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Procuro Olvidarte
Procuro Olvidarte
En los primeros meses de la pandemia, la situación en las cárceles ocupó un lugar central
en el debate público. Unos meses después, la temática se tiñe de indiferencia y lo que se
evidenciaba como insostenible volvió a ser naturalizado. ¿Cómo podemos explicar este
oportuno olvido?
Los argentinos cumplimos alrededor de seis meses desde que por primera vez
sentimos que los sucesos iniciados en la región de Wuhan, en la República Popular China,
podían tener algún impacto en nuestra nación austral. En esos primeros meses, uno de los
principales temas que ocupó la agenda mediática fue el de la supuesta liberación masiva de
presos. Sin embargo, en la actualidad, el tema pareció esfumarse de nuestra realidad. ¿Es
que en las cárceles, mágicamente, se resolvieron los problemas de hace unos meses? ¿Es
que los detenidos se inmunizaron del peligro de contraer coronavirus? Evidentemente, la
negativa a estas preguntas nos invita a debatir y reflexionar sobre una problemática que sin
dudas no merece ser olvidada.
Sin embargo, según Nicolás Bessone, las medidas que predominaron impactaron
principalmente en la suspensión de las visitas de familiares, la suspensión de las actividades
académicas, laborales y culturales que requerían de la presencialidad de personas
extramuros así como las restricciones en el acompañamiento de psicólogos, terapistas
ocupacionales, talleristas, etc. Conjuntamente, otra restricción establecida fue la
interrupción de las salidas transitorias. Por último, es interesante agregar que los detenidos
sufrieron una alteración profunda en su día a día como consecuencia de la dificultad para
contactarse con el Poder Judicial.
De estas líneas, la primer pregunta que emerge radica en por qué si las
recomendaciones de los organismos internacionales apuntaban a la necesidad de
descomprimir la población carcelaria, las medidas tomadas se concentraron en el mayor
hermetismo de las prisiones. Una aproximación muy interesante sobre esta cuestión fue
propuesta en un artículo del periódico El Ciudadano, por el Dr. Mauricio Manchado junto
con la Lic. Maria Chiponi. Los académicos señalaban una serie de desplazamientos de
sentido que operaron sobre la temática en su tratamiento mediático. Así, luego de los
sucesos de la cárcel de Devoto y del temor infundado por la liberación masiva de presos, la
pregunta por la manera en que la cárcel argentina castiga y el daño que su defectuosa
estructura (material y simbólica) infringe a quienes habitan allí, mutó hacia la discusión
sobre los delitos cometidos por los prisioneros.
Este punto, que como señala la autora es contraproducente para las mujeres porque
las vuelve a ubicar en un lugar tutelado, forma parte de la cultura punitivista en términos
más amplios. Así, ya desde los textos de Sykes, la monstruosidad del reo es un condición
sine qua non para generar en la sociedad la distancia necesaria para olvidar que las
personas encarceladas se encuentran bajo la protección del Estado, que su bienestar
descansa a merced de este y permite, asimismo, continuar sosteniendo, en sus condiciones
actuales, a una institución que a todas luces genera daño en la personas que la transitan.
Es por esto, que la autora nos estimula a cuestionarnos la manera en que como
sociedad queremos responder a la violencia, escapando del recurso cómodo de estigmatizar
a quienes apuestan por perspectivas punitivistas. Peréz parte del reconocimiento de que en
algunos casos el pedido nace del daño que se le ha causado a las víctimas y sobrevivientes
cuyos derechos han sido, también, sistemáticamente vulnerados. En este círculo pernicioso,
el sistema penal es la única vía que se les ha ofrecido institucionalmente y, desde el
imaginario social, la única manifestación que puede presentar la justica y la manera de
obtenerla.
Esta situación merece nuestra atención de manera urgente. Aunque nos signifique
un debate incómodo, olvidar y seguir de largo ya no es una opción.