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9 pasos para Amar Más según la Teología del Cuerpo
Nihil obstat: P. Paul Lara, L.C.
Imprimatur: Mons. José María de la Torre Martín, obispo de
Aguascalientes.
Primera edición: octubre, 2018.
© P. Adolfo Güémez Suárez, L.C.
© Legionarios de Cristo, A.R.
ISBN: 9781729431337

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Impreso en México
Printed in Mexico
Reservados todos los derechos. Queda totalmente prohibida la
reproducción, registro y transmisión total o parcial de esta publicación
por cualquier medio físico o electrónico, sin previa autorización por
escrito del autor.

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¡Venga tu Reino!

Dedicado a María, nuestra Madre del cielo.


Ella llevó en su cuerpo el mismo Cuerpo del
Hijo de Dios.
Esto fue posible porque antes lo llevó en su
corazón.

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«El deseo de Dios está inscrito en el corazón del
hombre, porque el hombre ha sido creado por
Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al
hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el
hombre la verdad y la dicha que no cesa de
buscar.»
Catecismo de la Iglesia Católica n. 27

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Í
Presentación
Introducción: Todos queremos ser felices
Somos seres sedientos
Nuestras decisiones
¿Qué buscamos?
¿Y tú?
Primer paso: Reconoce el deseo
Anhelo doloroso
El deseo se llama eros
Ídolos e iconos
Preguntas para dialogar
Segundo paso: Escoge cómo quieres llenar el vacío
1ª Propuesta: La huelga de hambre
2ª Propuesta: La comida chatarra
3ª Propuesta: El banquete de bodas
Preguntas para dialogar
Tercer paso: Conoce tu diseño
Dios nos pensó plenos
Errores acerca de nuestro cuerpo
¿Qué es la Teología del Cuerpo?
¡Una invitación a amar como Dios ama!
Preguntas para dialogar
Cuarto paso: Reconoce tus grietas
Significado esponsal del cuerpo
Lo que rompe este significado
Sentirnos queridos por quienes somos
Y ahora, ¿quién podrá ayudarnos?
Preguntas para dialogar
Quinto paso: Déjate ayudar
¿Un corazón culpable?

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El amor erótico
El cuerpo y el eros
¿Qué es la redención del cuerpo?
Cambios que hay que dar
No dejemos de luchar
Preguntas para dialogar
Sexto paso: Purifica tu corazón
Un corazón hecho sólo para amar
Un corazón necesitado de purificación
Pudor
Un mundo ideal
Preguntas para dialogar
Séptimo paso: Asume y redime tu dolor
El dolor, una realidad
Algunos dolores espirituales
¿Qué hacer frente al dolor?
Los frutos del dolor redimido
Preguntas para dialogar
Octavo paso: Dedícate a amar
Amar como Dios ama
Amenazas a este amor
Amor a mí mismo
El amor al prójimo
Confiar sólo en Dios
Preguntas para dialogar
Noveno paso: Déjate amar
La escuela donde aprendo a amar
¡No soy capaz de lograrlo!
¡Este es mi cuerpo!
Dejarse amar, dejarse abrazar
Preguntas para dialogar
Epílogo: El anhelo de algo más...
Agradecimientos

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Glosario

7
P
«Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.» Juan 1,14

¿Lo crees?... entonces este libro es para ti.

Un santo de quien muchos recordamos su voz, Juan Pablo II, nos dejó un
regalo enorme – desenvolverlo te llevará toda tu vida, pero te aseguro
que es apasionante descubrir la maravillosa historia de amor que Dios
quiere escribir contigo – sí, contigo.

Recién desempacada de Tierra Santa, en donde tuvimos la alegría de


saborear las catequesis de San Juan Pablo II, recibo la propuesta del
Padre Adolfo en un voice note: «Acabo de escribir un libro: Los 9 pasos
para amar más, según la Teología del Cuerpo, ¿quiere hacer una
introducción?»

En Tierra Santa conocí dos mares: el mar de Galilea y el mar muerto. El


mar de Galilea, llamado también Lago de Tiberíades, es un lago hermoso
que recibe y da agua desde el río Jordán. Está lleno de peces y de vida.
En él navegó Jesús e hizo milagros. En cambio, el mar muerto sólo
recibe agua, pero de él no sale ninguna corriente. Está debajo del nivel
del mar. Es tan salado que puede llegar a hacer daño. No hay peces en él,
no hay vida en él.

Esta experiencia me ayudó a comprender la teología del cuerpo. El Mar


de Galilea hace referencia a la grandeza de recibir y dar. El Mar muerto
hace referencia a la tristeza de sólo recibir, como lo menciona el padre
Adolfo en el sexto paso, purifica tu corazón.

El mar de Galilea es fuente de vida, es el origen de nuestra identidad


cristiana, porque ahí vivió, predicó, sanó, liberó, amó… quien ES LA
respuesta que anhelas, CRISTO. El dejó la casa de su Padre para
quedarse contigo en la Iglesia, para enseñarte dónde y cómo beber el
agua que sacia.

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La fuente del agua que sacia es Dios.

Justo en ese río, el río Jordán que alimenta el mar de Galilea es en donde
la Trinidad se manifestó: «En aquellos días, Jesús llegó desde Nazaret
de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. Y al salir del agua, vio
que los cielos se abrían y que el Espíritu Santo descendía sobre él como
una paloma; y una voz desde el cielo dijo: “Tú eres mi Hijo muy
querido, en ti tengo puesta toda mi predilección”.» Marcos 1,9-11

El día de tu bautismo recibiste a quien es desconocido por muchos


cristianos porque no se ve, porque no lo tocas – porque no es cuerpo,
porque es Espíritu y desea, si tú le dejas, enseñarte cómo ama Dios, a
amar como Dios ama y ser santo.

Y te hago una segunda pregunta: ¿Habita en ti?

Bajo el título «Todos queremos ser felices», el padre Adolfo cita a san
Juan cuando Jesús grita: «Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba.»

Es verdad, tienes sed de ser amado, mirado, aceptado… valorado, y no es


nada sencillo en el mundo que está bastante seco.

Entonces, ¿dónde y cómo saciar la sed?

En la fuente, en el manantial de la vida – en tu origen.

«Y Dios creó al hombre a su imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó


varón y mujer.» Génesis 1, 27

Y Dios te creó a ti a su imagen, te creó varón. Y Dios te creó a ti a su


imagen, te creó mujer.

Tu creación como mujer o como hombre, es ser imagen de Dios.

Dios es AMOR. Tu origen es el Amor.

Cuando el Verbo se hizo carne nos reveló un gran misterio que responde
y sacia el mayor anhelo escrito en el corazón de todos: Somos hijos

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amados de Dios, somos sus creaturas, le necesitamos… como el aire o el
agua para sobrevivir.

Dios es Padre, Dios es Hijo y Dios es vida y amor… es Espíritu Santo


– es comunión.

«Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como
yo los he amado.» Juan 13,34

¡Por eso tienes esa sed, ese deseo de ser amado y amar… porque un
mandato es alianza, le perteneces a Dios, Él es tu creador!

Deseas reconocerte como hijo amado.


Deseas amar esponsalmente como Cristo te ha amado.
Deseas ser fecundo, dando vida con tu vida – y sólo puedes darla desde
el dador de vida, el Espíritu Santo.

Y por eso irrumpes en la historia como gota de agua – y tienes dos


opciones: vivir amando desde la libertad o vivir en el egoísmo desde la
esclavitud. Cada día vivimos una batalla espiritual. En esta batalla
puedes ser dueño de ti mismo, maduro para responder, dar un sí para
siempre, vivir en plenitud esponsal y fecunda… que sólo es posible con,
en y desde LA fuente, Dios. O puedes también secarte. Depende de ti.

Las catequesis de San Juan Pablo II detonan una gracia a quien se


atreve a abrir el corazón y se deja tocar: ¡no tengas miedo de abrirle el
corazón al único capaz de saciar tu sed de verdad, de esperanza y de
Amor – a DIOS, el único capaz de hacer nuevas todas las cosas!

Lee cómo a un hombre que es sacerdote, con 23 años de formación –


retiros, ejercicios espirituales, cursos, extraordinarios profesores y
directores espirituales, que conoció cara a cara a San Juan Pablo II – le
bastó la sed para descubrir en dónde está la fuente.

¿Quieres aprender a amar cómo Dios ama y probar lo que será el


cielo?
Donde está el Verbo habita el Padre y el Espíritu Santo…
y donde están ellos, está María.
Déjales morar, habitar siendo una sola carne en tu corazón…
sólo así podrás amar a los demás como deseas ser amado.

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Lorea Iturrioz de Bringas
Amor Seguro

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I :T

Me gustaría comenzar con un fragmento de la Palabra de Dios, de esos


que Jesús dirigió al corazón:

«El último día de la fiesta, el más solemne, Jesús puesto en pie,


gritó: “Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba. El que cree en
mí, como dice la Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva.”»
Jn 7,37-38

Esa frase nos la dirige Jesús a nosotros. No como cualquier mensaje. ¡Es
uno muy especial! ¡Es EL MENSAJE!

¡Quería que nos diéramos cuenta de que Él es la única respuesta a


nuestra sed! Por eso dice san Juan que «gritó».

S
Recuerdo muy bien una tarde de verano. Había terminado 2º de
preparatoria y estaba disfrutando de las vacaciones.

Me reuní con dos amigos, necesitábamos hablar de muchas cosas que se


nos venían en este último año de prepa. Así que, junto con unas cervezas
muy frías y excelente música, comenzó el momento que todos
esperamos: el de arreglar el mundo.

Pero ese día fue distinto. No nos quedamos en lo que otros tenían que
hacer, sino que llegamos a tocar los motivos que a nosotros nos deberían
mover a actuar:

– ¿Ya decidiste por fin qué vas a hacer después de prepa? – me preguntó
Javier.

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– Pues sí, creo me voy a ir un año de misionero, y después voy a estudiar
contabilidad.
– ¿Y después qué harás?
– Pues trabajar en un buen despacho…
– ¿Y para qué?
– Pues para tener dinero, ahorrar y poder casarme.
– ¿Y luego?
– Luego, pues tener hijos y darles al menos lo que a mí me dieron mis
papás.
– ¿Y cuando se vayan?
– Disfrutar de la vida con mi esposa, aprovechar a los nietos…
Hasta que llegó la pregunta final:
– ¿Y después qué?
Fue esa última pregunta la que me hizo realmente reflexionar:
– Y luego… encontrarme con Dios.

¡Nada de lo que había dicho incluía a Dios! ¡Lo daba por hecho en todas
las decisiones, pero de ninguna manera lo tenía presente!

Fue entonces cuando comenzamos a pensar que todo lo que hiciéramos


tenía que llevarnos al cielo. No como miedo a la condenación en un
infierno eterno. ¡Esto era distinto! Aquí el cielo se nos presentaba como
un anhelo, como un deseo, como una meta, ¡la razón de nuestras vidas!

En definitiva, nos dimos cuenta de que lo que nuestro corazón anhela


es la felicidad plena, total, sin límites. ¡Y esto sólo lo encontraremos
allá!

N
Querido(a) lector, ¿qué es lo que te mueve a levantarte a diario de la
cama, a seguir viviendo, a decidir cada cosa, a actuar de tal o cual
manera?

¿Dios? ¡Claro que sí, Dios! Pero antes que eso, Él puso en nuestro ser el
deseo de ser felices.

¡Hay en nuestro corazón un deseo gigante de serlo! ¡Es como un vacío


que queremos llenar a toda costa!

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«La aspiración a la alegría está grabada en lo más íntimo del ser
humano. Más allá de las satisfacciones inmediatas y pasajeras,
nuestro corazón busca la alegría profunda, plena y perdurable, que
pueda dar “sabor” a la existencia.»
Benedicto XVI[1]

De tal manera que no hay nada de lo que hacemos que no sea para lograr
este objetivo: ser felices.

Piensa en lo que sea: desde mandar un mensaje, hasta ir a un retiro;


desde asistir a una fiesta, hasta escoger qué carrera estudiar.

Todo, absolutamente todo lo que decidimos, lo hacemos pensando en


ser un poco más felices.

Esto no se llama egoísmo, se llama naturaleza humana. Obviamente que


podemos equivocarnos y buscar la felicidad donde no está, siendo
egoístas y aislándonos de los demás y de Dios. Pero el problema no está
en el deseo, está en cómo lo estamos llenando.

¿Q ?
¿Sabes cuáles son las primeras palabras que Jesús pronuncia en el
Evangelio de San Juan? Éstas:

«¿Qué buscan?» Jn 1,38

Traduciendo, Jesús les preguntó a ese par de jóvenes: ¿Por qué están
aquí? ¿Por qué tienen amigos? ¿Por qué están enamorados? ¿Por qué
estudian o trabajan? ¿Por qué quieren tener dinero? ¿Por qué quieren
vivir sanos?

El problema no es buscar la felicidad, el problema es qué es la felicidad.

Estos dos discípulos estaban buscando algo o, más bien, «¡Alguien!» que
les llenara en plenitud.

Estaban con Juan Bautista porque pensaron que ahí lo encontrarían. Pero
en cuanto escucharon al mismo Juan decir que ahí estaba el Cordero de
Dios, simplemente lo siguieron.

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Por eso le responden: «Rabbí – que quiere decir “Maestro” – ¿dónde
vives?» Jn 1,38

Vieron algo especial en Él, y no querían perderlo. Querían estar con Él,
querían vivir para siempre con Él. Porque cuando uno encuentra a
alguien valioso, no quiere separarse de esta persona. ¡Quiere estar
siempre con ella!

Jesús también los amaba, también anhelaba su compañía, su presencia.


Así que les respondió: «Vengan y verán.» Jn 1,39

Fueron. Lo vieron. Y se quedaron con Él.

Así, inician una vida de aventura, de comunión, en la que cada día su


corazón se irá llenando más y más, donde ese deseo profundo del
corazón será satisfecho de una manera siempre plena, y, a la vez, siempre
creciente.

¿Y ?
Todos somos buscadores. Todos estamos sedientos. Hemos buscado
por todas partes. ¡Y nadie parece tener la respuesta!

Hoy te escribo para sugerirte que si no la has encontrado, seguramente se


debe a que antes no te has dejado encontrar por Dios. Porque Él tiene el
agua de la que está sediento tu corazón.

En las páginas que siguen vamos a ver cómo ese Dios – desde los
primeros instantes de la creación del género humano, hasta el momento
en que nos dio vida a cada uno de nosotros – nos ha dejado claro todo lo
que necesitamos para ser felices y los medios para lograrlo.

Lo haremos caminando de la mano de un santo que, antes de serlo, fue


también plenamente humano: Karol Wojtyła, san Juan Pablo II.

Él, con su Teología del Cuerpo, ha desentrañado para nosotros el


hermoso plan de felicidad y plenitud que Dios escribió en cada uno de
nosotros. ¿Quieres descubrirlo?

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P :
R

El deseo de felicidad que


llevamos dentro

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¿Qué es lo primero que hace un bebé cuando nace? ¡Llorar! Si no,
pregúntenles a esas mamás llenas de amor, pero también de ojeras. ¿Y
cuándo deja de llorar? La respuesta inmediata es: cuando come. Pero la
verdadera es: hasta el último día de su vida.

Porque, en el fondo, siempre tenemos algo que anhelar. El llanto no es


sino la manifestación de un vacío que queremos llenar. Por eso lloramos,
física o espiritualmente, pero siempre lloramos. Y lo hacemos porque por
más que tengamos cosas, amigos, familia, trabajo, salud, dinero…
siempre hay algo que nos hace falta.

A
Este deseo de felicidad es el anhelo profundo de algo que promete llenar
un vacío. A mí me gusta llamarlo «anhelo doloroso»: porque si, por un
lado, me mueve a desear algo; por otro, me duele el aún no tenerlo.

Este anhelo doloroso, cuando está sano, es lo que mantiene nuestra


vida andando, lo que no permite que nos tiremos a la cama ni nos
abandonemos al ritmo que el mundo quisiera imponernos.

Es la motivación de la vida humana, es lo que mueve al ser humano. Es


el motor que dirige y orienta nuestras decisiones, pensamientos,
acciones.

Indica que en nosotros hay un vacío muy hondo. Tan hondo que a veces
parece insaciable.

El problema es que a veces está anestesiado por el mundo y sus


distracciones. Ya no nos duele. ¡Pero sigue ahí! Y cuando menos lo
esperamos, despierta con aún más mordiente que antes. Con más vacío.
Con más dolor.

Esto lo he visto una y otra vez en las personas que han perdido a un ser
querido. No es sólo que la muerte de esta persona les haya arrancado

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algo del corazón, es también que les hizo ver dentro de sí y redescubrir
ese vacío inmenso que parece que nunca se va a llenar.

Características del deseo


Bien orientado, este deseo llevará al corazón que sufre a anhelar
profundamente volver a estar con la persona amada, y, por ello, a hacer
todo lo que está de su parte para llegar al cielo. Esto lo llenará de
esperanza, pero, a la vez, la distancia temporal de ese momento le
causará un profundo dolor.

Este anhelo doloroso ya existía en él, porque, en el fondo, es el deseo del


cielo. Lo único que hizo el dolor inmenso de la pérdida es volverle más
consciente de éste.

Para entenderlo mejor y descubrirlo dentro de nosotros, veamos algunas


de sus características:

1ª Vehemente
Según el diccionario, vehemente es aquello «que tiene una fuerza
impetuosa. Ardiente y lleno de pasión.»

¿Alguna vez has estado enamorado? ¿No sentiste esa vehemencia, esta
fuerza ardiente y llena de ardor?

¡Cuando amamos queremos poseer a la persona amada para siempre, sin


límites!

El mismo Cristo la sintió:

«He venido a prender fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya


hubiera prendido!» Lc 12,49

Dicho anhelo doloroso no es frágil. ¡Tiene una fuerza que, si no se


controla, corre el riesgo de desbordarse!

2ª Aquí y ahora
Este deseo quiere satisfacerse de manera inmediata, aquí y ahora.

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No le gusta esperar. Nunca le ha gustado hacerlo, y mucho menos hoy en
día, dada la sociedad inmediatista en la que vivimos.

Todo lo queremos rápido, eficaz, sin tardanza. Con mucha mayor razón
la satisfacción de este deseo que, como quema por dentro, ansiamos
calmarlo ahora mismo.

Es por eso que nos mueve a actuar, que no nos deja hacer las paces con
nuestra realidad.

3ª Insaciable
Además, es un deseo que parece que jamás se va a llenar.

¿Quién no ha sido testigo de esto una y otra vez? Cuando creemos que
llegando a cumplir tal o cual meta seremos felices. Cuando pensamos
que poseyendo aquella cosa lo lograremos. Cuando nos proyectamos que
teniendo una familia con tal persona tendremos por fin lo que deseamos.

¡Y por más que lo vamos logrando, el corazón sigue llorando! No se


calma. Por el contrario, ¡siempre nos pide más y más! Y nos da la
sensación, después de tanta lucha, de que no se va a llenar nunca.

Pero si existe un deseo, es porque existe con qué saciarlo. ¿Será?

4ª Sospecha de algo desconocido


En el fondo, si nos dejamos llevar correctamente por este anhelo, surge
la sospecha de que estás deseando algo que aparentemente no conoces, y
que, sin embargo, llevas inscrito en ti desde el momento de tu creación.

Se trata de una realidad que te saca de este mundo, que no te deja en paz.
Que te hace levantar la cabeza y buscar más allá de lo que esta realidad y
su aparente promesa de felicidad te presentan.

Esa sospecha genera inquietud, a la vez que motivación. No te deja


quieto(a), a la vez que te da paz.

Agarrados a ella, seremos capaces de arriesgarnos, de experimentar, de


lanzarnos en busca de ese Infinito. Es esto lo que la Teología del Cuerpo
quiere ofrecerte.

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Propuestas equivocadas para llenarlo: ¡Los ídolos!
¿Está mal desear? ¿Está mal querer llenar este deseo? ¡No! ¡De ninguna
manera!

Lo que puede estar mal es hacia dónde dirigimos el deseo.

Porque nos puede pasar lo que al pez joven que, en sus correrías se
encontró con otro de más edad:
– Usted que ha nadado tanto, tal vez logre ayudarme. ¿Puede decirme
dónde está eso que llaman océano? – le dijo el joven.
– El océano es donde tú estás.
– No, usted no entiende, esto no es sino agua, yo lo que busco es algo
más, eso que se conoce como océano.
Y, decepcionado, siguió nadando a toda velocidad, con la esperanza de
hallar aquello donde, sin saberlo, se encontraba ya.

En el mundo hay muchas cosas que nos prometen llenarnos. Son buenas
y atractivas. Llenan en un cierto aspecto nuestro deseo de felicidad. Pero
no nos satisfacen.

Todas las creaturas tienen un porqué y un para qué; están hechas para
ocupar un cierto lugar dentro del plan de Dios.

Sin embargo, en nuestro vacío existencial, a veces las cambiamos de


lugar, y las colocamos en el centro, posición que sólo le corresponde a
Dios. Actuando así, las dejamos de aprovechar al máximo y las
convertimos en ídolos.

Un ídolo es todo aquello que ocupa, sin serlo, el lugar de Dios. ¿Con
qué ídolos podemos estar intentando llenar nuestro corazón? Veamos
sólo algunos ejemplos.

1º Sexo
El sexo, como todo lo nacido de la mano de Dios, es algo bueno en sí.
De hecho, ni yo habría escrito este libro, ni tú lo estarías leyendo si no
fuera por él. Todos somos fruto del sexo.

Pero se puede convertir fácilmente en un ídolo: es tan atractivo que


pensamos que nos llenará, que nos hará plenos.

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Sin embargo, no es así. Si lo fuera, las personas más felices serían las
que se dedican a la prostitución. Y si te ha tocado hablar sinceramente
con alguna de ellas, sabrás que en el sexo no sólo no encuentran la
felicidad, sino que las más de las veces representa un verdadero calvario.

Dice el teólogo José Antonio Sayés que el sexo por sí mismo no nos
llenará, sino sólo cuando «se hace instrumento de amor personal que
tiene las características de la totalidad, la fidelidad y la exclusividad». Es
decir, cuando es un medio para amar como Dios ama.

2º Dinero
Hace tiempo leí un reportaje que me llamó poderosamente la atención.
Resulta que los jóvenes en los países en desarrollo se declaran al menos
dos veces más felices que sus pares en las naciones más ricas[2].

El dinero jamás será suficiente. ¿O no te ha pasado que cuando eras más


joven pensabas que teniendo tal cantidad de dinero estarías en paz, y
ahora se te hace demasiado poco? Porque cuando hacemos del dinero un
fin, jamás tendremos demasiado.

El Papa Francisco nos lo advierte: «No caigáis en la terrible trampa de


pensar que la vida depende del dinero y que ante él todo el resto se
vuelve carente de valor y dignidad. Es solo una ilusión.»[3]

De hecho, si no lo controlamos, el dinero no será sino un obstáculo entre


Dios, los demás y yo.

Eso es lo que enseñaba un afamado maestro:


– Rabí, ¿qué piensas del dinero? – le preguntó un joven.
– Mira a través de aquella ventana y dime qué es lo que ves – le
respondió.
– Veo las montañas, los bosques y a gente pasar por el camino.
– Ahora observa a través de este espejo, ¿qué ves?
– Maestro, me veo a mí mismo.
– Pues la única diferencia entre la ventana y el espejo es una leve capa
de plata incrustada detrás del cristal.

3º Belleza

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Otro gran ídolo que ha ido ocupando la centralidad de muchos corazones
es la belleza.

Aclaro que la belleza no es mala. De hecho, Dios nos la regaló con un


fin: el de que, al asombrarnos de la hermosura de la creación,
pudiéramos maravillarnos de su Creador.

Por lo tanto, cultivar la belleza no sólo es bueno, es indispensable. Ya lo


dijo Dostoyevski: «La belleza salvará al mundo», porque sin ella no
podríamos descubrir plenamente a Dios.

El problema comienza no cuando deseamos ser bellos, sino cuando


nos quedamos en la simple belleza externa, sin llegar a la interior.
Cuando hacemos de ella el único objetivo, sin importar qué medios
utilizamos para lograrlo.

Así, da inicio a una carrera sin fin. Porque siempre habrá algo que
arreglar, alguien más bello a quien imitar, alguna figura que modificar,
algunos kilos que bajar.

Un estudio referido por El Universal el 30 de abril de 2017, asegura que


en el 2015, sólo en México se realizaron 900 mil procedimientos
estéticos.

Este peso se lo hemos cargado casi exclusivamente a las mujeres,


quienes se sienten en la necesidad de parecer más bellas para agradar a
sus maridos o a los hombres en general, pero también para sobresalir
entre ellas.

Claro que no es exclusivo del sexo femenino. Los hombres también,


cada vez más, nos dejamos envolver por este ídolo.

La belleza exterior es necesaria, pero de nada vale si la poseemos a costa


de la interior.

4º Drogas y alcohol
¿Quién duda que muchos de los problemas de nuestra sociedad el día de
hoy se dan precisamente por el abuso de estas sustancias? ¿Quién,
habiendo vivido el infierno de una adicción, puede pensar que no pasa
nada?

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Las drogas, así como el alcohol, tienen el efecto de hacernos olvidar
momentáneamente los dolores y angustias de la vida. Por eso se vuelven
tan atractivos. Sin embargo, lejos de solucionarlos, normalmente son
causa de nuevos problemas.

«Cuando la conocí tenía 16 años. Fuimos presentados en una fiesta, por


un "chico" que decía ser mi amigo.
Fue amor a primera vista. Ella me enloquecía.
Nuestro amor llegó a un punto, que ya no conseguía vivir sin ella.
Pero era un amor prohibido.
Mis padres no la aceptaron.
Fui expulsado del colegio y empezamos a encontrarnos a escondidas.
Pero ahí no aguanté más, me volví loco. Yo la quería, pero no la tenía.
Yo no podía permitir que me apartaran de ella.
Yo la amaba: destrocé mi coche, rompí todo dentro de casa y casi maté a
mi hermana. Estaba loco, la necesitaba.
Hoy tengo 39 años; estoy internado en un hospital, soy inútil y voy a
morir abandonado por mis padres, por mis amigos y por ella.
¿Su nombre? Se llama Cocaína.
A ella le debo mi amor, mi vida, mi destrucción y mi muerte.»

Este escrito se le atribuye a Freddie Mercury, aunque personalmente


desconozco su autenticidad. Pero lo que sí me consta es que describe
vivamente lo que le ha pasado a miles y miles de jóvenes que han echado
a perder su juventud, e incluso su niñez.

El hambre de drogas es insaciable. Como dijo el Dr. Freixa, ex


Catedrático de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de Barcelona:
«Todos los drogadictos que han terminado esclavos de la heroína y con
graves lesiones psíquicas, empezaron fumándose un porro con unos
amigos».

El drogadicto vive obsesionado con un solo pensamiento: las drogas.


Todo lo demás ha perdido su valor: familia, amigos, trabajo, carrera,
religión… Es por eso que está dispuesto a todo con tal de conseguirlas.

Este fue el caso de Hans Myhulots, quien a los 9 años comenzó a


consumir cocaína, “un solo gramo” a la semana. «Esto lo dejaré cuando
quiera, yo soy inteligente», se decía. Pero el hecho es que esa “pequeña”

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cantidad, terminó entre 18 y 20 gramos… ¡al día! Además de opio,
hashish y heroína. Una espiral insaciable nacida de un vacío muy fuerte.

En su testimonio, Hans relata que su mamá nunca le dio el cariño que él


necesitaba. Jamás cocinaba para él algo que le gustara. Para hablar con
su papá tenía que sacar una cita, porque siempre estaba ocupado. Y fue
sólo en ese grupo de jóvenes drogadictos donde se sintió por fin como
alguien valioso.

¡Tenía un vacío y quería llenarlo! ¡Un vacío de amor!

La epopeya de Hans lo llevó a lugares y situaciones donde él jamás había


pensado estar. Y más que llenarlo, lo vaciaron aún más. Llevándole
incluso a perder sus piernas, fracturar su columna vertebral y recibir
prótesis de cadera. Hasta que se encontró con alguien que por fin lo pudo
colmar: Cristo.

Analgésicos
Todos estos ídolos pueden llegar a hacernos pensar por momentos que
somos felices, que no necesitamos nada más.

Pero es como los analgésicos: no hacen desaparecer la enfermedad, sólo


la anestesian.

En una ocasión me resfrié. Acudí con un doctor quien después de


evaluarme me dijo que no tenía nada grave, así que me recetó unos
antigripales comunes y corrientes.
– ¿Cuánto tiempo me va a durar el refriado si me tomo estos
medicamentos? – le pregunté.
– Entre cuatro y cinco días.
– ¿Y si no me los tomo?
– Entre cuatro y cinco días.

Los analgésicos no sirven para curar, y jamás van a arreglar el


problema.

De hecho, si tienes lastimada la rodilla y, a base de medicamentos dejas


de sentir dolor, tal vez puedas pensar que correr un poco no te hará daño:
al momento de hacerlo no experimentarás malestar, pero una vez que
pase el efecto…

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Lo peor de todo esto es que si sigues tomándolos, cada vez requerirás
más y más y más. ¡Llegará el momento donde ya no harán su efecto, y,
sin embargo, seguirás necesitándolos!

Las adicciones
De este mecanismo es de donde surgen las adicciones.

Todos hemos estudiado Física en algún momento de nuestras vidas. Pues


bien, la Física más elemental nos dice que para llenar un espacio, se
requiere la misma cantidad de volumen que este espacio tiene. Es decir,
si queremos llenar un espacio de un litro, necesitaremos un litro para
lograrlo.

Utilizando la Física, podemos decir que si pretendemos llenar un espacio


infinito, necesitamos hacerlo con algo infinito.

Según el diccionario, algo infinito es aquello que no tiene ni puede tener


fin ni término. De tal forma que por más cantidad que metamos, siempre
habrá más espacio vacío que lleno.

Pues bien, nuestro deseo de felicidad, como hemos visto, es insaciable.


Todavía más, yo lo llamaría infinito. Aplicando una analogía, podremos
decir que por más sexo, dinero, alcohol, belleza, drogas, compras, viajes,
lujos, poder, posesiones, etc., que le metamos a nuestro corazón, siempre
habrá más espacio vacío que lleno.

El problema es que, como hemos dicho, los analgésicos nos quitan por
un instante el dolor, corriendo el riesgo de dejarnos engañar y pensar que
nos han curado.

Tomemos el ejemplo de las drogas. Tenemos un corazón roto, triste,


vacío. La marihuana me promete quitarme esa sensación. Yo le hago
caso, y me fumo un cigarro.

¡Increíble, el dolor se fue! Sin embargo, al poco tiempo, ha vuelto. ¿No


será que en lugar de fumarme uno a la semana me debo de fumar dos? Y
sí, ¡el dolor desaparece! Pero… ¡regresa! ¿Entonces necesitaré tres veces
a la semana? Pero tampoco fueron suficientes.

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¿Y si lo hago cuatro, cinco, seis, siete veces? Hasta que ya no será
bastante la mariguana, sino que comenzaré con otro tipo de drogas cada
vez más fuertes, de tal manera que ya no sólo no quitarán el dolor, sino
que se convertirán en parte del mismo.

Por más que esperemos que nos colmen, jamás lo harán, generando cada
vez más vacíos. ¡Porque nada finito, por más cantidad que sea, podrá
llenar un vacío infinito!

Como decía san Juan Pablo II:

«Esta satisfacción, según criterio del hombre[4] dominado por la


pasión, debería extinguir el fuego; pero, al contrario, no alcanza las
fuentes de la paz interior y se limita a tocar el nivel más exterior del
individuo humano.»[5]

¿Por qué? Porque un vacío infinito (mi corazón), sólo puede ser llenado
por una plenitud infinita (Dios).

E
Ese deseo insaciable, que carcome, tiene un nombre: eros. De ahí nos
viene la palabra «erótico».

Tal vez hayas levando las cejas cuando leíste esto en un libro sobre Dios
y su plan. Pero más bien yo las levanto cuando constato que esta palabra
ha sido ignorada, o más aún, expulsada de nuestro vocabulario como
cristianos.

Eros no es lo que estás pensando. No es lo que los medios de


comunicación nos han metido en la cabeza. Éste consiste en el deseo del
corazón humano que quiere un amor infinito. Es la pasión del ser
humano por la vida y el amor.

Más adelante lo veremos en profundidad. Por ahora aclaro que no hay


que confundir eros con lujuria. No es el deseo sexual por sí mismo,
aislado del resto de la realidad. Dice san Juan Pablo II:

«El “eros” representa la fuerza interior, que arrastra al hombre hacia


todo lo que es bueno, verdadero y bello.»[6]

26
El eros es la fuerza que quiere hacer todo lo que haga falta para llenar
nuestro vacío existencial. ¡Por eso él mismo nos hace capaces de Dios!
¿No es esto maravilloso?

Redimirlo
Obviamente, al ser tan fuerte e intenso, es también muy peligroso si se
desvía, como les sucedió a nuestros primeros padres, y como nos sucede
a nosotros muy a menudo.

Por eso es necesario redimirlo, reenfocarlo, porque el pecado lo enfermó.


Esto sólo es posible si caminamos de la mano de Cristo y lo dejamos a Él
sanarnos.

Dicha aventura nos puede atemorizar, porque nos sabemos débiles. ¡Pero
no tengamos miedo! Pensamos que tal vez Satanás puede ganar esta
batalla. ¡Pero no! ¡Él no es más que una creatura! ¡Dios siempre será más
fuerte!

Recordemos una verdad esencial: todo lo que Dios ha creado es bueno.

El diablo no tiene el poder de crear nada. Eso sí, puede torcerlo – y, a


veces, bien torcido –. Pero él no tiene arcilla para hacer algo nuevo.

Estando así las cosas, el trabajo de la redención es dejar que Cristo


destuerza lo que Satanás, el mundo o nosotros mismos hayamos
podido torcer. El eros, encuadrado en el plan de Dios[7], no es sólo algo
bueno, es algo indispensable.

Jesús no te invita a coartar tu sexualidad, sino a vivirla adecuada, libre,


bella y fielmente, de acuerdo con las obligaciones de la propia vocación
a la que Dios te haya llamado[8].

Teología del Cuerpo: ¡Una muy buena noticia!


¡Necesitamos que nos digan que es muy bueno que existamos! ¡Es
urgente!

¡Necesitamos saber en carne propia que el amor verdadero existe y es


posible! ¡Necesitamos experimentarlo en primera persona!

27
Este mensaje y esta experiencia es precisamente lo que nos quiso
transmitir a través del papa san Juan Pablo II y su Teología del Cuerpo.

Nuestro corazón es como un cohete, creado para llegar al cielo. Y el eros


es el combustible que nos ayuda a lograrlo. El problema es que el pecado
original cambió la dirección del cohete hacia la tierra, hacia las creaturas.

En la Teología del Cuerpo aprendemos a dirigir a nuestro corazón


hacia el cielo, ¡porque eso fue lo que Cristo nos ganó con la
redención!

Al final vas a tener lo que deseas, y si lo que deseas es menor que Dios,
¡eso es lo que tendrás! Pero si deseas amar a Dios, con todo tu corazón,
tu alma y tu mente[9], ¡lo tendrás para toda la eternidad!

Í
Si eros es el deseo del corazón humano que quiere amor infinito, eso
quiere decir que nos debe servir para llegar a Dios.

Aquí surge un problema: nos convertimos en idólatras cada vez que


ponemos el fin del eros en una creatura, y no en Dios. Cada vez que
colocamos algo o alguien como un fin. Cada vez que convertimos a
cualquier creatura en nuestro dios[10].

Este camino nunca termina bien. Porque, como ya vimos, ninguna


creatura, por poderosa, bella o fuerte que sea, puede llenarnos. A la larga,
como no nos satisfacen, nos enojamos con los ídolos. ¡Y estos se
convierten en problemas!

Iconoclasia
La iconoclasia es una herejía nacida en el siglo VIII, y que negaba la
utilidad de las imágenes sagradas como medios para acercarnos a Dios,
llegando incluso a juzgarlas como dañinas, destruyéndolas y
persiguiendo a quienes las veneraban.

Esto es exactamente lo que ha sucedido con algunas personas en nuestra


época. Como el cuerpo y la sexualidad han sido tomados por muchos

28
como ídolos, se han dado a la tarea de demonizarlos, rechazándolos
como algo peligroso y que no nos acerca a Dios.

La culpa de todo esto no es de la creatura, es del corazón que puso a esa


creatura en el lugar de Dios. ¡No podemos imputar a ninguna creatura
por nuestro abuso de ella!

Las imágenes sagradas – llamadas iconos – no son la presencia de Dios


mismo; son simples ventanas para el cielo. ¡Nada más que eso!

Su fin no es otro que el ayudar a nuestra imaginación para relacionarnos


con el Dios vivo y verdadero.

Estos iconos no son sólo los hechos por mano del hombre, la creación
entera está llena de ellos: un atardecer en la playa, la vista desde la cima
de una montaña, la flor bañada por el rocío, el canto de los pájaros, la
mamá contemplando a su bebé, el hijo que siente la seguridad de su
padre, etc. ¡Toda la creación es un icono de la presencia de Dios, si
sabemos contemplarla con los ojos de Aquél que la creó![11]

«La Trinidad es un misterio de fe en sentido estricto, uno de los


"misterios escondidos en Dios, que no pueden ser conocidos si no
son revelados desde lo alto". Dios, ciertamente, ha dejado huellas
de su ser trinitario en su obra de Creación y en su Revelación a lo
largo del Antiguo Testamento.»
Catecismo de la Iglesia Católica n. 237

El icono número 1
El cuerpo es el ídolo número 1 porque fue creado para ser el icono
número 1.

Esto quiere decir que el cuerpo del ser humano fue creado, en primer
lugar, para que a través de él pudiéramos conocer, amar y dar gloria a
Dios.

Esa es una afirmación fundamental de la Teología del Cuerpo:

«En efecto, el cuerpo, y sólo él, es capaz de hacer visible lo que es


invisible: lo espiritual y lo divino. Ha sido creado para transferir a la

29
realidad visible del mundo el misterio escondido desde la eternidad
en Dios, y ser así su signo.»[12]
San Juan Pablo II

Si el cuerpo ha llegado a ser tan idolatrado, es porque no lo hemos


contemplado como un icono que nos lleva a Dios. Nos hemos detenido
en él, como quien sólo ve el cristal de una ventana y no lo que está detrás
de ésta.

¡Ya estuvo bueno de ignorar los mensajes que Dios escribió en nuestros
cuerpos! ¡Aprendamos a leerlos e interpretarlos tal y como Dios los
escribió!

¿Estás listo(a)?

30
[13]
P
1. Contigo mismo

Identificar un anhelo doloroso que he vivido. Escribir los


sentimientos que experimenté en ese momento.
¿Cómo traté de llenar ese anhelo?
¿En qué ídolos del mundo actual he intentado llenar erróneamente
mi vida?

2. Con Dios

Jesús, ahora que conozco esos ídolos, quiero poner en tu presencia


las debilidades que tengo. De forma muy sincera te expresaré esas
debilidades...
Ahora que hemos tenido ese diálogo sincero, te pido me cures y me
ilumines para encontrar en qué forma evitar las acciones que me
alejan de ti.
Pondré todos los medios necesarios para apartarme de la debilidad
que más me aleja de ti. Dejo en tus manos una acción concreta para
atacar está tentación.

3. Con tu cónyuge

¿Qué ídolo hemos puesto como prioridad en la pareja? ¿A qué es lo


que le damos más importancia?
Cuando cada uno hemos experimentado un deseo o anhelo
doloroso, ¿cómo nos hemos apoyado y acogido?
¿Qué concepción tenemos del término «eros»? ¿Qué debemos de
cambiar para vivirlo de acuerdo con el plan de Dios?

31
S :
E

Tenemos hambre de «algo más»

32
Ya vimos que todos llevamos en el corazón el deseo gigante de ser
felices.

Aquí entra de lleno un aspecto que normalmente pensamos que la


religión rechaza: la pasión.

¡Pero no es así! La auténtica religión parte de la verdadera


naturaleza humana, y desde ahí nos busca llevar al cielo.

Por eso san Juan Pablo II se preguntaba: «¿Se acusa al corazón, o se le


llama al bien?»[14]

La respuesta es obvia: ¡Al bien! De hecho, ¡sin el corazón no podemos


vivir bien!

Este corazón nos pide llenarlo. La pregunta es dónde se satisface de


verdad.

Christopher West, en su libro, Fill These Hearts[15], dice que tenemos


tres respuestas a esa cuestión. Y eso es lo que vamos a analizar ahora.
¿Con cuál de ellas te identificas?

1ª P :L
Si todo lo que hago es sólo en orden a ser más feliz, eso quiere decir que
también todo lo que los demás hacen lo es. La amistad, noviazgo,
música, películas, distracciones, tareas, libros, estudios, paseos,
vacaciones, entrenamientos, reuniones, fiestas, retiros… ¡Todo es para
lograr la felicidad!

La tarea del buscador es descubrir a Dios detrás de cada una de esas


realidades. Y, si no está, desecharlas.

No toques, no veas, no pruebes…

33
Hace tiempo un tío me contó una historia muy triste. Estamos hablando
de los años 1930’s.
Su hermano se enfermó gravemente y no sabían qué es lo que le pasaba.
Después de una serie de estudios le diagnosticaron tifoidea. ¿Y el
remedio? Muy sencillo: no darle de comer ni de beber nada.
Tristemente, el desenlace fue la muerte de su hermano.

Ha habido épocas en que nosotros, como cristianos, hemos querido


aplicar la misma curación: si el cuerpo nos hace pecar, entonces no le
demos de comer. Esto nos dejaba «en paz», pues desechábamos todo lo
que nos asustaba y entrañaba un «peligro», circunscribiendo nuestras
vidas a lo aparentemente inofensivo. ¡Qué grave equivocación!

Siempre hemos tenido claro que necesitamos al amor no sólo para poder
ser felices, sino para nuestra supervivencia. Pero donde hemos errado
es en pensar que el único amor válido es el llamado «espiritual»
(agapé), contrapuesto al «carnal» (eros). Llevando este último las de
perder.

Por eso el mundo tiene la idea de que el cristianismo es simplemente una


serie de prohibiciones y no un «GRAN SÍ» al amor y a la vida, como
veremos más adelante.

Alma, sí; ¡pero también cuerpo!


Somos alma y cuerpo. Por ello un amor puramente espiritual no llenará
nuestro ser. ¡Necesitamos sentir, abrazar, tocar!

Esto tiene un riesgo que nos puede confundir: no es lo mismo el amor de


eros de un esposo por su esposa, que el de un sacerdote por sus almas, o
incluso de Dios por nosotros[16]. Pero todos necesitamos, en armonía
con la vivencia de la propia vocación, de ambos tipos de amor.

¿Te extraña esto? Pues recuerda cómo presentaba Jesús al Reino de los
cielos… ¡ni más ni menos que como un banquete de bodas! «El Reino de
los Cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su
hijo.»[17]

Sin embargo, ¿a cuántos de nosotros nos educaron con una apertura


sincera hacia el plan maravilloso que Dios inscribió no sólo en nuestras
almas, sino también en nuestros cuerpos?

34
Caricaturizando un poco, el mensaje muchas veces lo entendíamos así:
«Tus pasiones son malas, y por ello hay que reprimirlas. Pero no te
preocupes, tú sigue estas reglas y vas a estar bien. ¿Qué prefieres, sufrir
un poco aquí y llegar al cielo, o disfrutar aquí y condenarte en el
infierno?»

Esto es precisamente lo que Christopher West llama la dieta de la huelga


de hambre.

Las reglas por las reglas


Pues déjenme decirles algo: las reglas por las reglas son lo más lejano
que tenemos al cristianismo.

¡Esto es lo que Jesús denunció tan ardientemente en los fariseos


hipócritas, que cumplían a la perfección por fuera, pero su corazón
estaba vacío![18]

¿Nos habremos convertido precisamente en eso que Jesús quiso


aniquilar? ¿No será por eso que mucha gente se ha alejado de la Iglesia?

Claro, si a mí me presentan un cristianismo de esta manera, ¡firmo mi


renuncia!

Sería como asegurarle a un montañista de corazón que va a llegar a la


cima más alta, sólo con la condición de que no disfrute el camino.
¡Jamás! ¡El camino siempre es parte de la aventura!

Cristo vino para liberarnos del legalismo, no para intercambiar las reglas
de los fariseos por las de los cristianos. De hecho, mientras más se
parezca más nuestro corazón al de Cristo, menos reglas necesitará.

El mensaje de Jesús
Es verdad que en todo auténtico amor debe de haber un orden. Piensa en
tus amistades, noviazgos, matrimonio. Todas tienen reglas, explícitas o
no, pero las tienen. Sin embargo, el fin de estas normas no es la regla en
cuanto tal, sino asegurar un amor más fuerte y sólido.

35
Por eso, el mensaje de Jesús no fue: «He venido para que tengan reglas,
y las tengan en abundancia.»

Sino: «He venido para que tengan vida, y para que la tengan en
abundancia.» Jn 10, 10

Jesús no propuso en primer lugar a sus discípulos una serie de


prohibiciones, sino una invitación a descubrir lo maravilloso que era
vivir con Él: «Vengan y lo verán» Jn 1,39. Entonces fueron, vieron, ¡y se
enamoraron de Él!

2ª P :L
No puedes pasar mucho tiempo sin comer nada, porque terminarás
comiendo cualquier cosa.

¡Esa es la realidad en la que vivimos hoy en día! Como muchos


crecieron en huelga de hambre, algunos no pudieron más y se
desbocaron a la comida chatarra.

Esto es lógico. Si no supimos darles de comer los manjares que Dios nos
preparó, otros sí les ofrecieron comida rápida, apetitosa y a buen precio,
¡pero totalmente chatarra!

Cuando uno tiene hambre, no le importa romper las reglas. Porque más
importante que ellas, es la supervivencia.

El eros necesita ser alimentado. Y si no hay nada más, comerá lo que


se le ponga enfrente.

Una promesa no cumplida


Los promotores de la comida chatarra se aprovechan de esta hambre para
dar de comer cualquier cosa. Y prometen satisfacción inmediata. «¡O te
regresamos tu dinero!»

En un mundo hambriento de amor, por supuesto que, a falta de una oferta


mejor, tomamos lo que se nos ofrece. Tanto, que ni siquiera lo vemos
como chatarra. Piensa en lo siguiente:

36
¿Qué tiene que ver una escena sexual en una serie sobre
superhéroes infantiles? ¿Es con el sexo con lo que se destruye al
supervillano?
¿Qué misterio esconde una canción pegajosa que trata de
fantasías sexuales? ¿Nos damos cuenta de lo que estamos
cantando?
¿Qué hace una chica en bikini en un anuncio de un taller
automotriz? ¿Alguna vez has visto a una mujer vestida así
arreglando un auto?

Todo eso es la oferta que la comida chatarra hace a nuestro corazón


hambriento. ¡Y estamos tan vacíos que nos la tragamos!

Al inicio sentimos una cierta satisfacción. Sin embargo, a la larga, nos


damos cuenta de que podemos haber comido, pero no nos hemos nutrido.
Estamos aparentemente llenos, pero no alimentados. Y, tarde o temprano,
nuestro corazón no sólo volverá a estar vacío, sino que su hambre será
aún mayor.

De hecho, no ha existido época con tanta oferta de sexo como la nuestra:


pornografía, emociones fuertes, drogas… y, sin embargo, tampoco la ha
habido tan llena de depresiones, suicidios e infelicidad. ¿Será porque lo
único que ofrece es comida chatarra?

Llevemos la analogía al extremo: ¿qué sucedería si lo único que


comiéramos fuera comida rápida? ¡Sin duda, a la larga, moriríamos
envenenados! Porque nuestros cuerpos no están hechos para soportar
tanta grasa, harina y azúcar.

Lo mismo pasa con nuestro corazón, si lo alimentamos sólo de esta


cultura chatarra, terminará muriendo, porque no está hecho para
soportar tanta lujuria, excesos y falta de amor.

¡Dame de comer!
El corazón nos grita que tiene hambre. ¡Y nuestro deber es alimentarlo!

La existencia del ser humano es movida por el deseo. Un deseo


profundamente inscrito en la esencia de lo que somos.

Como todo deseo, éste también debe ser educado y encauzado.

37
Ya vimos que se trata de un anhelo doloroso. ¿Por qué? Porque al
principio no fue así[19], y esto nos duele.

En el Paraíso, Adán y Eva tenían el corazón lleno de amor. Sin embargo,


con el pecado, lo agrietaron y se quedó vacío.

Así, el deseo se convirtió en:


1. Anhelo: el diccionario lo define como «deseo vehemente». Es decir,
con una fuerza muy grande e impetuosa.
2. Doloroso: Por dos motivos…
Porque, en el fondo, sabe que era algo que tenía, y que dejó ir.
¡Y esto causa un gran dolor!
Porque es consciente de que está hecho para él, y que no va a
descansar hasta que lo vuelva a hacer propio.

Este anhelo doloroso nos pide de comer. ¿Dónde está la comida que lo
llenará?

El lenguaje de mi cuerpo
San Juan Pablo II decía que «el cuerpo, y sólo él, es capaz de hacer
visible lo que es invisible: lo espiritual y lo divino»[20].

¿Qué es aquello que hace visible? ¿Qué riqueza interior "esconde"? ¿Qué
tesoro conocemos a través de él?

Pues nada menos que la esencia de nuestro ser: hemos sido creados
para amar y ser amados; hemos sido creados por el Amor y para
aprender a amar como Él.

Fue precisamente san Juan Pablo II quien, en su Teología del Cuerpo,


nos lo enseña: el cuerpo de la mujer, por sí mismo, no tiene sentido; así
como tampoco el del varón.

Pretender que el cuerpo de uno u otro sea suficiente para entender al ser
humano es como si intentaras hablar español en un país donde
únicamente se habla alemán. ¡Nadie te entendería!

El varón sólo se descubre en plenitud a la luz de la mujer, y viceversa.


Por eso todo ser humano se ve reflejado en la expresión de Adán: «Esta

38
vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne.» Gen 2,23

En resumen:
1º Soy don: a través del cuerpo constatamos que somos felices
únicamente en la entrega sincera.
2º Acojo el don: a través del cuerpo descubrimos que no fuimos
creados para vivir aislados.
3º Soy acogido como don: a través del cuerpo experimentamos que la
vida no tiene sentido si no la entregamos a los demás.

¡Mi cuerpo me grita que no he sido creado sino para amar!

Por eso una persona lujuriosa, soberbia, vanidosa u orgullosa jamás será
feliz. Por eso lo que más miedo nos da es la soledad. Por eso formamos
familias, comunidades, amistades. Porque «no es bueno que el hombre
esté solo» (Gen 2,18).

El ser humano, por sí «solo», jamás se realizará. Únicamente alcanza su


plenitud cuando se convierte en un don sincero para los demás.

Este es el lenguaje de mi cuerpo. Un idioma que no puedo ignorar, so


pena de auto-condenarme a la infelicidad.

El culto al cuerpo
Si todo esto te suena raro, tal vez se deba a que no hemos aprendido a
hablar la verdad con nuestro cuerpo. Y es que, como en todo lenguaje
también éste es capaz de ser manipulado.

Vivimos en una época que no ha sabido darle su propio lugar al cuerpo.


Más bien, lejos de asumirlo como parte de lo que somos, piensa que eso
es todo lo que somos.

Nos ocurre algo así como a nuestros antepasados: veían que los
fenómenos naturales como la lluvia, el viento, el fuego, etc., eran tan
poderosos y necesarios, que terminaban dándoles el lugar de una
divinidad, en vez de que a través de ellos pudieran descubrir a Dios. Y
así, los convertían en ídolos.

Hoy en día damos un culto excesivo a nuestro cuerpo, de tal forma que
se ha convertido en un fin, perdiendo así su capacidad para llevarnos a

39
Dios y a los demás. Lo hemos hecho nuestro propio ídolo,
transformándolo, sin desearlo, en nuestro peor enemigo.

De ahí que a veces nos dejamos llevar:


Por la búsqueda de la belleza a toda costa y a todo precio. Porque
pensamos que bello es sólo quien parece bello, no quien lo es en
verdad.
Por la persecución de placeres excesivos, aunque nos vayan
consumiendo, creyendo que el placer es la fuente de la felicidad.
Por la excesiva preocupación de la salud, a la que nos avocamos
obsesivamente, aunque conlleve medios desproporcionados y nos
aísle de lo que es más fundamental.

Y vivimos como si estos valores fueran lo único importante.

Todo porque hemos convertido en ídolo a nuestro propio cuerpo,


colocándolo como un fin, y no como parte de nuestro ser. ¡Dejamos de
entender el lenguaje que Dios le dio: el del amor y la donación!

3ª P :E
El plan de Dios no es ni la Huelga de Hambre, ni la Comida Chatarra.
¡Su plan es que disfrutemos la vida como si fuera una fiesta de bodas!

«Sobre este monte, el Señor Todopoderoso preparará para todos los


pueblos un banquete de manjares especiales, banquete de vinos
añejos, de manjares especiales y de selectos vinos añejos.» Is 25,6

«“Vayan, pues, a los cruces de los caminos y, a cuantos encuentren,


invítenlos a la boda.”
Los siervos salieron a los caminos, reunieron a todos los que
encontraron, malos y buenos, y la sala de bodas se llenó de
invitados.» Mt 22,9-10

No sé tú, pero yo, al menos, ¡prefiero esto!

La propuesta, por tanto, no es reprimir mis deseos, tampoco simplemente


embotarlos: es ordenarlos hacia Dios, por medio de las creaturas que Él
me ha dado como camino para llegar al cielo.

40
El resto del libro nos enseñará a lograr esto, viviendo y disfrutando de
todo, pero sin atorarnos en nada, ¡con los ojos puestos en el cielo!

Por ahora, veamos sólo algunos chispazos de lo que esto significa.

1. Una felicidad que no tiene fin


¿Dónde hizo Jesús su primer milagro? ¡En un banquete de bodas: en
Caná!

A los novios se les había acabado el vino, y la fiesta aún estaba viva.
¿Qué iban a hacer? Hoy en día estamos acostumbrados a tener
supermercados al lado de nuestra casa con todo lo que se necesita, pero
en aquél entonces no era así. ¡Menos para la cantidad que hacía falta!

Jesús salió al paso. Ya sabemos cómo: pidió que llenaran seis tinajas de
piedra con agua, convirtiéndolas en vino. Lo que normalmente no
conocemos es cuánto vino era eso. Pues aproximadamente como 750
botellas del mejor vino que jamás haya existido y no existirá.

¿De dónde nos viene que Cristo no quiere que seamos felices y
disfrutemos de la vida? Obviamente, no era una invitación a
emborracharse, era un signo de que la vida con Él es lo mejor que nos
puede pasar.

¿Por qué, entonces, no es tan fácil la vida?


Porque vivimos en la época del síndrome de las llantas ponchadas. Y
como todos las tienen ponchadas, pensamos que así debe de ser. Me
refiero, obviamente, al corazón.

Todos deberíamos tener un corazón pleno, que sepa disfrutar de todas las
creaturas, correctamente ordenadas hacia Dios. Y, sin embargo, lo
tenemos quebrado y vacío.

El camino no es consolarnos porque todos estamos iguales. Lo que hay


que hacer es arreglar la llanta e inflarla. ¡Y eso se logra con la Gracia!

Sólo entonces nos daremos cuenta de que viviendo de acuerdo con Cristo
somos más felices, pacíficos, llenos.

41
Jesús viene a decirnos que no estamos hechos para menos que la
felicidad plena.

¡Él conoce nuestro deseo, sabe que sólo en Él vamos a encontrar la


realización! ¡Por eso nos invita a llenarlo!

2. Una vida con un sentido


Cristo también nos ofrece una vida con un sentido. No cualquiera, ¡un
sentido de eternidad!

Imagínate un arquitecto que no tuviera unos planos para construir, sino


que simplemente fuera echando ladrillos, varillas y cemento donde se le
ocurriera ese día. ¿En qué quedaría su trabajo? ¡Seguramente en todo
menos en una casa!

La vida carente de sentido es como un montón de materiales de


construcción amontonados sin orden ni concierto. Sí, ahí están mis años,
mis meses, mis días, mis horas, mis decisiones, pero, ¿qué estoy
construyendo?

No hay peor caminante que el que no sabe a dónde va. ¿Hacia dónde
estás dirigiendo tu vida?

«Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre,


sino por mí.» Jn 14,6

Una vida con sentido es:


La que valora lo que tiene aquí y ahora.
La que no anhela lo que no tiene como si fuera condición de
felicidad.
La que sabe que en este mundo sólo se está de paso.
La que aprovecha todo, parezca bueno o malo, para vivir mejor.
La que no rehúye a nada ni a nadie que sea necesario afrontar para
llegar a su destino.

Este sentido nos lo da Jesús:

«Jesús es el único capaz de darnos una respuesta, porque es el único


que puede garantizar la vida eterna. Por eso también es el único que

42
consigue mostrar el sentido de la vida presente y darle un contenido
de plenitud.»
Benedicto XVI

3. Un camino lleno de «síes»


Las reglas, los mandamientos, ¿son necesarios? ¿Es el cristianismo una
religión basada en reglas, llena de prohibiciones?

Parecería que sí… o eso al menos es lo que los promotores de la comida


chatarra nos quieren hacer pensar.

Yo digo: ¡Sí!
Cristo, cuando nos pide que hagamos algo, no lo hace por capricho. Lo
hace porque Él es nuestro creador, y, por lo tanto, sabe cómo estamos
hechos y cómo debemos de actuar para ser felices.

¡Cuántas veces lo hemos experimentado en nuestra vida! Cuando


llevamos una existencia según Dios, tenemos una vida en paz, feliz,
ordenada. Por el contrario, cuando no le hacemos caso nos vamos
sintiendo cada vez más vacíos y desorientados.

Pero, ¿qué es entonces lo que pasa que no siempre vemos esta propuesta
así?

Lo que sucede es que nos quedamos en lo que está prohibido, y no en el


mucho más amplio horizonte de la invitación a lo que podemos y
debemos de hacer.

Si el inventor de un aparato te diera un instructivo para saber cómo


funciona, y, creyéndote más sabio que él, no le hicieras caso, ¿qué es lo
que pasaría? Una de dos: o no le sacas todo el provecho o llegas incluso
a descomponerlo.

Dios creó para nosotros un instructivo muy simple para lograr la


felicidad: los mandamientos. Por eso Jesús dijo sobre ellos: «Haz esto
y vivirás.» Lc 10, 28

«La voluntad de Dios es que nosotros seamos felices. Por ello nos
ha dado las indicaciones concretas para nuestro camino: los

43
Mandamientos. Cumpliéndolos encontramos el camino de la vida y
de la felicidad.»
Benedicto XVI

A primera vista la religión puede parecer un conjunto de prohibiciones,


casi un obstáculo a la libertad, pero en realidad es la invitación a un
estilo de vida eminentemente positivo, realizado según el proyecto de
Dios.

¡Qué aburrido!
Tal vez nos pase que la actitud que tenemos hacia ella es la misma que
tiene The Edge, del grupo U2, en la canción Numb. Toda la letra es una
serie de retahílas y prohibiciones: no hagas, no respires, no rías, no
pienses, todo está bien… En el video, de hecho, aparece él, lleno de
estímulos y de ofertas, embarradas literalmente en la cara, ¡pero
permanece impávido!

Detrás de la voz ronca y monótona de The Edge, entra la de Bono,


chillona y llena de sentimiento, que grita: «¡Me estoy sintiendo aburrido,
insensible!»

Esa sería mi voz si la religión no fuera más que cumplir. ¡Jamás! ¡Los
mandamientos no son ataduras, son la invitación a ser feliz, a vivir la
vida en pleno!

Lo esencial de éstos no son los «noes», sino el Gran Sí a la vida y al


amor. Fijémonos en la manera tan hermosa en que el papa Benedicto
XVI expresa esta visión:

«Podríamos decir también que el rostro de Dios, el contenido de


esta cultura de la vida, el contenido de nuestro gran "sí", se expresa
en los diez Mandamientos, que no son un paquete de
prohibiciones, de "no", sino que presentan en realidad una gran
visión de vida. Son un "sí" a un Dios que da sentido al vivir (los
tres primeros mandamientos); un "sí" a la familia (cuarto
mandamiento); un "sí" a la vida (quinto mandamiento); un "sí" al
amor responsable (sexto mandamiento); un "sí" a la solidaridad, a
la responsabilidad social, a la justicia (séptimo mandamiento); un

44
"sí" a la verdad (octavo mandamiento); un "sí" al respeto del otro y
de lo que le pertenece (noveno y décimo mandamientos).»[21]

¡Aquí está la esencia del cristianismo! «Porque el Hijo de Dios, Cristo


Jesús, a quien os predicamos Silvano, Timoteo y yo, no fue sí y no; en él
no hubo más que sí.» 2Cor 1,19

Una invitación a la libertad


«Obrad como hombres libres, y no como quienes hacen de la libertad un
pretexto para la maldad, sino como siervos de Dios», afirma San
Pedro[22].

Los cristianos tenemos tanta hambre de felicidad como aquellos que no


lo son. Pero nuestros grandes problemas inician cuando intentamos
llenarla con las propuestas de un mundo atiborrado de «comida», pero
insatisfecho.

Cristo nos ofrece la respuesta: un camino de libertad en el amor, que nos


permite dirigir todo hacia Dios, llenando así mi corazón.

A veces se presenta una imagen del Cristianismo como algo que nos
oprime, que va en contra de todos nuestros deseos. ¡Todo lo contrario! Es
el camino a la libertad verdadera: la de los hijos de Dios.

Me encanta el ejemplo que Chesterton utilizaba para explicar esto.

Supongamos que una isla perdida en el océano tuviera las medidas


justas para que se construyera una cancha de futbol. Sin embargo, la
superficie no estaba a nivel de mar, sino rodeada por acantilados altos y
peligrosos, así que el constructor decidió ponerle una malla ciclónica
para evitar accidentes.
Inicia el partido. Al principio los jugadores juegan con soltura y pasión.
Al poco tiempo, sin embargo, se comienzan a preguntar: «¿Por qué
rayos tenemos que estar limitados por una malla? ¡Si quieren que
sigamos jugando exigimos que la quiten!» El constructor no tuvo más
remedio que hacer caso a la demanda.
El encuentro se reanudó. Todo parecía seguir su ritmo, pero mientras
más avanzaba el reloj, los jugadores terminaron desarrollando el
partido sólo en el medio de la cancha, pues les entró miedo de jugar en
los bordes y poder caer.

45
La malla no era para limitarles, sino para liberarles, para que pudieran
jugar con confianza, entrega y pasión.

Dios no nos da unos mandamientos para someternos. ¡Nos los da


para que vivamos en la libertad que sólo Él nos puede dar!

Ya veremos que esta propuesta de Vida es lo que la Teología del Cuerpo


desarrolla y aplica.

46
P
1. Contigo mismo

¿Cómo ha afectado en mí la idea de la «huelga de hambre»?


¿Cómo se trataba el tema del amor conyugal en mi familia?
Este mundo presenta al por mayor la llamada «comida chatarra»,
¿cómo me ha afectado en la forma en que veo la sexualidad?
¿De qué manera puedo integrar de forma correcta el amor espiritual
(agapé) y el amor carnal (eros) en mi vida actual?

2. Con Dios

Jesús, tu mensaje es que has venido para que tengamos vida y la


tengamos en abundancia, ¿qué ha impedido que viva un amor
fuerte y sólido contigo?
Quiero acrecentar mi vida de gracia, ¿a qué me invitas a vivir con
los mandamientos? ¿Qué puedo hacer para cambiar esa idea de que
son solo mandatos? ¿Qué mandamiento me cuesta más?
Quiero platicar contigo sobre la eternidad, ¿qué idea viene a mí
cuándo pienso en la muerte? ¿Me asusta? ¿Me motiva el pensar
pasar la eternidad contigo?

3. Con tu cónyuge

Platiquemos en pareja sobre el lenguaje de cuerpo que Dios


imprimió en nosotros, ¿qué ideas erróneas impiden que nos veamos
tú y yo como un solo cuerpo? ¿Qué podemos hacer para vivir mejor
nuestra entrega mutua?
Nuestros cuerpos están hechos para amar, ¿qué es lo que más me
hace sentirme amado(a) por ti?
¿Qué necesito mejorar para que te sientas más amado(a) por mí?

47
T :C

Introducción a la Teología del


Cuerpo

48
A veces pasamos por rachas de momentos muy duros, donde todo parece
que está en contra nuestra y se cumplen nuestras peores pesadillas. Lo
único que esperamos es que alguien nos traiga una buena noticia.

De igual forma, nuestro mundo parece gritarnos sólo malas noticias


sobre la sexualidad: pederastia, pornografía, prostitución, infidelidad.
Sobre nuestros sentimientos: decepciones, tristezas, depresiones,
suicidios. Sobre nuestra felicidad: divorcios, abandonos, traiciones,
fracasos.

Además, pretende adormilarnos con una supuesta liberación sexual, que


lo único que nos ha hecho es esclavizarnos más y más.

¡Y seguimos pidiendo que alguien nos alegre el día! Pues bien, ese
alguien sí existe, y se llama san Juan Pablo II. ¡Y la buena noticia que
vino a traernos es la Teología del Cuerpo!

D
Cuando Dios nos creó, lo hizo para que fuéramos plenos. En sus planes
no estaba la guerra entre el cuerpo y el espíritu.

¡Él nos creó en armonía! ¿Y entonces qué pasó? La cosa es tan simple
que hasta parece una fábula de niños: llegó el diablo, nos tentó, y
nosotros, en nuestra libertad, le hicimos caso.

La Teología del Cuerpo es el descubrimiento del llamado de Dios a


volver a esa armonía.

Esta invitación nos da miedo. ¿Será posible de verdad lograrlo? ¿Seré yo


capaz de recuperar eso para mí? ¿Será capaz mi cónyuge, mi amigo(a),
mi papá, mi mamá, mi hermano(a), mi hijo(a)? Para el ser humano sin
Cristo es una tarea imposible. Pero para la persona que ha aceptado
la redención, ¡claro que sí!

49
¿Por qué tantas canciones, poemas, libros y películas cuando hablan del
amor lo refieren al cielo? ¡Porque para eso se nos dio el amor, para llegar
al cielo! El pecado nos lo impidió, pero Cristo lo volvió a hacer posible
gracias a la salvación que nos trajo.

Teología del Cuerpo


Cuando escuchamos la palabra teología, ¿qué se nos viene en mente?
Dios, espíritu, Biblia, Misa, confesión, rezos…

Y cuando escuchamos la palabra cuerpo, ¿qué es lo primero en lo que


pensamos? Seamos sinceros: en todo menos Dios. ¡Y no precisamente
pensamientos muy piadosos!

Sin embargo, ambas cosas están permanentemente unidas desde que


Dios se hizo carne[23].

«El hecho de que la teología comprenda también al cuerpo no debe


maravillar ni sorprender a nadie que sea consciente del misterio y
de la realidad de la Encarnación. Por el hecho de que el Verbo de
Dios se ha hecho carne, el cuerpo ha entrado, diría, por la puerta
principal en la teología.»
San Juan Pablo II[24]

Además, los bautizados llevamos en nuestro cuerpo al mismo Dios.


¡Somos templos andantes de la Santísima Trinidad! «¿O no saben que
su cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en ustedes y han
recibido de Dios, y que no se pertenecen a ustedes mismos? ¡Han sido
bien comprados! Glorifiquen, por tanto, a Dios en su cuerpo.» 1Cor
6,19-20

E
Desgraciadamente hemos separado tanto a Dios de nuestros cuerpos, que
llegamos incluso a asimilar como verdades algunas afirmaciones que no
son sino mentiras.

Veamos algunas de ellas.

50
1. «Si tienes “a Dios”, lo tienes todo, ¡no te puedes
sentir vacío!»
Hay en nuestro corazón un hambre gigante de ser felices. ¡Y queremos
llenarla!

Pero nos sentimos culpables cuando no nos satisfacemos sólo «con


Dios». Y lo pongo entre comillas, porque a veces hemos espiritualizado
tanto a Dios, que se nos olvida que por medio de su Hijo Él también
tiene un cuerpo.

La felicidad que anhelamos no es sólo la llamada «espiritual»,


contrapuesta a la «carnal». Queremos una plenitud que no sea sólo de
nuestra alma, sino también de nuestro cuerpo. En una palabra: ¡de todo
nuestro ser!

¿Es bueno desear eso? ¡Por supuesto! ¡Porque así nos hizo Dios! No
somos almas atrapadas en un cuerpo. Somos espíritus encarnados. No
somos cuerpo por un lado y alma por otro, ¡somos todo ello![25]

No dejes que nadie nunca te diga que los deseos naturales de tu cuerpo
son malos en sí mismos. Lo que hagas o dejes de hacer con ellos puede
convertirlos en malos, pero los deseos en cuanto tal nos muestran un
destino, una naturaleza.

Como iremos explicando, el camino no es ignorarlos, sino vivirlos


conforme al plan que Dios tiene para ellos. Un plan que nos acerca al
cielo[26].

2. «El alma es buena, el cuerpo es malo.»


Esta afirmación se encontraba en el fondo de una cierta educación que
recibieron las generaciones anteriores a las nuestras. Tal vez nunca se lo
dijeron así de claro, pero sin duda recibieron muchos mensajes
subliminales donde detrás se encontraba esta tesis. Es posible, incluso,
que de alguna manera también nosotros lo hayamos experimentado.

¡Pues esto es también una mentira! Una mentira venida del mismo padre
de la mentira[27].

51
¡Cómo va a ser malo el cuerpo, si el mismo Hijo de Dios quiso tomar
uno para Él! De hecho, ¿saben ustedes cuál es el signo característico del
anticristo? Aquél que niega que Dios tomó un cuerpo[28].

El cristianismo no demoniza al cuerpo, ¡lo diviniza!

«Este es mi cuerpo, que se entrega por ustedes.» Lc 22,19

Toda la creación nos revela un aspecto de Dios. Pero la corona de la


revelación es el cuerpo humano.

Por eso a Dios no le bastó con un Mar Rojo dividido, una zarza ardiendo,
unas murallas que se caen al sonar de unas trompetas. Ni siquiera le
bastó con curar ciegos, resucitar muertos. Para manifestarse plenamente
no escogió ninguna otra acción que el tomar un cuerpo para sí. No sólo
durante 33 años, ¡para toda la eternidad!

De tal manera que, a partir de esa primera Navidad, sólo a través de Su


Cuerpo y del mío me puedo encontrar plenamente con Dios.

3. «Los deseos de mi corazón me hacen cometer


pecado.»
Los deseos naturales que tenemos son – en sí – buenos, siempre y
cuando no hayan sido manipulados o malformados[29].

Su bondad o maldad dependerán ya de nuestra libertad:


Esto que deseo, ¿me lleva más cerca del cielo? Entonces lo acepto
y lo vivo.
¿Me aleja? Entonces lo rechazo, y aprovecho esta renuncia como
ocasión para crecer en virtud.

La Teología del Cuerpo nos llama a dejar de culpar a nuestro corazón, y


comenzar a dejar que la redención de Cristo habite en él: «El “corazón”
humano es sobre todo objeto de una llamada y no de una acusación.»[30]

Dios nos llama a llenar el corazón, no a despreciarlo como si fuera


nuestro enemigo[31].

Eso que desea nuestro corazón no es otra cosa que un amor total.

52
«El deseo más profundo del corazón humano es mirar a otro y ser
mirado por la mirada amorosa de ese otro», decía San Agustín.

4. «El sexo es sobre todo para poder tener hijos.»


Mucha gente piensa que estaría mejor sin la fuerza de atracción que tiene
el sexo. Que la vida sería más fácil, más llevadera. Que tendría menos
preocupaciones y problemas.

¿Ése es el mensaje de la Iglesia? ¡No, jamás!

El cuerpo, de hecho, tiene el encargo de revelarnos un misterio que, de


otra manera, no podríamos conocer. ¿Cuál es? ¡Nada más y nada menos
que el de la Vida y Amor de la misma Santísima Trinidad, y el del plan
eterno[32] que destina al ser humano a compartir esta comunión de amor
en Cristo![33]

¡De tal forma que cada cuerpo revela un destello de la Gloria de Dios!
¡Todos somos tan especiales que Dios se lee en nuestros cuerpos gracias
a la diferenciación sexual y el llamado a la comunión fecunda!

¿Q T C ?
Es imposible resumir toda la Teología del Cuerpo en un libro como
éste[34]. ¡Y menos un solo capítulo! De hecho, ésta es tan extensa que es
imposible circunscribirla a una sola definición. Por ello, vamos a analizar
varias.

1. Una catequesis sobre el amor y la sexualidad.


Conocemos por Teología del Cuerpo a la colección de las 129 catequesis
que san Juan Pablo II dio entre el 5 de septiembre de 1979 y el 28 de
noviembre de 1984.

Es una enseñanza papal sobre el sexo y el amor esponsal. ¿Sólo sobre


el sexo? ¡Sí! Porque tú y yo hemos sido creados como varón o mujer, y
esto da el significado último de la existencia[35].

Así lo afirma el filósofo Ramón Lucas Lucas, en su libro Bioética para


Todos: «La sexualidad es el modo de ser constitutivo de lo humano; no
un ejercicio temporal de determinadas funciones, sino un modo

53
permanente de ser que se configura, por tanto, necesariamente como
masculinidad y femineidad.»

Todo lo que hacemos es un acto que brota de nuestra sexualidad. Es


decir, de nuestro ser varón o mujer. Y por eso es tan importante entender
lo que esto significa.

¿De dónde vengo? ¿En dónde estoy? ¿A dónde voy? A través de sus
enseñanzas, el Papa va desvelando el plan de felicidad que Dios
estampó en nuestros cuerpos y lo que cada uno debe de hacer para
asumir dicho plan en la propia vocación.

Es, pues, una antropología adecuada que responde a la pregunta


fundamental: ¿Quién es el ser humano?

2. Es la verdadera liberación de nuestra sexualidad.


¿Cuál fue la misión de Cristo en esta tierra? ¡Nuestra redención, nuestra
liberación!

La Teología del Cuerpo nos enseña a aceptar esta redención de Cristo en


nuestro cuerpo, nuestro corazón, nuestro deseo, nuestra historia.

El problema de nuestra cultura sexista es que ha hecho que el cuerpo se


convierta en un ídolo. ¡Y todo ídolo es malo, porque un ídolo es aquello
que ocupa el lugar que le corresponde a Dios, y a nadie más!

El cuerpo es muy importante, pero más que un ídolo, es un icono.

El icono, según el diccionario, es un signo que mantiene una relación de


semejanza con el objeto representado, pero sin suplantarlo.

A través de nuestro cuerpo descubrimos a Dios, su misterio de amor


eterno. Pero si nos atoramos en él, entonces no llegamos a Él.

Podemos pensar que lo que hace más difícil esto es el eros. Sin embargo,
el eros no es malo. Sin él no podríamos tener la energía para llegar al
cielo. Nuestro corazón carecería de esa fuerza que le lleva a desear un
amor infinito.

54
Como todo, también lo podemos corromper. Y lo hacemos cuando
ponemos el fin del eros en una creatura, sea quien sea, convirtiéndola en
ídolo.

La Teología del Cuerpo nos enseña a enfocar esa fuerza maravillosa


llamada eros, para que, a través de las otras creaturas y junto con ellas,
podamos llegar a Dios, sin atorarnos en ellas.

3. Es la decodificación del mensaje de felicidad y


salvación eternas que nuestro cuerpo tiene escrito en
él.
Tenemos un deseo de felicidad, que coincide con el deseo de amar y ser
amados. Aún en el dolor o en la tristeza, el deseo está presente.

La Teología del Cuerpo nos muestra el maravilloso plan de felicidad que


Dios tiene para nosotros, y que ha sido estampado en nuestro cuerpo.

Ya la citamos antes, pero esta frase es una de las tesis fundamentales de


toda esta doctrina, por lo que es tan importante que me atrevo a volverlo
a hacer:

«En efecto, el cuerpo, y sólo él, es capaz de hacer visible lo que es


invisible: lo espiritual y lo divino. Ha sido creado para transferir a
la realidad visible del mundo el misterio escondido desde la
eternidad en Dios, y ser así su signo.»
San Juan Pablo II[36]

Visto desde esta perspectiva se comprende por qué el cuerpo ha sido tan
atacado.

Pensémoslo de esta manera: si sólo el cuerpo es capaz de hacernos


visible el misterio divino; y si existe un enemigo que no quiere que
veamos a Dios, ¿qué es lo que va a intentar falsificar, ocultar y atacar?
¡Nada más y nada menos que al cuerpo y su llamado a la comunión!

Este tentador ha vertido por siglos y siglos su cochambre sobre nuestro


cuerpo, pretendiendo esconder así la verdad y el mensaje de felicidad
que lleva inscritos en él. ¡Por eso urge recuperar su belleza y significado
original!

55
4. Es una enseñanza bíblica sobre lo que significa ser
humanos.
Se podría pensar que la Teología del Cuerpo es una intuición original de
Karol Józef Wojtyła. En cierto sentido es así. Sin embargo, no sólo se
basó en numerosos pensadores católicos[37], sino, sobre todo, en el gran
mensaje en el que Dios se reveló a sí mismo: la Biblia.

La Sagrada Escritura no sólo es revelación de quién es Dios, sino


también la verdadera revelación de quiénes somos los seres humanos. Es
por eso que a partir de Ella se construye este mensaje articulado por el
Papa.

A lo largo de las 129 catequesis encontramos cientos de referencias


bíblicas. Éstas no sólo iluminan, sino que encuadran y fundamentan toda
la Teología del Cuerpo.

«Analizando estos textos-clave de la Biblia hasta la raíz misma de


los significados que encierran, descubrimos precisamente esa
antropología que puede llamarse “teología del cuerpo”.» San Juan
Pablo II[38]

Se trata, en definitiva, de una nueva síntesis del pensamiento


cristiano sobre la sexualidad, ya contenido en la Sagrada Escritura,
los Santos Padres y tantos y tantos filósofos y teólogos cristianos a lo
largo de la historia de la Iglesia.

¡U D !
No tengamos miedo: ¡el diablo no tiene barro para crear! ¡Todo lo que
existe es bueno! ¡Máxime nuestro cuerpo!

Éste nos grita que estamos hechos para el cielo. Para un amor eterno.
Para la entrega y donación sin límites que tanto deseamos.

La imagen para comprenderlo mejor no es otra que la del amor


esponsal[39].

56
«El cuerpo, en su masculinidad y feminidad, está llamado “desde
el principio” a convertirse en la manifestación del espíritu. Se
convierte también en esa manifestación mediante la unión
conyugal del hombre y de la mujer, cuando se unen de manera que
forman “una sola carne”.»
San Juan Pablo II[40]

El matrimonio no es bueno, ¡es muy bueno! ¡Es excelente! ¿Cuál es el


motivo? Que contemplándolo podemos entender un poco más el misterio
de felicidad al que Dios nos llama para toda la eternidad, un misterio de
amor y comunión sin límites, de entrega y recepción del Otro en su
totalidad.

¿Con qué empieza la Biblia? ¡Con el matrimonio de Adán y Eva!

¿Con qué termina la Biblia? ¡Con las bodas del Cordero!

El resumen de toda la Biblia se puede hacer en cuatro palabras: Dios


quiere casarse conmigo.

«Yo te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en


justicia y en derecho, en amor y en compasión, te desposaré
conmigo en fidelidad, y tú conocerás a Yahvé.» Os 2,21-22

En definitiva, la Teología del Cuerpo es descubrir que Dios nos dio el


cuerpo para que, en unión con el alma, podamos amar como Él
ama.

¿Y cómo ama Dios? Con cuatro características que no pueden existir


separadas la una de la otra, sino que cada acto de amor de Dios las
engloba todas.

1. El amor de Dios es total.


No hay amores del 99%. Unos enamorados no se dicen: me caso contigo
y prometo amarte cuando esté de buenas, o cuando no estés enojado, o
cuando no haya problemas…

El amor, por su misma naturaleza, o es total, o no es amor.

57
Dios no nos puede amar a medias, no puede poner entre paréntesis su
amor, dependiendo de nuestra fidelidad o estado de ánimo.

Dios es amor[41]. ¡Y por eso todo lo que hace es un acto de amor!

2. El amor de Dios es libre.


Pero un amor así no se puede imponer, tiene que ser libre,
completamente libre.

A Dios nadie lo obligó a amarnos. Todo en Él es libertad.

Sólo un amor así puede ser atractivo y nos hace ver que:
Es sólo cuando el amor tiene que renunciar, que adquiere toda su
fuerza.
Es sólo cuando se tiene que sacrificar, que se da cuenta de que vale
la pena.
Es sólo cuando debe de forzarse a ser fiel, que la promesa de amor
tiene sentido.

A pesar de nuestro pecado, de nuestras ofensas, de nuestras


infidelidades, ¡Dios sigue eligiendo amarnos! Porque su amor es
eterno[42].

3. El amor de Dios es fiel.


Amor fiel significa que siempre estará ahí, en las buenas y en las malas.

Este aspecto del amor nos puede resultar difícil de entender:


Sobre todo en una sociedad que cada día justifica más la
infidelidad, hasta el grado de incluso celebrarla.
Cuando resulta que el otro no me está dando todo lo que yo
esperaba.
Cuando doy, doy, doy, y no recibo.
Cuando no me siento comprendido(a) o acogido(a).

La fidelidad del amor a veces puede resultar difícil, pero siempre es


posible. ¡Porque contamos con la semilla del amor de Dios, que
siempre es fiel!

4. El amor de Dios es fecundo.

58
Por último, este amor es como una semilla que se siembra, y que debe
dar fruto.

«Sean fecundos y multiplíquense.» Gen 1,28

El amor que no se multiplica, no es amor.

Claro que la fecundidad física es la más fácil. ¡Casi cualquiera, incluso


sin amor, lo puede lograr! Lo importante aquí es la fecundidad espiritual.

Todo amor está llamado a esta fecundidad, porque si no se da, se queda


seco.

Dios quiere seguir creando vida en este mundo. No sólo física, sobre
todo espiritual. En el siguiente paso explicaremos más a fondo esta
realidad.

59
P
1. Contigo mismo

¿Qué entiendo por Teología del Cuerpo?


¿Qué idea auto impuesta o que alguna persona haya expresado de
mi cuerpo ha hecho que no lo vea como expresión del amor de
Dios?
¿Quiero amarme como Dios me ama?

2. Con Dios

Jesús, quiero reconciliarme con mi cuerpo. De forma sincera haré


una oración para encontrar ese destino que has plasmado en mi ser
para llegar a ti...
Tú eres no sólo Dios, sino también hombre, ¿qué me ha impedido
que tenga una relación contigo como una persona real, de carne y
hueso?
Gracias, Señor, por este don de la Teología del Cuerpo. Aún no la
entiendo del todo, pero percibo que detrás de ella hay algo muy
importante para mí. ¡Ayúdame a no perdérmelo!

3. Con tu cónyuge

¿Ha afectado en nuestra relación la idea errónea de que «el sexo es


un mal necesario»?
Hagamos juntos una definición propia de Teología del Cuerpo.
¿Nuestro amor es total, libre, fiel y fecundo? ¿En cuál aspecto
flaqueamos más? ¿Cuál es nuestra fortaleza?

60
C :
R

Concupiscencia y significado
esponsal del Cuerpo

61
«Realmente, mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que
quiero, sino que hago lo que aborrezco. Y, si hago lo que no
quiero, estoy de acuerdo con la Ley en que es buena; en realidad,
ya no soy yo quien obra, sino el pecado que habita en mí.» Rom
7,15-17

¿No hubiera sido mejor que no tuviéramos la capacidad de pecar? ¡Nos


iríamos directamente al cielo!

Pero aquí viene la pregunta: ¿Qué es el cielo?

¡Es el amor eterno! ¡Y el amor tiene que ser libre!

¿A qué madre le gustaría que sus hijos nacieran amándola forzosamente,


y que no tuvieran otra opción sino ésa? ¿Qué enamorado disfrutaría
sabiendo que su futura esposa no tiene otra posibilidad sino amarlo a él?
¿Qué hijo viviría en paz con la certeza de que sus padres deben de
amarlo, porque así fueron programados?

¡Nada de esto sería amor!

Pues bien, el pecado es posible precisamente porque el amor es libre.


Y es que el pecado no es otra cosa que el no ser fieles a ese amor.

¡Queremos serlo! ¡Queremos amar! Pero nuestro corazón está agrietado.


Nos traiciona y a veces terminamos haciendo lo que en el fondo no
deseamos.

Ése no es el plan original de Dios. ¡Él nos creó para estar enteros, no
agrietados!

[43]
S
«Entonces éste exclamó: “Esta vez sí que es hueso de mis huesos y
carne de mi carne. Esta será llamada mujer, porque del varón ha

62
sido tomada”. Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se
une a su mujer, y se hacen una sola carne.» Gen 2,23-24

El cuerpo humano tiene un mensaje impreso en él desde su misma


creación. Un mensaje que hay que aprender a descifrar.

En definitiva, lo que nos dice es lo siguiente:

El cuerpo humano, «desde “el principio” tiene un carácter nupcial;


lo que quiere decir que es capaz de expresar el amor con que el
hombre-persona se hace don, verificando así el profundo sentido
del propio ser y del propio existir.»
San Juan Pablo II[44]

Desentrañemos este significado en varias afirmaciones.

1. No podemos ser felices solos.


La felicidad jamás llegará en la soledad. No es posible ser feliz aislado
de los demás, encerrado, como un átomo.

«Cuando Dios Yahvé dice que “no es bueno que el hombre esté solo”
(Gen 2,18), afirma que el hombre por sí “solo” no realiza totalmente esta
esencia. Solamente la realiza existiendo “con alguno”, y aún más
profundamente y más completamente: existiendo “para alguno”.»[45]

De hecho, ¿qué es el infierno? No es la eternidad sufriendo porque


estamos siendo quemados por un fuego inextinguible y molestados por el
trinchete de un diablillo. ¡El infierno es ante todo la más total y radical
soledad! ¡Y eso sí que duele!

Los sufrimientos más radicales, ya en esta tierra, se dan cuando nos


sentimos solos. Claro que una enfermedad es dura, una pérdida del
trabajo también. Pero todo esto, si lo afrontamos acompañados se vuelve
mucho más llevadero.

En cambio, hasta las cosas más dulces de la vida, si las vivimos solos, se
vuelven un tormento.

Un niño llegó a su casa llorando. Cuando lo vio la mamá lo abrazó.

63
– ¿Qué te pasa, te pegaron?
El niño movió la cabeza en señal de negación. La mamá lo acarició
buscando consolarlo.
– ¿Entonces te robaron?
Volvió a negarlo.
– ¿Qué te pasó?
Después de un largo sollozo dijo:
– Estábamos jugando a las escondidas, y yo me escondí tan bien que
cuando salí mis amigos ya se habían ido. Nadie me vino a buscar.
¡Nadie me vino a buscar!

Todos necesitamos significar algo para alguien más. De eso depende


nuestra felicidad.

2. Hemos sido hechos para el amor, para la


comunión.
Si no podemos ser felices solos, deducimos que hemos sido creados para
el amor, para vivir con otros, entregándonos a ellos. Esto lo
experimentamos todos los días.

Somos felices cuando nos sentimos amados, e infelices cuando no. El


amor no es nada más algo accesorio en nuestra vida, ¡es algo esencial!

Esto se lee en nuestros cuerpos. Porque el cuerpo de un varón no tiene


sentido sin el de una mujer. Y viceversa[46].

Es por eso que, en el fondo, todos tenemos miedo de quedarnos solos.


Ese es nuestro temor más profundo, porque en lo más íntimo de nuestro
ser, sabemos que no podemos ser felices si no es en comunión.

Por eso José Ignacio Munilla afirma: «Nosotros creemos que el valor
supremo no es tanto la independencia del hombre, cuanto su
"comunión". El hombre maduro no es el más independiente o el más
aislado frente a los demás, sino todo lo contrario.»

No dejemos que el mundo y su ritmo frenético nos adormile. ¡Hemos


sido creados para la comunión![47]

3. Estamos llamados a ser fecundos.

64
El cuerpo humano grita que fue hecho para ser fecundo, para
multiplicarse.

Claro que la fecundidad más obvia es la física. Pero ésa puede ser, en sí
misma, aún muy limitada. ¡Casi cualquiera puede dejar hijos regados por
todo el mundo!

Pero recordemos: el cuerpo manifiesta lo que no vemos, lo interior.

La fecundidad más fundamental es la espiritual. ¿De qué te sirve


engendrar hijos y dejarlos abandonados?

Todos estamos llamados a ser fecundos espiritualmente, a hacer que


la vida se convierta en Vida.

Si quieres ser fecundo en el orden espiritual, la única manera de lograrlo


es dejando que el Espíritu Santo inflame tu corazón y le haga entregarse.
Las palabras son huecas y las obras estériles cuando no nacen del Amor.
Pero cuando lo son, están destinadas a dar mucho fruto.

Aquí te va un ejemplo para entenderlo mejor. Lo tomo de un sacerdote


que describió cómo se imaginaba su llegada al cielo. Yo era apenas un
seminarista, y se me quedó grabado en mi alma.

Dijo que su llegada a la eternidad la pensaba como una puerta enorme,


que se abría de par en par. Le invitaban a pasar. Todo el recinto estaba
oscuro. Entró en él, y, cuando se encontraba por la mitad del lugar, se
encienden las luces y una turba que llenaba un “estadio celestial” le
aplaudía estridentemente. ¡Eran las almas de todos aquellos con los que
él había contribuido para que llegaran al cielo!

La persona fecunda a nivel espiritual es la que ayuda a otros a permitir


que Dios engendre la vida de gracia en su alma, les acompaña para
mantenerla y desarrollarla, y les anima a multiplicarla.

En resumen, la fecundidad espiritual es ser instrumento de Dios para


engendrar la vida eterna en todos los corazones que podamos. ¡Eso
no es sólo de los sacerdotes, pertenece a todo cristiano!

65
4. El otro, sea del sexo que sea, tiene la misma
dignidad y los mismos derechos.
«El cuerpo tiene su significado “esponsalicio” porque el hombre-persona
es una criatura que Dios ha querido por sí misma y que, al mismo
tiempo, no puede encontrar su plenitud si no es mediante el don de
sí.»[48]

No importa su procedencia, raza, sexo o edad. No importa si está


«deforme» o si va de acuerdo con los cánones de belleza. No importa si
es consciente de su valor o no. ¡Todos, absolutamente todos, tenemos la
misma dignidad y derechos!

Esto quiere decir que hemos sido llamados, desde nuestra creación, a
existir en comunión de personas con los demás, «a imagen de Dios».
Ninguno puede ser jamás utilizado como objeto, sino que siempre ha de
ser tratado de acuerdo con su propia dignidad.

Antes del pecado, Adán y Eva[49] vivían en plena armonía y comunión:


No había peleas innecesarias.
No había vacíos en la relación.
No había dobles intereses.
No había utilización de ninguno de ellos hacia el otro.

¡Vivían en el amor y por amor! Dios quiere que recuperemos esa


armonía y comunión. Eso es lo que se lee en nuestros cuerpos.

[50]
L
Lamentablemente, este plan maravilloso que Dios había pensado y
estampado en nuestro cuerpo, vino a romperse con el pecado, agrietando
así su corazón.

Y entonces iniciaron los problemas.

«Es sabido que, a causa del estado pecaminoso contraído después del
pecado original, varón y mujer deben reconstruir con fatiga el
significado del recíproco don desinteresado.»[51]

Para hacerlo, uno de los principales enemigos a vencer se llama


concupiscencia.

66
Concupiscencia[52]
Todos hemos escuchado muchas veces esa palabra: concupiscencia.
Pero, ¿qué significa?

La concupiscencia es el desorden de las pasiones del hombre como


consecuencia del pecado original.

De acuerdo con Santo Tomás, todos tenemos dos grupos de pasiones a


nivel sensible: la concupiscible y la irascible.

En pocas palabras, las pasiones concupiscibles ayudan a nuestro ser a


descubrir el bien y el mal sensible. Las irascibles le dan la fuerza y
audacia para adquirir este bien, así como para rechazar o soportar un
mal.

Llamamos concupiscencia al cambio de tendencia de nuestro corazón,


donde ya no descubre con facilidad el bien objetivo, sino que puede
subjetivizarlo, perdiendo así la verdadera perspectiva. Y así, por
ejemplo:
En lugar de comunión, buscamos el uso.
En lugar del amor generoso, el egoísmo a ultranza.
En lugar de la entrega, la susceptibilidad.
En lugar de la igualdad, el poder.

Es lo que dice san Pablo cuando afirma que «la carne… tiene tendencias
contrarias a las del Espíritu, y el Espíritu tendencias contrarias a las de la
carne.» Gál 5, 17

Cuántas veces, por ejemplo, basta con que nos decidamos a ponernos a
dieta para que nuestro cuerpo nos pida todo tipo de alimentos. O con que
queramos mejorar nuestra pureza, para que comencemos a experimentar
todo tipo de tentaciones. Que busquemos ser humildes para iniciar a
percibir todo tipo de humillaciones. Que deseemos ser caritativos para
que todos nos molesten.

Esta tendencia en sí misma no es pecado, pero nos inclina a él. Por


eso puede haber santos con una gran concupiscencia que están dispuestos
a vencer todos los días.

67
La concupiscencia limita y deforma el lenguaje del cuerpo, sobre todo en
la relación varón-mujer. Le hace querer aprovecharse el uno del otro, sin
buscar ante todo el amor.

Hace que nuestras relaciones no busquen la comunión, sino que sólo se


dejen llevar por la atracción, con el gran riesgo de convertirse en objetos.

De hecho, es por eso que la sexualidad, vivida sólo desde la


concupiscencia, jamás nos va a llenar. ¡Porqué le ha vaciado su sentido!

«La concupiscencia, de por sí, no es capaz de promover la unión


como comunión de personas. Ella sola no une, sino que se adueña.
La relación del don se transforma en la relación de apropiación.»
San Juan Pablo II[53]

Esta tendencia nos quita el verdadero goce de la sexualidad, que es el de


la entrega desinteresada, el verdadero éxtasis (salir de uno mismo).[54]

Para entenderla mejor pongamos una analogía. A nivel físico, todos los
cuerpos tienen una propiedad llamada inercia, por la que mantienen su
estado de reposo o movimiento si no son impedidos por otra fuerza.

Podríamos decir que, a raíz del pecado, nuestro cuerpo tiene una
inercia hacia lo cómodo, lo egoísta, lo agradable, lo fácil –aunque
muchas veces esto no sea lo más adecuado–, rompiendo así con el
designio de felicidad integral que Dios puso en todo nuestro ser.

Esta inercia es lo que llamamos concupiscencia.

Deja de haber armonía interior


El deseo sexual, antes del pecado, se experimentaba como llamada a la
comunión personal: tanto carnal como espiritual.

Ahora, sin embargo, se percibe como una fuerza casi autónoma, donde el
cuerpo quiere dominar al alma.

En el fondo del corazón todos los seres humanos desean que su


sexualidad sea expresión plena de comunión y amor, pero en el momento
de la lucha no es tan fácil pues surgen:

68
Pasiones desbordadas.
Intereses encontrados.
Incompatibilidad de ritmos.
Desacuerdo entre el deseo de uno y la disposición del otro.

Junto con un largo etcétera que jamás terminaríamos de enlistar.

Y ese encuentro, que fue creado para ser maravilloso, a veces trae
muchos problemas, decepciones y frustraciones. ¡Y todo por dejarse
llevar por la concupiscencia y no por la vida según el Espíritu!

Esta tendencia del cuerpo limita la expresión del espíritu humano y la


experiencia del intercambio de la donación de la persona.

El corazón se vuelve un campo de batalla


Podemos caer en la tentación de creer que el cuerpo humano ha perdido
la capacidad de expresar el amor-comunión.

Pero no es así. Se ha debilitado, ¡pero no la hemos perdido por completo!


Y muestra de ello es el deseo que llevamos dentro del mismo corazón de
poder lograrlo, aunque sea muy difícil.

El pecado, por más fuerte que sea, no borró esta tendencia de nuestro
corazón a amar y ser amados.

No le quitó su significado al cuerpo, pero sí lo amenaza constantemente.

«El corazón se ha convertido en el lugar de combate entre el amor


y la concupiscencia. Cuanto más domina la concupiscencia al
corazón, tanto menos éste experimenta el significado nupcial del
cuerpo y tanto menos sensible se hace al don de la persona, que en
las relaciones mutuas del hombre y la mujer expresa precisamente
ese significado.»
San Juan Pablo II[55]

¿No es verdad que sentimos estas amenazas constantemente?


El orgullo que no quiere pedir perdón.
El amor propio que no quiere perdonar.
La susceptibilidad que no deja pasar ni un solo detalle.

69
El egoísmo de exigir cada vez más y más.

«¿Quiere acaso esto decir que debamos desconfiar del corazón


humano? ¡No! Quiere decir solamente que debemos tenerlo bajo
control.»
San Juan Pablo II[56]

La clave está en saber a quién le corresponde controlarlo: ¿a mí o a


la gracia de Dios que habita en mí? ¡Por supuesto que al segundo!

S
Dios, cuando nos creó, lo hizo con un amor tan especial que somos las
únicas creaturas que Él quiso por sí mismas[57].

Todo lo demás lo hizo en orden a servirnos. Nosotros somos el centro del


universo. ¡Y por esto tenemos que cuidarlo, pero también aprovecharlo!

«El hombre aparece en la creación como el que ha recibido en don el


mundo, y viceversa, puede decirse también que el mundo ha recibido en
don al hombre.»[58]

Este amor generoso y desinteresado, tiene una consecuencia para nuestro


ser: que no podemos ser plenamente nosotros mismos mas que a
través de una donación sincera.

¡Esto no es sino ese amor puro que todos deseamos, ese amor sin
intereses, sin egoísmos, sin segundas intenciones!

Y sin embargo, es muy difícil lograrlo, precisamente porque la


concupiscencia afecta a esa «donación sincera»[59], haciendo que nuestra
visión se distorsione y dejemos de ver en el otro a un ser humano con
igual dignidad, convirtiéndolo en un objeto para sacar algún provecho.

Todos nos hemos sentido utilizados alguna vez. ¿Fue bonito? ¡No! ¡Es la
experiencia más humillante que existe!

Por ejemplo, cuando un médico no nos trata con la dignidad de una


persona, sino que nos convierte simplemente en «pacientes», en un
«caso» más. Cuando en una oficina de gobierno no se nos da el lugar, y

70
no somos más que «números». Y aún más doloroso cuando nos damos
cuenta de que un amigo nos traicionó, que sólo le interesábamos
mientras le sirviéramos.

Última consecuencia: dejar de sentirnos amados por


Dios
Si las cosas están así, y si en el mundo todos funcionan así, pensamos
que esa debe ser la realidad. Y comenzamos a comportarnos como tal: no
dejándonos usar, e intentando sacar el mayor provecho de los demás.

«Al poner en duda, dentro de su corazón, el significado más profundo de


la donación (…), el hombre vuelve las espaldas al Dios-Amor, al
“Padre”. En cierto sentido lo rechaza de su corazón y como si lo cortase
de aquello que “viene del Padre”; así, queda en él lo que “viene del
mundo”.»[60]

Las heridas del corazón, si no son redimidas, nos incapacitan para


amar.

Esto marca una tendencia muy peligrosa y genera un espiral sin aparente
fin.

Pensemos en un caso idílico: imaginemos que tuvieras tanto poder que


nadie pudiera utilizarte, sino que fueras la única persona capaz de usar a
las demás. Esto también te convertiría en un objeto, pues ellas son como
tú, sólo es cuestión de quién es más fuerte. Y entonces pasarías la vida
lleno(a) del temor de ver llegar a alguien con más poder para
manipularte.

La última consecuencia de esta tendencia es poner en duda que somos


queridos por Dios sin ninguna condición:

Pensar que para que Dios me quiera, antes tengo que hacer méritos.
Porque para yo querer a alguien, dicha persona los tiene que hacer.
Desesperar de mi salvación, porque al haber cometido tantos
pecados tendré la certeza de que Dios no puede amarme.
Reducir la religión a una serie de normas que tengo que cumplir
para llegar al cielo, y no una relación personal de amor que tengo
que cultivar con Dios.

71
Todo esto me recuerda una anécdota que un amigo me contó.

Uno profesor visitaba París con sus alumnos en un viaje cultural. Al


salir de un museo, se le acercó una prostituta. El profesor le preguntó:
– ¿Cuánto cobras?
– 100 euros.
– Eso es demasiado poco.
– Ah sí, perdón, para los extranjeros 200.
– Aún así se me hace nada.
– Tiene razón, los fines de semana la tarifa es doble.
– ¿Te conformas con tan poco?
Para entonces la mujer ya estaba algo irritada, así que le respondió:
– Entonces, ¿cuánto valgo para usted?
– Mira, yo nunca podré pagar lo que vales, pero te voy a contar de
alguien que ya lo ha hecho.
Y le habló de Cristo, de su Pasión, Muerte y Resurrección por nosotros.

Sin importar lo que pensemos, lo que hayamos vivido, cómo nos hayan
tratado o hayamos tratado a los demás, ¡Dios nos quiere por nosotros
mismos, sin necesidad de méritos ni de cumplimientos!

Este amor es lo que nos salva. Este amor es lo que da sentido a nuestras
vidas.

Y ,¿ ?
La concupiscencia sin control hace que perdamos la libertad interior de
la donación. Porque ella pasa a dominar nuestro cuerpo, a mandar sobre
lo que debe hacer y buscar.

Con ello, nos volvemos esclavos. ¡Y un esclavo no puede amar jamás a


su amo!

La solución estará en ir recuperando esa libertad interior, a la cual se


encuentra ligado esencialmente el amor.

Para ello necesitaremos de dos ayudas.

1ª Dios

72
Esta lucha a veces puede ser desgastante y desesperanzadora, si la
hacemos solos. Mas con Dios no.

¡Él jamás se dejará ganar! Pero lo tenemos que invitar de aliado.

Si Él nos creó y también nos redimió, entonces sólo con Él podemos


lograr ser aquello que siempre hemos querido ser.

En el próximo paso veremos cómo podemos aplicar la redención de


Cristo a nuestros cuerpos, haciendo de esta ayuda algo real y necesario.

2ª Pureza
La pureza es una conquista que hay que realizar día a día, batalla a
batalla. ¡Y que jamás termina!

Pero no es imposible, porque Dios nos capacita para ello.

La persona que la ha logrado recupera su verdadera belleza y es capaz de


descubrir en los demás esa misma belleza. Una hermosura gratuita, llena
de vida, que no nace del aspecto físico, sino que viene «desde dentro»[61].

Ésta será tema del quinto paso, pues «el hombre puede convertirse en
don si cada uno de ellos se domina a sí mismo.»[62]

73
P
1. Contigo mismo

Después de leer este capítulo, ¿cambió mi idea del concepto de


amor libre?
¿Trato a mi prójimo con la dignidad y derechos que tiene
simplemente por ser persona?
¿Amo a mis seres queridos más cercanos por quiénes son? ¿Espero
cosas de ellos que están fuera de la realidad?

2. Con Dios

Jesús, ahora que sé que existe esa concupiscencia en mi ser, en


oración te pido me ayudes a reconocer las pasiones desbordadas
más arraigadas en mi corazón.
Hay cosas que no quiero hacer y que, sin embargo, termino
haciendo. ¡Dame la gracia de sentir tu fuerza en esos momentos, de
dejar que seas Tú quien me ayude a vencerlas!
Jesús, ¿alguna vez me he dejado de sentir amado(a) por ti? ¿No
será que, más bien, yo cerré mi corazón para que no pudieras
entrar? ¡Hoy te lo vuelvo a abrir de par en par!

3. Con tu cónyuge

¿Qué entendemos por significado esponsal del cuerpo? ¿En qué


cambia eso la forma en que nos relacionamos?
¿Habíamos pensado que la fecundidad puede ser espiritual y no
sólo física? ¿Hemos sido fecundos espiritualmente?
¿En qué momentos dejamos que el egoísmo venza al amor? ¿Qué
podemos hacer para mostrarnos más genuinamente que nos
amamos?

74
Q :D

La redención de Cristo

75
Me encanta la escena de la película de La Pasión de Cristo en la que
Jesús se cae con la cruz. Su Mamá lo ve. Al inicio duda. Pero después –
recordando también una caída que tuvo de niño –, corre para consolarlo.
Y cuando se levanta le dice esa frase: «Madre, mira cómo hago nuevas
todas las cosas»[63].

Y por nuevas, se refiere también a mejores, como nos dice el Catecismo:

«La primera creación encuentra su sentido y su cumbre en la nueva


creación en Cristo, cuyo esplendor sobrepasa el de la primera.»
Catecismo de la Iglesia Católica n. 349

¡Esa es la redención! ¡Un corazón nuevo y un espíritu nuevo! ¡Más


fuertes, más grandes, más de Dios!

¿U ?
Aceptémoslo: muchas veces nos sentimos culpables por las tendencias
que experimentamos. Esto no está bien, porque si no lo sanamos,
caeremos en uno de los dos extremos que debemos de evitar a toda costa:
puritanismo o permisivismo.

1. Puritanismo
Como sentimos una tendencia a lo malo y no sabemos cómo enfocarla,
pensamos que lo corrompido es el cuerpo, la sexualidad, con la
consecuencia última de buscar aniquilarlos. Este puritanismo dio origen,
hace ya muchos siglos, a una herejía llamada maniqueísmo. Por lo que el
Papa dijo:

«Una actitud maniquea llevaría a un “aniquilamiento”, si no real, al


menos intencional del cuerpo, a una negación del valor del sexo
humano, de la masculinidad y feminidad de la persona humana, o
por lo menos sólo a la “tolerancia” en los límites de la “necesidad”
delimitada por la necesidad misma de la procreación.»
San Juan Pablo II[64]

76
Esta actitud se repite a sí misma: «Si siento deseos de hacer con mi
cuerpo cosas que son pecado, entonces mi cuerpo es malo y no debo de
hacerle caso.»

¿Crees que algo así viene de Dios? ¿Que algo así nos puede hacer
felices?

2. Permisivismo
El otro extremo es pensar que, dado que estas tendencias son
invencibles, entonces de nada sirve luchar y luchar, mejor
abandonémonos a ellas.

Entonces todo es válido. Todo es correcto. Todo se puede.

Esta actitud, lejos de enaltecer el sexo, lo degrada hasta el extremo. La


aparente exaltación del cuerpo, en realidad, banaliza la sexualidad y
tiende a hacerla vivir fuera de un contexto de comunión de vida y de
amor.

El permisivo se dice a sí mismo: «Si siento tanta atracción a actuar


dejando rienda suelta a mi cuerpo, y es tan poderosa que no puedo contra
ella, voy a dejar de “desgastarme” y me dejaré llevar.»

La tercera vía
Cualquiera de las dos actitudes es válida… ¡para un corazón que no ha
sido redimido!

¡Pero para ti y para mí, que hemos recibido la gracia de Dios y su


salvación, existe la esperanza! ¡Hemos sido rescatados del pecado y de la
concupiscencia por Cristo!

La Redención es la perspectiva de todo el Evangelio, de toda la


enseñanza, más aún, de toda la misión de Cristo.

Cristo no quiere simplemente que volvamos a ser como Adán y Eva. ¡Él
quiere mucho más! ¡Quiere nuestra total felicidad!

77
«Esta plenitud se descubre: primero con una visión interior “del
corazón”, y luego con un modo adecuado de ser y de actuar.»
San Juan Pablo II[65]

Veamos a qué se refiere el Papa.

E
Sinceramente, aún ahora, después de haber leído gran parte de este libro,
si escuchas la palabra «erótico», ¿qué es lo que se te viene a la mente?

Lo más seguro es que pensemos en cosas pecaminosas, no dignas de un


cristiano. Y, sin embargo, nada más lejos de la realidad original del
concepto de amor erótico, llamado también simplemente eros.

Lamentablemente la sociedad pornográfica en la que vivimos ha luchado


desde hace décadas por apropiarse este término. ¡Y la hemos dejado
hacerlo!

Sin embargo, la realidad es que el amor erótico pertenece también al


cristianismo en su más pura versión.

De hecho, el mismo Dios también nos ama con este tipo de amor. Y no
lo digo yo, tampoco san Juan Pablo II, sino el papa Benedicto XVI[66]:

«Él (Dios) ama, y este amor suyo puede ser calificado sin duda
como eros que, no obstante, es también totalmente agapé.»

El agapé es el amor de comunión, de donación. Muy importante también


para nuestra felicidad. Pero un Dios sin eros, con puro agapé, es un Dios
tan espiritualizado que dejará de interesarnos. O peor aún, dejará de
interesarse por nosotros.

Y entonces, ¿qué es el amor erótico?


El eros no es malo. De hecho, en su versión original, es la «fuerza
interior que atrae al hombre hacia lo verdadero, lo bueno y lo bello»[67].

Eros es el deseo del corazón humano que quiere amor infinito. Es la


pasión del ser humano por la vida y el amor.

78
¡Lo necesitamos no sólo para ser felices, sino para nuestra misma
salvación eterna!

Este amor lo llevamos en el corazón como una tarea a realizar, de tal


manera que no nos deja indiferentes. De hecho, nos lleva a tres posibles
opciones:

1. Estoicismo: «No quiero nada.»


Al ser tan fuerte, pretendemos ignorarlo, ahogarlo. Queremos llegar a la
conclusión de que no quiero ni necesito nada.

Es una especie de puritanismo, sólo que aquí lo que se busca es ser


inmune a todo deseo, lograr que no me afecte, que ni siquiera me llame
la atención.

El estoico, como le da miedo jugar con fuego, y como no quiere


quemarse, simplemente pretende apagarlo.

Y así, su amor se convierte en algo frío, calculador, tal y como lo revela


el padre Raniero Cantalamessa:

«El agapé sin eros nos parece como un “amor frío”, un amar “con la
cabeza”, sin participación de todo el ser, más por imposición de la
voluntad que por impulso íntimo del corazón. Un ajustarse a un
molde preconstituido, en lugar de crear uno propio e irrepetible,
como irrepetible es todo ser humano ante Dios. (…) Si el amor
mundano es un cuerpo sin alma, el amor religioso practicado así es
un alma sin cuerpo.» [68]

2. Lujuria: «Lo quiero todo.»


Al ser tan atractivo, queremos llenarnos de eros y sólo de él. Pensamos
que aquí está la felicidad, aislado de cualquier amor también
desinteresado.

Se originan así las adicciones, que jamás llegarán a satisfacer nuestro


corazón infinito.

«El eros sin agapé es un amor romántico, muy a menudo pasional, hasta
la violencia. Un amor de conquista que reduce fatalmente el otro a objeto

79
del propio placer e ignora toda dimensión de sacrificio, de fidelidad y de
donación de sí»[69].

La lujuria es el amor erótico separado del amor de comunión


(agapé). Y así, claro que no es buena. Claro que no hemos sido creados
para esto.

Pero no por eso hemos de desechar al eros… ¡Existe una tercera opción!

3. Misticismo: «Lo tengo todo, pero todavía no completo.»


Este amor, al ser tan bueno, nos sirve como un trampolín para llegar a
Dios y a los demás, para vivir la auténtica caridad.

Nos damos cuenta de que en este mundo nada ni nadie nos podrá llenar,
porque estamos hechos para el cielo.

Sin embargo, todo lo que Dios nos ha dado puede convertirse en signo
de su amor, y, por lo tanto, en camino para llegar a esa felicidad. ¡Basta
con que lo vivamos rectamente!

Y entonces inicia una apasionada aventura que se vive de la mano de


Dios y los demás.

«El amor verdadero e íntegro es una perla escondida entre dos valvas,
que son el eros y el agapé. No se pueden separar estas dos dimensiones
del amor sin destruirlo, como no se pueden separar el hidrógeno y el
oxígeno sin privarnos con ello mismo del agua.»[70]

¿Cómo diferenciar el amor auténtico y la lujuria?


Esta pregunta se la hace el grupo Scorpions en la canción Lust Or Love,
donde, al tener un sentimiento tan grande, no sabe si es por el placer o
por el amor. ¡Quién no se ha cuestionado esto alguna vez!

Pues bien, existe un termómetro definitivo para discernirlo: preguntarse


si la belleza de la cruz y resurrección de Cristo está en el centro de este
sentimiento. Me explico.

La lujuria nos promete el cielo sin la cruz. ¡Y todo amor lleva una cruz!

80
Si pretendemos amar sin sufrir, probablemente estamos amando
desordenadamente.

El eros llega a su plenitud cuando estamos dispuestos a sacrificarnos


por otros. Y llega a su degradación cuando estamos dispuestos a
sacrificar a otros por nosotros.

¿En dónde estás tú? ¿Quieres tener un matrimonio, un noviazgo, una


amistad, una consagración que vaya de cielo en cielo? ¡Lo lograrás si va
de cruz en cruz!

Vas a tener muchas voces que te digan que te bajes. Pero Cristo nos
enseñó a perseverar en el amor. ¡Y es a Él a quien seguimos!

Si nuestras relaciones con los demás se basan en el utilitarismo nunca


nos van a satisfacer plenamente, porque nuestro corazón anhela el amor
profundo y la comunión. ¡Y no sólo en el acto sexual, sino en todo lo que
somos!

Ya lo dijo san Juan Clímaco en el siglo VII: «Casto es aquel que expulsa
al eros con el Eros».

Dios toma un cuerpo


Dios no juega a amarnos. De hecho, sólo Él nos enseña a amar
seriamente. Y para demostrarlo se hace hombre[71].

El amor es buscar la felicidad de la otra persona antes que la propia. Por


eso nos lleva a hacer todo tipo de locuras.

Me llama mucho la atención cómo un joven, cuando quiere proponerle


matrimonio a su novia, piensa la manera más sorpresiva, original e
impactante posible.

¿Por qué lo hace así? ¿Por qué no basta nada más con los años que han
pasado de noviazgo? ¡Porque quiere dejarle claro que sólo él la va a
amar así de fuerte y decididamente! ¡Porque nadie más será capaz de
darle lo que él le da!

81
Pues, por más innovadoras que sean las propuestas de matrimonio,
ningún novio hubiera jamás pensado una manera tan original y definitiva
de proponer su amor como Jesús lo hizo: ¡encarnándose, tomando un
cuerpo, haciéndose uno de nosotros!

Mi cuerpo es bueno
Aceptémoslo: un Dios que se hace hombre tomando un cuerpo no es algo
fácil de entender. ¡Pero así es!

Nuestro cuerpo es tan bueno que el mismo Dios quiso tener uno. No
solo mientras caminó por este mundo, ¡sino para toda la eternidad!

Por eso tenemos un anhelo constante por la comunión con los demás.
¡Eso es lo que llamamos eros! ¡Y, en sí mismo, es muy bueno!

Uno de los mensajes más fuertes y esenciales de la Teología del Cuerpo


es que Dios plasmó en nuestra sexualidad la vocación a amar como Él
ama. ¡Pero es imposible lograrlo sin la gracia del Espíritu Santo!

El eros redimido[72]
Tenemos que arrancar de nuestra mente, y sobre todo de nuestro corazón,
la equiparación entre eros y lujuria. Esta última no es sino la búsqueda
del placer por el placer, a costa de los demás e incluso de nosotros
mismos. Mientras que el eros es la gasolina que nos empuja a conseguir
un amor infinito.

Todo esto nos debe de sonar en chino, sin embargo, algo resuena en
nuestro corazón, y sabemos en lo profundo de nuestras almas, que eso es
precisamente lo que anhelamos, pero que nunca antes habíamos tenido el
coraje de ponerle este nombre.

Pues les tengo una buena noticia: Cristo nos redimió para que
pudiéramos lograrlo.

Esta fuerte tendencia que llevamos en nuestro corazón no es un


sinsentido. Cristo, con su cruz y su amor, ha logrado liberarnos de
todo aquello que nos impedía amar como Él ama.

82
No debemos dejar que el amor erótico sea tergiversado por el mundo y
por el diablo. ¡Nos pertenece! ¡Es un don de Dios! ¡Es con este amor, y
con el de comunión, con el que Cristo se entregó a su Iglesia![73]

Claro, no podemos pretender traer el amor erótico tal y como nos lo


presenta la corrupción de hoy. Tenemos que purificarlo, tenemos que
redimirlo. Este proceso no es fácil. ¡Pero también es posible si nos
dejamos salvar por Jesús y acogemos el don del Espíritu Santo en
nuestros corazones!

Termino con una pregunta y una respuesta del padre Cantalamessa:


«¿Destruye quizás, todo esto, la gratuidad del agapé, pretendiendo dar a
Dios algo a cambio de su corazón? ¿Anula la gracia? En absoluto, al
contrario, la exalta. ¿Qué damos, de hecho, de esta forma a Dios sino lo
que hemos recibido de él?»[74]

¿Q ?
«También nosotros mismos, que poseemos las primicias del
Espíritu, gemimos en nuestro interior anhelando la redención de
nuestro cuerpo.» Rom 8,23

Dios nos quiere felices


Pensémoslo fríamente: ¿creemos que Dios nos quiere felices o no?

¿Puede un padre desear fastidiarle la vida a su hijo? ¡Eso sería una


aberración! ¡Pues imagínense Dios! ¡Él no nos quiere poco felices, sino
plenamente felices!

Y por ello está dispuesto a todo, incluso a morir en una cruz para
demostrárnoslo.

Quienes no desean que seamos plenos son el mundo, el diablo y nuestro


egoísmo. Ellos nos desvían constantemente del camino.

No lo hacen presentándonos cosas malas en sí mismas. Todo lo que Dios


creó es bueno. El problema es que nos las muestran desordenadamente,
y, así, se convierten en dañinas para nuestra felicidad.

83
También lo hacen pretendiendo reducir la religión a una serie de reglas
que tenemos que cumplir, desencarnadas de una verdadera relación con
Alguien. Y, lógico, nos cansamos de cumplir por cumplir, porque no
estamos dirigiendo nuestro comportamiento hacia el amor, sino hacia la
justicia.

«La redención, en efecto, significa como una “nueva creación”,


significa la apropiación de todo lo que es creado.»
San Juan Pablo II[75]

La redención: un camino de felicidad


Pero Cristo vino a redimirnos de todo eso. Vino a mostrarnos que no sólo
nos creó para ser felices, sino que está dispuesto a hacer todo lo que esté
de su parte para que logremos ese objetivo.

¡Dejemos de tenerle miedo al corazón! ¡Dejemos de sospechar de él!

¡Ha llegado el momento de abrirlo al amor de Dios, el único que puede


cambiarlo, de liberarlo!

«El hombre debe sentirse llamado a descubrir, más aún, a realizar


el significado esponsalicio del cuerpo y a expresar de este modo la
libertad interior del don.»
San Juan Pablo II[76]

Según el Catecismo[77], la redención de Cristo consiste en que Él nos


amó hasta el extremo, dando su vida para rescatarnos de la conducta
del pecado y la concupiscencia.

Con un Dios así, no podemos tener miedo. ¡Sólo abrirle el corazón para
que nos abrace con su misericordia!

Ya lo decía santa Faustina en su Diario: «El conocimiento de mi miseria


me permite conocer al mismo tiempo el abismo de tu misericordia. En
mi vida interior, con un ojo miro hacia el abismo de miseria y de bajeza
que soy yo, y con el otro hacia el abismo de tu misericordia, oh Dios.»

El amor de Dios no tiene límites. ¡Su misericordia es eterna, es inmensa!

84
San Juan Pablo II nos da el camino: para lograr la redención del cuerpo
tenemos que transformar nuestra conciencia y actitudes, de tal manera
que podamos llegar a amar con pureza, como Cristo ama[78].

[79]
C
Para lograr cambiar la conciencia y actitudes hay que transformar nuestra
manera de ver el cuerpo y la sexualidad.

«Es necesario encontrar continuamente en lo que es “erótico” el


significado esponsalicio del cuerpo y la auténtica dignidad del don.
Esta es la tarea del espíritu humano, tarea de naturaleza ética.»
San Juan Pablo II [80]

Veamos algunas afirmaciones que tenemos que hacer nuestras para logar
esto.

1ª Cuando toco un cuerpo, toco un alma.


El cuerpo manifiesta al espíritu. Y no son independientes el uno del otro.

Por eso no es indiferente para mi alma lo que hago con mi cuerpo, ni


para mi cuerpo lo que hago con mi alma.

Cada vez que toco un cuerpo estoy tocando a toda la persona, incluida su
alma. Y, dado que cada persona posee una dignidad invaluable, cada vez
que la toco lo debo de hacer con la delicadeza y finura de quien ha
recibido la responsabilidad de custodiar un tesoro incalculable.

2ª El cuerpo y la sexualidad son buenos.


¡Todos existimos gracias a una relación sexual!

Es verdad que a veces los instintos son difíciles de controlar, como


caballos salvajes. Mas la solución no es el aguantarse, sino el correcto
enfoque de nuestras tendencias.

Para ello, hay que reafirmar el valor y la dignidad del cuerpo. Y de ahí
aprender formas siempre nuevas de manifestar nuestro amor, sin
extralimitarse en campos que jamás nos llenarán.

85
3ª El cariño físico es bueno y necesario.
El cuerpo, con su significado esponsal, nos habla precisamente de esto.
¡Hemos sido hechos para dar y recibir amor!

Lo que hay que lograr es su educación, para hacerlo en la manera


adecuada, con las personas correctas, y en los momentos precisos.

Un abrazo entre amigos, una caricia de un padre a su hijo, un beso de


una hija a su madre, un encuentro entre esposos, etc., todas estas son
expresiones, en la medida en que se hacen de manera adecuada, de la
necesidad que tenemos de dar y recibir cariño, también a nivel físico.

4ª Somos imagen de Dios.


«Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza.» Gen 1,26

Dios es amor. Su manera de ser sólo se entiende amando. Somos imagen


de un Dios que es comunidad de vida y de amor.

Esto, desde el momento mismo de nuestra creación, nos ha hecho


capaces de amar. De tal manera que aquello que soy se consolida en la
medida en que entro en contacto en una relación de amor con otros
semejantes.

Mientras más nos relacionamos con los demás por amor, más somos
nosotros mismos. Cuando uno se entrega, crece, no desaparece, se
multiplica. El pecado nos hace creer que entregarse es perderse, pero no;
entregarse es ser quienes somos.

5ª El amor es lo único que llena el corazón.


Tenemos que dejar de buscar la felicidad en las cosas materiales. ¡Jamás
nos van a llenar!

Dejemos de auto-engañarnos pensando que si lleno mi vida de cosas, mi


corazón también estará lleno.

Por eso Antoine de Saint-Exupéry, autor de El Principito, decía: «Odio a


mi época con todas mis fuerzas. En ella el hombre muere de sed. Y no
hay más problema para el mundo: dar a los hombres un sentido
espiritual, una inquietud espiritual. No se puede vivir de frigoríficos, de

86
balances, de política. No se puede. No se puede vivir sin poesía, sin
color, sin amor. Trabajando únicamente para el logro de bienes
materiales, estamos construyendo nuestra propia prisión.»

«Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta
que descanse en ti.»
San Agustín

El amor es lo único que llenará auténticamente nuestros corazones.

N
La lucha es de todos los días. Porque todos los días tengo mucho corazón
para amar y ser amado.

Es una batalla espiritual, y negarla es negar el mimo Evangelio.

«Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra


los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de
este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal que están en las
alturas. Por eso, tomad las armas de Dios, para que podáis resistir en
el día malo, y después de haber vencido todo, manteneros firmes.»
Ef 6,12-13

El demonio odia todo lo que sea comunión y amor. Él quiere romper,


dividir, confundir, separar. Y lo hace haciéndonos dudar de quiénes
somos: hijos amados y redimidos por Dios. ¡Luchemos no con nuestras
fuerzas, hagámoslo con las de Dios!

«¡En pie!, pues; ceñida vuestra cintura con la Verdad y revestidos de


la Justicia como coraza, calzados los pies con el Celo por el
Evangelio de la paz, embrazando siempre el escudo de la Fe, para
que podáis apagar con él todos los encendidos dardos del Maligno.
Tomad, también, el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu,
que es la Palabra de Dios; siempre en oración y súplica, orando en
toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con perseverancia e
intercediendo por todos los santos.» Ef 6,14-18

No tengas miedo. En este combate es lógico que vas a tener derrotas, que
te vas a caer, pero no importa. ¡Haz de tu debilidad una oportunidad

87
para dejarte abrazar por el amor del Padre! ¡A Él le encanta
levantarnos cuando sus hijos nos caemos! ¡Alza los brazos y clama a Él,
y jamás te dejará solo(a)!

«Pero Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos
amó, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó
juntamente con Cristo – por gracia habéis sido salvados – y con él
nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús, a fin de
mostrar en los siglos venideros la sobreabundante riqueza de su
gracia, por su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.» Ef 2,4-7

88
P
1. Contigo mismo

¿Cómo es mi actuar y pensar: de forma puritana, permisiva o


equilibrada?
Al seguir avanzando en la lectura, ¿qué pienso al oír el concepto
«amor erótico»?
¿Qué tan dispuesto(a) estoy a sacrificarme por los otros?

2. Con Dios

Señor, Tú tomaste un cuerpo como el mío para redimirme, ¿te he


agradecido este gesto de amor? ¿Qué significó esto para ti?
Quiero dejar de tergiversar el concepto de amor erótico, ayúdame a
que en mi corazón llegue lo que fue tu plan original.
Dame el regalo de abrirme a tu ayuda, la única que me puede llevar
a amar con todo mi ser. Si es necesario, dame el regalo de
confesarme pronto.

3. Con tu cónyuge

¿El estoicismo ha apagado nuestro amor erótico alguna vez?


¿La lujuria ha sido la constante en nuestra relación marital? ¿Qué
medios pondremos para luchar contra esta deformación del amor?
Cuando nos sentimos insatisfechos con nuestro amor, ¿hemos
pensado alguna vez que el que puede llenar ese hueco es Dios? ¿Y
si lo invitamos hoy mismo a ser parte más protagonista de nuestro
matrimonio?

89
S :P

La necesidad de nuestra
cooperación con la gracia de
Dios

90
«Han oído que fue dicho: No adulterarás. Pero yo les digo que todo
el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su
corazón.» Mt 5,27-28

«No es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre; sino lo


que sale de la boca, eso es lo que contamina al hombre. Lo que sale
de la boca viene de dentro del corazón, y eso es lo que contamina
al hombre.» Mt 15,11.18

Vivimos en un mundo roto. Y por ello nos quiere romper. Eso nos llena
de heridas que tenemos que curar. Unas conscientes, otras no. Pero todos
cargamos con una amplia colección de ellas.

Nuestro corazón está contaminado por tantas cosas que ve, siente, sufre,
desea. Por eso necesita de una urgente purificación.

Cuando uno inicia una dieta, normalmente la primera semana es para


desintoxicar. Así también pasa con la redención: para lograrlo, hay que
desintoxicar el corazón, purificarlo.

El papa Benedicto XVI lo dice magistralmente:

«El amor promete infinidad, eternidad, una realidad más grande y


completamente distinta de nuestra existencia cotidiana. Pero, al
mismo tiempo, se constata que el camino para lograr esta meta no
consiste simplemente en dejarse dominar por el instinto. Hace falta
una purificación y maduración, que incluyen también la renuncia.
Esto no es rechazar el eros ni “envenenarlo”, sino sanearlo para
que alcance su verdadera grandeza.»[81]

U
«Le dicen: “Pues ¿por qué Moisés prescribió dar acta de divorcio y
repudiarla?”

91
Jesús les respondió: “Moisés, teniendo en cuenta la dureza de su
corazón, les permitió repudiar a sus mujeres; pero al principio no
fue así.”» Mt 19,7-8

«Al principio» todo fue distinto. Dios se dona a sí mismo, dona su vida,
creando al ser humano a su imagen y semejanza. Esto es:
Querido por sí mismo, y no para otro fin.
Elegido con Amor Eterno, sin que el mismo ser humano lo hubiera
escogido.

Por eso la persona no puede encontrar su plenitud si no es donándose


como Dios se dona. ¡Ahí está nuestra vocación más esencial! ¡Llegar a
amar como Él, para poderlo ver cara a cara!

«Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado


todavía lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos
semejantes a Él, porque le veremos tal cual es.
Todo el que tiene esta esperanza en Él se purifica, porque Él es
puro.» 1Jn 3,2-3

Sentimos esa llamada interior a ser “don”, es decir, a amar como Dios
ama, y hasta que no lo logremos, no estaremos en paz.

Lo podemos entender a través del siguiente ejemplo. En Tierra Santa


existen dos lagos alimentados por el mismo río: el Jordán. Aunque están
comunicados y a unos kilómetros de distancia, son esencialmente
distintos. Uno es el Lago de Genesaret, conocido también como Lago de
Tiberiades o Mar de Galilea. El otro es el Mar Muerto.

¿Qué los diferencia? Que el primero recibe del río todo su caudal, pero
después lo deja también salir a través de un afluente. Es un lago azul,
lleno de vida, y rodeado de árboles.

El segundo, por el contrario, no es más que una laguna salada, donde no


hay vida. Sí, recibe del río Jordán todo su caudal, pero ya no lo deja salir.
Su agua se queda estancada dentro de él.

El primero es generoso, el segundo, por decirlo así, egoísta. El primero


acoge y da, el segundo sólo recibe. ¡Y por eso está muerto!

92
Si queremos vivir felices, debemos de ser un regalo constante para los
demás, debemos vivir la lógica del don.

Esta llamada a entregarnos se encuentra como estampada en la belleza y


el misterio del cuerpo, en su complementariedad sexual. De hecho, cada
vez que un hombre y una mujer se unen, se ve reflejado en ese acto el
don de Dios en la creación, al convertirse en regalo el uno al otro.

La libertad del don


Nuestro corazón, herido por el pecado, experimenta el deseo sexual
como una necesidad compulsiva que se le impone. Pero en el primer
hombre y la primera mujer no fue así. Este deseo tenía su origen en lo
más hondo de su libertad personal.

«Efectivamente, se ven y se conocen a sí mismos con toda la paz de la


mirada interior, que crea precisamente la plenitud de la intimidad de las
personas.»[82]

No podían tomar para sí al otro, porque no les pertenecía su libertad. La


lógica del don y de la comunión conllevaba que cada uno tenía que
entregarse libremente.

Por eso lo experimentaron como un profundo deseo «de ser un don»


sincero para el otro y de «recibir el don» sincero de ese otro.

¡Lo vivieron en la libertad que sólo puede dar el amor!

Porque no deseaban sino amar como Dios ama.

Esta libertad se entiende como «señorío sobre sí mismos».

Entró el pecado
Pero como ya sabemos, entró el pecado, y con él el desorden.

«Y la serpiente dijo a la mujer: “¿Es cierto que Dios les ha dicho:


no coman de ninguno de los árboles del jardín?(...) No es cierto
que morirán. Es que Dios sabe muy bien que el día en que coman
de él, se les abrirán los ojos, serán como dioses y conocerán el bien
y el mal.”» Gen 3,1-5

93
Dudaron del amor de Dios, de su pureza, de su totalidad. Pensaron que
era un Dios egoísta, que no les había compartido lo mejor, y que ellos
debían tomarlo por su propia mano.

En el fondo, esta es la lógica del pecado hasta nuestros días: el corazón


que duda del amor de Dios, de su voluntad y capacidad de hacernos
felices.

Rompieron con esa Fuente del Amor y, así, dejaron de ser capaces de
vivir en comunión.

Y comienzan los problemas: sin ese Amor, el deseo sexual se centra en sí


mismo y no en el bien del otro.

«El cuerpo que no se somete al espíritu como en el estado de


inocencia originaria lleva consigo un constante foco de resistencia al
espíritu, y amenaza de algún modo la unidad del hombre-persona.»
San Juan Pablo II[83]

U
Desde ese momento, el corazón necesita de una constante purificación.

Ésta consiste en ajustar la inteligencia y la voluntad de acuerdo con el


plan maravilloso de Dios[84]. Por eso sólo a los puros de corazón se les
promete ver a Dios[85]. Pero no sólo en el cielo, ¡desde esta tierra
también!

Ven en el otro el rostro de Dios. Y consideran su cuerpo y el de los


demás, como un templo del Espíritu Santo, una manifestación de la
belleza divina.

Esta pureza la recibimos como un don en el Bautismo, donde la gracia


purifica todos los pecados. Pero debemos luchar contra la concupiscencia
para no perderla. ¿Con qué medios, además de la gracia divina,
contamos?[86]

1º Templanza

94
«Cristo indica con claridad que el camino para alcanzarlo debe ser
camino de templanza y de dominio de los deseos.»
San Juan Pablo II[87]

Comencemos por dejar bien claro qué es una virtud. No se trata


simplemente de un hábito. Ni siquiera sólo de un buen hábito. Consiste
en una disposición de mi voluntad, que me ayuda a llegar a la plenitud de
mi ser, a dar lo máximo de mí mismo.

Pues bien, la templanza es la virtud moral que modera la atracción de los


placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados.

Es decir, asiste a mi voluntad para que pueda dominar sobre los instintos
y deseos, de tal manera que todo le sirva para su felicidad verdadera, y
no para la caricatura de ésta que le muestra la concupiscencia.

Dicha virtud se aplica a todo lo que tiene que ver con nuestras pasiones:
ira, pereza, comida, alcohol, drogas, tabaco… Con ella, puedo
aprovecharme de todo lo bueno que me ofrece la creación, pero sin
convertirme en esclavo de nada.

Requiere de una constante atención a las oportunidades que se nos


ofrecen, así como a los deseos del corazón, para poder siempre, a la luz
de la razón iluminada por la fe, escoger lo que más nos ayude a vivir
plenamente.

2º Autodominio
El autodominio es el control que tenemos sobre nuestros impulsos y
deseos.

Nos da una gran libertad para decidir sin dejarnos llevar por las presiones
de la concupiscencia.

Es fundamental para que podamos lograr ser un verdadero don para los
demás.

Así lo vivían Adán y Eva:

95
«Interiormente libres de la coacción del propio cuerpo y sexo (…)
podían gozar de toda la verdad, de toda la evidencia humana, tal
como Dios Yahvé se las había revelado en el misterio de la
creación.»
San Juan Pablo II[88]

Este autodominio es sello de nuestra madurez humana y cristiana, pero


no es un seguro de vida para ya nunca dejarnos esclavizar por las
tendencias de la concupiscencia. Por eso ha de estar presente siempre[89].

Por ello, el ser humano maduro ha de estar siempre atento a los deseos
de su corazón, para purificarlos con la ayuda de la razón iluminada por la
fe.

3º La virtud y el don de la castidad


La virtud de la castidad no es la reprensión de nuestros instintos
sexuales, sino la capacidad que nos permite amar con un corazón
recto e indiviso a nuestros prójimos.

Al ser una virtud, hay que educarla con paciencia y perseverancia. No se


trata de amar menos, sino de encontrar la manera de amar plenamente
siempre, sin los límites que la pasión nos quiere imponer.

A veces pensamos que la sexualidad debería de ser vivida simple y


espontáneamente, sin control ni educación. Pero eso es lo mismo que
decir que el que toca el piano lo debe hacer espontáneamente, sin
control, ni educación. Escuchar un piano bien tocado llena el corazón.
Pero para lograrlo, se requieren de muchas horas y de un gran esfuerzo.

¡Esa es la castidad! Consiste la integración perfecta de nuestras fuerzas


espirituales y corporales. ¡Imagínense el poder de esto!

Por lo tanto, la virtud no es eliminar el deseo, sino dirigirlo hacia la


felicidad.

«Para los de corazón puro, todo es puro, pero para los que están
llenos de pecado y no tienen fe, nada es puro.» Ti 1,15

4º Pureza de la mirada exterior e interior

96
Queremos llegar a ver a Dios. Sin duda hemos tenido algunos brevísimos
momentos de estas experiencias que se llaman teofanías, donde Dios se
hace presente:
Cuando te sonrió el chico que te gustaba.
Cuando viste un atardecer en la playa.
Cuando subiste a la cima de una montaña.
Cuando viste por primera vez a tu hijo o sobrino.

Todas esas son chispas de lo que significa poder ver a Dios cara a cara.
Nos hacen intuir la belleza y magnitud de Él, lo que significará vivir el
cielo.

Para lograrlo, antes tenemos que purificar nuestra mirada actual:


Domingo Savio era un joven normal que estudiaba en oratorio de Don
Bosco. En una ocasión, algunos de los alumnos le querían enseñar una
revista pornográfica. Él se negó con caridad, pero también con mucha
firmeza. Ellos le dijeron: «¡Qué exagerado! ¿Para qué te sirven esos
ojos si no es para disfrutar?» Él les respondió: «Me servirán para ver a
la Virgen cara a cara cuando llegue al cielo.»

¡Qué lección!

A veces me sorprende sobremanera algunos comentarios de gente con


buena intención:
– Padre, estamos viendo una serie muy interesante. ¡Pero usted no la
puede ver!
– ¿Por qué, ustedes tienen la única copia?
– No, es que tiene escenas que no son propias, con algunos desnudos y
mucha violencia.
– ¡Ah! ¿Y si yo no la puedo ver, por qué ustedes sí? – les pregunto.
La conversación normalmente acaba aquí con risas algo incómodas.

Una manzana podrida les hace daño a todos. Tal vez a un bebé lo puede
llevar al borde de la muerte. Pero a un adulto, al menos, le dará una
buena intoxicada. ¡Nadie está jamás exento de cuidar con qué
alimenta su mirada y corazón!

La pureza en la mirada exterior e interior la necesitamos todos, y en la


misma medida.

97
«Todo cuanto hagan, háganlo de corazón, como para el Señor y no
para los hombres, conscientes de que el Señor les dará la herencia
en recompensa. El Amo a quien sirven es Cristo.» Col 3,23-24

A los limpios de corazón se les promete que verán a Dios cara a cara y
que serán semejantes a él. La pureza de corazón es un adelanto, ya en
esta tierra, de esa visión que tendremos en el cielo.

«Ya desde ahora esta pureza nos concede ver según Dios, recibir a
otro como un "prójimo"; nos permite considerar el cuerpo humano,
el nuestro y el del prójimo, como un templo del Espíritu Santo, una
manifestación de la belleza divina.»
Catecismo de la Iglesia Católica n. 2519

¿Cómo se logra? A través de dos medios muy simples:


La disciplina de los sentidos y la imaginación: esto significa no
darle a mis sentidos todo lo que me pidan, sino sólo aquello que los
alimente.
El rechazo de toda complacencia en los pensamientos impuros:
obviamente, a nivel consciente. A veces nos sorprenderemos
pensando sin querer cosas impuras, en esas ocasiones lo único que
basta es no prestarles atención y centrar mi mente en otras cosas
más interesantes.

5º Oración y sacramentos
He dejado para el final lo más importante: para purificar mi corazón
me hace falta mucha oración y mucha vida sacramental.

En esta lucha no estamos solos. Contamos con un socio único. Es más,


contamos con El Socio. Y de su mano podremos lograrlo.

Pero para ello necesitamos hablar mucho con Él. Volvernos amigos de
verdad. No sólo conocidos buena onda.

La oración es la base de todo corazón puro que quiere llegar al cielo y


tener en él sólo amor. No dejemos pasar ni un solo día en que no
dediquemos al menos 15 minutos de un diálogo sabroso con el Señor.

98
De la misma manera, tenemos que vivir cada vez más los sacramentos.
Éstos son signos sensibles de una gracia invisible. Son actos materiales,
humanos, pero a los que Dios ha dado el poder de transmitir dones
sobrenaturales.

Nosotros mismos usamos muchos signos externos que manifiestan algo


interno. Un abrazo, por ejemplo, tiene algo de «sacramental». Cuando
una mujer besa a su hijo no es porque tenga que cumplir un compromiso
social, sino porque con este gesto manifiesta y experimenta su amor.

Dios podría haber escogido transmitir su gracia sin ninguna


manifestación sensible. ¡Pero nos conoce demasiado bien y supo que no
sería suficiente! Los seres humanos no somos sólo espíritu, somos
también cuerpo. Y por eso necesitamos sentir, ver, oír, oler, gustar.

Él podría haber escogido perdonar el pecado original cuando se lo


suplicáramos en una oración. Pero eligió usar el agua cristalina para
significar la limpieza del alma. Podría haber escogido alimentar nuestra
alma simplemente por pedírselo, pero eligió quedarse con nosotros en las
especies del pan y vino que podemos comer y beber.

¡Qué sabio es Dios! ¡Cuánto nos ayuda a los seres humanos no sólo el
saber que estamos recibiendo una gracia, sino también el sentirlo!

Además, ¡los tenemos tan cerca que sería un crimen no aprovecharlos!

Basta con alargar la mano, yendo a mi parroquia, para alimentar y


fortalecer mi alma. No hay que pagar nada ni hacer parafernalia. Basta
acercarse a una misa, a un confesionario. Basta charlar con un sacerdote
y nuestra alma queda pura y limpia como la piel de un niño. ¡Nada más!

No hacen falta milagros para que nuestro corazón crezca en pureza.


¡Bastan los sacramentos!

Pero a veces los tenemos tan cercanos que no los valoramos.

La agencia ZENIT[90] contaba el caso de una joven que carecía de


piernas y debía gatear cuatro kilómetros todos los domingos para asistir
a misa en la ciudad africana de Chissano (Mozambique).

99
Lo hacía aún en la época más calurosa del año, cuando la arena del
camino le quemaba las palmas de las manos.
La joven se llamaba Olivia y fue conocida por las Hermanitas de los
Ancianos Desamparados, quienes le consiguieron una silla de ruedas. Y
entonces le fue más fácil asistir. ¡Pero no por eso poco costoso!

Tal vez si Dios hubiera hecho más difícil el acceso a los sacramentos los
valoraríamos más. Tal vez si en todo el mundo hubiera sólo un lugar
donde se celebrara la misa haríamos cualquier esfuerzo para asistir a ella
al menos una vez en la vida. Tal vez si para recibir el perdón fuera
necesaria una larga y penosa penitencia valoraríamos más la vida de
gracia.

Tal vez, sí, tal vez. ¡Pero el hecho es que Dios no quiso complicarnos la
vida! ¡Qué alegría saber que nuestra salvación está al alcance de las
manos!

¡Vivamos los sacramentos!

P
Por la importancia que merece, dedico una sección aparte a este tema.

El pudor es fundamental para la pureza, porque preserva la intimidad de


la persona, negándose a mostrar lo que debe permanecer oculto. El fin es
ordenar las miradas y los gestos según la dignidad de las personas y de
su unión.

Es necesario porque «el hombre no quiere convertirse en objeto para los


otros a través de la propia desnudez anónima, ni quiere que el otro se
convierta para él en objeto de modo semejante»[91].

La pureza exige el pudor. Sin él, simplemente es imposible tener un


corazón puro.

¿Por qué tenemos que cubrir el cuerpo?


En el Paraíso, la desnudez revelaba la participación que tenían en la
santidad y el amor de Dios. Ahora, en el estado en que vivimos, revela su
pérdida.

100
Antes de la caída de nuestros padres, el pudor no hacía falta. Por eso
estaban desnudos sin avergonzarse[92]. De hecho, «el hombre tiene pudor
del cuerpo a causa de la concupiscencia»[93], porque a través de ella el
cuerpo del otro puede ser utilizado como un simple objeto, sin respetar
su libertad ni la dignidad del don.

«El pudor constituye como una defensa natural de la persona,


protegiéndola del peligro de rebajarse o ser relegada al rango de
objeto de placer sexual.»
Karol Wojtyła[94]

El cuerpo es una joya, que no cualquiera puede ver o tocar. Por eso
tenemos que hacer todo para protegerlo.

¿Cómo funciona?
No se trata de ir con más o con menos ropa encima. Se trata de valorar el
propio cuerpo y darle su lugar.

En pocas líneas, el pudor:


Protege el misterio de las personas y de su amor.
Invita a la paciencia y a la moderación en la relación amorosa.
Exige que se cumplan las condiciones del don y del compromiso
definitivo del varón y de la mujer entre sí.
Es modestia, inspira la elección del vestido.
Mantiene el silencio o la reserva donde se adivina el riesgo de una
curiosidad malsana; y se convierte así en discreción.

Esto no se puede quedar en meros principios, sino que tiene que tener
consecuencias prácticas. Entre otras:
Cuidar el vestido, propio y de los miembros de mi familia.
Cuidar lo que veo en los medios de comunicación. Recuerda el
ejemplo de la manzana podrida.
Exigir una educación respetuosa de la verdad y la dignidad moral y
espiritual de los hijos.

U
Gracias a la redención tenemos mucho más de lo que tuvieron Adán
y Eva en el principio, porque a pesar de nuestra fragilidad contamos

101
con el regalo que Dios nos hace a través de la gracia: su misma vida
en nosotros.

La purificación del corazón nos ayudará a tener un corazón libre, pleno,


preparado para que ser morada de Dios[95].

¿Imagínense que todos lo tuviéramos ya conquistado?

¡Descubramos de nuevo la plenitud perdida de nuestra humanidad y


decidámonos a recuperarla!

102
P
1. Contigo mismo

¿Qué tanto practico el autodominio en mi vida diaria? ¿En cuáles


aspectos lo vivo mejor? ¿En cuáles necesito reforzarlo?
¿He cuidado la forma en que veo a mi prójimo? ¿Procuro ver en
cada uno la imagen de Dios?
¿Considero los sacramentos como ese regalo que Dios me dio para
llenarme y transformarme en Él?

2. Con Dios

Jesús, ¿qué necesito para ver el cuerpo de los demás y el mío como
templo del Espíritu Santo?
¿He vivido la castidad concordemente con tu plan? ¡Ayúdame a
purificar mi corazón para que pueda llegar a amar como Tú lo
haces!
Señor, la oración es un diálogo contigo, ¿rezo de forma regular?
¿Te considero un amigo? ¿Qué momentos de oración diarios
quieres que te dedique?

3. Con tu cónyuge

¿Con qué libertad nos amamos? Al entregarnos, ¿lo hacemos con


ese deseo de ser don y comunión totalmente libres?
¿Centramos el deseo sexual en el placer? ¿Hemos sido egoístas en
este aspecto?
¿Hacemos oración juntos? ¿Qué propósito podríamos acordar para
empezar a rezar juntos? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Cómo?

103
S :A

Aprendiendo a vivir el
sufrimiento

104
Hay una realidad que no nos gusta nada: la del dolor y el sufrimiento.

No gozamos al sufrir. ¡No queremos sufrir! El dolor nos espanta, nos


aterroriza. ¡No lo deseamos!

Pero es un hecho que está presente en la vida de cada día. Diría que es
una característica necesaria de la existencia humana.

Como reza el dicho popular: «No hay corazón desocupado.»

En este capítulo me gustaría analizar esta grave contradicción: «¡No


quiero el dolor, pero lo necesito!»

Por ahora les adelanto esta frase de San Agustín: «Si no quieres sufrir,
no ames, pero si no amas, ¿para qué quieres vivir?»

E ,
El dolor nos recuerda algo: somos frágiles, y, en este mundo, sólo
estamos de paso.

Claro que eso no nos gusta. Porque queremos tener control de todo y
sobre todo. Pero el dolor nos muestra que no controlamos casi nada.

Esta misma orientación del dolor, si la dejamos actuar, es capaz de


hacernos profundizar en lo más íntimo de nuestro ser, tocando las fibras
más recónditas del alma.

¿Qué es el dolor?
El dolor es la sensación:
De que algo no está bien.
De un desequilibrio.
De que estamos rotos por dentro y por fuera.
De que no estamos completos.
De que esta vida, como la conocemos, tan sólo es pasajera.

105
Claro que no nos gusta. Sin embargo, ¡ahí está! Y la mayor parte de las
veces me llega sin esperarlo, sin desearlo, sin aparentemente necesitarlo.
¡Pero no me puedo deshacer de él!

Cuando le preguntaron a George Mallory porqué quería subir el Monte


Everest, respondió: «¡Porque está ahí!» Ningún montañista que se precie
de ello puede negar el atractivo que una cima así genera.

¿Por qué queremos tratar el tema del dolor?¡Porque no está ahí (afuera),
sino aquí (en mi interior), en mi corazón, y no lo puedo negar!

Nuestra sociedad ha hecho todo lo que está de su parte para ganarle la


batalla al dolor: desde los analgésicos, las adicciones, el ruido constante,
hasta el ritmo desenfrenado de actividades y estímulos que no nos deja a
veces ni sentir ni procesar el dolor.

Pero por más ilusión que se haga de que lo ha vencido, el dolor sigue ahí.
¡Menos mal!, porque tiene una razón de ser…

A través de él descubrimos:
Una tarea que nos abre caminos de crecimiento, aunque no la
hayamos pedido.
Un estímulo para levantarnos, para no conformarnos y seguir
luchando.
Un recuerdo de que podemos ser más felices.
Un filtro que nos hace desechar lo que no es importante, y
quedarnos con lo que lo es.
Una invitación a descubrir que el alma existe, porque ella misma
tiembla frente al sufrimiento.
Una oportunidad de compadecernos, de amarnos con sinceridad.
Una escalera que nos puede llevar más cerca del cielo.

Nadie quiere el dolor. Pero sin él tampoco podemos vivir.

A
Cuando hablamos de dolor normalmente pensamos en las enfermedades
y molestias físicas. Estoy de acuerdo en que son terribles. Pero mucho
más atroces son los sufrimientos espirituales. Porque no sólo tocan el
cuerpo, sino sobre todo el alma.

106
Quisiera mencionar tres de ellos, analizando en profundidad sólo el
último.

El dolor sobre el presente: tristeza


La tristeza es un dolor interno, causado por la conciencia de no
poseer algo o de haberlo perdido.

Nos causa una conmoción que no nos gusta, que crea incomodidad y
vaciedad.

Puede generar, asimismo, diversas reacciones dañinas:


En cuanto al prójimo: rencor, amargura, impaciencia.
En cuanto a mí mismo: abatimiento, falta de ánimo, depresión,
ansiedad.

¿Puede hacerse algo frente a ella? Desde luego.

A la tristeza no hay que alimentarla: si estoy triste y me pongo a


escuchar música melancólica, a ver películas de tragedias, etc., más triste
estaré. Pero tampoco ignorarla, pues a veces ésta mostrará aspectos
ocultos de nuestro corazón que debemos sanar y asumir.

La tristeza con frecuencia revela heridas profundas que han de ser


curadas. Dependiendo de la gravedad, se requerirá un trabajo mayor o
menor, pero siempre habrá que afrontarlas desde un punto de vista tanto
humano como espiritual.

En todo caso, se trata de un trabajo que hemos de hacer desde Dios.

El dolor sobre el futuro: angustia


La angustia es el dolor causado por un temor sin causa precisa. Aquí
lo refiero al futuro: «¿Qué voy a hacer si me pasa esto o aquello?»

Ésta se da, sobre todo, porque tenemos nuestras seguridades en lo


efímero y pasajero, y no en lo eterno.

La manera de remediarla es renovando nuestra confianza en el Único que


jamás nos traicionará:

107
«¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, o
angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o
espada? Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni
ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por
venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos
podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor
nuestro.» Rom 8,35.38.39

La actitud angustiosa no soluciona nada. Aprendamos a vivir la vida con


esperanza y optimismo.

Existía un rey que tenía un consejero muy peculiar. Éste, ante cada
circunstancia adversa siempre decía: «¡Qué bueno, qué bueno!».
Un día, el rey salió de cacería. En un accidente, se cortó un dedo del pie
y el consejero exclamó: «¡Qué bueno, qué bueno!»
El rey terminó por cansarse de esa manera de ser, así que lo despidió, a
lo que el consejero respondió: «¡Qué bueno, qué bueno!».
Tiempo después, el rey fue capturado por una tribu de indígenas para
sacrificarlo ante su dios. Mientras lo preparaban, vieron que le faltaba
un dedo del pie y decidieron que no era digno para su divinidad, por lo
que lo dejaron en libertad.
El rey entendió entonces las palabras del consejero: «¡Qué bueno que
perdí el dedo, de lo contrario ya estaría muerto!».
Una vez en su palacio, mandó llamar al funcionario para volverle a
ofrecer el puesto. Pero antes le preguntó por qué también dijo «qué
bueno» cuando fue despedido. Le respondió: «Si no me hubiese
despedido, habría estado junto a usted y seguramente a mí sí me
hubieran sacrificado.»

¿Por qué, en lugar de angustiarnos, no elegimos afrontar el futuro


con una perspectiva realista, pero no por esto menos positiva y
esperanzadora?

El dolor sobre el pasado: duelo


El duelo es el sentimiento de dolor, lástima, aflicción, frente a una
pérdida irremediable.

Normalmente se refiere a la muerte de un ser querido, pero también se


puede pasar por duelos tan simples como que mi equipo fue eliminado

108
del torneo o perdí una oportunidad de un negocio.

Obviamente los que hay que trabajar son los más profundos, como la
muerte de un hijo, la aceptación de una enfermedad, la pérdida de un
trabajo, de una amistad, etc.

El duelo tiene un proceso estudiado por la sicología. Para las líneas que
siguen, me baso en el libro Bienvenido dolor, de la sicóloga chilena Pilar
Sordo.

Las cuatro etapas del duelo


No hay dos duelos iguales. Así como no hay dos personas perfectamente
semejantes. No hay reglas fijas, sino sólo personas que deben amarse y
respetarse por lo que son, en su dolor y sus circunstancias.

Sin embargo, conocer las etapas generales de un duelo, nos puede servir
para sostener a otros en el suyo, o para avanzar en el nuestro.

No son necesariamente etapas cronológicas ni secuenciales. A veces, las


que parece que ya están superadas, pueden incluso volver con más
fuerza.

En el duelo, como en la buena cocina, no se pueden apurar los procesos.


Cada corazón requiere una cierta cantidad de tiempo, voluntad y
mucha gracia de Dios para superarlo.

Lo verdaderamente importante es ser conscientes de que se trata de un


proceso, de poner todo de nuestra parte para manejarlo, y de ir
avanzando, en la medida en que el propio corazón esté preparado para
hacerlo.

No podemos caer en victimismos o anquilosamientos en el dolor, pero


tampoco en apresuramientos porque «ya deberías de darle la vuelta a la
página…»

Repito que cada persona es diferente, y se merece respeto y acogida.

1ª Etapa: El Shock.
Es la resistencia a aceptar la pérdida. Se vive como si fuera un sueño,
una pesadilla que pronto pasará.

109
Claro que es mucho más intenso cuando la pérdida fue repentina: una
muerte accidental, un despido injustificado, una enfermedad
degenerativa no esperada.

Se comienza a experimentar la vulnerabilidad de la condición humana.


Nos damos cuenta de que no tenemos el control de la vida, como
solíamos creer.

2ª Etapa: El enojo.
Somos seres racionales. Al dolor, como a todo, le queremos encontrar
una explicación.

Buscamos, por lo tanto, culpables: la misma persona que partió, las


condiciones sociales y políticas, los familiares, etc.

Se llega también a buscar nuestra responsabilidad frente a todo esto,


hiriéndonos innecesariamente.

Asimismo, es aquí donde muchas veces terminamos culpando a Dios


como la causa de esta pérdida tan inmensa.

Se comienzan a generar preguntas y más preguntas. Pero muchas de ellas


jamás encontrarán respuestas. Sin embargo, tienen también una razón de
ser: tocar los aspectos más profundos y esenciales de la vida, pero
también de mi vida.

3ª Etapa: La Tristeza.
Se comienza a tomar cada vez más conciencia de lo irreversible de la
pérdida, y surge el sentimiento de tristeza.

Ya no se trata del dolor vehemente que se experimenta en la etapa del


enojo, sino de un sentimiento más sereno, pero no por eso con menos
mordiente, pues se comienza a cristalizar la realidad de la ausencia.

Es la oportunidad de aceptar lo ocurrido, de colocarlo como parte de mi


nuevo mundo, porque nos damos cuenta de que, a pesar de que el dolor
es tan grande, el mundo sigue avanzando y no se detiene.

110
Claro que la persona no quiere sentir esa sensación, desearía que
desapareciera. Pero ahí sigue, aunque a ratos las ocupaciones le ayuden a
olvidarla.

Aquí hay una gran diferencia entre los hombres y las mujeres:

Los primeros pueden caer en el silencio, el aislamiento.


Las segundas en las lágrimas y gemidos.

Ellos empiezan a buscar llenar su tiempo de cosas por hacer, que


les hagan olvidar que están tristes.
Ellas, al contrario, desean conversar, hablar de esto, expresar sus
emociones.

Los hombres piensan que esto es un volverse para atrás en el duelo.


Y ellas los juzgan a ellos como demasiado superficiales.

Si el duelo es compartido en pareja, es indispensable que se den tiempo


para conversar, sin intentar juzgar el dolor del otro, sino simplemente
acogiéndolo. ¡Se requiere, en ambos lados, de la máxima ternura y
misericordia!

Es imposible evaluar quién sufre más o menos. Lo que está claro es


que ambos lo hacen, y por eso, los dos necesitan de la acogida.

Todo este proceso es muy desgastante, y genera un cansancio físico,


mental y espiritual, que deberá ser atendido para que no genere
desequilibrios y enfermedades.

4ª Etapa: Reconciliación con la pérdida.


El tiempo, el apoyo de los seres queridos, la fuerza de voluntad y la
gracia de Dios, nos ayudarán a superar el duelo.

No significa darle vuelta a la página y olvidarla. Es, más bien, asumir


esa página como parte de mi historia, pero sin convertirla en toda mi
historia.

Al inicio el dolor de una pérdida se vuelve nuestro mundo. Pensamos que


jamás vamos a dejar atrás este dolor. Todo lo juzgamos desde esa nueva
perspectiva.

111
El trabajo para lograr la reconciliación no es olvidar la pena, sino
colocarla donde debe de ir. Dependiendo de la gravedad, tendrá un
mayor o menor puesto, pero lo importante es cuidar que esté donde debe
de estar.

La vida sigue y hay que disfrutarla. Hacerlo, aunque el vacío que dejó
una pérdida no se llene, no nos hace culpables. ¡Nos hace normales!

Es natural que al inicio el doliente se sienta incongruente, poco


respetuoso de la pérdida. Pero tiene que aceptar, poco a poco, que la vida
avanza y que es necesario recomenzar a vivir.

¿Q ?
Hace años, cerca de la ciudad de Roma, había grandes territorios
pantanosos. Esto generaba un ambiente que corrompía el aire y lo
llenaba de parásitos, dañando tanto el cuerpo como el ánimo de los
habitantes.
Estos hombres, pálidos como la cera, experimentaban pérdidas
constantes de sus seres queridos, lo que les hacía vivir cabizbajos y con
indolencia.
A tal punto que mientras que el resto de los italianos si un forastero les
preguntaba cómo estaban, respondía «se vive», en esta zona se decía «se
muere».

No podemos hacer el pacto con el duelo. Como dice el papa Francisco,


«sin alegría, nosotros los cristianos no podemos ser libres, nos
convertimos en esclavos de nuestras tristezas.»

¿Qué hacemos frente al dolor, sea de la clase que sea?

1º Aceptarlo, sin ignorarlo.


Es sumamente importante que aprendamos a reconocer que estamos
adoloridos cuando lo estamos.

A veces somos tan soberbios que deseamos ser autosuficientes. Sin


embargo, la realidad es que necesitamos de los demás para vivir. Y por
ello es tan importante reconocer que estamos sufriendo.

112
Si a uno le comienza a molestar la muela y piensa que con ignorarlo va a
pasar, está muy equivocado. El dolor le está gritando que ahí hay algo
que arreglar, y que necesita ir al dentista. Si no lo hace, lo más probable
es que después tengan que sacarle la muela entera o, por lo menos,
practicarle una endodoncia.

Lo mismo pasa a nivel espiritual: si no reconocemos nuestro dolor,


puede terminar carcomiéndonos.

Asumamos el dolor como algo propio, como parte de nuestro ser.


Esto no nos hará sufrir más, nos ayudará a darle un sentido. ¡Es el primer
paso para redimirlo!

2º Expresarlo, sin rechazarlo.


Un peligro en esta sociedad anti-dolor es que no nos deja expresar
nuestro propio dolor, porque desearía hacernos pensar que compartirlo es
malo.

Esto nos lleva a sufrir de forma solitaria. Como si fuera un veneno que
me tengo que tragar yo solo(a).

Sin embargo, la sicología ha probado con amplitud que un dolor


expresado es un dolor que ya inició su camino de curación. Sin la
expresión, entonces sí que se convierte en un veneno que tarde o
temprano puede acabar con nuestro equilibrio.

Además de que, al no sacar el dolor, estamos perdiendo también la


oportunidad de ayudar a otros a ser compasivos, solidarios, pacientes,
etc.

3º Redimirlo, sin malgastarlo.


Atorarnos en la expresión no nos ayudará a superarlo. Es necesario
curarlo, redimirlo.

Cuando Cristo vino al mundo, lo hizo para redimir todo nuestro ser y
vivir, para que no hubiera una sola pizca de la existencia humana que no
se quedara sin la gracia.

113
«Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo,
nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se
hallaban bajo la ley.» Gal 4,4-5

¡Y aquí entra plenamente la Teología del Cuerpo!

Dios se hizo hombre por amor. De tal manera que, a partir de ese
momento, no podemos entender lo que significa amar, si no es viéndolo
a través de ese Niño quien también es Dios.

No nos equivoquemos. Lo que nos redimió no fue la cruz, la sangre y las


lágrimas de Cristo por sí solas. Lo que nos salvó fue su amor. Y, porque
nos amó hasta el extremo, vertió sus lágrimas, sufrió la cruz y derramó
su sangre.

¡Sólo el amor es redentor! «El "amor hasta el extremo" (Jn 13,1) es el


que confiere su valor de redención y de reparación, de expiación y de
satisfacción al sacrificio de Cristo», afirma el Catecismo.

Es sólo aceptando ese amor ardiente, dejándolo inflamar nuestro ser, que
nuestro cuerpo rebelde y su dolor puede ser también redimido.

Aceptar ese amor


Ya sabemos que el amor es libre. Que jamás se impone. Porque si no,
dejaría de ser amor.

La redención que Cristo inició en la Navidad, ha de tener su culmen en el


Calvario de tu corazón. Porque sólo ahí se da el misterio más grande: el
de la libertad.

Hoy Dios me quiere abrazar. Hoy quiere dejarme claro que su promesa
de amor jamás se terminará. Porque su amor es eterno, como eterno es
Él. ¿Estoy dispuesto(a) a abrirle mi corazón?

¿Qué significa esto? ¿Qué implicaciones tiene para mi vida?

La primera y más fundamental es que aceptar su amor es comenzar a


vivir como Él.

114
A fin de cuentas, el Verbo se encarnó para ser nuestro modelo de
santidad: «Tomen sobre ustedes mi yugo, y aprendan de mí...» Mt 11,29
«Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí.»
Jn 14,6

La experiencia de este amor es liberadora, porque aceptándolo,


encontramos la razón más profunda de nuestro ser. Y abrazándolo,
descubrimos la paz que nuestro corazón desea desde que fue creado.

Transmitir ese amor


Pero no basta con sentir ese abrazo de Dios. También nosotros tenemos
que convertirnos en abrazos de Dios para los demás.

San Juan Pablo II decía que el ser humano «puede encontrarse a sí


mismo sólo a través de un don desinteresado de sí»[96].

Tú y yo hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Esto


significa que el objetivo de nuestra vida es intentar amar a los demás
como Dios nos ama.

«Ámense los unos a los otros como yo los he amado.» Jn 15,12

Sentir el amor de Dios, y no transmitirlo, no nos hará felices. Porque


quien se ha experimentado amado y salvado, no puede quedarse esta
experiencia para sí mismo.

El dolor, en última instancia, nos ha de convertir en apóstoles, en seres


convencidos de un Amor y dispuestos a transmitir ese Amor.

L
«Cada lágrima que cae de nuestros ojos, cada gota de amargura que
acibara nuestro corazón, es un nuevo paso que damos hacia la
felicidad, un nuevo título que tenemos a la esperanza.»
Luis María Martínez

Dicen que debajo del Etna, volcán de Sicilia, hay un terreno muy duro,
pues por ahí pasó la lava hace muchos años. Por ello el fundamento es
sólido y costoso. Sin embargo, por donde no ha pasado la lava, el
terreno es blando y barato, pues es de arcilla y no sirve para construir.

115
Un dolor redimido siempre viene cargado de frutos, como lo son:
La libertad para no vivir anclados a lo que no es esencial.
La pureza de intención para buscar siempre lo que es importante,
sin atorarse en segundas intenciones.
La orientación de mi vida de cara al cielo, sabiendo que este mundo
es sólo pasajero.
La alegría profunda de que, de la mano de Dios, todo tiene un
sentido.

En definitiva – como todo lo valioso en esta vida – frente al dolor no


basta sólo preguntarse por qué llegó, sino sobre todo para qué llegó.

Tomemos el dolor, desde el más pequeño hasta el más grande, y


dirijámoslo hacia el cielo, único lugar donde no habrá ni sufrimiento ni
dolor alguno.

«Ese perenne significado del cuerpo humano, al que la existencia


de todo hombre, marcado por la heredad de la concupiscencia, ha
acarreado necesariamente una serie de limitaciones, luchas y
sufrimientos, se descubrirá entonces de nuevo, y se descubrirá en
tal sencillez y esplendor, a la vez, que cada uno de los participantes
del “otro mundo” volverá a encontrar en su cuerpo glorificado la
fuente de la libertad del don.»
San Juan Pablo II[97]

116
P
1. Contigo mismo

¿Cómo he asumido los momentos de dolor en mi vida? ¿Me han


llevado a encerrarme o, por el contrario, a abrirme a los demás?
¿Cuáles de los tres dolores (tristeza, angustia o duelo) se presenta
con más frecuencia en mi corazón? ¿He buscado soluciones?
¿Qué etapa para hacer frente al duelo es la que más me cuesta
superar?

2. Con Dios

Jesús, en momentos de dolor, ¿me he puesto a pensar en ti en la


cruz, o me he dejado llevar por la amargura sin sentido? ¿Me
acerco o me alejo de ti cuando sufro?
Ayúdame a abrazar mi cruz, no como un dolor sin sentido, sino
como camino para poder amar más y mejor.
Quiero darle sentido al dolor que estoy viviendo, que sea un paso
para acercarme más al cielo. ¿Cómo vivió tu Madre el dolor de tu
pasión? En oración pensaré en ella y en su dolor redentor.

3. Con tu cónyuge

¿Hablamos del dolor, de la muerte… entre nosotros? ¿Es un tema


abierto o tabú?
Cuándo uno de nosotros está atravesando momentos de tristeza,
¿qué necesita del otro?
¿Hemos hablado con nuestros hijos sobre los temas que conllevan
dolor? ¿Los hemos ayudado con nuestro ejemplo a vivir estos
momentos de una forma redentora y no sólo sufrir por sufrir?

117
O :
D

Lo que llena tu corazón

118
Pregúntate con sinceridad: ¿Qué es lo que me hace feliz? ¿Qué es lo que
llena mi corazón?

¡Sólo el amor! El resto, si nos ayuda a amar más, ¡bienvenido! Si no,


¡desechado!

Esto lo tenemos claro a nivel racional, pero, ¿qué pasa con el día a día?
¡Qué fácil se nos olvida!
Y nos metemos en el trajín del materialismo.
Y nos dejamos llevar por susceptibilidades.
Y pensamos antes en nuestro bienestar que en el de los demás.
Y actuamos como si este mundo fuera lo único que existiera.

¡Tenemos que recuperar lo que somos, recobremos la idea y la


convicción de que hemos sido creados sólo para amar!

Vamos a hacer un ejercicio. Se trata de un cuestionario. Date todo el


tiempo que necesites para terminarlo. No leas todas las preguntas de una
vez; afronta una por una:

Si tuvieras todo el dinero del mundo, ¿qué comprarías hoy?


Si hubiera una amenaza de huracán, y sólo pudieras sacar tres cosas
de tu casa, ¿cuáles serían?
Si sólo te pudieras llevar tres cosas a una isla desierta donde
pasarías un año entero, ¿por cuáles optarías?
Si hoy fuera el último día de tu vida, ¿qué harías con estas 24
horas?
Si te preguntan por qué hechos te gustaría ser recordado(a) después
de tu muerte, ¿cuáles escogerías?
Si te hubieras muerto, y Dios te diera la opción de realizar tres
actos de amor más en esta tierra, ¿cuáles serían?

¿Qué es lo que de verdad llena tu corazón? ¿Qué es lo que te hace feliz


de verdad?

119
Yo estoy convencido de que el corazón se llena sólo con amor. ¡El resto
sobra!

Vamos a ver cómo podemos crecer en este amor.

A D
«Y se trata aquí del valor del significado esponsalicio del cuerpo,
del valor de un signo transparente, mediante el cual el Creador (…)
ha escrito en el corazón de ambos (varón y mujer) el don de la
comunión, es decir, la misteriosa realidad de su imagen y
semejanza.»
San Juan Pablo II[98]

Dios inscribió en los cuerpos nuestra vocación: el amor de comunión,


como Él lo vive.

Y por si nos quedábamos con dudas, nos lo dejó por escrito en papel:

«Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como


yo los he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por
sus amigos. Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les
mando.» Jn 15,12-14

Dios nos pide que amemos como Él. Pero, ¿cómo ama Él?

Repasemos rápidamente las cuatro características de su amor.

1. Libre
A Dios nadie puede obligarlo a nada. Todo lo hace en la más plena
libertad.

Menos aún se le puede forzar a amar. Es más, ni a nosotros se nos puede


obligar a hacerlo.

Dios nos ama porque quiere amarnos. No hay ninguna otra razón.
«Nadie me quita la vida, sino que yo la doy por mi propia voluntad.
Tengo el derecho de darla y de volver a recibirla.» Jn 10,18

Y por si fuera poco, su amor es eterno, no tiene inicio ni fin.

120
2. Total
Lo segundo es que en Dios no hay medias tintas: nos ama y ya. Su amor
es total, porque su ser es total.

«Nadie muestra más amor que quien da la vida por sus amigos.» Jn
15,13

Nosotros, además de amar, hacemos muchas otras cosas. Pero Dios no,
su única ocupación es el amor. «¡Dios es amor!» 1Jn 4,8

No hay nada que no sea amor dentro de Él. ¡Nos ama con totalidad!

3. Fiel
El amor de Dios es fiel. No importa lo que hagamos, siempre va a estar
ahí para nosotros. ¡No nos cambia por nada!

Su amor es tan fiel, que a pesar del pecado, sigue buscándonos.


Su amor es tan fiel, que a pesar de nuestra indiferencia, sigue detrás
de nosotros.
Su amor es tan fiel, que a pesar del dolor que le causemos, jamás
dejará de cuidarnos.

«¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse


del hijo de sus entrañas? Pues aunque ésas llegasen a olvidar, yo no
te olvido.» Is 49,15

4. Fecundo
«He venido para que tengan vida, y para que la tengan en
abundancia.» Jn 10, 10

Finalmente, el amor de Dios es fecundo, es decir, no se queda encerrado


en sí mismo, sino que busca entregarse, multiplicarse.

La fecundidad es el mayor premio del amor. Es más, es el premio que


todo amor busca.

121
Como ya hemos explicado antes, no necesariamente fecundidad física,
pero siempre fecundidad espiritual.

A
«Vivir bien no es otra cosa que amar a Dios con todo el corazón,
con toda el alma y con todo el obrar.»
San Agustín

Obviamente que vivir este amor no es fácil. De hecho, es imposible…


sin la gracia.

Esto es más evidente conforme más avanza la vida, y más madurez se


adquiere. Uno se va dando cuenta de que más que luchar por lograr
amar a Dios, la vida consiste en dejarse amar por Él y ser simples
espejos de ese amor.

Por ello, la labor principal será quitar todo obstáculo que no nos deje
recibir este amor. Veamos algunos[99]:

La indiferencia: consiste en olvidar o rechazar la posibilidad del


amor de Dios; desprecia su acción y niega su fuerza.
La ingratitud: omite o se niega a reconocer el amor de Dios, y a
devolverle amor por amor.
La tibieza: es la negligencia en responder al amor divino y en no
dejarse inflamar por él.
La pereza espiritual: llega a rechazar el gozo que viene de Dios y a
sentir horror por el bien divino.
El orgullo: genera odio a Dios; se opone al amor de Dios cuya
bondad niega, y lo maldice porque condena el pecado.

¡Busquemos evitar estas amenazas, y dejemos que el amor de Dios se


derrame copioso sobre nuestro corazón!

A
Cuando a Jesús le hacen la pregunta «¿cuál es el mandamiento mayor de
la Ley?», responde: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con
toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer
mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo

122
como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los
Profetas» Mt 22,37-40 (cf. Dt 6,5; Lv 19,18).

A partir de este momento, toda la vida cristiana debe ser interpretada a la


luz de este doble y único mandamiento de la caridad, plenitud de la Ley:

«En efecto, lo de: no adulterarás, no matarás, no robarás, no


codiciarás y todos los demás preceptos, se resumen en esta
fórmula: amarás a tu prójimo como a ti mismo. La caridad no hace
mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud.» Rm
13,9-10

Por lo tanto, antes de pensar en el amor al prójimo, hay que pensar en el


amor a uno mismo. Esto no es egoísmo, es Evangelio. No parte de
nuestro ego, parte del amor de Dios.

Cuando uno contempla el universo es abrumante ver la cantidad y el


tamaño de las estrellas, la existencia no de miles, ni de millones, ¡de
billones de otras galaxias!, la distancia que nos separa de ellas, etc. Y así,
el ser humano se siente como una hormiguita. Además, también existen
miles de millones de personas además de mí, y muchísimos otros antes
de mí.

Sin embargo, a Dios le importo mucho más yo que todo el cosmos, que
todas las constelaciones, que todo el universo. Dios es un Dios de los
corazones, no de las estrellas.

Y si Dios me ama así, ¿cómo puedo no amarme también a mí mismo?


Pero, ¿cómo nos hemos de amar? Pues muy fácil: ¡Como Dios nos ama!

1. Libre
Me amo a mí mismo, porque Dios me dio mi ser como regalo.

Elijo amarme. Aunque a veces no sea fácil. Otras me cuesta. ¡Pero lo


escojo todos los días! ¡Porque soy libre para hacerlo!

Quiero amarme porque necesito amarme. Quiero amarme porque soy


valioso(a) a los ojos de Dios, a mis ojos, y a los ojos de los que en
verdad me conocen.

123
Un pobre hombre se acerca a un gurú. Le dice que su autoestima está
bajo cero, que no sabe qué hacer, que nadie le quiere, nadie le respeta.

El maestro oriental le da un anillo y le dice: «Ve al mercado y pregunta


en la tienda cuánto dinero te ofrecen por este anillo, pero no lo vendas.
Luego ve con el joyero y le preguntas lo mismo». Así lo hizo.

En el primer lugar le ofrecieron 3 monedas. En el segundo, 20. Cuando


le dijo esto al gurú, éste le respondió: «Lo mismo sucede contigo. Sólo el
que te conoce, te valora, pero tú vales independientemente de lo que te
digan».

2. Total
El amor a mí mismo no puede tener paréntesis. Es verdad que hay cosas
que no nos gustan de nosotros mismos, y debemos de luchar por
cambiarlas, pero no por eso habrá aspectos que no ame de mi ser.

Aquí tenemos que tener mucho cuidado de los mensajes erróneos sobre
nuestro cuerpo. Éstos los recibimos a diario a través de diversos medios.
Y corremos el riesgo de creérnoslos.

Tú no vales más en la medida que pesas menos.


No vales más en la medida que menos arrugas y canas tienes.
No vales más si siempre estás impecablemente vestido(a).
No vales más si puedes irte de vacaciones a lugares exóticos.
No vales más si tienes más cosas o más dinero que los demás.
No vales más si obedeces o mandas.

Transcribo esta historia de sabiduría que mucho nos puede ayudar a


amarnos con totalidad:

«¡Los científicos dicen que no puede ocurrir! ¡Es imposible! La teoría


de la aerodinámica es muy clara. Los abejorros no pueden volar.
Se debe a que el tamaño, peso y forma del cuerpo del abejorro no está
en relación proporcional al tamaño de sus alas, lo que,
aerodinámicamente, hace imposible que pueda volar. El abejorro es
demasiado pesado, ancho y largo para volar con alas tan pequeñas.
El abejorro no sabe todas esas proporciones y datos científicos y, sin
embargo, vuela.

124
Dios creó al abejorro y le dio la capacidad de volar. Obviamente que el
abejorro no le preguntó a Dios sobre el problema de la aerodinámica.
Él, simplemente, voló. Tampoco le preguntó a Dios si sabía lo que estaba
haciendo. Él, simplemente, voló. No se preguntó si Dios lo amaba, al
darle esas alas tan pequeñas. Él, simplemente, voló.»

¡Yo no valgo por mi apariencia, procedencia o posesiones! ¡Yo valgo


porque soy una creatura de Dios! ¡Yo valgo toda la Sangre de Dios!
¡Todo su Amor! ¡Todo su Corazón! ¡Nadie me puede robar este regalo!

¡Y por eso me amo totalmente!

3. Fiel
La fidelidad es un valor muy importante. Pero no inicia de mis actos
hacia fuera, sino hacia dentro.

Para ser fiel a los demás, antes debo ser fiel a mí mismo.

Esto se cultiva de muy diversas maneras, por ejemplo:


Poniéndome metas, y siendo perseverante en conseguirlas.
Teniendo unos valores que den consistencia a mis decisiones y
pensamientos.
No cambiando de opiniones sólo porque otros no piensan como yo.
No buscando aparentar lo que no soy.

La fidelidad a uno mismo es, en definitiva, la coherencia de vida.

Tihàmer Tóth cuenta que en tiempos en que Cartago y Roma estaban en


pugna por el liderazgo del mundo de aquél entonces, la primera envió
una embajada a Roma para pedir la paz.
Se le confió la delegación precisamente a un romano de nombre Régulo
que estaba preso. Antes de partir, se le exigió el juramento de volver a la
cautividad si la misión no alcanzaba éxito.
¡Imaginémonos por un momento la emoción de este hombre cuando
llegó a su amada ciudad y capital de su Imperio! ¡Por fin estaba libre!
Pero, ¿sabes qué hizo? No vino a pedir una paz débil. Más bien, abogó
con más ardor por la continuación de la guerra; y cuando el Senado le
alentaba a quedarse, dando por motivo que el juramento arrancado a
viva fuerza no obliga, contestó: «¿Tan empeñados están en que me
degrade? Bien sé que me esperan torturas y muerte en Cartago. Pero

125
qué cosa más insignificante es todo esto en comparación con la
vergüenza de no ser fiel a mí mismo y vivir con las heridas de un alma
culpable.»
Volvió a Cartago, y los cartaginenses, en medio de grandes tormentos, le
dieron muerte.

4. Fecundo
Sí, también el amor a uno mismo ha de ser fecundo.

¿Se acuerdan de la maravillosa parábola de los talentos?[100] En ella


aprendemos que al venir al mundo hemos recibido muchos regalos, pero
no son para guardarlos, son para multiplicarlos.

¿Cuántas cualidades posees?


¿Cuántas oportunidades de aprender algo más?
¿Cuánto tiempo tienes a tu disposición?
¿Cuántos obstáculos por vencer?
¿Cuántos planes para cambiar la realidad?

Todo esto son las semillas que Dios te da para que las multipliques, para
que seas fecundo(a). ¡Date a la tarea!

¡Deja fuera los pretextos, vive con la decisión de dejar huella, de


entregar vida!

Con este fin tal vez te puedan servir «Las siete reglas del gallo»:
1ª El gallo no pierde el tiempo, se levanta temprano y comienza la tarea
que Dios le ha confiado.
2ª El gallo no se siente menos porque existan ruiseñores. Canta como
puede, lo mejor que puede. ¡Y su voz es necesaria!
3ª El gallo sigue cantando aunque nadie se lo agradezca o lo valore.
4ª El gallo despierta a los que están descansando. Su tarea es impopular,
pero necesaria.
5ª El gallo es portador de buenas noticias: tenemos un día nuevo en
nuestras manos.
6ª El gallo es fiel cumplidor de su tarea. Su labor nunca falla, se puede
contar con él.
7ª El gallo nunca se queja de su rutina, simplemente hace lo que tiene
que hacer.

126
E
«Si un rico en bienes de fortuna ve a su hermano pasar necesidad y,
hombre sin entrañas, le niega su socorro, ¿cómo es posible que
more en él el amor de Dios? Hijitos míos, no amemos con palabras
ni con la lengua, sino con las obras y de verdad.» 1Jn 3,17-18

El amor a uno mismo tiene que tener como consecuencia, el amor al


prójimo en el mismo nivel e intensidad.

Una vez escuché a un sacerdote decir que el verdadero santo no es una


persona que es admirable, sino quien recibe la gracia de Dios para
descubrir lo admirable en todos. Se descubre amando, gozando las vidas
de cada hermano y hermana.

El amor al prójimo no es una opción, es una necesidad, porque en él nos


encontramos con Dios: «Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de
mis hermanos, aun por el más pequeño, a mí me lo hicieron.» Mt 25,40

Hay una leyenda eslava que cuenta la historia de Demetrio, un monje


que un día recibió una luz muy importante: «Tienes que ir a encontrarte
con Dios en la cima de la montaña. Y has de llegar antes de que se
ponga el sol.»
El buen monje se puso en marcha. A mitad de camino, se encontró con
un hombre herido que pedía socorro. El religioso, casi sin detenerse, le
explicó que no podía pararse, porque Dios le esperaba en la cima, y
debía llegar antes de que se pusiera el sol. «Pero te prometo volver en
cuanto termine.»
Y continuó su marcha cuesta arriba. Horas más tarde, ya casi en la
puesta del sol, Demetrio llegó a la cima. Busco con avidez a Dios. Pero
Dios no estaba.
Volvió su vista hacia atrás y, en el camino, vio que Dios estaba
ayudando al hombre herido. Y entonces lloró.
Hay incluso quien dice que Dios era el mismo herido que le había
pedido ayuda.

Auto-desconfianza
Reconozcámoslo: no nos sentimos capaces de amar a los demás de esa
manera.

127
Nuestro corazón es muy advenedizo. Nos da miedo el amor, el
compromiso que conlleva, la vulnerabilidad en que nos coloca.

Sentimos que muchos enemigos y estímulos luchan por hacerlo caer. ¡Mi
corazón quiere amar, pero siento que no puedo!

El papa san Juan Pablo II nos da un consejo: «Es importante que él,
precisamente en su “corazón”, no se sienta solo e irrevocablemente
acusado y abandonado a la concupiscencia de la carne, sino que en el
mismo corazón se sienta llamado con energía. Llamado precisamente a
ese valor supremo, que es el amor.»[101]

Ciertamente el corazón no es fácil de dominar, nos da muchos


problemas, pero también es cierto que sólo a través de él encontramos la
plenitud.

La pregunta, por tanto, no es si el corazón es necesario para ser feliz,


sino cómo debe actuar para hacernos felices.

En las líneas siguientes voy a hacer una especie de examen de conciencia


para ver hasta dónde amamos. Lo dividiré en tres prójimos: amigos,
pobres y matrimonio. Ustedes pueden hacerlo con otros tantos que
existen.

1. Libre
Amigos: ¿Amo con libertad a mis amigos? ¿Los he elegido, es
decir, los he escogido como receptores de un amor especial?
Pobres: ¿Soy consciente de que parte de mi responsabilidad como
persona cristiana es ayudar a los pobres? ¿Lo hago libremente o
como una imposición?
Matrimonio: El amor que no se renueva, se muere, ¿renuevo mi
amor por mi pareja a diario? ¿Lo vuelvo a escoger, como en el día
de la boda, en las buenas y en las malas, en las virtudes y defectos,
en la salud y la enfermedad?

2. Total
Amigos: En mi convivencia con las amistades, ¿tengo segundas
intenciones? ¿Busco algún beneficio? ¿O sólo me entrego,
disfrutando de su compañía al igual que ellos de la mía?

128
Pobres: ¿Soy generoso en mi ayuda a los pobres? ¿Pienso mucho
antes de dar una limosna? ¿Doy lo mínimo indispensable?
Matrimonio: ¿Soy negociante en mi matrimonio? ¿Si me dan, doy;
si no, no? ¿Me entrego a mi pareja sin esperar lo mismo? ¿Soy
generoso(a)? ¿Magnánimo(a)? ¿Calculador(a)? ¿Resentido(a)?

3. Fiel
Amigos: ¿Me considero un amigo fiel? ¿Cambio con facilidad de
«amigos»? ¿Hablo mal de ellos? ¿Estoy disponible cuando me
necesitan?
Pobres: Cuando me comprometo a ayudar, ¿soy constante? ¿Tengo
asignada una cantidad de tiempo y dinero para aportar?
Matrimonio: ¿Me considero una pareja fiel? ¿No solo en lo
mínimo, como lo corporal, sino también en los detalles diarios, en
el pensamiento, en las decisiones? ¿Soy consciente de que la
fidelidad alimenta al mismo amor?

4. Fecundo
Amigos: Mi relación con ellos, ¿les aporta algo, les hace crecer? ¿O
daría lo mismo que yo no fuera su amigo? ¿Y de ellos hacia mí?
¿Soy mejor persona estando con ellos?
Pobres: ¿Contagio a otros de la necesidad de ayudar? ¿Busco
solucionar las cosas de raíz y no sólo paliando los efectos?
Matrimonio: La fecundidad más importante de un matrimonio es la
espiritual, ¿somos fecundos? ¿Crecemos en vida interior?
¿Cuidamos nuestra vida de gracia? Pero también es importante la
física, ¿nuestra sexualidad está abierta a la vida de manera
responsable y natural?

«Con nadie tengan otra deuda que la del mutuo amor. Pues el que
ama al prójimo, ha cumplido la ley.» Rom 13,8

C D
No sé si conozcan el trabajo de recoger café. Es muy desgastante a nivel
físico. Al final del día, los trabajadores llevan todo lo que han recogido
para ser pesado por el capataz, y en base a eso se les paga. No importa la
cantidad que hayas cultivado, el sueldo es siempre muy poco.

129
Así podemos sentirnos cuando intentamos amar sin la ayuda de Dios:
mucho esfuerzo y pocos frutos.

Ese sentimiento lo tuvieron los discípulos de Jesús cuando escucharon lo


que significaba amar a la manera cristiana:

«Al oír esto, los discípulos, llenos de asombro, decían: “Entonces,


¿quién se podrá salvar?”
Jesús, mirándolos fijamente, dijo: “Para los hombres eso es
imposible, mas para Dios todo es posible”.» Mt 19,25-26

Para amar como Dios ama, hay que pedirle a Dios que ame a través
de nosotros, que nos dé la fuerza y la generosidad para hacerlo. Si
no… ¡se vuelve imposible!

El primer obstáculo a vencer será el miedo.

Éste es consecuencia del pecado, como se ve en Gen 3,10: «Te oí andar


por el jardín y tuve miedo, porque estoy desnudo; por eso me escondí».

Queremos mostrarnos como somos. ¡Pero nos da miedo!


Queremos mayor intimidad con Dios, con nuestros amigos, con la
pareja. ¡Pero nos da miedo!
Queremos ser amados así, sin máscaras. ¡Pero nos da miedo!
Queremos vivir en plena comunión de amor. ¡Pero nos da miedo!

Caminemos de la mano de Dios, abandonémonos en su camino, que


siempre consiste en designios de amor, y repitamos esta bella oración
que la Iglesia reza en el XXI domingo del Tiempo Ordinario:

«Señor Dios, que unes en un mismo sentir los corazones de los que
te aman, impulsa a tu pueblo a amar lo que pides y a desear lo que
prometes, para que, en medio de la inestabilidad de las cosas
humanas, estén firmemente anclados nuestros corazones en el
deseo de la verdadera felicidad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu
Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es
Dios, por los siglos de los siglos. Amén»

Termino con una cita imperdible de la Teología del Cuerpo:

130
«Las palabras pronunciadas por Cristo en el sermón de la montaña,
orientan al corazón humano precisamente hacia esta alegría. Es
necesario que a esas palabras nos confiemos nosotros mismos, los
propios pensamientos y las propias acciones, para encontrar la
alegría y para donarla a los demás.»
San Juan Pablo II[102]

131
P
1. Contigo mismo

¿Qué es lo que hasta ahora he pensado que me haría plenamente


feliz? ¿En qué o en quién he puesto mi felicidad?
¿Me amo a mí mismo(a)? ¿Soy muy severo(a) conmigo mismo(a)?
¿A qué le doy más peso en mi ser? ¿A lo físico, a lo material…?

2. Con Dios

Jesús, he llenado siempre mi vida de muchos distractores, pero hoy


en oración quiero abrir mi corazón a ti, dame esa fortaleza para
dejar de lado lo que me distrae de tu amor.
Señor, ¿por qué no me he decidido a vivir una vida de gracia
estable, una vida llena de ti? ¿A qué le tengo miedo? ¿Qué
obstáculos debo vencer?
Quiero amar al prójimo como Tú lo haces, ¡pero no es fácil!
Ayúdame a verlos con tus ojos, a perdonarlos con tu corazón, y a
acogerlos con tus brazos.

3. Con tu cónyuge

Ahora que conocemos las 4 características del amor de Dios, démosle


una nueva dirección a nuestro amor de esposos. Anotemos una acción
concreta para que nuestro amor sea cada vez más como el de Él.

¿Qué haremos para


que nuestro amor sea
libre?

¿Qué haremos para


que nuestro amor sea
total?

132
¿Qué haremos para
que nuestro amor sea
fiel?

¿Qué haremos para


que nuestro amor sea
fecundo?

133
N :D

El amor incondicional que Dios


tiene por mí

134
A lo largo de las páginas de este libro hemos ido descubriendo el plan
maravilloso que Dios tiene para nosotros. Un plan no sólo de salvación
eterna, sino de felicidad y plenitud ya en esta tierra, a la manera divina.

Para lograrlo, nos transmitió un mensaje[103] a través de nuestros cuerpos:


existimos para amar[104]. Pero no para hacerlo como cualquier otro ser.
¡Para amar como Dios mismo ama!

Todo lo que sea menos que eso, no terminará de satisfacernos.

El ideal es grande; y para un corazón roto como el nuestro, imposible.


¡Pero no para Dios, porque para Él no hay nada imposible![105]

L
«En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a
Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en
propiciación por nuestros pecados.» 1Jn 4,10

Nadie puede amar si antes no ha sido amado. No es una ciencia que se


aprenda por sí misma. El amor sólo se entiende con la experiencia.

Claro que el amor de los demás es muy importante. De hecho, es a partir


de este amor que podemos comenzar a intuir cómo es el amor de Dios.
Pero éste último es el modelo de todo amor, porque es el único que
verdaderamente nos ofrece eternidad.

Es gracias a la experiencia de un amor hasta el extremo, como el que


Cristo nos mostró, que podemos saber cómo estamos llamados a amar.

Descubrirnos amados
Lo primero de este camino es descubrirnos amados.

El padre Taulero encontró un día a un pobre vestido con apenas unos


harapos. Su cuerpo estaba sucio y lleno de llagas. El sacerdote le
preguntó:

135
– ¿Usted debe de sufrir mucho?
– Pues sí. Pero estoy siempre contento.
– ¿Y por qué?
– Yo siempre he creído que Dios me ama. Y a pesar de mi pobreza y de
mis miserias, sé que me ama... Y aunque no tuviera más que unos
harapos para cubrirme, me consideraría feliz al pensar que él en la cruz
no tenía ni siquiera una capa para protegerse.[106]

El amor no se deduce; se experimenta. ¿Y cómo lo hacemos? Cuando


nos damos cuenta de que:

1º Todo es un regalo de Dios.


«Sólo el amor crea el bien»[107]. Todo lo que soy, todo lo que tengo, lo
es gracias a que Dios me lo regaló.

Pero mejor aún, todo lo que seré, todo lo que tendré, lo será también
gracias a que Dios me lo regalará.

Esto es tan cierto que podemos tener total seguridad de que jamás nos
faltará nada – ¡absolutamente nada! – de aquello que necesitemos para
llegar al cielo.

Su amor es tan incondicional, que, en lo que a él le corresponde, no


dejará de hacer todo para ayudarnos a llegar a su presencia amorosa y sin
límites en la eternidad.

2º Él quiere dármelo.
«Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito,
para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida
eterna.» Jn 3,16

¿Quién pudo haberlo obligado a hacer esto? ¡Nadie! ¿Quién pudo haber
forzado al Hijo a encarnarse? ¡Nadie! ¿Quién pudo haberlo violentado
para que viniera a socorrernos? ¡Nadie!

Si lo hizo, lo hizo en total libertad, por su propia voluntad.

Esta es la dinámica interna del amor: o es libre o simplemente no es.

136
El poder fundamental de Dios es el amor. Es más, su único poder es
el amor. Pero ese poder tiene una «fragilidad»: no se puede imponer.

Dios eligió venir a este mundo a salvarnos. Dios eligió quedarse con
nosotros para acompañarnos en la Eucaristía. Pero jamás se nos
impondrá. A nosotros nos corresponde abrir el corazón para acoger ese
amor.

«Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me


abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo.» Ap
3,20

3º Está conmigo, siempre lo ha estado, y siempre lo estará.


Dios jamás dejará de amarnos, aunque lleguemos a despreciarlo
completamente.

«La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el


hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón.» 1S
16,7b

Sin importar lo que hayamos hecho, a pesar de los pecados con los que
carguemos, el amor de Dios es terco, obstinado, perseverante.

En esta vida tenemos muy pocas seguridades. De hecho, tenemos una


sola: Dios nos ama, y siempre nos amará. «¡Aleluya! ¡Den gracias al
Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor!» Sal 136,1

Cuando entendemos esto con el corazón, entonces ya no hacen falta más


certezas en la vida. ¡Con el amor de Dios me basta! ¡Y de ahí me viene
el resto!

4º Quiere hacerme mejor.


Por su misma naturaleza, el amor no se puede quedar como está, tiene
que elevar a la persona amada, tiene que hacerla mejor.

En una ocasión el rey Balduino le escribió lo siguiente a una persona que


estaba en rebeldía con Dios:

137
«Cuando abro los ojos y miro a mi alrededor, descubro de nuevo el amor
que Dios siente por mí y por toda la humanidad. Me doy cuenta de que
cuando las personas intentan vivir el evangelio como Jesús nos lo
enseña, es decir, amando como Él nos ha amado, las cosas empiezan a
cambiar: la agresividad, la angustia, la tristeza se transforman en paz y
alegría.»[108]

¿Por qué estos cambios? ¿Qué es lo que el amor de Dios hace en


nosotros? Nada más y nada menos que hacernos sus hijos. No como
cualquier otra creatura, sino tan hijos como su mismo Hijo.

«Porque el Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios.»


San Atanasio de Alejandría

«El Hijo Unigénito de Dios, queriendo hacernos partícipes de su


divinidad, asumió nuestra naturaleza, para que, habiéndose hecho
hombre, hiciera dioses a los hombres.»
Santo Tomás de Aquino

En definitiva, Dios quiere hacernos hijos en el Hijo.

¡N !
Percibir un amor así nos abruma.

Ya conocemos el plan maravilloso de Dios. Ya hemos descubierto que Él


nos quiere felices, libres, en armonía.

Pero tenemos un problema: hemos pecado y, seguramente, seguiremos


pecando, porque somos pecadores[109].

Quiero, pero no puedo


El pecado es una realidad constante en nuestras vidas. No sólo el pecado
pasado, sino el presente, e incluso el futuro.

Mi corazón parece un pedazo de cartón, incapaz de brillar ni de recibir


tanto amor como el que Dios me ofrece. ¡No puedo! ¡Me siento indigno!
¡Incapaz!

138
Quisiera poder amar como Dios ama, pero mi debilidad es existencial,
más aún, es incluso estructural. Así estoy fabricado(a), y no encuentro
una solución.

El plan de Dios me entusiasma, resuena en mi alma y en mi cuerpo.


Quiero hacerlo. Pero el pecado me sigue atando.

Un amor humilde
Repitámoslo: el único poder de Dios es el amor. Un amor como tiene que
ser: callado, humilde, propuesto a nuestra libertad, no impuesto a la
fuerza.

Jesús así lo demostró desde el día de su encarnación, cuando fue capaz


de preguntarle a una simple niña de una villa perdida en Israel, si quería
ser su Madre[110].

Y lo siguió afirmando cuando su nacimiento no sucedió sólo fuera de su


casa, como migrante, en un ambiente pobre, sin luces y sonido, sino que
sus primeros adoradores fueron la gente sencilla del campo, los pastores,
así como aquellos sabios que, en cuanto gentiles, eran despreciados por
los fariseos por considerarlos impuros.

No todo terminó ahí. A sus apóstoles no los escogió de los líderes de su


pueblo, sino de gente común y corriente, con mucho aún que trabajar
para llegar a ser santos.

Así, seguido por personas imperfectas, pudo Él enseñarnos con una


entrega hasta la cruz, que el amor de Dios no se gana a base de
méritos, sino que es un regalo eterno y sin capacidad de devolución.

¡Una exigencia enorme!


Es verdad que la pretensión moral que nos pide Jesús a cambio es tan
grande que no la podemos cumplir al 100%. Pero ésta no viene sola. De
hecho, si Jesús nos propone una exigencia extraordinaria, es porque junto
con ella nos ofrece una misericordia aún más extraordinaria.

Si Cristo es capaz de exigir tanto, es porque su capacidad de perdonar es


aún mucho más grande. A fin de cuentas, a Dios no le interesa tanto la
perfección de nuestra conducta, cuanto la de nuestro corazón.

139
El hecho de que haya tomado un cuerpo no hizo que la exigencia fuera
menos, sino que la misericordia se derramará abundantemente también
sobre nuestros propios cuerpos[111].

Misericordia es tener un corazón abierto para quien sufre, es la


compasión que se hace acto. Jesús es capaz de perdonarnos todo y del
todo. ¡Porque su amor es infinito![112]

Dios acusa al corazón que se defiende. Pero defiende al corazón que se


acusa.

Para que nos quedara claro, Él mismo quiso asumir un cuerpo como el
nuestro: débil, susceptible de sufrir, caer y herirse. Así es como los
Evangelios nos muestran a Jesús: pasó por todo lo que nosotros pasamos
y somos, lo que sentimos, lo que nos da miedo, tristeza, alegría, etc.,
todo, menos el pecado.

«Puso su tienda entre nosotros»[113], es decir, tomo un cuerpo como el


nuestro, se quedó a vivir no sólo con nosotros, sino como nosotros. No
quería ser un Dios encerrado en el cielo, sino cercano, tan cercano que
quiso hacerse en todo como nosotros, salvo en el pecado.

Un Dios así sí es capaz de comprender mi debilidad y de proponerme un


ideal. Un Dios así sí es capaz de acoger mis faltas. Un Dios así sí es
capaz de perdonar mis errores. Un Dios así sí es capaz de aceptarme y
amarme como soy.

No tengamos miedo a caer, a equivocarnos. A fin de cuentas, el único


que no se mancha es el que no trabaja. Por eso me encantó la fábula que
un amigo me compartió:

Después de su muerte, un hombre se presentó delante del Señor. Con


mucho orgullo y arrogancia le presentó sus manos diciendo. «Señor,
mira como están limpias mis manos».
El Señor, sonriendo, pero con un velo de tristeza en el rostro, le contestó:
«Sí, están limpias, pero también vacías.»

No temamos caer, si en la caída estamos dispuestos a dejarnos


levantar. Sólo hay un tipo de personas que no cometen pecado: las que

140
ya no habitan en este mundo. Todo el resto necesitamos de la
misericordia de Dios.

Un corazón acogido
Aceptar a un Dios así, es aceptar que Cristo murió también por mí. Pero
no sólo aceptarlo, también implica permitirlo.

Ya decíamos que el amor o es libre o no es. De mí no depende si Cristo


quiera perdonarme o no. ¡Depende de Él! Y si llegó hasta el extremo de
morir por mí, ¡vaya que si no está dispuesto a hacerlo!

Lo que sí está en mis manos es dejarme acoger por este amor,


reconociendo que por más capaz o incapaz que sea, yo no puedo solo con
mi vida. ¡Me tengo que dejar salvar por este amor; salvar por Cristo,
porque sólo Él salva!

Por más negrura que haya en mí, la luz del amor y misericordia de Dios
siempre será más fuerte. ¡Por más abismos de miseria que lleve en mi
corazón, el amor de Dios por mí siempre será más y más infinito!

Si logro abrirme a tan gran misericordia, llegaré a tal certeza de este


amor, que no podré no responder con amor. Y desde el fondo de mi alma
saldrá el mismo grito de san Pablo:

«Con Cristo estoy crucificado; y ya no vivo yo, sino que Cristo


vive en mí. Esta vida en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios
que me amó y se entregó a sí mismo por mí.» Gal 2,19-20

Un amor así no es para los sabios de este mundo. Porque no se


entiende con la razón, sino con el corazón. La sabiduría del mundo no
puede comprender a un Dios que se entrega gratuitamente. Piensa que
para ser amados por Él antes hay que hacer méritos. ¡No! Su amor es así,
gratuito, misericordioso, infinito.

¡E !
¿Necesitábamos algo más? Pues aparentemente no. Sin embargo, para
que no nos quedara duda de este amor sin arrepentimiento, nos dejó la
Eucaristía, ¡su presencia viva, su Cuerpo y su Sangre!

141
«Tomó luego pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: “Éste es
mi cuerpo que se entrega por ustedes; hagan esto en memoria mía.”»
Lc 22,19

La Teología del Cuerpo tiene su origen y su fin, su alimento y su tarea en


la Eucaristía. ¡El mismo Cuerpo de Dios!

La firma de que nuestro cuerpo puede ser redimido la quiso dejar


Jesús en la Eucaristía.

En este misterio, «primero los mismos discípulos y, luego, toda la


Tradición viva de la Iglesia descubrirán enseguida el amor que se refiere
a Cristo mismo como Esposo de la Iglesia, Esposo de las almas, a las que
Él se ha entregado hasta el fin en el misterio de su Pascua y de la
Eucaristía»[114].

Este sacramento es un signo de una donación que transforma(1), de una


comunión que fortalece(2), y de un amor que es fuente de todo amor(3).

Donación que transforma


La Eucaristía es consecuencia de la promesa de amor eterno de Dios por
mí. Es la manera en que me puede quedar totalmente claro que Dios no
juega al amor, ¡Dios se juega su vida amando! Y por eso se quedó
conmigo hasta el fin de los tiempos.

Cada vez que se celebra una Misa, se está renovando esa promesa, esa
entrega generosa y esa donación sin límites que Cristo hizo por mí en el
Calvario.

Es el regalo más grande, y también el más sencillo. Es el poder más


débil, y a la vez el más fuerte. Es la vulnerabilidad más expuesta, y la
protección más segura. Es lo más simple, y la respuesta más profunda a
nuestro deseo de felicidad.

Esta donación total de Cristo por mí tiene un gran poder transformador.


El Papa Pablo VI escribía que Cristo, desde la Eucaristía, «ordena las
costumbres, alimenta las virtudes, consuela a los afligidos, fortalece a los
débiles, incita a su imitación a todos los que a Él se acercan».

142
El poder de transformación que tiene la Eucaristía es inigualable. De
hecho, lo que el alimento material produce en nuestra vida corporal, la
comunión lo realiza de manera admirable en nuestra vida espiritual.

Un capitán de barco comulgaba todos los días. Sin embargo, tenía un


temperamento muy iracundo y estridente. Era muy difícil que pasara un
solo día sin que le gritara a algún marinero.
Uno de sus oficiales se envalentonó un día y le dijo:
– Capitán, hay algo que no entiendo de usted. Lo veo todos los días en
misa, comulga y reza con mucho fervor. ¿Cómo es posible que se deje
dominar tan fácilmente por su cólera?
– Joven, si yo no recibiera la comunión todos los días hace tiempo que
los habría tirado a todos por la borda.

La comunión no me hace impecable de la noche a la mañana, pero sin


duda fortalece mi amor, conserva mi decisión de perseverar, acrecienta
mi entrega y renueva mi promesa de fidelidad.

Comunión que fortalece


La Eucaristía es comunión, porque en Ella nos unimos a Cristo a través
de su Cuerpo y de su Sangre, y llegamos a formar un solo cuerpo con
Él[115]: «El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo
en él.» Jn 6,56

San Cirilo de Alejandría decía: «Así como cuando uno junta dos trozos
de cera y los derrite por medio del fuego, de los dos se forma una cosa,
así también, por la participación del Cuerpo de Cristo y de su preciosa
Sangre, Él se une a nosotros y nosotros nos unimos a Él».

De manera misteriosa, asimismo, nos unimos a todos los demás seres


humanos que participan de este gran misterio, no sólo en esta tierra, ¡sino
también en el cielo![116]

Frente a Ella no hay diferencia entre ricos ni pobres, rubios o morenos,


orientales u occidentales. Todos somos hermanos. «Porque aun siendo
muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de
un solo pan.» 1Cor 10,17

No puede haber mayor comunión que la que da el amor. Y, en este caso,


un Amor que se hizo Presencia real, para dejarnos claro que su

143
compromiso con nosotros no es de dientes para afuera, sino que brota del
deseo de una unión para siempre.

Pero no se trata sólo de recibir a Cristo sacramentalmente, sino también


de pasar largos ratos con Él. Los efectos de esto se notan por sí mismos:
los ojos de las personas que han pasado mucho tiempo frente al
Tabernáculo son distintos, su sonrisa es más auténtica, su corazón
más generoso.

Hace unos años, el rey Balduino de Bélgica le escribió a una persona


cercana a él: «Póngase al sol de Dios y no tema perder el tiempo en la
capilla, aunque no sienta nada. Hay que darle tiempo al sol para que nos
broncee y esto exige un poco de paciencia»[117].

La transformación y fortaleza que nos da Jesús en la Eucaristía va


permeándonos lenta, pero seguramente, hasta abarcar todas las áreas de
nuestra vida.

Fuente de todo amor


Si queremos en verdad amar como Dios ama, no podemos no
alimentarnos de la Eucaristía.

Ya sabemos que Dios es amor. Pero hoy yo quiero afirmar también que
Dios es el amor. No hay ninguna forma de amor auténtico que no tenga
su origen y su fin en Dios.

Como el alimento corporal sirve para restaurar la pérdida de fuerzas, la


Eucaristía fortalece el amor que, con el cansancio, la rutina, los roces
diarios, los defectos, tiende a debilitarse.

¿Quieres amar como Dios ama? ¡No sólo aprendas de Él, aliméntate
de Él!

Dándose a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor y nos hace capaces de


romper con todo aquello que nos aleja del amor.

Ante la grandeza de este regalo, sólo nos queda repetir con humildad y fe
ardiente las palabras del Centurión: «Señor, no soy digno de que entres
en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme» (Mt 8,8).

144
D ,
Dios no nos ama por lo que hacemos sino por lo que somos: ¡sus hijos
predilectos!

Jesús es Dios quien, tomando un cuerpo como el nuestro, vino a


buscarnos para llevarnos al cielo[118]. Está dispuesto a todo con tal de
lograrlo. De hecho, no hay para Él una alegría más grande que ir viendo
cómo aceptamos su plan de salvación, y, a través de él, nos acercamos
cada día más a la patria celestial.

Es liberador saber que Dios ama así. Es hermoso saber que Dios quiere
que amemos así. ¡No dejemos pasar la vida sin poner todo de nuestra
parte para lograrlo!

El camino no es fácil. Pero eso no importa, «es propio del corazón


humano aceptar exigencias, incluso difíciles, en nombre del amor»[119].

A veces parece imposible. ¡No olvidemos que Dios es el Dios de los


imposibles, pero sólo los realizará, si yo hago todo lo posible!

A mí únicamente me corresponde poner en sus manos todo lo que cargue


en mi morral, aunque sea tan poco como cinco panes y dos peces[120]. Él
es quien dará de comer a miles de personas, Él es quien llenará mi
corazón y el de mis hermanos.

Porque a Dios no le interesa ni la calidad ni la cantidad, Él sólo


quiere la totalidad.

El fin de mi vida es llegar a fusionar mi amor con el de Dios, mi


voluntad con la suya. Querer lo que Dios quiere, amar lo que Dios ama,
vivir como Dios vive.

145
P
1. Contigo mismo

¿Me doy cuenta de que las virtudes que tengo son regalo de Dios?
¿Las exploto adecuadamente?
En el momento de la consagración, al escuchar «esto es mi
Cuerpo», ¿medito sobre este misterio de amor? ¿Me doy cuenta de
que Jesús está presente en la Eucaristía en cuerpo y alma?
Cuando comulgo, ¿hago conciencia de que Cristo y yo nos
volvemos un solo cuerpo?

2. Con Dios

Dios mío, ¿he hecho conciencia de que Tú me amaste desde


siempre? ¿Que me creaste con un amor infinito? ¿Acojo tu amor?
Padre, enviar a tu Hijo en cuerpo y alma fue un gesto de amor
invaluable. Hoy iré a la Iglesia y rezaré ante la cruz para
agradecerte tu sacrificio hacia mí.
Tu amor es incondicional e infinito, ¿me acerco a ti con esa
confianza? ¿Vivo feliz porque Tú me amas y nada ni nadie puede
apagar jamás ese amor?

3. Con tu cónyuge

¿Nos hacemos mejores personas mutuamente?


¿Nos acercamos en pareja a los sacramentos? ¿Vamos a misa
juntos? ¿Comulgamos juntos? O por el contrario, ¿somos obstáculo
para vivir este amor de Dios en nuestras vidas?
¿Somos ejemplo del amor? ¿Nos tratamos con respeto? ¿Nos
amamos como Dios lo hace?

146
E :E
...
Construyendo para la eternidad
No puedo terminar este libro sin compartirles lo que esta Teología del
Cuerpo ha significado para mi vida.

Tuve la oportunidad de acudir al curso que Christopher West impartió


sobre este tema en el verano de 2017[121]. La mayor parte de lo que
escuché ya lo conocía: el contenido, la estructura, la dinámica, los
ejemplos que utilizaba, etc. Pero algo más sucedió ahí. Dios me regaló la
gracia de sentir de una manera más viva ese anhelo doloroso[122] de algo
más…

Tengo la gracia de ser legionario de Cristo desde hace 23 años, y


sacerdote desde hace más de 10 años. He asistido a infinidad de retiros,
ejercicios espirituales, cursos. Pude realizar gran parte de mi formación
en Roma, con extraordinarios profesores, superiores y directores
espirituales. Conocí cara a cara nada más y nada menos que a san Juan
Pablo II. Y, sin embargo… jamás lo había sentido así.

No quiero desmerecer todo lo anterior sino, más bien, tomarlo como la


preparación que Dios hizo en mí para recibir esta gracia especial.

Lo que Él llevó a cabo en esa ocasión fue hacerme consciente de una


realidad existencial: el deseo de felicidad que tengo no fue creado para
llenarse con ninguna creatura, por más bella ni santa que sea, sino que es
una preparación para una realidad mucho más grande y perfecta. En este
mundo la iré gustando, gracias a las creaturas. Pero sólo tendré pequeños
atisbos de ella. Esa realidad se llama cielo. Y mientras llega, ¡mi
corazón no puede sino arder en deseos de poseerla!

147
El cuerpo, es verdad, nos muestra un plan de felicidad que inicia en esta
tierra. Pero en este tiempo siempre será una felicidad en construcción.
Mientras dure esta vida como la conocemos, cada día habrá algo más que
conquistar, un vacío más que llenar. Por eso nuestro corazón no se
contentará con menos que con el cielo.

El cielo no es el Edén bíblico, ¡es mucho más! En él no habrá ya dolores,


sufrimientos o tristezas. En él nuestro corazón estará totalmente lleno el
amor de Dios y del de los demás. En él, todo mi ser estará donándose, sin
los obstáculos que en este mundo aún me tienen atado. Allá no habrá la
posibilidad de pecar, de vaciarse, porque ya mi ser será totalmente amor,
como el de Dios. ¡Será pleno, en todo el sentido de la palabra![123]

Ese lugar no son unas nubes llenas de angelitos tocando arpas. ¡Será la
plenitud de plenitudes![124] ¡Será el gozo eterno de poder experimentar
cada vez con más profundidad el amor de Dios! ¡Será la entrega
incondicional que tanto deseo, sin posibilidad de más traiciones o
desengaños![125]

No sé ustedes, pero yo… ¡no me quiero perder algo así! ¡Y deseo con
todas mis fuerzas – y toda mi debilidad – llegar a él!

Dejemos de perder el tiempo en cosas sin sentido. Paremos de centrar


nuestra vida en lo que pasa, y seamos constructores para la eternidad.
Coloquemos nuestro corazón en el cielo[126], desde donde todo se puede
juzgar con verdad y objetividad.

Este anhelo doloroso es lo mejor que se puede experimentar. Es el signo


de que aún tengo que aprender a amar mejor. Es la credencial de que
nuestra verdadera ciudadanía no está en esta tierra[127].

El camino para lograrlo Dios nos lo dejó claramente estampado en


nuestros cuerpos: la donación por amor, cada uno desde su propia
vocación[128]. ¿Qué estamos esperando para hacerlo realidad?

San Juan Pablo II, ¡ruega por nosotros!

148
149
A
La primera persona a la que agradezco el fruto de este libro es a san Juan
Pablo II, mediador que Dios escogió para transmitirme el gran mensaje
de la Teología del Cuerpo. ¡Cuánto bien ha hecho! ¡Pero cuánto más
debe de hacer!

Una especial acción de gracias va para María Elena Elizalde y Fermín


Jiménez, quienes me han apoyado desde el inicio con esta aventura de la
Teología del Cuerpo, no sólo en su difusión, sino sobre todo con su
testimonio. ¡Todo un don inapreciable de Dios! Gracias también por la
colaboración en la elaboración de los ejercicios, así como con sus agudas
correcciones al texto.

Gracias a Elena de la Fuente por las observaciones al borrador, pero más


que nada por ser ese apóstol de Dios, comprometida en cuerpo y alma a
inundar el mundo entero con este mensaje de redención e incendiar
tantos corazones con ella.

También agradezco a Fernando López Velarde, quien con sus


sugerencias me permitió hacer más accesible el mensaje.

A Lorea Iturrioz de Bringas le agradezco tanto por la maravillosa


presentación, las preciosas correcciones y anotaciones, como, de manera
especial, por su constante entusiasmo en propagar la Teología del
Cuerpo.

Al padre James McKenna, L.C., quien con paciencia y caridad me ayudó


a revisar el borrador final de este texto.

Te agradezco también a ti, lector(a), por abrir tu corazón a este mensaje


de sanación y de felicidad que Dios ha querido regalarnos. Te pido un
último favor: ¡conviértete en un apóstol del mismo! Hay demasiada
gente que necesita escuchar lo mucho que valen y la gran oportunidad de
ser felices que Dios les da a diario. ¡No te lo quedes para ti!

150
Finalmente, ¡gracias, Señor, por querernos tanto que dejaste impreso en
nuestro cuerpo tu mensaje de felicidad: el amor!

«¡No tengáis miedo! ¡Abrid las puertas a


Jesucristo!»
S J P II

151
G
Incluyo en este apartado un muy elemental glosario que no pretende ser
ni exhaustivo ni técnico, sino simplemente ofrecer una explicación
sencilla a algunos términos que en un inicio pueden parecer
complicados.

Agapé: Amor llamado «espiritual», donde el amante tiene sólo en


cuenta el bien de la persona amada.
Anhelo: Deseo vehemente, fuerte e impetuoso.
Concupiscencia: La inercia que dejó en mi cuerpo el pecado original,
y por la que en lugar de tender al bien de todo mi ser, tiende sólo a la
satisfacción de sus propios deseos.
Eros: La fuerza interior que arrastra al hombre hacia todo lo que es
bueno, verdadero y bello. Nace del deseo del corazón humano que
quiere un amor infinito. Es el amor que se expresa primordialmente a
través de nuestro cuerpo.
Estoicismo: Doctrina filosófica que postula como ideal de vida la
necesidad de liberarse de todas las pasiones y deseos con el fin de
poseer una vida imperturbable.
Fecundidad espiritual: Consiste en engendrar vida espiritual, no
como protagonista, sino como un instrumento. El único capaz de
lograrlo es Dios, pero Él quiso necesitar de nosotros como aliados:
«Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a
guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con
vosotros todos los días hasta el fin del mundo». Mt 28,19-20
Iconoclasia: Herejía nacida en el siglo VIII y que negaba la utilidad
de las imágenes sagradas como medios para acercarnos a Dios.
Ídolos: Todo aquello que ocupa, sin serlo, el lugar de Dios.
Lujuria: El amor erótico que, separado del amor de comunión
(agapé), busca su sola satisfacción.
Misticismo: La experiencia de la unión plena de la creatura con su
Creador, a través del amor sin barreras.
Puritanismo: Es el rechazo al cuerpo y la sexualidad como algo
malo. Reduce la sexualidad a un «mal necesario» para la

152
supervivencia de la especie.
Significado esponsal del cuerpo: La capacidad del cuerpo humano
para expresar el amor con que el ser humano se hace don.
Templanza: Es la virtud moral que modera la atracción de los
placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados.
Teología: Ciencia que trata del estudio de Dios.
Teología del Cuerpo: La visión personalista del amor y de la
sexualidad que San Juan Pablo II deduce de la Escritura. A través de
ella nos muestra lo que significa ser plenamente humanos, de acuerdo
con el plan de Dios. Responde a las preguntas ¿quién soy?, ¿de dónde
vengo?, ¿hacia dónde voy?, así como al cuestionamiento de cómo
debemos de actuar para ser felices.

153
«Les exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar sus
cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es su
culto razonable. Y no se ajusten a este mundo, sino
transfórmense por la renovación de la mente, para que sepan
discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que
agrada, lo perfecto.»
Rom 12,1-2

[1]
15 de marzo de 2012
[2]
Cf. Reuters, Londres, Inglaterra (21 noviembre 2006)
[3]
11 de abril del 2015
[4]
Nota aclaratoria: cuando san Juan Pablo II utiliza el término «hombre», lo hace
mayormente refiriéndose al «ser humano», esto es, varón y mujer.
[5]
San Juan Pablo II, Hombre y Mujer los creó. Llamado también Teología del Cuerpo
(a la que me referiré a partir de ahora como TDC) 39,2
[6]
TDC 47,2

154
[7]
«Es necesario encontrar continuamente en lo que es “erótico” el significado
esponsalicio del cuerpo y la auténtica dignidad del don. Esta es la tarea del espíritu
humano, tarea de naturaleza ética. Si no se asume esta tarea, la misma atracción de los
sentidos y la pasión del cuerpo pueden quedarse en la mera concupiscencia carente de
valor ético, y el hombre, varón y mujer, no experimenta esa plenitud del “eros”, que
significa el impulso del espíritu humano hacia lo que es verdadero, bueno y bello, por lo
que también lo que es “erótico” se convierte en verdadero, bueno y bello.» TDC 48,1
[8]
Cf. TDC 80,7
[9]
Cf. Mt 22,37
[10]
Cf. Ex 32
[11]
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica nn. 31–35, 216
[12]
TDC 19,4
[13] Al final de cada paso encontrarás algunas preguntas que te servirán para hacer tuyo
lo que has aprendido en él. Están divididas en:
Contigo mismo: profundiza y contrasta tu vida con el mensaje de la Teología del
Cuerpo.
Con Dios: son ayudas para platicar con Él y pedirle que tu vida sea cada vez más
acorde con Su Mensaje.
Con tu cónyuge: si bien el libro no está dirigido exclusivamente a personas casadas,
no quise dejar de incluir estas preguntas que les ayuden a los que sí lo están a hacer
vida lo leído en cada capítulo.
[14]
TDC 44,1
[15]
A Christopher le debo muchas de las reflexiones y ejemplos que vas a encontrar en
este libro, de manera especial en este capítulo. De hecho, si deseas seguir profundizando
en la Teología del Cuerpo, sus libros son de lectura obligada.
[16]
Cf. Benedicto XVI, Deus Caritas Est n. 9
[17]
Cf. Mt 22,2 y ss.
[18]
Cf. Mt 23,27
[19]
Cf. Mt 19,8
[20]
TDC 19,4
[21]
8 de enero de 2006
[22]
1P 2,16
[23]
Cf. Jn 1,14
[24]
TDC 23,4
[25]
Cf. San Juan Pablo II, Carta a las Familias, 1994, n. 19
[26]
Dios «será el fin de nuestros deseos, a quien contemplaremos sin fin, amaremos sin
saciedad, alabaremos sin cansancio. Y este don, este amor, esta ocupación serán
ciertamente, como la vida eterna, comunes a todos.» San Agustín
[27]
Cf. Jn 8,44
[28]
Cf. 1Jn 4,2–3

155
[29]
Hablando de la codicia, el Catecismo dice: «El apetito sensible nos impulsa a desear
las cosas agradables que no tenemos. Así, desear comer cuando se tiene hambre, o
calentarse cuando se tiene frío. Estos deseos son buenos en sí mismos; pero con
frecuencia no guardan la medida de la razón y nos empujan a codiciar injustamente lo
que no es nuestro y pertenece, o es debido a otro.» Catecismo de la Iglesia Católica n.
2535
[30]
TDC 49,7
[31]
«La Iglesia sabe muy bien que su mensaje conecta con los deseos más profundos
del corazón humano.» Gaudium et spes 21,7
[32]
Cf. Ef 3,9
[33]
«El hombre se ha convertido en “imagen y semejanza” de Dios no sólo a través de
la propia humanidad, sino también a través de la comunión de las personas, que el
hombre y la mujer forman desde el comienzo. La función de la imagen es la de reflejar
a quien es el modelo, reproducir el prototipo propio. El hombre se convierte en imagen
de Dios no tanto en el momento de la soledad, cuanto en el momento de la comunión.»
TDC 9,3
[34]
El fin de este libro no es hacer una introducción sistemática a la Teología del
Cuerpo, sino desentrañar algunos de sus mensajes que nos puedan ayudar a amar más
como Dios ama.
[35]
«Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se
harán una carne. Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia.» Ef 5,31–
32
[36]
TDC 19,4
[37]
Por ejemplo, Max Scheler y Edith Stein.
[38]
TDC 59,3
[39]
Quisiera aclarar desde ahora que esto no significa que todos estemos llamados al
matrimonio, sino que, en él, encontramos un signo que nos revela el llamado a la
comunión con los demás, a ser don y a acoger el don que ellos ofrecen.
[40]
TDC 45,2
[41]
Cf. 1Jn 4,8
[42]
Cf. Jer 31,3
[43] «Efectivamente, el hombre, mediante su corporeidad, su masculinidad y
feminidad, se convierte en signo visible de la economía de la verdad y del amor, que
tiene su fuente en Dios mismo y que ya fue revelada en el misterio de la creación.» TDC
19,5
[44]
TDC 32
[45]
TDC 14,2
[46]
«La masculinidad–feminidad –esto es, el sexo– es el signo originario de una
donación creadora y de una toma de conciencia por parte del hombre, varón–mujer, de
un don vivido, por así decirlo, de modo originario. Este es el significado con el que el
sexo entra en la teología del cuerpo.» TDC 14,4

156
[47]
«Esta semejanza demuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha
amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega
sincera de sí mismo a los demás.» Gaudium et Spes 24
[48]
TDC 15,5
[49]
Es bien sabido y estudiado que los primeros capítulos del Génesis no han de ser
interpretados literalmente, como una historia cronológica. Su fin no es ése, sino, más
bien, ofrecernos los conceptos fundamentales «de la creación, de su origen y de su fin
en Dios, de su orden y de su bondad, de la vocación del hombre, finalmente, del drama
del pecado y de la esperanza de la salvación.» Catecismo de la Iglesia Católica n. 289
[50] Cf. TDC 32
[51]
TDC 22,4
[52] El Catecismo en el n. 2515 dice que «en sentido etimológico, la "concupiscencia"
puede designar toda forma vehemente de deseo humano. La teología cristiana le ha
dado el sentido particular del movimiento del apetito sensible que contraría la obra de la
razón humana.» San Juan, en su primera carta, nos recuerda que esta concupiscencia no
es sólo de la carne, sino también de los ojos y del orgullo de la vida (cf. 1Jn 2,16-17)

[53]
TDC 32,6
[54]
«La concupiscencia de por sí empuja al hombre hacia la posesión del otro como
objeto, lo empuja hacia el “goce”, que lleva consigo la negación del significado nupcial
del cuerpo. En su esencia, el don desinteresado queda excluido del “goce” egoísta.»
TDC 33,4
[55]
TDC 32,3
[56]
TDC 32,3
[57]
«La felicidad originaria nos habla del “principio” del hombre, que surgió del amor y
ha dado comienzo al amor. Y esto sucedió de modo irrevocable, a pesar del pecado
sucesivo y de la muerte. A su tiempo, Cristo será testigo de este amor irreversible del
Creador y Padre, que ya se había manifestado en el misterio de la creación y en la gracia
de la inocencia originaria.» TDC 16,2
[58]
TDC 13,4
[59]
«Podría decirse que sustrae al hombre la dignidad del don, que queda expresada por
su cuerpo mediante la feminidad y la masculinidad y, en cierto sentido,
“despersonaliza” al hombre, haciéndolo objeto “para el otro”.» TDC 32,4
[60]
TDC 26,5
[61]
«La pureza es gloria del cuerpo humano ante Dios. Es la gloria de Dios en el cuerpo
humano, a través del cual se manifiestan la masculinidad y la feminidad. De la pureza
brota esa belleza singular que penetra cada una de las esferas de la convivencia
recíproca de los hombres y permite expresar en ella la sencillez y la profundidad, la
cordialidad y la autenticidad irrepetible de la confianza personal.» TDC 57,3
[62]
TDC 32,6
[63]
Cf. Ap 21,5
[64]
TDC 45,3

157
[65]
TDC 49,4
[66]
Deus Caritas Est n. 9
[67]
TDC 47,5
[68]
25 de marzo de 2011, Primera predicación de la Cuaresma.
[69]
Ibid.
[70]
Ibid.
[71]
Cf. Heb 10, 5-10
[72] «La redención del eros ayuda antes que nada a los enamorados humanos y a los
esposos cristianos, mostrando la belleza y la dignidad del amor que les une. Ayuda a los
jóvenes a experimentar la fascinación del otro sexo, no como algo turbio, vivido lejos
de Dios, sino como un don del Creador para su alegría si se vive en el orden que Él
quiere.» Raniero Cantalamessa, 25 de marzo de 2011, Primera predicación de la
Cuaresma.
[73]
«Éste es un gran misterio, y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia.» Ef 5,32
[74]
25 de marzo de 2011, primera predicación de la Cuaresma.
[75]
TDC 100,7
[76]
TDC 46,4
[77]
Cf. n. 622
[78]
Cf. TDC 45,3
[79] Cf. TDC 49,5
[80]
La cita continúa como sigue: «Si no se asume esta tarea, la misma atracción de los
sentidos y la pasión del cuerpo pueden quedarse en la mera concupiscencia carente de
valor ético, y el hombre, varón y mujer, no experimenta esa plenitud del «eros», que
significa el impulso del espíritu humano hacia lo que es verdadero, bueno y bello, por lo
que también lo que es «erótico» se convierte en verdadero, bueno y bello. Es
indispensable, pues, que el ethos venga a ser la forma constitutiva del eros.» TDC 48,1
[81]
Deus Caritas est n. 5
[82]
TDC 13,1
[83]
TDC 28,3
[84]
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica n. 2518
[85]
Cf. Mt 5,8
[86]
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica n. 2520
[87]
TDC 49,4
[88]
TDC 15,3
[89]
«En la vida terrena, el dominio del espíritu sobre el cuerpo, como fruto de un
trabajo perseverante sobre sí mismo, puede expresar una personalidad espiritualmente
madura; sin embargo, el hecho de que las energías del espíritu logren dominar las
fuerzas del cuerpo, no quita la posibilidad misma de su recíproca oposición.» TDC 67,2
[90]
Servicio del 26 de agosto de 2008.
[91]
TDC 61,3

158
[92]
Cf. Gen 2,25
[93]
TDC 28,5
[94]
Amor y Responsabilidad
[95]
Cf. Jn 14,23
[96]
TDC 15,3
[97]
TDC 69,6
[98]
TDC 49,5
[99]
Catecismo de la Iglesia Católica n. 2094
[100]
Cf. Mt 25,14–30
[101]
TDC 46,6
[102]
TDC 58,7
[103]
«Este es el cuerpo: testigo de la creación como de un don fundamental, testigo,
pues, del Amor como fuente de la que nació este mismo donar.» TDC 14,4
[104]
«El hombre se ha convertido en “imagen y semejanza” de Dios no sólo a través de
la propia humanidad, sino también a través de la comunión de las personas, que el
hombre y la mujer forman desde el comienzo. La función de la imagen es la de reflejar
a quien es el modelo, reproducir el prototipo propio. El hombre se convierte en imagen
de Dios no tanto en el momento de la soledad, cuanto en el momento de la comunión.»
TDC 9,3
[105]
Cf. Lc 18,27
[106]
Referido por F.J. Nguyen Van Thuan
[107]
TDC 16,1
[108]
Cf. Cardenal Suenens, Balduino. El secreto del Rey.
[109]
«Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la
verdad no está en nosotros.» 1Jn 1,8
[110]
Cf. Lc 1,26-38
[111]
«“El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo”
(1Cor 6,13). Es difícil expresar de manera más concreta lo que comporta para cada uno
de los creyentes el misterio de la Encarnación. El hecho de que el cuerpo humano venga
a ser en Jesucristo cuerpo de Dios–Hombre logra, por este motivo, en cada uno de los
hombres, una nueva elevación sobrenatural, que cada cristiano debe tener en cuenta en
su comportamiento respecto al “propio” cuerpo y, evidentemente respecto al cuerpo del
otro: el hombre hacia la mujer y en la mujer hacia el hombre.» TDC 56,4
[112]
«El Nombre Divino "Yo soy" o "Él es" expresa la fidelidad de Dios que, a pesar de
la infidelidad del pecado de los hombres y del castigo que merece, "mantiene su amor
por mil generaciones" (Ex 34,7). Dios revela que es "rico en misericordia" (Ef 2,4)
llegando hasta dar su propio Hijo. Jesús, dando su vida para librarnos del pecado,
revelará que él mismo lleva el Nombre divino: "Cuando hayáis levantado al Hijo del
hombre, entonces sabréis que Yo soy" (Jn 8,28).» Catecismo de la Iglesia Católica n.
211
[113]
Jn 1,14

159
[114]
TDC 80,1
[115]
Cf. 1Co 10, 16–17
[116]
«A la ofrenda de Cristo se unen no sólo los miembros que están todavía aquí abajo,
sino también los que están ya en la gloria del cielo.» Catecismo de la Iglesia Católica n.
1370
[117]
Cf. Cardenal Suenens, Balduino. El secreto del Rey.
[118]
Cf. Lc 15
[119]
TDC 80,1
[120]
«“Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué
es eso para tantos?”
Dijo Jesús: “Hagan que se recueste la gente.” Había en el lugar mucha hierba. Se
recostaron, pues, los hombres en número de unos cinco mil.
Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que
estaban recostados y lo mismo los peces, todo lo que quisieron. Cuando se saciaron,
dice a sus discípulos: “Recojan los trozos sobrantes para que nada se pierda.”
Los recogieron, pues, y llenaron doce canastos con los trozos de los cinco panes de
cebada que sobraron a los que habían comido.» Jn 6,9–13
[121]
Información sobre este tipo de cursos:
- En español: www.amarmas.com y www.amorseguro.org
- En inglés: www.tobinstitute.org
[122]
Christopher se refiere a él como «ache», palabra en inglés que significa dolor.
[123]
«Esta intimidad (…) no absorberá la subjetividad personal del hombre, sino, al
contrario, la hará resaltar en medida incomparablemente mayor y más plena.» TDC 67,3
[124]
«El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del
hombre, el estado supremo y definitivo de dicha.» Catecismo de la Iglesia Católica n.
1024
[125]
«La “divinización” en el “otro mundo”, indicada por las palabras de Cristo,
aportará al espíritu humano una tal “gama de experiencias” de la verdad y del amor, que
el hombre nunca habría podido alcanzar en la vida terrena.» TDC 67,4
[126]
«No amontonen tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y
ladrones que socavan y roban. Amontonen más bien tesoros en el cielo, donde no hay
polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben. Porque donde esté tu
tesoro, allí estará también tu corazón.» Mt 6,19-21
[127]
«En cambio, nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde anhelamos recibir al
Salvador, el Señor Jesucristo.» Fil 3,20
[128]
«Así, esta realidad significa el verdadero y definitivo cumplimiento de la
subjetividad humana y sobre esta base la definitiva realización del significado
“esponsalicio” del cuerpo.» TDC 68,4

160
Índice
Presentación 1
Introducción: Todos queremos ser felices 1
Somos seres sedientos 1
Nuestras decisiones 1
¿Qué buscamos? 1
¿Y tú? 1
Primer paso: Reconoce el deseo 1
Anhelo doloroso 1
El deseo se llama eros 1
Ídolos e iconos 1
Preguntas para dialogar 1
Segundo paso: Escoge cómo quieres llenar el vacío 1
1ª Propuesta: La huelga de hambre 1
2ª Propuesta: La comida chatarra 1
3ª Propuesta: El banquete de bodas 1
Preguntas para dialogar 1
Tercer paso: Conoce tu diseño 1
Dios nos pensó plenos 1
Errores acerca de nuestro cuerpo 1
¿Qué es la Teología del Cuerpo? 1
¡Una invitación a amar como Dios ama! 1
Preguntas para dialogar 1
Cuarto paso: Reconoce tus grietas 1
Significado esponsal del cuerpo 1
Lo que rompe este significado 1
Sentirnos queridos por quienes somos 1
Y ahora, ¿quién podrá ayudarnos? 1
Preguntas para dialogar 1
Quinto paso: Déjate ayudar 1
¿Un corazón culpable? 1

161
El amor erótico 1
El cuerpo y el eros 1
¿Qué es la redención del cuerpo? 1
Cambios que hay que dar 1
No dejemos de luchar 1
Preguntas para dialogar 1
Sexto paso: Purifica tu corazón 1
Un corazón hecho sólo para amar 1
Un corazón necesitado de purificación 1
Pudor 1
Un mundo ideal 1
Preguntas para dialogar 1
Séptimo paso: Asume y redime tu dolor 1
El dolor, una realidad 1
Algunos dolores espirituales 1
¿Qué hacer frente al dolor? 1
Los frutos del dolor redimido 1
Preguntas para dialogar 1
Octavo paso: Dedícate a amar 1
Amar como Dios ama 1
Amenazas a este amor 1
Amor a mí mismo 1
El amor al prójimo 1
Confiar sólo en Dios 1
Preguntas para dialogar 1
Noveno paso: Déjate amar 1
La escuela donde aprendo a amar 1
¡No soy capaz de lograrlo! 1
¡Este es mi cuerpo! 1
Dejarse amar, dejarse abrazar 1
Preguntas para dialogar 1
Epílogo: El anhelo de algo más... 1
Agradecimientos 1

162
Glosario 1

163

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