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LA LITURGIA Y EL COMBATE ESPIRITUAL

por Albert-Marie Besnard OP *

¡Tiempo de gozo y alegría espiritual es este en


el que estamos, pues los días de las nupcias
espirituales, que tanto hemos deseado y queri-
do, han llegado!

No se sorprendan. Empleo estas expresio- para mantenernos cautivos. Los exorcismos del
nes líricas no para celebrar nuestro congreso: bautismo nos recuerdan de manera sorprendente
son palabras de san Juan Crisóstomo dirigidas y casi obsesiva que no llegamos a ser cristianos
a los catecúmenos que iba a bautizar en el mediante un simple trámite de afiliación a la so-
Iglesia de Constantinopla. Las cito por la expli- ciedad espiritual que es la Iglesia, sino porque
cación que sigue: «Podemos llamar bodas sin somos arrebatados por Cristo de manera violenta
duda esto que se realiza hoy, mas no solo bo- y triunfal de esta esclavitud, él que por su Pascua
das, también leva admirable y sorprendente. ha conquistado nuestra libertad. Rehabilitados,
Nadie piense que esto sea contradictorio: es- pues, en nuestra dignidad de imágenes de Dios,
cuchemos mejor a san Pablo, doctor universal, iniciados en nuestra condición de hijos suyos,
que se ha valido de ambas imágenes, cuando podemos con toda razón exultar de gozo y dar
dice: “Los he prometido a un esposo único, gracias: nuestra vida espiritual es nuestra vida de
Cristo, para presentarlos a él como virgen in- personas libres, en el conocimiento de la verdad
tacta” (II Cor 11,2); y como si estuviera pertre- evangélica que libera y en la realización de un
chando a unos soldados a punto de partir a la amor que es la única razón de ser de esta liber-
guerra, dice en otra parte: “Revístanse la ar- tad. ¡Qué esplendor de la existencia cristiana!
madura de Dios para resistir las insidias del Pero hay la tentación grande de creer que lo
diablo” (Ef 6,11)» (Catequesis bautismal V,1). hemos logrado, y de soñar que poseemos una
Entramos así de lleno en nuestro tema. Por libertad que ya no estaría en nuestro poder per-
nuestro bautismo hemos accedido a la liturgia derla de nuevo: la tentación de interpretar en el
de la Iglesia; por él hemos adquirido el derecho sentido de una seguridad definitiva y demasiado
de participar de lleno en el ejercicio en la litur- humana la afirmación de san Pablo de que «na-
gia; por él también hemos sido iniciados en el da podrá separarnos del amor de Dios manifes-
combate espiritual. Si la iniciación a la liturgia tado en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Rom 8,
ha quedado en nuestro bautismo estrechamen- 39). Nada podrá separarnos, a no ser que noso-
te vinculada a la iniciación al combate espiri- tros mismos nos dejemos someter de nuevo a la
tual, hemos de suponer que estas dos realida- esclavitud del pecado; porque, desgraciadamen-
des cristianas habrán de profundizarse juntas o te, siempre seremos capaces de perder el
juntas se ensombrecerán en nuestra vida, y inefable don de Dios. A pesar de nuestro deseo
que si una parece obnubilarse cuando la otra nostálgico de que se nos dispense de luchar y
parece esclarecerse, quiere decir que nuestra de arriesgar, lo cierto es que no hemos sido
búsqueda no ha sido bien conducida, o tal vez liberados para disfrutar ya de la gloria: hemos
se ha desviado. Aquí, como en muchos otros sido liberados para comenzar un camino o, se-
ámbitos de la vida espiritual, no habrá una gún la definición de la existencia cristiana de la
renovación en profundidad, si no es mediante Carta a los Hebreos, para «correr con constan-
renovaciones simultáneas. cia la prueba que se nos propone, fijos los ojos
Pero antes de examinar de qué manera una en Jesús que inició y consumó la fe» (12, 1-2).
renovación del sentido de la liturgia es correla- Esta carrera puede comenzar muy bien, pero
tiva a una renovación del sentido del combate acabar muy mal, como san Pablo se lo recuerda
espiritual, conviene sin duda recordar con pre- a los gálatas (5, 7), y como se lo había dicho a
cisión en qué consiste este. los cristianos de Corinto, al invitarlos a correr de
manera a ganar el premio (I Cor 9,24), es decir,
Por qué un combate espiritual
alcanzar la herencia de Cristo.
«Cristo nos ha liberado para ser libres», pro- Es cierto, «para ser libres Cristo nos ha libe-
clama san Pablo en la carta a los Gálatas (5,1). rado»: pero no permaneceremos libres sin echar
El cristiano es una persona liberada, y lo sabe mano de los medios para ello; sin una vigilancia
bien: liberada esencialmente del pecado (cf. Jn 8, constante para desenmascarar las esclavitudes
34-36); y también de todas las alienaciones que que nos asedian en cada momento y en toda
derivan de él, y de satanás que las aprovecha empresa; sin mortificar lo que san Pablo llama

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nuestros «miembros terrenales» (Col 3,5), a santos, pero ella no los hace santos; celebra sus
saber, las inclinaciones y las pasiones que nos combates heroicos, pero ella de suyo no exige
entorpecen o nos alejan del Reino, de las cuales heroísmo ni lucha. Nos brinda seguridad a buen
en todo momento podemos ser víctimas y cóm- precio en vez de apertrecharnos, nos distrae en
plices otra vez. Por eso, el combate espiritual vez de entrenarnos para la lucha...
está inscrito de manera permanente en el cora-
A lo cual respondemos
zón de la existencia cristiana. Es cuestión de
defender cueste lo que cueste la libertad magní- Muchos cristianos, que viven su fe y viven
fica que recibimos de Cristo, es cuestión de lle- su combate espiritual, serían capaces de ofre-
var a término cueste lo que cueste nuestra carre- cer la necesaria respuesta y refutación a estas
ra y nuestra tarea en seguimiento de Cristo. afirmaciones. Son todos aquellos –ustedes
Quienes han comprendido las exigencias también– que han comprendido en verdad
del Evangelio han descubierto también por cómo, mediante los misterios litúrgicos, la vida
fuerza el combate espiritual; esos cristianos de Cristo se nos comunica. Ellos han comen-
han descubierto que, para profesar su fe, de- zado quizá a orar, a luchar, a dar testimonio sin
ben luchar en todas partes, y con qué vigilan- preocuparse apenas de la liturgia de la Iglesia
cia, contra las tentaciones del medio ambiente: (no sería algo insólito), pero a medida en que
ateísmo y materialismo, egoísmo y violencia, han ido viviendo del Evangelio, han aparecido
conformismo y engaño... nuevas necesidades y, como movidos por un
instinto muy seguro, han llegado a redescubrir
La liturgia puesta en cuestión
vitalmente la función de la liturgia como fuente
... Así es. Deben luchar en todas partes, ex- nutricia de su acción y de su combate. Pero,
cepto, piensan algunos, justamente en la asam- ¿habrán descubierto algo más? ¿Qué diría la
blea litúrgica. Escuchemos sus reclamos. Véanse mayoría de ellos? ¿Que la liturgia y el combate
ustedes mismos, nos dicen: ahí están bien insta- espiritual van unidos? Claro que sí, guardan
lados en sus bancas, como espectadores de una una relación que es muy simple. Es como la
celebración que está, ella también, bien instalada relación que hay, en el caso de un ejército,
en la tranquilidad de los ritos; el encuentro con el entre la logística con sus reservas, hospitales y
Señor en la liturgia, ¿acaso no se hace pasito a campamentos, y las primeras líneas del frente
pasito y a muy bajo costo? Ajena a los golpes, donde se libra propiamente el combate. Se
que son por cierto estímulos de la vida real, la fe acude a la liturgia, o eso que con frecuencia se
puede solazarse a sus anchas en lecturas que se denomina «recepción de los sacramentos»,
malgastan desperdiciándose en la nave, en ser- para obtener las fuerzas espirituales que nues-
mones que parlotean de todo sin decir nada; y de tro combate de cristianos exige activar y en el
la caridad a su vez puede suponerse que está en cual se desgastan. Acaso no es Dios quien
todas partes y sin embargo no se halla por nin- actúa en la liturgia y quien se nos entrega:
gún lado sin que a nadie le preocupe. ¿No es ¡Dejémosle, pues, actuar! Cristo ha sufrido y
esto, además, una tentación connatural a la litur- padecido por nosotros, lo hizo sin nosotros, él
gia? ¿Qué no vemos cómo san Pablo es el pri- hace presente este misterio ante nosotros, así
mero en alarmarse al descubrir que la Iglesia de se nos muestra: «Ecce Agnus Dei». No nos
Corinto no había apreciado en absoluto que la queda sino escuchar, asentir, abrir la boca, y el
Eucaristía es el momento privilegiado de su ca- Pan de vida se nos da. Hablaremos del comba-
rrera en las pistas del renunciamiento evangélico te más adelante, después del Ite missa est. De
y de la caridad? (cf. I Cor 11). «Mientras uno momento, hacemos acopio de municiones.
pasaba hambre, otro se emborrachaba», lo cual No todo esto es falso en esta concepción.
sin duda no les impedía cantar salmos de comu- Con diversos matices es, probablemente, la que
nión e himnos a la caridad fraterna. ¿Qué no tenemos muchos entre nosotros. Pero ¡qué sim-
resulta fácil cantar ¡Tierra entera, canta tu gozo al ple es y cuánto hará falta profundizar para dar
Señor!, a sabiendas de cuánto esfuerzo apostóli- razón de los vínculos verdaderos que unen a la
co arduo hace falta, cuánta lágrima y cuánta liturgia con el combate espiritual! Voy a proponer
sangre, para que la tierra entera alcance este esta profundización en dos direcciones:
gozo? La liturgia, continúan nuestros objetores,
viene a herirnos en nuestra angustia ante el dra- 1. Se dice que es Dios quien actúa y quien
ma espiritual real en el que estamos comprome- se entrega. Así es. ¡Mas únicamente a quienes
tidos, aun si damos la impresión de menospre- desean combatir y que lo demuestran! Y a qué
ciarla; o bien, lo cual tampoco es bueno, adorme- precio, vamos a precisar, si no al precio de una
ce esta angustia y corre el riesgo, a la larga, de lucha que es el aspecto primordial y permanen-
desvirtuarla y disolverla. La liturgia celebra a los te de nuestro combate espiritual.

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2. Se dice que la liturgia sacramental otorga embargo, lo suficiente qué fuerzas son esas
las fuerzas para llevar a bien nuestro combate que infunde en nosotros la liturgia, y sabemos
espiritual en las situaciones y los compromisos lo suficiente de qué manera irremplazable nos
de la vida cotidiana. Así es. ¿Conocemos, sin sostienen?

I. En el corazón de la liturgia está el combate espiritual

De toda asamblea litúrgica se puede decir El combate espiritual del cristiano comienza des-
que hace patente la acción del Dios vivo que de el primer instante en que suenan las campa-
nos convoca y nos reúne, a fin de encontrarse nas para llamarlo a la asamblea dominical; tiene
con nosotros y, por este encuentro, unirnos a él. que dejar sus ocupaciones terrestres, no para
En la Antigua Alianza, Dios convocaba a su zafarse de ellas, sino a fin de presentarlas en
pueblo y se encontraba con él, ya en el desierto ofrenda al Señor, y este es un acto que no hay
del Éxodo, ya en el templo de Jerusalén; en la que dar por hecho; es preciso confesar la propia
Nueva Alianza, el lugar espiritual donde Dios pobreza al unirse a toda la Iglesia para mendigar
nos convoca y nos encuentra es únicamente la el pan cotidiano de la gracia; hay que despren-
Pascua de su Hijo, este Éxodo definitivo, este derse de una forma demasiado individualista de
Templo en adelante único. Donde quiera que vivir las propias preocupaciones, para acudir a
estemos reunidos y en torno a cualquiera de los integrarlas humildemente a la plegaria común y
sacramentos o en cualquier celebración, será desentenderse de ellas por un momento en la
siempre en la Pascua de Cristo: ella es el san- Eucaristía compartida.
tuario, el altar, la montaña verdadera donde
2. Las exigencias del encuentro con Dios
encontramos a Dios y donde Dios realiza la
reconciliación del mundo con él (cf. II Cor 5, 19). Ya sea que formemos parte de la muchedum-
bre que se apresura a la misa parroquial, o del
1. Primer tiempo de todo combate espiritual
coro conventual que celebra las horas del oficio, o
Cada vez que la Iglesia se reúne, resuena el sacerdote que abre su breviario, o unos y otros,
esta convocación divina: ya se trate de la misa o el pecador que llega a arrodillarse al confesona-
dominical para todo el pueblo cristiano o del oficio rio, todo esto es un encuentro con Dios que la
divino para los monjes, Dios nos extiende su liturgia nos hace vivir. ¡Mas no se acerca uno a
convocación en su momento y nos pide, a fin de Dios como se acerca al aparador de una tienda o
responderle, liberarnos de nuestro tiempo, dejar a la pantalla de una televisión! Quien lo busque
nuestros asuntos y trabajos, también nuestras así no lo encontrará. Es cierto que nosotros no lo
diversiones. Esta ruptura para ocuparse de las encontramos ya como Moisés en el temor del
cosas de Dios, participar en la obra y en la fiesta Sinaí: nosotros nos hemos acercado a un Dios
de Dios, es ya, lo sabemos bien, un combate develado y cercano, «a Jesús, mediador de una
espiritual. Es el primer tiempo de todo combate Alianza Nueva, a una sangre purificadora más
espiritual. Ninguna rutina habitual puede dispen- elocuente que la de Abel» (Heb 12, 21-24). Pero
sarnos de librar este combate sin cesar, porque la Carta a los Hebreos no concluye en absoluto
podemos decidir con generosidad dar su lugar a que podemos encontrarlo en la negligencia del
la hora del Señor en nuestro empleo del tiempo; alma y la atrofia del corazón; ¡todo lo contario! Si
aun suponiendo que deseamos responder con la gente en el Sinaí tuvo que aprender a tenerse
toda la presencia de nuestro ser, esa hora nos delante del Dios velado con una preparación dili-
tomará por sorpresa y nos incomodará a menu- gente de alma y cuerpo (Ex 19, 10-11), ¡con cuán-
do. Siempre nos costará, sobre todo en nuestros ta mayor razón debemos nosotros acercarnos al
días, consagrar al Señor un tiempo, el mejor si es Dios Amor con una atención ardiente interior y
posible, que nos parecería empleado de mejor corporal! (Heb 12, 25). Para estar en condiciones
forma en cualquier otra ocupación. Los sacerdo- de recibir al Amor que se entrega, hay que poner
tes, al igual que los laicos, lo saben bien cada vez en acto todo nuestro ser, lo cual es un combate
que deben abrir su breviario. Por más que nos que ningún rito puede reemplazar y sin el cual no
consideremos como ese hombre del Evangelio existe culto «en espíritu y en verdad».
que exclamó espontáneamente: «¡Dichoso el que Las personas consagradas a Dios inician
se sienta al banquete del Reino de Dios!» (Lc 14, cada día el Oficio, en maitines, con un «invita-
15), de todos modos, vamos a ser juzgados por torio», el Salmo 94, que les recuerda estas
la parábola de los invitados al festín, con la cual exigencias. Toda participación en una acción
Jesús respondió a ese hombre; y cada año la litúrgica supone, en el fondo, una invitación
Iglesia se ve obligada a hacer que escuchemos previa, un recogimiento de nuestra alma a fin
nuevamente la grave advertencia que contiene. de que, sobreponiéndonos a una asistencia

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pasiva, al ritualismo formalista, a las veleidades han tenido la fortuna de tomar en serio las gran-
del alma religiosa, entremos con una presencia des plegarias del Viernes Santo; o bien, con oca-
interior real en el sentido auténtico de lo que sión de asambleas excepcionales o de peregri-
celebramos junto con nuestros hermanos. naciones o de Rogaciones, al participar en súpli-
Todo esto es un verdadero combate. Es ante cas o en letanías inspiradas por el mismo espíritu
todo el combate de la fe. Ustedes lo conocen de catolicidad. En esos momentos, toda la asam-
bien. Lo han practicado cada vez que han que- blea, impulsada por el sentimiento de sus mise-
dado absortos en la escucha de la palabra de rias que la mueven a compadecerse y clamar a
Dios que se les ha dado; cada vez que, en vez Dios, activando todos los recursos de su voluntad
de sustraerse a esta Palabra, lo cual es cosa santificada, no es que busque doblegar en una
fácil, tratan lealmente de descubrir lo que les lucha tenaz la voluntad divina sino hacer de ella
exige ese día, ¡y a saber qué despojo o qué misma una servidora eficaz que lucha con fuerza
compromiso irá a pedirles! Lo han practicado contra el egoísmo y la mediocridad de sus miem-
cuando prestan una atención sostenida a los bros. Al extenuarnos así en la intercesión, que-
misterios litúrgicos, tan fecunda que han quedado damos a la vez saciados y exhaustos; y entonces
sorprendidos por las riquezas contenidas en la la oración litúrgica comienza a ser algo muy dife-
más nimia celebración. Este combate de la fe es rente de unos deseos platónicos musitados bajo
ese al que nos invita el Sursum corda, al llamar- la etiqueta de un Oremus.
nos a avivar la conciencia de lo que Dios ha he- En fin, es el combate de la caridad. Jesús nos
cho y continúa haciendo por nosotros; es tam- ha advertido que sería vano acercarse al altar
bién, de principio a fin, el asentimiento indispen- para encontrarse con Dios, si uno rehúsa reesta-
sable de nuestro Amén, sin el cual la liturgia es blecer con sus hermanos la corriente de la cari-
como música que resuena ante oídos sordos y dad (Mt 5, 23-24). Ahora bien, si no cuesta nada
merece los reproches que Dios hizo a su pueblo hacer como si el amor fraterno existiera, es en
por boca de Isaías: «¿Por qué cuando vengo no verdad muy costoso hacer que exista realmente
hay nadie, y cuando llamo nadie responde?» (Is en nuestras comunidades e ir a fondo en sus
50, 2). Es Dios quien viene y quien habla y quien exigencias. Soñamos todos con tener una liturgia
se entrega, pero solamente a quienes luchan como esa de grupos o de ambientes en el seno
contra el olvido, la somnolencia y la distracción, al de los cuales disfrutamos la tranquilidad de un
precio, a veces oneroso, de una conversión que acuerdo o de una comunión previos; soñamos,
se debe hacer, de un cansancio al cual sobrepo- en el fondo, con tener una liturgia de capillita.
nerse, de un cuerpo y de un corazón que deben Pero no existe una liturgia plena sino de toda la
mantenerse en estado de vigilancia. Iglesia; y no se puede llegar a ser hermano real-
Es también el combate de la esperanza, es mente más que en una asamblea en la que uno
decir, de la oración, porque ante Dios esta no es se codea con cristianos cuyas opiniones, formas
sino la confesión confiada de nuestra esperanza. de vivir, intereses humanos nos resultan ajenos,
¡Qué poco sabemos, por desgracia, lo que es es más, hasta son contrarios a los nuestros, si no
orar! En el caso de la liturgia, esto significa: reci- es al precio de un combate arduo. Hay asam-
tar oraciones, o escuchar recitarlas por otro guar- bleas litúrgicas en las cuales la amalgama social
dando un silencio comedido que no es sino in- es tal que no existe probablemente término me-
comprensión respetuosa. Cuántos sacerdotes, al dio entre la hipocresía del formalismo y el he-
recoger las súplicas de todos en la oración colec- roísmo de la caridad: para comulgar codo a codo
ta de la misa, tienen la impresión de ofrecer a con tal o cual persona, se necesita o bien endu-
Dios, si acaso, un ramillete artificial, un florero recer el corazón y rehusarse a saber lo que uno
vacío de toda participación real. Peor aún si ellos está haciendo, o bien dilatar ese corazón para
son a veces los primeros en despachar las ora- aceptar que un mismo Cristo es el que nos ense-
ciones de tal manera que ningún fiel sanamente ña a amarnos «en acto y en verdad». No tenga-
constituido puede unírseles en absoluto. «Llamen mos vergüenza al decir que este combate nos
y les abrirán»: sabemos que oramos en verdad crucifica y que no se vence todos los días.
cuando nos ponemos a llamar, cuando hay la No hay que decir que estos combates de la fe,
energía espiritual que se requiere para hacerse de la oración, de la caridad, son una broma en
cargo ante Dios de una intención real. Para orar, comparación con otras formas de nuestro comba-
es necesario querer orar, y querer algo en parti- te espiritual. Son más íntimos quizá, es más fácil
cular, más allá de nosotros mismos, en vista de eludirlos, pero requieren una presencia y un vigor
Dios y del Reino, querer eso a fondo, poniendo de espíritu no menores. Alguien me decía recien-
en ello algo de nuestra propia sustancia, ¿no es temente: «La renovación litúrgica ha debilitado la
esto una de las formas más elementales del parte de ascesis que yo ponía en la práctica de mi
combate espiritual? Tal vez lo han sospechado, si fe, es una pena». Como quedé sorprendido por

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esta constatación, él me explicó: «Claro que sí, ya incendiarios del maligno. Pónganse el casco de la
no hace falta un esfuerzo personal porque se nos salvación, y empuñen la espada del Espíritu, que
ha allanado el trabajo, los textos se han vuelto es la Palabra de Dios; permanezcan despiertos y
inteligibles, los ritos se nos explican, la liturgia se oren con perseverancia» (Ef 6, 14-18). Como
ha vuelto demasiado fácil y demasiado agradable; quiera que sea la forma en que se busque poner
antes, en cambio, para encontrar a Dios, era ne- en práctica estas recomendaciones, uno encon-
cesario pasar a través de un latín jamás traducido, trará inevitablemente las fuentes vivas de la co-
tratar de no enojarse o distraerse por los balbu- rriente litúrgica, cultivará actitudes y actividades
ceos de un celebrante torpe, ensayar a dar gra- sagradas que serán una prefiguración de la litur-
cias en una atmósfera de aburrimiento en la que gia o encaminarán hacia ella. Así es como ciertas
no se escuchaba ningún canto; ¡vaya que sí!, formas antiguas de la ascesis cristiana se han
entonces sí que tenía uno que luchar para acer- encontrado irresistiblemente orientadas hacia una
carse al Señor...». A lo cual, yo le respondí: «Esto celebración litúrgica: por ejemplo, las largas vigi-
es como si usted me dijera: “Mi mujer era una lias monásticas se han estructurado naturalmente
cascarrabias, ¡qué desgracia ahora que se ha en celebraciones de la Palabra de Dios; también
vuelto cariñosa y sonriente, he perdido el mérito los ayunos solemnes de los primeros siglos, por
de la ascesis a la que ella me obligaba!”. Pues ejemplo, han fructificado en esas asambleas o
mire, le dije, yerra usted por completo acerca del «estaciones» litúrgicas en las que alcanzan su
punto de aplicación del verdadero combate espiri- expresión típicamente cristiana.
tual: el hogar conyugal más unido y más feliz no Esta conexión que vincula el combate espiri-
puede mantenerse así sino al precio de una lucha tual del cristiano con su expresión litúrgica es
más secreta pero también más exigente contra tan profunda que se la redescubre por instinto, a
todas las contrariedades que agobian el diálogo y veces sin haberla buscado expresamente. Daré
asfixian el amor». De modo que, si se busca a un ejemplo: durante la última Cuaresma, un
Dios en verdad, pronto se descubrirá que la litur- grupo de estudiantes habían decidido ayunar
gia más transparente y más exultante exige estos una noche, con la intención de participar como
combates difíciles de los que acabo de hablar. cristianos en la campaña contra el hambre en el
mundo; donaron el precio de su comida y, a la
3. La liturgia al final del combate espiritual
hora de cenar, consideraron normal reunirse
En realidad, estos últimos son el alma de to- para santificar su ayuno; y, como por la fuerza
dos los demás combates espirituales que pode- misma de las cosas, no vieron mejor manera de
mos imaginar bajo las formas más diversas de ocupar ese tiempo ofrecido al Señor por sus
ascesis. Hay un combate espiritual no solo en el hermanos que con una celebración de la Pala-
corazón de la liturgia, hay también en el corazón bra seguida de una celebración eucarística.
de todo combate espiritual una inclinación secreta Probablemente no es exagerado decir que
hacia la liturgia. La ascesis, en efecto, no tiene muchos momentos de nuestra liturgia terrestre
interés ni valor en el cristianismo, si no nos permi- no son sino una escenificación de carácter
te entrar más a fondo en el designio de Dios, al ritual, una estructuración eclesial del combate
hacer de nosotros discípulos cada vez más seme- espiritual de los creyentes; si se pierde de vista
jantes a su Maestro Cristo: san Pablo reaccionó esta verdad, esos momentos litúrgicos pueden
en una ocasión con vehemencia contra toda con- parecer totalmente incomprensibles y obsole-
cepción ascética que se apartara de esta bús- tos. Por el contrario, si se considera y se vive
queda de incorporación a Cristo (Col 2, 6-23). en ellos el primer tiempo, y aun el prototipo
Cuando él invita al combate espiritual, tiene buen mismo, de nuestro combate espiritual, este
cuidado de precisar con qué «armadura de Dios» combate, que luego debemos acometer para
hemos de revestirnos: «Cíñanse con el cinturón vivir el Evangelio en nuestra vida cotidiana,
de la verdad, vistan la coraza de la justicia, calcen habrá comenzado ya en buena medida.
las sandalias del celo para propagar la Buena Veamos, ahora, qué es lo que la liturgia
Noticia de la paz. Tengan siempre en la mano el aporta para este combate de fidelidad a Cristo
escudo de la fe, en el que se apagarán los dardos que se libra en la vida cotidiana, y cómo lo hace.

II. De qué manera la liturgia inicia y fortifica nuestro combate espiritual

El combate espiritual del cristiano debe 2. Cristo es quien combate en nosotros,


cumplir cuatro condiciones características: porque sin él no podemos hacer nada.
1. El combate de cada quien es el comba- 3. De ahí no podemos librar este combate
te de todos, porque somos miembros de un sino con sus armas, es decir, con los recursos
solo cuerpo. de un corazón evangélico.

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4. No lograremos llevarlo a buen término sino de testigos» de la que habla la Carta a los He-
a condición de no perder de vista la victoria y el breos (12, 1). Por eso, la memoria de los apósto-
Reino hacia los cuales nos conduce el Señor. les y de los mártires ocupó muy pronto un lugar
Veamos, pues, cómo la liturgia asegura la en el culto litúrgico; por eso igualmente, lecturas
plenitud y la purificación de estos cuatro aspec- como los Hechos de los Apóstoles o el Apocalip-
tos de nuestro combate espiritual. sis han desempeñado de modo especial esa
función de reconfortar espiritualmente. Recorde-
1. El combate de cada quien es el combate mos la misa del Domingo de Sexagésima (*), que
de todos está dominada por la evocación del combate
Es importante que todo creyente sepa que su espiritual de san Pablo, con la intención manifies-
combate espiritual es el combate de toda la Igle- ta de estimularnos en nuestro propio combate.
sia, y que jamás él solo, sino junto con todos, es Este estímulo debido a la presencia de los
como puede buscar cumplir a lo largo de su vida hermanos no se reduce al efecto humano de
la voluntad de Dios. Para su combate espiritual una asamblea en la que sentimos a los demás
supremo en Getsemaní, que llamamos su agonía, con codo con codo y en la que podemos recu-
Jesús sintió la necesidad de tener junto a sí a perar energías. Lo que en ella actúa es el mis-
algunos de los suyos para velar y orar con él. Este terio de la Iglesia, y podemos encontrar ese
ejemplo del Señor es de gran solidez. Pues bien, fruto aun ahí donde el encuentro visible es más
la asamblea litúrgica es el momento, no necesa- discreto, por ejemplo, en el sacramento de la
riamente el único, sí el privilegiado, en el que cada penitencia. En él, tanto como en otros momen-
fiel puede reafirmarse en esta presencia y esta tos litúrgicos, la persona fiel debe descubrir
certeza. Por eso, la Carta a los Hebreos nos dice: que su lucha es junto con todos los demás: si
«Mantengamos sin desviaciones la confesión de ha caído, quizá otros han caído junto con ella;
nuestra esperanza, porque aquel que ha hecho la si se levanta, es porque otros quizá también se
promesa es fiel. Ayudémonos los unos a los otros han levantado. El sacramento del perdón hace
para incitarnos al amor y a las buenas obras. No de esa persona fiel una nueva pionera del
faltemos a las reuniones, como hacen algunos, Reino colocándola en la corriente activa de la
antes bien animémonos mutuamente tanto más Comunión de los Santos.
cuanto que vemos acercarse el día del Señor» En toda acción litúrgica podemos orar con
(Heb 10, 23-25). Al salmodiar sus vigilias en el confianza la oración colecta del Viernes de
coro es la forma como los religiosos se entrenan Pentecostés (*): «Oh Dios misericordioso, te
unos a otros para practicar la santa violencia con pedimos que concedas a tu Iglesia, congrega-
la que conquistamos el Reino. Al recobrar fuerzas da por el Espíritu Santo, que ninguna amenaza
en la asamblea litúrgica es la forma como los de los enemigos la perturbe».
laicos militantes podrán comprobar sensiblemente 2. Cristo es quien combate en nosotros
hasta qué punto sus esfuerzos evangélicos junto
con los demás y para consigo adquieren sentido Es importante también que todo creyente
al vincularse al combate de toda la Iglesia. Un sepa que Cristo es quien lucha en él y quien da
cristiano que lucha, digamos, contra la seducción testimonio en él. Desde el bautismo, en efecto,
abrumadora del dinero, o contra el afán de perse- nos hemos revestido de Cristo, podemos decir
guir sus ambiciones humanas con prácticas des- con san Pablo: «Estoy crucificado con Cristo, y
leales, o contra la búsqueda de su promoción ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí» (Gal
personal sin preocuparse de los demás; si no 2, 19-20). Esto es lo que se realiza en un nivel
tiene conciencia de contar con el apoyo de toda la profundo de nuestro ser sobrenatural; pero no
Iglesia en este combate, y si no se apercibe de ocurre necesariamente que uno logre tener
que la Iglesia toda necesita misteriosamente su desde el primer momento una convicción per-
victoria oculta y difícil, ¿no correrá el riesgo un manente y familiar de ello. Se puede decir inclu-
buen día de abandonar la lucha? Es más, san so que la desviación más grave, capaz de per-
Pedro es quien lo afirma, hay que resistir al de- vertir el combate espiritual, igual que cualquier
monio con una firmeza tanto más sólida cuanto otra acción, aún si se realiza en nombre de Cris-
que se sabe que los «hermanos por el mundo to, es exaltarnos y cultivarnos a nosotros mis-
sufren las mismas penalidades» (I Pe 5, 9). mos en este combate o en esta acción, hacer-
La liturgia, además, no solo nos aporta el nos sus dueños, buscar intereses que son los
consuelo de los hermanos que nos rodean, ni nuestros mas no los de Cristo Jesús. Debemos
solo de quienes en ese momento luchan como recordar continuamente que no vivimos para
nosotros y con nosotros en Cristo: nos pone tam- nosotros mismos, sino «para quien murió y re-
bién en comunión con todos aquellos que han sucitó por nosotros» (II Cor 5, 15). La liturgia
luchado antes que nosotros, con esa «gran nube nos empapa justamente de este misterio.

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Ante todo, porque la asamblea misma que separarlos de Dios. Los obispos, sacerdotes y
celebra se reúne siempre «en nombre de Je- diáconos, por su parte, saben bien que el don
sús» (cf. Mt 18, 20), se congrega siempre en que se les ha dado por la imposición de manos
torno a quien murió y resucitó por nosotros. del obispo en su ordenación, es «un Espíritu de
Casi no hace falta señalar hasta qué punto fortaleza, de amor y de dominio de sí» para dar
todos los ritos y todos los símbolos nos lo re- testimonio del Señor, como san Pablo se lo re-
cuerdan, si sabemos leerlos bien: desde la cuerda a Timoteo (II Tim 1, 6-8). Todos debemos
presencia sacerdotal del celebrante hasta el saber que la Eucaristía reaviva estas gracias
evangeliario y el altar. diversas y las distribuye cotidianamente en ese
Luego, porque la liturgia orquesta una «me- Pan de los fuertes, al cual se refiere la poscomu-
moria» incesante de este Jesús que murió y nión del Domingo de Quincuagésima (*): «Te
resucitó por nosotros. No habla sino de él, con pedimos, Dios todopoderoso, que quienes hemos
él y por él. Cuando se comprende especialmen- recibido el alimento celestial, seamos por él forta-
te que esta es la clave del uso y de la interpre- lecidos contra toda adversidad».
tación de los salmos en la liturgia, se sabrá en- En suma, no hay un solo sacramento que
tonces que en ninguna otra parte podemos en- no lo sea del combate cristiano; no por ser una
contrar una mejor manera de «caminar» en el distribución de cierta cantidad de energía divi-
Señor Jesús «enraizados y cimentados en él», na impersonal, sino porque abre nuestra vida a
como pide san Pablo a los colosenses (2, 6-7). Cristo a fin de que él venga y continúe su com-
San Agustín nos dice: «El Cristo total es la Ca- bate, su victoria, su salvación. De esta identifi-
beza y su Cuerpo, en cada salmo al oír la voz cación deriva ahora una nueva exigencia.
de la Cabeza, oigamos también la del Cuerpo»
3. El corazón evangélico y las armas de
(Enarrationes 56, 1). Al comienzo hace falta un
nuestro combate
esfuerzo real para no entretenerse a medio
camino, no buscar en los salmos únicamente lo Quien combate por el Evangelio debe lu-
que parece expresar nuestro estado de ánimo char con las armas del Evangelio. Esto es ver-
singular, sino para querer ante todo encontrar dad del combate apostólico, lo es también del
en ellos, leer en ellos y cantar en ellos a Cristo: combate espiritual de cada quien. Hay formas
Cristo en sus luchas, Cristo en su pasión, Cristo de ascesis aparentemente muy nobles, que de
en su gloria; y en él, que es la Cabeza de la que suyo no son cristianas: ese fue el caso de cier-
somos sus miembros, también nos expresamos to estoicismo greco-romano, ese podría ser el
nosotros plenamente. Quien ha hecho este es- caso hoy en día de cierto yoga venido de la
fuerzo no está dispuesto a olvidar que sin ese India. Justamente después de haber invitado a
Cristo no puede hacer nada, y que, por el con- los filipenses a mantenerse firmes en su com-
trario, todo lo puede en aquel que lo conforta. bate espiritual (Flp 1, 27-30), san Pablo expli-
Ninguna meditación individual, por vigorosa que ca: «Si algo puede una exhortación en nombre
sea, reemplazará esta inmersión en el misterio de Cristo... tengan un mismo amor, un mismo
de Cristo que la liturgia nos propone a todo lo espíritu, un único sentir; no hagan nada por
largo de su despliegue anual. ambición o vanagloria, antes con humildad
En fin, por sobre todo, en ella Cristo nos in- estimen a los demás como superiores a uste-
corpora y nos conforma a él por las gracias pro- des; nadie busque su interés, sino el de los
pias de los sacramentos. No olvidemos, por lo demás. Tengan los mismos sentimientos de
demás, que, si hemos sido «ungidos con Espíritu Cristo Jesús» (Flp 2, 1-5). Para el cristiano la
Santo y fuerza» para mantenernos firmes en cuestión es combatir con las mismas actitudes
Cristo y dar testimonio de él en el mundo, es de Cristo, es decir, adquiriendo ese corazón
porque, además de nuestro bautismo, se lo de- evangélico que tenía el mismo Cristo Jesús y
bemos particularmente a la gracia de la confirma- del cual decía: «Aprendan de mí que soy dulce
ción. No olvidemos que, si podemos retomar la y humilde de corazón» (Mt 11, 29). Este cora-
lucha espiritual después de las fallas por nuestra zón evangélico lo encontramos también perfec-
debilidad y por nuestros pecados, es porque el tamente descrito en las Bienaventuranzas: un
sacramento de la penitencia nos lava en la san- corazón habitado por la pobreza interior, la
gre de Cristo y nos devuelve el valor de «resistir dulzura, la paciencia en las aflicciones, el ham-
hasta derramar la sangre en la lucha contra el bre y la sed de justicia, la misericordia, la recti-
pecado» (Heb 12, 4). Los esposos cristianos no tud, la paz resplandeciente, la fidelidad en las
olviden tampoco que la gracia sacramental de su pruebas y en las persecuciones. Hay, sin em-
matrimonio les otorga la energía espiritual para bargo, una tentación seria de olvidar que esos
cumplir su vocación cristiana contra todo obs- son los objetivos de nuestro combate espiritual;
táculo que quisiera separarlos a uno de la otra o que no sirve de nada añadir unas prácticas a

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otras ni renuncias a renuncias, si nuestro cora- el fervor de tu servicio, para que, instruido por la
zón continúa endurecido por sus rencores y sagrada liturgia, sea tanto más enriquecido de
sus egoísmos, corroído por amarguras y resen- dones preciosos cuanto más grato es a tu Majes-
timientos, saturado de inquietudes y agitacio- tad». Cuando la gente de la Edad Media se en-
nes demasiado humanas. No se trata solamen- contraba en esta escuela de la liturgia, lloraba a
te de dominar los propios instintos y de adquirir veces al salmodiar las alabanzas divinas; habla-
una personalidad fuerte al servicio de un ideal ba espontáneamente de la compunción que los
elevado; es cuestión más bien de «crucificar la salmos despertaban en ella: no hemos de imitar
carne con sus pasiones y deseos»; lo dice san por fuerza las expresiones de su sensibilidad,
Pablo también, con el fin de dejarse invadir por descubramos sí lo saludable de su concepción
el Espíritu de Cristo cuyos frutos son «amor, de la liturgia. En todo caso, nada había más ale-
gozo, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fide- jado de su espíritu que la asimilación, que noso-
lidad, modestia, dominio propio» (Gal 5, 22-24). tros hacemos a menudo, de la noción de culto
¡Qué difícil es dulcificar el corazón en la «ter- público, característico de la liturgia cristiana, a la
nura compasiva» sin caer en la molicie del senti- noción banal de ceremonia oficial, con lo que
mentalismo, purificarlo en la mansedumbre y la esta evoca casi siempre de presencia distraída y
humildad sin despojarlo de su firmeza y audacia, de comunión superficial. Al contrario, quienquiera
impregnarlo con la paz de Dios sin ahogarlo en la se haya percatado de la dimensión de interiori-
indiferencia ante las miserias de la gente! Esta es dad que se esconde y se expresa todo acto litúr-
una transformación interior que resulta imposible gico, verá que poco a poco irá modelándose
para el hombre, si Dios no opera en él. Para ob- conforme a este corazón eclesial, y por ello con-
tenerla, la tradición espiritual nos propone varios formándose al corazón de Cristo. La liturgia se
caminos, como la meditación incesante del vuelve así el medio activo que infunde en noso-
Evangelio, una vida perseverante de oración, tros los valores evangélicos, que transforma
revisiones leales de la propia vida. La liturgia no nuestro corazón de piedra en corazón de carne,
es, tampoco en esto, lo único, pero es la peda- que enciende en nosotros el fervor del espíritu
goga incomparable; no solo porque es un medio divino y nos permite entonces hacer prueba de
más rico que otros y porque vivifica a los otros, solidez en la fe y de eficacia en la acción. Es una
sino por el hecho del misterio que se realiza en acción global, penetrante y envolvente a la vez,
ella. Lo explico: la liturgia no es sino la voz de la paciente y progresiva.
Iglesia Esposa de Cristo; ahora bien, esta voz no No tenemos la oportunidad de detallar aquí
expresa las ideas ni los sentimientos convencio- estas afirmaciones, pero bastará con un ejemplo
nales de una colectividad abstracta. Se entiende entre otros. Uno de los movimientos esenciales
a veces mal cuando uno habla de la piedad obje- del alma de la Iglesia en la liturgia, si no es que su
tiva de la liturgia: la piedad litúrgica es objetiva en movimiento esencial, es la acción de gracias. En
el sentido de que nos hace encontrar a Dios por la fe, la Iglesia contempla y recibe el designio de
medio de la realidad objetiva de los misterios de Dios como un don inestimable que se concede a
Cristo; pero esta objetividad no es de ninguna la humanidad, y como la manifestación admirable
manera obstáculo, todo lo contario, para disfrutar del misterio de amor que es Dios mismo. Desde la
una plenitud interior. El culto de la Iglesia, por ser llamada de Abraham, es más, desde la Creación,
el culto animado por el Espíritu de Dios, revela hasta la Pascua de Jesús y el don del Espíritu en
abismos de vida interior. La liturgia es expresión Pentecostés, la Iglesia descubre que todo es
del corazón, del corazón profundo y evangélico gracia; de ello se sigue que la liturgia, que celebra
de la Iglesia en diálogo con el Dios vivo. Yerran esta gracia multiforme, no es sino una eucaristía
quienes se imaginan que la liturgia más perfecta multiforme, una acción de gracias multiforme. La
sería aquella que inhibiera toda la afectividad persona fiel que se deja enseñar por la liturgia,
congelándola en la frigidez calculada de una que hace suya esta interioridad objetiva de la
ceremonia almidonada. Qué sentido tendría si no eucaristía eclesial, verá poco a poco infundirse en
una oración como la colecta del Quinto Domingo su corazón la actitud de acción de gracias, hará la
después de Pentecostés (*): «Oh Dios, que has experiencia de esa efusión de gozo que lleva al
preparado bienes invisibles para quienes te alma a expandirse en Dios, maravillada al fin de la
aman, infunde en nuestros corazones la ternura inmensidad de su misterio y de sus dones. Esa
de tu amor (infunde cordibus nostris tui amoris persona fiel no estará lejos de hallarse, en su
affectum), para que, amándote en todo y sobre alma profunda, en «estado de júbilo», en actitud
todas las cosas, obtengamos tus promesas que de Magníficat, y comprobará tarde o temprano la
superan todo deseo». Y también la oración colec- necesidad de cantar ella también su reconoci-
ta del Sábado de Pasión (*): «Te suplicamos, miento al Señor. Ahora bien, digo esto: un cora-
Señor, que el pueblo a ti consagrado progrese en zón que ha conocido la acción de gracias es un

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corazón que tendrá luego buenas oportunidades con el alma transparente a las Santos Misterios
de encontrar por instinto en su combate espiritual venideros». Y esta oración se prolonga y culmina
las actitudes evangélicas y de discernir los cami- en la oración del Sábado de Pascua (*), que dice:
nos concretos de la auténtica libertad cristiana. La «Te suplicamos, Dios omnipotente, que conce-
experiencia de la acción de gracias habrá pacifi- das a quienes con veneración celebramos las
cado su afectividad profunda, porque se recono- fiestas pascuales, merecer que alcancemos los
cerá verdaderamente amada por Dios en Jesu- gozos eternos».
cristo; esta experiencia la habrá también sumergi- En la fiesta litúrgica, el cristiano llega a palpar
do en una humildad fraterna expurgada de todo como una anticipación fugaz pero real del Reino
resentimiento, porque sabrá que, por pequeña que le abre su fidelidad a Cristo. A la hora de la
que sea como criatura pecadora, Dios la ha mira- Cena del Jueves Santo, Jesús prometió a sus
do y la ha elevado hasta la participación en su Apóstoles: «Ustedes son quienes han permaneci-
propia vida, ella con todos sus hermanos; esta do conmigo en las pruebas, por eso les enco-
experiencia le habrá enseñado también a no des- miendo el Reino como mi Padre me lo encomen-
preciar su cuerpo y las realidades terrestres, por- dó; para que coman y beban, a mi mesa, en mi
que sabrá que todas las cosas pueden formar Reino» (Lc 22, 28-30). Para todos los que, a imi-
parte de la acción de gracias y ser santificadas tación de los Apóstoles, viven su fidelidad a Cris-
por ella. Entonces es cuando «la paz de Dios que to, a cualquier precio que les cueste, cada misa
supera todo lo que podemos pensar, guardará» es una prenda del cumplimiento de esta promesa.
su corazón y sus pensamientos en Cristo Jesús El carácter festivo y el gozo que emanan de toda
(Flp 4, 7) y le hará más capaz de practicar el liturgia bien vivida, lejos de apartarlos del comba-
Sermón de la Montaña: el amor a los enemigos, te, les renueva su sentido y les permite redoblar el
el perdón de las injurias, el abandono a la Provi- ardor. Al revés, solamente quienes ha combatido
dencia; en suma, la revestirá con las «armas de la de verdad el buen combate son dignos de esta
luz» (Rom 3, 12) para mantenerse firme en los fiesta y de este gozo; solo quienes ofrecen su vida
mandamientos del Señor. día tras día para que la salvación alcance hasta
los confines de la tierra, a sabiendas de que ello
4. Del combate espiritual a la fiesta del Reino
es aún lejano, pueden cantar verdaderamente:
En todo combate es esencial saber por qué «Tierra entera, canta tu gozo al Señor». Si nues-
se combate y en vista de qué victoria. Pues la tras fiestas litúrgicas no despiertan en el alma de
ascesis no se practica por la ascesis misma, ciertos fieles sino un aburrimiento resignado o un
uno no se mortifica por mortificarse, uno no esteticismo dudoso, es quizá porque llegan a ella
renuncia a sí mismo para destruirse. Cuando indiferentes, como turistas que desembarcan de
Jesús nos habla de la puerta estrecha y del un teleférico con las manos en los bolsillos, sin
camino angosto (Mt 7, 14), es con el fin de llevar en su carne y en su corazón los estigmas
revelarnos que esta puerta y este camino de ningún combate que hayan librado para ser
desembocan en la vida, la vida verdadera, esa fieles al Evangelio. La liturgia solemne con la que
que no puede ser arrebatada jamás porque es se acostumbra concluir toda gran peregrinación
la vida eterna de Dios que nos absorbe en ella. no revela el Reino de Dios sino a los peregrinos
Por eso, es esencial que sepamos, y no basta que llegan allí al cabo de un camino arduo, en la
saberlo sino vislumbrarlo ya y comenzar a dar- carne o en el espíritu, o de ambas formas si es
nos cuenta de ello, que al final de nuestro posible. No hace mucho nos hemos apercibido
combate entraremos en aquella vida. Así vis- de que la Vigilia Pascual no puede convertirse
lumbra san Pablo la esperanza de la victoria: en esa «noche que iluminará nuestras delicias»,
«He peleado el buen combate, he terminado la esa fiesta de fiestas del Año Litúrgico, esa fuen-
carrera, he mantenido la fe; solo me espera la te de fuentes de la vida espiritual, como debe
corona de la justicia, que el Señor como justo serlo de suyo, sino cuando es la culminación de
juez me entregará aquel día» (I Tim 4, 7-8). una Cuaresma verdadera, la culminación en la
Pues bien, este presentimiento de la victoria, resurrección del Señor de una comunidad en la
esta relación intrínseca que vincula nuestras que cada miembro ha buscado ante todo volun-
luchas con la gloria, las luchas de toda la Iglesia tariamente, en su vida real, participar en las
con la Jerusalén celestial, nosotros lo vivimos pruebas del Salvador. Entonces se puede ha-
aquí en la tierra en la forma de una relación más blar del entrenamiento de la Cuaresma; enton-
humilde, más tenue, pero sustantiva, que vincula ces puede uno sentarse, un tanto ebrio de sus
nuestros combates cotidianos con las horas de la humildes fatigas, dispuesto a escuchar, en la
liturgia. Por ello, el Viernes de la segunda sema- noche, después de la alabanza del Cirio, el rela-
na de Cuaresma (*), pedimos, por ejemplo, «que, to de la Creación del mundo y del Éxodo: todo
por el santo ayuno que nos purifica, lleguemos ello alcanza así su significado, irradia su es-

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plendor oculto; es Dios que nos toma ya con él el amor difícil, entonces encuentra uno que es
como lo hará en el último día; entonces el Alelu- bueno mantenerse delante de Él en la liturgia de
ya, en la boca, alcanza la densidad de una pa- la Iglesia, musitar el Sanctus con todos los bie-
labra consistente y maravillosa, y el pan de esta naventurados, recibir las arras de su presencia
Eucaristía comunica su gusto de inmortalidad a definitiva. De lo contario, los ritos no son sino un
las comuniones de todo el año que vendrá. juego fácil o una tarea fastidiosa. No hay otro
Cuando Dios nos ha costado caro, si me gozo sino el pascual, es decir, al precio de la
atrevo a decirlo, cuando nos ha costado caro en Cruz; no hay otra liturgia sino la pascual, es
la búsqueda, en la fidelidad, en la paciencia, en decir, al precio de nuestras cruces cotidianas.

Al término de nuestra indagación, la conclu- gia no substituye a la vida, como si pudiera


sión se desprende de por sí. Algunos no ven dispensarnos de vivir y de luchar; tampoco se
en absoluto una relación entre, por un lado, yuxtapone a ella como si hubiera un tiempo
una liturgia en la cual, a sus ojos, todo es pasi- para la vida y el combate, y otro tiempo para
vidad gregaria, rito, facilidad, y, por otro, el la liturgia y el ocio sagrado; ella acompaña la
combate espiritual, que es lucha personal, en vida cristiana como el río acompaña a los
la vida y en lo duro. La mayoría ven simple- valles: ella manifiesta el sentido, le ofrece
mente esta relación como una suerte de fuente aquello con lo cual la vida se comprende a sí
de energía –la liturgia– en conexión con la misma, aquello que debe expresar y en lo que
pérdida de energía –el combate espiritual–. alcanza su cumplimento. Como Jesús a lo
Comprendemos ahora mejor que, en cierto largo de toda su vida ha «cumplido» las Escri-
sentido, todo es combate espiritual en nuestra turas, sin que esta obediencia hubiera sido
vida cristiana en la tierra, incluida la liturgia, obstáculo en absoluto para la acción libre de
pues en todo momento, incluido el culto, de- su personalidad, así también es necesario que
bemos hacernos cierta violencia evangélica nosotros cumplamos la liturgia, y que la cum-
para no malgastar la gracia de Dios ni perder el plamos particularmente en nuestro combate
beneficio de la liberación adquirida por Cristo. espiritual. Cada vez que nos mantenemos
Pero es aún más verdadero decir que todo, en firmes en la oración, en el amor fraterno, en la
nuestra vida cristiana, tiende a convertirse en fidelidad a los mandamientos, en la ofrenda
liturgia, aun el combate espiritual. Este, en de nuestras pruebas, es una partecita de la
efecto, no tiene otra razón de ser sino trans- liturgia del pueblo de Dios a la cual le damos
formarnos en «hostia viva, santa, agradable a un cuerpo en nuestras propias vidas, a la cual
Dios» (Rom 12, 1); con otras palabras, este le ofrecemos nuestro propio cuerpo para que
combate no es sino una de las formas del culto él se realice: entonces, ¡oh maravilla del rea-
espiritual que ofrecemos a Dios al buscar acti- lismo cristiano!, nuestra vida personal en Cris-
va y amorosamente conformarnos a su volun- to y la liturgia que celebramos en la Iglesia se
tad. Las fiestas y las horas de la liturgia pro- convierten, una para la otra, en algo verdade-
piamente dicha nos hacen realizar sacramen- ro, pleno de sentido, en testimonios auténticos
talmente, en un misterio ritual, este culto espi- del Evangelio, contribuciones eficaces a la
ritual que luego hemos de cumplir en los tra- redención del mundo, a la gloria del Padre de
bajos y las horas de la vida cotidiana. La litur- nuestro Señor Jesucristo. [Traducción F.Q.]
_______
* Esta conferencia fue dictada el año 1962 en el IV Congreso nacional del Centro de Pastoral Litúrgica en
Angers, Francia. Las referencias a las oraciones del Misal Romano corresponden a la liturgia anterior al Con-
cilio Vaticano II. Publicada en La Vie Sprituelle N°627-628 – Juillet-Octobre 1978, pp. 623-650.
Fr. Albert-Marie Besnard (1926-1978) fue maestro de novicios (1959-1964) y de estudiantes (1964-1968),
director de la revista La Vie Spirituelle desde 1970 hasta su muerte el 6 de febrero de 1978; tuvo una intensa
vida de oración y expuso en la vena de los maestros de vida espiritual su experiencia de fe en conferencias,
pláticas radiales y múltiples escritos.
En la Liturgia Tridentina, los Domingos de Septuagésima, Sexagésima y Quincuagésima son los tres Domin-
gos del Tiempo Ordinario anteriores al Primero de Cuaresma. El Domingo de Pasión es ahora el Quinto de
Cuaresma. La Semana después de Pentecostés se consideraba como la Octava de Pentecostés a semejan-
za de la Pascual.
Domingo de Sexagésima. Estación en la Basílica de San Pablo Extramuros; lectura de II Cor 11, 18-12, 9.
Oración: «Oh Dios, tú ves que no confiamos en ninguna nuestras obras; concédenos, pues, benignamente
que seamos fortalecidos contra toda adversidad por la protección del Doctor de los Gentiles».

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