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Conejito y la bicicleta mágica

Luz Dary Hemelberg, Alberto Barreto

Conejito se volvió muy alegre y divertido después de haber ganado el torneo


de ciclismo en Balú, el país donde viven los conejos más veloces y grandes
de todo el mundo.

Conejito continuaba siendo el más pequeñito en aquel país de los grandes


conejos atletas. Se destacaba no solo por ser el campeón de ciclismo, el
nuevo deporte en Balú, sino por sus largas orejas que le servían de pies y
manos para echar a andar su enorme bicicleta.

Ser campeón de ciclismo le significó el respeto y la admiración de todos en


Balú. Desde aquel día, lo llamaron por sus dos nombres completos: Conejito
Jero.

Lo que más le gustaba sentir a Conejito Jero, cuando montaba en su


bicicleta de campeón, eran los abrazos de la brisa fresca mañanera, que
rozaba su blanca mota de piel.
El golpeteo del aire en su piel de peluche le hacía sentirse fuerte y
saludable, amado por la naturaleza.
Estas sensaciones únicas, que repetía en las mañanas cada día, ¡lo
animaban tanto!, que en Balú todos a su paso lo escuchaban cantar:

Rueda, rueda, bicicleta,


vuela, vuela sin parar.
Uno, dos, tres:
¡sube, baja, corre!
¡No te dejes alcanzar!
Por aquí, por allá,
giran, giran sin parar
tus ruedas. ¡A rodar!
¡Vamos juntos los
caminos a atravesar!
Uno, dos, tres:
al derecho y al revés,
rueda, rueda cada vez.
¡Empecemos de nuevo, otra vez!
A las familias en Balú, y a los jóvenes e infantes conejitos, los animaba
mucho escuchar a Conejito Jero cantar y montar, con tanto entusiasmo, su
bicicleta de campeón.

Desde aquel día en el que Conejito ganó el torneo de ciclismo, muchos


conejos y conejas corrían y pedaleaban en sus rutinas diarias de
deportistas.
En la madrugada, corrían y corrían en sus pistas de atletismo, para no
olvidar su deporte tradicional.
A lo largo de la tarde, pedaleaban y pedaleaban en sus coloridas bicicletas
para entrenarse en el nuevo deporte hasta caer la noche, repitiendo la
canción que le escuchaban cantar a Conejito Jero.

Otros se resistían a aceptar el ciclismo como el nuevo deporte; se sentían


celosos del gran prestigio que había alcanzado esta práctica en Balú y del
reconocimiento al campeón, y le gritaban a Conejito:
—¿PARA QUÉ QUIERE UN CONEJO RUEDAS, SI TIENE SUS ÁGILES Y
RÁPIDAS PATAS PARA CORRER MÁS QUE UNA GACELA? ¡QUÉ
TONTERÍA!

—¡Los conejos en Balú somos los más veloces del mundo!


Conejito no prestaba atención a las críticas. Mientras tanto, seguía
practicando en la enorme bicicleta que le entregaron en el torneo, aunque
no dejaba de buscar con insistencia la pequeña bicicleta que le había
regalado su amigo, el Topo.

¿Has visto la bicicleta mágica? —preguntaba Conejito Jero al Topo.


—¡Nooooooooooooo! ¡No la he visto!

—¿Has visto la bicicleta mágica? —preguntaba Conejito a papá Conejón.

—¡No! ¡No la he visto!

—¿Has visto la bicicleta mágica? —preguntaba Conejito a mamá Ramona.

Mamá Ramona contestaba jugando:

—¡A que no! ¡A que sí! ¡A que no sabe mamá!


Conejito Jero preguntaba una y otra vez por su diminuta bicicleta,
hecha justa a su tamaño, pero mamá Ramona continuaba enredando
a Conejito con un juego de palabras para que él entrara con gusto al
juego y olvidara el asunto:
—¿Tu bicicleta chaveta, chincheta, chiveta?
—¡Sí, mi bicicleta chaveta, chincheta, chiveta!
—¡Tu bicicleta chofeta y choreta está perdida, y chifleta! ¡Sí, perdida y
chifleta! ¡La encontrarás sin la corneta, y muy lloreta! —contestaba
mamá Ramona, mientras que, con dos de sus dedos, hacía cosquillas
en la pancita diminuta de Conejito.
—¡No estoy jugando, mamá! —reclamaba Conejito entre alegre y
nostálgico, sin preguntar más.
—¡Sabes bien que no es mágica! ¡Lograste ser campeón de ciclismo
en una bicicleta gigante! ¡Disfruta tu nueva bicicleta! —contestaba
mamá Ramona.
—¡Quiero recuperarla! ¡Es un regalo de mi amigo, el Topo! —
contestaba Conejito—. ¡Ya verás que la encontraré!

Sin embargo, en las tardes buscaban la bicicleta mágica entre los


matorrales del bosque, en los hoyos de las madrigueras y en las cuevas
de los murciélagos, pero no la encontraban.

Los conejos de Balú también la buscaban, porque estaban convencidos de


que la pequeña bicicleta le había dado, en realidad, los poderes a Conejito
para ser tan veloz.

Un día, los atletas más destacados, amigos de Conejito Jero, decidieron


visitar al Topo y le preguntaron:

—¿DE DÓNDE SACASTE LA BICICLETA MÁGICA?


—¿QUIÉN TE LA DIO?
—¿POR QUÉ LA LLAMAN ASÍ?
—¡Es una pequeña bicicleta corriente! ¡La llamamos así porque ese es su
nombre! —respondía el Topo, queriendo desviar las preguntas.

—¡Tú mismo me dijiste que era mágica cuando me la regalaste! —contestó


Conejito Jero.
—¡Sí, ese es su nombre! ¡No le da poderes a nadie! ¡Es mágica porque es
bella y única! —decía el Topo, preparándose para emprender la fuga.

Los conejitos atletas volvían a preguntar en tono amenazante:

—¿De dónde sacaste esa bicicleta? ¡Contesta!

El Topo corría a esconderse en su diminuta madriguera gritando:

—¡No lo sé! ¡La encontré en la cueva de los murciélagos!


De inmediato, todos corrían a la cueva de los murciélagos, pero nada que
la encontraban.
Un día, Conejito Jero, intrigado por las actitudes del Topo, fingió caerse en
su madriguera; era el único que cabía en el diminuto hoyo.
—Dime, ¿de dónde sacaste la bicicleta mágica?

—Te voy a contar solo porque eres mi amigo —contestó el indefenso Topo.
El Topo le contó a Conejito Jero que antes de que se convirtiera en el
campeón de ciclismo, mientras entrenaba con papá Conejón para ser un
gran atleta, mamá Ramona cortó árboles, tomó pequeños maderos, limpió
las ramas de los árboles, cortó alambres, pegó con silicona, forró con telas
el sillín, clavó tornillos, abrió huecos con la broca, tomó medidas, hizo el
plano de la bicicleta justo al tamaño de Conejito, la pintó con lindos colores
y ¡zas!: ¡construyó la bicicleta mágica! Le tomó varias semanas hacerla.

—Cuando me la entregó, me advirtió que no dijera nada a nadie. Pensaba


que, si sabían que mamá Ramona la había hecho, nadie creería en su poder
—dijo el Topo.

—Entonces, si no era mágica, ¿por qué la llamaste así? —preguntó


Conejito.
—¡Nunca había visto un artefacto con ruedas tan perfecto! ¡Era mágico! ¡Le
cuesta mantener el equilibrio por sí mismo y sostenerse solo; sin embargo,
cuando alguien se monta encima, ¡logra el equilibrio perfecto y corre a
grandes velocidades! —dijo el Topo, muy emocionado.

Y continuó conversando:

—No comprendo por qué ustedes, allá arriba, no ven su magia. En mi mundo
de cuevas, tierra y madrigueras, nunca había visto los objetos
sorprendentes que existen en la superficie —contestó el pequeño Topo.

Luego, siguió contando:


—Cuando te vi encima de ella, percibí aún más su magia: ¡un objeto que
rueda! ¡Que se deja montar! ¡Que te transporta!

—¡Comprendo! ¡Gracias por contarme! —dijo Conejito Jero.

Le agradeció con un abrazo cargado de emoción a su amigo Topo, y salió


corriendo en busca de mamá Ramona.
Mientras corría, imaginó la fatiga de mamá Ramona cortando ramas aquí y
allá, cargando troncos pesados y pintando su diminuta bicicleta.

«¿Cuánta dificultad le significó cortar las piezas en tamaños tan


pequeños?», pensó recordando las enormes manos de mamá Ramona.

Cuando llegó a casa, la reconocida campeona de los cien metros estaba


preparando la comida. Al verlo llegar, condujo a Conejito a su habitación y
le dijo:

—¡Mira, Conejito, ¡encontré tu bicicleta mágica!


Conejito Jero la abrazó y guardó silencio. Fingió no saber que mamá
Ramona había construido la bicicleta mágica.

—¿Dónde la encontraste?

Mamá Ramona le contó que el día del torneo, vio cuando uno de los papás
organizadores del evento de ciclismo la había escondido entre las ramas de
un árbol muy alto.
—Esperé a que se terminara el torneo para recuperarla y entregártela
después de ajustarla, porque se estropeó un poco.
—¿Por qué no me la entregaste ahí mismo?
—Porque sabía que la bicicleta mágica no era mágica, que ganarías el
torneo en cualquier bicicleta; habías entrenado mucho.
—Entonces, ¿por qué se llama mágica?

—Conejito, si observas bien, todas las bicicletas son mágicas: son bellas y
se acoplan a la medida de cada uno, sin importar su tamaño y forma.
Todas te llevan a caminos hermosos y te ayudan a mantenerte feliz y
saludable.
—Creo que quien hizo tu bicicleta mágica pensó en el tamaño de conejitos
y animalitos como tú. Es una bicicleta hecha a tu medida, que te permitió
recobrar la confianza en ti. ¡Esa es su magia!
Conejito sintió el deseo de abrazarla; entonces, la envolvió con sus largas
orejas, como se abraza a un oso de peluche. Le dio besos en sus cachetes
de mota rosa, y se tumbaron al piso jugando a las cosquillas. Cada uno supo
perfectamente en dónde hacerle el cosquilleo al otro para hacerse reír.
Desde aquel día, Conejito practicaba ciclismo unos días en su bicicleta
pequeña y, otros, en la enorme bicicleta en la que se hizo campeón.

Un día, los enormes atletas pidieron prestada la bicicleta mágica a Conejito


Jero; insistían en pensar que la bicicleta otorgaba algunos poderes mágicos:

—¡CONEJITO JERO! ¿NOS PRESTAS TU BICICLETA MÁGICA? —


preguntaron los atléticos conejos.
Conejito observó sus grandes patas y cuerpos. Sorprendido contestó:

—¡Ustedes son CONEJOTES muy grandes; la estropearán! ¡No se las


prestaré! —diciendo esto, Conejito emprendió el escape.

Uno de los más veloces atletas de Balú lo alcanzó corriendo y le arrebató la


bicicleta, sin que Conejito pudiera hacer algo.

Intentaron acomodar sus gigantes cuerpos en el diminuto sillín, pedalear


con las manos, con los pies, con las orejas, pero no lo lograron. Fue
entonces que pasó algo fatal e inesperado.
De tanto que el uno y el otro forcejearon e hicieron piruetas para intentar
que cualquier parte de su cuerpo cupiera en la pequeñísima bicicleta, el
manubrio, el tubo de dirección, los amortiguadores, las manetas de los
frenos, la cadena, los pedales y las llantas volaron en instantes aterradores.
Cada parte cayó donde quiso caer.

Todos vieron cómo de la bicicleta mágica nada había quedado en su lugar .

Enfurecido, Conejito gritó:

—¡Miren cómo me dejaron la bicicleta mágica que me hizo mamá Ramona!

—¡¿MAMÁ RAMONA?! —preguntaron al mismo tiempo los sorprendidos


conejotes.
Un silencio incómodo hizo que todos se sintieran culpables de haber
desbaratado la bicicleta mágica de Conejito Jero.
El Topo, los enormes conejos atletas y Conejito Jero buscaron sobre los
árboles, en las madrigueras, en las cuevas de los murciélagos, por todos
lados. Finalmente juntaron las piezas e intentaron, con sus enormes manos,
agrupar y hacer encajar las pequeñísimas piezas de la bicicleta.

Con dificultad lograron armarla, pero en lugar de la bicicleta, crearon un


artefacto innombrable y con formas disparatadas.
Entre todos, llevaron el artefacto amorfo a mamá Ramona. Los
avergonzados animalitos, que siendo tan grandes se sintieron muy
pequeños, gritaron al tiempo:

—¡PERDÓN! ¡NO FUE NUESTRA INTENCIÓN!

Entonces, emprendieron la huida.

Desde aquel día, los conejos dejaron de buscar la pequeña bicicleta y se


dieron cuenta de que no tenía poderes mágicos y que Conejito Jero era, en
realidad, un gran deportista: el campeón de ciclismo en Balú.

—¡DEBEMOS ENTRENAR MUY FUERTE SI QUEREMOS SER


CAMPEONES DE CICLISMO! —decían algunos reconocidos atletas.
—¡A nosotros no nos gusta el ciclismo, seguiremos practicando atletismo!
¡Nos concentraremos en ello! —decían otros.

Mientras todo esto sucedía, mamá Ramona puso una bicicletería. Allí
fabricaba y vendía las bicicletas más originales, hechas a la medida de cada
conejo en Balú.

Conejito Jero siguió montando en su bicicleta, preparándose para el


siguiente campeonato.

De nuevo, otra vez


con mi bicicleta,
uno, dos, tres,
vuelvo a rodar...
otra vez...

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