San Pablo Apóstol nació entre los años 5 y 10 d. C., en Tarso
(Turquía). Hijo de hebreos y criado como judío. Recibió una sólida formación teológica, filosófica y jurídica. Además hablaba griego, latín, hebreo y arameo. Persiguió a los cristianos y participó en la lapidación de San Esteban, el primer mártir cristiano. Tras la ejecución, se dirigió a Damasco con una autorización especial para encarcelar a todos los cristianos que encontrara en esa ciudad. Durante el camino lo envolvió una poderosa luz y oyó una voz que le decía: “Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?” Pablo respondió: “¿Quién eres, Señor?” La voz contestó: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Levántate y entra en la ciudad. Allí se te indicará lo que tienes que hacer”. Se levantó y comprobó que no veía nada. En Damasco permaneció tres días ciego, sin comer y sin beber, hasta que llegó Ananías y le dijo: “Saúl, hermano, el Señor Jesús que se te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que recuperes la vista y quedes lleno del Espíritu Santo”. Le impuso las manos, y al instante recuperó la vista. Ananías lo bautizó como Pablo, le explicó quién era Jesús, lo instruyó en la doctrina cristiana y lo mandó a predicar el evangelio. Conoció a Bernabé y a través de este a los apóstoles Pedro y Santiago. Su estancia en Jerusalén fue breve, ya que tuvo que huir para escapar de los judíos de habla griega. Sobre el año 49 tuvo lugar una reunión importante entre Pablo y la iglesia de Jerusalén, que tenía como objetivo decidir si los conversos gentiles debían circuncidarse. Pedro, Santiago y Juan aceptaron la misión de Pablo a los gentiles. Viajó como misionero por Grecia, Asia Menor, Siria y Palestina. Fue fundador de comunidades cristianas y evangelizador en los más importantes centros urbanos del Imperio romano tales como Antioquía, Corinto, Éfeso y Roma. Se le atribuyen más de la mitad de los libros del Nuevo Testamento. Se cree que San Pablo murió decapitado durante las persecuciones de Nerón hacia el año 62, en Roma.