ejemplo, es una visión del objeto: la visión es la
operación del ojo y se asemeja a la operación del intelecto; el ojo es para su objeto lo
que el intelecto para el suyo. Otros ejemplos: el sol ilumina a la tierra como la bombilla
ilumina un cuarto (semejanza en la función iluminante); las espinas son para los peces
lo que los huesos son para los mamíferos (semejanza en la constitución corporal); el
principio de materia prima es para la forma lo que la madera es para un armario; la
inteligencia es para Dios lo que la inteligencia es para el hombre... En todos estos casos
no hay una relación de igualdad; sólo de similitud estructural, o sea, de proporción.
2. Analogía de atribución
Sólo el analogado principal posee realmente la perfección; los demás, sólo por una
relación extrínseca o impropia. Podemos atribuir la cualidad de «sano» a un niZo, al
clima, a una medicina, a un color... Ahora bien, sólo un hombre o un animal tienen
realmente salud; el clima, la medicina, el color no la tienen (por eso nunca estarán
enfermos), pero se relacionan extrínsecamente con la nuestra en cuanto la manifiestan o
ayudan a causarla(46).
Los no-entes no pueden existir como «entes», pues «no son». Están en la mente del
hombre por oposición a los entes correspondientes. Son entes ideales, de razón, no
reales. Es la mente humana quien los representa como entidades, como «algo». Pero en
realidad sólo existen los sujetos carentes de alguna perfección. No existe la «sordera» ni
el «agujero» ni el «error»; existen los sordos, las telas agujereadas, los juicios erróneos.
Si la perfección que falta en el sujeto debería estar presente, entonces nos encontramos
con una privación; si no tiene porqué estar necesariamente en él, tenemos una negación.
Ejemplos de negaciones: el libro de metafísica es rojo, «no verde», «no está en la
mesa», «no es grueso», «no vuela», «no tiene patas». Ejemplos de privaciones: al libro
de metafísica «le faltan páginas», «carece de ideas», «omite puntos importantes», «tiene
errores». En los primeros casos, las características inexistentes no son propias de la
naturaleza del libro (no volar, carecer de patas) o no le son necesarias (no ser verde,
grueso, en la mesa). En los segundos, las perfecciones deberían estar en el sujeto (ser
completo, con ideas, puntos importantes y verdades) [48]
Conclusión
Términos clave
Analogados: en lógica y lingüística, son los sujetos a los que se predica el mismo
término y significado; en metafísica, los entes que se relacionan con un vínculo real.
Notas
42)Según hemos podido constatar, es la primera vez que, tratando este problema, un
autor establece la distinción explícita entre estos dos aspectos –metodológico y
ontológico– y, en el primer aspecto, entre problema lingüístico (de términos) y
problema gnoseológico (de conceptos). Insistimos, con todo, en la unidad de la
problemática: si predicamos el término «ente» (problema lingüístico) con el mismo
significado para todos los entes (problema gnoseológico), entonces los individuos no se
diferencian realmente entre sí: las divergencias o modos de ser –ser mamífero y ser
insecto– no serían formalmente entes; serían nada, meras apariencias, pues todo es un
solo ente (problema ontológico). Si, por el contrario, atribuimos «ente» a todo lo que es
(problema lingüístico) con un significado completamente diverso para cada sujeto
(problema gnoseológico), entonces los entes no tendrían ninguna semejanza entre sí y
nuestras asociaciones –el perro y la mosca son animales– serían totalmente arbitrarias,
conexiones lógicas, «trucos» de la mente para agrupar subjetivamente muchedumbres
de individuos y hacer más fácil nuestra experiencia de ellos (problema ontológico).
¿Hay una vía intermedia entre estos dos extremos para la palabra, la noción y la realidad
«ente»? He aquí la cuestión.
Autoevaluación
Participación en el foro
(1) Las patas son para un caballo lo que las piernas para un hombre.
(2) El agua de los afluentes proviene del mismo río.
(3) «El reino de los cielos es como un tesoro escondido en un campo» o «como una
perla de gran valor» (Mt 13, 44-45).
(4) «La vida no es más que una sombra ambulante» (Shakespeare en Macbeth).
(5) Los estudiantes aprenden metafísica con el mismo libro.
(6) La vida del perro, la vida de una institución, la vida de fe.
(7) «Ustedes son la sal de la tierra..., la luz del mundo»
(Mt 5, 13- 14)
[8] Viajamos en el tren de la vida
Objetivos
1. Comprender qué son los trascendentales y porqué los necesitamos en nuestra
experiencia humana.
A. El problema:
¿Es la noción de «ente» suficiente para revelarnos la riqueza de la realidad?
«Ente», como término y significado análogo, nos manifiesta que todos los entes somos
semejantes –en proporción y grado– porque compartimos una misma perfección –la de
ser–, y, al mismo tiempo, que todos somos diferentes, porque la compartimos en
diversos modos y grados: los hombres como personas, los perros, las amapolas, los ríos
y los lápices como lo que son. En el ser nos parecemos a Dios, el mismo Ser
Subsistente, de quien participamos. En nuestras esencias nos diferenciamos unos de
otros: Dios es Todo Perfección y cada una de las creaturas recibe las perfecciones
limitadas de su propia naturaleza.
Nos conviene ahora preguntarnos si esta noción de «ente» –que existimos de modo
semejante y diverso– basta para comprender todos los aspectos contenidos en la
realidad. Además de existir y de ser así o asá, ¿no hay en cada ente otras propiedades,
atributos, facetas, como son la de ser uno, verdadero, bueno, bello? Recordemos la
analogía del viaje en tren. Cuando disfrutamos del paisaje, ¿logramos captar en un
vistazo y en un comentario su variedad, su riqueza poliédrica? Desde luego que no.
Podemos contemplar el paisaje desde diversos ángulos o perspectivas: uno lo puede ver
desde el lado derecho del tren, otro desde el lado izquierdo, otro desde la máquina, otro
desde atrás, otro desde el techo, otro con anteojos. Cada uno nos hablará del mismo
paisaje pero comentando diversas facetas del mismo. La noción de ente es una de esas
«facetas», pero no la única. Hablemos de otras. Preguntémonos: ¿qué son?, ¿cuántos y
cuáles son?
B. La noción de trascendental
1. ¿Qué es un trascendental?
Usamos estos tres términos como sinónimos. «Aspecto» (latín, ad + specere, «mirar a»)
de la realidad significa el modo como ella aparece desde una posición o punto de vista
particular. «Propiedad» (proprius, «de uno») expresa una determinación «propia» a la
«naturaleza» de la realidad, algo contenido en ella, pero no distinto en sí; sólo en el
modo de concebirla. «Atributo» (ad + tribuere, «asignar a») indica una cualidad
«asignada a» o contenida en la realidad.
2. La extensión de un trascendental
Las nociones uno, verdadero, bueno y bello no son, por tanto, realidades diversas de
«ente» (¿hay algo que no sea ente?). Son, más bien, «facetas» de la misma realidad. Su
extensión es tan universal como la de ente. Por esta razón, los llamamos
«trascendentales», porque «trascienden» (trans-scendere, «sobre pasar») el dominio de
las categorías, como lo trasciende el ente. En efecto, cada entidad tiene un modo de ser,
es una categoría: la rana (substancia) es verde (cualidad) y croa (acción). «Ente» no es
una categoría, ya que la rana es ente, su verde y su croar son también entes. «Ente» es
cada substancia y cada accidente. Lo mismo vale para cada aspecto del ente; así, la rana
es una y buena, su verde es uno y bueno, su croar es uno y bueno. Todo lo que es, en
fin, es a la vez uno, verdadero, bueno y bello. De ahí que los escolásticos gustaban
decir: «ens et unum, verum, bonum et pulchrum convertuntur»: las nociones de ente,
uno, verdadero, bueno y bello son intercambiables. Decir que una rana es buena en tanto
en cuanto es ente, equivale a decir que es ente en la medida en que es buena.
4. Nociones análogas
Dado que cada trascendental coincide materialmente con la noción de ente, cada uno es
tan análogo como el ente. No decimos que todos somos uno, verdadero, bueno y bello
en el mismo sentido (término unívoco) ni con significados completamente distintos
(término equívoco), sino de un modo semejante y diverso a la vez. Hay diferencias de
grados. Los trascendentales son atributos de Dios que le pertenecen por esencia y que
las creaturas tienen por participación. En efecto, Dios no es un ente, sino el Ser mismo
Subsistente (ipsum esse subsistens); no es uno, verdadero, bueno y bello, sino la
Unidad, la Verdad, la Bondad y la Belleza. Las creaturas, en cambio, somos uno,
verdadero, bueno y bello en la medida en que participamos del ser: los hombres de
modo más eminente que los animales; éstos más que las plantas; éstas, a su vez, más
que los entes inorgánicos.
Todo es un ente o cosa. Ens se dice en relación con el esse o acto de ser («lo que es»).
Res, en cambio, se dice con relación a una esencia (una «cosa» es lo que tiene una
naturaleza particular).
Si consideramos que carece de división interna, todo ente es indivisible, una unidad.
Entre muchos entes percibimos a cada uno como «algo», porque se distingue de los
demás: es aliud quid («otro qué»).
b. En relación con una persona, sujeto espiritual, «de algún modo todas las cosas»
Conclusión
Dado que la noción de ente no revela más que una propiedad de la polifacética realidad
–que todo existe de modo semejante y diverso–, necesitamos otras perspectivas o
nociones tan universales y análogas como «ente», pero con un significado peculiar, que
desvelen otros aspectos de todo: los trascendentales. Entre los diversos trascendentales
que se han propuesto, los más «clásicos» han sido uno, verdadero, bueno y bello; a estos
aZadiremos uno más: relacional.
Términos clave
Noción: usamos este término en el contexto de los trascendentales para significar una
idea adquirida por medio de la experiencia y la reflexión, que descubre un aspecto de la
realidad. Se diferencia de «concepto», porque no es resultado de una abstracción y su
significado no se reduce a un cierto tipo de ente o esencia.
Participación en el foro
1. El hombre no puede hacer experiencia de todo lo que existe ni conocer una cosa en
todos sus aspectos.
¿Qué nos revela este hecho acerca de la condición humana, la limitación de cada
persona, de nuestro pensamiento y lenguaje?
Juzgue si, como consecuencia, el hombre debe abrirse a otros puntos de vista sobre la
realidad que otras culturas y personas nos ofrecen.
Objetivos
2. Aprender a ir formando una visión sinóptica de la realidad a todos los niveles a la luz
de los trascendentales.
¿Podemos juntar simultáneamente los diversos aspectos del ente para lograr una visión
más dilatada y profunda?
El problema, pues, consiste en lograr una interacción de los trascendentales de tal modo
que nos presente la realidad como es: interrelacionalmente. Por este motivo, para
responder a nuestra cuestión principal, debemos afrontar otra no menos importante:
1. La relacionalidad y el ente
En efecto, el acto de ser en un ente finito es, a la vez, esse ab, esse in y esse ad (ser
«desde», «en» y «hacia»): esse ab, porque viene recibido de otro ente; esse in en cuanto
es el acto propio de un sujeto; esse ad, porque está constantemente en relación con otros
entes61. Se dan, pues, dos direcciones del ser: una «inmamente» (la actividad relacional
del ente consigo mismo) y otra «trascendente» (la actividad relacional del ente con entes
distintos a él).
3. La relacionalidad trascendente: la actividad relacional del ente con los demás entes
En este mundo cada individuo se relaciona con los demás en múltiples niveles:
(3) en el nivel metafísico, como ente verdadero (relación con la inteligencia), bueno
(relación con la voluntad) y agradable (relación con todo el espíritu). Ser, por tanto, es
ser-en-relación. Un ente sin relación es un no-ente; no existe. El dinamismo de
comunión entre los seres se da de dos modos o en dos aspectos:
a. «Ex-ergía»: la constante receptividad del ente. El dinamismo del acto de ser acoge
constantemente todo lo que viene recibido de los otros: acto de ser, accidentes, influjo.
Para que una noción pueda ser reconocida como una propiedad de la realidad debe
contar con estas cualidades:
Esta noción no implica en sí imperfección, sino perfección, dado que ningún ente puede
existir aisladamente. Más aún, cuanto más relacional, más perfecto es. Cuanto mayor
sea su grado de ser, mayor es su capacidad de relacionarse. «Ens et relationale
convertuntur». Así, una piedra se relaciona sólo de manera física con los entes de su
derredor (pasto, aire, insectos...); una planta se relaciona, además, química y
biológicamente con otros y consigo mismo (respiración, nutrición, crecimiento,
producción de frutos, polen, oxígeno...); un animal es capaz, además, de sentir,
moverse, engendrar, mostrar afecto, enseñar, unirse a otro sexo, comunicarse; el
hombre, finalmente, como sujeto espiritual, puede potencialmente conocerlo, amarlo,
gozarlo todo (63).
Ahora bien, ¿podemos atribuir esta propiedad a Dios por esencia? Si en las creaturas se
trata de una perfección análoga –como las de unidad, verdad, bondad y belleza–, ¿cómo
le puede faltar a Dios? ¿Pueden las creaturas poseer una perfección de la que Dios
carece?
La razón misma –no la fe– nos impulsa, pues, a considerar a Dios como un Ser
esencialmente Relacional. ¿En qué sentido? Él se relaciona consigo mismo, pues se
piensa, se ama y se goza a sí mismo. Al relacionarse consigo mismo, se relaciona con
las creaturas que conoce, ama y goza (64).
Ser relacional indica, finalmente, un aspecto novedoso del ente. En efecto, ser
indivisible, inteligible, amable y esplendoroso, implica de algún modo la relacionalidad,
pero no la expresa en cuanto tal. Esta noción nos revela, pues, una nueva faceta de la
realidad: la que presenta cada ente como don que es donación y la que presenta todo lo
que existe como comunión (65).
La relacionalidad es, por decirlo así, «el vínculo de los trascendentales». Funge como la
pantalla donde se proyectan las fotografías o vídeos del paisaje tomados desde diversos
ángulos. Es el hilo conductor de los trascendentales, el foco de la visión sinóptica.
Ofrecemos tan sólo unas pistas generales, unas semillas de reflexión para indicar cómo
se puede lograr esta visión.
Todo lo que es, se ha «escapado» de la nada porque participa del Ser de Dios
(trascendental ente); es algo único, irrepetible, por la unidad ontológica obtenida al ser
generado o engendrado, y, en la medida en que se divide, se disuelve, corrompe o muere
(trascendental uno). Todas las cosas forman un oceáno de misterios dispuestos a ser
desvelados por la inteligencia (trascendental verdadero), con un valor distintivo, que
hace que sea mejor existir que no ser nada (trascendental bueno), y con un esplendor
maravilloso, el gozo de la creación (trascendental bello), ya que todo es, en el fondo, un
don que se convierte en donación, un cosmos sinfónico, un «uni-verso» (trascendental
relacional).
Al participar del Ser de Dios de un modo más íntimo –tiene naturaleza espiritual–, es
imagen de Dios (ser ente), unidad de cuerpo y alma, con una personalidad única,
irrepetible (ser uno), capaz de identificarse mentalmente con todo (ser verdadero) y de
quererlo todo con su libertad (ser bueno), perfeccionando así su propio ser (ser bello),
en comunión con Dios, con las demás personas y las cosas (ser relacional).
Dado que nuestra forma substancial es espiritual –el alma–, debemos dar prioridad a los
valores espirituales: religiosos, morales, intelectuales (ser ente), logrando una armonía
de nuestras facultades y pasiones, sentimientos, emociones, controlados y encauzados
por la inteligencia y la voluntad, en la madurez, coherencia, sinceridad (ser uno),
buscando la verdad fundamental de nuestra vida (ser verdadero) y viviéndola libremente
y por amor (ser bueno), creciendo en sabiduría, virtud y gracia (ser bello), en la
donación de sí (ser relacional).
c. La dimensión «social» de la ética
Como seres sociales por naturaleza (ser ente), debemos vivir en comunión en la familia,
con los amigos, en la ciudad y la patria, con Dios (ser uno), buscando la justicia y los
valores morales objetivos (ser verdadero), y viviéndolos en la lucha por el bien común
(ser bueno), logrando la armonía adecuada en la familia, la sociedad, la cultura, la vida
religiosa (ser bello), en el amor (ser relacional).
Conclusión
Los entes existen interrelacionalmente. De ahí que, para formar una visión sinóptica de
la realidad, convenga valorar su carácter relacional: un ente es en la medida en que es
relacional, como participación del Ser Relacional de Dios. A partir de este trascendental
se pueden conjuntar los otros aspectos del ente para penetrar en el misterio de todo lo
que es de un modo más comprehensivo y unificado. Las experiencias humanas, sin
embargo, por ser intrínsicamente limitadas, en perspectiva, no pueden descubrir el
Absoluto de un modo total y definitivo.
Términos clave
Notas bibliográficas
61) Sobre la estructura triádica del ser (esse-ab/in/ad) y su naturaleza relacional, se vea
D.L. SCHINDLER, Norris Clarke on Being, Person, and St. Thomas, «Communio» 19
(1993), pp. 580-592; The Person: Philosophy, Theology, and Receptivity, «Communio»
21 (1994), pp. 172-190.
62) Según S. Agustín y Sto. Tomás, la unidad interna de cada ente finito es un vestigio
de la unidad divina intratrinitaria: cada ente se constituye por la unidad interna de
modo–número–orden (S. AGUSTÍN, De Trinitate VI, x) o de substancia–forma–acción
(STO. TOMÁS, Summ. Theol. I, 45, 7), que refleja de algún modo la unidad Padre–
Hijo–Espíritu Santo. Ahora bien, en las creaturas hay unidad de principios, mientras que
en Dios, que es absolutamente simple, sólo unidad de relaciones: entre las Tres Personas
divinas; pero de la diferencia entre la Relacionalidad de Dios y la de las creaturas nos
ocuparemos más en concreto en el siguiente parágrafo.
63) Originales del autor son tanto la concepción de relacionalidad como las distinciones
propuestas acerca de las dimensiones inmanente y trascendentes, junto con los aspectos
distinguibles. El autor ha debido acuñar la terminología, sirviéndose de etimologías
griegas: el concepto de «dinamismo» o «actividad» del ser queda expresado por el
sufijo «ergía» (acción, trabajo); los prefijos distinguen las modalidades de tal
dinamismo: en-ergía, sin-ergía, met-ergía, ex-ergía, pros-ergía (actividad del ser «en»,
«junto con», «más allá», «desde» y «hacia»).
63) Cuanto más un ente es capaz de relacionarse al exterior, tanto más interioridad
necesita y muestra (cf. J. PIEPER, Was heisst Philosophieren?, Kösel-Verlag GmbH &
Co., Munich 1948; tr.ing. A. Dru, The Philosophical Act, en Leisure, The Basis of
Culture, Random House, New York 1963, pp. 90-91).
65) Cf. W. DESMOND, Being And The Between, State University of New York,
Albany 1995, pp. 223-546; D.L. SCHINDLER, Is Truth Ugly? Moralism and the
Convertibility of Being and Love, «Communio» 27 (2000), pp. 701-728.
Autoevaluación
Participación en el foro
1. La forma más perfecta de relacionalidad es el amor. ¿Cómo nos puede ayudar esta
verdad a comprender mejor a Dios, al hombre y al mundo?
La problematicidad de la Filosofía
Introducción
Nos falta analizar el aspecto sintético del problema metafísico, o sea, del problema de la
filosofía: la conciencia que adquirimos de que todo el universo y la experiencia humana
son problemáticos, porque no son absolutos, autosuficientes, espontáneos, es decir, no
se han causado a sí mismos. ¿De dónde surgió todo y para qué? ¿Quién ha hecho este
paisaje y ha puesto nuestro tren en marcha? ¿Quién ha trazado su itinerario? ¿De dónde
procede y a dónde va?
Busquemos, pues, las causas de lo real. Estudiaremos ante todo la naturaleza ontológica
del principio de causalidad y su clasificación estructural (tema 1).
Analizaremos después cada una de las causas esenciales: las intrínsecas al ente –materia
y forma– (tema 2) y las extrínsecas, o sea, la causa eficiente que con su actividad
produce el efecto (tema 3) y la causa final, el para qué de los entes (tema 4).
Diagrama estructural
B. Naturaleza de la causalidad
Bibliografía
Objetivos
En la vida ordinaria no podemos vivir ni entender nada sin las nociones de causa y
efecto:
«¿Quién rompió este plato?
¿Qué causó tal accidente?
¿Por qué está mal la economía?
¿Cuál es la causa del Alzheimer?
¿Por qué los dinosaurios desaparecieron de la tierra?
¿Quién es el autor de este libro?».
Nadie cree en la casualidad absoluta. Todos estamos convencidos de que cada efecto
tiene una causa. Si hay un mal olor alrededor, buscamos de dónde surge; si estamos en
una casa, pensamos que alguien la construyó; si oímos un ladrido, sabemos que
proviene de un perro; si vemos a un amigo con el brazo roto, le preguntamos qué le
pasó; si la televisión está encendida, alguién debió encenderla. Imaginemos que no
tuviéramos noción de causalidad. ¿Podríamos vivir por mucho tiempo?
Seguramente no. No sabríamos, por ejemplo, que el fuego quema, que ciertos eventos
son mortales, que tales medicinas curan estas enfermedades... No podríamos
defendernos y evitar las causas de nuestros males. No entenderíamos el mundo ni a
nosotros mismos. No tendríamos ciencia, que es búsqueda de causas. No habría nada
que aprender y nada que estudiar. No podríamos conocer a Dios como la Causa última.
Todo sería caos, ininteligible, absurdo, sinsentido.
B. Naturaleza de la causalidad
Causa es el principio, fundamento u origen en virtud del cual existe un efecto. El nuevo
ente o efecto –accidente o substancia– depende de su causa para su existencia. Principio
es aquello por la cual las cosas son lo que son. No siempre influye directamente en el
efecto. Por ejemplo, el principio de inercia es la tendencia de todos los cuerpos a
conservar su estado de reposo o movimiento rectilíneo uniforme, pero no causa ni el
reposo ni el movimiento. Todas las causas son principios, pero no todos los principios
son causas. Condición es un prerrequisito o circunstancia necesaria para que la causa
pueda ejercer su influjo. Auxilia, pero no causa. La ventana es condición para que haya
luz solar en el cuarto, pero no causa la luz; la nieve es condición para esquiar, pero no
hace que alguien esquíe. Ocasión es una situación que favorece la acción de una causa.
Encontrarse a un mendigo es una buena oportunidad para practicar la caridad dando
limosna, pero no causa la acción caritativa. Un buen clima es una circunstancia
favorable para un buen paseo, pero se puede disfrutar de un buen paseo con un mal
clima también.
Según su influjo sobre el efecto las causas pueden ser esenciales (per se) o accidentales
(per accidens). Las primeras producen directamente el ser del efecto (gallina–huevo,
lluvia–pasto mojado). Las segundas ejercen un influjo sólo indirecto en la producción
del efecto, sea porque se unen extrínsecamente a la causa esencial, sea porque causan un
efecto distinto al efecto propio que se buscaba producir. Ejemplo del primer caso: la
pluma azul (causa accidental) ha colaborado conmigo (causa esencial) para hacer un
buen examen de metafísica (efecto). Ejemplo del segundo: Pedrito (causa accidental)
pasó el balón a Manolo y metió gol por causalidad (efecto).
Hay cuatro causas per se, puesto que cuatro son las maneras esenciales como un efecto
depende de sus causas: las dos primeras –materia y forma– son intrínsecas al efecto, lo
componen desde dentro; las dos segundas –causa eficiente o agente y causa final– son
extrínsecas al efecto, lo constituyen desde fuera. Algo está hecho de materia y forma por
la acción de un agente que opera por un fin. Así, una rosa tiene forma o esencia de rosa
en un «pedazo de materia», porque la plantó un jardinero (agente) para que adornara el
jardín (fin). Dedicaremos los siguientes temas a estudiar estas cuatro causas (69).
Conclusión
Términos clave
Causa: el responsable del cambio accidental o substancial; el principio del cual algo
depende para su existencia. Causar es, por tanto, hacer que algo suceda, llevar a cabo,
producir un cambio.
Notas bibliográficas
66) Según David Hume (Tratado sobre la naturaleza humana, Libro I, Parte III, secc.2-
6), la sensación percibe sólo una sucesión regular de fenómenos necesaria a la cual
nosotros atribuimos las nociones de causa y efecto. Immanuel Kant (cf. Crítica de la
razón pura, A 189, B 232-234) arguía, por su parte, que este principio es un concepto a
priori de la razón pura, el producto de la facultad sintética de la imaginación, o sea, un
esquema mental a través del cual damos forma a los contenidos del conocimiento: está
en la mente, no en las cosas.
Autoevaluación
Participación en el foro
Objetivos
Cuestionarse sobre las causas de los entes significa inquirir la respuesta a estas tres
preguntas:
La primera y tercera se refieren al origen y fin de nuestro ser, a sus causas extrínsecas.
La segunda, en cambio, se refiere a lo que nos constituye por dentro, a nuestras causas
intrínsecas. De hecho ya respondimos a este interrogante al investigar los principios que
componen la esencia de un ente finito: la materia y la forma. Ahora examinaremos los
mismos principios con más atención como las causas que explican porqué todos somos
lo que somos: esta o aquella naturaleza, esta substancia o ese accidente, esta entidad
material distinta de las demás que existen en la creación (70).
B. La causa material
Causa material es, en general, aquello de lo cual y en lo cual algo se hace. Es el material
de lo que las cosas están hechas. En esta descripción genérica, materia es el elemento
visible e invisible que funge como substrato de los entes. Debemos distinguir, por tanto,
entre la materia prima y la materia cuantificada.
La materia prima es, como vimos, el principio indeterminado, pasivo, susceptible a ser
determinado o especificado por las formas presentes en el mundo. A nuestro modo de
ver, se identifica con la energía del cosmos, impenetrable, inteligible, invisible, que no
crece ni decrece, sino sólo se trans-forma, se convierte en individuos concretos. En sí
misma es pura potencia y, por ello, un no-ente que de algún modo «es», lo más cercano
a la nada y lo más lejano a la Perfección divina. No existe en sí misma, sino sólo in-
formada, con una forma y cantidad específica. Explica la materialidad de los entes
corpóreos y su capacidad de sufrir generación, alteración, corrupción, o sea, los cambios
accidentales y substanciales. La materia prima es, en efecto, el substrato que permanece
bajo los cambios: por ejemplo, en el agua que se evapora y se convierte en gas o en el
azúcar que se disuelve en una taza de café transformándose en líquido.
C. La causa formal
Causa formal es el principio o perfección por el cual un ente es lo que es, una substancia
o un accidente, y de tal o cual naturaleza: lo que hace que un reloj sea reloj, que el negro
de su correa sea negro, que su tamaño sea tal tamaño, etc. Por eso distinguimos entre
forma substancial y forma accidental.
La primera confiere al ente su manera básica, fundamental de ser, haciéndole ser lo que
es, esta substancia: árbol, mesa, mosca, nube, hombre.
La segunda confiere a la substancia sus múltiples modificaciones secundarias: árbol
frondoso (cualidad), grande (tamaño), plantado por Gilberto (relación), en el bosque
(lugar), con varios nidos (posesión), etc.
Ambas formas son, pues, los actos que actualizan una de las infinitas posibilidades de
las potencias, las materias: la forma substancial determina a la materia prima
convirtiéndola en esta gota de agua, ese pavo, aquella montaZa; las formas accidentales
determinan a la «materia segunda», la substancia, dándole esta figura, este color, este
aspecto, este tiempo, esta relación, etc. Ser, en definitiva, es ser in-formado, poseer una
forma delimitada, concreta. Ser in-forme es no ser nada.
Las dos causas constituyen al ente por dentro, haciéndole ser lo que es, pero intervienen
de manera diversa. La materia es pasiva: el sujeto donde la forma «entra» o permanece;
no ofrece nada a la forma, sólo la soporta; se deja moldear por ella. La forma, por el
contrario, es activa: configura la materia, determinando aquello en lo que se convierte,
«sacando» de ella su forma de ser, haciéndole existir de este o aquel modo y no como
pura posibilidad, dándole tal grado de ser o perfección. Un ente corpóreo no puede,
pues, existir sin materia y forma, sin substrato y un modo específico de ser. En la unión
de ambas causas –hilemorfismo o unión hilemórfica– se genera un ente; en su
separación, se corrompe. Un huevo surge cuando una materia precedente se trans-forma
en huevo y un hombre nace cuando un esperma fertiliza un óvulo formando un embrión
humano; el huevo deja de ser tal cuando se transforma en pollo (pierde una forma y
adquiere otra) y el hombre, cuando su forma substancial –el alma– se separa de su
materia: el cuerpo71.
Conclusión
Términos clave
Notas bibliográficas
70) Este capítulo servirá, pues, como un buen repaso y una profundización sobre el tema
de la esencia y el principio de individuación. Será, con todo, breve, porque la temática
resulta familiar y porque conviene dejar más espacio al análisis de las causas
extrínsecas, que son las que nos guiarán hacia el Origen y Fin últimos de toda la
realidad.
71) Podríamos sintetizar la relación entre materia, forma accidental y forma substancial
con esta reflexión del Aquinate: «La forma substancial y la accidental se diferencian en
que, como quiera que lo menos principal existe por lo más principal, la materia existe
por razón de la forma substancial; y, al revés, la forma accidental se da para completar
el sujeto» (STO. TOMÁS, Summ. Theol. I, 77, 6c).
Autoevaluación
Participación en el foro
La materia y la forma son las causas que explican qué es un ente, pero no porqué es,
cómo surge, cómo una forma llega a informar la materia. Una casa es tal porque sus
materiales están estructurados en forma de casa, pero ¿quién construyó la casa?
Investiguemos quiénes son los agentes y cuáles son sus actividades, tratando de
responder en las siguientes tres secciones a estos tres interrogantes:
(3) ¿Cómo produce un ente un efecto externo; cuál es el orgien inmediato y último de su
actividad?
Es el origen o principio de una acción que hace que algo sea o sea de un cierto modo. Al
actuar, todo agente produce efectos distintos de sí, bien sean nuevas substancias (yo
escribiendo palabras) o modificaciones de las mismas (yo rayando el papel con la
pluma). Agente (latín, agens, «el que hace») es un ente en acto que actualiza a otros, que
une formas a la materia o las separa de ella, que cambia o «mueve» a otros substancial o
accidentalmente (por eso se llama también causa movens, «causa que mueve»). No hay
acción que no produzca un efecto, un nuevo ente: el viento mueve las hojas, mi
inteligencia piensa en los agentes, este cuadro adorna la pared...
2. Tipos de agentes
Actuar es hacer algo actual, hacer que pase de la potencia al acto, producir un nuevo
ente o efecto. Los agentes ejercitan su causalidad por medio de su actividad. ¿Qué tipos
de actos puede tener una causa eficiente? Las acciones transeúntes o transitivas son las
que afectan o perfeccionan a un objeto exterior al agente, transformándolo substancial o
accidentalmente. Ejemplos: iluminar, cortar, empujar, construir, escribir. Las
operaciones inmanentes son las que afectan o perfeccionan al agente y cuyo efecto
permanece en él mismo. Ejemplos: crecer, escuchar, desear, comprender, aprender
metafísica. A las primeras las llamamos propiamente «acciones» y a las segundas
«operaciones»(73). Las acciones transitivas son fruto de la perfección intrínseca de las
cosas y de sus operaciones inmanentes. Por lo mismo, cuanto más perfecto es un ente,
tanto mayor será su capacidad de realizar operaciones y, por ende, de influir en los
demás por medio de sus acciones. Cuanto más ágil sea una pantera, por naturaleza y por
ejercicio (acto inmanente), tanto mejor podrá cazar a sus presas (acto transitivo), cuanto
más metafísica sepa un profesor (operación inmanente), mejor podrá enseñar (acción
transeúnte).
Dado que la forma determina al sujeto subsistente haciéndole ser esto o lo otro, la forma
determina el modo como actúa; su grado de ser es su grado de operar. Uno hace lo que
la naturaleza le permite hacer. Una piedra es sólida, pero no puede caminar; una planta
crece, pero no puede volar; una gaviota vuela, pero no puede pensar. La forma
substancial se revela, de hecho, por medio de la actividad.
No es, ciertamente, ni el acto de ser ni la esencia de un ente, porque ellos no son más
que principios que no pueden subistir por sí mismos. El agente será siempre un sujeto
subsistente, un compuesto de ser y esencia. Sólo porque uno es y es hombre, puede
actuar como ser humano. Ser algo es ser activo, relacionarse. Ser inactivo, no afectar a
otros, equivale a no ser.
Cada sujeto tiene una sola forma substancial y un acto de ser, pero ninguno de estos
principios puede ser el origen inmediato de sus actividades. ¿Por qué? Porque el sujeto
subsistente es uno, siempre el mismo, estable, pero sus acciones y operaciones son
múltiples, variadas, ocasionales. Una gaviota es capaz de volar, de pescar y de graznar.
Si su ser o forma fueran el principio próximo y único de su actuar, el sujeto debería
estar volando, pescando y graznando constantemente, sin parar, pues la forma y el ser
están siempre en acto.
Además, si cada uno tiene sólo una forma substancial y un ser, ¿porqué hay variedad de
actividades? En conclusión, la forma substancial de un ente tiene que poseer ciertas
variadas capacidades o poderes activos, facultades, que necesitan ser actualizadas
siempre que el sujeto actúa de un modo determinado. Las facultades de un ente, que son
muchas, variadas, en potencia activa, no se pueden identificar, por tanto, con su forma
substancial, que es una, única y en acto. Así, la gaviota tiene las aptitudes de volar,
graznar y pescar, y vuela, grazna y pesca cada vez que actualiza cada una de esas
facultades, y deja de hacerlo cuando no las pone en acto. Pero vuele o no, sigue siendo
gaviota. Las facultades son accidentes necesarios de la substancia y sus actos
específicos son accidentes contingentes. Ninguna creatura se identifica con su obrar.
Uno no es lo que hace. Si fuéramos lo que hacemos, entonces una rana no sería tal
cuando dejara de croar, comer y saltar. Un hombre dejaría de ser hombre siempre que
dejara de ejercitar actualmente sus facultades: un feto, un retardado mental, uno en
estado de coma, uno que está durmiendo... no serían persona humana. Pero uno es lo
que es, no lo que hace o puede hacer.
Conclusión
Para existir los entes necesitan una causa eficiente, extrínseca, que in-forme o trans-
forme su materia, que actualice su potencia. Al impartir sus propias perfecciones a sus
efectos, los agentes se convierten también en causa ejemplar, cuyo último fundamento
ontológico subyace en las Ideas divinas. Un agente causa por medio de su actividad, que
puede ser acción transeúnte, si afecta a un ente externo, u operación inmanente, si se
perfecciona a sí mismo. Un sujeto subsistente encuentra el origen último de su actuar en
su propio esse, el modo de obrar viene determinado por su esencia y sus diversas
actividades provienen de manera inmediata de sus facultades.
Términos clave
Agente (latín, agens, «el que hace»):</b> una causa eficiente o substancia activa que
produce un efecto por medio de su actividad.
Ejemplar (latín, exemplum, «sacado fuera, modelo», del verbo ex-imere, «sacar»):un
paradigma, prototipo, patrón o estándar. Causa ejemplar es el agente que sirve de
modelo o ejemplo a su efecto.
Idea (griego, ιδέα, «apariencia, forma, naturaleza»):término usado por Platón para
significar los entes supremos que no nacen, ni cambian, ni perecen, que trascienden
todos los entes sensibles, constituyendo sus modelos, porque los entes corpóres, que
nacen, cambian y mueren, son lo que son en la medida en que participan de las Ideas.
En la tradición medioplatónica, neoplatónica y crisiana las Ideas son los arquetipos de
las cosas que existen eternamente en la mente de Dios.
72) Platón fue, como bien se sabe, quien introdujo la doctrina de la participación de las
cosas sensibles en las Ideas. Las cosas sensibles existen y tienen sus características
esenciales por razón de que y en la medida en que participan de las Ideas
correspondientes, sus modelos, que poseen esas características de modo perfecto y
ejemplar, pues son espirituales, inmutables, eternas. El judío filósofo Filón de
Alejandría (s. I d.C.) y los medioplatónicos paganos –Plutarco (s. I d.C.), Albino (s. II
d.C.)– concibieron las ideas como pensamientos divinos, doctrina que permaneció en
las diversas formas de platonismo y neoplatonismo pagano (Plotino, Porfirio, Proclo) y
cristiano (S. Agustín, Pseudo-Diógenes, Sto. Tomás., S. Buenaventura, Malebranche,
Rosmini...). Según S. Agustín, las Ideas son «ciertas formas principales o tipos de cosas
permanentes e inmutables, que no han sido ellas mismas formadas. Son por eso eternas
y siempre tienen el mismo modo de ser y están contenidas en la inteligencia divina. Si
bien ellas nunca vienen a la existencia ni perecen, decimos sin embargo que, conforme a
ellas, se forma todo lo que puede nacer y morir y todo lo que de hecho nace y muere»
(S. AGUSTÍN, Octog. Trium QuFst., q. 46: ML 40, 30). Como seZala el Aquinate,
«cada criatura tiene su propia especie por la que de algún modo participa de la
semejanza de la esencia divina. Así, pues, como Dios conoce su esencia como imitable
por tal criatura, la conoce como tipo e idea propia de tal criatura. Y lo mismo hay que
decir de todo lo demás. De este modo resulta evidente que Dios conoce muchos tipos
propios de muchas cosas, las cuales son muchas ideas» (STO. TOMÁS, Summ. Theol.
I, 15, 2c).
73) Esta distinción lingüística refleja la distinción metafísica de las actividades, si bien
en el lenguaje ordinario no solemos conservarla. «Acción» en griego es ποίησις, del
verbo ποιεÃν, que en latín es facere y en espaZol, hacer. «Operación», en cambio, se
dice πράξις, del verbo πραττεÃν, cuya traducción latina es agere y española, obrar.
Autoevaluación
1. ¿Qué es una causa eficiente y por qué un ente finito la necesita para existir?
2. Enumere algunas de las posibles clasificaciones de causas eficientes.
3. ¿Qué quiere decir que los agentes son también causas ejemplares para sus efectos?
4. ¿Cuál es el fundamento ontológico último de la causalidad ejemplar?
5. ¿Qué tipos de actos ejercitan los entes? Ponga algunos ejemplos.
6. ¿Cuál es el fundamento último, el principio específico y los principios próximos de
los actos de un agente finito?
Participación en el foro
Objetivos
Las causas eficientes explican porqué los entes vienen a la existencia, pero no para qué
son. Nos preguntamos, finalmente, si hay alguna razón por la cual los agentes se
deciden a producir nuevos efectos: ¿por qué se mueven? ¿Cuál es el fin que persigue un
agente en su actividad?
Es evidente que los hombres actuamos casi siempre por un fin: comemos, bebemos,
jugamos, rezamos, estudiamos, dormimos, con una intencionalidad precisa. Pero, ¿y las
cosas naturales y artificiales? ¿Tienen alguna razón de ser? ¿Actúan por un objetivo?
Es la doctrina según la cual toda realidad, o cuando menos la realidad natural, tiene una
estructura comparable a la de una máquina, de modo que puede explicarse a base de
modelos de máquinas. Todas las cosas no son más que cuerpos en movimiento
compuestos de partes intrínsicamente inmutables y regidos por leyes mecánicas, de
modo automático, como si fueran las piezas de un reloj. Todo sucede, entonces,
siguiendo una ciega necesidad –no un plan inteligente–, bien de modo regular y
predecible, bien de modo casual, excepcional e imprevisible (74).
Muchos filósofos, por el contrario, explican los entes y procesos de la naturaleza así
como el cosmos en general a través de sus fines o propósitos estructurales, pues todo
forma parte de un designio inteligente(75).
2. Un cosmos teleológico
Podemos aducir varias razones para mostrar que el universo y cada uno de los entes
poseen una finalidad en sí y no surgieron ni existen como resultado de procesos
automáticos sin más.
Los hombres estructuramos las cosas materiales para hacerlas servibles, con una
intención; las piezas del reloj están puestas de tal modo que el reloj pueda cumplir su fin
de marcar las horas, los minutos y los segundos. Asimismo, observamos que las cosas
naturales subsisten con un orden interno –átomos, moléculas, células, órganos...– que
las hace operar de manera regular y sabia para obtener su propio beneficio y el de la
especie; piénsese, por ejemplo, en la constitución interna y la operación de una estrella,
de un manzano, de una gallina, de un águila...
Las leyes que rigen el marcrocosmos y el microcosmos son reglas impuestas por la
admirable «racionalidad» de la naturaleza, que organiza todos los entes para el bien
común, con un designio unitario que hace que todo sea clasificable, predecible,
racionalmente descifrable. Hay, en efecto, un orden jerárquico, que regula y subordina
las partes más elementales y simples a los compuestos siempre más estructurados y
complejos(77).
Este principio afirma que el hombre es el fin de la creación. La aparición del hombre es
el resultado de coincidencias que no pueden ser fortuitas. Hay una gama infinita de
posibilidades en que la interacción de los entes y de las leyes hubieran imposibilitado la
vida humana (7 . Un universo «puro objeto», sin un sujeto capaz de entenderlo,
descifrarlo, perfeccionarlo, sería como una hermosa ciudad llena de casas, tiendas,
calles, semáforos... construida para nadie.
Causa final es aquello por lo que algo se hace; es el motivo por el que el agente obra.
Finalidad es la intención de realizar un fin. Una rosa se nutre para desplegar sus pétalos,
exhalar su aroma y embellecer los campos. Aunque su fin no sea una realidad física, no
deja por ello de ser un verdadero principio causal, ya que causa es todo aquello que
influye positivamente en la producción de un efecto. El agente, de hecho, actúa por un
fin o no actúa. El fin está presente en el agente como potencia, de manera intencional,
metafísica, no física. Sin embargo, de algún modo es, de tal modo que mueve a la causa
eficiente a lograr ese fin en acto. ¿Cómo causa el fin? No por la actividad, como lo hace
la causa eficiente, sino por atracción: «motiva» al agente a ponerse en movimiento,
porque el fin es siempre visto como un bien, algo deseable, una perfección. Todo ente
desea por naturaleza su propio bien, realizarse como es, «cumplir su misión».
De ahí que se haya considerado a la finalidad como «la causa de las causas». Sin un
propósito, la causa eficiente no se movería a imprimir una forma en la materia; ninguna
de las otras tres causas se actuarían. La causa eficiente explica el curso de la naturaleza,
pero no porqué la naturaleza sigue tal curso. Pongámonos, por ejemplo, este problema:
¿vuelan las aves porque tienen alas o tienen alas para que puedan volar? Respuesta: las
dos cosas. Vuelan porque tienen alas (causa eficiente) y tienen alas para poder volar
(causa final). Es el fin, pues, el que determina porqué todo es como es y actúa como
actúa. Por tanto, el fin es el primero en la intención y el último en la ejecución. El
agente se determina a actuar después de haber deseado un bien; lo conseguirá como
resultado de la acción. El fin, entonces, es el primero a la hora de causar y la más noble
de las causas.
Extrínseco es el fin impreso en un ente por una fuerza directriz externa; pensemos, por
ejemplo, en el orden de ciertas cosas para facilitar la vida vegetal, animal y humana: la
atmósfera, el sol, el agua, la rotación y traslación de la tierra... cada una de estas
entidades está proyectada hacia un bien externo, más sublime. Intrínseco es el bien
propio de la naturaleza de un ente: el peral y la luna actúan según su tendencia natural
para lograr su propia perfección, realizarse como árbol y satélite. Mientras que la
finalidad intrínseca procura la realización del bien propio de su naturaleza, la finalidad
extrínseca busca el orden y la armonía de todo el cosmos.
El primero es el fin hacia el cual se dirige el ente por su misma naturaleza, de manera
inmediata, porque le es intrínseco: una gaviota que vuela hacia el mar y grazna ante
otras gaviotas, un niño que en fútbol chuta el balón hacia la portería. El fin del que actúa
se refiere, en cambio, al objetivo último al cual está dirigida esa acción, la intención
final del agente: la gaviota vuela hacia el mar para pescar un pez y grazna para
comunicar a las otras dónde hay peces, el niño pretende meter gol y quedar satisfecho y
apreciado.
El bien honesto es el fin deseado por sí mismo. El bien deleitable es el mismo bien
honesto pero en cuanto produce un gozo, la satisfacción de ser poseído. El bien útil es el
que se quiere como medio, no por sí, sino en razón de los otros dos. Uno puede ver un
partido de fútbol y tomar una medicina (bienes útiles) como medios de entretenimiento
y salud (bienes honestos) para gozar del descanso y de la salud misma (bienes
deleitables).
Los entes del cosmos son lo que son porque están causados intrínsecamente por una
forma –que causa el qué es de un ente– y la materia –que explica su materialidad,
multiplicidad y singularidad. Como nadie puede educir su propia forma de la materia,
todo ente finito necesita una causa eficiente que le ponga en existencia y sea, al mismo
tiempo, su ejemplar. Ahora bien, un agente se motiva a producir nuevos efectos sólo
cuando tiene una finalidad, un proyecto que realizar, sea porque está inscrito
instintivamente en su naturaleza (en los agentes naturales), sea porque es capaz de
determinarlo (en los agentes libres).
¿Quién es el Absoluto: el Origen y Fin del universo y del hombre, la Causa Eficiente y
Final de la realidad?
Conclusión
Todos los entes del mundo y el universo entero son teleológicos, tienen una finalidad
intrínseca y extrínseca, una razón de ser, que explica para qué han sido puestos en
existencia, y sin lo cual nada sería comprensible y ni siquiera existiría. Por eso el fin, de
naturaleza intencional y metafísica, es «la causa de las causas», el primero en la
intención y el último en la ejecución, aquello por lo cual todo se hace. Ahora bien, como
los entes no se causan a sí mismos, tenemos que encontrar el Fin de la realidad fuera del
universo.
Términos clave
Teleología: doctrina que considera la realidad ordenada y orientada por fines, objetivos,
valores, creada con un designio inteligente. Se contrapone al mecanicismo y
naturalismo.
Notas bibliográficas
74) Las formas filosóficas más antiguas de mecanicismo se encuentra en las teorías de
los Presocráticos y, más sofisticadamente, en las del atomismo de Leucipo (s.V a.C.) y
Demócrito (ca. 460-370 a.C.), según el cual todos los cuerpos están compuestos de
corpúsculos indivisibles –«á-tomos»–, que se distinguen unos de otros en tamaZo,
figura y posición. En virtud de su figura, movimiento e interacción, los átomos se
combinan para formar cuerpos más grandes y más pequeZos y para causar el
movimiento. La explicación mecanicista del universo fue desarrollada, entre otros, por
Galileo (1564-1642), Hobbes (1588-1679), Newton (1642-1727) y Descartes (1596-
1650), que reducía toda la realidad material a extensión –cambio, número y movimiento
local– regida por leyes mecánicas. Para David Hume (1711-1776) la tendencia humana
a atribuir propósitos a la naturaleza es una conjetura de valor dudable. Según los
evolucionistas materialistas, los cuerpos inorgánicos actúan sólo movidos por la
necesidad de leyes físicas, sin ninguna coordinación planeada, y sostienen que la vida
surgió por pura coincidencia.
75) Platón tuvo el mérito de argumentar la primera clara afirmación de una visión
teleológica e ideal del mundo, donde los fenómenos naturales no se explican por
movimientos de materia determinados por leyes mecánicas, sino a través de una
Inteligencia divina que puso un fin, un orden y un designio en la naturaleza (cf. Fedón
99A-102A). En el Timeo expone la finalidad con que Dios creó el mundo (27C-47E) y
el hombre, incluyendo cada uno de los miembros del cuerpo (69A-90E). También
Aristóteles defendió que los entes tenían una finalidad intrínseca (cf. Física II 8; Sobre
el cielo I 1; Ética a Nicómaco I 2, 5, 9; Metafísica XII 10). A esta interpretación del
mundo se suscribirían la mayor parte de los antiguos, los escolásticos, así como un buen
número de autores modernos.
76) Todo lo inorgánico está compuesto de moléculas muy simples (un gota de agua = un
átomo de oxígeno y dos de hidrógeno), mientras que las moléculas de una substancia
viviente están formadas por la asocicación de átomos que pertenecen a cuatro elementos
fundamentales –carbono, hidrógeno, oxígeno, azoto– y se organizan de manera
compleja en constituyentes orgánicos: carbohidratos, grasas, proteínas y ácidos
nucléicos. Sobre este tema, cf. R. LUCAS, L’uomo, spirito incarnato, Paoline, Torino
1993; tr.esp. El hombre, espíritu encarnado, Atenas, Madrid 1995, pp. 27-72; B.
MONDIN, Manuale di filosofia sistematica, vol. II, pp. 198-225; 255-265.
77) Los grados de perfección de los entes compuestos se dan tanto en la jerarquía de las
substancias naturales –de los elementos y compuestos químicos inorgánicos y orgánicos
a los vivientes, animales y al hombre– como en los aglomerados de múltiples
substancias en unidades siempre crecientes hasta la unidad del universo entero (cf. STO.
TOMÁS, Summ. Theol. I, 65, 2).
7 Las condiciones necesarias para la vida humana son tantas y tan complejas, que no
pueden haberse producido por casualidad. Pensemos, por ejemplo, en la interacción
gravitacional: si fuera un poco más elevada, se quemarían las estrellas; si fuera un poco
más baja, las estrellas tendrían poquísima energía, lo cual impediría el surgir de la vida.
Otras condiciones: la mezcla apropiada de gases que forman una atmósfera terrestre
apta para la vida orgánica, la distancia y posiciones relativas del sol y de la tierra que
regulan las condiciones climáticas convenientes, la jerarquía graduada de los seres vivos
y la interdependencia de las plantas y animales para el sostenimiento del hombre...
Autoevaluación
Participación en el foro
¿Qué nos dice este hecho de la naturaleza de las cosas y del hombre?
¿Qué relación encuentra entre una visión mecanicista, afinalista de la realidad y la falta
de sentido de la vida que se expresa de tantas maneras en la sociedad contemporánea?
UNIDAD V: El sentido de la Realidad
Introducción
En nuestro itinerario metafísico hemos andado a la caza del sentido de la vida, el
Absoluto de la realidad. Nos hemos cuestionado si el fundamento y el fin últimos de
todo se encuentran en el universo y la experiencia humana. Hemos echado una mirada
al paisaje –los principios o la estructura del orbe– y a nuestras vivencias en el tren –los
aspectos o trascendentales de la realidad–, buscando el origen y destino del trayecto: las
causas eficiente y final de todo.
Una vez reconocida la presencia de Dios, podemos comprender de algún modo cómo y
porqué Él nos hace partícipes de sus atributos: he aquí la fase descendente o
participación en sentido activo (tema 2).
Toda metafísica correcta debe terminar, en efecto, en teología filosófica. Por un lado,
Dios es el Creador todo, el Absoluto Trascendente. Por otro lado, la metafísica pretende,
en la medida en que es posible al ser humano, ver las cosas como Dios las ve. La
conclusión de nuestro curso enlaza, pues, con la teología natural o teodicea, que
constituye una asignatura aparte. Por este motivo, la unidad conclusiva será breve. Nos
contentaremos con unas cuantas reflexiones que sirvan más bien como hitos indicadores
o pistas generales para que el estudiante pueda, en su meditación personal y en su
diálogo con los demás, alcanzar una visión más dilatada y profunda de la solución del
problema metafísico, o sea, de Aquel que es el Alfa y el Omega de todo lo que existe, la
Procedencia y el Destino de nuestro viaje.
Diagrama estructural
Bibliografía
P.B. GRENET, Ontologie, Beauchesne et ses fils, Paris 1959; tr.esp. M. Kirchner,
Ontología, Herder, Barcelona 1965, pp. 257-267.
G.P. KLUBERTANZ, S.I. & M. HOLLOWAY, S.I., Being and God, Appelton-
Century-Crofts, New York 1959, pp. 219-373.
R. JOLIVET, Ontologie, E. Vitte, Lyon; Publications Universitaires de Louvain,
Louvain 19613; tr.esp. Metafísica, Carlos Lohlé, Buenos Aires 1957, pp. 295-420.
R.A.TE VELDE, Participation & Substantiality in Thomas Aquinas, E.J. Brill, Leiden,
New York, Köln 1995, pp. 254-283.
Objetivos
1. Saber solucionar el problema metafísico en cada uno de sus aspectos objetivo (el
universo), subjetivo (la experiencia humana) y sintético (las causas).
Todo ente mundano está en continuo devenir y el universo mismo está en constante
mutación y evolución. «Todo fluye» –nace, cambia, muere–, porque todo está
compuesto de acto y potencia. Nadie puede «moverse» a sí mismo, hacerse pasar de la
potencia al acto, de la inexistencia a la existencia. Algo en potencia –cada ente finito–
tiene que ser puesto en acto por otro ente anterior en acto, y éste, a su vez, por otro
anterior, y así sucesivamente. Ahora bien, no se puede llegar al infinito en la cadena de
actos, pues nunca podría explicarse el origen del primer acto. El vagón de un tren puede
mover al siguiente, y éste al que le sigue, y así uno detrás del otro, pero el primero de
todos los vagones no puede moverse por sí mismo. Necesita una máquina. Sin ella, no
hay movimiento en el primer vagón y por tanto no lo hay en todos los demás. El orbe
entero, compuesto de potencia y acto, ha sido puesto en acto por Alguien que no está en
potencia, el Acto Puro, Alguien que mueve a los demás, pero que no es movido, el
Motor Inmóvil del devenir.
Cada substancia corpórea está compuesta de materia y forma. Ahora bien, nada que esté
compuesto puede componerse a sí mismo, porque no puede unir diversos principios
para constituirse a sí mismo en unidad. Necesita de un agente que una tales principios y
le haga ser lo que es. Mas no se puede llegar a una cadena infinita de agentes
compuestos que compongan a los demás, porque entonces no se explicaría quién
compuso al primer ente material. Alguien que no tuviera mezcla de composición debió
informar a la primera materia, el absolutamente Simple, totalmente inmaterial, porque
es Espíritu que contiene todas las perfecciones de todas las formas y las causó todas.
Porque ningún sujeto subsistente se identifica con su propio ser, todos somos
contingentes: existimos, pero podemos no existir. Todos nacen y mueren, se generan y
disuelven, heridos de una terrible fragilidad ontológica: nadie tiene derecho a la
existencia. Si existimos, es porque hemos recibido el acto de ser de otros. Ahora bien,
No por sí mismo: en tal caso, existiría antes de existir para darse su propio esse, lo cual
es absurdo. Sólo Alguien Necesario, no contingente, que no necesita de otros para
existir, nos pudo poner en la existencia, porque Él es la plenitud del Ser.
Los hombres anhelamos la verdad completa, la dicha perfecta, amar y ser amados en
plenitud, vivir eternamente. Suspiramos también por una civilización de paz, justicia,
solidaridad, amor. Con este afán vivimos, sudamos, sufrimos día tras día tras el
horizonte inalcanzable. Pero, nada. Todos los hombres y culturas han perecido en el
intento. Por tanto, no fuimos nosotros los creadores de tales ideales, pues andamos tras
ellos como a tientas, sin saber dónde están y qué son en realidad, sin realizarlos nunca.
Alguien nos los ha inyectado desde la concepción, Alguien que es él mismo el Ideal
anhelado: la Verdad, la Felicidad, la Vida eterna, la Paz, la Justicia, el Amor mismo.
Ningún ente finito es causa eficiente de sí mismo, porque entonces existiría antes de
existir, lo cual es imposible. Los agentes del siglo XXI han sido causados por agentes
anteriores y éstos, a su vez, por otros anteriores, hasta llegar al inicio del cosmos. Si se
quita la causa primera, se quitan los efectos posteriores. Ahora bien, el primer agente
natural tampoco pudo causarse a sí mismo; fue, por tanto, un efecto de una Causa
Incausada, que no fuera efecto de otra causa precedente. Siendo Causa de todas las
causas secundarias, es también la Causa Ejemplar Primaria de todas las formas
transmitidas.
2. Del ordenamiento natural o teleología a la Causa Final Última
Las cosas no obran al azar, sino intencionadamente. Mas, ¿cómo pueden las cosas que
carecen de inteligencia darse un fin a sí mismos y ordenarse para el bien del universo?
Tiene que haber Alguna Inteligencia que haya trazado un Designio sabio por el que
todas las cosas son dirigidas al fin intrínseco y extrínseco y al Fin último para el que
fueron creadas.
Conclusión
Términos clave
Autoevaluación
2. Indique algunas pautas para pasar de la estructura de los entes finitos al Autor de tal
estructura. Puede tomar el camino del devenir o movimiento (acto y potencia), de la
limitación intrínseca (substancia y accidentes), de la composición interna (materia y
forma), de la contingencia (ser y esencia), de la imperfección de la persona humana.
4. Destaque algunas ideas para mostrar que los agentes naturales necesitan una Causa
Incausada para que todos puedan existir. Asimismo, muestre porqué los entes del
cosmos no han podido darse a sí mismos el fin para el que fueron hechos: lo recibieron
de la Inteligencia Perfecta.
Participación en el foro
1. Piense en algunas de las características de los entes finitos y del hombre que hemos
descubierto a lo largo del curso y haga una lista de atributos de Dios. Si las
características implican esencialmente imperfección, descubrirá los atributos divinos
por contraste; ejemplo: la creatura es compuesta y percedera; Dios es, por tanto, Simple
y Eterno. Si no implican necesariamente imperfección, entonces conocerá sus atributos
atribuyéndole a Dios el grado eminente de tal cualidad; ejemplo: las creaturas existen y
son buenas; Dios es, entonces, el Ser Subsistente y la Bondad infinita.
Objetivos
La meditación sobre los principios, propiedades y causas del universo y del hombre nos
conduce a reconocer la existencia del Absoluto Trascendente como su Principio y
Fundamento. Pero no basta. No nos podemos quedar satisfechos con saber quién ha
hecho el tren y el paisaje. Eso es sólo parte del misterio. No nos revela aún todo el
sentido de la vida. Necesitamos saber cómo Dios organizó este viaje y porqué: ¿cuál es
el itinerario? y ¿para qué vivimos o viajamos? En otras palabras, ¿qué relación Dios ha
tenido, tiene y quiere tener con nosotros al meternos en este misterioso tren de la vida?
Llegamos, por fin, a la cuestión más acuciante para determinar el sentido de la vida:
Dios no obra por necesidad natural o por conveniencia. Libremente nos ha creado, pero
podía muy bien habernos «dejado» en la «nada». Entonces, ¿por qué se le ocurrió crear
al mundo y al hombre de la nada?
Entre los aspectos o trascendentales del ente descubrimos uno que era, por decirlo así, el
«vínculo» o la «síntesis» de todos ellos: la relacionalidad. Un ente es en el grado y en la
medida en que se relaciona. A la luz de este trascendental se comprende que el hombre
sea la creatura más perfecta, el clímax y fin del universo: es persona, substancia
individual de naturaleza espiritual, o sea, sujeto capaz de relacionarse con todo lo que es
(el mundo, la humanidad, Dios). Al analizar la noción de persona humana, nos
percatamos, en efecto, que su constitutivo esencial o perfección característica consistía
en ser cuerpo y alma en relación.
Ahora bien, ¿cuál es el alma de esta Relacionalidad? ¿Por qué se relaciona Dios a tal
punto que su Esencia es Relacionalidad? Porque conoce y quiere con plena libertad, es
decir, porque ama. No hay relacionalidad más perfecta que la del amor, pues el amor
trasciende la división entre unidad y multiplicidad: amar es unirse al amado y ser, con
todo, distinto de él.
El amor es, por decirlo así, la «raíz» o «la razón de ser» del ser mismo, por dos motivos.
Por un lado, el amor constituye la forma más alta de vida, pues incluye conocimiento,
voluntad, libertad y felicidad; la vida, a su vez, es la forma más alta de ser. En cambio,
la noción de ser no incluye necesariamente las nociones de vida y de amor: hay muchos
entes que son, pero que no viven ni aman. La noción de amor, por contraste, no sólo
comprende la vida y el ser, sino que también los manifiesta, porque no se puede dar un
amante que no sea viviente y por tanto ente.
El principio del ser, por otro lado, solamente expresa un hecho: existir y ser el acto de
los demás actos. Dice sólo que se es, pero no porqué se es. No contiene en sí su propia
razón de ser. ¿Por qué es mejor el ser que la nada? A esta pregunta el principio del ser
no sabe responder más que con una tautología: porque se es. La pregunta crucial va más
allá del hecho: ¿cuál es el valor del ser, o sea, porqué es preferible a la nada?
Esta cuestión sólo tiene una respuesta satisfactoria: el amor. El amor «produce» el ser,
le da su sentido, su valor. Hay ser porque hay amor. El amor no tiene un absoluto que lo
englobe, no brota de un manantial más alto, carece de un fundamento. El amor es el
absoluto, su propia razón de ser, su mismo fin. El amor es expansivo por naturaleza,
quiere compartir su propia vida y perfección con otros, crea, se comunica, se da
espontánea y generosamente, busca que otros participen de él, hace florecer el ser en el
desierto de la nada. Amar es donarse gratuitamente.
Lo vemos en las cosas naturales: todas tratan de difundir su propio bien –de producir
cosas semejantes a sí mismas– en la medida en que tienen actualidad y perfección. Un
ente es, repetimos, en la medida en que se relaciona. Ahora bien, la raíz, la razón de ser,
el motor de la relacionalidad es el amor. Un ente es, pues, en la medida en «se dona».
Las cosas inorgánicas difunden pobremente su propio bien, de modo físico o químico.
Las plantas lo hacen, también, biológicamente. Los animales generan a otros de la
misma especie, expresan un afecto natural. Los hombres somos, además, capaces de
amar en sentido pleno de la palabra. Con mayor razón entra en la naturaleza de la
voluntad del Ser Subsistente, suma actualidad y suma perfección, el comunicar a los
demás, en la medida de lo posible, el bien poseído.
El amor explica, entonces, la jerarquía de los entes. Las creaturas son en cuanto
participan del amor divino y son capaces de corresponder a ese amor. Los entes
infrahumanos son amados en diverso grado como medios para el hombre, y no pueden,
propiamente, amar: sólo relacionarse en diversos niveles. Nosotros, por el contrario,
somos las únicas creaturas terrestres que participamos directa, esencialmente del
Manantial del Amor, es decir, que han sido amadas por sí mismas, y que podemos amar,
donarnos, corresponder a ese amor, consciente, libre, generosamente (81).
Por tanto, el primer y mejor nombre de Dios es el Amor. Él es ante todo y sobre todo el
Amor mismo Subsistente. Es puro amor, capaz de amar gratuitamente, sin buscar
conveniencias. Las creaturas existimos porque fuimos primero amadas. Sólo después
podemos, en la medida en que fuimos amadas, corresponder al Amor. Dios, en cambio,
ama antes de ser amado y sin necesidad de serlo; ama sin límites, sin recibir nada
primero, sin esperar nada a cambio. Porque es Amor, es en sí mismo Relacional (uno y
trino). Porque es Amor, se relaciona con los entes que crea, donándose, haciéndoles
partícipes de su amor. Porque es Amor, ha creado al hombre a su imagen y semejanza,
capaz de amar, invitándole a conversar con Él en el amor y a gozar de su vida divina.
La respuesta se condensa en una sola palabra, la más simple y preciosa, la más rica y
profunda, la que engloba todas las realidades, la que abraza el origen y el fin último de
todo, la que revela el sentido y el valor del ser, la única palabra que se explica por sí
misma, la única que significa el absoluto, la que expresa el misterio de los misterios, la
palabra más inefable, más divina, eterna, la palabra de todas las palabras: el amor.
Conclusión
Como Absoluto Trascendente, Dios no tiene necesidad de causar a otros entes y por
tanto no se da en Él emanación o derivación necesaria; causa libremente, creándolo todo
de la nada.
Ahora bien, ¿por qué crea? Siendo Él la Primera Persona y la Relacionalidad misma, su
Perfección característica es el Amor, que es la «raíz» o «la razón de ser» del ser. Dios
es, pues, el Amor mismo Subsistente, que crea porque ama y, en la medida en que ama,
los entes son. Al hombre, la única creatura del mundo que ama por sí misma, le crea
para donarse gratuitamente, hacerle partícipe de su misma vida en una conversación de
amor.
Términos clave
80) Como se sabe, el concepto de creación no fue elaborado por la filosofía, sino que
entró en la cultura antigua con la Biblia. A partir del dato bíblico fue apropiado y
desarrollado racionalmente por los primeros filósofos hebreos (Filón de Alejandría) y
cristianos (los apologetas, los Padres de la Iglesia, san Agustín) y más tarde por las
filosofías árabes y cristianas del Medioevo y posteriores. Los filósofos paganos que
reconocieron a un Dios personal consideraron, por lo general, que el mundo existía
independientemente de la acción divina (así Aristóteles). Platón fue el autor que más se
acercó a un concepto de creación en el Timeo: la materia existía eternamente, pero Dios,
el Demiurgo, modeló las cosas naturales y a cada uno de los hombres, porque, siendo
Bueno, quiso (¦βουλήθη) que todas las cosas se asemejaran a Él de modo más perfecto.
No se trata, pues, de una creación ex nihilo, sino de un «semicreacionismo». Por
contraste, el concepto de emanación parece informar implícitamente las metafísicas de
los Presocráticos. Lo elaboró de modo explícito, como reacción contra el concepto
bíblico de creación, el neoplatonismo pagano (Plotino, Porfirio, Proclo) y otras
filosofías posteriores (Avicena). Cabe decir, con todo, que la razón humana no
encuentra un modo más lógico de descubrir a Dios Trascendente como Fundamento del
mundo, que reconociéndolo como Creador de todo.
Autoevaluación
1. ¿Por qué no basta admitir la existencia de Dios para dar sentido a la vida?
2. ¿Por qué Dios no puede verse forzado a causar y, por lo mismo, a emanar otros seres?
3. ¿Qué significa crear y qué relación establecemos nosotros con Dios como creaturas?
4. ¿Por qué motivos decimos que el amor es la «raíz» o «la razón de ser» del ser?
5. ¿Qué analogía con las creaturas y qué propiedad del ente nos lleva a considerar a
Dios como el Amor mismo Subsistente?
6. A la luz del amor «pasivo» y «activo», ¿cuál es la jerarquía de los entes?
7. ¿Por qué el hombre es diverso de las creaturas infrahumanas? ¿Para qué fue creado?
Participación en el foro
Nosotros, como el novelista ruso, hemos tratado en nuestro curso de valorar el milagro
de vivir como si recibiéramos de nuevo la vida tras un indulto inesperado, como si nos
despertáramos de pronto en un tren rápido. ¿Qué significa vivir? ¿Qué sentido tiene este
viaje: de dónde venimos y a dónde vamos?
Tomamos el curso de metafísica como un medio entre otros para alcanzar un objetivo
tan eminente. Quisimos detener por un tiempo nuestros quehaceres ordinarios para
conversar sobre el significado de este viaje.
Descubrimos que los entes del mundo son sujetos subsistentes estructurados por varios
principios: acto y potencia, substancia y accidentes, materia y forma, esencia y esse. El
universo resulta ser, por tanto, intrínsecamente problemático, ya que una realidad en
constante devenir, mejorable, compuesta, limitada, perecedera y contingente, no puede
ser la realidad absoluta, autónoma, autosuficiente; no puede actualizarse a sí mismo,
darse el ser, contener en un estado potencial todas las perfecciones del futuro, porque
entonces la potencia sería ya acto, el ser «aún no» se identificaría con el ser «ya», el no-
ser con el ser, a la vez y en el mismo sentido, o sea, contradictoriamente.
Al analizar el aspecto subjetivo del problema –¿es la experiencia humana todo lo que
es?–, nos percatamos que los puntos de vista con que experimentamos las propiedades
de la realidad o trascendentales son siempre parciales y limitados. La experiencia
humana es, pues, substancialmente problemática. Aun siendo persona, cada hombre es
también mutable, perfeccionable, mortal. No puede autofundarse.
Finalmente, el aspecto sintético del problema –¿son las causas naturales todas las causas
de la realidad?– nos muestra que la filosofía, búsqueda de las causas últimas de todo, es
problemática por naturaleza, pues toma conciencia de que todos los entes
intramundanos son problemáticos. Ni el mundo ni el hombre pueden causarse a sí
mismos y darse a sí mismos el fin de su existencia.
Conformemos nuestra vida según la verdad: fuimos creados por amor por el
Amor. Seamos, pues, «pasajeros llenos de sentido».