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Procuro olvidarte: el debate sobre las cárceles en Argentina

En los primeros meses de la pandemia, la situación en las cárceles ocupó un lugar central
en el debate público. Unos meses después, la temática se tiñe de indiferencia y lo que se
evidenciaba como insostenible volvió a ser naturalizado. ¿Cómo podemos explicar este
oportuno olvido?

por Victoria Musto

Los argentinos cumplimos alrededor de seis meses desde que por primera vez
sentimos que los sucesos iniciados en la región de Wuhan, en la República Popular China,
podían tener algún impacto en nuestra nación austral. En esos primeros meses, uno de los
principales temas que ocupó la agenda mediática fue el de la supuesta liberación masiva de
presos. Sin embargo, en la actualidad, el tema pareció esfumarse de nuestra realidad. ¿Es
que en las cárceles, mágicamente, se resolvieron los problemas de hace unos meses? ¿Es
que los detenidos se inmunizaron del peligro de contraer coronavirus? Evidentemente, la
negativa a estas preguntas nos invita a debatir y reflexionar sobre una problemática que sin
dudas no merece ser olvidada.

En múltiples sentidos, la pandemia profundizó las deficiencias existentes en


cualquier ámbito de nuestra sociedad. Así es como las carencias históricas registradas en las
cárceles de todo el país, tales como el hacinamiento, las condiciones degradantes e indignas
de encierro, las torturas y el maltrato, las deficiencias en derechos básicos como salud y
alimentación, las restricciones a los derechos de educación, cultura y trabajo, se vieron
agravados exponiendo con claridad las desigualdades estructurales en la Justicia Penal y en
el Sistema Penitenciario, de acuerdo a lo expresado en el acta de cierre del VII Encuentro
de la Red Universitaria Nacional de Educación en Contextos de Encierro.

Frente a esta situación, rápidamente la Organización Mundial de la Salud, la Oficina


de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, el Subcomité de Naciones Unidas para la
Prevención de la Tortura y, por último, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos
advirtieron la necesidad de descomprimir la cantidad de personas en los presidios, dado que
la superpoblación existente se constituía como un peligro inminente en caso que ingresara
el virus del COVID-19 a los penales. En términos generales, las recomendaciones señaladas
por los organismos afirmaban que la mejor manera de enfrentar la emergencia sanitaria era
mediante alternativas diferentes a la encarcelación, instando urgentemente a evitar el
aumento de prisiones preventivas. Asimismo, organismos de derechos humanos sostenían
la necesidad de conceder prisiones domiciliarias para aquellos detenidos que cumplieran
con los requisitos necesarios, muchos de ellos a su vez, población de riesgo.

Sin embargo, según Nicolás Bessone, las medidas que predominaron impactaron
principalmente en la suspensión de las visitas de familiares, la suspensión de las actividades
académicas, laborales y culturales que requerían de la presencialidad de personas
extramuros así como las restricciones en el acompañamiento de psicólogos, terapistas
ocupacionales, talleristas, etc. Conjuntamente, otra restricción establecida fue la
interrupción de las salidas transitorias. Por último, es interesante agregar que los detenidos
sufrieron una alteración profunda en su día a día como consecuencia de la dificultad para
contactarse con el Poder Judicial.

De estas líneas, la primer pregunta que emerge radica en por qué si las
recomendaciones de los organismos internacionales apuntaban a la necesidad de
descomprimir la población carcelaria, las medidas tomadas se concentraron en el mayor
hermetismo de las prisiones. Una aproximación muy interesante sobre esta cuestión fue
propuesta en un artículo del periódico El Ciudadano, por el Dr. Mauricio Manchado junto
con la Lic. Maria Chiponi. Los académicos señalaban una serie de desplazamientos de
sentido que operaron sobre la temática en su tratamiento mediático. Así, luego de los
sucesos de la cárcel de Devoto y del temor infundado por la liberación masiva de presos, la
pregunta por la manera en que la cárcel argentina castiga y el daño que su defectuosa
estructura (material y simbólica) infringe a quienes habitan allí, mutó hacia la discusión
sobre los delitos cometidos por los prisioneros.

Siguiendo el análisis de los investigadores, este desplazamiento de sentido caló


fuertemente en la gran parte de la sociedad civil, la cual respondió afirmativamente a las
interpelaciones mediáticas, como dejaron en evidencia los cacerolazos en contra de las
medidas de excarcelación. Pero además, fomentó un debate al interior de los espacios que
se representaban social y políticamente como progresistas. Así, los organismos de derechos
humanos debieron discutir la excarcelación de presos por delitos de lesa humanidad y, por
otra parte, los conservadores comenzaron a debatir sobre un tema que inicialmente se
mostró prometedor pero que finalmente potenció la lógica punitivista: las deficiencias de
los sistemas o programas “pospenitenicarios” tanto en lo referido al control –que era lo que
más le importaba a las “cacerolas del atardecer”– como a la asistencia.

Asimismo, otro punto muy interesante de subrayar, fue el impacto que el


desplazamiento de sentido hacia los delitos tuvo en el movimiento feminista. Las
discusiones que fomentaron algunas figuras políticas buscaba argumentar que muchas de
las personas beneficiadas por la excarcelación estaban detenidas a causa de haber
cometidos delitos graves, tal es el caso de una violación. Si bien esta afirmación es inexacta
en muchos sentidos, el ánimo de este artículo no es, justamente, discutir sobre los delitos
que cumplen las personas presas, sino aportar una visión enriquecedora como la que
propone Moira Peréz en un entrevista realizada por Agustina Paz Frontera.

En la entrevista, la Doctora en Filosofía, invita a reflexionar sobre las


consideraciones de una parte del feminismo que piensa a la justicia como castigo y el
castigo como cárcel. Así, partiendo de un diagnóstico de una sociedad desigual, este
feminismo impulsa una búsqueda de equidad que incluye la justicia para las mujeres, donde
incluso entendiendo la justicia como castigo, se limita a la penitenciaría como horizonte
último deseable. De esta manera, para la investigadora, el hecho de que este sector pida que
“no salgan nunca más” demuestra de forma evidente que no se cree en la capacidad
transformadora del sistema penal, sino que el mismo queda circunscripto a un contenedor
de personas que por el imaginario que ha se construido sobre ellas –“el macho violento”–,
no merecen, bajo ningún concepto, su liberación.

Este punto, que como señala la autora es contraproducente para las mujeres porque
las vuelve a ubicar en un lugar tutelado, forma parte de la cultura punitivista en términos
más amplios. Así, ya desde los textos de Sykes, la monstruosidad del reo es un condición
sine qua non para generar en la sociedad la distancia necesaria para olvidar que las
personas encarceladas se encuentran bajo la protección del Estado, que su bienestar
descansa a merced de este y permite, asimismo, continuar sosteniendo, en sus condiciones
actuales, a una institución que a todas luces genera daño en la personas que la transitan.
Es por esto, que la autora nos estimula a cuestionarnos la manera en que como
sociedad queremos responder a la violencia, escapando del recurso cómodo de estigmatizar
a quienes apuestan por perspectivas punitivistas. Peréz parte del reconocimiento de que en
algunos casos el pedido nace del daño que se le ha causado a las víctimas y sobrevivientes
cuyos derechos han sido, también, sistemáticamente vulnerados. En este círculo pernicioso,
el sistema penal es la única vía que se les ha ofrecido institucionalmente y, desde el
imaginario social, la única manifestación que puede presentar la justica y la manera de
obtenerla.

En definitiva, es urgente que retomemos el sentido original del debate que la


pandemia había habilitado. Tenemos una oportunidad para repensar en conjunto, como
comunidad, cómo queremos establecer los sistemas de penas. Que revisitemos la noción de
Tolerancia Cero dado que, como señala Manchado, suele efectivamente materializarse en
Intolerancia Selectiva. Además, es momento también para que consideremos cómo es la
vida de las personas que habitan las cárceles argentinas. En este sentido, de acuerdo a la
Asociación Civil de Familiares de Detenidos (ACiFaD), de los pedidos de intervención que
han recibido en los últimos meses, el 50% de los habeas corpus solicitados y el 94% de los
pedidos de prisión domiciliaria se sustentan en problemas de salud de los detenidos.

Esta situación merece nuestra atención de manera urgente. Aunque nos signifique
un debate incómodo, olvidar y seguir de largo ya no es una opción.

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