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“Cuando tus tropas están desanimadas, tu espada embotada, agotadas tus

fuerzas y tus suministros son escasos, hasta los tuyos se aprovecharán de


tu debilidad para sublevarse. Entonces, aunque tengas consejeros sabios,
al final no podrás hacer que las cosas salgan bien”.

Estas son palabras de un general chino llamado Sun Tzu, que vivió
alrededor del siglo V antes de Cristo. Escribió un tratado llamado El
arte de la guerra. Es el ensayo más antiguo que se conoce sobre el tema.
A pesar de su antigüedad los consejos de Sun Tzu siguen siendo
actuales. La obra de Sun Tzu llegó por primera vez a Europa en el
periodo anterior a la Revolución Francesa como una breve traducción
realizada por el sacerdote jesuita J. J. M. Amiot. En las diversas
traducciones que se han hecho desde entonces, se nombra
ocasionalmente al autor como Sun Wu o Sun Tzu. El núcleo de la
filosofía sobre la guerra de Sun Tzu descansa en estos dos
principios:

1. Todo el Arte de la Guerra se basa en el engaño.


2. El supremo Arte de la Guerra es someter al enemigo sin
luchar.

Este general de las artes marciales está enseñando principios que rigen
la derrota y la victoria, y que se aplican tanto en lo natural como en lo
espiritual. Nuestro enemigo lleva años luchando contra el ser humano y
especialmente contra los servidores de Dios. Conoce a la perfección las
estrategias de la guerra y, por esa razón, Satanás el Diablo, domina el
arte del engaño y usa constantemente el desánimo y el temor. Así
vence a los cristianos sin necesidad ni tan siquiera de luchar contra ellos.

Tras la pandemia, hemos pasado de combatir contra un feroz


enemigo, el temor, a luchar contra otro peor, el desánimo.

La idea de Sun Tzu en su tratado, parafraseando, vendría a ser esta: Si


tienes que vencer a través de la espada desnuda y en una guerra
encarnizada, esa no es la mejor victoria; la mejor victoria es simplemente
aquella en la que no se tiene que pelear. Es decir, usando astucia y
estrategia bien meditada se desanima al ejército rival, se amedrenta
al enemigo, se cortan sus suministros, se divide al pueblo y se
rompen sus alianzas. De esta forma la nación que ataca será vencedora
desde antes de pelear. ¿Te suena de algo? ¿No somos constantemente
debilitados así, como Iglesia de Jesucristo?
En mi soliloquio te quiero llamar la atención sobre algo que está
siempre muy presente en nuestra batalla de la fe: desanimar a las
tropas (en este caso a las tropas del ejército de Dios).

Eso también sucedió en los días de Nehemías y de Esdras. Primero


lucharon contra el ser amedrentados e intimidados, y luego contra el ser
desanimados. Lo podemos leer en Nehemías 6:9: “Porque todos ellos
querían amedrentarnos (querían, los pueblos de la tierra que deseaban
parar la restauración, que no se avanzara en la obra de reconstrucción),
pensando, ellos se desanimarán con la obra, y no será hecha. ¡Pero ahora,
oh Dios, fortalece mis manos!”. ¿Te das cuenta? La estrategia de los
enemigos era: si se amedrentan, no harán la obra; si se desaniman,
la obra no será concluida.

En los días de Esdras otra vez vemos ese doble ataque, temor y
desánimo. Esdras 4:4: “Entonces el pueblo de aquella tierra se puso
a desanimar al pueblo de Judá y a atemorizarnos para que dejaran
de edificar”. Los intentaban atemorizar para que dejaran de edificar. Y
también se concentraron en desanimar a los restauradores con la
intención de que cesara la obra. Pero también fue acertado el revulsivo
o la respuesta de Nehemías: orar y pedirle al Señor fortaleza. “¡Oh
Dios, fortalece mis manos!”. Estamos hablando de fortaleza espiritual,
que después se traducía en ánimo y en fuerza física.

Porque hubo fortaleza y ánimo la obra se terminó


Hemos vivido un tiempo en el que el temor ha sido un gran enemigo. Y,
de hecho, hemos vivido momentos de mortandad, de enfermedad, de
crisis económica e incertidumbre mundial. A algunos eso los ha
paralizado en cuanto a congregarse y les ha afectado en su vida normal.
Es natural. Pero ha habido un componente también espiritual. El
Enemigo ha tratado de limitar nuestro desarrollo en la fe, así como
frenar nuestro evangelismo y atenuar la pasión por las cosas de
Dios. Pero ¿qué ha hecho el Señor? Nos ha traído palabras de fe, de paz
y de esperanza, para que venzamos el temor.

Martin Luther King en su mensaje Antídotos del miedo, cuenta de su


propia batalla contra la intimidación y cómo la fe en el Señor y en su
Palabra supuso su victoria ante amenazas de muerte y de daño a sus
seres queridos: “Esta fe transforma el remolino de la desesperación en
una brisa cálida y vivificante de esperanza. Las palabras de un lema
que hace una generación se veían en las casas de muchas personas
devotas, debemos grabarlas en nuestros corazones: El miedo llamó a
la puerta. La fe fue a abrir. No había nadie”.

El miedo, también hoy, llama a la puerta. Solo que, de la mano de otro


espíritu infernal, el desánimo. Y debemos ir a abrir llenos de fe y de
algo más, de valentía fruto de la llenura del Espíritu.

“Después que oraron, el lugar donde estaban reunidos tembló, y


todos fueron llenos del Espíritu Santo y hablaban la palabra de Dios
con valor” (Hechos 4:31).

Hay una estrategia que está siendo lanzada contra ti, contra mí y todos
los siervos de Cristo, contra todos los hijos de Dios, y es la estrategia del
desánimo. Cuando llega el desánimo, entonces aparece la desgana, el
descuido, la indiferencia... Si te desanimas, en cualquier área, en los
estudios, en el trabajo, en la fe, en congregarte, en una relación
matrimonial, viene la desgana. El desánimo en el trabajo conduce a la
irresponsabilidad. El desánimo debilita.

Hallamos cuatro síntomas del desánimo en la vida de un cristiano


normal y en una congregación. Cuando merma el ánimo:

1. Se debilita la oración.
2. Se descuida la asistencia.
3. Baja nuestra ofrenda y
4. Eludimos la predicación, esto es, el dar testimonio de nuestra
fe.

El pastor canadiense Oswald J. Smith en su clásico libro Pasión por las


almas (1950) advertía de las consecuencias del desánimo en nuestra
labor de ganar almas para Cristo: “Uno de los mayores peligros del
ministerio es el de conocer el poder de Dios y después perderlo. Hay
tantos que una vez estuvieron encendidos, que en una ocasión estuvieron
interesados en el avivamiento, y que ahora han perdido el fuego y han
sido echados a un lado. Es fácil acomodarse en una cómoda iglesia,
conseguir unos buenos ingresos, gozar de todos los lujos de la vida,
tenerlo todo rodando suavemente, y perder entonces toda carga por las
almas. Es tan fácil que la pasión por las almas te abandone y
entonces llegar a actuar de manera mecánica. Estar encendido cuando
se es joven, y entonces enfriarse cuando van transcurriendo los años, es
una experiencia que nunca deberías pasar. La única manera de
mantener el espíritu de avivamiento es el de procurar que haya un
continuo quebrantamiento de corazón”.

¿Qué tal estás? Si pasas por un momento en el que se ha instalado un


poco de desánimo quiero darte unas claves. ¿Cómo recuperar el
ánimo?

1. Reconoce.
2. Recuerda.
3. Renueva y
4. Refuerza.

Reconoce
Reconoce que has caído en una apatía, en un descuido. Reconoce que se
han instalado excusas en tu pensamiento para hacer tu vida espiritual
más llevadera y más acomodada. Reconoce que ya no estás pagando el
precio como antes. Reconoce que has entrado en tibieza y
arrepiéntete.

Apocalipsis 2:5: “Recuerda, por tanto, de dónde has caído y arrepiéntete,


y haz las obras que hiciste al principio; si no, vendré a ti y quitaré tu
candelabro de su lugar, si no te arrepientes”.

“Reconoce de dónde has caído”, le dijo el Señor a la iglesia de


Éfeso. Reconoce que has dejado de hacer las obras con ese amor. Las
sigues haciendo, pero ya no está ese amor. Recuerda de dónde has caído
y arrepiéntete para a estar en aquel fuego, en ese amor.

Recuerda
Para que vuelva el ánimo, recuerda. Recuerda de dónde te ha sacado el
Señor. Recuerda la fidelidad que te ha tenido. Recuerda el propósito
de tu vida y el por qué haces lo que haces. Recuerda las palabras que
Él te ha hablado en el ayer. El Espíritu Santo te quiere hacer recordar. Él
es la gran ayuda para nuestra pobre memoria: “Pero el Consolador, el
Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, Él os enseñará
todas las cosas, y os recordará todo lo que os he dicho” (Juan 14:26).
Es como en un matrimonio. Si se debilita el amor o la pasión hay que
recordar. Recordar ese primer amor, cómo nos unimos, cómo nos
hicimos un pacto de fidelidad y todo lo que hemos vivido juntos. Con el
Señor, también recuerda. Recuerda la misericordia, la gracia, la
compasión... En fin, todo lo que Él ha hecho por ti, para que vuelva a
encenderse la llama.

Renueva
Renueva tu compromiso con Cristo. Renueva los momentos de estar
con la Palabra. Renueva el compromiso de congregarte... Es tiempo
de un nuevo comienzo. Es tiempo de volver al primer amor.
Renueva la fe con tu alabanza. Renueva la alabanza, renueva el oír la
palabra de Dios...

Entonces, ¿cómo se renueva el amor? Con la última ‘R’.

Refuerza
Refuerza tu oración. Refuerza tu fe escuchando la Palabra de Dios,
escuchando predicaciones, escuchando la Biblia en audio, escuchando
alabanza... Así se renueva la fe. Romanos 10:17: “Así que la fe viene del
oír, y el oír, por la palabra de Cristo”. Refuerza tu gratitud, refuerza tu
vida congregacional. Fortalece tu evangelismo.

Samuel Vila, el prolijo escritor a quien debemos tanto en el ámbito


evangélico, escribía sobre la fuerza que debe mover nuestro corazón al
evangelismo de esta forma: “Nunca podemos curar las necesidades que
no sentimos. Los corazones sin lágrimas no pueden ser buenos
heraldos de la pasión del Señor. Hemos de tener compasión si
queremos redimir. Hemos de sangrar si queremos ser ministros de la
sangre salvadora. El Evangelio, para quebrantar corazones, requiere un
ministerio de corazones que sangren”.

¿Qué hizo Nehemías? Le pidió al Señor: “Fortalece nuestras manos,


Señor”. Nos quieren desanimar para que pare la obra, pero el clamó
a lo alto: “¡Pero tú, Señor, fortalécenos!”.

Refuerza el estar en la Presencia de tu Rey y el alabar al Señor...


En resumen
Los síntomas de que ha mermado tu ánimo son que se debilita la oración,
se descuida la asistencia a tu congregación, baja nuestra ofrenda y
eludimos la predicación.

¿Cómo recuperar el ánimo? Las cuatro erres:

 Reconoce: reconoce lo que te está pasando y arrepiéntete.


 Recuerda: recuerda de dónde has caído; recuerda lo que el Señor
hizo por ti; recuerda la Cruz; recuerda su amor por ti y su
fidelidad...
 Renueva: vuelve a hacer un pacto, un compromiso con el Señor.
 Y Refuerza: refuerza la alabanza, refuerza tu búsqueda de Dios,
refuerza tu fe, refuerza el congregarte.

Sun Tzu en su colección de ensayos sobre El arte de la guerra escribió


también: “Los buenos guerreros buscan la efectividad en la batalla a
partir de la fuerza del ímpetu y no dependen solo de la fuerza de sus
soldados. Son capaces de escoger a la mejor gente, desplegarlos
adecuadamente y dejar que la fuerza del ímpetu logre sus objetivos”.
Creo, con todo mi corazón, que somos la mejor gente para este
tiempo; el ejército de Dios; aquellos que el Señor escoge, capacita y
envía para establecer su reino en la tierra. Pero necesitamos el ímpetu
que viene del Espíritu. Su vida y su aliento.

Por eso, oremos juntos en este momento:

Padre, gracias por esta palabra que llega a nosotros para traernos
conciencia de esta vieja estrategia del Enemigo y para traernos ánimo.
Perdónanos, Señor, si hemos caído en la trampa del desánimo. Gracias
por habernos ayudado a vencer el temor. Y ahora ayúdanos a vencer el
desánimo también. Señor, fortalece nuestro ánimo. Reconocemos que
hemos descuidado la Palabra, la oración, el reunirnos, el ofrendar.
Reconocemos, Señor, que nos cuesta más testificar. Nos arrepentimos y
ahora, Señor, ayúdanos a despertar y sacudirnos el desánimo.
Queremos hacer un compromiso contigo; un compromiso de fidelidad;
un compromiso de amarte con todo nuestro ser, como Tú nos has
amado. Un compromiso, Señor, de buscarte y de adorarte con nuestros
hermanos. Señor Jesús, fortalécenos; aviva el fuego y la pasión por los
perdidos. Gracias porque nos hablas. Porque siempre llegas a tiempo.
En el nombre de Jesús, amén y amén.

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