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Curriculum Vitae. Español. Alfonso Aguilar, L.C.

Via degli Aldobrandeschi, 190

00163 Roma, ITALIA .Tel. (0039) 06.6652.7664 Cel. (0039) 348.128.0005

E-mail: aaguilar@legionaries.org

Perfil Personal:

Nació en León, España, 1967. Sacerdote católico de la Congregación de los Legionarios de Cristo.

Grados académicos

Licencia en Bioética (Bio.L.), Summa cum laude, Ateneo Pontificio Regina Apostolorum,
Roma, Febrero 2009.
Doctorado en Filosofía (Ph.D.), Magna cum laude, Pontificio Ateneo Regina Apostolorum,
Roma, Mayo 1999. Tesis de doctorado: Diventare filosofo.
Platone e le necessarie predisposizioni per conquistare la verità.
Director: Dr. Guido Traversa, Profesor de la Universidad La Sapienza (Roma) y
del Pontificio Ateneo Regina Apostolorum (Roma).
Licencia en Filosofía (Ph.L.), Summa cum laude, Pontificio Ateneo Regina Apostolorum,
Roma, 1993-1995. Tesina: La volontà di essere. Uno studio sulL’Action (1893) di Maurice Blondel.
Bachillerato en Filosofía (Ph.B.), Magna cum laude, Pontificia Universidad Gregoriana, Roma 1987-89.
Bachillerato en Teología (Th.B.), Summa cum laude, Pontificio Ateneo Regina Apostolorum,
Roma, 1995-1998.
Diploma en Estudios Clásicos, Magna cum laude,
Centro de Humanidades y Ciencias, Salamanca, España, 1984-86.
Curso de Metafisica:

Estos apuntes no constituyen un libro de texto, son solamente una recopilación de


las lecciones a distancia del curso de metafísica, del año 2007.
Hay numerosos errores, muchos por mi propia incapacidad de pasar el texto a los
diferentes formatos.
Este texto no ha sido revisado por su autor, sirva de referencia a los estudiantes de
medicina, médicos y a los grupos que trabajan en defensa de la vida.

En nuestra Subcomisión Arquidiocesana por la Vida, de Managua, Nicaragua ,


este curso ha sido instrumento útil para los médicos, editores de la revista de
Bioética Rayo de Luz, y para los editores de Voz Católica de Managua.

Ha sido d e Gran ayuda a la Asociaciòn de Médicos Católicos de Nicaragua,


( AMCN Humanae vitae)

Nos ha servido para ayudar a las organizaciones que trabajan para construir la “
Civilización del Amor.
Para ayudar a luchar contra la “ Cultura de la Muerte” y argumentar desde un
punto de vista racional , la necesidad y el deber, de defender la vida, además de
hacerlo con las herramientas que nos da la Revelación.

Es conveniente buscar en librería:

• Conocer la verdad. Texto de Gnoseología, Ateneo Pontificio Regina


Apostolorum, Roma 2008; trad.it. Stella Salvati,Conoscere la verità.
Introduzione alla gnoseologia, Logos Press, Roma 2003.

• Il significato della vita. Introduzione alla metafisica, trad.it. Stella Salvati,


Logos Press, Roma 2002.

Gracias , al P. Alfonso Aguilar.


Desde Nicaragua , Dr. Juan Herrera Salazar.

Siempre en Cristo.

P. Alfonso Aguilar escribió:

Introducción
Esperamos que el curso sirva de estímulo para reflexionar sobre temas tan
trascendentales como

«¿Qué es el hombre?

¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar de tantos progresos
hechos, subsisten todavía?

¿Qué valor tienen las victorias logradas a tan caro precio?

¿Qué puede dar el hombre a la sociedad?

¿Qué puede esperar de ella?

¿Qué hay después de esta vida temporal?

Así como para iniciar su «conversión» a la «metafísica misma».

1. El viaje inesperado

Aquel día gélido y sombrío de invierno parecía calcar el alma de Fiódor Mijáilovich.
Era el día más triste de su vida. Era su último día. Tenía tan sólo 28 años. Estaba lleno
de vitalidad y de utopías sociales. Por eso, de hecho, lo conducían al paredón el 22 de
diciembre de 1849.

Había participado en las discusiones secretas sobre reformas políticas y económicas en


la casa del idealista Mijáil Petrashevsky. En abril la policía le había arrestado junto a 23
miembros del grupo revolucionario. Durante la investigación y el juicio Fiódor se había
mantenido en calma, pero ahora, ¡tenía tantas ganas de vivir! Frente al paredón le
colocaron en sexto lugar. Más que realidad todo parecía una horrible pesadilla; pesadilla
que, sin embargo, iba a terminar pronto, muy pronto, cuando el general Kosarov gritara
esta sola palabra: «¡Fuego!». Al fin Kosarov abrió la boca, mas no para ordenar el
fusilamiento, sino para anunciar: «En su infinita clemencia el zar Nicolás I os concede
la vida». Fiódor no sabía si estaba soñando.

Le conmutaron la condena por cuatro años de trabajos forzados en Omsk, Siberia, y


cuatro años de servicio militar. Pero, ¡estaba vivo! ¡Vivo! Ahora veía su vida con
nuevos ojos. Transmitiría esta visión y experiencia en sus grandes novelas, que llegarían
a leerse en todo el mundo. La gente conocería a su autor más bien por su apellido:
Dostoievsky.

Al igual que Dostoievsky hemos recibido la vida, inesperadamente. Tras un grave


peligro, enfermedad o accidente sentimos, como el novelista ruso, el anhelo de seguir
viviendo y de encontrar el valor de vivir. Vivir más, sin embargo, no nos deja más
satisfechos. «¿Qué sentido tiene morir a los 28 años?», se preguntaba Dostoievsky. Una
pregunta que, en definitiva, no hubiera cambiado con la edad: ¿qué sentido tiene morir a
los 40 ó 60 u 80 años?

A fin de cuentas, seguiremos rastreando las huellas de la dicha inalcanzable. Nuestra


felicidad es como el horizonte: por más que avancemos, siempre permanecerá allá, al
fondo. El problema no es vivir, sino saber porqué y para qué vivir.

Por eso, no sin razón, se ha parangonado nuestra condición con la de un grupo de


viajeros en un tren rápido, que se despierta de pronto. «¿De dónde ha partido este tren? -
se preguntan- ¿Cuándo y porqué? ¿A dónde se dirige? ¿Y por qué este tren y no otro?
¿Por qué nos metieron en él sin preguntarnos? ¿Para qué viajamos?»

Preguntarse por el sentido de la vida quiere decir, entonces, buscar el significado de


nuestro viaje. Podemos contentarnos con analizar las dimensiones, los materiales y
servicios del tren; podemos dormirnos o disfrutar el paisaje o pasar el tiempo jugando a
las cartas. Pero también podemos, como Dostoievsky, redescubrir el valor de seguir
viajando, despertarnos del sueño con que dejamos pasar la vida, y dedicarnos a pensar y
a discutir sobre el origen y el final de nuestro trayecto. Podemos incluso reflexionar
metódicamente al respecto. A este sistema de reflexiones racionales sobre el sentido de
la vida, de la realidad que nos embarga –el tren y el mundo en que viajamos–, le
llamamos metafísica.

2. Más allá de viajar por viajar

Haga un comentario sobre el orden y la interrelación de las cosas en este bello cosmos.

Segundo, la metafísica trata de una problema vivencial, no simplemente de una datos y


nociones que enriquecen la cultura general. No nos preguntamos, en efecto, sobre el
tamaño del tren, su figura, sus materiales, el mejor modo de decorarlo, la amplitud de
sus servicios..., ni sobre el número de árboles que vemos, la fuerza del viento, la
cantidad de agua en los lagos, el color del cielo... Nos cuestionamos más bien el
significado de todo ello: los principios, propiedades y causas últimas de este paisaje y
de este tren, el sentido de este viaje. La metafísica, entonces, responde a los enigmas
más recónditos y a las cuestiones más fundamentales del ser humano.

En una sola pregunta: ¿Cuál es el sentido de la vida?

Tercero, la metafísica, entonces, no puede identificarse con un simple actividad más


entre las otras que desempeñamos en nuestro trayecto: jugar, medir, comer, dormir,
charlar de la última moda, contar los postes eléctricos, observar el clima, leer el
periódico. Debe consistir en la manera apropiada de afrontar el viaje: buscando su
sentido.

3. Un modo de viajar

Los filósofos de la antigüedad distinguían en la práctica –y los estoicos, además,


teóricamente– entre el discurso sobre filosofía y la filosofía misma. El discurso consistía
en el conjunto de doctrinas que estaban al servicio de la filosofía misma, la cual se
presentaba como un βίος [bíos] o modo de vivir, un ejercicio y un esfuerzo para
alcanzar la sabiduría y la sabiduría misma, un método y una terapia para alcanzar la
libertad interior y la paz del alma. Mientras que el discurso se ramificaba en diversas
áreas –lógica, cosmología, ética–, la filosofía misma era un acto unitario de vivir la
lógica, la cosmología, la ética; se practicaba en ambiente comunitario y buscaba
transformar a la persona, a los conciudadanos y a la sociedad misma.
Con el pasar de los siglos la filosofía se fue convirtiendo en una actividad teorética y
abstracta, cada vez más indisolublemente ligada a la universidad, de tal modo que, en la
actualidad, su ambiente vital es la institución educativa pública y privada: consiste ante
todo y sobre todo en un discurso elaborado en una clase y después consignado en libros
.

A imitación de los antiguos, distinguiremos entre el «discurso sobre metafísica» –las


ideas de este libro– y la «metafísica misma» –el modo de vivir conforme a estas ideas.
Podemos comparar el discurso o libro de texto con una conversación que entablamos en
un vagón acerca del itinerario; la metafísica misma corresponde al estilo de viajar de
quien aprovecha el trayecto para prepararse lo mejor posible a su destino final.

1. La condición habitual de los pasajeros: su necesidad metafísica

Los hombres de todas las épocas necesitan metafísica. Todo hombre desea por
naturaleza conocer y ser feliz. Sólo el pasajero que sabe para qué viaja disfrutará su
trayecto. Para descifrar el misterio de su vida o viaje el hombre cuenta con dos grandes
dones divinos o «códigos»: la religión y la razón. Como es un ser racional por
naturaleza, el hombre es un ser religioso por naturaleza. A lo largo de la Historia ha
buscado en su fe religiosa –expresada en una enorme variedad de credos y mitos–
comprender el significado de su peregrinar . Con el mismo fin ha elaborado sistemas
racionales o filosofías. La metafísica, producto de la razón, es una de las dos fuentes que
necesita para saciar su inapagable sed de verdad y de felicidad .

2. La situación actual de los pasajeros: la «crisis de sentido»

Nunca como hoy los pasajeros del tren de la vida han disfrutado de vagones tan lujosos,
de asientos tan cómodos, de menús tan exquisitos, de juegos tan ingeniosos..., pero
quizás nunca como hoy hayan viajado más aburridos y angustiados. Abundamos en
bienes materiales, pero mendigamos porqués. Muchos medios, ningún fin . Por todas
partes se palpan signos de insatisfacción existencial: aumentan las guerras, las violencia
colegiales y callejeras, los conflictos sociales, abortos, suicidios, alcohólicos y
drogradictos, familias rotas, ideologías malsanas... En tantas y tantas personas, ¡cuánta
soledad, cuánto desamor, cuánto sinsentido, cuánta infelicidad!

¿Por qué?

Sin duda, la fe religiosa –particularmente la cristiana– y la razón metafísica –rastreadora


de sentido– padecen una gravísima crisis. A partir del racionalismo moderno, la
filosofía renunció a investigar la realidad misma y se concentró en la conciencia
subjetiva, en el puro pensar autónomo, en el inmanentismo. Las filosofías sucesivas
desconfiarán cada vez más de la razón, abandonarán la búsqueda metafísica de los
enigmas recónditos del hombre y sentenciarán el «final de la metafísica».

3. Hacia un nuevo «discurso metafísico» y una nueva «metafísica misma»

Para solucionar esta crisis se necesita urgentemente renovar la fe y la razón. Siguiendo


las directrices y el apremio reciente del Magisterio eclesial, nuestro curso pretende
iniciar la renovación de la razón filosófica, haciéndola redescubrir su «dimensión
sapiencial de búsqueda del sentido último y global de la vida», haciéndole revivir su
«alcance auténticamente metafísico».

Al iniciar el siglo XXI, la metafísica no puede, por tanto, permanecer inmóvil en la


estación del pasado, desenganchada de nuestro tren, desinteresada de la angustia
existencial de los pasajeros. Con y desde la philosophia perennis debe renovarse y
liderar la cultura contemporánea –conducir la máquina de tren–, ofreciendo a los
pasajeros un nuevo significado. A vino nuevo, odres nuevos.

Con este blanco en la mira presentamos un texto que, desde diversos ángulos, resulta
original. Señalemos a continuación algunas peculiaridades que lo diferencian de otros
muchos.

1. Un enfoque existencial: el sentido de la vida

Seguramente el título de nuestro curso –«el sentido de la vida»– sorprenderá a muchos,


pero más sorprendente aún resulta el hecho de que este tema haya quedado marginado
en los libros de texto. Si la metafísica trata de descifrar el misterio de la realidad, ¿acaso
no busca explícitamente el sentido de la vida? ¿Cómo podremos separar el
conocimiento metafísico de la búsqueda pasional por la verdad y la felicidad? Por este
motivo, hemos colocado como eje y marco de nuestra investigación lo que llamaremos
el problema metafísico, que es un modo más concreto y técnico de preguntarse por el
significado de la existencia: ¿esta realidad en que vivimos –este tren o «experiencia
humana» y este paisaje o «mundo»– contiene en sí su causa y su fin último, o debemos
buscarlo en algo trascendente?

¿Cuál es el Absoluto, el origen y el destino final de nuestro viaje?

2. Una «búsqueda existencial»: de todo el hombre

Lógicamente, esta búsqueda no puede reducirse a un estudio más o menos


desinteresado, apático o incosecuente. En ella toda la personalidad se compromete: las
experiencias y pasiones, la razón y la voluntad, la vivencia religiosa. De ahí que
hayamos distinguido entre discurso metafísico y metafísica misma. Nuestro libro, que
es, como los demás, un «discurso», no se contenta, sin embargo, con «enseñar» lo que
otros deben «aprender»; quiere también servir de provocación para que el alumno
busque ser metafísico, es decir, viva la «metafísica misma». El lenguaje escrito sólo
puede transmitir ideas; no puede «trans-formar» o «con-vertir» a nadie en metafísico.
Puede, con todo, azuzar la inquietud, despertar el interés, guiar en la conquista de
convicciones vitales, de tal modo que el discurso informe el propio modo de vivir o de
viajar.

3. Un «sentido de comunidad»: la relacionalidad

Original es también nuestra insistencia en la dimensión comunitaria de la realidad. El


pensamiento occidental de los últimos siglos –incluyendo muchos discursos
metafísicos– se ha ido, por decirlo así, «obsesionando» progresivamente por el
individualismo, lo cual se refleja en la cultura actual. A nuestro modo de ver, la realidad
misma se presenta intrínsecamente interrelacional a todos los niveles, más como un
continente multiforme que como un archipiélago de islas innumerables. Introduciremos,
de hecho, una tesis novedosa para un texto de metafísica: la relacionalidad como una
propiedad esencial de la realidad (cf. capítulo 3.4). Consecuentemente, invitaremos al
alumno a desarrollar el discurso comunitariamente, es decir, en diálogo con otras
personas y otros discursos, con una forma mentis de «comunión y amor» en oposición a
la cultura del individualismo y del egoísmo. No por casualidad los hombres viajamos
juntos en el mismo tren.

4. Estructura del curso

Todas estas novedades se expresan, de algún modo, en la estructura del texto. Cada una
de las cinco unidades o partes trata de un aspecto específico del sentido de la vida o
«problema metafísico» de la realidad. En la primera unidad afrontamos el problema en
cuanto tal –la pregunta por el significado de nuestro viaje en tren–, relevando el sentido
de la metafísica:

¿qué es?, ¿por qué? y ¿cuál es su primer principio?

Analizaremos en la segunda unidad el «aspecto objetivo» del problema metafísico: la


estructura del mundo –el paisaje–, o sea, los principios de los entes del universo: acto y
potencia, sustancia y accidentes, esencia e individuación, acto de ser, que forman al
sujeto subsistente y la persona. Dedicaremos la tercera unidad al «aspecto subjetivo» del
problema, la experiencia humana –nuestras vivencias en el tren–, que se refiere a los
trascendentales o propiedades esenciales de la realidad captadas analógicamente:
unidad, verdad, bondad, belleza, relacionalidad. La cuarta parte discutirá el «aspecto
sintético» del problema, o sea, la conciencia filosófica de la naturaleza problemática de
la realidad –la búsqueda del origen y destino del trayecto–, que inquiere directamente
sobre el principio de causalidad y las causas de todo: material, formal, eficiente y final.
La parte conclusiva se dedicará, precisamente, a la solución del problema metafísico: el
descubrimiento de la Causa y Fin trascendentes de todo lo creado –el origen y destino
final del trayecto–, a la luz de los diversos aspectos planteados en el problema.

5. Características del curso

Con esta estructura el curso se distingue por su cohesión interna: hay una unidad
profunda –el problema metafísico– que entrelaza los temas de un modo singular.
Destaca también por su capacidad pedagógica: describe con precisión las cuestiones,
pone de manifiesto su relevancia, define con rigor los términos usados, evitando que el
estudiante los maneje sin comprender exactamente su significado. Se señala, además,
por su apelo a la vida: al revés de otros textos, que comienzan con teorías metafísicas,
nuestro libro inicia siempre cada capítulo con una sección acerca del problema que
impulsó a los filósofos a pensar y proponer esas teorías como soluciones adecuadas; se
invita, así, al alumno a reproducir en sí mismo la experiencia de los filósofos.

Se presenta la problemática particular de cada parte con una introducción y un diagrama


estructural (el índice de la unidad) y bibliografía. Cada lección o tema expone sus
objetivos en un cuadro. Los puntos esenciales o subtemas de cada lección van señalados
con subtítulos en negrilla precedidos de letras alfabéticas en mayúscula; cada subtema
está subdividido en ideas particulares con títulos numerados. Al final de cada lección se
ofrece la conclusión en un recuadro, se definen los términos claves usados a lo largo de
la explicación y se formula una serie de preguntas de reflexión –la autoevaluación–
sobre la materia explicada a fin de que el alumno pueda cerciorarse objetivamente de la
propia asimilación de las ideas propuestas. Las actividades para el foro son opcionales,
invitan al alumno a profundizar e investigar. Se sugieren, por ello, una o varias lecturas
de textos breves que ayuden a clarificar, complementar y ahondar en las cuestiones
tratadas; por su claridad y profundidad de pensamiento se han escogido textos de
filósofos clásicos, particularmente de Platón, Aristóteles y Sto. Tomás de Aquino. Las
actividades pretenden también enseñar al alumno a percibir la conexión y la relevancia
de los problemas discutidos en la vida personal y en la vida de la sociedad, tratando de
descubrir el impacto que las ideas ejercen en la cultura y en la mentalidad de la gente de
nuestra época. Por este motivo muchas de las preguntas se prestan como temas de
discusión filosófica para debatir entre compañeros de estudio.

Esperamos que el «discurso» del curso sirva de estímulo al estudiante para reflexionar
sobre temas tan trascendentales para el hombre, para la civilización y para la fe
cristiana, así como para iniciar su «conversión» a la «metafísica misma».

Ojalá que, de pasajero inconsciente o distraído, se convierta, como Dostoievsky, en «un


pasajero en busca de sentido».

Imagínese que alguien comienza a estudiar un libro de metafísica y que, después de


haber leído la introducción general, se pone a leer la introducción de la primera parte.
Imagínese que ese lector se topa, en la segunda frase del primer párrafo, con este
interrogante: «Usted empieza a estudiar metafísica, pero, ¿por qué estudia metafísica?»

¿Se sorprendería? Seguramente.

La metafísica, de hecho, nos coge por sorpresa. Ella, que se ocupa del porqué último de
todas las cosas, cuestiona ante todo el porqué de los porqués. Todas las ciencias
presuponen que su conocimiento es posible y válido, pero la metafísica, que no da nada
por descontado, carga con la curiosa obligación de mostrar que existe, puede y debe
existir. La metafísica –reflexión sobre «todo»– tiene que reflexionar sobre sí misma,
como parte integrante de ese «todo». Es parádojica. Se pregunta por el sentido de todo
y, así, se pregunta por el sentido de la pregunta.

Antes de plantearse: «¿qué sentido tiene todo?», debe cuestionarse: «¿tiene sentido la
pregunta: “¿qué sentido tiene todo?”»

La segunda pregunta forma parte de la primera. Antes de saber porqué viaja el viajero
debería saber porqué debe preguntarse sobre el porqué del viaje.

A esta delicada cuestión dedicamos la primera parte del curso. No consiste, pues, en una
parte «introductoria», que funge de preámbulo o aperitivo para la «verdadera» materia,
sino que es, en sí misma, materia verdadera. Reflexionar sobre el sentido de la
metafísica es hacer metafísica.
Tres interrogantes concretarán esta reflexión:

¿Qué es la metafísica? (tema 1).

¿Por qué se hace? (tema 2).

¿Cuál es su primer principio? (tema 3).

Para responder a la primera veremos en qué consiste la metafísica, cuál fue su origen
histórico, cuáles son sus objetos y cómo se relaciona y distingue de las ciencias y de la
fe. En el segundo tema discutiremos la autofundación del saber metafísico, sobre todo a
partir del «problema metafísico», cuya solución –inmanencia o trascendencia–
determina el sentido de la vida. En tercer lugar analizaremos el principio fundante de la
realidad que sirve, por lo mismo, como principio fundante de la ciencia metafísica.

Notemos finalmente que, a partir de ahora, usaremos el término «metafísica» para


significar «discurso metafísico». Dejaremos al lector que, con el tiempo, busque la
«metafísica misma», o sea, vivir el discurso.

Diagrama estructural

Tema 1. ¿Qué es la metafísica?

A. Nuestro problema: ¿Cómo encontrar y dar sentido a la vida?

1. Ignoramos el sentido de la vida


2. La metafísica «natural» o «espontánea»
3. La metafísica «científica» o «filosófica»

B. Objeto y definición de metafísica

1. Origen e historia de la metafísica


2. El objeto de una ciencia
3. El objeto material de la metafísica
4. El objeto formal «quod» de la metafísica
5. El objeto formal «quo» de la metafísica
6. Definción de metafísica

C. La metafísica en el mundo del conocimiento humano

1. La metafísica y las ciencias


2. La metafísica y la filosofía
3. La metafísica y la fe cristiana

Tema 2. ¿Por qué la metafísica?

A. El problema: necesidad metafísica de auto-fundarse


1. La metafísica debe autojusticarse por naturaleza
2. La metafísica debe autojustificarse ante los ataques filosóficos

B. Respuesta a las objeciones históricas

1. Es imposible no ser metafísico


2. El sentido del conocimiento metafísico
3. Necesidad de hacer metafísica hoy en día
4. El valor moral de la auténtica metafísica

C. El problema metafísico

1. ¿Cuál es el problema metafísico?


2. Originalidad y trascendencia del problema metafísico

D. Las dos posibles respuestas al problema metafísico

1. «Metafísicas de la inmanencia»
2. «Metafísicas de la trascendencia»

Tema 3. ¿Cuál es el primer principio de la metafísica?

A. El problema: necesidad de un principio fundante para la metafísica

1. El primer juicio en metafísica


2. La universalidad de este primer principio

B. La naturaleza y el papel del principio de no-contradicción

1. Es un principio ontológico, o sea, propio de la realidad misma


2. Es un principio gnoseológico, o sea, propio de la mente cuando conoce la realidad
como es
3. Es un principio lógico, o sea, propio de la mente cuando piensa o razona

C. La negación y la defensa del principio de no-contradicción

1. La negación del principio


2. Indemostrabilidad del principio
3. Defensa del principio

Bibliografía

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después en la Enciclopedia La filosofia, P. Rossi (ed.) UTET, Torino 1995, vol. III, pp.
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M. GENTILE, Come si pone il problema metafisico, Liviana, Padova 1955.
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Being Interrogated Through Reflection and History, Prentice-Hall, Englewood Cliffs
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1. La metafísica y las ciencias

a. La metafísica como una «ciencia» singular

Es ciencia, porque cuenta, como todas, con unos objetos –material y formales–
específicos, un método racional propio y una sistematicidad. Aunque abarque a
toda la realidad, la metafísica no puede considerarse, por eso, como una
«síntesis» de todas las ciencias, ya que cada una estudia un grupo particular de
entes a la luz de sus principios, propiedades y causas inmediatos o secundarios,
presuponiendo los últimos o metafísicos (que todo es inteligible, causado,
compuesto de esencia y ser, etc.). Ninguna se pregunta: ¿por qué y para qué
existe todo? Desde el punto de vista de la Causa y Fin últimos, todas las ciencias
juntas explican cómo son las cosas, pero no porqué son. Y un millón de
«cómos» nunca producirá un «porqué».

b. La metafísica como «sabiduría»

Dado que se ocupa del sentido último de la realidad, la metafísica es más que
ciencia. Su saber es en cierto modo omni-comprehensivo y vital. No sirve para
conocer «más» cosas –fin de las ciencias puras–, ni para perfeccionar nuestro
bienestar –objetivo de las ciencias aplicadas. Sirve para que el hombre sepa
quién es, cuál es su misión, su origen y destino final, para que sea, en una
palabra, más hombre.

La metafísica, por un lado, respeta la autonomía de las ciencias, pues ambas


trabajan a distintos niveles y se complementan. Por otro lado, sólo ella puede y
debe ofrecerles su fundamento ontológico (principios, propiedades, causas) y
gnoseológico (principios del conocimiento, como el de causalidad y el de no-
contradicción). Por estar en la cima del monte, es capaz de guiarlas, juzgar sobre
sus límites y su papel específico, darles el panorama del mundo de conocimiento
donde cada una pueda ocupar el puesto que le corresponde sin pretender invadir
los campos de las otras.

2. La metafísica y la filosofía

La filosofía, como vimos, nació metafísicamente con la búsqueda ρχή. Con el


tiempo fueron surgiendo ramas de este tronco: racional del cosmología,
antropología, ética, teología natural..., que no eran más que aplicaciones del
saber metafísico a un campo particular (el mundo, el hombre, la moral, Dios...).
Por eso, la metafísica ha constituido, desde siempre, «la filosofía primera»
(Aristóteles), el fundamento, el corazón, el núcleo, el clímax, la unidad
intrínseca de la investigación filosófica. En efecto, sólo ella ofrece la sabiduría
omni-comprensiva y vital que busca el filósofo y que es la más perfecta que un
hombre pueda obtener en el plano natural. De todas las ciencias del hombre es la
más racional (principios más universales), la más sublime (la causa suprema de
todo) y la más verdadera (ama la verdad por sí misma). Es «divina» en dos
sentidos: trata sobre Dios como causa de todo y trata de conocer las cosas como
Dios las conoce, en la medida en que sea posible a la razón humana.

3. La metafísica y la fe cristiana

No pocos filósofos encuentran un conflicto entre fe y razón, ya que la fe nos da


todas las respuestas que la razón busca (fideísmo) o la razón es capaz de
conocerlo todo sin necesidad de ninguna fe (racionalismo). Ahora bien, la fe no
excluye a la razón, como tampoco la gracia destruye a la naturaleza, sino que,
por el contrario, la eleva. Tanto la fe como la razón son dones de Dios, «son
como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la
contemplación de la verdad». Por tanto, entre la metafísica y la teología debe
reinar la armonía, no el conflicto, pues ambas tienen objetos, métodos y
finalidades diversas, y su conocimiento se complementa. Por un lado, «la fe
busca el entendimiento» y, por otro, «la inteligencia busca la fe».

La metafísica sirve a la fe como base, porque el conocimiento de lo sobrenatural


presupone el de lo natural. Sirve a la teología como instrumento, proveyéndola
de una visión globalizante y de nociones fundamentales como son
«transustanciación», «materia» y «forma» (sacramentos), «unión hipostática»,
«persona», etc. Sirve al apostolado de la Iglesia como medio para dialogar y
evangelizar, sobre las bases comunes de la razón, con todos los hombres,
creyentes y no creyentes.

Ahora bien, el fin último de todo apostolado, de toda teología y de la fe misma


es la contemplación de la verdad completa, que alcanzará su perfección y estado
definitivo en la otra vida cuando el hombre contemple a la Verdad misma, pues
Dios «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno
de la verdad» (1 Tim 2, 4). Mientras llega a la meta para la que fue creado, el
hombre cuenta en su peregrinaje con dos ojos para ir vislumbrando algunos
destellos de esa Verdad y orientar su camino hacia ella: la fe, gracia
sobrenatural, y la metafísica, esfuerzo humano.

Conclusión

La metafísica es el camino metódico y racional con el que el hombre busca


encontrar y dar sentido a su vida, a través de la búsqueda existencial del
conocimiento experiencial de toda la realidad a la luz de sus principios,
propiedades y causas más universales. Por lo cual es, al mismo tiempo, ciencia y
sabiduría. Es el núcleo de la filosofía, su fundamento y clímax. En armonía con
la fe y junto con ella, ayuda al hombre para que en su peregrinar pueda
contemplar la verdad completa, que es el fin de la teología y del apostolado.

Términos clave

Ciencia: un cuerpo sistemático de ideas adquiridas a través de la experiencia y


de la reflexión sobre un mismo objeto o grupo objetos y que están lógicamente
relacionadas.

Objeto de una ciencia: el fin que le da su unidad y su diferencia específica.


Consta de un objeto material –su contenido–uno formal quod –el aspecto
concreto que considerar– y de uno formal quo: los instrumentos, medios y
métodos propios.

ν [fileín], «amar» + σοφία [sofía], «sabiduría»):℘Filosofía (φιλε la ciencia


que considera toda la realidad a la luz de sus principios, propiedades y causas
últimas y más universales («discurso sobre filosofía») y el modo de vivirla
(«filosofía misma»). Es, simultáneamente, la búsqueda de la sabiduría y la
sabiduría buscada.

Sabiduría: contemplación o conocimiento vivencial del sentido de vivir de quien


sabe juzgar las cosas y situaciones terrenas a la luz de la eternidad y es capaz de
asignar a cada una el lugar que le corresponde en el contexto de toda la realidad.
Se trata, en definitiva, del esfuerzo humano por comprender la realidad como
Dios la comprende.

«Búsqueda existencial»: expresión que acuñamos para significar la


investigación apasionada del sentido último de la existencia: el porqué y el para
qué de toda la realidad.

«Conocimiento experiencial»: expresión nuestra que indica el conocimiento


adquirido por el corazón, o sea, por el uso de todas las facultades y dimensiones
de la propia personalidad, que incluye el esfuerzo y la experiencia sensitiva,
racional, intuitiva, artística, axiológica, moral, religiosa, mística, y que se
convierte por tanto en convicción fogosa y bien fundada.

Ente: lo que es, se trate de o delΖuna cosa (libro, rosa) o de una modificación de
una cosa (el tama libro, el aroma de la rosa). Está compuesto del ser o esse (el
principio que lo hace existir) y de una esencia (el principio que lo hace ser lo que
es: libro, rosa, tamaño, aroma).
Autoevaluación

1. ¿Cuáles son las dos formas que tiene el hombre para conocer y dar un sentido
a la vida, –los dos tipos de metafísicas– y en qué se diferencian?

2. ¿Cuál es el origen histórico de la metafísica filosófica?

3. ¿Cuáles son los tres objetos de una ciencia?

4. ¿Cuál es el objeto material de la metafísica?

5. ¿Cuál es el objeto formal quod de la metafísica?

6. ¿Cuál es el objeto formal quo de la metafísica?

7. ¿Por qué la metafísica no puede contentarse con un conocimiento meramente


intelectual, neutral o indiferente de su objeto y se debe convertir, en cambio, en
«búsqueda existencial de un conocimiento experiencial»?

8. ¿En qué sentido es la metafísica una ciencia y en qué sentido es sabiduría?

9. ¿Qué puesto ocupa la metafísica en el mundo de la filosofía?

10. ¿Cómo se armonizan la fe y la metafísica?

Participación en el foro

1. A nivel personal, mucha gente no encuentra el sentido de su vida, lo cual


explica en buena parte el elevado índice de suicidios y problemas sociales, como
el abuso de la droga y del alcohol, las pandilla o los «gangs», la violencia
juvenil. A nivel cultural, no se promueve esta búsqueda en el pensamiento, la
educación, las artes, los medios de comunicación social.

¿Qué relación ve en entre este hecho y el vacío existencial o la infelicidad de


tantas personas y el tipo de sociedad nihilista, pesimista o «cultura de la
muerte»?

¿Cómo se puede promover a nivel personal y cultural la búsqueda existencial de


un conocimiento experiencial?
2. Tema 1.2 ¿Por qué la Metasfísica?

Objetivos

1. Dar razón de la posibilidad, legitimidad y validez del conocimiento


metafísico.

2. Comprender cuál es el problema metafísico y su papel para determinar el


sentido de la vida y servir de «fundamento» a la ciencia, la ética, la política y la
religión.
3. Ser capaz de juzgar las filosofías (y, por extensión, las ideologías y
movimientos religiosos) de la Historia a la luz de la solución dada al problema
metafísica

A. El problema: necesidad metafísica de auto-fundarse

1. La metafísica debe autojusticarse por naturaleza

A diferencia de las demás ciencias, la metafísica no puede dar por descontado su


propia existencia. Dado que se ocupa de toda la realidad, se ocupa en primer
lugar de sí misma: debe mostrar que la metafísica es posible, que tiene razón de
ser y que su conocimiento es válido.

2. La metafísica debe autojustificarse ante los ataques filosóficos

Por si fuera poco, la metafísica ha sido, además, objeto de constante asedio por
parte de la filosofía misma. Muchísimos pensadores y corrientes filosóficas se
han esforzado por demostrar, a lo largo de la Historia, alguna de las siguientes
tesis :

a. Es imposible hacer metafísica; su conocimiento supera nuestra capacidad.

b. La metafísica carece de sentido y de valor; no ofrece nada útil para el hombre.

c. Es innecesaria hoy en día; nos basta el conocimiento metafísico adquirido en


el pasado.

d. Es inmoral en sí misma: un «lavado de cerebro», gran mentira para manipular


a la gente.

B. Respuesta a las objeciones históricas

Podemos expresar las razones por las cuales la metafísica ha os enΖsobrevivido


a tantos ataques a lo largo de dos mil quinientos a un orden paralelo a las cuatro
objeciones mencionadas arriba.

1. Es imposible no ser metafísico

Objetar que el conocimiento metafísico es imposible o inválido es en sí misma


una posición metafísica. Propone una comprensión de toda la realidad y unos
primeros principios. afirmar que la realidad es de tal modo que no podemos
conocerla es pretender conocer la naturaleza de la realidad. Lo cual es
metafísica. Para destruir a la metafísica necesitamos, pues, razonar
metafísicamente .

2. El sentido del conocimiento metafísico

Aunque fracasara en su objetivo, siempre valdrá la pena el esfuerzo por


satisfacer el deseo innato en el corazón humano de comprender la realidad, de
encontrar y dar sentido a la vida.

La metafísica, además, trata de problemas insolubles para la ciencia, la ética, e


incluso la teología. Es, finalmente, uno de los mejores modos de protegerse
contra la superstición dogmática, el fanatismo irracional, la demagogia sofística,
que tanto predomina en nuestra época (materialismo, libertinaje, hedonismo,
ecologismo, relativismo, el mito de la superpoblación, etc.).

3. Necesidad de hacer metafísica hoy en día

Conviene que cada generación se replantee los problemas y las propuestas


metafísicas: primero, porque se necesita presentarlos de modo actualizado, que
apele a la sensibilidad contemporánea; segundo, porque nadie puede encontrar y
dar sentido a su vida aprendiendo lo que otros han pensado: ha de
comprometerse todo el hombre y no sólo la razón, cada uno tiene que
«engendrar» la verdad en su alma, descubrirla, dejarse interpelar y transformar
por ella .

4. El valor moral de la auténtica metafísica

Satisfacer la exigencia más apremiante y vital del ser humano no puede ser
pecaminoso, sino, por el contrario, un deber moral. Ahora bien, si se usa la
metafísica para imponer ideologías en la sociedad, manipular a la gente, obtener
los propios intereses, entonces la metafísica deja de ser tal, pues ya no consiste
en la búsqueda existencial de la verdad por sí misma. Deberíamos atacar,
entonces, no a la metafísica, sino a su «máscara», a lo que se presenta
aparentemente como tal.

C. El problema metafísico

Estas y otras razones pueden sintetizarse en una sola: el hombre necesita por
naturaleza resolver lo que se ha llamado el «problema metafísico».

1. ¿Cuál es el problema metafísico?

La metafísica debe encontrar el Absoluto, o sea, la Causa incausada, el Fin


supremo, el Principio incondizionado, el Fundamento último de todo. La
realidad inmediata a todos los hombres es el universo –todos los entes y
principios que lo componen– y la experiencia humana –las relaciones humanas
con el universo a todos los niveles: físico, emocional, cognoscitivo, volitivo,
moral, artístico, religioso, social, cultural, político, histórico. Evidentemente,
tanto el universo como la experiencia humana son realidad. La pregunta es:
¿constituyen ellos todo lo que es o hay algo más que los trasciende?

En otras palabras, ¿dónde están la Causa y el Fin último de todo: en el universo


y en el hombre o en algo que está más allá de ambos? ¿Dónde está el Absoluto:
en este mundo nuestro o en un mundo superior? .
2. Originalidad y trascendencia del problema metafísico

Nuestro interrogante es distintivamente metafísico, porque cuestiona el sentido


de la totalidad de lo real, y sólo la metafísica se ocupa de la totalidad. No se
puede reducir, pues, al problema de la ciencia (¿cuáles son las causas inmediatas
de estos fenómenos?), de la ética (¿cómo debemos comportarnos para ser
felices?), de la política (¿cuáles son las mejores leyes, estructuras y forma de
gobierno?) y de la religión (¿cómo unirnos a Dios y salvarnos?), que son
cuestiones particulares. Eso sí, el problema metafísico se relaciona íntimamente
con todos ellos: es el gran interrogante de donde surgen todos los interrogantes y
donde éstos encuentran su sentido último. En efecto, al descubrir el Origen y el
Fin de todo, habremos descubierto la Causa última de las causas inmediatas de
los fenómenos (ciencia), el Valor objetivo a la luz del cual debemos orientar
nuestro comportamiento (ética) y organización de la sociedad (política), así
como el fundamento racional de la fe revelada, que necesita mostrarse como
razonable y no absurda, irracional, contradictoria (religión).

D. Las dos posibles respuestas al problema metafísico

El hombre sólo puede responder esencialmente de dos modos al problema sobre


el Fundamento de toda la realidad: o éste se encuentra dentro del universo
(inmanencia) o fuera de él (trascendencia). Así, pues, la Historia sólo ha
conocido dos tipos radicalmente distintos de metafísica, si bien cada uno cuenta
con diversas modalidades.

1. Metafísicas de la inmanencia

Inmanentística es toda filosofía (e ideología) que encuentra la explicación última


de toda la realidad dentro del mundo en que vivimos: la totalidad del ser se
identifica con el universo y la experiencia humana. El orbe contiene en sí su
propia causa, fuerza creadora y gobernadora. No hay nada más allá (de ahí,
«inmanencia», del latín in-maneo, «permanecer dentro»). Según que aspecto
concreto del cosmos se escoge como causa suprema, distinguiremos tes tipos de
inmanentismos.

a. Metafísicas naturalísticas

La explicación última se halla en la naturaleza misma entendida como realidad


sensible que no diferencia claramente entre materia y espíritu. Representantes:
las filosofías de los Presocráticos y todas las formas históricas de panteísmo,
doctrina que identifica el universo ν [pan], «todo») con Dios (θεός [theós]). (π

b. Metafísicas materialísticas

La materia es la realidad última. Todos los fenómenos espirituales o de la


conciencia se explican como cambios físico-químicos. Representantes:
atomismo y epicureísmo, los materialismos modernos de carácter antirreligioso,
dialéctico-comunista, evolucionista, monista y positivista.
c. Metafísicas idealísticas

Para las diversas formas de idealismo todo –la naturaleza y el hombre– se


resuelve, en el fondo, en una realidad de tipo espiritual que evoluciona: la idea o
el pensamiento

2. Metafísicas de la trascendencia

Por trascendencia (de tans-scendo, «sobre-salir» o «pasar al otro lado»)


entendemos el ámbito de la realidad diverso, superior e irreducible al mundo
físico en constante devenir. La explicación última del orbe se halla en algún
Principio o fuerza creadora y gobernadora que existe «fuera» o «más allá» de él.
Podemos clasificar estas metafísicas según el modo de concebir la trascendencia
y su relación con el mundo físico.

a. Metafísicas de la participación

Platón acuñó el término «participación» (e «imitación», «comunión» y


«presencia») para indicar que los entes sensibles, imperfectos, cambiables y
perecederos existen y son lo que son en la medida en que «toman parte» de los
del mundo inteligible, perfecto, inmutable, eterno. Así, un árbol es tal en la
medida en que ha sido puesto en existencia por Dios y participa de (imita,
comulga, hace presente) la Forma (esencia) inteligible de árbol. La idea de
participación informa todas las formas de platonismo y neoplatonismo pagano,
judío, árabe y cristiano de todas las épocas.

b. Metafísicas de proporcionalidad

Niega la doctrina de la participación. No concibe, por tanto, el Absoluto como el


ser mismo, del cual todos los entes «toman parte» en diversos modos y grados,
sino como el primero entre los entes, cuya relación con ellos es extrínseca, de
parecido o «proporción» (pro + portio, «relación con una parte»). Así, la
relación entre la esencia y el ser de Dios es similar o «proporcional» a la que
intercorre entre la esencia y el ser de un árbol, pero éste no participa de Aquél.
Esta metafísica, propia de Aristóteles y del aristotelismo puro, ha gozado de
poca fortuna a lo largo de los siglos.

Valgámonos de una comparación para comprender mejor la diferencia entre las


dos metafísicas de la trascendencia. Una hoguera contiene en sí la perfección del
calor, mientras que las personas a su derredor participan de su calor en la medida
en que se hallen más cerca de ella (metafísica de participación). Supongamos,
por otro lado, que tenemos una hoguera, un antorcha, una vela y una cerilla
encendidas. Todas poseen fuego y calor en sí mismas, pero cada una en
proporción a su capacidad, sin compartir el mismo fuego (metafísica de
proporcionalidad).

Conclusión

Por razón de su naturaleza y de los numerosos ataques recibidos en la Historia,


la metafísica necesita fundar la posibilidad, legitimidad y validez de su
conocimiento. Éste se auto-justifica porque existe en el hombre un problema-
clave, ineludible, para el sentido de su vida, que sólo la metafísica puede
afrontar: ¿es el mundo sensible toda la realidad o hay algo que lo trasciende? Las
metafísicas de la historia se han suscrito a la primera posibilidad (inmanencia) o
a la segunda (trascendencia). ¿Cuál de las dos desemboca en la verdad? He aquí
el problema metafísico de nuestro curso.

Términos clave

Inmanencia:la realidad propia del universo y de la experiencia humana,


caracterizada por la imperfección, el devenir y la temporalidad. La «metafísica
de la inmanencia» sostiene que toda la realidad se reduce a la naturaleza misma,
la materia o la Idea que la rige.

Trascendencia: la realidad superior que «sobre-pasa» el universo y la


experiencia humana, en sí misma perfecta, inmutable, eterna. La «metafísica de
la trascendencia» encuentra la explicación última del mundo sensible en un
Principio o Absoluto trascendente.

Absoluto: la realidad que contiene en sí todas las perfecciones y que por eso es
«in-dependiente de» (en latín, ab + solutum, «libre de») todo otro ente. Todas las
metafísicas proponen un Absoluto; la cuestión fundamental consiste en
determinar si éste es intrínseco al mundo en que vivimos (inmanencia) o se halla
«más allá» de él (trascendencia).

Participación: la relación de dependencia ontológica –del ser y/o de la esencia–


que los entes del universo mantienen con la realidad trascendente al «tomar
parte» o «compartir» en cierto modo y grado de sus características.

Proporcionalidad: la relación de semejanza ontológica existente entre los entes,


sobre todo entre las características de los entes de este mundo y las de la realidad
trascendente.

Autoevaluación

1. ¿Por qué necesita la metafísica mostrar la posibilidad, legitimidad y validez


de su conocimiento?
2. ¿Cuáles son algunas de las razones más importantes que justifican la
necesidad de la metafísica?
3. ¿Qué es el problema metafísico?
4. ¿Por qué este problema es distinto de y al mismo tiempo vital para la ciencia,
la ética, la política y la religión?
5. ¿En qué consiste la metafísica de la inmanencia y cuáles han sido sus tres
expresiones más importantes a lo largo de la Historia?
6. ¿En qué consiste la metafísica de la trascendencia y cuáles han sido sus dos
expresiones más importantes a lo largo de la Historia?
Participación en el foro

1. ¿Por qué el problema metafísico determina completamente el sentido de la


vida y la propia felicidad?

Te pedimos que a la hora de participar en el foro lo hagas únicamente en este


mismo tema, solo necesitas dar click en "publicar respuesta" no abras nuevo
tema, de lo contrario se borrará tu intervención, ya que se pierde la
continuidad de las participaciones

Todas las ciencias basan su investigación en ciertos principios. La metafísica necesita


también de un principio, que debe acomunar a todos los entes sin excepción. ¿Cuál
será?

Objetivos

1. Conocer cuál es el primer principio de la realidad, del conocer y del pensar. Saber dar
razón de porqué es el más básico y universal.

2. Ser capaz de defender este principio por «confutación».

3. Comprender cómo nos puede ayudar a descubrir la verdad y el error en la solución al


problema metafísico.

A. El problema: necesidad de un principio fundante para la metafísica

Todas las ciencias basan su investigación en ciertos principios. Las matemáticas parten
de unos axiomas indemostrables; la biología, del principio de la vida y sus funciones; la
física, de la materia, el espacio, el movimiento, la causalidad, etc. La metafísica necesita
también de un principio, que debe acomunar a todos los entes sin excepción. ¿Cuál
será?

1. El primer juicio en metafísica

Desde el inicio de nuestra existencia experimentamos –vemos, oímos, tocamos, olemos,


gustamos, sentimos, recordamos, imaginamos, soñamos, conocemos, queremos,
hacemos, decimos– algo (algún ente). La noción primaria y presupuesta en cada
concepto, palabra y juicio es, pues, la de ente, «lo que es», pues sin ella no podríamos
experimentar nada. «Juicio» es la operación de la mente que afirma o niega la identidad
de algún sujeto con algún predicado. Cuando expresamos este juicio: «El libro de
metafísica es aburrido», atribuimos una cierta propiedad o predicado («aburrido») a un
sujeto («el libro de metafísica»). Si tenemos una noción fundante, debemos también
contar con un juicio básico, simple, implícito en cada juicio explícito, que abarque a
todas las realidades juzgadas, el juicio primario sobre todo «ente»: el principio de no-
contradicción.

Formulémoslo: «Es imposible ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo sentido».


Expliquemos sus términos: «ser» = lo que algo es actualmente; «al mismo tiempo» = en
el mismo instante; «en el mismo sentido» = bajo la misma consideración o aspecto.
Cuando hago este juicio: «mi libro de metafísica existe», excluyo el juicio contrario:
«mi libro no existe». Es imposible, en efecto, que exista y no exista simultáneamente. El
juicio: «este árbol es verde y marrón» no será contradictorio si me refiero a distintas
partes del árbol –las hojas verdes y el tronco marrón (o sea, no en el mismo sentido)–, o
si me refiero a dos épocas distintas del árbol –verde en primavera y marrón en otoño (o
sea, no al mismo tiempo). Sería contradictorio y, por ende, imposible, que «este árbol
fuera verde y no fuera verde al mismo tiempo y en el mismo sentido».

2. La universalidad de este primer principio

a. Es la condición básica de todos los entes

No hay ninguna realidad que pueda contradecirse a sí misma, o sea, ser algo y no serlo a
la vez y bajo el mismo aspecto. También Dios aplica el principio en su naturaleza –es en
sí mismo Dios y no creatura– y en su obrar: no puede crear y no crear el universo al
mismo tiempo.

b. Es el principio común de toda experiencia humana

A la luz de este principio todos los hombres de todas las épocas percibimos, sentimos,
razonamos, comprendemos, deseamos, hablamos... No podemos rascarnos y no
rascanos la cabeza en el mismo instante; caminar y, a la vez, correr; decir algo y
callarnos simultáneamente.

c. Sólo la metafísica considera este principio en su totalidad

Ella es la única ciencia que abarca toda la realidad desde sus últimos principios. Pues
bien, no hay un principio más universal que éste. Todas las demás ciencias lo usan,
dándolo por supuesto. Como metafísicos, nosotros lo hacemos objeto directo de nuestra
reflexión.

B. La naturaleza y el papel del principio de no-contradicción

1. Es un principio ontológico, o sea, propio de la realidad misma

Es la ley suprema de las cosas: expresa cómo son, revelan algo esencial de su estructura:
que son determinadas, con un modo concreto de ser, que son coherentes consigo
mismas, y por tanto, inteligibles, no auto-contradictorios. Algo que se contradijera a sí
mismo –un libro que exista y no exista o un árbol que sea rana a la vez– sería totalmente
incomprensible y últimamente impensable.

2. Es un principio gnoseológico, o sea, propio de la mente cuando conoce la


realidad como es

Al ser ley suprema de la realidad se convierte para nuestra mente en ley primera del
conocer, ya que ella no puede aprehender algo auto-contradictorio. A la luz de este
principio conocemos las cosas. ρίσκω⇓Por eso, la mente se sirve de él como un
principio «eurístico» (ε [jeurísko], «encontrar») para determinar la falsedad de un
discurso cuando éste caiga en contradicción. Así, una religión que afirmara y negara
simultáneamente la existencia de Dios sería contradictoria, antirracional, y, por tanto,
falsa. Por otro lado, cuando la mente reconoce que una opinión es falsa –por ejemplo,
«Dios no existe»–, reconoce a la vez que su contraria es verdadera: «Dios existe».

3. Es un principio lógico, o sea, propio de la mente cuando piensa o razona

Pensar significa razonar en conformidad con este principio: dos opiniones


contradictorias no pueden pensarse a la vez; una afirmación excluye su negación.
Supongamos que alguien establece este razonamiento: «todos los elefantes vuelan;
Dumbo es un elefante; por lo tanto, Dumbo vuela». Tal persona no habría captado la
verdad de las cosas; sin embargo, habría razonado con coherencia lógica, es decir,
procediendo según el principio de no-contradicción: si «todos los elefantes vuelan»,
entonces lo contrario es falso; si «Dumbo es elefante», no puede ser otra cosa a la vez...
Dado que algo contradictorio no puede pensarse, este principio nos ayuda a avanzar en
nuestros raciocinios, evitando incoherencias. Eso no impide que a veces seamos
incoherentes al pensar –podemos contradecirnos inconscientemente–; lo que sí impide
es que seamos conscientemente ilógicos (no podemos pensar que Dumbo,
simultáneamente, sea y no sea elefante). Cada vez que nos percatamos de haber caído en
contradicción, reconocemos que hemos pensado algo falso, absurdo, sin sentido, carente
de significado, incomprensible. Tenemos que retractarnos.

C. La negación y la defensa del principio de no-contradicción

1. La negación del principio

A pesar de su evidencia, algunos filósofos han negado, en la práctica, su validez


(Heráclito, los sofistas, los escépticos en la antigüedad; el marxismo, Hegel, los
relativistas en época moderna). Lo niega, en definitiva, toda filosofía que reduce la
realidad a puro devenir, porque entonces nada es, todo está cambiando, y no habría
diferencia práctica entre el ser y el no-ser. Negar el principio de no-contradicción
significa caer en el relativismo y el subjetivismo: no hay verdad ni falsedad, no hay
punto de referencia, todas las ideas, valores, criterios son «relativos a» o «cambian junto
con» el sujeto que las tiene; y cada sujeto es diferente y cambia constantemente. El
cómo son las cosas en sí se reduce al «cómo son para mí», según mi modo de pensar, mi
experiencia, educación, interés, gusto, etc. No hay, por tanto, ni bien ni mal, ni verdad
ni falsedad. Podemos, pues, determinar los valores, las leyes, las estructuras que
queramos o que más nos convengan.

2. Indemostrabilidad del principio


Sin la ley de no-contradicción no podemos ni pensar, ni entender, ni conocer nada.
¿Podemos demostrar este principio con un razonamiento? Desde luego que no.
Demostrar significa pasar de verdades más universales y cognoscibles a verdades más
particulares y difíciles de conocer (ejemplo: «todo lo espiritual es immortal; el alma es
espiritual; por tanto, el alma es inmortal»). Ahora bien, si el principio de no-
contradicción es la verdad más universal y cognoscible, ¿cómo demostrarlo a partir de
verdades más universales y cognoscibles? No podemos. Se trata de un principio
evidente (latín, e + videre, «ver desde»), es decir, un principio que la mente «ve»
inmediata y directamente, sin necesidad de intermediario. La evidencia de este principio
fundamenta nuestro pensar, entender y conocer. Por ser evidente, es indemostrable. Por
ser indemostrable, es perfecto: se convierte en una certeza absoluta para todos los
hombres de todas las épocas y culturas. Sólo lo que no es evidente en sí mismo debe
alcanzarse por mediaciones, como son las demostraciones.

3. Defensa del principio

Si es indemostrable, ¿cómo argumentar a su favor para defenderse contra todo


relativismo? Lo podemos «probar» indirectamente, con un argumento ad hominem o
«por confutación», que consiste en mostrar en la práctica la incoherencia de quien niega
el principio32. Quienquiera negar la validez del principio debe decir algo; si no, no
niega nada. Ahora bien, decir algo significa decir algo con sentido, comprensible, no
absurdo. Decir algo con sentido implica dar un significado preciso a lo que se dice. Dar
un significado preciso equivale a excluir lo contrario. Así, quien afirma: «no existe el
principio de no-contradicción», excluye la posiblidad de que «exista el principio». Pues
bien, ahí mismo, al negar el principio, lo está usando y afirmando, porque reconoce
implícitamente que el principio «no puede existir y no existir a la vez y en el mismo
sentido». Para ser coherente con su teoría, quien niega el principio debe dejar de dar un
significado a las palabras, proposiciones y acciones, pues dar un significado conlleva
necesariamente la exclusión de lo contrario. Negar el principio es, en fin, afirmarlo, lo
cual prueba que no es una verdad de hecho, sino de derecho.

Conclusión

El primer principio de la metafísica es, necesariamente, el de no-contradicción –«es


imposible ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo sentido»–, porque se trata de la
condición básica de todos los entes (principio ontológico), implícito en cada acto de
conocimiento (principio gnoseológico) y la primera ley del pensar (principio lógico).
Junto con el principio de tercero excluido, nos ayuda a descubrir la verdad y a progresar
en nuestro pensar, comprender y conocer. Siendo en sí mismo evidente, no puede
demostrarse por medio de un razonamiento; sólo puede argumentarse «por
confutación».

Términos clave

Principio: un elemento interno que hace que algo sea lo que es o actúe como actúa.
Contradicción: cualquier pensamiento o discurso que afirme simultáneamente dos
proposiciones contradictorias, o sea, dos proposiciones de las cuales una niega a la otra,
como sucede en este caso: «el libro de metafísica existe y no existe».
«Confutación»: también llamado argumento ad hominem, consiste en el modo de
probar una afirmación mostrando en la práctica la imposibilidad o lo absurdo de quien
afirma lo contrario.

Autoevaluación

1. Formule el principio de no-contradicción y explique sus términos.


2. ¿Por qué el principio de no-contradicción es el primero entre todos los demás?
3. ¿Por qué decimos que es un principio ontológico, gnoseológico y lógico?
4. ¿Cómo nos pueden ayudar los principios de no-contradicción y de tercero excluido a
encontrar la verdad?
5. ¿Por qué se trata de un principio indemostrable?
6. ¿Cómo se puede argumentar la validez universal de este principio?

Participación en el foro

1. La cultura occidental se caracteriza cada vez más por el relativismo, que niega, en la
práctica, el principio de no-contradicción: «nada es verdadero o falso; nada es bueno y
malo; todo es igual, todo está bien». Ponga ejemplos de esta mentalidad relativista a
nivel ético, político, cultural y religioso, analizando, por ejemplo, algunas leyes,
eslóganes, propuestas teológicas, ideas que se manejan en panfletos, periódicos, revistas
o libros.

Unidad 2: Los principios de la realidad. La problematicidad del Universo

Introducción

La metafísica busca el sentido del «viaje» de la vida o de la realidad toda. Antes de


estudiar la cuestión del sentido, debíamos estudiar el sentido de la cuestión. Eso hicimos
al investigar la naturaleza, las razones y el primer principio de la metafísica. La cuestión
de sentido tiene sentido, porque, fundamentalmente, existe un problema del que nadie
puede escapar y que todos necesitamos resolver para saber porqué vivir y cómo vivir
ética, política y religiosamente: el problema metafísico: ¿cuál es el Absoluto, el Origen
y Fin de todo?

Podemos distinguir tres aspectos del problema. Llamaremos al primero el aspecto


objetivo, porque se refiere al objeto material inmediato de la metafísica: el universo o
«mundo»: el conjunto de entes caracterizados por el constante devenir, que se originan y
terminan en el orbe. En la analogía del viaje comparamos al mundo con el paisaje por el
que marcha el tren.

Como contrapartida, tenemos el aspecto subjetivo, que señala a la «experiencia


humana», o sea, al modo cómo los hombres nos relacionamos con el mundo, al conjunto
de nuestras múltiples y variadas vivencias a nivel individual (sensaciones, emociones,
conocimientos, deseos, aspiraciones, acciones, expresiones, realizaciones, experiencias
en todos los niveles) y social (en el campo familiar, científico, artístico, cultural,
político, económico, religioso, histórico). Podríamos compararla con el tren mismo en el
que viajamos, que es el mundo humano de la realidad.

Consideraremos, finalmente, el aspecto sintético, que consiste en la filosofía misma o la


conciencia filosófica del problema en su doble aspecto objetivo (mundo) y subjetivo
(experiencia humana). No se trata, pues, de una nueva dimensión del problema, sino de
la formulación, contemplación y solución racional del mismo. Equivaldría, en nuestra
analogía, al pasajero en busca de sentido, al modo como éste se pregunta e intenta
responder al porqué de este viaje. La manera como ahora mismo buscamos el sentido es,
precisamente, el estudio de este curso de metafísica.

Dedicaremos las siguientes tres partes del curso –segunda, tercera y cuarta unidad– a
cada uno de estos aspectos del problema metafísico –el objetivo, el subjetivo y el
sintético–, respectivamente. Comencemos, pues, con el primer aspecto que versará
sobre «la problematicidad del universo»:
¿El Absoluto, Origen y Fin último de este cosmos, está en el cosmos mismo o fuera de
él? ¿Es este universo todo lo que hay o no?

Esta cuestión nos impele a inquirir en la estructura interna del universo. ¿En qué
consiste este mundo en que vivimos, este paisaje por el que viajamos?

¿Cuáles son los principios universales que lo componen?

Veremos que todos los entes del mundo se caracterizan por estar en constante devenir o
cambio, dado que están compuestos de acto y potencia (tema 1), que se identifican
siempre con una manera concreta de ser o categoría (tema 2) y una esencia particular,
compuesta de forma –principio universal– y de materia –principio de individuación–
(tema 3), que viene actualizada o puesta en existencia por el acto de ser (tema 4); tales
son los principios que constituyen cada sujeto subsistente, incluyendo a la persona,
síntesis perfecta y clímax de los principios (tema 5).

Diagrama estructural

Tema 1. Acto y potencia

A. El problema: ¿por qué el devenir, la limitación y la multiplicación?

[pánta rhei]℘ε∏1. «Todo fluye»: πάντα


2. La limitación de los entes
3. La multiplicación de los entes

B. Los principios de acto y potencia


1. Los dos principios
2. Prioridad del acto sobre la potencia

C. La estructura de acto y potencia de los entes finitos


1. Tipos de acto y potencia
2. Acto-potencia como estructura del devenir, limitación y multiplicidad de los entes

Tema 2. Las categorías: Substancia y Accidentes

A. El problema: ¿cuántos modos de ser hay?


1. El múltiple significado de ente en el lenguaje ordinario
2. El múltiple significado de ente en el conocimiento ordinario
3. Conclusión: el ser no es un género

B. Las diez categorías


1. Los géneros supremos del ser
2. La substancia
3. Los accidentes

C. El compuesto de substancia y accidentes


1. La unidad de la composición
2. El modo como se relacionan la substancia y los accidentes
3. Importancia vital de la distinción en el compuesto

Tema 3. La esencia y el principio de individuación

A. El problema: ¿por qué los entes son lo que son y como son?

B. La esencia de un ente
1. La esencia y los principios de un ente
2. Los cuatro nombres de una esencia

C. La esencia de los entes materiales y perecederos


1. Los dos principios de la esencia de un ente material
2. La composición hilemórfica de un ente físico
3. La prioridad de la forma sobre la materia

D. El principio de multiplicación de los entes

E. El principio de singularización de los entes

Tema 4. El acto de ser

A. El problema: ¿por qué hay entes en vez de nada?

B. La distinción real entre esse y esencia


1. En el lenguaje y el pensamiento ordinarios
2. El acto de ser no puede estar contenido en la esencia

C. La composición universal de esencia y esse


1. La unidad intrínseca esencial de un ente
2. Esse, un acto que engloba todas las perfecciones
3. Esse, intrínsecamente relacional
4. La limitación, multiplicación y semejanza de los entes del universo

Tema 5. El sujeto subsistente, la persona y el universo

A. El problema: ¿cómo son los entes en el universo?


B. El sujeto subsistente
C. La persona humana
D. Conclusión final sobre los principios: la problematicidad del universo

Bibliografía

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260.
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269-312.
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Studio Domenicano, Bologna 1999, pp. 135-197; 253-336.
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S. VANNI ROVIGHI, Elementi di filosofia, vol. II: Metafisica, La Scuola, Brescia
1964, pp. 21-72.

Tema 2.1: Acto y Potencia

Objetivos
1. Explicar el cambio, la limitación y la multiplicidad de los entes del universo por
medio de los principios de acto y potencia.
2. Distinguir los diversos tipos y dimensiones del acto y la potencia en todos los entes.

A. El problema: ¿por qué el devenir, la limitación y la multiplicación?

[pánta rei] ℘ε∏1. «Todo fluye»: πάντα

¿Qué caracteriza a todos los entes de este mundo? El devenir (del latín de + venire:
«venir desde»): el cambio constante en todas sus formas. Las cosas, las plantas, los
animales y los hombres, con todas sus modificaciones, vienen a la existencia y mueren,
actúan, se relacionan, se desplazan, crecen, envejecen, adquieren y pierden cualidades,
cambian de posición, tiempo, lugar... a cada instante. ¿Hay algo estable? En cada
momento todo ente es, en relación consigo mismo, «el mismo pero de modo diverso»
(idem diversimode), con alguna diferencia entre lo que era «antes» y lo que fue
«después». En fin, como decía una máxima griega atribuida a Heráclito, «todo fluye».

2. La limitación de los entes


Devenir implica imperfección. Cambiamos porque no estamos realizados, cambiamos
para seguir existiendo y progresar. Todo sujeto tiene una naturaleza específica que
limita el número y la calidad de sus perfecciones: el perro puede ladrar y correr, pero no
volar ni pensar. Todo sujeto tiene un número limitado de modificaciones: el perro tiene
este color, tamaño, posición y no otros, está en cierto lugar y no en todos, en este tiempo
y no en toda la Historia, hace esto y no otra cosa...

3. La multiplicación de los entes

Cada individuo tiene una naturaleza o esencia común a todos los miembros de su
especie, pero carece de todas las perfecciones presentes en todos ellos: este perro posee
las características esenciales de todos los perros, pero no las cualidades, colores,
tamaños... de los demás perros y razas caninas. Nos preguntamos, pues, ¿qué explica el
cambio, la limitación y multiplicación de los entes del mundo? ¿Por qué son
imperfectos y no perfectos?

B. Los principios de acto y potencia

1. Los dos principios

Observamos que todas las cosas cuentan con ciertas perfecciones y con capacidad para
adquirir otras. Una piedra blancuzca, grande, puntiaguda, sobre una colina, que oculta a
un gusano, puede, en un par de años, ser gris, pequeña, redondeada y yacer en un río
junto a un cangrejo. Un árbol puede crecer y envejecer, dar muchos o pocos frutos,
anidar pájaros o servir de columpio a un chimpacé, convertirse en a para una hoguera.
¡Qué infinidad de perfeccionesΖmueble o en le (actos) y de posibilidades (potencias)
están presentes en cada individuo!
νέργεια [enérgeia], «actividad, eficacia, efecto») es enteƒActo ( o perfección existente;
la potencia (δύναµις [dínamis], «habilidad, poder, facultad») es la capacidad para
adquirir un acto o perfección. Ambos principios están presentes en un mismo sujeto.

La potencia se refiere a las múltiples e incluso contradictorias posibilidades reales de un


sujeto. El acto, en cambio, consiste en el desarrollo de una posibilidad, en la perfección
adquirida. Un vaso puede estar vacío, semivacío o lleno; si ahora está lleno realiza sólo
una de las tres posibilidades. El acto, por tanto, es algo determinado, actualizado,
completo, perfecto, singular, concreto; la potencia, en cambio, indica indeterminación,
posibilidad, estado incompleto, imperfección, multiplicidad. Propiamente hablando,
entonces, sólo el acto es; la potencia «es» de un modo impropio o secundario. Se dice
que algo «es», en la medida en que esté en acto, no en potencia. Una estatua es cuando
está actualmente esculpida, no cuando está potencialmente en el bloque de mármol
informe. Ser significa ser en acto. La potencia es real en la medida en que se relacione a
un acto: es un «no aún» que «puede llegar a ser». La futura estatua de mármol es
«algo», pero sólo en cuanto va a convertirse en estatua. En conclusión, el acto y la
potencia no son entes, sino dos principios opuestos del mismo ente; ambos «son», pero
de un modo analógico y con un orden de propiedad: el acto es en sí mismo, la potencia
en cuanto se relaciona con él.

2. Prioridad del acto sobre la potencia

Se comprende, pues, que el acto tiene la primacía. A nivel ontológico, el acto es


perfección, mientras que la potencia es en sí misma imperfección, destinada a ser
perfecta al convertirse en acto. Uno será mejor estudiante de metafísica cuanto más la
asimile, o sea, en la medida en que sepa actualmente y no potencialmente. El acto es el
fin de la potencia y ésta «existe» para el acto. Por eso, a nivel causal, el acto es
prioritario: nada actúa si no está en acto; una potencia sólo puede actualizarse por algo
ya en acto. El radiador me calienta en cuanto está funcionando. Sólo un acto puede
causar un cambio: hacer que un ente en potencia (por ejemplo, yo que, teniendo frío,
puedo calentarme), pase a estar en acto (yo caliente). También a nivel cognoscitivo el
acto es anterior, pues lo que conocemos primera, inmediata y directamente son los
actos; las potencias sólo en relación a los actos, de modo secundario, mediato e
indirecto. Sabemos que Godofredo canta bien, porque le oímos cantar; manifiesta su
capacidad a través de actos. Finalmente, el acto precede a la potencia a nivel temporal,
pues una potencia sólo puede subsistir en algún sujeto en acto. La estatua es
potencialmente tal en cuanto que está presente en este pedazo de mármol, sujeto en acto.

C. La estructura de acto y potencia de los entes finitos

Para comprender porqué los entes de este mundo cambian, son limitados y múltiples,
debemos distinguir diversos tipos de acto y potencia, y su interacción en cada sujeto.

1. Tipos de acto y potencia

a. Acto y potencia desde el punto de vista «físico» y «metafísico»

Considerados en su dimensión física, el acto y la potencia constituyen los elementos o


principios del cambio, que no pueden estar presentes simultáneamente y bajo el mismo
aspecto en el mismo ente. Si estoy actualmente sentado, estoy potencialmente de pie, y
viceversa; pero no puedo estar sentado y de pie a la vez. Una semilla es actualmente tal
y potencialmente un árbol; cuando se convierta en árbol dejará de ser semilla.

En su dimensión metafísica el acto y la potencia son los co-principios que constituyen a


todos los entes limitados y «coexisten» porque se necesitan mutuamente. Como
veremos en los próximos capítulos, la substancia es la potencia de los accidentes
(actos), la esencia es potencia del acto de ser, la materia prima es potencia de la forma
substancial. Llamamos potencia pasiva a los primeros principios de cada binomio –
substancia, esencia, materia prima–, porque tienen la capacidad de recibir un acto
primero: accidentes, acto de ser, forma substancial.

b. Potencia activa y acto segundo

Potencias activas son las capacidades, poderes o facultades para obrar: nutrirse,
moverse, ver, pensar, etc. Las llamamos «activas» porque existen y tienen cierta
perfección (nutrición, locomoción, vista, inteligencia...), pero son también «potencias»
porque implican imperfección o indeterminación, necesitan ser actualizadas por actos
concretos u operaciones: nutrirse de algo, moverse a un lugar, ver esto o lo otro, pensar
esto o aquello.

c. Potencia subjetiva y potencia objetiva o lógica

En sentido estricto potencia no es simplemente «posibilidad». La potencia es algo en un


sujeto que está destinado a convertirse en acto si otra cosa no lo impide. Un bebé está
destinado a convertirse en adulto y un pájaro recién nacido va a volar, si algo no
obstaculiza el proceso natural. Por eso, la potencia, propiamente hablando, es subjetiva,
porque pertenece al destino de un sujeto.

La posibilidad, en cambio, es una modalidad de ser: algo que podría ser o suceder,
porque no es auto-contradictorio o imposible. Ejemplos: este o podría llegar a ser un
buen médico; se podría construir una casaΖni en este terreno. A la mera posibilidad le
llamamos potencia objetiva o lógica.

2. Acto-potencia como estructura del devenir, limitación y multiplicidad de los


entes

a. La estructura de acto y potencia en un ente mutable

Todos los entes cambiamos. Hace un siglo no existíamos; ahora existimos mientras
vamos adquiriendo y perdiendo perfecciones; algún día dejaremos de existir.
Cambiamos porque tenemos potencia. Estamos sentados y potencialmente de pie o
tumbados; estamos vivos y potencialmente muertos. Si poseyéramos todas las
perfecciones, como Dios, que es Acto Puro sin ninguna potencia, careceríamos de
indeterminación, estaríamos plenamente realizados y no necesitaríamos cambiar para
mantenernos en la existencia y progresar.

b. La estructura de acto y potencia en un ente limitado

Un sujeto es en sí mismo potencia en cuanto capaz de recibir y ser o, acciones, lugar,


tiempo,Ζmodificado por múltiples actos: color, tama relaciones, etc. Por otro lado,
ninguno de esos actos o perfecciones subsistirían sin el sujeto. Cada acto, pues, se
actualiza y, a la vez, queda limitado por el sujeto que lo recibe. El acto de cantar es en sí
mismo perfecto, pero no puede existir sin el sujeto y llega a ser más o menos imperfecto
según la capacidad del mismo.

c. La estructura de acto y potencia en un la multiplicación de los miembros de una


especie

Dado ningún acto es completamente perfecto en un sujeto –el acto de ser rana, de ser
verde, de croar...–, un mismo tipo de acto o «especie» puede multiplicarse en muchas
potencias o sujetos: muchas ranas, muchos verdes, muchos croares.

Conclusión
Acto es toda perfección existente; potencia es capacidad de adquirirla. Ambos
principios componen a todos los entes finitos y explican su cambio, limitación y
multiplicación. El acto hace que un ente sea determinado, completo, concreto, mientras
que la potencia lo deja abierto a múltiples e indeterminadas posibilidades. Por eso el
acto precede a la potencia ontológica, causal, cognoscitiva y temporalmente.

Términos clave

Cambio (devenir o movimiento): todo paso de potencia a acto, es decir, de un estado


potencial o «desde el cual» (a quo) a un estado actual o «hacia el cual» (ad quem).
Perfección: lo que es, lo que está en acto, ente. Se contrapone a la potencia, que es la
capacidad de ser un acto o de adquirir una perfección.

Autoevaluación

1. Mencione las tres características esenciales de todos los entes finitos.


2. ¿Cuáles son las diferencias entre el acto y la potencia?
3. ¿En qué sentido decimos que el acto tiene la primacía sobre la potencia?
4. ¿En qué consisten las dimensiones «física» y «metafísica» de estos principios?
5. ¿Qué es una potencia activa y qué un acto segundo?
6. ¿Cuál es la diferencia entre posibilidad y potencia, o sea, entre potencia objetiva o
lógica y potencia subjetiva?
7. ¿Cómo explican los principios de acto y potencia el cambio, la limitación y la
multiplicación de todos los entes finitos?

Participación en el foro

1. Potencia es posibilidad real. Un asno no tiene, por ejemplo, la potencia de volar.


Asimismo, nada que no sea humano tiene la potencia de convertirse en persona humana;
sólo lo que ya es humano, puede ser humano. A la luz de esta consideración, ¿cómo
desarmaría este subterfugio de los abortistas: un feto no es «realmente» un ser humano,
sólo lo es potencialmente?

Te pedimos que a la hora de participar en el foro lo hagas únicamente en este


mismo tema, solo necesitas dar click en "publicar respuesta" no abras nuevo tema,
de lo contrario se borrará tu intervención, ya que se pierde la continuidad de las
participaciones

Preguntas o comentarios al autor


P.Alfonso Aguilar LC
aaguilar@legionaries.org

contacto con la cordinadora del curso


Ana Cecilia Margalef
acmargalef@catholic.net

Tema 2.2 : Las categorías: Substancia y Accidentes

Objetivos

1. Entender cómo captamos las categorías en la experiencia y el lenguaje ordinarios.

2. Comprender la importancia de las categorías y la diferencia entre substancia y


accidentes para explicar la estructura de los entes, su singularidad y dignidad.
A. El problema: ¿cuántos modos de ser hay?

1. El múltiple significado de ente en el lenguaje ordinario

a. Diversas maneras de ser

La realidad del mundo –el paisaje de nuestro viaje– se presenta rica, multicolor,
inexhaurible. De ahí que usemos «ser» con tantos significados: «esta rana es un
anfibio», «es verde», «está aquí», «está croando». En cada juicio «es» es el verbo que
une implícitamente un predicado a un sujeto; por eso se llama ser «predicativo» o
«categórico» (κατηγορεύω [categoreúo], «afirmar, significar, indicar»). En cada juicio,
pues, tiene un significado diverso, porque hay un tipo de predicado diverso que se
atribuye al sujeto. Podemos distinguir dos formas principales de predicar (llamadas
predicamentos o categorías).

b. El predicado esencial

En ciertos juicios usamos el verbo «ser» para identificar a un sujeto; el predicado


responde a la pregunta: «¿qué es?». Cuando decimos «esto es una rana» o «esa rana es
un anfibio», identificamos el aspecto esencial del sujeto, aquello que lo hace ser lo que
es. El predicado le pertenece necesariamente al sujeto, bien sea en su totalidad («rana»
= «esto») o en parte («anfibio» = «esa rana», dado que hay, además, anfibios que no son
«esa rana»).

c. Los predicados accidentales

Los demás predicados no identifican al sujeto; sólo lo especifican en diversas maneras:


unos lo cualifican («la rana es verde»), otros lo cuantifican («la rana es 3 cms. alta»), lo
encuentran en un lugar («está en el pantano»), etc. En estos casos, no se responde a la
pregunta «¿qué es?», sino «¿cómo es?», «¿qué grande?», «¿dónde está?», etc. El
predicado no pertenece necesariamente al sujeto, porque éste no se identifica con el
color verde, con 3 cms., con estar en el pantano. Son especificaciones o aspectos
secundarios, accidentales, del sujeto.

2. El múltiple significado de ente en el conocimiento ordinario

a. Individuos y modificaciones

La distinción predicamental se encuentra en la experiencia cotidiana. En seguida nos


percatamos que no todas los entes son iguales: hay individuos (cosas, plantas, animales,
personas) y aspectos dependientes del individuo que lo modifican (color, tamaño, lugar,
posición, acción, etc.)

b. Cambios substanciales y accidentales

Notamos, asimismo, que no todos los cambios son del mismo calibre. El nacimiento y la
muerte de la rana son cambios mucho más importantes que sus cambios de lugar y
posición. Unos afectan al sujeto en sí mismo –los substanciales–, otros simplemente lo
modifican, los accidentales.
3. Conclusión: el ser no es un género

Por tanto, «ser» y «ente» no son conceptos unívocos, que siempre significan lo mismo;
poseen, por el contrario, una multitud de significados. No son géneros, porque el género
sólo indica lo que es común a todos los miembros de la especie, pero no sus diferencias.
El género «animal» se predica por igual del caballo, la rana, el salmón y la mosca,
porque todos tienen vida y se mueven por sí mismos, pero no nos revela qué diferencia
un animal del otro. En cambio, predicamos «ser» y «ente» a todo lo que es, a las
semejanzas y a las diferencias entre las realidades.

B. Las diez categorías

1. Los géneros supremos del ser


¿Cómo podemos unificar los diversos significados de ser y ente? La experiencia
lingüística y cognoscitiva nos ha dado ya la clave de la respuesta. Unos predicados o
entes identifican al sujeto, revelan lo esencial del mismo: a éstos les llamamos
substancias. Otros especifican al sujeto de nueve maneras distintas, revelan algún
aspecto accidental o secundario: los accidentes.

Hay diez maneras básicas de ser o categorías: substancia, cualidad, cantidad, relación,
acción, pasión, posesión, posición, lugar y tiempo. La substancia identifica al sujeto
respondiendo a la pregunta «¿qué es?». Las otras nueve son accidentes, porque
especifican al sujeto indicando cómo es, qué grande, dónde está, cuándo, con qué, etc.

Estos predicamentos son maneras básicas de ser, irreducibles unas a otras. Un ente no
existe en abstracto. Tiene que ser algo concreto: o una substancia (sujeto) o un accidente
(modificación del sujeto). Por eso se llaman «géneros supremos del ser»: un ente del
mundo, para ser tal, debe adoptar una de las diez maneras básicas de ser. Para
comprenderlo mejor, construyamos una frase donde aparezcan todas las categorías:
«Esto es una rana (substancia), verde (cualidad), de 3 centímetros (cantidad), hijo de
aquella rana (relación), que está croando (acción) y recibiendo chiflidos de otras ranas
(pasión), con un lazo rojo en el cuello (posesión), sentada (posición), junto al pantano
(lugar), esta tarde (tiempo)». Estudiemos a continuación las categorías en particular.

2. La substancia

σία [ousía], «lo que es»; latín: sub-stans, «lo que está debajo»)⇔a. El concepto
(griego: ο

La substancia es el principio inteligible por el cual un ente es lo que es y es en sí mismo


y no en otro. En virtud de la substancia un individuo –un hombre, una mosca, una nube,
un reloj– expresa qué es y subsiste por sí mismo, porque tiene en sí el acto de ser. No
así los o, ligero, tumbado–, que sólo modificanΖaccidentes –ser blanco, peque al
individuo y que para subsistir necesitan el soporte de un sujeto, la substancia (el
hombre, la mosca, la nube, el reloj).

b. Tipos de substancia

La substancia primera es una substancia individual que existe en un ente singular, el


substratum por el cual algo o alguien es este individuo y no otro; lo que hace, por
ejemplo, que esta piedra sea «esta» y no aquella. La substancia segunda es el concepto
universal o abstracto de la esencia de una substancia primera, la naturaleza que acomuna
a todos los individuos de una especie; lo que hace que esta piedra sea piedra –como
todas las demás– y no mosca o rana. Una substancia primera es, por tanto, una esencia
individualizada. De ahora en adelante usaremos el término «substancia» para significar
al individuo y hablaremos de «esencia» como substancia segunda.

3. Los accidentes

a. Concepto (latín, accidens, «lo que cae» o «sucede»)

Los accidentes son las múltiples perfecciones inherentes a un único sujeto permanente,
las modificaciones secundarias o derivadas de una substancia. Cada accidente posee su
propia esencia, por la cual determina a la substancia de un modo distinto. Su esencia
común consiste en «estar en otro» (esse in o inesse) . No pueden subsistir por sí mismas;
sólo en una substancia, así como el croar de esta rana sólo puede existir en esta rana.

b. Tipos de accidentes

Debemos distinguir ante todo entre accidentes necesarios o propios y contingentes. Los
primeros derivan directamente de la naturaleza del sujeto y se dan necesariamente con
él; constituyen por eso las propiedades comunes a los individuos de la misma especie;
ejemplos: pensar en el hombre, croar en la rana, solidez en la roca. Los accidentes
contingentes son, por el contrario, innecesarios a la esencia del sujeto, el cual puede
seguir siendo lo que es sin ellos; ejemplos: la piel blanca de un hombre no lo hace tal; la
facultad de pensar es propia de todo hombre, pero el pensar en las ranas de Egipto o en
el examen de metafísica no es necesario para ser hombre.

Entre los accidentes contingentes podemos distinguir los que son inseparables al
individuo, sus características permanentes (ser bajo, de piel blanca, mujer...), los que
son separables, es decir, las características que lo afectan de modo transitorio (estar
sentado, beber una coca-cola, leer este libro...), y los que proceden de un agente exterior
(recibir un golpe, una idea, un regalo de otro...).

No todas las substancias poseen todos los accidentes. Siendo puramente espirituales, los
ángeles no poseen cantidad ni el resto de los accidentes que se relacionan con la
materia. Pero hay dos accidentes que subsisten en todas las substancias sin excepción: la
cualidad y la relación.

c. La cualidad

La cualidad deriva directamente de su esencia y la afecta intrínsicamente. Hay diversos


tipos de cualidades: las alterables afectan a la substancia físicamente (color,
temperatura, tono de voz...); la forma y la figura proporcionan la adecuada proporción
(forma) a los contornos de un cuerpo (figura); las potencias operativas o facultades,
como la inteligencia, la locomoción, la reproducción, capacitan a la substancia para
llevar a cabo ciertos actos (pensamientos, movimientos, generación...); los hábitos son
cualidades estables por medio de los cuales el sujeto está bien o mal dispuesto para
alcanzar una serie de perfecciones: si éstas pertenencen a la naturaleza del sujeto serán
hábitos «entitativos» (salud, memoria...), si se relacionan con su operación y fin serán
hábitos «operativos» (conocimiento, habilidad manual, honestidad....); las disposiciones
son hábitos más inestables.

d. La relación

La relación es un accidente (un esse in) cuya naturaleza consiste en ser referencia a otra
substancia, «ser hacia otro» o «ser respecto a» (esse ad). Las relaciones son reales
cuando existen fuera de nuestra mente y son de razón cuando conectan un ente real con
uno lógico o dos entes lógicos entre sí. Cuatro son los elementos básicos de una relación
real: el sujeto, el término, la base o fundamento y la relación misma; ejemplo: un padre
(sujeto) se relaciona a su hijo (término) a través del parentesco que establece la
generación (fundamento) con un vínculo u ordenación de paternidad (relación misma).
Los entes del mundo se relacionan constantemente, según el grado de perfección
ontológica, a diversos niveles: natural (relaciones físicas, químicas, biológicas,
zoológicas), cuantitativo-matemático (relaciones numéricas y geométricas), causal
(relaciones de causa-efecto) y espiritual (relaciones intelectivas, volitivas, estéticas...
propias de la persona humana). Aunque las relaciones particulares son accidentales, la
capacidad de relacionarse es, como veremos, una propiedad esencial del ser que muestra
y determina su grado ontológico.

C. El compuesto de substancia y accidentes

1. La unidad de composición

Todo individuo del universo está compuesto de substancia y accidentes. No hay


substancia sin accidentes que la perfeccionen y modifiquen a cada rato; no hay
accidentes que subsistan sin una substancia. No hay, además, término medio entre
ambos tipos de categorías. Un ente «es» por sí mismo o en otro. Ahora bien, se da una
jerarquía entre ambas. En un individuo (por ejemplo, este libro de metafísica) la
substancia es «más» que sus accidentes, porque ella participa directamente del acto de
ser, mientras que los accidentes sólo lo hacen indirectamente, en la medida en que
participen del acto de ser de la substancia. Es la substancia, pues, la que le confiere
autonomía, independencia al individuo, lo que hace que este libro sea en sí, separado de
las demás cosas. Cuando decimos que «este libro existe» o «está en la mesa», nos
referimos al ente compuesto de substancia y accidentes, pero particularmente a su
substancia, causa de su ser sujeto. No decimos «este color rojo con letras y con esta
extensión y número de páginas está en la mesa», porque no definimos o identificamos al
individuo por sus accidentes, sino por su substancia.

2. El modo como se relacionan la substancia y los accidentes

La substancia constituye el substratum de los accidentes, pues les confiere su acto de


ser. Ella es también la causa de los accidentes propios, que derivan directamente de ella.
En relación con sus accidentes, se presenta al mismo tiempo como potencia o capacidad
pasiva de recibir perfecciones o modificaciones: una substancia necesita de la acción de
los accidentes para determinarse y progresar. Los accidentes, en cambio, son potencia
en relación con el acto de ser que posee la substancia en acto. La substancia, en fin, da
vida a los accidentes, los cuales, a su vez, la perfeccionan.

3. Importancia vital de la distinción en el compuesto


Como vimos, tanto en el lenguaje como en la experiencia ordinarios distinguimos
continua y espontáneamente entre substancia (predicado esencial, individuo) y
accidentes (predicados accidentales, operaciones o por su acción de beberΖdel
individuo). Nadie identifica a un ni coca-cola. Nuestros sentidos sólo pueden captar los
accidentes os, posiciones...); sólo laΖcorpóreos (colores, sonidos, tama inteligencia
puede captar la substancia, que no es visible, y atribuir estos accidentes a este sujeto o
substancia. Sin esta distinción no entenderíamos nada de este mundo, no sabríamos
dónde «colocar» la muchedumbre de cosas y modificaciones, todo sería un maremoto
caótico de colores, acciones, extensiones, ruidos...

Asimismo, la distinción nos ayuda a apreciar la dignidad de cada individuo, pues cada
uno con sus «cadaunadas» o accidentes, al ser una substancia única, es irrepetible.
Habrá otros libros como éste, pero ninguno será éste. Cuanto más perfecta sea la
substancia, más dignidad posee. El valor de la substancia de una persona humana es
infinita, por ser espiritual, capaz del infinito y de Dios, destinada a la inmortalidad. No
debemos, pues, identificar a un ser humano por sus facultades y acciones, que son
accidentes. Así, un feto, una persona en estado de coma, un retardado mental, un
criminal, son siempre personas, pues la carencia o la deformación o la maldad de ciertas
acciones no lo identifican como persona (no son su substancia), sino que sólo lo
modifican.

Esta doctrina resulta útil también para comprender lo que sucede en el misterio
eucarístico de fe: la «transubstaciación». Durante la consagración en la Celebración
Eucarística se «cambian» las substancias de pan y de vino por las del Cuerpo y la
Sangre de Cristo, mientras que o, carácterΖpermanecen los mismos accidentes de pan y
vino (color, tama sólido o líquido, sabor, etc.). Es un milagro extraordinario: el único
evento en este mundo en que cambios de substancia ocurren sin que se den cambios
accidentales.

Conclusión

En la experiencia y el lenguaje ordinarios distinguimos diversos modos o «géneros


supremos» del ser que son irreducibles unos a otros: las diez categorías. Todos los entes
del mundo están compuestos de substancia –lo que hace que algo sea lo que es y puede
existir por sí mismo– y accidentes –determinaciones de la substancia que dependen de
ella para su subsistencia–, los más universales de los cuales son la cualidad y la
relación.

Términos clave

Categoría: en lógica, es el predicado de una proposición; en metafísica, uno de los


últimos modos o maneras de ser de un ente, que puede después usarse como predicado.

Género: las propiedades de la esencia que acomunan a una serie de especies; así,
«animal» es el género de osos, hormigas, truchas y gorriones, que cuentan con las
mismas propiedades (vida y capacidad de automoverse).

Especie: una clase o conjunto de entidades que poseen un carácter común –una
naturaleza común o esencia– que diferencia los miembros de esta clase de otros que no
lo son.

Autoevaluación

1. ¿Qué tipos de predicados atribuimos a un sujeto en el lenguaje ordinario?


2. ¿Cómo distinguimos entre substancia y accidentes en la experiencia ordinaria?
3. ¿Por qué a los modos de ser les llamamos «categorías», «predicamentos» o «géneros
supremos el ser»? ¿Cuáles son?
4. Explique las diferencias entre substancia y accidentes.
5. ¿Cuáles son los tipos de substancia y de accidentes?
6. ¿Cuáles son los dos accidentes más universales y en qué consisten?
7. ¿Cómo se relacionan la substancia y los accidentes en la formación de un mismo
individuo?
8. ¿Cuál es la importancia de la distinción entre substancia y accidentes para nuestra
vida?

Participación en el foro

1. A la luz de la distinción entre substancia y accidentes en el ser humano razones


porqué es moralmente inaceptable: el racismo, la eutanasia, el aborto, la discriminación
basada en clase social, las cualidades, la creencia religiosa.

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Tema 2.3 : La esencia y el principio de individuación

Objetivos

1. Explicar porqué los entes son lo que son y no de otra manera.

2. Comprender porqué los entes materiales surgen, cambian constantemente y se


corrompen, mientras las especies permanecen inmutables.

3. Explicar porqué la naturaleza de cada especie se multiplica en muchos miembros y


porqué cada individuo es singular, distinto de los demás.

A. El problema: ¿por qué los entes son lo que son y como son?

Todas las cosas tienen una particular manera de ser: el modo de ser de un huevo, de una
mosca, un sueño, el blanco de una pared, la posición de un cuadro, el rugido de un león,
el calor de una hoguera.

Todo lo que empieza a existir, existe con una naturaleza determinada, se inscribe en una
especie concreta. Ahora bien, cada especie es inmutable o, por decirlo así, «eterna» (el
«huevo», la «mosca» y el color «blanco» mantienen las mismas características
esenciales a lo largo de los siglos), mientras que los individuos (huevos, moscas,
blancos) se generan, modifican y corrompen.

Cada especie es única, mientras que sus miembros son muchos (no vemos "huevo",
«mosca» o «blanco», sino huevos, moscas y cosas blancas). Cada especie es universal,
mientras que sus miembros son singulares («este» huevo, mosca y blanco es distinto de
«aquel» huevo, mosca y blanco). Estas paradojas nos impelen a cuestionarnos porqué
los entes de este mundo –paisaje del viaje– tienen un modo de ser y son perecederos,
múltiples y singulares. Dedicaremos las siguientes cuatro secciones a responder,
respectivamente, estos cuatro interrogantes:

¿Por qué los entes (huevos, moscas, blancos) son lo que son y no otra cosa (zapatos,
chorizo, azul)?

¿Por qué los huevos, las moscas y las superficies blancas se generan, cambian y perecen
mientras «el» huevo, «la» mosca y «el» blanco permanencen en el tiempo?

¿Por qué hay tantos huevos, moscas y blancos si sólo hay «un» huevo, «una» mosca y
«un» blanco permanentemente estables?

¿Por qué cada huevo, mosca y color blanco es distinto, irrepetible, si «el» huevo, «la»
mosca y «el» blanco son universales, pues tienen las características comunes a todos los
individuos de la especie?

B. La esencia de un ente

1. La esencia y los principios de un ente

a. La esencia y el acto de ser

Toda entidad es algo que es (id quod est). Está, pues, compuesto de dos principios
fundamentales: el que lo pone en existencia –esse o acto de ser– y el que determina qué
tipo de ente es –la esencia– (huevo, mosca, color blanco). La esencia es, pues, la
naturaleza o modo de ser, la especie de un individuo (substancia) y de cada uno de sus
aspectos (accidentes).

b. La esencia y la substancia

La esencia o «substancia segunda» corresponde a las características universales,


comunes a todos los individuos de una especie o «substancias primeras». La esencia
hace que una mosca sea mosca, como todas las demás. La substancia, en cambio, le
hace ser esta mosca y no otra. La esencia es universal, invariable y permanente,
mientras que la substancia es individual, mutable, perecedera. La substancia es, en fin,
una esencia individualizada, o sea, una esencia que posee el acto de ser en sí misma.

c. La esencia y los accidentes

Todos los entes –substancias y accidentes– tienen que ser algo, es decir, deben poseer
una esencia. Una mosca (substancia) posee la esencia de mosca; su tamaño, posición,
vuelo, zumbido y demás determinaciones poseen cada cual su propia esencia. Cada
individuo consta, pues, de una esencia substancial, que posee el acto de ser, y de
muchas esencias accidentales, que participan y dependen del acto de ser de la
substancia.

2. Los cuatro nombres de una esencia

La esencia explica, pues, porqué los entes son lo que son y no de otra manera. Según la
relación que establezcamos, podemos considerarla desde cuatro puntos de vista
diversos, con cuatro nombres, que indican el mismo principio pero que connotan un
aspecto distinto del mismo.

a. Como determinación del acto de ser, lo llamamos esencia (del latín essentia, «lo que
es»)

Nada puede, simplemente, «ser». No se puede ser en abstracto. Todo es algo, tiene un
modo de ser que lo diferencia de los demás. La esencia, pues, recibe el acto de ser,
determinándolo, haciéndolo particular: un huevo, una mosca, el blanco de una pared.

b. Como principio de operaciones, lo llamamos naturaleza

Dado que la esencia determina el modo definitivo de ser, determina el modo definitivo
de obrar. Una mosca es capaz de volar y zumbar, pero no puede generar un pollo o
convertirse en tortilla, como el huevo. Cada ente obra y actúa según lo que es, o sea,
según su naturaleza.

c. Como principio de conocimiento de los entes, se llama universal

Al conocer un ente identificamos lo que es –un huevo, una mosca, el color blanco–,
porque captamos las características esenciales que son comunes a los demás individuos
de su especie. En esta primera operación de la mente formamos un concepto, que luego
expresamos en una palabra («huevo», «mosca», «blanco») y que se refiere a cuanto de
universal hay en el individuo.

d. Como contenido de una definición, se llama quididad (del latín, quidditas,


«queidad»)

Una definición expresa qué es un ente. Así, cuando definimos a la mosca como «un
insecto díptero de cuerpo negro, alas transparentes, patas largas y boca en forma de
trompa», hemos descrito las características propias que lo distinguen de otros entes.
Hemos expresado su «esencia», o sea, su quididad (su «qué» es).

C. La esencia de los entes materiales y perecederos

Si la esencia de un ente explica porqué tal ente es lo que es, ¿qué explica que este
individuo (esta mosca) haya venido a la existencia, esté en continuo devenir y perezca,
si la especie «mosca» ha permanecido inmutable a lo largo de los siglos? He aquí
nuestro segundo interrogante.
1. Los dos principios de la esencia de un ente material

Cuando quemamos una hoja, ésta se transforma en ceniza y humo. ¿Qué ha sucedido?
Ha habido «algo» que ha cambiado o pasado de un estado a otro: un substrato o materia
prima, «algo» que ha configurado o estructurado ese substrato en otras cosas: las formas
(de ceniza y humo), «algo» desde lo cual se ha hecho el cambio, porque a la forma de
papel le faltaba las de ceniza y humo: la privación. La materia prima es el «material»
que pasa de ser hoja a ser ceniza y humo y que permanece invisible durante la
metamorfosis. La forma de papel se ha «trans-formado» en forma de ceniza y humo; esa
forma, antes, estaba «privada» de estas dos.

No podemos considerar a la «privación» como un principio «positivo», sino sólo


defectivo. Por lo cual, para explicar el cambio físico, se necesitan dos principio
positivos: la materia prima y la forma. La primera es un principio indetermitado
invisible –la energía cósmica– capaz de asumir todas las formas que encontramos en
este mundo. No crece ni decrece; sólo se transforma. Antes de quemarse, estaba en la
forma de papel; después, se quedó en las formas de ceniza y humo. Es, pues, pura
potencia o posibilidad de ser esto o lo otro. La forma, en cambio, es acto: actualiza esa
potencia determinándola como un ente concreto (primero papel, después ceniza y
humo). La forma es, propiamente, la esencia universal de un ente: lo que lo define como
tal. Ahora bien, las esencias de los entes materiales no pueden subsistir como
espirituales; un papel, ceniza y humo sólo pueden existir en este mundo
«encarnándose», asumiendo un «pedazo» de materia. Por eso, la esencia de un ente
físico existente no consiste sólo en la forma, sino también en la materia que «in-forma».

2. Hilemorfismo: la composición hilemórfica de un ente físico

Un ente corpóreo es, entonces, un compuesto de materia y forma. λη [júle], «materia» +


µορφή◊Tiene una composición hilemórfica ( [morfé], «forma»). Estos dos principios se
unen inmediatamente, sin intermediarios, para formar una unidad: el individuo concreto.
No hay papel (forma) que no esté materializado; no hay materia que no esté in-formada,
que no sea algo determinado: ceniza, humo, color negro... La materia sin forma sería
pura indeterminación, posibilidad, nada concreto. La forma sin la materia no existiría en
un sujeto físico.

3. La prioridad de la forma sobre la materia

La composición no implica que ambos principios posean el mismo valor ontológico,


pues el acto –en este caso, la forma– tiene la primacía de perfección sobre la potencia:
la materia. Ésta, siendo en sí pura potencia y pura indeterminación, carente de unidad
intrínseca, necesita ser actualizada, determinada, unificada por un acto: su forma
específica. La materia, entonces, existe para la forma substancial, que es la esencia de la
substancia. La forma substancial, pues, constituye el elemento determinante de la
esencia: hace que la materia tenga las cualidades específicas de su modo de ser (papel,
ceniza, humo) y confiere el acto de ser al compuesto, pues sólo cuando la materia recibe
una forma (papel), el ente es. La forma infunde la unidad del ente, haciéndole ahora este
pedazo de papel, individuo autónomo. Cuando ella «abandona» la materia (por ejemplo,
al ser quemada), el papel deja de existir como tal y se convierte en otras formas (ceniza
y humo).
D. El principio de multiplicación de los entes

La composición hilemórfica nos explica la generación y corrupción de un ente corpóreo:


se genera cuando una forma se une a la materia prima y se corrompe cuando ambos
principios se separan. Debemos, entonces, responder a nuestro tercer interrogante: ¿por
qué hay tantas moscas si sólo hay una especie, «una» mosca? ¿Qué explica que la
mosca se multiplique en tantos individuos?

La forma en cuanto tal es universal: existe en muchos individuos haciéndolos


semejantes. La forma o esencia de mosca es la misma para todas las moscas del pasado,
del presente y del futuro. ¿Cómo se «encarna» en tantos sujetos? No por la forma,
ciertamente, sino por la materia, que es el substrato –la energía– de todas las formas del
mundo. La esencia de mosca, como universal y como acto, es perfecta, pero al unirse a
una potencia –la materia– se limita a un «pedazo» de materia, con su naturaleza finita,
mutable, corruptible; se convierte en un sujeto que nunca logra desarrollar todas las
potencialidades de su esencia. No existe la mosca perfecta, como tampoco el huevo o el
blanco perfectos. De ahí que la forma se realize en muchos individuos, uniéndose a la
materia. Usemos una analogía: un panadero usa un molde de galletas para hacer, de una
masa informe de harina, docenas de galletas. El molde (la forma) es perfecta en sí
misma, pero cada galleta formada por el mismo molde, tiene un «poco» de masa (la
materia) y no reproduce la forma del molde a la perfección; quizás una galleta no salga
bien redonda, a otra le falte un trozito, otra sale muy inflada, etc. La materia, entonces,
es el «sujeto» en el cual la forma encuentra su soporte y se multiplica.

E. El principio de singularización de los entes

La materia prima nos explica porqué cada especie se multiplica numéricamente, pero no
nos ha dado razón del último problema: ¿por qué cada mosca es distinta, única,
irrepetible, y no son todas las moscas iguales? La multiplicación consiste en ser
muchos; la singularización, en ser este o aquel individuo.

Dado que la forma es universal, no puede singularizar; sólo la materia. Ahora bien, para
particularizar una perfección común o forma, se necesita que la materia sea, a su vez,
singular o determinada. Necesita ser una cierta «porción» distinta de las otras: necesita
ser cuantificada, es decir, afectada por el accidente cantidad. Por lo tanto, el principio de
singularización no es la materia en cuanto tal, sino la materia cuantificada (en latín,
materia quantitate signata, «la materia marcada o impresa por la cantidad»).

¿A qué nos referimos?

A la materia visible que se extiende por las partes de un ente, proporcionándole una
extensión determinada, es decir, a este o aquel cuerpo. La singularidad se logra,
entonces, cuando la materia prima viene cuantificada gracias a la actualización de una
forma substancial, que contiene en sí misma la corporeidad o capacidad de «encarnarse»
en un cuerpo. Así, cada miembro de la especie (cada mosca) tiene su propio cuerpo, con
sus propias dimensiones, su extensión material distinta de los demás que ocupa un
espacio particular en el universo.

El cuerpo o materia singularizada por la cantidad hace que cada individuo o substancia
sea único, irrepetible. Singularizado el sujeto, se singularizan los accidentes que
dependen de él. Así, el color negro y el zumbido de esta mosca son exclusivamente
propios de esta mosca. Las demás moscas tendrán un negro y un zumbido parecidos,
pero no esos.

Conclusión

La esencia (naturaleza, universal, quididad) es el principio que confiere a cada ente –


substancia y accidente– su modo de ser específico. La temporalidad de los entes
corporales se debe a que su esencia está compuesta de materia prima (principio de
indeterminación) y forma (que determina cómo es); su unión causa generación; su
separación, corrupción. La materia prima, como sujeto-potencia de la forma, es el
principio de multiplicación de los miembros de la especie, la cual, una vez cuantificada
como cuerpo por la forma determinada por el accidente cantidad, se convierte en
principio de singularidad.

Términos clave

Compuesto: el individuo concreto que está compuesto de materia y forma.

Ente físico: todo ente material, por estar unido al principio de la materia = corporal, por
estar determinado por una extensión cuantificada = sensible, por ser objeto propio de la
sensación.

Generación: el origen de una nueva substancia procedente de otra ya existente, como


resultado de una «trans-formación» substancial, o sea, de la unión de materia y forma.

Corrupción:la destrucción de una substancia, que da origen a otra, como resultado de la


separación de sus principios esenciales de materia y forma.

Autoevaluación

1. ¿Cuáles son las cuatro paradojas de la relación entre una especie y sus miembros?
2. ¿Qué determina el modo de ser de una substancia y de un accidente?
3. ¿Cuáles son los cuatro nombres de la esencia y qué perspectiva nos ofrece cada uno?
4. ¿Qué elementos o condiciones intervienen en un cambio substancial?
5. ¿Qué significa hilemorfismo o composición hilemórfica?
6. ¿Cómo interactúan la materia y la forma para generar y para corromper a un ente
físico?
7. ¿Cuál es el principio de la multiplicación de los entes corporales?
8. ¿Cuál es el principio de la singularización de los entes sensibles?

Participación en el foro

1. El hombre es único en el universo. Su materia cuantificada es su cuerpo, pero su


forma substancial es su alma, creada directamente por Dios, lo cual hace que no sólo el
cuerpo, sino también el alma sean principios de individuación en la especie humana.
Explique la concepción de un ser humano a través del hilemorfismo.
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Tema 2.4 : El acto de ser

Objetivos

1. Comprender la causa inmanente que hace ser todo lo que es y valorar el misterio de la
existencia.

2. Argumentar la distinción real entre ser y esencia para explicar el universo y explicar
porqué las creaturas son entes contingentes, limitados, múltiples y semejantes.

A. El problema: ¿por qué hay entes en vez de nada?

Una vez que razonamos porqué los entes son como son, nos preguntamos: ¿por qué
son? No buscamos la causa externa –inmediata o última– de la existencia de todas las
cosas, sino el principio o la causa inmanente que las hace existir. La respuesta a esta
cuestión nos hará comprender cuál es el peso ontológico o la modalidad de los entes
mundanos: ¿tienen las cosas el principio de su propia existencia o lo han recibido de
otros? ¿Son contingentes o necesarias, finitas o infinitas? Necesario es aquello que no
puede no ser, que existe necesariamente, por derecho. Contigente es lo que de hecho
existe, pero que tiene la posibilidad de no existir. Finito es algo limitado, al contrario de
infinito, que carece de límites. Se trata, por tanto, de preguntas radicales acerca de la
estructura interna del universo o del paisaje por el viajamos. ¿Qué nos revela el
principio de los principios sobre el misterio de la existencia?

B. La distinción real entre esencia y esse

1. En el lenguaje y el pensamiento ordinarios

En nuestras proposiciones distinguimos espontáneamente, como vimos, entre


predicados esenciales («esto es una rana») y accidentales («esta rana es verde»). A
veces, sin embargo, usamos el verbo «ser» o sus equivalentes como predicado absoluto
de un sujeto: «esta rana existe», «es», «hay una rana». En estos casos no atribuimos
nada concreto al sujeto (que es rana o verde); solamente le atribuimos su existencia, su
presencia real: «es».

Tal distinción surge natural en el pensamiento mismo: fácilmente reconocemos que una
cosa es ser y otra es ser algo. King-Kong, Darth Wader, el Quijote son «algo», pero no
existen fuera de nuestra mente. Algo es perfecto en la medida en que existe: un millón
de dólares imaginarios tiene un valor ínfimo en comparación a un millón de dólares al
contado.

2. El acto de ser no puede estar contenido en la esencia

Nuestra distinción mental y lingüística refleja la realidad como es: el ser y la esencia
son dos principios de un ente, unidos, pero distintos. La esencia de algo es el conjunto
de sus características fundamentales, permanentes, invariables y comunes a todos los
miembros de la especie. Ahora bien, entre las características esenciales nunca
encontramos la de ser o existir. Así, la esencia de un «dinosaurio» es la de ser «un reptil
prehistórico con frecuencia de grandes proporciones», pero no pertenece a su esencia el
hecho de existir actualmente; de lo contrario, tendría que existir. La esencia del pollo
que está picoteando por el suelo consiste en ser «cría de de gallina». No consiste, pues,
en ser «cría de gallina que tiene que existir». Si así fuera, este pollo tendría que existir
necesariamente. Pero, ¿qué tal si la gallina hubiera muerto antes de empollar? Por otro
lado, el huevo, que tiene la potencialidad de convertirse en pollo, puede también
convertirse en un huevo duro, huevo frito, huevos revueltos o una tortilla francesa. Ni
este pollo ni nada de lo que hay en este universo tiene porqué existir. Todos existimos
de hecho, pero no por derecho. El acto de ser no es parte integrante de nuestra esencia.
Nos viene dado por otro ente; en nuestro caso, de nuestros padres. Ellos, por su lado, no
estaban determinados a engendrarnos ni a mantenernos en la existencia desde el seno
materno. Podemos pensar y comer y caminar por nosotros mismos, pues nuestra esencia
contiene esas capacidades, pero no podemos existir por nosotros mismos. Nada de este
mundo es capaz de causarse a sí mismo, porque, lógicamente, nada tiene el ser antes de
ser. Para generarse a sí mismo se necesita existir. Ser, por tanto, no es esencial para
nosotros. Es un principio realmente distinto de nuestra esencia, que recibimos de otros
sin necesidad absoluta. No somos imprescindibles. Somos contingentes. Podíamos no
haber existido. Podemos dejar de ser, y, de hecho, moriremos .

C. La composición universal de esencia y esse

1. La unidad intrínseca esencial de un ente

Todo ente del mundo está compuesto, primaria y fundamentalmente, de esencia y acto
de ser. A partir de esta composición metafísica surgen todas las demás: substancia y
accidentes, substancia y operaciones, materia y forma. Estos principios, desde luego, no
pueden subsistir separados unos del otro. Cuando algo es, es (acto de ser) algo (esencia).
No se puede «ser» en abstracto, sin esencia, como tampoco puede uno existir con
esencia sin tener esse. Por tanto, ambos principios no permanecen yuxtapuestos, uno al
lado del otro, sino que uno está en el otro, uno es para el otro. De esta unidad deriva la
consistencia, autonomía, solidez de cada ente. El esse del pollo que picotea por el suelo
mantiene a la substancia de pollo en existencia y la esencia, a su vez, se «presenta» al
esse para definirlo de un modo concreto de ser: como pollo.

2. Esse, un acto que engloba todas las perfecciones

El acto de ser se presenta en todas las perfecciones –substancias y accidentes– porque es


el principio que las hace ser. El pollo no es nada hasta que «salga» de la nada y se
convierte en un sujeto real. Un acto segundo (por ejemplo, mi pensamiento sobre el
pollo) deriva de un acto primero accidental (la facultad de la inteligencia), el cual recibe
su actualidad de la forma substancial (yo), que es el primer acto de la esencia (hombre):
todas estas perfecciones radican en la del ser. De ahí que se le llame el último acto de
ser o «el acto de todos los actos» .

3. Esse, intrínsecamente relacional

Abramos un poco la ventana al misterio de la existencia. ¿Por qué los entes y no la


nada? Desde el punto de vista de la causa inmediata última responderemos: porque
poseen esse. Ahora bien, este esse es puro acto, intrínsecamente relacional, expansivo;
tiene, por decirlo así, un «deseo universal de generar». Los entes no son, simplemente,
porque son, sino porque han recibido el ser como don. Todo ente se relaciona con los
demás, causa, ofrece nuevos actos de ser a nuevos entes y, a la vez, son efectos, reciben
su acto de ser. La gallina engendra pollos, el escritor «crea» las palabras que escribe, la
nube confiere el ser a millares de gotas de agua... El ser «aspira» a «donar» sus
perfecciones a más y más potencias o esencias, a poner nuevos entes en existencia. Esta
efusividad o comunicabilidad del ser nos revela el porqué inmediato de la inexhaurible
riqueza de los entes y perfecciones del universo.

4. La limitación, multiplicación y semejanza de los entes del universo

a. La limitación de los entes

Por su composición esencia-esse las creaturas son limitadas. Dado que la esencia
(potencia) limita al esse (acto) a un modo concreto de ser (pollo, mosca, etc.), cada ente
posee la perfección propia de su naturaleza, pero carece de todas las perfecciones
propias de los demás entes. En efecto, todo ente recibe el ser, no lo contiene en su
naturaleza: tiene ser, pero no es ser. Si fuera idéntico a su ser, debería ser todo
perfección, necesario y no contingente. Por tanto, todo ente participa del ser en algún
grado, o sea, en algunas de sus perfecciones; todo ente es capaz de influir, generar,
relacionarse con otros entes en la medida en que participe del ser.

b. La multiplicación de los entes

Como ningún ente se identifica con su ser, ningún ente es perfecto y simple. Al unirse a
potencias diversas, el esse se multiplica en muchas especies y en muchos individuos,
ninguno de los cuales agota todas las perfecciones del ser. Desde el «big-bang» hasta
nuestros días, el universo ha estado en constante expansión, formando nuevos entes,
haciendo que nuevas especies e individuos compartan las múltiples e insospechadas
perfecciones del esse.

c. La semejanza de los entes

Todas las creaturas son, por un lado, distintas, y por otro, semejantes; de ahí que el
universo sea tan variado pero también tan ordenado: un cosmos, un «universo» (del
latín, unus + versum, «dirigido a uno»). Desde luego, el principio de semejanza debe ser
distinto del de su diversidad. Las creaturas se diferencian por su esencia (uno pollo no
es una mosca) y por su materia (este pollo no es aquel pollo). Se parecen en que son,
participan de las perfecciones del Ser Subsistente del Creador, si bien en diversos
modos y grados, porque Él les ha dado su ser como don de amor.
Conclusión

Como advertimos en el lenguaje y la experiencia ordinarias, todo ente del universo está
compuesto realmente de esencia (potencia de ser) y esse, acto radical por el que un ente
es y actúa. Esta composición nos hace valorar, por un lado, la dignidad ontológica de
cada ente, el cual pertenece al reino de la realidad según el grado en que participa del
ser, y nos explica, por otro, porqué los entes son contingentes, limitados, múltiples y
semejantes.

Términos clave

Experiencia:conocimiento inmediato y ordinario de las cosas.

Esse o actus essendi («acto de ser»): el principio o acto que pone a los entes en
existencia al actualizar su esencia (potentia essendi: «potencia de ser»).

Existencia (de ex + stare, «estar fuera, emerger»):el estado de ser actual, el hecho de
«emerger» de la nada y colocarse en la realidad.

«Deseo universal de generar»:expresión que acuZamos para indicar el dinamismo


expansivo del esse que se manifiesta en la actividad causal de nuevos entes, en su
carácter relacional.

Autoevaluación

1. ¿Cómo distinguimos en el lenguaje y la experiencia entre el ser y la esencia?


2. ¿Por qué esta distinción es real y no solamente lógica?
3. ¿Cuál es la relación íntima entre estos dos principios en la composición de un ente?
4. ¿Qué quiere decir que el acto de ser es intrínsicamente dinámico, expansivo?
5. La distinción esencia y ser, ¿cómo nos hace entender la limitación, multiplicación y
semejanza de todos los entes del universo?

Participación en el foro

1. Medite en el principio y fundamento de la realidad: que el universo entero con todos


los entes creados, incluyéndonos a nosotros mismos, somos contingentes. Esta verdad,
¿cómo nos debería hacer valorar el misterio de la existencia y a no tomarla por
descontado? ¿Qué actitud de humildad debería fomentar en nosotros? ¿Cómo nos hace
comprender la grandeza de Dios y nuestra relación con Él?

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Tema 2.5: El sujeto subsistente y la persona

Objetivos

1. Lograr una visión metafísica de cada sujeto subsistente como unidad de principios.

2. Comprender porqué la persona humana es la máxima perfección de individuo


compuesto en el mundo y cuál es su constitutivo esencial.

3. Iniciar una visión sinóptica del universo como conjunto armónico de individuos.

A. El problema: ¿cómo son los entes en el universo?

Al analizar la estructura metafísica del mundo, nos encontramos con una serie de
principios que explican el devenir (acto y potencia), la subsistencia de los sujetos con
sus múltiples perfecciones (substancia y accidentes), su modo de ser, materialidad,
multiplicación y singularidad (materia y forma), su realidad dinámica (esse). Ninguno
de estos principios, desde luego, se presenta aislado de los demás. Todos se unen
íntimamente constituyendo una unidad distintiva: el individuo. Entre los individuos del
universo se da una jerarquía de perfección ontológica que culmina en la persona
humana. Tanto los hombres como los demás entes, con sus constantes y múltiples
relaciones, componen la sinfonía multicolor del universo. Después de estudiar los
principios separadamente, nos interesa echar una mirada al mundo como se presenta: un
cosmos de individuos con diversos grados de ser. Nos hacemos, pues, tres preguntas,
que intentaremos responder en las siguientes tres secciones:

(1) ¿Cómo se combinan los principios para formar a un individuo?

(2) ¿Qué distingue fundamentalmente al hombre de los demás individuos?

(3) El fundamento último de la estructura del universo, ¿se halla en la interacción de los
sujetos subsistentes que lo forman?

B. El sujeto subsistente

Los principios del ente entretejen una realidad individual en su totalidad, cuyo carácter
distintivo es la subsistencia, o sea, la posesión intrínseca del acto de ser que actualiza
toda el conjunto. A esta totalidad nos referimos, de modo estricto, cuando hablamos de
«ente», pues se trata de una realidad que existe por sí misma como algo completo y
acabado, distinto de los demás individuos: el sujeto subsistente (este perro, aquella
nube, esa computadora, este pensamiento, aquella piedra...). Lo podemos llamar
totalidad, por ser un conjunto unitario de partes, o compuesto, debido a los diversos
principios que lo forman –esse, substancia y accidentes–, o individuo, por ser singular,
indistinto en sí y distinto de los demás, o sujeto (sub-jectum, «arrojado debajo»), a
causa de su función como soporte de una naturaleza y unos accidentes .

Todo sujeto subsistente se presenta con tres características fundamentales:


individualidad: sólo los entes singulares y no las esencias universales poseen el acto de
ser; subsistencia: tiene el ser en sí mismo y no en otro; incomunicabilidad: como sujeto
individual, no puede ser compartido o participado por otros sujetos, es de algún modo
inefable, lo cual no impide que esté constantemente relacionándose, manifestándose,
comunicando algo de su propia interioridad.

Veamos con un ejemplo cómo podemos comprender un sujeto subsistente a la luz de


sus primeros principios. La manzana que voy a comer existe, ya que posee en sí misma
el acto de ser de un modo determinado, o sea, con unas perfecciones particulares: la de
una manzana. Como tiene la esencia o forma universal (naturaleza o quididad) de
manzana, comparte las mismas características esenciales de todas las manzanas del
mundo del pasado, del presente y del futuro: es un fruto del manzano, de pulpa carnosa,
con sabor acídulo o algo azucarado. Ahora bien, no voy a comer «manzana» en
abstracto –que no existe en el mundo–, sino esta manzana, la cual es forma substancial
«encarnada» en la materia, y, por tanto, adquiere una extensión o cuerpo propio (materia
cuantificada): ocupa un espacio en la mesa, y es singular, única, irrepetible. Ella –la
substancia– está determinada ahora mismo por muchísimos accidentes: es amarilla,
redonda, jugosa (cualidades), grande y gruesa –12cms. x 10cms.– (cantidad), de origen
valenciano (relación), huele bien (acción), ha recibido un mordisco (pasión), tiene una
etiqueta comercial (posesión), está de pie (posición) en mi plato (lugar), esta misma
tarde (tiempo). Es actualmente manzana con estas características, pero tiene la
potencialidad de convertirse en elemento de mi cuerpo cuando la coma, o de cambiar de
posición y lugar o de pudrirse o de ser cortada... una infinidad de posibilidades. Como
se ve, todos estos principios constituyen intrínsecamente la unidad del sujeto
subsistente: esta manzana.

C. La persona humana

Para todos nosotros resulta evidente que los incontables modos de ser sujetos
subsistentes que hay en el mundo –en el paisaje de nuestro viaje– no son del mismo
«calibre» ontológico.
Hay una jerarquía: unos son más perfectos que otros. Los animales son «mejores» que
las piedras, y, entre los animales, el venado es «mejor» que la hormiga. No cabe duda
tampoco que el hombre es el ente más perfecto del universo. ¿Por qué? ¿Qué le hace ser
tan singular?

La perfección ontológica se mide, como vimos, según el grado de participación en el ser


que corresponde al tipo de naturaleza recibida.

¿Cuál es la nuestra?
Muchos de nuestros actos segundos –decisiones, pensamientos, amores, experiencias
estéticas– proceden de facultades espirituales: inteligencia y voluntad. Estas potencias
operativas, que son accidentes necesarios, radican en una naturaleza espiritual, que
trasciende la materia y sus límites de espacio y tiempo, y que, en un individuo se
singulariza con una forma substancial infinitamente superior a la de los demás entes del
mundo: el alma. Por eso Boecio definió a la persona como substancia individual de
naturaleza espiritual («persona est rationalis naturae individua substantia»).

¿Cuál es, pues, el constitutivo esencial o la perfección característica de la persona


humana? En la definición el género es
«substancia individual» (sujeto subsistente) y la diferencia específica, la que determina
qué tipo de sujeto es: «naturaleza espiritual». La definición no vale, por tanto, para el
«hombre» como especie, sino para el ser humano singular; el género humano no es
persona; sólo son personas Pedro, María, Carlos, Marta. Persona significa, pues, lo que
es distinto en una naturaleza espiritual. Y, ¿cuáles son los principios que individualizan
al hombre? Según Sto. Tomás, son «esta carne, estos huesos y esta alma» (Summ.
Theol. I, 29, 4c): tanto el cuerpo como el alma distinguen a cada uno de nosotros de los
demás. Ahora bien, conviene subrayar que ambos se constituyen intrínsecamente por su
relacionalidad con Dios, con las demás personas y con el mundo en que nació y vive.
Ser persona humana es, en fin, ser cuerpo y alma en relación .

Este constitutivo esencial de la persona es la fuente de sus excepcionales características:


ser por y para sí, fin en sí mismo, inmortal, que se realiza en la interioridad,
autoconciencia, libertad y autodeterminación,encarnación, «proyectualidad»,
trascendencia, aspirante al infinito y a la dicha plena, abierto a la verdad y a la belleza,
al bien moral, capaz de vivir en comunión con Dios, con las otras personas, con todo lo
creado, en una palabra, capaz de Dios: capaz de conocerlo y amarlo, pues es la única
creatura en la tierra que Dios ha amado por sí misma. Cada persona tiene, entonces, una
dignidad infinita y un valor absoluto. No es algo, sino alguien .

De este modo, la persona humana se presenta como el clímax del universo, la síntesis
perfecta de los principios que lo estructuran: como ser «futurible», es decir, capaz de
proyectar su propio futuro, vive en una perenne tensión de potencialidad y actualidad,
de autosuperación y autotrascendencia; es una substancia singular, personal,
perfeccionada por accidentes de todos los niveles ontológicos; es la máxima expresión
de la composición hilemórfica por la unidad tan especial entre su forma substancial tan
superior al mundo en devenir y perecedero –el alma– y su materia informada –el
cuerpo– (corpore et anima unus); por su esencia espiritual participa del ser del modo
más íntimo posible en este mundo. Con razón es «de algún modo todas las cosas»: el fin
del universo .

D. Conclusión final sobre los principios: la problematicidad del universo

Al viajar en el tren de nuestra vida gozamos del paisaje maravilloso de este mundo en
que nacimos, nos movemos y existimos. No contemplamos una muchedumbre de
sujetos subsistentes sin más, sino un cosmos inteligente y bellamente modelado. Todo
los entes interactúan en una complejidad de relaciones físicas, químicas, biológicas,
zoológicas, matemáticas, metafísicas, espirituales para componer la sinfonía del
universo. Con nuestro obrar somos nosotros, las personas humanas, los directores de
esta gran orquesta. Somos nosotros quienes, al preguntarnos por el significado de la
creación, nos esforzamos por descifrar la partitura de esta sinfonía.

¿Cómo es el mundo? Una estupenda comunión de sujetos subsistentes que,


estructurados radicalmente como entes en acto y en potencia, se realizan en continuo
devenir y novedad; compuestos de substancia y accidentes, se perfeccionan a sí mismos
y perfeccionan a los demás constantemente en múltiples maneras; contando con una
esencia o forma determinada, irradian las perfecciones del ser del que participan en una
medida particular; constituidos de materia, se multiplican y singularizan en el mundo
sensible; actualizados por el acto de ser, escapan de la nada y gozan del misterio de la
existencia radicada en la presencia íntima de Dios, «oceáno del Ser».

Según las metafísicas de la inmanencia –naturalísticas, materialistas e idealistas– el


devenir del universo es «absoluto», porque coincide con toda la realidad; es
«espontáneo», porque carece de causa propia; es
«autosuficiente», porque se explica por sí mismo sin necesidad de otra explicación .
Nuestras reflexiones sobre la estructura del universo y los principios del ente nos han
mostrado, precisamento, lo contrario.

El paisaje del mundo es, sí, bello, pero intrínsecamente imperfecto, anclado en la
contingencia, con fronteras delimitadas, instigado al cambio, perecedero. Todos los
miembros de esta magnífica orquesta, incluyendo a su director, existen de hecho, pero,
como entes permeados de potencialidad, accidentalidad y materialidad, cuyo ser no
coincide con la esencia, podían no haber existido y algún día dejarán de adornar el
mundo. La naturaleza sigue tocando una sinfonía que no ha compuesto, con
instrumentos que le fueron regalados. No se explica a sí misma. No reside en ella su
origen ni su fin último. No es ella la totalidad de la realidad. No es el Absoluto.

¿Dónde encontrar el Absoluto? Si no lo hallamos en el paisaje, busquémoslo en el tren


en que viajamos. Si no está en el mundo, rastreemos sus huellas en la experiencia
humana.

Conclusión

Un sujeto subsistente es un individuo que posee en sí el acto de ser como actualización


de todos los principios que lo componen. La persona humana es el culmen o la
perfección de sujeto subsistente en el mundo por ser «substancia individual de
naturaleza espiritual», cuyo constitutivo esencial es su cuerpo y alma en relación. El
universo es esta sinfonía armónica, interrelacional, de incontables sujetos subsitentes
mutables, compuestos, limitados, corruptibles, contingentes, que no halla en sí el
fundamento último de su ser y estructura.

Términos clave

Individuo (del latín in + divisum, «no dividido»): literalmente, lo que es indivisible, uno
en sí mismo. En sentido genérico se aplica a todo lo que es, substancia o accidente, pero
en el sentido estricto en que lo usamos en este curso, se refiere al sujeto subsistente, o
sea, al ente concreto en su determinación existencial, que, en cuanto tal, no se puede
dividir en otros entes concretos, sino sólo en partes no subsistentes por sí mismas.

Autoevaluación

1. ¿Qué es un sujeto subsistente y cuáles son sus nombres más comunes?


2. ¿Cuáles son los principios y propiedades características de todo sujeto subsistente?
3. ¿Por qué es la persona humana la más perfecta realización del mundo material?
4. ¿Cuáles son algunas de las características más típicas de la persona humana?
5. ¿Cómo describiría el mundo a la luz de los sujetos subsistentes que lo componen?
6. ¿Por qué este universo no contiene en sí el fundamento último de su estructura
metafísica?

Participación en el foro

1. Hoy más que nunca conviene reafirmar el valor absoluto de la persona humana frente
a ideologías que la reducen a una «máquina sofisticada» (materialismos) o a un animal
más entre los otros (New Age, ecologismo radical) y frente a tantas violaciones de sus
derechos fundamentales, cuando se le trata como medio y no como fin en sí misma
(aborto, experimentación con embriones, esclavitud, prostitución, manipulación de las
conciencias, etc.). ¿Cuáles son las bases metafísicas para afirmar la dignidad de la
persona y su superioridad ontológica sobre el resto de la creación?

Te pedimos que a la hora de participar en el foro lo hagas únicamente en este


mismo tema, solo necesitas dar click en "publicar respuesta" no abras nuevo tema,
de lo contrario se borrará tu intervención, ya que se pierde la continuidad de las
participaciones

Preguntas o comentarios al autor


P.Alfonso Aguilar LC
aaguilar@legionaries.org

contacto con la cordinadora del curso


Ana Cecilia Margalef
acmargalef@catholic.net
Unidad III: Las Propiedades de la Realidad

La problematicidad de la experiencia humana

Introducción

Viajando en el tren de nuestra historia, seguimos cuestionándonos el sentido de la vida,


el problema metafísico: ¿es este cosmos maravilloso toda la realidad o hay algo más allá
de él que lo fundamenta? La estructura del paisaje de nuestro trayecto, o sea, del
universo –«el aspecto objetivo» del problema– está formado por un sinfín de sujetos
subsistentes, que están compuestos de acto y potencia, substancia y accidentes, materia
y forma, esencia y esse. El mundo se nos revela, pues, intrínsicamente finito,
contingente, en constante devenir, perecedero. No contiene en sí su razón de ser. No se
auto-fundamenta. Debemos tornar, entonces, a la experiencia humana –«el aspecto
subjetivo» del problema–: el modo como nos relacionamos con el mundo, nuestras
vivencias en el tren de nuestro viaje.

¿Tendremos en nosotros mismos la clave del problema, el Absoluto de la realidad?

Analizaremos, pues, la manera con que conocemos y nos acercamos a la realidad misma
para descubrir sus propiedades. Reflexionaremos en primer lugar sobre el carácter
analógico de los entes y de sus principios, dado que los conocemos analógicamente, o
sea, apreciando su semejanza y reconociendo su disimilitud (tema 1). Veremos después
porqué adoptamos diversos puntos de vista –las nociones trascendentales– para
experimentar la realidad (tema 2) y analizaremos qué atributo del ente nos revela cada
uno de ellos –el uno, lo verdadero, lo bueno y lo bello– (tema 3), para concluir con una
visión sinóptica de la realidad a la luz de un nuevo trascendental: la relacionalidad (tema
4).

Diagrama estructural

Tema 3.1: La Analogía

A. El problema: ¿cómo podemos aplicar la misma noción de «ente» a entes diversos?

1. El problema de «ente» en su doble aspecto


2. El problema de «no-ente»

B. La solución al problema metodológico: la analogía lógica y lingüística

1. La noción lingüística
2. Los múltiples significados de ser y ente

C. La solución al problema ontológico: la analogía metafísica

1. La unidad y las diferencias entre los entes


2. Las consecuencias de la negación del carácter analógico de la realidad

D. Tipos de analogía

1. Analogía de proporcionalidad

2. Analogía de atribución

3. ¿Cuál es la analogía de la realidad?

E. Los «no-entes» del universo

Tema 3.2: Los aspectos del ente

A. El problema: ¿es la noción de «ente» suficiente para revelarnos la riqueza de la


realidad?

B. La noción de trascendental

1. ¿Qué es un trascendental?
2. La extensión de un trascendental
3. El significado o ratio de un trascendental
4. Nociones análogas

C. ¿Cuántos y cuáles son los trascendentales?


1. Considerando al ente en sí mismo (de modo absoluto)
2. Considerando al ente en relación con otros (de modo relativo)
3. Considerando al ente en acción: en relación consigo y con otros (de modo
absolutamente relativo)

Tema 3.3: Uno,verdadero, bueno y bello

A. Uno (unum)

1. El problema del «uno» y lo «múltiple»


2. El ente considerado en sí mismo o de modo absoluto
3. Diversos tipos de unidad y nociones en relación con ella

B. Verdadero (verum)

1. El problema de la «verdad»
2. ¿Qué es la verdad? Tres tipos
3. La verdad trascendental: el ente en su relación con la inteligencia

C. Bueno (bonum)

1. El problema de la «bondad» y el misterio del «mal»


2. La bondad trascendental: el ente en su relación con la voluntad
3. Sentidos de bondad
4. El misterio del «mal»: ¿qué es el mal y porqué hay mal?

D. Bello (pulchrum)

1. Los problemas de la «belleza»

2. La belleza trascendental: el ente en su relación con la totalidad de un espíritu

3. La belleza y el arte

Tema 3.4: Una visión sinóptica de la realidad

A. El problema: ¿cómo podemos lograr una síntesis de los trascendentales para


experimentar mejor la realidad?

1. ¿Se puede adquirir una visión sinóptica de la realidad?

2. ¿Es la relacionalidad un trascendental?

B. ¿Es la relacionalidad un trascendental?

1. La relacionalidad y el ente
2. La relacionalidad inmanente: la actividad relacional del ente consigo mismo
3. La relacionalidad trascendente: la actividad relacional del ente con los demás entes
4. La relacionalidad y las características esenciales de toda noción trascendental
C. Hacia una visión sinóptica de la realidad

1. Una mirada sinóptica al mundo

2. Una mirada sinóptica a la persona humana

D. Conclusión final sobre los trascendentales: la problematicidad de la experiencia


humana

Bibliografía

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S. VANNI ROVIGHI, Elementi di filosofia, vol. II: Metafisica, La Scuola, Brescia


1964, pp. 13-20; 183-210.

Tema 3.1: La Analogía

Objetivos

1. Explicar el cambio, la limitación y la multiplicidad de los entes del universo por


medio de los principios de acto y potencia.

2. Distinguir los diversos tipos y dimensiones del acto y la potencia en todos los entes.

A. El problema: ¿cómo podemos aplicar la misma noción de «ente» a entes


diversos?

1. El problema de «ente» en su doble aspecto

Hemos aplicado un mismo término lingüístico y concepto –«ente»– a un sinfín de


realidades distintas, singulares, no sólo en lo que se parecen (por ejemplo, perro y
mosca son animales), sino también en lo que se diferencian (perro es mamífero y mosca
es insecto). ¿Hay correspondencia entre nuestro lenguaje, nuestro pensamiento y la
realidad? Este problema incluye un aspecto metodológico y otro ontológico, que
forman, por decirlo así, dos caras de la misma moneda.

a. El aspecto «metodológico»: cómo expresamos y pensamos la realidad

¿Puede una misma palabra y noción intelectual –ente– abarcar a todos los individuos
con sus características particulares y a todo lo que les asemeja y distingue entre sí?
¿Qué clase de término es «ente» (problema lingüístico) y qué significado tiene
(problema gnoseológico)?

b. El aspecto «ontológico»: cómo es la realidad misma

Los entes del mundo, ¿son en el fondo una misma cosa con diferencias aparentes? ¿Son
individuos completamente diversos unos de otros pero asociados por comodidad o por
necesidad con el mismo vocablo y concepto «ente»? ¿O son realidades en parte
semejantes, en parte diversas? En el primer caso, el término y la noción ente significa y
se refiere a lo mismo en todos los sujetos a los que se atribuye; en el segundo caso,
significa y se refiere a algo totalmente distinto en cada sujeto; en el tercero, significa y
se refiere a algo de los sujetos que en parte se asemeja y en parte se diferencia (42).

2. El problema de «no-ente»
No solamente el término, el significado y la realidad «ente» en su dimensión positiva es
problemática, también lo es en su estatuto «negativo». Con frecuencia hablamos y
pensamos realidades negativas o no-entes, tales como «muerte», «carencia», «sordera»,
«insatisfacción», «agujero», «desorden», «fallo», «privación». Estas palabras, ¿a qué
tipo de conceptos y de «realidades» corresponden?

B. La solución al problema metodológico:


la analogía lógica y lingüística

1. La noción lingüística

Con respecto a su significado distinguimos tres tipos de términos en el lenguaje


ordinario:

a. Términos unívocos

Hay palabras que se usan siempre con el mismo significado para todos los sujetos a
quienes se les atribuye. Así, predicamos por igual el contenido de «insecto» a la mosca,
a la araZa y a la hormiga. Atribuimos el mismo significado de «planeta» a Venus, Tierra
y Júpiter. Al término unívoco le corresponde un solo concepto o contenido.

b. Términos equívocos

Por el contrario, muchas palabras se usan con dos o más significados completamente
diversos entre sí. «Vela», por ejemplo, puede significar candela, vigilia, lona del barco,
toldo para hacer sombra. «Puro» se aplica a quien es íntegro o casto, a lo exento de toda
mezcla o al cigarro fabricado con hojas de tabaco sin picar. En una misma palabra
coinciden conceptos diversos.

c. Términos análogos

Hay términos, finalmente, que de sujetos diversos predican un significado en parte igual
y en parte diferente: igual bajo un aspecto, diverso bajo otro. Así, cuando hablamos de
«luz natural», «luz eléctrica», «luz de la razón», predicamos el mismo contenido («lo
que hace visible los objetos»), pero con distintas connotaciones: una es producida por
un agente natural como el sol (luz natural), otra por la electricidad (luz eléctrica), la otra
es interna a la inteligencia (luz de la razón). Al término análogo le corresponde un solo
concepto o contenido con diversos sentidos.

2. Los múltiples significados de ser y ente

En estos términos análogos podemos distinguir cuatro grandes grupos de significados.

a. El ser o ente accidental o coincidencial (en la escolástica, ens per accidens)

Es todo ente compuesto por elementos cuya unión no se encuentra intrínsecamente


exigida por la naturaleza de ninguno de ellos; simplemente acaecen. En «Pedro es
abogado» y «este hombre es fumador» se da una unión casual, de coincidencia, entre
Pedro-abogado y hombre-fumador, ya que no hay conexión necesaria entre ambos
términos: Pedro puede ser Pedro sin ser abogado, así como para ser hombre no se
necesita ser fumador.

b. El ser o ente categorial o predicativo (también llamado ens per se)


Indica una manera efectiva de ser, o sea, una de las diez categorías: «esto es una mosca»
(substancia), «está zumbando» (acción), «está en el cuarto» (lugar), etc.

c. El ser veritativo y el no-ser falsificativo (escolástica: ens ut verum y non-ens ut


falsum)

Se refiere a toda proposición o entidad mental en que se predica algo de un sujeto para
describir lo que es. Cuando decimos «este pastel es muy sabroso, ¿verdad?», usamos
«es» para significar que mi descripción coincide con la realidad. Si digo «el alma
humana es mortal» no expreso las cosas como son y, por tanto, uso un no-ser
falsificativo.

d. El ser existencial o el ser en acto y potencia

El ser en potencia expresa la capacidad del sujeto: «Manolo es un gran toreador», pero
ahora no está toreando. El ser en acto se refiere, simplemente, al existir del sujeto, o sea,
a la actualización de una esencia concreta: «Manolo es», «hay moscas», «los ángeles
existen». Estos dos significados se aplican a todos los significados anteriores: los seres
accidental, categorial y veritativo pueden estar en acto o en potencia.

Estos cuatro grupos de significados se interrelacionan de tal modo que, cuando decimos
«la rana está croando», usamos el ser en acto, como el accidente acción del ser
categorial y, tal vez, como ser veritativo. Hay, además, una jerarquía estructural en estos
significados: expresamos el ser accidental con referencia al ser categorial y el ser en
potencia con referencia al ser en acto (43).

C. La solución al problema ontológico: la analogía metafísica

1. La unidad y las diferencias entre los entes

El uso de ser y ente como términos lingüísticos análogos y como nociones análogas con
diversos grupos de significados, irreducibles a un significado único, no hace más que
expresar la multiplicidad, la variedad, la riqueza inagotable de la realidad. El ente es en
sí análogo, porque es trascendental, es decir, porque expresa toda la realidad de la que
se habla y la expresa totalmente, hasta en sus diferencias más minutas. No hay, por
decirlo así, matiz de un objeto concreto que se escape del carácter real de ente. ¿Qué
hay en el mundo que no sea ente? Ente, por tanto, debe referirse de las cosas tanto a lo
que les une o asemeja como a lo que les diferencia. En efecto, todo ente es pero de
diverso modo: el ser es en parte igual, en parte distinto (44).

2. Las consecuencias de la negación del carácter analógico de la realidad

a. Monismo o realidad «unívoca»

Si decimos que todas las cosas son ente con un mismo significado, entonces no habría
diferencias entre ellas: todas serían una realidad única (µόνος [mónos], «uno, único»).
Ésta es la tesis de fondo de toda metafísica de la inmanencia, que concibe la realidad
«homogéneamente», compuesta de un solo ser fundamental o substancial –el
naturalismo y panteísmo (un elemento natural o la naturaleza divinizada), el
materialismo (materia), el idealismo (el «espíritu»)– con diferencias extrínsecas,
accidentales, superficiales (los entes particulares). Estas filosofías no encuentran mucha
diferencia ontológica entre un hombre, un animal y una planta.

b. Omonimia o realidad «equívoca»

Si decimos que todas las cosas son completamente diversas entre sí pero idénticas sólo
en el nombre ente (omonimia: Òµός [jomós], «común» o «el mismo» + Ðνοµα
[ónoma], «nombre»), como sucede en los términos equívocos, entonces las cosas serían
mundos aparte, sin ninguna afinidad entre sí. Ahora bien, una realidad «heterogénea»,
con semejanzas lógicas, no reales, en constante cambio, sería ininteligible,
imposibilitaría todo conocimiento y comunicación, pues no existiría ninguna unidad que
nos permitiera abrazarla con sus diferencias. Es la tesis básica del relativismo.

D. Tipos de analogía

1. Analogía de proporcionalidad

Es la que, de modo propio o impropio, enlaza diversos sujetos con semejanzas de


relaciones.

a. Analogía de proporcionalidad propia

Los diversos sujetos o analogados se relacionan con una misma semejanza estructural
esencial. El conocimiento, por ejemplo, es una visión del objeto: la visión es la
operación del ojo y se asemeja a la operación del intelecto; el ojo es para su objeto lo
que el intelecto para el suyo. Otros ejemplos: el sol ilumina a la tierra como la bombilla
ilumina un cuarto (semejanza en la función iluminante); las espinas son para los peces
lo que los huesos son para los mamíferos (semejanza en la constitución corporal); el
principio de materia prima es para la forma lo que la madera es para un armario; la
inteligencia es para Dios lo que la inteligencia es para el hombre... En todos estos casos
no hay una relación de igualdad; sólo de similitud estructural, o sea, de proporción.

b. Analogía de proporcionalidad impropia o metafórica

La perfección o estructura que relaciona a los sujetos o analogados no se encuentra


realmente en uno de ellos. Si, para decir «llueve», digo «el cielo llora», comparo
imaginariamente las lágrimas del hombre con la lluvia de las nubes; ahora bien, el cielo
carece de la perfección de llorar; se trata de una metáfora, una aplicación lógica, no
real(45).

2. Analogía de atribución

Entre varios sujetos o analogados se da una identidad en cuanto al punto de referencia y


una diversidad en cuanto a la relación, intrínseca o extrínseca, con ese punto. Un
analogado posee la perfección plenamente y los demás sólo de modo secundario, en
dependencia de él, por derivación.
a. Analogía de atribución intrínseca

La perfección analógica se halla realmente en todos los analogados, porque el principal


de ellos causa esa perfección en todos los demás. Así, una hoguera posee calor en sí
misma; las personas y objetos participan de su calor en la medida en que se acerquen a
ella. Dios es el Ser mismo; las creaturas lo tienen según participan más o menos de Él.

b. Analogía de atribución extrínseca

Sólo el analogado principal posee realmente la perfección; los demás, sólo por una
relación extrínseca o impropia. Podemos atribuir la cualidad de «sano» a un niZo, al
clima, a una medicina, a un color... Ahora bien, sólo un hombre o un animal tienen
realmente salud; el clima, la medicina, el color no la tienen (por eso nunca estarán
enfermos), pero se relacionan extrínsecamente con la nuestra en cuanto la manifiestan o
ayudan a causarla(46).

3. ¿Cuál es la analogía de la realidad?

La analogía de los entes reales es, a la vez, de proporcionalidad y de atribución. Es de


proporcionalidad, porque a cada ente y a cada principio le corresponde su modo propio
de ser en acto. Así, la substancia está a su ser como la cantidad está al suyo; la esencia
de un árbol está en relación con su ser, como la de un hombre y la de Dios a los suyos.
En estos casos las relaciones no son idénticas –la substancia tiene el ser en sí mientras
que la cantidad lo tiene en otro; la esencia y el ser de un árbol son inferiores a los de un
hombre y éstos, a su vez, infinitamente inferiores a los de Dios–, sino de semejanza: los
actos de ser de un árbol, de un hombre y de Dios están cada uno proporcionado o
adaptado a la esencia correspondiente.

Estas relaciones se basan, además, en la analogía de atribución: todas las categorías


accidentales de un ente participan de la que tiene el ser en sí, la substancia; todos los
entes creados participan en diversos grados del mismo Ser Subsistente (ipsum esse
subsistens): Dios(47).

E. Los «no-entes» del universo

La analogía metafísica no sólo explica la semejanza y diversidad de los entes reales,


sino también, derivadamente, las de los no-entes o entes negativos, como son: nada,
ceguera, mal, ignorancia, error, vacío, pecado, injusticia, falta, defecto, ausencia, y
similares. Estas «realidades» están, de algún modo, «presentes» en el mundo, pero ¿de
dónde provienen? ¿Cuál es su «constitución» o «fundamento» ontológico? ¿En qué
sentido «existen»? ¿Espresan estas palabras conceptos y entidades positivas, reales?

Los no-entes no pueden existir como «entes», pues «no son». Están en la mente del
hombre por oposición a los entes correspondientes. Son entes ideales, de razón, no
reales. Es la mente humana quien los representa como entidades, como «algo». Pero en
realidad sólo existen los sujetos carentes de alguna perfección. No existe la «sordera» ni
el «agujero» ni el «error»; existen los sordos, las telas agujereadas, los juicios erróneos.
Si la perfección que falta en el sujeto debería estar presente, entonces nos encontramos
con una privación; si no tiene porqué estar necesariamente en él, tenemos una negación.
Ejemplos de negaciones: el libro de metafísica es rojo, «no verde», «no está en la
mesa», «no es grueso», «no vuela», «no tiene patas». Ejemplos de privaciones: al libro
de metafísica «le faltan páginas», «carece de ideas», «omite puntos importantes», «tiene
errores». En los primeros casos, las características inexistentes no son propias de la
naturaleza del libro (no volar, carecer de patas) o no le son necesarias (no ser verde,
grueso, en la mesa). En los segundos, las perfecciones deberían estar en el sujeto (ser
completo, con ideas, puntos importantes y verdades) [48]

Conclusión

La analogía es la atribución a diferentes sujetos de un mismo predicado o significado


que es en parte el mismo, en parte diverso. Es el instrumento lógico y lingüístico
apropiado para pensar y hablar de entes distintos, dado que la realidad es
metafísicamente analógica: entre ente y ente hay semejanzas y diferencias. Hay dos
tipos de analogías: la de proporcionalidad –propia e impropia– se refiere a la semejanza
de proporciones; la de atribución –intrínseca y extrínseca– es la relación de varios
sujetos a un mismo ente, analogado principal, y se basa en la participación metafísica.
También el no-ente es una noción análoga, según el ente al que se oponga; es un ente
ideal que expresa negación o privación.

Términos clave

Analogía: es lógica y lingüística cuando predica un mismo término y significado a


diversos sujetos con sentidos diversos. La analogía metafísica es el vínculo real que une
a diversos entes por participar de una perfección común (atribución) o semejante
(proporcionalidad).

Analogados: en lógica y lingüística, son los sujetos a los que se predica el mismo
término y significado; en metafísica, los entes que se relacionan con un vínculo real.

«Princeps analogatum»: en una serie de analogados es el principal porque posee la


perfección común de modo eminente, mientras que los demás –los analogados
secundarios– sólo la comparten por participación en diferentes grados. Se da sólo en
analogía de atribución.

Analogía de atribución: el principio de unidad se encuentra en un término, significado o


vínculo real común al que todos los analogados se relacionan de modo subordinado
como efectos de una misma causa: el «princeps analogatum».

Analogía de proporcionalidad: el principio de unidad se encuentra en la semejanza de


relaciones existentes entre dos términos, dos significados o dos principios ontológicos.

Notas

42)Según hemos podido constatar, es la primera vez que, tratando este problema, un
autor establece la distinción explícita entre estos dos aspectos –metodológico y
ontológico– y, en el primer aspecto, entre problema lingüístico (de términos) y
problema gnoseológico (de conceptos). Insistimos, con todo, en la unidad de la
problemática: si predicamos el término «ente» (problema lingüístico) con el mismo
significado para todos los entes (problema gnoseológico), entonces los individuos no se
diferencian realmente entre sí: las divergencias o modos de ser –ser mamífero y ser
insecto– no serían formalmente entes; serían nada, meras apariencias, pues todo es un
solo ente (problema ontológico). Si, por el contrario, atribuimos «ente» a todo lo que es
(problema lingüístico) con un significado completamente diverso para cada sujeto
(problema gnoseológico), entonces los entes no tendrían ninguna semejanza entre sí y
nuestras asociaciones –el perro y la mosca son animales– serían totalmente arbitrarias,
conexiones lógicas, «trucos» de la mente para agrupar subjetivamente muchedumbres
de individuos y hacer más fácil nuestra experiencia de ellos (problema ontológico).
¿Hay una vía intermedia entre estos dos extremos para la palabra, la noción y la realidad
«ente»? He aquí la cuestión.

43) La clasificación de estos cuatro grupos de significados es obra de ARISTÓTELES,


Metafísica V 7 (1017a7-1017b9), VI 2 (1026a33-1026b1). Propiamente hablando, a la
metafísica no le interesa ni el ser accidental ni el veritativo. El ser accidental no nos
revela la realidad desde sus principios, propiedades y causas necesarias; sólo se refiere a
lo que acaece; no se puede hacer ciencia de lo que no es necesario y no sigue leyes
universales (cf. Metaf. VI 2, 1026b2-1027a28). El ser veritativo se refiere a los
conceptos de verdad o falsedad, los cuales están sólo en la mente y expresan la relación
entre el pensamiento y la realidad, pero no la realidad misma; es, pues, objeto de la
teoría del conocimiento o gnoseología, no de metafísica (cf. Metaf. VI 4, 1027b17-
1028a4; IX 10, 1051b1-1052a11).

44)Las matemáticas griegas dieron origen al concepto de analogía –«conformidad,


proporción»– (•νά [aná], «conforme a» + λογία [logía], «razón») para indicar igualdad
de relaciones. Platón lo introdujo en filosofía para fundamentar el conocimiento realista
y la estructura de la realidad (cf. República VII, 534A-536B; Timeo 31C-32A) y
Aristóteles lo usó, también, para indicar los múltiples significados de ente, pues «no
todas las cosas se dicen en acto del mismo modo, sino de modo análogo» (Metafísica IX
6, 1048b6-7). Es el modo como la philosophia perennis ha podido expresar fielmente la
riqueza de matices, de modalidades, de entes, contenida en el universo, sin excluir
ninguno.

45) Por el contrario, en la relación sol–tierra / bombilla–cuarto, la analogía es propia,


porque la perfección de iluminar se da realmente en ambos casos. Todas las metáforas
(«el teatro del mundo», «el pie de la montaZa»...) son analogías impropias. La esencia
de estas analogías se halla en la proporción, como sucede en las relaciones aritméticas y
geométricas. Entre estos pares de números 4:2 = 6:3 = 50:25, se da una misma
proporción: uno es el doble del otro. Entre tres triángulos isósceles de 5, 20 y 50 cms. se
da una igualdad de relación proporcional. Podríamos representar esta analogía de modo
algebraico: a/b = c/d = e/f...

46) A diferencia de la analogía de proporcionalidad, en la de atribución hay siempre un


punto de referencia, un «denominador común», una relación a un sujeto o fuente de la
perfección, que se llama «analogado principal» (princeps analogatum) –la hoguera,
Dios, la salud del niZo– del cual los demás sujetos –«analogados secundarios»–
participan según una jerarquía o medida de menos a más o de antes y después. Su
expresión algebraica sería: a/a – b/a – c/a – d/a...

47) Como vimos en el tema 2 de la primera parte, hay dos metafísicas de la


trascendencia. Las de participación, siguiendo el modelo platónico, reconocen las dos
analogías en la realidad; las de proporcionalidad, en cambio, siguiendo el pensamiento
aristotélico, admiten sólo la primera y excluyen la de atribución, pues niegan que la
relación entre Dios y las creaturas sea de participación (cf. E. BERTI, Metafísica, 63-
64). La doctrina de la analogía reviste suma importancia para el conocimiento de Dios:
gracias a ella evitamos el agnosticismo y el antropomorfismo, y podemos conocer los
atributos de Dios a través de las perfecciones que encontramos en las creaturas, «pues
de la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su
Autor» (Sb 13, 5; cf. Rm 1, 19-20; Catecismo de la Iglesia Católica, n. 41). No debemos
olvidar que entre Dios y las creaturas siempre hay más desemejanza (major
dissimilitudo) que semejanza (cf. Concilio Lateranense IV: DS 806; Catecismo, nn. 42-
43; STO. TOMÁS, Summa contra Gentiles I, 30).

48)Cada ente se opone, lógicamente, a todo lo que no es de múltiples maneras, según el


tipo de oposición a que nos refiramos. En las negaciones hay tres tipos y grados de no-
ser que corresponden a los tipos y grados de ser al que se oponen: (1) los opuestos
relativos se excluyen mutuamente, pero uno requiere la existencia del otro para poder
subsistir como tal: izquierda–derecha, padre–hijo, marido–mujer. Si digo: «el libro no
está a la izquierda, sino a la derecha», el no-ente «no izquierda» es negación relativa. (2)
Los contrarios se excluyen entre sí, pero no necesitan la existencia del otro para
subsistir como tal, dado que ambos no son más que dos de las muchas especies de un
mismo género: blanco–negro (el blanco seguiría siendo tal aunque no existiera el negro,
porque todavía sería distinto de los demás colores), calor–frío (podría ser templado...).
En el juicio: «el libro no es verde», el no-ente es negación de contrario; es un grado más
intenso de no-ser que el opuesto relativo. (3) Los contradictorios se excluyen
mutamente de un modo radical, absoluto, lo cual sucede sólo entre las nociones de ente–
nada. Los otros opuestos expresan modos de ser: son algo o están en algo, pero la «nada
real» excluye todos los modos de ser y el ser mismo. El grado de no-ser más cercano a
la nada es el de privación de una forma debida, como en el caso: «la muerte del perro»,
que significa carencia de vida en un ser viviente
49) Los escolásticos medievales formularon la doctrina y acuZaron el nombre de
trascendentia o trascendentalia. Entre 1230 y 1236 Felipe el Canciller, profesor de
teología en la universidad de París, escribió su obra maestra, Summa de bono, el primer
tratado sistemático sobre estas nociones. La idea de los trascendentales, con todo, estaba
ya presente, implícita o explícitamente, en los filósofos griegos. Fueron, quizás, los
pitagóricos los primeros en hablar de la realidad desde el punto de vista del ser y de la
unidad. Platón completó y desarrolló esta intuición al mostrar que todo es uno,
verdadero, bueno y bello por participación al Uno-Bueno-Bello en sí, fuente de toda
verdad (cf. O. WILLMANN, Geschichte des Idealismus, F. Vieweg, Braunschweig
1894, 19072, vol. III, p. 1036; J. PIEPER, Wahrheit der Dinge, Kösel-Verlag GmbH &
Co., Munich 1966). Aristóteles consideró como intercambiables solamente las nociones
de ente, uno y verdadero. Sto. Tomás, que nunca trató sistemáticamente el tema, redujo
explícitamente los trascendentales a tres: unidad, verdad y bondad (una magnífica obra
sobre el pensamiento del Aquinate en este tema es la de J.A. AERTSEN, Medieval
Philosophy & the Trascendentals. The Case of Thomas Aquinas, E.J. Brill, Leiden, New
York, Köln 1996). Por lo regular, se mantendría este trinomio en los siglos sucesivos, si
bien algunos filósofos incluyeron otras nociones como las de bello, «gratum»,
suficiencia, persistencia, consistencia, relación. Se tenga en cuenta, por último, que para
Immanuel Kant (Crítica de la razón pura, A 12 / B 25) y la mayor parte de los filósofos
posteriores, «trascendental» significa condición de posibilidad para conocer algo.
50) A las dos consideraciones clásicas primeras (el ente en sí mismo y en relación con
otros), hemos aZadido la tercera: el ente en acción, o sea, como relacional. Tesis
original de nuestro curso es considerar la relacionalidad como un aspecto esencial de la
realidad. Se trata, al parecer, de la primera vez que se introduce en un libro de texto. La
inclusión de «bello» entre los trascendentales ha sido, en cambio, más clásica: de modo
implícito era ya doctrina de los platónicos y neoplatónicos; de manera explícita lo es en
muchos tomistas modernos, como J. Maritain, S. Vanni Rovighi, T. Alvira, A.
Molinaro, B. Mondin, J.A. Aertsen, que la han visto sobreentendida en el pensamiento
de Sto. Tomás.

Autoevaluación

1. ¿Cuál es el problema metodológico y ontológico a la hora de relacionar «ente» a sus


múltiples sujetos o entes?
2. Analogía lingüística: ¿en qué se diferencia el término análogo del unívoco y del
equívoco?
3. Analogía lógica: ¿cuáles son los grupos de significados de ente?
4. Analogía ontológica: ¿por qué todos los entes son «ente» siendo distintos?
5. ¿Qué visión de la realidad obtendríamos si negáramos la analogía metafísica?
6. ¿Qué tipos de analogía hay en la realidad?
7. ¿Qué es una «realidad negativa»: cuál es su estatuto ontológico y qué tipos hay?

Participación en el foro

1. Señale a qué tipo de analogía se refieren las siguientes relaciones:

(1) Las patas son para un caballo lo que las piernas para un hombre.
(2) El agua de los afluentes proviene del mismo río.
(3) «El reino de los cielos es como un tesoro escondido en un campo» o «como una
perla de gran valor» (Mt 13, 44-45).
(4) «La vida no es más que una sombra ambulante» (Shakespeare en Macbeth).
(5) Los estudiantes aprenden metafísica con el mismo libro.
(6) La vida del perro, la vida de una institución, la vida de fe.
(7) «Ustedes son la sal de la tierra..., la luz del mundo»
(Mt 5, 13- 14)
[8] Viajamos en el tren de la vida

Tema 3.2: Los aspectos del ente

Objetivos
1. Comprender qué son los trascendentales y porqué los necesitamos en nuestra
experiencia humana.

2. Ser capaz de justificar el número y el orden lógico de los trascendentales.

A. El problema:
¿Es la noción de «ente» suficiente para revelarnos la riqueza de la realidad?

«Ente», como término y significado análogo, nos manifiesta que todos los entes somos
semejantes –en proporción y grado– porque compartimos una misma perfección –la de
ser–, y, al mismo tiempo, que todos somos diferentes, porque la compartimos en
diversos modos y grados: los hombres como personas, los perros, las amapolas, los ríos
y los lápices como lo que son. En el ser nos parecemos a Dios, el mismo Ser
Subsistente, de quien participamos. En nuestras esencias nos diferenciamos unos de
otros: Dios es Todo Perfección y cada una de las creaturas recibe las perfecciones
limitadas de su propia naturaleza.

Nos conviene ahora preguntarnos si esta noción de «ente» –que existimos de modo
semejante y diverso– basta para comprender todos los aspectos contenidos en la
realidad. Además de existir y de ser así o asá, ¿no hay en cada ente otras propiedades,
atributos, facetas, como son la de ser uno, verdadero, bueno, bello? Recordemos la
analogía del viaje en tren. Cuando disfrutamos del paisaje, ¿logramos captar en un
vistazo y en un comentario su variedad, su riqueza poliédrica? Desde luego que no.
Podemos contemplar el paisaje desde diversos ángulos o perspectivas: uno lo puede ver
desde el lado derecho del tren, otro desde el lado izquierdo, otro desde la máquina, otro
desde atrás, otro desde el techo, otro con anteojos. Cada uno nos hablará del mismo
paisaje pero comentando diversas facetas del mismo. La noción de ente es una de esas
«facetas», pero no la única. Hablemos de otras. Preguntémonos: ¿qué son?, ¿cuántos y
cuáles son?

B. La noción de trascendental

1. ¿Qué es un trascendental?

Un trascendental es un aspecto, atributo o propiedad de la realidad.

Usamos estos tres términos como sinónimos. «Aspecto» (latín, ad + specere, «mirar a»)
de la realidad significa el modo como ella aparece desde una posición o punto de vista
particular. «Propiedad» (proprius, «de uno») expresa una determinación «propia» a la
«naturaleza» de la realidad, algo contenido en ella, pero no distinto en sí; sólo en el
modo de concebirla. «Atributo» (ad + tribuere, «asignar a») indica una cualidad
«asignada a» o contenida en la realidad.

2. La extensión de un trascendental

Las nociones uno, verdadero, bueno y bello no son, por tanto, realidades diversas de
«ente» (¿hay algo que no sea ente?). Son, más bien, «facetas» de la misma realidad. Su
extensión es tan universal como la de ente. Por esta razón, los llamamos
«trascendentales», porque «trascienden» (trans-scendere, «sobre pasar») el dominio de
las categorías, como lo trasciende el ente. En efecto, cada entidad tiene un modo de ser,
es una categoría: la rana (substancia) es verde (cualidad) y croa (acción). «Ente» no es
una categoría, ya que la rana es ente, su verde y su croar son también entes. «Ente» es
cada substancia y cada accidente. Lo mismo vale para cada aspecto del ente; así, la rana
es una y buena, su verde es uno y bueno, su croar es uno y bueno. Todo lo que es, en
fin, es a la vez uno, verdadero, bueno y bello. De ahí que los escolásticos gustaban
decir: «ens et unum, verum, bonum et pulchrum convertuntur»: las nociones de ente,
uno, verdadero, bueno y bello son intercambiables. Decir que una rana es buena en tanto
en cuanto es ente, equivale a decir que es ente en la medida en que es buena.

3. El significado o ratio de un trascendental

Aunque estas nociones puedan intercambiarse, no son sinónimas. Son distintas de la


noción de ente, porque significan algo que «ente» no significa. Coinciden materialmente
con ente (en su extensión), pero no formalmente (en su significado o ratio). Son
idénticas en la realidad, pero distintas en nuestra razón. Cada una, en efecto, aZade algo
al significado de ente, nos revela un aspecto distinto de la realidad, nos ofrece una
nueva perspectiva del todo. Así, si conversamos sobre lo que cada quien ha visto desde
su ángulo en el tren –desde la máquina, desde el lado derecho, izquierdo, atrás, arriba–,
todos hablaremos del mismo paisaje (realidad), pero con diversos puntos de vista
(trascendentales), porque en cada perspectiva se percibe un aspecto del todo mejor que
otros.

4. Nociones análogas

Dado que cada trascendental coincide materialmente con la noción de ente, cada uno es
tan análogo como el ente. No decimos que todos somos uno, verdadero, bueno y bello
en el mismo sentido (término unívoco) ni con significados completamente distintos
(término equívoco), sino de un modo semejante y diverso a la vez. Hay diferencias de
grados. Los trascendentales son atributos de Dios que le pertenecen por esencia y que
las creaturas tienen por participación. En efecto, Dios no es un ente, sino el Ser mismo
Subsistente (ipsum esse subsistens); no es uno, verdadero, bueno y bello, sino la
Unidad, la Verdad, la Bondad y la Belleza. Las creaturas, en cambio, somos uno,
verdadero, bueno y bello en la medida en que participamos del ser: los hombres de
modo más eminente que los animales; éstos más que las plantas; éstas, a su vez, más
que los entes inorgánicos.

C. ¿Cuántos y cuáles son los trascendentales?

La lista de nociones candidatas para erigirse como trascendentales ha variado de autor


en autor. Consideremos a continuación un modo clásico de determinar los aspectos del
ente (49).

1. Considerando al ente en sí mismo (de modo absoluto)

a. De modo positivo: ens («ente») o res («cosa»)

Todo es un ente o cosa. Ens se dice en relación con el esse o acto de ser («lo que es»).
Res, en cambio, se dice con relación a una esencia (una «cosa» es lo que tiene una
naturaleza particular).

b.De modo negativo: unum («uno»)

Si consideramos que carece de división interna, todo ente es indivisible, una unidad.

2. Considerando al ente en relación con otros (de modo relativo)


a. Como distinto de los demás entes: aliquid («algo»)

Entre muchos entes percibimos a cada uno como «algo», porque se distingue de los
demás: es aliud quid («otro qué»).

b. En relación con una persona, sujeto espiritual, «de algún modo todas las cosas»

Cada ente es verum («verdadero»), porque es cognoscible, conformable a una


inteligencia; bonum («bueno»), porque es amable, apetecible por una voluntad;
pulchrum («bello»), porque causa placer a todas las dimensiones de un espíritu.

3. Considerando al ente en acción: en relación consigo y con otros (de modo


absolutamente relativo)

Todo ente es relacional, porque está en acto, manifestándose constantemente: recibiendo


y comunicándose.

¿Qué trascendentales consideraremos en esta unidad sobre la experiencia humana?

Excluiremos «ente», «cosa» y «algo». Ens ha sido ya objeto de nuestras reflexiones


desde el inicio. Res no expresa, propiamente hablando, una propiedad de la realidad; es
otro nombre del ente que designa a su esencia como principio que restringe su esse, y,
en este sentido, no puede hablarse de Dios como «cosa». Asimismo, aliquid se refiere al
ente en una multiplicidad; Dios, entonces, no es «otro»; sólo lo es en relación con
nosotros, pero no en sí mismo.

Discutiremos, entonces, las nociones de uno, verdadero, bueno, bello y relacional(50).

Conclusión

Dado que la noción de ente no revela más que una propiedad de la polifacética realidad
–que todo existe de modo semejante y diverso–, necesitamos otras perspectivas o
nociones tan universales y análogas como «ente», pero con un significado peculiar, que
desvelen otros aspectos de todo: los trascendentales. Entre los diversos trascendentales
que se han propuesto, los más «clásicos» han sido uno, verdadero, bueno y bello; a estos
aZadiremos uno más: relacional.

Términos clave

Noción: usamos este término en el contexto de los trascendentales para significar una
idea adquirida por medio de la experiencia y la reflexión, que descubre un aspecto de la
realidad. Se diferencia de «concepto», porque no es resultado de una abstracción y su
significado no se reduce a un cierto tipo de ente o esencia.

Ratio (de un trascendental):


el significado específico que una noción aZade al significado de ente y que expresa un
atributo de la realidad.
Autoevaluación

1. ¿Por qué la noción de ente no basta para expresar la riqueza y profundidad de la


realidad?
2. ¿Cómo definiría usted un trascendental?
3. ¿Qué características debe tener para ser tal?
4. ¿Qué significa que un trascendental es una noción análoga?
5. ¿Cuál es la lógica del orden establecido para la identificación de los trascendentales?
6. ¿Por qué trataremos sólo de cinco nociones?

Participación en el foro

1. El hombre no puede hacer experiencia de todo lo que existe ni conocer una cosa en
todos sus aspectos.
¿Qué nos revela este hecho acerca de la condición humana, la limitación de cada
persona, de nuestro pensamiento y lenguaje?
Juzgue si, como consecuencia, el hombre debe abrirse a otros puntos de vista sobre la
realidad que otras culturas y personas nos ofrecen.

Te pedimos que a la hora de participar en el foro lo hagas únicamente en este


mismo tema, solo necesitas dar click en "publicar respuesta" no abras nuevo tema,
de lo contrario se borrará tu intervención, ya que se pierde la continuidad de las
participaciones
Tema 3.4: Una visión sinóptica de la realidad

Objetivos

1. Comprender el significado de la relacionalidad como propiedad esencial del ente.

2. Aprender a ir formando una visión sinóptica de la realidad a todos los niveles a la luz
de los trascendentales.

A. El problema: ¿cómo podemos lograr


una síntesis de los trascendentales para experimentar mejor la realidad?

1. ¿Se puede adquirir una visión sinóptica de la realidad?

Llamamos experiencia humana –nuestras vivencias en el tren de la vida– a los múltiples


modos como los hombres nos relacionamos con el mundo: todo lo que sentimos,
pensamos, amamos, expresamos, realizamos. Siendo limitados por naturaleza, no
podemos abarcarlo todo en un instante. Tenemos que ver la realidad –el paisaje– desde
diversos ángulos: de frente, por atrás, desde arriba, desde la derecha e izquierda del tren;
en una palabra, desde los trascendentales. Nos preguntamos ahora:

¿Podemos juntar simultáneamente los diversos aspectos del ente para lograr una visión
más dilatada y profunda?

¿Podemos ver el mundo «sinópticamente»?


Por visión sinóptica entendemos una experiencia que a primera vista presenta con
claridad los aspectos principales de la realidad.

2. ¿Es la relacionalidad un trascendental?

El problema, pues, consiste en lograr una interacción de los trascendentales de tal modo
que nos presente la realidad como es: interrelacionalmente. Por este motivo, para
responder a nuestra cuestión principal, debemos afrontar otra no menos importante:

¿Es la relacionalidad un aspecto esencial del ente, como lo es la unidad, la verdad, la


bondad y la belleza?

B. ¿Es la relacionalidad un trascendental?

1. La relacionalidad y el ente

Aclaremos los términos. Hablamos de relacionalidad para indicar la capacidad


actualizada de todo ente de ser referencia a sí mismo y a otros entes. En este sentido
equivale a actividad (¦νέργεια [enérgeia]) entendida como principio de conexión, dado
que todo acto o perfección pone al ente en relación consigo mismo y con los demás
(60).

En efecto, el acto de ser en un ente finito es, a la vez, esse ab, esse in y esse ad (ser
«desde», «en» y «hacia»): esse ab, porque viene recibido de otro ente; esse in en cuanto
es el acto propio de un sujeto; esse ad, porque está constantemente en relación con otros
entes61. Se dan, pues, dos direcciones del ser: una «inmamente» (la actividad relacional
del ente consigo mismo) y otra «trascendente» (la actividad relacional del ente con entes
distintos a él).

2. La relacionalidad inmanente: la actividad relacional del ente consigo mismo

Cada ente posee un dinamismo interior y una interioridad porque se relaciona


constantemente consigo mismo de tres modos o en tres aspectos.

a. «En-ergía»: la constante actualización de sí mismo en la existencia. El dinamismo


del acto de ser mantiene constantemente en existencia y en acción al sujeto subsistente
en su forma substancial y en sus formas accidentales.

b. «Sin-ergía: la constante unificación de sí mismo. El dinamismo del acto de ser


mantiene constantemente en unidad la multiplicidad de los principios o relaciones que
componen al ente(62).

c. «Met-ergía: la constante superación de sí mismo. El dinamismo del acto de ser


mantiene constantemente al ente en progreso, es decir, en búsqueda incansable del fin
propio intrínseco y extrínseco: el bien o la perfección para el que ha sido puesto en
existencia.

3. La relacionalidad trascendente: la actividad relacional del ente con los demás entes
En este mundo cada individuo se relaciona con los demás en múltiples niveles:

(1) en el nivel natural, de modo físico, químico, biológico (bacterias y plantas) y


zoológico (animales y el hombre);

(2) en el nivel matemático, como cantidad «discreta» (números) y «continua» (formas y


figuras);

(3) en el nivel metafísico, como ente verdadero (relación con la inteligencia), bueno
(relación con la voluntad) y agradable (relación con todo el espíritu). Ser, por tanto, es
ser-en-relación. Un ente sin relación es un no-ente; no existe. El dinamismo de
comunión entre los seres se da de dos modos o en dos aspectos:

a. «Ex-ergía»: la constante receptividad del ente. El dinamismo del acto de ser acoge
constantemente todo lo que viene recibido de los otros: acto de ser, accidentes, influjo.

b. «Pros-ergía»: la constante donación del ente. El dinamismo del acto de ser se


comunica y se ofrece constantemente a los demás: como inteligible, bueno, bello;
influyendo; generando63.

4. La relacionalidad y las características esenciales de toda noción trascendental

Para que una noción pueda ser reconocida como una propiedad de la realidad debe
contar con estas cualidades:

(1) que no implique intrínsecamente limitación o imperfección, ya que, de lo contrario,


no podría atribuirse a Dios;
(2) que se pueda aplicar análogamente a todos los entes: a Dios por esencia y a las
creaturas por participación;
(3) que sea cognoscible por la razón humana sin necesidad estricta de la fe;
(4) que posea una ratio o significado específico, diferente del de los demás
trascendentales. Veamos si la relacionalidad cumple con todas estas condiciones.

Esta noción no implica en sí imperfección, sino perfección, dado que ningún ente puede
existir aisladamente. Más aún, cuanto más relacional, más perfecto es. Cuanto mayor
sea su grado de ser, mayor es su capacidad de relacionarse. «Ens et relationale
convertuntur». Así, una piedra se relaciona sólo de manera física con los entes de su
derredor (pasto, aire, insectos...); una planta se relaciona, además, química y
biológicamente con otros y consigo mismo (respiración, nutrición, crecimiento,
producción de frutos, polen, oxígeno...); un animal es capaz, además, de sentir,
moverse, engendrar, mostrar afecto, enseñar, unirse a otro sexo, comunicarse; el
hombre, finalmente, como sujeto espiritual, puede potencialmente conocerlo, amarlo,
gozarlo todo (63).

Ahora bien, ¿podemos atribuir esta propiedad a Dios por esencia? Si en las creaturas se
trata de una perfección análoga –como las de unidad, verdad, bondad y belleza–, ¿cómo
le puede faltar a Dios? ¿Pueden las creaturas poseer una perfección de la que Dios
carece?

La razón misma –no la fe– nos impulsa, pues, a considerar a Dios como un Ser
esencialmente Relacional. ¿En qué sentido? Él se relaciona consigo mismo, pues se
piensa, se ama y se goza a sí mismo. Al relacionarse consigo mismo, se relaciona con
las creaturas que conoce, ama y goza (64).

Ser relacional indica, finalmente, un aspecto novedoso del ente. En efecto, ser
indivisible, inteligible, amable y esplendoroso, implica de algún modo la relacionalidad,
pero no la expresa en cuanto tal. Esta noción nos revela, pues, una nueva faceta de la
realidad: la que presenta cada ente como don que es donación y la que presenta todo lo
que existe como comunión (65).

C. Hacia una visión sinóptica de la realidad

La relacionalidad es, por decirlo así, «el vínculo de los trascendentales». Funge como la
pantalla donde se proyectan las fotografías o vídeos del paisaje tomados desde diversos
ángulos. Es el hilo conductor de los trascendentales, el foco de la visión sinóptica.
Ofrecemos tan sólo unas pistas generales, unas semillas de reflexión para indicar cómo
se puede lograr esta visión.

1. Una mirada sinóptica al mundo

Todo lo que es, se ha «escapado» de la nada porque participa del Ser de Dios
(trascendental ente); es algo único, irrepetible, por la unidad ontológica obtenida al ser
generado o engendrado, y, en la medida en que se divide, se disuelve, corrompe o muere
(trascendental uno). Todas las cosas forman un oceáno de misterios dispuestos a ser
desvelados por la inteligencia (trascendental verdadero), con un valor distintivo, que
hace que sea mejor existir que no ser nada (trascendental bueno), y con un esplendor
maravilloso, el gozo de la creación (trascendental bello), ya que todo es, en el fondo, un
don que se convierte en donación, un cosmos sinfónico, un «uni-verso» (trascendental
relacional).

2. Una mirada sinóptica a la persona humana

a. La naturaleza de la persona humana

Al participar del Ser de Dios de un modo más íntimo –tiene naturaleza espiritual–, es
imagen de Dios (ser ente), unidad de cuerpo y alma, con una personalidad única,
irrepetible (ser uno), capaz de identificarse mentalmente con todo (ser verdadero) y de
quererlo todo con su libertad (ser bueno), perfeccionando así su propio ser (ser bello),
en comunión con Dios, con las demás personas y las cosas (ser relacional).

b. La dimensión «individual» de la ética

Dado que nuestra forma substancial es espiritual –el alma–, debemos dar prioridad a los
valores espirituales: religiosos, morales, intelectuales (ser ente), logrando una armonía
de nuestras facultades y pasiones, sentimientos, emociones, controlados y encauzados
por la inteligencia y la voluntad, en la madurez, coherencia, sinceridad (ser uno),
buscando la verdad fundamental de nuestra vida (ser verdadero) y viviéndola libremente
y por amor (ser bueno), creciendo en sabiduría, virtud y gracia (ser bello), en la
donación de sí (ser relacional).
c. La dimensión «social» de la ética

Como seres sociales por naturaleza (ser ente), debemos vivir en comunión en la familia,
con los amigos, en la ciudad y la patria, con Dios (ser uno), buscando la justicia y los
valores morales objetivos (ser verdadero), y viviéndolos en la lucha por el bien común
(ser bueno), logrando la armonía adecuada en la familia, la sociedad, la cultura, la vida
religiosa (ser bello), en el amor (ser relacional).

D. Conclusión final sobre los trascendentales:La problematicidad de la experiencia


humana

Aun siendo persona –substancia individual de naturaleza espiritual–, el hombre no es


perfecto. Su esencia no se identifica con su ser. No posee todas las perfecciones de la
creación. Está, de hecho, sometido al cambio: nace, crece y muere. Durante su vida –su
viaje en tren– está en continua relación con el mundo –el paisaje–, pero nunca logra ni
logrará conocerlo todo, amarlo todo, serlo todo. Siempre tiene que ver el paisaje en
perspectiva, desde un ángulo particular del tren: desde adelante, atrás, la derecha, la
izquierda, arriba, o sea, desde el punto de vista del ente, del uno, verdadero, bueno,
bello y relacional. Ninguna de sus experiencias es capaz de satisfacerle del todo.
Siempre puede conocer más, amar más, ser más. Un día llegará el tren a su misterioso
paradero sin que haya podido experimentar todo lo que vio por el camino, sin haber
podido ser plenamente feliz. La dicha habrá permanecido allá en el horizonte de su
mirada, inalcanzable.

¿Cuándo alcanzarla? ¿Cómo experimentarlo todo? ¿Cómo conocer, amar y vivir la


Verdad y la Vida, el Absoluto? Anhelamos el no sé qué que nos trasciende, queremos
descubrir y gozar el Origen y Fin de nuestro viaje en cada una de nuestras experiencias
individuales y sociales, pero todas se quedan cortas, ninguna apaga nuestra sed de
conocimiento, de amor, de felicidad. Recorremos el tren de arriba abajo, pasamos de un
vagón a otro, contemplamos el paisaje desde todas las ventanas, a veces solos, a veces
juntos. Nada. No encontramos lo que buscamos.

El hombre, en fin, no guarda en sí mismo llave de su realización personal. No logra la


perfección y la felicidad absolutas a base de experiencias. No es el Absoluto. ¿Dónde
encontrar el Absoluto? Vayamos, finalmente, a las causas de este tren y paisaje en que
viajamos.

Conclusión

Los entes existen interrelacionalmente. De ahí que, para formar una visión sinóptica de
la realidad, convenga valorar su carácter relacional: un ente es en la medida en que es
relacional, como participación del Ser Relacional de Dios. A partir de este trascendental
se pueden conjuntar los otros aspectos del ente para penetrar en el misterio de todo lo
que es de un modo más comprehensivo y unificado. Las experiencias humanas, sin
embargo, por ser intrínsicamente limitadas, en perspectiva, no pueden descubrir el
Absoluto de un modo total y definitivo.

Términos clave

Relacionarse: mostrar, tener o establecer conexiones lógicas o causales.


Relación (latín, re-latus, «traído atrás») : la referencia u ordenación de una cosa a otra.
Usamos por lo general el término para indicar una modificación del sujeto, uno de los
accidentes de la substancia. En este sentido se llama relación predicamental o categorial
o accidental.

Relacionalidad: referencialidad, el carácter de «ser para» o «hacia», sea a nivel


inmamente (entre los principios o relaciones de la propia esencia), sea a nivel
trascendente (entre diversos entes). Nosotros la consideramos como un trascendental o
propiedad esencial del ente.

Relacional: ser-en-relación-a-otros, ser constituido por la relacionalidad. Equivale,


como trascendental, a uno, verdadero, bueno y bello.

Visión sinóptica de la realidad:penetración sapiencial de todo lo que existe a la luz de


una síntesis de sus diversos aspectos o propiedades esenciales.

Notas bibliográficas

60) Adviértase que hablamos de «relacionalidad» y «relacional», no de «relación».


Definimos ser relacional («ser-para-sí-y-para-otros») como ser activo,
autocomunicativo, o sea, como algo propio de todo ente en cuanto ente (cf. STO.
TOMÁS, Summa contra Gentiles I, 43; II, 7; III, 64; Summ. Theol. I, 12, 2; De potentia
2, 1; W.N. CLARKE, Person and Being, pp. 6-24; Person, Being, and St. Thomas,
«Communio» 18 [1992], pp. 604-609). Relación, en cambio, indica un orden extrínseco
a otro ente (cf. STO. TOMÁS, Summ. Theol. I, 28, 1c; De potentia, 7, 9, ad 7), o sea,
uno de los nueve accidentes y, por tanto, no es trascendental. Que una naranja se
relacione con este esa persona, con aquel árbol, es accidental, pero su expresividad en
acto y actividad vinculante consigo mismo y con los demás resulta esencial a su ser
ente: la naranja no puede salir de la nada, subsistir aisladamente y desaparecer en la
nada. Las relaciones accidentales (llamadas también predicamentales o categoriales)
pueden ser reales (entre dos entes reales), lógicas (entre dos entes de razón o entre uno
real y otro de razón) y mixtas (reales desde un lado, lógicas desde el otro; así, las
relaciones de las creaturas con Dios son reales, porque nos constituyen como entes, pero
las de Dios para con las creaturas son de razón, porque no le aZaden nada real a Él: cf.
STO. TOMÁS, Summ. Theol. I, 13, 7).

61) Sobre la estructura triádica del ser (esse-ab/in/ad) y su naturaleza relacional, se vea
D.L. SCHINDLER, Norris Clarke on Being, Person, and St. Thomas, «Communio» 19
(1993), pp. 580-592; The Person: Philosophy, Theology, and Receptivity, «Communio»
21 (1994), pp. 172-190.

62) Según S. Agustín y Sto. Tomás, la unidad interna de cada ente finito es un vestigio
de la unidad divina intratrinitaria: cada ente se constituye por la unidad interna de
modo–número–orden (S. AGUSTÍN, De Trinitate VI, x) o de substancia–forma–acción
(STO. TOMÁS, Summ. Theol. I, 45, 7), que refleja de algún modo la unidad Padre–
Hijo–Espíritu Santo. Ahora bien, en las creaturas hay unidad de principios, mientras que
en Dios, que es absolutamente simple, sólo unidad de relaciones: entre las Tres Personas
divinas; pero de la diferencia entre la Relacionalidad de Dios y la de las creaturas nos
ocuparemos más en concreto en el siguiente parágrafo.
63) Originales del autor son tanto la concepción de relacionalidad como las distinciones
propuestas acerca de las dimensiones inmanente y trascendentes, junto con los aspectos
distinguibles. El autor ha debido acuñar la terminología, sirviéndose de etimologías
griegas: el concepto de «dinamismo» o «actividad» del ser queda expresado por el
sufijo «ergía» (acción, trabajo); los prefijos distinguen las modalidades de tal
dinamismo: en-ergía, sin-ergía, met-ergía, ex-ergía, pros-ergía (actividad del ser «en»,
«junto con», «más allá», «desde» y «hacia»).

63) Cuanto más un ente es capaz de relacionarse al exterior, tanto más interioridad
necesita y muestra (cf. J. PIEPER, Was heisst Philosophieren?, Kösel-Verlag GmbH &
Co., Munich 1948; tr.ing. A. Dru, The Philosophical Act, en Leisure, The Basis of
Culture, Random House, New York 1963, pp. 90-91).

64) Que no necesitamos la fe para concebir a Dios como intrínsicamente Relacional lo


demuestra el hecho de que filósofos paganos así lo han hecho. Platón llama a Dios
«sabio» (σοφός: Fedro 278D) y «bueno» (•γαθός: República II, 379B; Timeo 29E),
porque, se relaciona intencionalmente con el Bien mismo (cf. Fedón 97D-99B;
República II, 379A-C; VII, 530AB; X, 596B-597E; Sofista 265B-266B; Político 273B-
E; Timeo 29E-30A, 53D, 68D; Leyes IX, 902E-903A). Aristóteles define a Dios como
«pensar que se piensa a sí mismo» (§στιν º νόησις νοήσεως νόησις: Metafísica XII 9,
1074b34), o sea, una Relación interna de pensamiento. Ahora bien, como en los demás
trascendentales, entre sel ser relacional de las creaturas y el Ser Relacional de Dios hay
más desemejanza que semejanza. En los entes finitos se da, como vimos, una
relacionalidad inmanente, que es unidad de principios y búsqueda de un fin dado por
otro, y una trascendente, que es la necesaria comunicación y vinculación a otros entes
externos. A nuestro modo de ver, Dios trasciende esta doble «dirección» de la
relacionalidad, aunque de algún modo podemos también atribuírsela. Dios es, por
decirlo así, Relacionalidad Inmanente en su misma Esencia, porque es Unidad de
Relaciones Subsistentes o Personas. Por otra parte, desde el punto de vista
intratrinitario, cada Personas es una Relacionalidad trascendente, pues subsiste como
relación con las otras Personas (el Padre ama al Hijo, pero no es el Hijo, y el Hijo no es
el Espíritu Santo...). En conclusión, la razón nos enseña que Dios es Relacional, pero
sólo la fe nos revela qué tipo de Relacionalidad Él es: Tres Personas y una misma
Esencia.

65) Cf. W. DESMOND, Being And The Between, State University of New York,
Albany 1995, pp. 223-546; D.L. SCHINDLER, Is Truth Ugly? Moralism and the
Convertibility of Being and Love, «Communio» 27 (2000), pp. 701-728.

Autoevaluación

1. ¿Cuál es la conexión entre la visión sinóptica de la realidad y el carácter relacional de


la misma?
2. ¿Qué significa relacionalidad y relacional, y en qué se diferencia de la relación
accidental?
3. ¿Cuáles son las dos dimensiones o direcciones de la relacionalidad de un ente finito?
4. ¿Cómo cumple la relacionalidad las condiciones para ser un trascendental?
5. ¿Cómo nos puede ayudar una «síntesis» de los trascendentales para la comprensión
del mundo?
6. ¿Cómo nos puede ayudar para la comprensión de la persona humana?

Participación en el foro

1. La forma más perfecta de relacionalidad es el amor. ¿Cómo nos puede ayudar esta
verdad a comprender mejor a Dios, al hombre y al mundo?

La problematicidad de la Filosofía

Introducción

¿Dónde está el sentido de la vida, el Absoluto de la realidad, la Procedencia y el


Término Final de nuestro trayecto?

He aquí el problema metafísico. Ni el universo o «paisaje» –aspecto objetivo del


problema–, ni la experiencia humana o «vivencias en el tren» –aspecto subjetivo del
problema– constituyen el Origen y Fin de nuestro viaje, porque ambos son
estructuralmente limitados, mutables, contigentes, imperfectos, insatisfactorios,
perecederos.

Nos falta analizar el aspecto sintético del problema metafísico, o sea, del problema de la
filosofía: la conciencia que adquirimos de que todo el universo y la experiencia humana
son problemáticos, porque no son absolutos, autosuficientes, espontáneos, es decir, no
se han causado a sí mismos. ¿De dónde surgió todo y para qué? ¿Quién ha hecho este
paisaje y ha puesto nuestro tren en marcha? ¿Quién ha trazado su itinerario? ¿De dónde
procede y a dónde va?

Busquemos, pues, las causas de lo real. Estudiaremos ante todo la naturaleza ontológica
del principio de causalidad y su clasificación estructural (tema 1).
Analizaremos después cada una de las causas esenciales: las intrínsecas al ente –materia
y forma– (tema 2) y las extrínsecas, o sea, la causa eficiente que con su actividad
produce el efecto (tema 3) y la causa final, el para qué de los entes (tema 4).

Diagrama estructural

Tema 1. El principio de causalidad

A. El problema: ¿hay causalidad real?

B. Naturaleza de la causalidad

1. Distinciones necesarias: causa, principio, condición y ocasión

2. ¿Es el principio de causalidad objetivo, real, o meramente subjetivo, lógico?

C. Los tipos de causas


Tema 2. Las causas material y formal

A. El problema: ¿por qué los entes son como son?


B. La causa material
C. La causa formal
D. La relación entre las causas material y formal

Tema 3. La causa eficiente

A. El problema: ¿qué causa la existencia de otros entes y cómo?


B. La causa eficiente o agente

1. Naturaleza del agente


2. Tipos de agentes

C. El agente como causa ejemplar


1. Las causas ejemplares naturales
2. Dios como Causa Ejemplar

D. La actividad de los agentes


1. Naturaleza y tipos de actos
2. Los fundamentos de la actividad

Tema 4. La causa final

A. El problema: ¿hay finalidad en todas las cosas?


B. ¿Es el mundo teleológico?

1. Dos posiciones opuestas sobre el mundo


2. Un cosmos teleológico

C. Naturaleza y tipos de causa final


1. Naturaleza de la causa final
2. Algunos tipos de causas finales

D. Conclusión final sobre las causas: la problematicidad de la filosofía

Bibliografía

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S. VANNI ROVIGHI, Elementi di filosofia, vol. II: Metafisica, La Scuola, Brescia
1964, pp. 73-97.

Tema 4.1: El principio de causalidad

Objetivos

1. Comprender la importancia fundamental del principio de causalidad en nuestras vidas


y saber argumentar porqué se trata ante todo de un principio real, ontológico.

2. Comprender en qué consiste la causalidad y determinar los tipos de causas.

A. El problema: ¿hay causalidad real?

En la vida ordinaria no podemos vivir ni entender nada sin las nociones de causa y
efecto:
«¿Quién rompió este plato?
¿Qué causó tal accidente?
¿Por qué está mal la economía?
¿Cuál es la causa del Alzheimer?
¿Por qué los dinosaurios desaparecieron de la tierra?
¿Quién es el autor de este libro?».

Nadie cree en la casualidad absoluta. Todos estamos convencidos de que cada efecto
tiene una causa. Si hay un mal olor alrededor, buscamos de dónde surge; si estamos en
una casa, pensamos que alguien la construyó; si oímos un ladrido, sabemos que
proviene de un perro; si vemos a un amigo con el brazo roto, le preguntamos qué le
pasó; si la televisión está encendida, alguién debió encenderla. Imaginemos que no
tuviéramos noción de causalidad. ¿Podríamos vivir por mucho tiempo?

Seguramente no. No sabríamos, por ejemplo, que el fuego quema, que ciertos eventos
son mortales, que tales medicinas curan estas enfermedades... No podríamos
defendernos y evitar las causas de nuestros males. No entenderíamos el mundo ni a
nosotros mismos. No tendríamos ciencia, que es búsqueda de causas. No habría nada
que aprender y nada que estudiar. No podríamos conocer a Dios como la Causa última.
Todo sería caos, ininteligible, absurdo, sinsentido.

El problema, entonces, no consiste en ver si pensamos o no con las nociones de causa y


efecto, lo cual resulta evidente a todos. Otra es la cuestión crucial para determinar el
sentido de la vida, la comprensión de la totalidad: ¿es la causalidad un principio de la
realidad o sólo un principio de la mente? Los efectos (un huevo, apagar la televión)
dependen de sus causas (la gallina, mi mano). ¿Es esta asociación de dependencia real o
sólo psicológica? La Historia conoce filósofos que niegan que hay causalidad
ontológica, en las cosas (66).

B. Naturaleza de la causalidad

1. Distinciones necesarias: causa, principio, condición y ocasión

Causa es el principio, fundamento u origen en virtud del cual existe un efecto. El nuevo
ente o efecto –accidente o substancia– depende de su causa para su existencia. Principio
es aquello por la cual las cosas son lo que son. No siempre influye directamente en el
efecto. Por ejemplo, el principio de inercia es la tendencia de todos los cuerpos a
conservar su estado de reposo o movimiento rectilíneo uniforme, pero no causa ni el
reposo ni el movimiento. Todas las causas son principios, pero no todos los principios
son causas. Condición es un prerrequisito o circunstancia necesaria para que la causa
pueda ejercer su influjo. Auxilia, pero no causa. La ventana es condición para que haya
luz solar en el cuarto, pero no causa la luz; la nieve es condición para esquiar, pero no
hace que alguien esquíe. Ocasión es una situación que favorece la acción de una causa.
Encontrarse a un mendigo es una buena oportunidad para practicar la caridad dando
limosna, pero no causa la acción caritativa. Un buen clima es una circunstancia
favorable para un buen paseo, pero se puede disfrutar de un buen paseo con un mal
clima también.

2. ¿Es el principio de causalidad objetivo, real, o meramente subjetivo, lógico?

Analicemos nuestra experiencia. ¿Cómo captamos este principio en la vida ordinaria?


De lo que nos sucede al exterior todos sabemos distinguir inmediatamente entre
influencia de unas cosas sobre otras y contiguidad en el tiempo o en el espacio.
Ejemplos de influencias reales: El pasto del jardín está húmedo (efecto) debido a la
lluvia (causa); mi mano (causa) movió el libro (efecto). Ejemplos de contiguidad:
después de la lluvia hay brisa; este libro junto al otro; la noche sucede al día; el cuatro,
después del tres. Una cosa es causar, otra bien distinta es inmediatez o proximidad. En
nuestra experiencia interior también somos conscientes de que nosotros somos la causa
de nuestras acciones y decisiones; de ahí que aceptemos responsabilidad por lo que
hacemos, nos arrepintamos, nos confesemos, alabemos la virtud y el mérito, legislemos,
tengamos juicios y policía, etc. Tanto en la experiencia externa como en la interna el
principio de causalidad se nos presenta, de hecho, como una convicción espontánea,
intuitivamente captada por todas las gentes, o sea, como una verdad evidente (per se
nota), ontológica, objetiva: los entes son realmente causas y efectos. Por eso,
derivadamente, es también un principio básico para juzgar y actuar. Como el principio
de no contradicción, es indemostrable, inmediato; no necesita mediaciones,
razonamientos para ser conocido67. No lo percibimos con los sentidos –como Hume y
Kant observaron–, sino por la inteligencia (intus + legere, «leer dentro»), que es capaz
de «leer dentro» de los datos que le ofrece la sensación para reconocer la relación
metafísica de influencia o dependencia de un ente sobre otro (lluvia–pasto mojado)(6 .

C. Los tipos de causas

Según su influjo sobre el efecto las causas pueden ser esenciales (per se) o accidentales
(per accidens). Las primeras producen directamente el ser del efecto (gallina–huevo,
lluvia–pasto mojado). Las segundas ejercen un influjo sólo indirecto en la producción
del efecto, sea porque se unen extrínsecamente a la causa esencial, sea porque causan un
efecto distinto al efecto propio que se buscaba producir. Ejemplo del primer caso: la
pluma azul (causa accidental) ha colaborado conmigo (causa esencial) para hacer un
buen examen de metafísica (efecto). Ejemplo del segundo: Pedrito (causa accidental)
pasó el balón a Manolo y metió gol por causalidad (efecto).

Hay cuatro causas per se, puesto que cuatro son las maneras esenciales como un efecto
depende de sus causas: las dos primeras –materia y forma– son intrínsecas al efecto, lo
componen desde dentro; las dos segundas –causa eficiente o agente y causa final– son
extrínsecas al efecto, lo constituyen desde fuera. Algo está hecho de materia y forma por
la acción de un agente que opera por un fin. Así, una rosa tiene forma o esencia de rosa
en un «pedazo de materia», porque la plantó un jardinero (agente) para que adornara el
jardín (fin). Dedicaremos los siguientes temas a estudiar estas cuatro causas (69).

Conclusión

El principio de causalidad es indispensable para la vida y el conocimiento. Es subjetivo,


lógico, porque antes es ontológico, real: la inteligencia lo capta en las cosas de modo
evidente, inmediato. Causa es, pues, lo que influye para el ser –accidental o substancial–
de otro (el efecto). Su influjo puede ser indirecto –causas accidentales– o directo –
causas esenciales–: intrínsecos al efecto (materia y forma) y extrínsecos al mismo
(agente y fin).

Términos clave

Causa: el responsable del cambio accidental o substancial; el principio del cual algo
depende para su existencia. Causar es, por tanto, hacer que algo suceda, llevar a cabo,
producir un cambio.

Efecto: el producto de la acción causal, el resultado o cambio, el nuevo ente.

Causalidad: la relación de causa y efecto o de potencia a acto, el principio ontológico y


lógico que testifica que nada finito puede suceder o existir sin una causa.

Notas bibliográficas

66) Según David Hume (Tratado sobre la naturaleza humana, Libro I, Parte III, secc.2-
6), la sensación percibe sólo una sucesión regular de fenómenos necesaria a la cual
nosotros atribuimos las nociones de causa y efecto. Immanuel Kant (cf. Crítica de la
razón pura, A 189, B 232-234) arguía, por su parte, que este principio es un concepto a
priori de la razón pura, el producto de la facultad sintética de la imaginación, o sea, un
esquema mental a través del cual damos forma a los contenidos del conocimiento: está
en la mente, no en las cosas.

67) El principio de no contradicción es el primero lógica, gnoseológica y


metafísicamente, porque es el principio del ente en cuanto ente, de toda la realidad. El
de causalidad, en cambio, le sucede, dado que la noción de ente no incluye
necesariamente la de ser «a causa de». De lo contrario, todo ente debería ser causado. Y
Dios no está causado (cf. STO. TOMÁS, Summa contra Gentiles II, 52). La plenitud de
ser, Dios, no puede ser causada, dado que ser efecto implica necesariamente
imperfección, deficiencia, contingencia.

6 Algunas fórmulas clásicas nos ayudan a comprender mejor el significado de la


causalidad ontológica: «todo lo que comienza a ser tiene una causa», «nada sucede sin
una causa», «todo lo que se mueve es movido por otro», «todo lo contingente necesita
una causa», «nada puede ser causa de sí mismo» o «nada puede pasar de la potencia al
acto por sí mismo». En estas expresiones siempre se establece la diferencia real entre
causa y efecto, la superioridad ontológica de la causa y la dependencia que el efecto
tiene de la causa para existir. Este huevo ha necesitado una gallina para ser, o sea, para
pasar de la potencia (posibilidad de existir) al acto de ser. Nada ni nadie puede causarse
a sí mismo: yo, que no existía hace cien aZos, no podía ponerme en existencia, pues eso
implicaría haber existido antes de existir, lo cual es absurdo. Nadie da lo que no tiene.
Por eso somos finitos, contingentes: existimos de hecho, pero no de derecho, ya que la
causa –Dios y nuestros padres– podrían no habernos engendrado.

69)La clasificación de las causas es obra de Aristóteles (Física II 3 y 7; Metafísica I 3,


983a24-33; II 2; V 2; XII 4) y ha permanecido como tal desde entonces. Las causas
accidentales no pueden, lógicamente, estudiarse en cuanto tal, dado que entran en el
orden de lo contingente y casual, no en el mundo de las leyes universales.

Autoevaluación

1. ¿Por qué motivos el principio de causalidad es de una importancia trascendental para


el hombre?
2. ¿Cuál es la diferencia entre estos conceptos: causa, principio, condición y ocasión?
3. ¿Por qué sabemos que en las cosas hay una dependencia de causalidad y no se trata
simplemente de una proyección mental de nuestra inteligencia?
4. En lo referente a su alcance o extensión, ¿cuál es la relación entre el principio de no
contradicción y el de causalidad?
5. ¿Cuáles son los tipos de causas? ¿Con qué criterios las clasificamos?

Participación en el foro

1. El materialismo dialéctico y el evolucionismo materialista consideran que la materia


evoluciona por sí sola. Ciertas teorías astronómica-filosóficas arguyen que el Big Bang
es la causa del universo y no hay necesidad de Dios para explicarlo. ¿Cómo respondería
a estas ideas a la luz de las reflexiones que nos ofrecen las formulaciones clásicas del
principio de causalidad?
Tema 4.2: Las causas material y formal

Objetivos

1. Comprender porqué un ente del universo es material, particular, único.

2. Comprender porqué un ente es lo que es.

A. El problema: ¿por qué los entes son como son?

Cuestionarse sobre las causas de los entes significa inquirir la respuesta a estas tres
preguntas:

¿De dónde venimos?


¿Qué somos?
¿A dónde vamos?

La primera y tercera se refieren al origen y fin de nuestro ser, a sus causas extrínsecas.
La segunda, en cambio, se refiere a lo que nos constituye por dentro, a nuestras causas
intrínsecas. De hecho ya respondimos a este interrogante al investigar los principios que
componen la esencia de un ente finito: la materia y la forma. Ahora examinaremos los
mismos principios con más atención como las causas que explican porqué todos somos
lo que somos: esta o aquella naturaleza, esta substancia o ese accidente, esta entidad
material distinta de las demás que existen en la creación (70).

B. La causa material

Causa material es, en general, aquello de lo cual y en lo cual algo se hace. Es el material
de lo que las cosas están hechas. En esta descripción genérica, materia es el elemento
visible e invisible que funge como substrato de los entes. Debemos distinguir, por tanto,
entre la materia prima y la materia cuantificada.

La materia prima es, como vimos, el principio indeterminado, pasivo, susceptible a ser
determinado o especificado por las formas presentes en el mundo. A nuestro modo de
ver, se identifica con la energía del cosmos, impenetrable, inteligible, invisible, que no
crece ni decrece, sino sólo se trans-forma, se convierte en individuos concretos. En sí
misma es pura potencia y, por ello, un no-ente que de algún modo «es», lo más cercano
a la nada y lo más lejano a la Perfección divina. No existe en sí misma, sino sólo in-
formada, con una forma y cantidad específica. Explica la materialidad de los entes
corpóreos y su capacidad de sufrir generación, alteración, corrupción, o sea, los cambios
accidentales y substanciales. La materia prima es, en efecto, el substrato que permanece
bajo los cambios: por ejemplo, en el agua que se evapora y se convierte en gas o en el
azúcar que se disuelve en una taza de café transformándose en líquido.

La materia cuantificada es el material del individuo, la extensión corpórea, sensible y


divisible, el cuerpo que resulta de la unión de una forma con la materia prima afectada
por el accidente cantidad, que ocupa un lugar y un espacio en el cosmos: el trozo de
metal de este crucifijo, la porción de madera de esta silla, el cuerpo de ese gorrión. Es
también el sujeto potencial, pasivo, que recibe una forma, ya que el plástico de este vaso
podría haber adquirido otras formas: el forro de un libro, la correa de un reloj, el
monitor de una computadora...

Ambas materias, entonces, como potencia o mera capacidad, en sí mismas incompletas,


indefinidas, contienen la forma de una manera imperfecta, indeterminada, ya que
pueden convertirse en millones de cosas distintas, perder formas y adquirir otras nuevas.
La materia prima es el principio de multiplicación de la especie y, una vez cuantificada,
es también principio de singularización. En este sentido, llamamos también materia
segunda a la substancia de un individuo en relación con sus accidentes, porque funge
como causa material de las perfecciones accidentales, tales como el color, tamaZo, peso,
acción, posición, y viene en «segundo» lugar: presupone a la materia prima.

C. La causa formal

Causa formal es el principio o perfección por el cual un ente es lo que es, una substancia
o un accidente, y de tal o cual naturaleza: lo que hace que un reloj sea reloj, que el negro
de su correa sea negro, que su tamaño sea tal tamaño, etc. Por eso distinguimos entre
forma substancial y forma accidental.
La primera confiere al ente su manera básica, fundamental de ser, haciéndole ser lo que
es, esta substancia: árbol, mesa, mosca, nube, hombre.
La segunda confiere a la substancia sus múltiples modificaciones secundarias: árbol
frondoso (cualidad), grande (tamaño), plantado por Gilberto (relación), en el bosque
(lugar), con varios nidos (posesión), etc.

Ambas formas son, pues, los actos que actualizan una de las infinitas posibilidades de
las potencias, las materias: la forma substancial determina a la materia prima
convirtiéndola en esta gota de agua, ese pavo, aquella montaZa; las formas accidentales
determinan a la «materia segunda», la substancia, dándole esta figura, este color, este
aspecto, este tiempo, esta relación, etc. Ser, en definitiva, es ser in-formado, poseer una
forma delimitada, concreta. Ser in-forme es no ser nada.

D. La relación entre las causas material y formal

Las dos causas constituyen al ente por dentro, haciéndole ser lo que es, pero intervienen
de manera diversa. La materia es pasiva: el sujeto donde la forma «entra» o permanece;
no ofrece nada a la forma, sólo la soporta; se deja moldear por ella. La forma, por el
contrario, es activa: configura la materia, determinando aquello en lo que se convierte,
«sacando» de ella su forma de ser, haciéndole existir de este o aquel modo y no como
pura posibilidad, dándole tal grado de ser o perfección. Un ente corpóreo no puede,
pues, existir sin materia y forma, sin substrato y un modo específico de ser. En la unión
de ambas causas –hilemorfismo o unión hilemórfica– se genera un ente; en su
separación, se corrompe. Un huevo surge cuando una materia precedente se trans-forma
en huevo y un hombre nace cuando un esperma fertiliza un óvulo formando un embrión
humano; el huevo deja de ser tal cuando se transforma en pollo (pierde una forma y
adquiere otra) y el hombre, cuando su forma substancial –el alma– se separa de su
materia: el cuerpo71.

Conclusión

La materia y la forma causan a un ente sensible desde dentro, haciéndole material,


particular, único (causa material) y confiriéndole su acto de ser y naturaleza específica o
grado de perfección (causa formal). La materia prima es el sujeto capaz de recibir una
forma substancial, la cual se convierte en «materia segunda» para ser modificada por
múltiples formas accidentales. La unidad de materia y forma causa la generación o
nacimiento de un ente; su separación causa, por el contrario, su corrupción o muerte.

Términos clave

Indeterminación (latín, in + determinatus, «no definido»): la condición que tiene la


materia considerada en sí misma de ser in-forme, no delimitada, no estructurada, pura
potencia.

Determinación (latín, terminus, «límite», y determinare, «establecer los límites»): el


acto de una forma de delimitar la materia, confiriéndole una estructura u orden interno,
un modo de ser.

Notas bibliográficas

70) Este capítulo servirá, pues, como un buen repaso y una profundización sobre el tema
de la esencia y el principio de individuación. Será, con todo, breve, porque la temática
resulta familiar y porque conviene dejar más espacio al análisis de las causas
extrínsecas, que son las que nos guiarán hacia el Origen y Fin últimos de toda la
realidad.

71) Podríamos sintetizar la relación entre materia, forma accidental y forma substancial
con esta reflexión del Aquinate: «La forma substancial y la accidental se diferencian en
que, como quiera que lo menos principal existe por lo más principal, la materia existe
por razón de la forma substancial; y, al revés, la forma accidental se da para completar
el sujeto» (STO. TOMÁS, Summ. Theol. I, 77, 6c).

Autoevaluación

1. ¿Qué es la causa material de un ente y qué tipos de materias podemos distinguir?


2. ¿Qué es la causa formal de un ente y qué tipos de formas hay?
3. ¿En qué se diferencian la materia y la forma?
4. ¿Cómo contribuye la materia y cómo la forma en la formación de un ente?
5. Explique la generación y la corrupción de los entes a través de estas dos causas.

Participación en el foro

1. Explique porqué la materia y la forma se necesitan mutuamente para constituir un


ente del universo.
¿Por qué ningún ente mundano puede surgir con sólo uno de estas dos causas?

Tema 4.3 : La causa eficiente


Objetivos

1. Comprender qué es una causa eficiente y qué tipos de agentes hay.

2. Descubrir la causa ejemplar próxima y última de las cosas.

3. Conocer la naturaleza y la fuente inmediata y última de la actividad de las creaturas.

A. El problema: ¿qué causa la existencia de otros entes y cómo?

La materia y la forma son las causas que explican qué es un ente, pero no porqué es,
cómo surge, cómo una forma llega a informar la materia. Una casa es tal porque sus
materiales están estructurados en forma de casa, pero ¿quién construyó la casa?
Investiguemos quiénes son los agentes y cuáles son sus actividades, tratando de
responder en las siguientes tres secciones a estos tres interrogantes:

(1) ¿Qué da origen a un nuevo individuo (substancia) o perfección de un individuo


(accidente)?

(2) ¿Cómo transmite el agente su propia perfección a su efecto?

(3) ¿Cómo produce un ente un efecto externo; cuál es el orgien inmediato y último de su
actividad?

B. La causa eficiente o agente

1. Naturaleza del agente

Es el origen o principio de una acción que hace que algo sea o sea de un cierto modo. Al
actuar, todo agente produce efectos distintos de sí, bien sean nuevas substancias (yo
escribiendo palabras) o modificaciones de las mismas (yo rayando el papel con la
pluma). Agente (latín, agens, «el que hace») es un ente en acto que actualiza a otros, que
une formas a la materia o las separa de ella, que cambia o «mueve» a otros substancial o
accidentalmente (por eso se llama también causa movens, «causa que mueve»). No hay
acción que no produzca un efecto, un nuevo ente: el viento mueve las hojas, mi
inteligencia piensa en los agentes, este cuadro adorna la pared...

2. Tipos de agentes

Siguiendo diversos criterios podemos clasificar las causas eficientes de muchas


maneras. En virtud del fundamento ontológico de la actividad causal, distinguimos entre
causas secundarias o subordinadas, por ser creaturas, contingentes en sí, y la Causa
Primaria o Última, la del Ser Necesario, que causa todas las causas: Dios. Si juzgamos
el alcance directo de la influencia causal, nos encontramos con causas totales, que
afectan a todo el efecto (el autor de un libro), y parciales, que sólo producen una parte
del efecto (los que dieron ideas al autor para su libro). Si consideramos la extensión de
la influencia, tenemos causas universales, que extienden su influjo a todos los efectos
aunque no los produzca directamente (el arquitecto en la construcción de una casa) y
particulares, que sólo producen un tipo de efectos (los albañiles levantan los muros). Por
razón de la semejanza del efecto a su causa, distinguimos entre causas unívocas, que
producen efectos de la misma especie (una yegua engendrando caballos) y análogas,
que producen efectos de menor grado ontológico (yo escribiendo palabras). Si nos
fijamos en el papel que juega la causa en la producción del efecto, diferenciaremos las
causas principales, que producen el efecto por su propio poder o forma (un pintor
pintando un cuadro) de las instrumentales, que sólo lo producen por el movimiento que
le dan las principales (la brocha del pintor). Por razón de cómo se realiza el efecto,
tenemos causas necesarias, que infaliblemente producen los mismos efectos (el agua
siempre moja) y contingentes, que no siempre lo hacen (una llama puede no quemar una
silla de madera porque es insuficiente o poque la silla está muy húmeda). Finalmente,
en virtud de la libertad del agente, distinguiremos entre causas libres, que tienen
dominio sobre sus actos (los hombres) y determinadas, que tienen que producir los
efectos por la vitalidad de su forma (el sol iluminando).

C. El agente como causa ejemplar

1. Las causas ejemplares naturales

Un agente imparte algo de su perfección al efecto. En este sentido, el efecto «pre-


existe» de algún modo en la causa, porque su perfección está en ella. Una pluma azul
deja escritas palabras azules sobre el papel; la pluma transmite lo que tiene: tinta azul.
El fuego quema la madera, la lluvia humedece el pasto, el perro engendra cachorros. En
toda ocasión la causa «comparte» su perfección o parte de la misma con sus efectos,
convirtiéndose así, a la vez, en su «prototipo» metafísico, su paradigma, modelo o
ejemplar, aquel que es, por decirlo así, «digno de ser imitado». Los cachorros, el pasto
húmedo, la madera quemada, las palabras azules tienen como su «ideal» ejemplar a sus
respectivas causas. el hombre, además de impartir sus perfecciones naturales de modo
natural (engendrando a otros hombres, por ejemplo) también transmite las perfecciones
de su mente a las cosas que hace: un arquitecto construye una casa, un director hace una
película, un autor escribe un libro, un estudiante responde a un examen, según el
«ejemplar» o «modelo» concebido en su inteligencia.

2. Dios como Causa Ejemplar

También Dios ha creado todas las cosas siguiendo el modelo concebido en su


Inteligencia divina. Sus Ideas son prototipos permanentes e inmutables de las cosas que
existen en su Mente. Sirven de «estándar» a las creaturas que participan de las
perfecciones «inventadas» por el Creador: así, los caballos, las rosas, los ríos «imitan»
la Idea de caballo, de rosa, de río, que Él pensó. Sin esas Ideas, los entes finitos no
tendrían su esencia particular. Porque Dios no pensó en centauros, Gozilla, o en los
monstruos de la «Guerra de las galaxias», tales especies no existen más que en la
imaginación humana. Dios es, por tanto, la Causa Ejemplar última de todo lo que existe,
pues en su Mente están las Ideas de todo lo que ha creado y lo que las creaturas mismas
efectúan(72).

D. La actividad de los agentes

1. Naturaleza y tipos de actos

Actuar es hacer algo actual, hacer que pase de la potencia al acto, producir un nuevo
ente o efecto. Los agentes ejercitan su causalidad por medio de su actividad. ¿Qué tipos
de actos puede tener una causa eficiente? Las acciones transeúntes o transitivas son las
que afectan o perfeccionan a un objeto exterior al agente, transformándolo substancial o
accidentalmente. Ejemplos: iluminar, cortar, empujar, construir, escribir. Las
operaciones inmanentes son las que afectan o perfeccionan al agente y cuyo efecto
permanece en él mismo. Ejemplos: crecer, escuchar, desear, comprender, aprender
metafísica. A las primeras las llamamos propiamente «acciones» y a las segundas
«operaciones»(73). Las acciones transitivas son fruto de la perfección intrínseca de las
cosas y de sus operaciones inmanentes. Por lo mismo, cuanto más perfecto es un ente,
tanto mayor será su capacidad de realizar operaciones y, por ende, de influir en los
demás por medio de sus acciones. Cuanto más ágil sea una pantera, por naturaleza y por
ejercicio (acto inmanente), tanto mejor podrá cazar a sus presas (acto transitivo), cuanto
más metafísica sepa un profesor (operación inmanente), mejor podrá enseñar (acción
transeúnte).

2. Los fundamentos de la actividad

a. El origen último del actuar

Puesto que el actus essendi es el fundamento de la actualidad de todo acto y la


perfección más radical de una substancia, es también la raíz de toda actividad. Un ente,
entonces, actúa en la medida en que está en acto, o sea, en la medida en que tiene ser.
Agere sequitur esse, dice un adagio latino: «el obrar sigue al ser». Por tanto, cuanto más
participación tenga un ente del esse, tanto mayor y más efectivo será su actuar.

b. El principio específico de las operaciones

Dado que la forma determina al sujeto subsistente haciéndole ser esto o lo otro, la forma
determina el modo como actúa; su grado de ser es su grado de operar. Uno hace lo que
la naturaleza le permite hacer. Una piedra es sólida, pero no puede caminar; una planta
crece, pero no puede volar; una gaviota vuela, pero no puede pensar. La forma
substancial se revela, de hecho, por medio de la actividad.

c. El agente del actuar

No es, ciertamente, ni el acto de ser ni la esencia de un ente, porque ellos no son más
que principios que no pueden subistir por sí mismos. El agente será siempre un sujeto
subsistente, un compuesto de ser y esencia. Sólo porque uno es y es hombre, puede
actuar como ser humano. Ser algo es ser activo, relacionarse. Ser inactivo, no afectar a
otros, equivale a no ser.

d. Los principios próximos del actuar

Cada sujeto tiene una sola forma substancial y un acto de ser, pero ninguno de estos
principios puede ser el origen inmediato de sus actividades. ¿Por qué? Porque el sujeto
subsistente es uno, siempre el mismo, estable, pero sus acciones y operaciones son
múltiples, variadas, ocasionales. Una gaviota es capaz de volar, de pescar y de graznar.
Si su ser o forma fueran el principio próximo y único de su actuar, el sujeto debería
estar volando, pescando y graznando constantemente, sin parar, pues la forma y el ser
están siempre en acto.
Además, si cada uno tiene sólo una forma substancial y un ser, ¿porqué hay variedad de
actividades? En conclusión, la forma substancial de un ente tiene que poseer ciertas
variadas capacidades o poderes activos, facultades, que necesitan ser actualizadas
siempre que el sujeto actúa de un modo determinado. Las facultades de un ente, que son
muchas, variadas, en potencia activa, no se pueden identificar, por tanto, con su forma
substancial, que es una, única y en acto. Así, la gaviota tiene las aptitudes de volar,
graznar y pescar, y vuela, grazna y pesca cada vez que actualiza cada una de esas
facultades, y deja de hacerlo cuando no las pone en acto. Pero vuele o no, sigue siendo
gaviota. Las facultades son accidentes necesarios de la substancia y sus actos
específicos son accidentes contingentes. Ninguna creatura se identifica con su obrar.
Uno no es lo que hace. Si fuéramos lo que hacemos, entonces una rana no sería tal
cuando dejara de croar, comer y saltar. Un hombre dejaría de ser hombre siempre que
dejara de ejercitar actualmente sus facultades: un feto, un retardado mental, uno en
estado de coma, uno que está durmiendo... no serían persona humana. Pero uno es lo
que es, no lo que hace o puede hacer.

Conclusión

Para existir los entes necesitan una causa eficiente, extrínseca, que in-forme o trans-
forme su materia, que actualice su potencia. Al impartir sus propias perfecciones a sus
efectos, los agentes se convierten también en causa ejemplar, cuyo último fundamento
ontológico subyace en las Ideas divinas. Un agente causa por medio de su actividad, que
puede ser acción transeúnte, si afecta a un ente externo, u operación inmanente, si se
perfecciona a sí mismo. Un sujeto subsistente encuentra el origen último de su actuar en
su propio esse, el modo de obrar viene determinado por su esencia y sus diversas
actividades provienen de manera inmediata de sus facultades.

Términos clave

Agente (latín, agens, «el que hace»):</b> una causa eficiente o substancia activa que
produce un efecto por medio de su actividad.

Ejemplar (latín, exemplum, «sacado fuera, modelo», del verbo ex-imere, «sacar»):un
paradigma, prototipo, patrón o estándar. Causa ejemplar es el agente que sirve de
modelo o ejemplo a su efecto.

Idea (griego, ιδέα, «apariencia, forma, naturaleza»):término usado por Platón para
significar los entes supremos que no nacen, ni cambian, ni perecen, que trascienden
todos los entes sensibles, constituyendo sus modelos, porque los entes corpóres, que
nacen, cambian y mueren, son lo que son en la medida en que participan de las Ideas.
En la tradición medioplatónica, neoplatónica y crisiana las Ideas son los arquetipos de
las cosas que existen eternamente en la mente de Dios.

Facultades: poderes activos, aptitudes o capacidades propias de un sujeto subsistente,


que fungen como principios próximos de los actos concretos; así, las facultades de la
vista y de la inteligencia son el origen inmediato de los actos de ver y de los
pensamientos.
Notas bibliográficas

72) Platón fue, como bien se sabe, quien introdujo la doctrina de la participación de las
cosas sensibles en las Ideas. Las cosas sensibles existen y tienen sus características
esenciales por razón de que y en la medida en que participan de las Ideas
correspondientes, sus modelos, que poseen esas características de modo perfecto y
ejemplar, pues son espirituales, inmutables, eternas. El judío filósofo Filón de
Alejandría (s. I d.C.) y los medioplatónicos paganos –Plutarco (s. I d.C.), Albino (s. II
d.C.)– concibieron las ideas como pensamientos divinos, doctrina que permaneció en
las diversas formas de platonismo y neoplatonismo pagano (Plotino, Porfirio, Proclo) y
cristiano (S. Agustín, Pseudo-Diógenes, Sto. Tomás., S. Buenaventura, Malebranche,
Rosmini...). Según S. Agustín, las Ideas son «ciertas formas principales o tipos de cosas
permanentes e inmutables, que no han sido ellas mismas formadas. Son por eso eternas
y siempre tienen el mismo modo de ser y están contenidas en la inteligencia divina. Si
bien ellas nunca vienen a la existencia ni perecen, decimos sin embargo que, conforme a
ellas, se forma todo lo que puede nacer y morir y todo lo que de hecho nace y muere»
(S. AGUSTÍN, Octog. Trium QuFst., q. 46: ML 40, 30). Como seZala el Aquinate,
«cada criatura tiene su propia especie por la que de algún modo participa de la
semejanza de la esencia divina. Así, pues, como Dios conoce su esencia como imitable
por tal criatura, la conoce como tipo e idea propia de tal criatura. Y lo mismo hay que
decir de todo lo demás. De este modo resulta evidente que Dios conoce muchos tipos
propios de muchas cosas, las cuales son muchas ideas» (STO. TOMÁS, Summ. Theol.
I, 15, 2c).

73) Esta distinción lingüística refleja la distinción metafísica de las actividades, si bien
en el lenguaje ordinario no solemos conservarla. «Acción» en griego es ποίησις, del
verbo ποιεÃν, que en latín es facere y en espaZol, hacer. «Operación», en cambio, se
dice πράξις, del verbo πραττεÃν, cuya traducción latina es agere y española, obrar.

Autoevaluación

1. ¿Qué es una causa eficiente y por qué un ente finito la necesita para existir?
2. Enumere algunas de las posibles clasificaciones de causas eficientes.
3. ¿Qué quiere decir que los agentes son también causas ejemplares para sus efectos?
4. ¿Cuál es el fundamento ontológico último de la causalidad ejemplar?
5. ¿Qué tipos de actos ejercitan los entes? Ponga algunos ejemplos.
6. ¿Cuál es el fundamento último, el principio específico y los principios próximos de
los actos de un agente finito?

Participación en el foro

1. La distinción entre substancia y sus facultades –accidentes necesarios– es de crucial


importancia para comprender a los entes y su dignidad ontológica. Utilizando esta
distinción, explique porqué es inmoral matar a alguien que no esté usando sus
facultades: a un feto, a un enfermo grave, a un deficiente mental, a una persona en
coma, a uno que duerme...
Tema 4.4: La causa Final

Objetivos

1. Descubrir y argumentar el carácter teleológico de todos los entes y del universo


entero.

2. Comprender la naturaleza y la importancia de la causa final en la realidad.

A. El problema: ¿hay finalidad en todas las cosas?

Las causas eficientes explican porqué los entes vienen a la existencia, pero no para qué
son. Nos preguntamos, finalmente, si hay alguna razón por la cual los agentes se
deciden a producir nuevos efectos: ¿por qué se mueven? ¿Cuál es el fin que persigue un
agente en su actividad?

B. ¿Es el mundo teleológico?

Es evidente que los hombres actuamos casi siempre por un fin: comemos, bebemos,
jugamos, rezamos, estudiamos, dormimos, con una intencionalidad precisa. Pero, ¿y las
cosas naturales y artificiales? ¿Tienen alguna razón de ser? ¿Actúan por un objetivo?

1. Dos posiciones opuestas sobre el mundo

a. El mecanicismo (del griego, µηχανή [mejané], «aparato, máquina»)

Es la doctrina según la cual toda realidad, o cuando menos la realidad natural, tiene una
estructura comparable a la de una máquina, de modo que puede explicarse a base de
modelos de máquinas. Todas las cosas no son más que cuerpos en movimiento
compuestos de partes intrínsicamente inmutables y regidos por leyes mecánicas, de
modo automático, como si fueran las piezas de un reloj. Todo sucede, entonces,
siguiendo una ciega necesidad –no un plan inteligente–, bien de modo regular y
predecible, bien de modo casual, excepcional e imprevisible (74).

b. La teleología La teleología (del griego, τέλος [télos], «fin» + λόγος [lógos],


«discurso»)</

Muchos filósofos, por el contrario, explican los entes y procesos de la naturaleza así
como el cosmos en general a través de sus fines o propósitos estructurales, pues todo
forma parte de un designio inteligente(75).

2. Un cosmos teleológico

Podemos aducir varias razones para mostrar que el universo y cada uno de los entes
poseen una finalidad en sí y no surgieron ni existen como resultado de procesos
automáticos sin más.

a. La vida como un fenómeno absolutamente originario, irreducible a la materia

Si la materia se organizara mecánicamente, la vida no podría haber aparecido nunca: en


el organismo viviente se encuentran fenómenos de autoconstrucción, autoconservación,
autoregulación, autoreparación y de adaptación a diversos ambientes y circunstancias
que en las máquinas no se dan, las cuales sólo pueden funcionar cuando todos los
mecanismos marchan bien. El hombre ha inventado las máquinas imitando,
precisamente, a los seres vivientes, y no al revés(76).

b. El orden y la finalidad intrínsecos de los entes

Los hombres estructuramos las cosas materiales para hacerlas servibles, con una
intención; las piezas del reloj están puestas de tal modo que el reloj pueda cumplir su fin
de marcar las horas, los minutos y los segundos. Asimismo, observamos que las cosas
naturales subsisten con un orden interno –átomos, moléculas, células, órganos...– que
las hace operar de manera regular y sabia para obtener su propio beneficio y el de la
especie; piénsese, por ejemplo, en la constitución interna y la operación de una estrella,
de un manzano, de una gallina, de un águila...

c. El orden del universo (unus + versum, «dirigido a uno»).

Las leyes que rigen el marcrocosmos y el microcosmos son reglas impuestas por la
admirable «racionalidad» de la naturaleza, que organiza todos los entes para el bien
común, con un designio unitario que hace que todo sea clasificable, predecible,
racionalmente descifrable. Hay, en efecto, un orden jerárquico, que regula y subordina
las partes más elementales y simples a los compuestos siempre más estructurados y
complejos(77).

d. La finalidad del universo: el principio antrópico

Este principio afirma que el hombre es el fin de la creación. La aparición del hombre es
el resultado de coincidencias que no pueden ser fortuitas. Hay una gama infinita de
posibilidades en que la interacción de los entes y de las leyes hubieran imposibilitado la
vida humana (7 . Un universo «puro objeto», sin un sujeto capaz de entenderlo,
descifrarlo, perfeccionarlo, sería como una hermosa ciudad llena de casas, tiendas,
calles, semáforos... construida para nadie.

e. El mal físico y el caos(79)

Sin finalidad ni orden los males físicos –deformaciones, defectos, enfermedad,


corrupción, destrucción, muerte...– no podrían considerarse como tales, dado que no
serían privaciones de un bien o perfección debidos. Todo tendría el mismo valor, sería
igual, cada quien permanecería indiferente a la infinidad de posibilidades: para un
caballo daría lo mismo nacer con una cabeza enorme y unas patas diminutas, con ojos o
sin ellos. Y si todo sucediera por casualidad, ¿por qué los astros no giran a lo loco y
chocan entre sí, los árboles no dejan de crecer y producir frutos, no aparecen especies
monstruosas de animales o salen todos deformes? ¿Por qué el caos no es absoluto?

C. Naturaleza y tipos de causa final

1. Naturaleza de la causa final

Causa final es aquello por lo que algo se hace; es el motivo por el que el agente obra.
Finalidad es la intención de realizar un fin. Una rosa se nutre para desplegar sus pétalos,
exhalar su aroma y embellecer los campos. Aunque su fin no sea una realidad física, no
deja por ello de ser un verdadero principio causal, ya que causa es todo aquello que
influye positivamente en la producción de un efecto. El agente, de hecho, actúa por un
fin o no actúa. El fin está presente en el agente como potencia, de manera intencional,
metafísica, no física. Sin embargo, de algún modo es, de tal modo que mueve a la causa
eficiente a lograr ese fin en acto. ¿Cómo causa el fin? No por la actividad, como lo hace
la causa eficiente, sino por atracción: «motiva» al agente a ponerse en movimiento,
porque el fin es siempre visto como un bien, algo deseable, una perfección. Todo ente
desea por naturaleza su propio bien, realizarse como es, «cumplir su misión».

De ahí que se haya considerado a la finalidad como «la causa de las causas». Sin un
propósito, la causa eficiente no se movería a imprimir una forma en la materia; ninguna
de las otras tres causas se actuarían. La causa eficiente explica el curso de la naturaleza,
pero no porqué la naturaleza sigue tal curso. Pongámonos, por ejemplo, este problema:
¿vuelan las aves porque tienen alas o tienen alas para que puedan volar? Respuesta: las
dos cosas. Vuelan porque tienen alas (causa eficiente) y tienen alas para poder volar
(causa final). Es el fin, pues, el que determina porqué todo es como es y actúa como
actúa. Por tanto, el fin es el primero en la intención y el último en la ejecución. El
agente se determina a actuar después de haber deseado un bien; lo conseguirá como
resultado de la acción. El fin, entonces, es el primero a la hora de causar y la más noble
de las causas.

2. Algunos tipos de causas finales

a. Finalidad intrínseca y extrínseca

Extrínseco es el fin impreso en un ente por una fuerza directriz externa; pensemos, por
ejemplo, en el orden de ciertas cosas para facilitar la vida vegetal, animal y humana: la
atmósfera, el sol, el agua, la rotación y traslación de la tierra... cada una de estas
entidades está proyectada hacia un bien externo, más sublime. Intrínseco es el bien
propio de la naturaleza de un ente: el peral y la luna actúan según su tendencia natural
para lograr su propia perfección, realizarse como árbol y satélite. Mientras que la
finalidad intrínseca procura la realización del bien propio de su naturaleza, la finalidad
extrínseca busca el orden y la armonía de todo el cosmos.

b. Finalidad de la obra (finis operis) y finalidad del agente (finis operantis)

El primero es el fin hacia el cual se dirige el ente por su misma naturaleza, de manera
inmediata, porque le es intrínseco: una gaviota que vuela hacia el mar y grazna ante
otras gaviotas, un niño que en fútbol chuta el balón hacia la portería. El fin del que actúa
se refiere, en cambio, al objetivo último al cual está dirigida esa acción, la intención
final del agente: la gaviota vuela hacia el mar para pescar un pez y grazna para
comunicar a las otras dónde hay peces, el niño pretende meter gol y quedar satisfecho y
apreciado.

c. Fin o bien honesto, deleitable y útil.

El bien honesto es el fin deseado por sí mismo. El bien deleitable es el mismo bien
honesto pero en cuanto produce un gozo, la satisfacción de ser poseído. El bien útil es el
que se quiere como medio, no por sí, sino en razón de los otros dos. Uno puede ver un
partido de fútbol y tomar una medicina (bienes útiles) como medios de entretenimiento
y salud (bienes honestos) para gozar del descanso y de la salud misma (bienes
deleitables).

D. Conclusión final sobre las causas: la problematicidad de la filosofía

Los entes del cosmos son lo que son porque están causados intrínsecamente por una
forma –que causa el qué es de un ente– y la materia –que explica su materialidad,
multiplicidad y singularidad. Como nadie puede educir su propia forma de la materia,
todo ente finito necesita una causa eficiente que le ponga en existencia y sea, al mismo
tiempo, su ejemplar. Ahora bien, un agente se motiva a producir nuevos efectos sólo
cuando tiene una finalidad, un proyecto que realizar, sea porque está inscrito
instintivamente en su naturaleza (en los agentes naturales), sea porque es capaz de
determinarlo (en los agentes libres).

¿Qué es, entonces, la realidad?

He ahí el misterio. Ni el mundo entero ni el hombre, que son finitos, compuestos de


materia y forma, se han puesto a sí mismos en existencia ni se han dado a sí mismos el
fin que tienen. El estudio de las causas de este viaje nos revela, en fin, que la filosofía es
intrínsecamente problemática, porque la realidad –el universo (paisaje) y la experiencia
humana (tren)– es intrínsecamente problemática. A lo largo del itinerario, después de
analizar los principios, propiedades y causas de todo lo que existe aquí, concluimos que
nada, ni el mundo ni el hombre, ni el paisaje ni el tren, son el origen y la meta del
trayecto, no han organizado ni planeado el viaje. No son causa de sí mismos. No son el
Absoluto.

¿Quién es el Absoluto: el Origen y Fin del universo y del hombre, la Causa Eficiente y
Final de la realidad?

La quinta parte debe concluir solucionando el problema metafísico, o sea, descubriendo


el sentido último de la vida.

Conclusión

Todos los entes del mundo y el universo entero son teleológicos, tienen una finalidad
intrínseca y extrínseca, una razón de ser, que explica para qué han sido puestos en
existencia, y sin lo cual nada sería comprensible y ni siquiera existiría. Por eso el fin, de
naturaleza intencional y metafísica, es «la causa de las causas», el primero en la
intención y el último en la ejecución, aquello por lo cual todo se hace. Ahora bien, como
los entes no se causan a sí mismos, tenemos que encontrar el Fin de la realidad fuera del
universo.

Términos clave

Mecanicismo: la doctrina que considera el universo completamente explicable por


medio de procesos mecánicos, sin ninguna finalidad, por pura causalidad. Con
frecuencia se identifica con el naturalismo, según el cual los fenómenos de la naturaleza
no están regulados por una inteligencia divina o sobrenatural, sino que encuentran su
razón de ser adecuada y total en las leyes mecánicas físicas y químicas.

Telos (τέλος [télos], «fin, término, cumplimiento»):el término de un proceso. Para


Aristóteles y numerosos filósofos posteriores, se trata del objetivo o causa final que hay
en todo.

Teleología: doctrina que considera la realidad ordenada y orientada por fines, objetivos,
valores, creada con un designio inteligente. Se contrapone al mecanicismo y
naturalismo.

Notas bibliográficas

74) Las formas filosóficas más antiguas de mecanicismo se encuentra en las teorías de
los Presocráticos y, más sofisticadamente, en las del atomismo de Leucipo (s.V a.C.) y
Demócrito (ca. 460-370 a.C.), según el cual todos los cuerpos están compuestos de
corpúsculos indivisibles –«á-tomos»–, que se distinguen unos de otros en tamaZo,
figura y posición. En virtud de su figura, movimiento e interacción, los átomos se
combinan para formar cuerpos más grandes y más pequeZos y para causar el
movimiento. La explicación mecanicista del universo fue desarrollada, entre otros, por
Galileo (1564-1642), Hobbes (1588-1679), Newton (1642-1727) y Descartes (1596-
1650), que reducía toda la realidad material a extensión –cambio, número y movimiento
local– regida por leyes mecánicas. Para David Hume (1711-1776) la tendencia humana
a atribuir propósitos a la naturaleza es una conjetura de valor dudable. Según los
evolucionistas materialistas, los cuerpos inorgánicos actúan sólo movidos por la
necesidad de leyes físicas, sin ninguna coordinación planeada, y sostienen que la vida
surgió por pura coincidencia.

75) Platón tuvo el mérito de argumentar la primera clara afirmación de una visión
teleológica e ideal del mundo, donde los fenómenos naturales no se explican por
movimientos de materia determinados por leyes mecánicas, sino a través de una
Inteligencia divina que puso un fin, un orden y un designio en la naturaleza (cf. Fedón
99A-102A). En el Timeo expone la finalidad con que Dios creó el mundo (27C-47E) y
el hombre, incluyendo cada uno de los miembros del cuerpo (69A-90E). También
Aristóteles defendió que los entes tenían una finalidad intrínseca (cf. Física II 8; Sobre
el cielo I 1; Ética a Nicómaco I 2, 5, 9; Metafísica XII 10). A esta interpretación del
mundo se suscribirían la mayor parte de los antiguos, los escolásticos, así como un buen
número de autores modernos.

76) Todo lo inorgánico está compuesto de moléculas muy simples (un gota de agua = un
átomo de oxígeno y dos de hidrógeno), mientras que las moléculas de una substancia
viviente están formadas por la asocicación de átomos que pertenecen a cuatro elementos
fundamentales –carbono, hidrógeno, oxígeno, azoto– y se organizan de manera
compleja en constituyentes orgánicos: carbohidratos, grasas, proteínas y ácidos
nucléicos. Sobre este tema, cf. R. LUCAS, L’uomo, spirito incarnato, Paoline, Torino
1993; tr.esp. El hombre, espíritu encarnado, Atenas, Madrid 1995, pp. 27-72; B.
MONDIN, Manuale di filosofia sistematica, vol. II, pp. 198-225; 255-265.

77) Los grados de perfección de los entes compuestos se dan tanto en la jerarquía de las
substancias naturales –de los elementos y compuestos químicos inorgánicos y orgánicos
a los vivientes, animales y al hombre– como en los aglomerados de múltiples
substancias en unidades siempre crecientes hasta la unidad del universo entero (cf. STO.
TOMÁS, Summ. Theol. I, 65, 2).

7 Las condiciones necesarias para la vida humana son tantas y tan complejas, que no
pueden haberse producido por casualidad. Pensemos, por ejemplo, en la interacción
gravitacional: si fuera un poco más elevada, se quemarían las estrellas; si fuera un poco
más baja, las estrellas tendrían poquísima energía, lo cual impediría el surgir de la vida.
Otras condiciones: la mezcla apropiada de gases que forman una atmósfera terrestre
apta para la vida orgánica, la distancia y posiciones relativas del sol y de la tierra que
regulan las condiciones climáticas convenientes, la jerarquía graduada de los seres vivos
y la interdependencia de las plantas y animales para el sostenimiento del hombre...

79) Distingamos entre caos y casualidad. Caos indica un estado de confusión y


desorden. Casualidad es el encuentro no previsto de dos eventos que, tendiendo a dos
fines distintos, producen otro evento, el fortuito. Ejemplo: dos personas que viajan en
coches distintos, uno para visitar a su madre y otro para ir de vacaciones, chocan. El
accidente resulta de un incidente indeseado de dos acciones que era conocidas y
queridas, o sea, de dos causas finales. La casualidad, por tanto, aunque excluye la
inteligencia, es compatible con el orden y la finalidad materiales, ya que es secundaria y
dependiente de ellos. Por otro lado, para la Providencia, para Quien gobierna el mundo
como Infinito, no hay realmente casualidad, ya que los casos fortuitos entran en un
vasto designio incognoscible para el bien del conjunto.

Autoevaluación

1. Explique brevemente en qué se diferencian la visión mecanicista y la teleológica del


mundo.
2. ¿Qué razones puede aducir para mostrar que hay una finalidad en todos los entes y en
el universo en cuanto tal?
3. ¿Qué es una causa final, cuál es su naturaleza y cómo influye en la producción del
efecto?
4. ¿Cuál es la importancia del fin en el orden de las causas?
5. Mencione algunos tipos de causas finales

Participación en el foro

1. ¿Cree que el hombre puede aceptar el absurdo o el sinsentido en las cosas y en sí


mismo?

¿Qué nos dice este hecho de la naturaleza de las cosas y del hombre?

¿Qué relación encuentra entre una visión mecanicista, afinalista de la realidad y la falta
de sentido de la vida que se expresa de tantas maneras en la sociedad contemporánea?
UNIDAD V: El sentido de la Realidad

La Solución del problema metafísico

Introducción
En nuestro itinerario metafísico hemos andado a la caza del sentido de la vida, el
Absoluto de la realidad. Nos hemos cuestionado si el fundamento y el fin últimos de
todo se encuentran en el universo y la experiencia humana. Hemos echado una mirada
al paisaje –los principios o la estructura del orbe– y a nuestras vivencias en el tren –los
aspectos o trascendentales de la realidad–, buscando el origen y destino del trayecto: las
causas eficiente y final de todo.

¿Qué hemos concluido?

Que la filosofía es en sí problemática, porque consiste en la conciencia de que la


realidad que nos rodea es en sí problemática. Todo lo que hay en este viaje –paisaje y
tren– es finito, no se explica a sí mismo, no se autofundamenta. Alguien ha creado el
cosmos y al hombre, Alguien ha ideado el viaje y trazado su itinerario, Alguien es el
Origen y Fin de todo. Alguien que no es de este mundo, Alguien que trasciende la
experiencia humana.

Hemos llegado, por fin, a la solución del problema metafísico:

Descubriremos cuál es el significado último de la realidad, el sentido de la vida, el


Absoluto que nos comunica algo de Sí y del cual nosotros participamos. De la
participación podemos hablar en dos sentidos o direcciones: una en sentido activo, la
otra en sentido pasivo. En sentido activo, participar quiere decir comunicar parcialmente
(partialiter) algo a alguno. Así, yo puedo hacer partícipes a mis amigos de mi sabiduría
metafísica o repartir con ellos las ganancias de un negocio o compartir una tarta de
cumpleaZos. En sentido pasivo, participar significa recibir parcialmente alguna cosa
(partem capere). Sucede así cuando me apropio «parte» de la sabiduría del autor de este
libro o acepto una parte del dinero acumulado o un trozo de tarta.

A la luz de este criterio consideraremos la solución al problema metafísico, asimismo,


en dos direcciones: una vía ascendente (participación en sentido pasivo) y otra
descendente (participación en sentido activo). En primer lugar, partiendo del
conocimiento de los principios, propiedades y causas de las creaturas, podemos
elevarnos a descubrir la existencia y las características fundamentales del Absoluto
Trascendente, pues nosotros participamos de Él y de sus cualidades pasivamente,
porque recibimos todo –el ser y lo que somos– de Él
(tema 1).

Una vez reconocida la presencia de Dios, podemos comprender de algún modo cómo y
porqué Él nos hace partícipes de sus atributos: he aquí la fase descendente o
participación en sentido activo (tema 2).

Toda metafísica correcta debe terminar, en efecto, en teología filosófica. Por un lado,
Dios es el Creador todo, el Absoluto Trascendente. Por otro lado, la metafísica pretende,
en la medida en que es posible al ser humano, ver las cosas como Dios las ve. La
conclusión de nuestro curso enlaza, pues, con la teología natural o teodicea, que
constituye una asignatura aparte. Por este motivo, la unidad conclusiva será breve. Nos
contentaremos con unas cuantas reflexiones que sirvan más bien como hitos indicadores
o pistas generales para que el estudiante pueda, en su meditación personal y en su
diálogo con los demás, alcanzar una visión más dilatada y profunda de la solución del
problema metafísico, o sea, de Aquel que es el Alfa y el Omega de todo lo que existe, la
Procedencia y el Destino de nuestro viaje.

Diagrama estructural

Tema 1. La existencia del absoluto trascendente

A. La solución a la problematicidad del universo

1. De la estructura acto-potencia al Acto Puro


2. De la estructura substancia-accidentes al Infinito de Perfección Absoluta
3. De la estructura materia-forma a la Simplicidad Absoluta
4. De la estructura ser-esencia al Ipsum Esse Subsistens
5. De la persona humana a la Primera Persona

B. La solución a la problematicidad de la experiencia humana

1. La Fuente de los Trascendentales


2. La Fuente de los ideales del hombre

C. La solución a la problematicidad de la filosofía

1. De los agentes naturales a la Causa Eficiente Primera


2. Del ordenamiento natural o teleología a la Causa Final Última

Tema 2. La relación entre Dios y nosotros

A. El problema: ¿cómo y por qué Dios nos ha causado?


B. ¿Cómo nos ha causado Dios?
C. ¿Por qué nos ha creado Dios?

Bibliografía

E. BERTI, Metafisica, Introduzione alla metafisica, UTET, Torino 1993; publicado


después en la Enciclopedia La filosofia, P. Rossi (ed.)

UTET, Torino 1995, vol. III, pp. 71-101.


E. CORETH, Metaphysik, Verlegsanstalt Tyrolia Gesellschaft m.b.H., Innsbruck 1960;
tr.ing. J. Donceel, Metaphysics, The Seabury Press, New York 1973, pp. 170-196.

A.R. DULLES, J.M. DEMSKE, R.J. O’CONNELL, SS.II., Introductory Metaphysics,


Sheed and Ward, New York 1955, pp. 137-309.

P.B. GRENET, Ontologie, Beauchesne et ses fils, Paris 1959; tr.esp. M. Kirchner,
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G.P. KLUBERTANZ, S.I. & M. HOLLOWAY, S.I., Being and God, Appelton-
Century-Crofts, New York 1959, pp. 219-373.
R. JOLIVET, Ontologie, E. Vitte, Lyon; Publications Universitaires de Louvain,
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B. MONDIN, Manuale di filosofia sistematica, vol. II: Epistemologia e cosmologia,


Edizioni Studio Domenicano, Bologna 1999, pp. 241-258; vol. III: Ontologia e
metafisica, pp. 175-220.

S. VANNI ROVIGHI, Elementi di filosofia, vol. II: Metafisica, La Scuola, Brescia


1964, pp. 99-182.

R.A.TE VELDE, Participation & Substantiality in Thomas Aquinas, E.J. Brill, Leiden,
New York, Köln 1995, pp. 254-283.

Tema 5.1 : La existencia del Absoluto Trascendente

Objetivos

1. Saber solucionar el problema metafísico en cada uno de sus aspectos objetivo (el
universo), subjetivo (la experiencia humana) y sintético (las causas).

2. Descubrir algunos Atributos esenciales de Dios.

Las metafísicas inmanentísicas pretenden encontrar la explicación última de toda la


realidad dentro del mundo en que vivimos: en la naturaleza misma (metafísicas
naturalísticas), en la materia (metafísicas materialísticas) o en el espíritu que evoluciona
(metafísicas idealísticas). En ese caso, el universo y la experiencia humana serían la
Perfección Absoluta, la Fuente de los trascendentales y las causas de sí mismos. Sin
embargo, el estudio de los principios, propiedades y causas de la realidad nos ha
revelado la naturaleza problemática de ambos. Por tanto, si el Absoluto, Origen y Fin de
todo, no está en la realidad que nos rodea, debe ser Algo o Alguien que esté más allá,
que nos trascienda, como proponen las metafísicas de la trascendencia.

¿Qué o quién es este Absoluto y qué atributos le caracterizan?

La solución a los aspectos objetivo, subjetivo y sintético del problema metafísico –


siguiendo paso a paso el esquema de nuestro curso– nos desvelará parcialmente el
misterio de los misterios. Adentrémonos un poco en él.

A. La solución a la problematicidad del universo

1. De la estructura acto-potencia al Acto Puro

Todo ente mundano está en continuo devenir y el universo mismo está en constante
mutación y evolución. «Todo fluye» –nace, cambia, muere–, porque todo está
compuesto de acto y potencia. Nadie puede «moverse» a sí mismo, hacerse pasar de la
potencia al acto, de la inexistencia a la existencia. Algo en potencia –cada ente finito–
tiene que ser puesto en acto por otro ente anterior en acto, y éste, a su vez, por otro
anterior, y así sucesivamente. Ahora bien, no se puede llegar al infinito en la cadena de
actos, pues nunca podría explicarse el origen del primer acto. El vagón de un tren puede
mover al siguiente, y éste al que le sigue, y así uno detrás del otro, pero el primero de
todos los vagones no puede moverse por sí mismo. Necesita una máquina. Sin ella, no
hay movimiento en el primer vagón y por tanto no lo hay en todos los demás. El orbe
entero, compuesto de potencia y acto, ha sido puesto en acto por Alguien que no está en
potencia, el Acto Puro, Alguien que mueve a los demás, pero que no es movido, el
Motor Inmóvil del devenir.

2. De la estructura substancia-accidentes al Infinito de Perfección Absoluta

Un ente finito está compuesto de substancia y de accidentes. La substancia cuenta sólo


con un grado determinado de perfección, el que tiene por su naturaleza: la piedra sólo
tiene las perfecciones de una piedra y carece de todas las demás perfecciones del
universo. Además, por ser intrínsecamente limitada, necesita actualizarse y progresar
constantemente a través de múltiples perfecciones secundarias: los accidentes. Nada
finito y perfectible puede darse a sí mismo el grado de ser y las perfecciones de que
carecía antes de ser. También las primeras substancias del universo debieron recibirlas
de Alguien que no tuviera un grado de ser determinado, limitado, sino que fuera Infinito
y que no necesitara de perfeccionarse a través de accidentes por ser Perfección
Absoluta.

3. De la estructura materia-forma a la Simplicidad Absoluta

Cada substancia corpórea está compuesta de materia y forma. Ahora bien, nada que esté
compuesto puede componerse a sí mismo, porque no puede unir diversos principios
para constituirse a sí mismo en unidad. Necesita de un agente que una tales principios y
le haga ser lo que es. Mas no se puede llegar a una cadena infinita de agentes
compuestos que compongan a los demás, porque entonces no se explicaría quién
compuso al primer ente material. Alguien que no tuviera mezcla de composición debió
informar a la primera materia, el absolutamente Simple, totalmente inmaterial, porque
es Espíritu que contiene todas las perfecciones de todas las formas y las causó todas.

4. De la estructura ser-esencia al Ipsum Esse Subsistens

Porque ningún sujeto subsistente se identifica con su propio ser, todos somos
contingentes: existimos, pero podemos no existir. Todos nacen y mueren, se generan y
disuelven, heridos de una terrible fragilidad ontológica: nadie tiene derecho a la
existencia. Si existimos, es porque hemos recibido el acto de ser de otros. Ahora bien,

¿cómo pudo salir de la nada el primer acto de ser de la creación?

No por sí mismo: en tal caso, existiría antes de existir para darse su propio esse, lo cual
es absurdo. Sólo Alguien Necesario, no contingente, que no necesita de otros para
existir, nos pudo poner en la existencia, porque Él es la plenitud del Ser.

5. De la persona humana a la Primera Persona


La persona humana es el clímax de la creación, el mejor tipo de sujeto subsistente, un
valor absoluto en sí mismo por su dignidad ontológica. Pero toda persona humana
depende de otras para vivir y ninguna se ha dado a sí mismo su propia alma –su forma
substancial– por la cual es, potencialmente, de algún modo todas las cosas. ¿Quién pudo
haber formado al primer hombre y dar a cada uno su alma individual? Sólo una Primera
Persona Trascendente, cuyo Ser se identifique con su Pensar y Querer, que sea
Absolutamente Libre para crear a las personas humanas a su imagen y semejanza y así
participaran de su Personalidad.

B. La solución a la problematicidad de la experiencia humana

1. La Fuente de los Trascendentales

Es la persona humana la que viaja en el tren de la vida interrogándose por su


significado. Como es limitada, sólo puede admirar y disfrutar el paisaje de modo parcial
y en perspectiva. Por eso debe descubrir y ponderar gradualmente diversos aspectos de
la realidad reconocidos por analogía. ¿Cómo se percata el hombre de que hay una
jerarquía entre los entes? ¿Cómo descubre los grados de unidad, verdad, bondad, belleza
y relacionalidad entre los entes? Si hay un «más» y un «menos», debe haber un
«máximo». Si un caballo es ontológicamente mejor que una coliflor y ésta mejor que un
calcetín, entonces tiene que haber un Máximo, que sea punto de referencia, por el cual
«midamos» a todos los entes según participen de su perfección. Este Máximo es, pues,
el Princeps Analogatum de todas las perfecciones, la «hoguera» de cuya lumbre y calor
todos los analogados secundarios participan en mayor o menor medida, la Fuente de los
trascendentales: no es uno, verdadero, bueno, bello y relacional, sino la Unidad, la
Verdad, la Bondad, la Belleza y la Relacionalidad misma.

2. La Fuente de los ideales del hombre

Los hombres anhelamos la verdad completa, la dicha perfecta, amar y ser amados en
plenitud, vivir eternamente. Suspiramos también por una civilización de paz, justicia,
solidaridad, amor. Con este afán vivimos, sudamos, sufrimos día tras día tras el
horizonte inalcanzable. Pero, nada. Todos los hombres y culturas han perecido en el
intento. Por tanto, no fuimos nosotros los creadores de tales ideales, pues andamos tras
ellos como a tientas, sin saber dónde están y qué son en realidad, sin realizarlos nunca.
Alguien nos los ha inyectado desde la concepción, Alguien que es él mismo el Ideal
anhelado: la Verdad, la Felicidad, la Vida eterna, la Paz, la Justicia, el Amor mismo.

C. La solución a la problematicidad de la filosofía

1. De los agentes naturales a la Causa Eficiente Primera

Ningún ente finito es causa eficiente de sí mismo, porque entonces existiría antes de
existir, lo cual es imposible. Los agentes del siglo XXI han sido causados por agentes
anteriores y éstos, a su vez, por otros anteriores, hasta llegar al inicio del cosmos. Si se
quita la causa primera, se quitan los efectos posteriores. Ahora bien, el primer agente
natural tampoco pudo causarse a sí mismo; fue, por tanto, un efecto de una Causa
Incausada, que no fuera efecto de otra causa precedente. Siendo Causa de todas las
causas secundarias, es también la Causa Ejemplar Primaria de todas las formas
transmitidas.
2. Del ordenamiento natural o teleología a la Causa Final Última

Las cosas no obran al azar, sino intencionadamente. Mas, ¿cómo pueden las cosas que
carecen de inteligencia darse un fin a sí mismos y ordenarse para el bien del universo?
Tiene que haber Alguna Inteligencia que haya trazado un Designio sabio por el que
todas las cosas son dirigidas al fin intrínseco y extrínseco y al Fin último para el que
fueron creadas.

Conclusión

El análisis de la estructura de los entes del universo –potenciales, limitados,


compuestos, contingentes, imperfectos– nos desvela a su Autor: Acto Puro, Infinito,
Simple, Necesario, Primera Persona. La jerarquía de los entes en todos sus aspectos y
los ideales humanos nos conducen a la Fuente de todos los trascendentales e Ideal
Perfecto. El estudio de las causas eficientes y del orden teleológico del cosmos nos
revela a su Causa Primaria y Fin Último. El problema metafísico, entonces, tiene una
sola solución: existe un Absoluto Trascendente.

Términos clave

Absoluto Trascendente: el Ser que trasciende o «sobre-pasa» la realidad del universo y


de la experiencia humana, que contiene en sí todas las perfecciones y que por eso es
«in-dependiente de» (ab + solutum, «libre de») todo otro ente causado por Él mismo.

Autoevaluación

1. ¿En qué consiste la participación en sentido activo y en sentido pasivo? ¿Cómo se


relaciona esta distinción con las dos direcciones de la metafísica: ascendente (de los
entes relativos al Absoluto) y descendente (del Absoluto a los entes finitos)?

2. Indique algunas pautas para pasar de la estructura de los entes finitos al Autor de tal
estructura. Puede tomar el camino del devenir o movimiento (acto y potencia), de la
limitación intrínseca (substancia y accidentes), de la composición interna (materia y
forma), de la contingencia (ser y esencia), de la imperfección de la persona humana.

3. Muestre porqué la gradación ontológica de los entes en el universo, reconocida a


través de la analogía, nos conduce necesariamente a un Ser Máximo, que sea Princeps
Analogatum o Causa de todas los aspectos de los entes. Vea, además, porqué el hombre
no puede ser autor de sus propios ideales, sino que debe haber Alguien Perfecto que se
los haya dado.

4. Destaque algunas ideas para mostrar que los agentes naturales necesitan una Causa
Incausada para que todos puedan existir. Asimismo, muestre porqué los entes del
cosmos no han podido darse a sí mismos el fin para el que fueron hechos: lo recibieron
de la Inteligencia Perfecta.

Participación en el foro
1. Piense en algunas de las características de los entes finitos y del hombre que hemos
descubierto a lo largo del curso y haga una lista de atributos de Dios. Si las
características implican esencialmente imperfección, descubrirá los atributos divinos
por contraste; ejemplo: la creatura es compuesta y percedera; Dios es, por tanto, Simple
y Eterno. Si no implican necesariamente imperfección, entonces conocerá sus atributos
atribuyéndole a Dios el grado eminente de tal cualidad; ejemplo: las creaturas existen y
son buenas; Dios es, entonces, el Ser Subsistente y la Bondad infinita.

Tema 5.2: La relación entre Dios y nosotros

Objetivos

1. Argumentar cuál es el único modo como el Absoluto Trascendente podía causarnos.

2. Comprender cuál es el mejor y primer nombre de Dios, su Perfección característica,


y, por tanto, la razón de ser de nuestro ser: para qué nos ha creado.

A. El problema: ¿Cómo y por qué Dios nos ha causado?

La meditación sobre los principios, propiedades y causas del universo y del hombre nos
conduce a reconocer la existencia del Absoluto Trascendente como su Principio y
Fundamento. Pero no basta. No nos podemos quedar satisfechos con saber quién ha
hecho el tren y el paisaje. Eso es sólo parte del misterio. No nos revela aún todo el
sentido de la vida. Necesitamos saber cómo Dios organizó este viaje y porqué: ¿cuál es
el itinerario? y ¿para qué vivimos o viajamos? En otras palabras, ¿qué relación Dios ha
tenido, tiene y quiere tener con nosotros al meternos en este misterioso tren de la vida?

B. ¿Cómo nos ha causado Dios?

Si el mundo y el hombre fuéramos absolutos, sin depender de nadie, no seríamos tan


problemáticos o indigentes; tendríamos, por el contrario, todo la razón de ser en
nosotros mismos, nos bastaríamos a nosotros mismos para todo de modo necesario,
completo, perfecto. Pero dado que somos contingentes, imperfectos, compuestos,
finitos, en constante devenir, perecederos, con un grado limitado de ser, de unidad,
verdad, bondad, belleza y relacionalidad, causados y estructurados con un orden y un fin
recibidos, dependemos absolutamente del Absoluto Trascendente tanto en que somos
como en lo que somos. Dios, que es la Plenitud del Ser, no tiene ninguna necesidad de
nosotros. Si la tuviera, no sería Dios.

Necesitar complementarse o perfeccionarse con otros entes incompletos e imperfectos


significa ser uno mismo incompleto e imperfecto. Mas Dios es el Absoluto. Ser absoluto
quiere decir no depender de otro, ser sin nadie más. El Absoluto no es la totalidad de lo
que existe, porque el universo y el hombre existimos, pero nostros podríamos muy bien
no ser para nada. Nosotros, pues, dependemos totalmente del Absoluto: no le añadimos
nada a Él y cuanto somos proviene de Él mismo.

Si dependemos de Dios totalmente, entonces no llegamos a ser por emanación, o sea,


por derivación necesaria, como sostenían los neoplatónicos. No surgimos porque el
Principio no tenía más remedio que emanar otros entes. En tal caso, Él no sería de
verdad Absoluto ni trascendente, poque no podría existir sin nosotros y nosotros
existiríamos con la misma necesidad del Principio. Por consiguiente, la única relación
que un Absoluto trascendente ha podido tener con nosotros es una relación de creación.
Creación es, en efecto, la única relación de dependencia total. Crear significa hacer algo
de la nada. Las creaturas generamos y fabricamos, es decir, trans-formamos materiales
ya existentes. Dios, en cambio, puede crear: conferir todo aquello de lo cual están
constituidas las creaturas, haciéndolas, así, depender de Él en su esencia y existencia, en
su ser y devenir y en su mantenerse en el ser.

Precisamente porque no emanamos, no derivamos necesariamente de Él, no nos


necesitaba para nada, Él nos creó libremente: nos creó pero podía no habernos creado.
Crea porque es bueno y quiere compartir sus perfecciones. Crea porque quiere. Libertad
presupone inteligencia y voluntad, o sea, ser Personal. De ahí que tradicionalmente le
llamemos Dios.

En resumen, para el hombre y el universo, la existencia de un Absoluto Trascendente


implica una relación de dependencia total, o sea, de creación, y una relación de creación
conlleva la libertad de crear, la gratuidad de darnos el ser y lo que somos: el hecho de
ser auténticamente Dios (80).

C. ¿Por qué nos ha creado Dios?

Llegamos, por fin, a la cuestión más acuciante para determinar el sentido de la vida:

¿Para qué nos ha creado Dios: para qué viajamos?

Dios no obra por necesidad natural o por conveniencia. Libremente nos ha creado, pero
podía muy bien habernos «dejado» en la «nada». Entonces, ¿por qué se le ocurrió crear
al mundo y al hombre de la nada?

De su Perfección infinita proceden efectos determinados en conformidad con su querer


y entender. Los efectos se asemejan a sus causas. Nosotros, efectos de la Inteligencia y
Voluntad divinas, existimos en Él como inteligibles y deseables. Nos ha creado, pues,
porque nos ha conocido desde toda la eternidad y ha querido que existiéramos. Pero,
¿por qué nos ha querido?

Entre los aspectos o trascendentales del ente descubrimos uno que era, por decirlo así, el
«vínculo» o la «síntesis» de todos ellos: la relacionalidad. Un ente es en el grado y en la
medida en que se relaciona. A la luz de este trascendental se comprende que el hombre
sea la creatura más perfecta, el clímax y fin del universo: es persona, substancia
individual de naturaleza espiritual, o sea, sujeto capaz de relacionarse con todo lo que es
(el mundo, la humanidad, Dios). Al analizar la noción de persona humana, nos
percatamos, en efecto, que su constitutivo esencial o perfección característica consistía
en ser cuerpo y alma en relación.

Por tanto, Dios, que es la Fuente de los Trascendentales y la Primera Persona, se


presenta ante todo como Relacionalidad, o, si se prefiere, como Espíritu Relacional.
Todo en Él es espíritu, todo en Él es relacional.

¿Qué significa ser espíritu si no es ser inteligencia, voluntad y libertad?


¿Y qué significa pensar, querer y obrar libremente si no es relacionarse con el objeto
del pensar, del querer y del libre obrar?

Ahora bien, ¿cuál es el alma de esta Relacionalidad? ¿Por qué se relaciona Dios a tal
punto que su Esencia es Relacionalidad? Porque conoce y quiere con plena libertad, es
decir, porque ama. No hay relacionalidad más perfecta que la del amor, pues el amor
trasciende la división entre unidad y multiplicidad: amar es unirse al amado y ser, con
todo, distinto de él.

No hay constitutivo más perfecto de la personalidad que el amor: amar es conocer y


querer del modo más íntimo y penetrante, amar es ser uno mismo y el amado a la vez.

El amor es, por decirlo así, la «raíz» o «la razón de ser» del ser mismo, por dos motivos.
Por un lado, el amor constituye la forma más alta de vida, pues incluye conocimiento,
voluntad, libertad y felicidad; la vida, a su vez, es la forma más alta de ser. En cambio,
la noción de ser no incluye necesariamente las nociones de vida y de amor: hay muchos
entes que son, pero que no viven ni aman. La noción de amor, por contraste, no sólo
comprende la vida y el ser, sino que también los manifiesta, porque no se puede dar un
amante que no sea viviente y por tanto ente.

El principio del ser, por otro lado, solamente expresa un hecho: existir y ser el acto de
los demás actos. Dice sólo que se es, pero no porqué se es. No contiene en sí su propia
razón de ser. ¿Por qué es mejor el ser que la nada? A esta pregunta el principio del ser
no sabe responder más que con una tautología: porque se es. La pregunta crucial va más
allá del hecho: ¿cuál es el valor del ser, o sea, porqué es preferible a la nada?

Esta cuestión sólo tiene una respuesta satisfactoria: el amor. El amor «produce» el ser,
le da su sentido, su valor. Hay ser porque hay amor. El amor no tiene un absoluto que lo
englobe, no brota de un manantial más alto, carece de un fundamento. El amor es el
absoluto, su propia razón de ser, su mismo fin. El amor es expansivo por naturaleza,
quiere compartir su propia vida y perfección con otros, crea, se comunica, se da
espontánea y generosamente, busca que otros participen de él, hace florecer el ser en el
desierto de la nada. Amar es donarse gratuitamente.

Lo vemos en las cosas naturales: todas tratan de difundir su propio bien –de producir
cosas semejantes a sí mismas– en la medida en que tienen actualidad y perfección. Un
ente es, repetimos, en la medida en que se relaciona. Ahora bien, la raíz, la razón de ser,
el motor de la relacionalidad es el amor. Un ente es, pues, en la medida en «se dona».
Las cosas inorgánicas difunden pobremente su propio bien, de modo físico o químico.
Las plantas lo hacen, también, biológicamente. Los animales generan a otros de la
misma especie, expresan un afecto natural. Los hombres somos, además, capaces de
amar en sentido pleno de la palabra. Con mayor razón entra en la naturaleza de la
voluntad del Ser Subsistente, suma actualidad y suma perfección, el comunicar a los
demás, en la medida de lo posible, el bien poseído.

El amor explica, entonces, la jerarquía de los entes. Las creaturas son en cuanto
participan del amor divino y son capaces de corresponder a ese amor. Los entes
infrahumanos son amados en diverso grado como medios para el hombre, y no pueden,
propiamente, amar: sólo relacionarse en diversos niveles. Nosotros, por el contrario,
somos las únicas creaturas terrestres que participamos directa, esencialmente del
Manantial del Amor, es decir, que han sido amadas por sí mismas, y que podemos amar,
donarnos, corresponder a ese amor, consciente, libre, generosamente (81).

Por tanto, el primer y mejor nombre de Dios es el Amor. Él es ante todo y sobre todo el
Amor mismo Subsistente. Es puro amor, capaz de amar gratuitamente, sin buscar
conveniencias. Las creaturas existimos porque fuimos primero amadas. Sólo después
podemos, en la medida en que fuimos amadas, corresponder al Amor. Dios, en cambio,
ama antes de ser amado y sin necesidad de serlo; ama sin límites, sin recibir nada
primero, sin esperar nada a cambio. Porque es Amor, es en sí mismo Relacional (uno y
trino). Porque es Amor, se relaciona con los entes que crea, donándose, haciéndoles
partícipes de su amor. Porque es Amor, ha creado al hombre a su imagen y semejanza,
capaz de amar, invitándole a conversar con Él en el amor y a gozar de su vida divina.

¿Por qué nos ha creado Dios?

¿Para qué viajamos en el tren de la existencia?

¿Cuál es el sentido último de la vida?

La respuesta se condensa en una sola palabra, la más simple y preciosa, la más rica y
profunda, la que engloba todas las realidades, la que abraza el origen y el fin último de
todo, la que revela el sentido y el valor del ser, la única palabra que se explica por sí
misma, la única que significa el absoluto, la que expresa el misterio de los misterios, la
palabra más inefable, más divina, eterna, la palabra de todas las palabras: el amor.

Conclusión

Como Absoluto Trascendente, Dios no tiene necesidad de causar a otros entes y por
tanto no se da en Él emanación o derivación necesaria; causa libremente, creándolo todo
de la nada.

Ahora bien, ¿por qué crea? Siendo Él la Primera Persona y la Relacionalidad misma, su
Perfección característica es el Amor, que es la «raíz» o «la razón de ser» del ser. Dios
es, pues, el Amor mismo Subsistente, que crea porque ama y, en la medida en que ama,
los entes son. Al hombre, la única creatura del mundo que ama por sí misma, le crea
para donarse gratuitamente, hacerle partícipe de su misma vida en una conversación de
amor.

Términos clave

Creación (ex nihilo): la producción de una cosa de la nada, o sea la producción de su


individualidad y de la materia de la que está compuesta (productio rei ex nihilo sui et
subiecti).

Emanación: doctrina elaborada explícitamente por el neoplatonismo según la cual los


entes proceden o derivan espontánea, natural y necesariamente de la exhuberancia y
sobreabundancia del Principio de la realidad. Se contrapone manifiestamente a la idea
de creación libre.
Notas bibliográficas

80) Como se sabe, el concepto de creación no fue elaborado por la filosofía, sino que
entró en la cultura antigua con la Biblia. A partir del dato bíblico fue apropiado y
desarrollado racionalmente por los primeros filósofos hebreos (Filón de Alejandría) y
cristianos (los apologetas, los Padres de la Iglesia, san Agustín) y más tarde por las
filosofías árabes y cristianas del Medioevo y posteriores. Los filósofos paganos que
reconocieron a un Dios personal consideraron, por lo general, que el mundo existía
independientemente de la acción divina (así Aristóteles). Platón fue el autor que más se
acercó a un concepto de creación en el Timeo: la materia existía eternamente, pero Dios,
el Demiurgo, modeló las cosas naturales y a cada uno de los hombres, porque, siendo
Bueno, quiso (¦βουλήθη) que todas las cosas se asemejaran a Él de modo más perfecto.
No se trata, pues, de una creación ex nihilo, sino de un «semicreacionismo». Por
contraste, el concepto de emanación parece informar implícitamente las metafísicas de
los Presocráticos. Lo elaboró de modo explícito, como reacción contra el concepto
bíblico de creación, el neoplatonismo pagano (Plotino, Porfirio, Proclo) y otras
filosofías posteriores (Avicena). Cabe decir, con todo, que la razón humana no
encuentra un modo más lógico de descubrir a Dios Trascendente como Fundamento del
mundo, que reconociéndolo como Creador de todo.

81) En la introducción a esta unidad distinguimos entre participación en sentido activo –


comunicar parcialmente algo– y en sentido pasivo –recibir parcialmente algo–. Dado
que el amor es la raíz, el motor, el origen y fin de toda participación por parte de Dios,
podemos considerar la misma distinción desde el punto de vista de él: el amor en
sentido activo consiste en que Dios-Amor se dona a Sí mismo a la creaturas
«parcialmente», en diferentes grados y medidas (fase ontológica descendente: de Dios a
las creaturas); el amor en sentido pasivo se refiere al hecho de que las creaturas surgen
como don, fruto del amor divino participado en diversos grados y medidas (fase
ontológica ascendente: de las creaturas a Dios). Cuanto más ame Dios a una creatura
(amor en sentido activo), tanto más participará de sus perfecciones divinas (amor en
sentido pasivo). Asimismo, cuanto más sea una creatura capaz de amar activamente,
tanto más ha sido y puede ser pasivamente amada.

Autoevaluación

1. ¿Por qué no basta admitir la existencia de Dios para dar sentido a la vida?
2. ¿Por qué Dios no puede verse forzado a causar y, por lo mismo, a emanar otros seres?
3. ¿Qué significa crear y qué relación establecemos nosotros con Dios como creaturas?
4. ¿Por qué motivos decimos que el amor es la «raíz» o «la razón de ser» del ser?
5. ¿Qué analogía con las creaturas y qué propiedad del ente nos lleva a considerar a
Dios como el Amor mismo Subsistente?
6. A la luz del amor «pasivo» y «activo», ¿cuál es la jerarquía de los entes?
7. ¿Por qué el hombre es diverso de las creaturas infrahumanas? ¿Para qué fue creado?

Participación en el foro

1. Aplique la tesis final de metafísica a la ética individual y social. Si el hombre es un


ser que Dios ama por sí mismo, ¿cuál es su dignidad ontológica y su diferencia con las
creaturas infrahumanas? ¿Cómo debe el hombre amar a Dios sobre todas las cosas y
realizarse en el amor? ¿Cómo debemos poner el amor en la base de las leyes,
costumbres, tradiciones, cultura, relaciones sociales? ¿Qué consecuencias en el campo
de la moral tiene el axioma augustiano: amor meus, pondus meum («mi amor es mi
peso»)? ¿Qué consecuencias tiene para formar la civilización de la justicia y del amor?

Conclusión: Pasajeros llenos de sentido

El día 22 de diciembre de 1849 iniciaba el invierno en Rusia y en el alma de Fiódor


Mijáilovich Dostoievsky. Pensaba que su vida caería definitivamente, como un copo de
nieve, para no levantarse más. Afortunadamente, no fue así. Le esperaba la primavera
siguiente para nacer a una vida nueva, con sentido. Dostoievsky comprendió que no
podemos dar la vida por descontado: vivir es un enigma que debemos descifrar.
Escribió algunas obras para deletrear algo de este misterio.

Nosotros, como el novelista ruso, hemos tratado en nuestro curso de valorar el milagro
de vivir como si recibiéramos de nuevo la vida tras un indulto inesperado, como si nos
despertáramos de pronto en un tren rápido. ¿Qué significa vivir? ¿Qué sentido tiene este
viaje: de dónde venimos y a dónde vamos?

Mientras no concentremos nuestras energías en desvelar la incógnita del viaje, nuestra


condición de pasajeros será inmensamente amarga, desabrida, aburrida, fastidiosa,
angustiosa, sobreabundando en «crisis de sentido».

¿Cómo disfrutar un trayecto del cual ignoramos su itinerario, procedencia y


paradero?

Nos urge descubrirlo a través de la fe y de la razón metafísica y nos apremia ayudar a


nuestros compañeros de viaje a hacer otro tanto.

Tomamos el curso de metafísica como un medio entre otros para alcanzar un objetivo
tan eminente. Quisimos detener por un tiempo nuestros quehaceres ordinarios para
conversar sobre el significado de este viaje.

Redescubriendo la dimensión sapiencial de la filosofía de búsqueda del sentido último y


global de la vida, ante la crisis de fe y de razón de nuestra época, elaboramos un nuevo
tipo de «discurso sobre metafísica»: un discurso que se enfoca en «el problema
metafísico» de la realidad, como resultado de una «búsqueda existencial» que
compromete toda la personalidad, con un «sentido de comunidad» porque se concentra
en la dimensión interrelacional de la realidad y en el diálogo entre nosotros, y que apela
a la vida de los pasajeros en la presentación de los problemas específicos del «gran»
problema: lo que nos rodea (el viaje), o sea, el mundo y la experiencia humana (el
paisaje y las vivencias en el tren), ¿constituye toda la realidad o hay algo más que lo
trasciende y fundamenta?

Comenzamos, lógicamente, preguntándonos sobre el sentido de la metafísica: ¿tiene


sentido la pregunta por el sentido de la vida?
Como ciencia humana la metafísica es posible, legítima y válida, porque cuenta con sus
propios objetos, material y formal: afronta la cuestión insoslayable, ineludible en la vida
de cada hombre, el problema metafísico:

¿Dónde está el Absoluto, en el universo o más allá de él?

En la teoría y en la práctica los hombres sólo podemos responder fundamentalmente de


dos maneras: el orbe es toda la realidad (inmanencia) o ha sido causado por Alguien que
lo sobrepasa (trascendencia). La respuesta se habrá de definir a la luz del principio de
no-contradicción, que es el primer principio de los entes, del conocimiento y de la
mente: si la metafísica de la inmanencia es contradictoria, entonces la metafísica de la
trascendencia es verdadera.

Estudiamos primero el aspecto objetivo del problema:

¿Es el cosmos todo lo que es?

Descubrimos que los entes del mundo son sujetos subsistentes estructurados por varios
principios: acto y potencia, substancia y accidentes, materia y forma, esencia y esse. El
universo resulta ser, por tanto, intrínsecamente problemático, ya que una realidad en
constante devenir, mejorable, compuesta, limitada, perecedera y contingente, no puede
ser la realidad absoluta, autónoma, autosuficiente; no puede actualizarse a sí mismo,
darse el ser, contener en un estado potencial todas las perfecciones del futuro, porque
entonces la potencia sería ya acto, el ser «aún no» se identificaría con el ser «ya», el no-
ser con el ser, a la vez y en el mismo sentido, o sea, contradictoriamente.

Al analizar el aspecto subjetivo del problema –¿es la experiencia humana todo lo que
es?–, nos percatamos que los puntos de vista con que experimentamos las propiedades
de la realidad o trascendentales son siempre parciales y limitados. La experiencia
humana es, pues, substancialmente problemática. Aun siendo persona, cada hombre es
también mutable, perfeccionable, mortal. No puede autofundarse.

Finalmente, el aspecto sintético del problema –¿son las causas naturales todas las causas
de la realidad?– nos muestra que la filosofía, búsqueda de las causas últimas de todo, es
problemática por naturaleza, pues toma conciencia de que todos los entes
intramundanos son problemáticos. Ni el mundo ni el hombre pueden causarse a sí
mismos y darse a sí mismos el fin de su existencia.

Por tanto, si la propuesta de las metafísicas inmanentísticas –el intento de absolutizar la


naturaleza, la materia o el espíritu en devenir– se contradice, entonces la única solución
adecuada al problema metafísico consiste en admitir la existencia de un Absoluto
Trascendente, que sea Acto Puro, Inmutable, Perfecto, Simple, Infinito, Necesario,
Personalidad que fundamenta la personalidad del hombre, Fontanar e Ideal del ser uno,
verdadero, bueno, bello y relacional, Origen y Fin de todo el cosmos. Por ser Absoluto,
o sea, independiente de todo lo demás, es totalmente Libre. Nosotros, por tanto,
dependemos absolutamente de Él, no derivamos o emanamos por necesidad natural.
Fuimos creados de la nada por Aquel que es Inteligencia y Bondad infinitas, la
Relacionalidad misma, el Dador de todo bien, el Alfa y el Omega: el Amor mismo
Subsistente.
Hasta aquí el «discurso sobre metafísica», hasta aquí la conversación sobre el paisaje,
las vivencias en el tren, el itinerario, la procedencia y el paradero de nuestro viaje. Se
cierra el libro de texto para abrir paso a la vida del texto. Se terminan las doctrinas para
estimular el modo de vivirlas. Se acaba el «discurso sobre metafísica» para iniciar la
«metafísica misma». Se concluye la conversación sobre el viaje para aprovechar el
trayecto del mejor modo con la mirada fija en el destino final. Se encuentra el sentido de
la vida para dar sentido a la vida.

La «metafísica misma» depende de la libertad de cada uno. Usémosla bien para


experimentar de nuevo, como Dostoievsky, el milagro de vivir. Al fin y al cabo,
recibimos la vida como un don, inesperadamente; empezamos a viajar sin que lo
hubiéramos pedido.

No nos contentemos con viajar por viajar. Busquemos y encontremos el sentido de la


vida y ayudemos a nuestros compañeros de viaje a buscarlo y encontrarlo.

Conformemos nuestra vida según la verdad: fuimos creados por amor por el
Amor. Seamos, pues, «pasajeros llenos de sentido».

Próximo Lunes 30 Julio despedida y Solicitud del diploma del curso

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