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Cosmos - Witold Gombrowicz
Cosmos - Witold Gombrowicz
Cosmos
ePub r1.1
SoporAeternus 11.12.15
Título original: Kosmos
Witold Gombrowicz, 1967
Traducción: Sergio Pitol
Diseño de cubierta: SoporAeternus
1963 — Trazo dos puntos de partida, dos anomalías muy distantes una de
otra: a) un gorrión colgado; b) la asociación entre la boca de Katasia y la boca
de Lena.
Estos dos problemas exigen un sentido. El uno penetra en el otro
tendiendo hacia la totalidad. De este modo comienza un proceso de
suposiciones, de asociaciones, de investigaciones, algo que va a crearse, pero
se trata de un embrión más bien monstruoso, un aborto… y este rebus oscuro,
incomprensible, exigirá una solución… buscar una Idea que explique, que
imponga un orden…
Lula murmuró:
—¿Qué lugar es este, señor León, qué lugar? —con voz servicial.
Él se había puesto de pie, modesto, tranquilo.
—Qué coincidencia, mis queridos amigos… una casualidad única en su
género… yo trataba de encontrar un gemelo y en cambio hallo estas
piedras… Aquí, en este lugar, estuve hace veintisiete años… ¡Aquí!
Se quedó silencioso, pensativo, como si hubiera recibido una orden. El
asunto se prolongaba. La linterna se apagó. La situación se hacía cada vez
más larga, interminable. Nadie lo interrumpía y solo después de unos minutos
Lula habló con una vocecita dulce y preocupada:
—¿Qué le pasa, señor León?
—Nada —respondió él.
Advertí que Bolita no estaba. ¿Se había quedado en casa? ¿Y si hubiera
sido ella quien colgara a Ludwik? ¡Absurdo! Él mismo se había ahorcado.
¿Por qué? Aún nadie lo sabía. ¿Qué sucedería cuando todos se enteraran de la
verdad?
El gorrión.
El palito.
El gato.
Ludwik.
Era dificilísimo darse cuenta de que esto, lo de aquí y ahora, se
desarrollaba en relación con aquello, lo de allá y entonces, a cerca de treinta
kilómetros de distancia. Me fastidiaba León por haber asumido el papel de
protagonista, mientras todos nosotros (yo incluido) nos convertíamos en sus
espectadores… estábamos aquí expresamente para contemplarlo…
Murmuró de manera vaga:
—Aquí, con una…
Pasaron otros minutos en silencio, mudos, largos minutos goteantes de
inmundicia, minutos que constituían una admisión, el que nadie hablara
significaba que estábamos allí con el único fin de que pudiera satisfacerse…
con ese… yoísmo… «cada quien en lo suyo»… Esperábamos que terminara.
El tiempo corría.
Improvisadamente iluminó con la linterna su propio rostro. Los pince-nez,
la calvicie, la boca, todo. Los ojos cerrados. Lúbricos. Mártir. Dijo:
—No hay nada más que ver.
Apagó la linterna. Me sorprendió la oscuridad. Se hizo más oscuro de lo
que me podía imaginar, evidentemente las nubes estaban ya sobre nuestras
cabezas. Él, bajo el macizo de rocas, era casi invisible. ¿Qué hacía?
Seguramente se entregaba a quién sabe qué porquería, se estaba excitando,
recordaba a aquella mujerzuela, jadeaba, celebraba su propia inmundicia. Me
asombraba que nadie se marchara, ahora era fácil para todos comprender el
motivo por el que nos había llevado a ese lugar: para asistir, para observar,
para excitarlo. Lo más simple era marcharse. Pero nadie se iba. Lena, por
ejemplo, podría irse, pero no se iba. No se movía.
Él jadeaba, jadeaba rítmicamente. Nadie lograba ver lo que hacía, ni
cómo. Pero nadie se iba. Gimió. Fue un gemido de lujuria, pero también, la
verdad sea dicha, de fatiga, dirigido expresamente a aumentar su placer.
Gemía. Gritaba. Grititos sofocados, guturales, fornicantes, cómo se
esforzaba, cómo festejaba y celebraba… Se esforzaba, se esforzaba. Gemía.
Gritaba. Esfuerzo. Fatiga. Finalmente exclamó:
—Berg.
—Berg —respondí.
—Berg bembergado con el Berg —gritó.
—Berg bembergado con el berg —repetí.
Calló. Volvió a hacerse el silencio. Y yo pensaba: el gorrión Lena el
palito el gato en la boca la miel el labio la excrecencia la pared la grieta la
desconchadura el dedo Ludwik la maleza colgado pendientes Lena yo solo
allá la tetera el gato el palito el muro la carretera Ludwik el sacerdote el muro
el gato el palito el gorrión el gato Ludwik colgado el palito colgado el gorrión
colgado Ludwik el gato colgado.
De pronto la lluvia. Gotas densas, levantamos la cabeza, diluviaba, el
agua comenzó a golpetear. Se levantó el viento, pánico, todos huimos hacia el
árbol más próximo, pero también los abetos diluviaban, las gotas los
traspasaban, agua, agua, agua, los cabellos empapados, la espalda, las caderas
y frente a nosotros, en la oscura oscuridad interrumpida solo por los reflejos
de las linternas desesperadas el muro vertical del agua que caía, y fue
entonces, a la luz de estas linternas que descubrimos que estábamos en medio
del diluvio, qué manera de caer agua, torrentes, cascadas, lagos, cómo llovía,
ríos, lagos, mares, torrentes, cascadas, lagos, ríos, mares, torrentes de agua, y
una brizna de paja, un palito, una hoja arrastrada por el agua, desaparecieron,
los torrentes se unían, se formaban ríos, nacían islas, obstáculos, diques,
presas y allá, allá, sobre nosotros, el diluvio, diluviaba, todo caía, se
derrumbaba; abajo la hoja empapada, un trozo de corteza que desaparecía…
En conclusión: escalofríos, reumas, fiebres, Lena enfermó de las anginas, fue
necesario llevar un taxi de Zakopane, enfermedades, médicos, en fin todo
cambió y yo volví a Varsovia, mis padres, el conflicto permanente con mi
padre, y otras historias, problemas, dificultades, complicaciones. Hoy en el
almuerzo comimos pollo relleno.