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Reseña Cinco Horas con Mario

MARTA CARROZA DIÉGUEZ 2 BACH F


A diferencia de lo que piensan muchas personas a mi tierna edad (tal y como diría
Gema, mi profesora de Lengua y Literatura), no hay momento más rico que aquél que
podemos encontrar entre las páginas de un libro de las famosas y tan rehusadas lecturas
obligatorias. Donde otras personas encuentran palabras impuestas, yo
deposito mi ambición por conocer aquello que nuestros cuerpos nunca serán capaces de brindarnos y sí, de forma
mágica, los libros, esto es, la capacidad de acceder y ser conocedor de un pensamiento, una mentalidad, una
visión, una conciencia..., diferente a la nuestra y, a la vez, ser capaces de vernos reflejados en ella y concebirla
como nuestra al sentirnos identificados. La capacidad de, a través de nuestra empatía, desvincularnos por unos
momentos de nuestras vidas para vivir otra y llevarla con nosotros tal y como si hubiera sido nuestra. La
capacidad de registrar todo esto de forma física y con ello hacerlo inmortal. La oportunidad, en definitiva, de
tener a nuestra disposición varios mundos: el que estamos creando y el personal. Cuando leemos literatura leemos
personas, leemos vida. Eso es a lo que llamamos arte. Aquellos que rehúyen de esas lecturas obligatorias por sus
prejuicios desprecian esa oportunidad.
Quiero demostrar, a través de mi voz como alumna, que, más que los
apuntes, son los escasos contactos directos que tenemos durante el curso
con estos libros los que enseñan literatura.
Y aprovechar para agradecer a mi profesora por haberme descubierto la
literatura de una manera en la que nadie nunca me ha conseguido brindar,
por haberme enseñado en cada clase a escuchar lo que la literatura nos
tiene que decir y por pensar siempre en darnos esa oportunidad de intimar
con la literatura, pues de ella nace el descubrimiento del arte que se
encuentra en Cinco horas con Mario.
El 7 de mayo de 1966, en carta a su editor, Josep Vergés, Miguel Delibes
incluye estas dos líneas: "Estoy terminando mi nueva novela Cinco Horas con
Mario. Creo que podré mandártela el mes que viene."
Acabamos de presenciar los primeros pasos de una novela distinta.
Nos acercamos a ella exclusivamente a través de un monólogo cuya
aparente intención es aguardar desesperadamente la imposible respuesta de
un cadáver que Carmen nos presenta y que convierte en protagonista de
esta historia.
¿Quién diría que un texto narrativo puede engendrar tanta riqueza literaria valiéndose de vastas palabras, de una
lengua coloquial pronunciadas por una mujer de clase media como Carmen? Y es que es su propia limitación la que
nos lleva a un mundo de una mentalidad opuesta que, con una vitalidad disimulada, se abre paso entre las cadenas
de la censura; censura en la que Delibes deposita la personalidad de su obra, convirtiéndola no sólo en una
herramienta de trabajo para la creación de su novela, sino que crea en ésta su propia esencia, su propio sentido, que
no podría haber sido compatible si a Mario se le hubiera perdonado la vida.
Toda una crónica de la España franquista que con viveza se muestra en el grabado de cada palabra, venciendo así el
paso de su tiempo al conservarse el recuerdo entre sus hojas. Es así como Cinco horas con Mario pasa a la historia
demostrándonos con esto el vigor con el que la literatura sobrevive incluso en los momentos en los que pretende
ser enmudecida, pues rara vez se ha esquivado la censura tan hábilmente como Delibes ha logrado; cómo las
palabras, en vez de los ojos, se convierten en la ventana no sólo del alma, sino también de la conciencia; cómo la
literatura es exponente de la máxima expresión humana y espejo de todo acontecimiento, presente no sólo en la
libertad de quien la escribe sino también del que la lee y de quien es capaz de sentirla.
Es así como Cinco horas con Mario pasa a la
historia demostrándonos con esto el vigor
con el que la literatura sobrevive incluso en
los momentos en los que pretende ser
enmudecida, pues rara vez se ha esquivado
la censura tan hábilmente como Delibes ha
logrado; cómo las palabras, en vez de los
ojos, se convierten en la ventana no sólo del
alma, sino también de la conciencia; y cómo
la literatura es exponente de la máxima
expresión humana y espejo de todo
acontecimiento, presente no sólo en la
libertad de quien la escribe sino también del
que la lee y de quien es capaz de sentirla.

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