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Diego Román
Diego Román
Leo ageusia. Yo soy del otro clan, el de la anosmia. Mi gusto es quien me salva. Y aquí
hay sabor a menta, y sabe a veces bien y a veces mal, y tiene sabor las dos veces. De
todos modos, nada es como debiera o como aparenta ser. De eso creo que se trata.
Por eso el interés por los restos, los cuerpos diminutos, los atroces misterios
cotidianos.
También por los abuelos. Ellos se sentían orgullosos, ellos saltan ese eslabón que tanto
duele. Hay, eso sí, un padre levemente ingenuo, y por eso también levemente
admirable. Como si, por una vez, no hiciera falta dar el salto. Pero la familia siempre es
una trampa. Y la mayor de todas, como bien dices, es edulcorarla con las notas, con
las buenas notas. Quizá los niños con buenas notas son los que han guardado para sus
padres las palabras más duras.
Se te mueren vidas y gentes y animales, pero sabes muy bien que todo es lo mismo, y
ese cristal cerrado no nos deja a ninguno escapatoria. La muerte sí que es un principio
activo. Ojalá se quebrantase ese vidrio. Pero se quebrantan los cuerpos.
Yo no sé si alguna vez yo he sido también uno de esos listos. Casi seguro. Pero ¿de
qué nos ha valido? No es sólo que hayamos aprendido a renunciar a tantas cosas (eso
parece ser la edad adulta), es que no entendíamos. No supimos ver el único
argumento de la obra. Y quizá por eso sentimos que nadie nos preparó de verdad para
la vida.(¿O hubiera bastado con estudiar estadística?).
Me quedo, finalmente, con los gatos. Porque has de saber que los adultos siguen
llamando pájaros a todas las criaturas aladas que tienen su propio nombre.
En ese sentido, y desde el fondo de tanta verdad como hay en tus poemas, los gatos
engañan menos. Y además, tienen siete vidas.