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CORRECCIÒN

LECTURA FINAL FORMATO

DISEÑO
CONTENIDO
SINOPSIS
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
La hechicera solitaria
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
El amor de un fae oscuro
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
La reina de los duendes
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
El corazón de un Troll
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
La emperatriz dragón
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
La vieja madre Grim
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
La espada relámpago
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
El roble sediento de sangre
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Epílogo
Fate`s Keep
Agradecimientos
Sobre la autora
SINOPSIS
ATENCION AL LECTOR:
Si estas palabras de creación se dicen al aire estas ocho fabulas
sombrías se convertirán en tu mundo para siempre.

Desde el momento en que Fate Floyd, de diecisiete años, pudo sostener


un lápiz, la escritura ha hecho realidad sus sueños. Ahora debe escribir
para mantenerse con vida.
Misteriosamente adentrada en el antiguo Libro de Fábulas, Fate
apenas puede decir qué es real y qué no. Está atrapada dentro de un
mundo mágico de cuentos oscuros.
Si bien a Fate le encantan las aventuras, prefiere leer sobre ellas
mientras mastica chocolate. Desafortunadamente, no se puede cerrar el
libro que contiene a muy reales y aterradoras hechiceras, faes y criaturas
legendarias.
Y luego está Finn McKeen. El chico escocés de cabello dorado que
parece haber salido directamente de su diario de ensueños
secretos. Encantada por este extraño dolorosamente familiar, que se
siente tan inexplicablemente atraído por el Fate como ella por él, recorren
juntos este reino de libro de cuentos amenazante, cambiando el terrible
final de cada fábula en uno feliz para siempre con el poder impredecible
de las Palabras de Creación.
Pero Fate pronto descubre que mientras algunas palabras hacen
realidad los sueños, otras crean pesadillas.
¿Podrá sobrevivir el tiempo suficiente para escribir su propio final feliz,
o deletreará su perdición?

Fate`s Fables#1, Her Dark Destiny.


Capítulo 1
FATE TODAVÍA NO PODÍA CREER QUE TODA ESA GENTE ESTUVIERA ALLÍ
para verla. No importaba cuántas firmas de libros había hecho, nunca se acostumbró al
creciente nivel de emoción ni al número cada vez mayor de personas que aparecían en
cada lugar de su gira. ¿Era realmente tan bueno su libro? Lo dudaba. Lo más probable
era que su sorprendente éxito no fuera más que otra gran casualidad en una larga lista
de otras tantas.

Cuando se tiene un nombre como Fate1, la suerte nunca es lo que se dice normal.
Su suerte siempre era buena, aunque no era tanto como le gustaría a Fate, aun así, era
increíble. Como la vez que encontró una pulsera de diamantes en el bolsillo oculto de un
bolso que compró en una tienda de segunda mano, o una primera edición de un cómic de
Linterna Verde que consiguió en una venta de garaje por un dólar y que vendió por
10.000 dólares, lo que le hizo mucha ilusión. Hasta que una semana después se enteró
por las noticias de que el cómic valía un cuarto de millón.

Así era la vida de Fate. Las pequeñas rachas de buena suerte que tenía se volvían
inevitablemente amargas. Pero cuando su suerte era mala, es francamente terrible y muy
a menudo extraña. Un meteorito, entre otras cosas, destruyó el coche que su padre le
regaló en su decimosexto cumpleaños. Era la única a la que una bandada de gaviotas le
cagaba encima mientras estaba en medio de una enorme fila esperando para entrar en
un concierto. En un partido de fútbol del instituto, un murciélago eligió su pelo para
enredarse, lo que la convirtió en un desastre asustado y gritando delante de todo el
instituto. Todavía no habían dejado de llamarla Batty2.

Y, por supuesto, el incidente con los gusanos en la escuela primaria. Ese dejó la
cicatriz más profunda. Fate se estremeció y respiró hondo mientras forzaba la
experiencia traumática de su mente, eligiendo en su lugar centrarse en esa buena suerte
con su libro.

Había estado inventando historias desde que aprendió a escribir y a menudo había
jugado con la idea de ser autora algún día. Simplemente, nunca esperó que su carrera
comenzara, y mucho menos que despegara, antes de graduarse en el instituto. En
cualquier caso, Fate estaba decidida a disfrutar de su sueño hecho realidad antes de que
su nombre lo convirtiera en una pesadilla.

1
Fate significa `Destino`
2
Bat en inglés es murciélago.
Pero quizá esa vez fuera diferente. Hasta ahora no había habido señales de que su
buena suerte se fuera a la mierda. La gira del libro había ido mejor de lo que podría
haber imaginado. Después de comenzar en Nueva York y viajar a otras cinco grandes
ciudades del país, estaba de vuelta en Seattle, en su dulce hogar.

Miró el auditorio de la Biblioteca Pública de Seattle. El sol se filtraba a través de la


extensión angular de las ventanas en forma de diamante en lo alto, proyectando sombras
entrecruzadas sobre la multitud de personas que esperaban para que les firmara sus
libros. Un grupo de inquietos miembros del personal de la biblioteca hizo todo lo posible
por guiar a los fans en una fila ordenada, pero el inesperado volumen resultó ser un
desafío.

Cuatro duendecillos Punk de alas oscuras se desplegaron frente a la mesa de Fate,


impidiéndole ver a la multitud que había detrás de ellos. Últimamente, cada vez había
más gente vestida como los personajes de su libro. Eran los fans acérrimos3. Y los más
geniales. Era como su propio Halloween.

Felicitó a las chicas por sus disfraces y volvió a garabatear Fate Floyd dentro de sus
ejemplares de Magic Brew. Un tipo vestido de elfo de las sombras pasó entre los
duendecillos. Cuando Fate vio sus ojos recorrerla, se sonrojó y se replanteó la minifalda
de lana de tartán y la blusa ajustada que había elegido llevar. Él pareció envalentonado
por su incomodidad, porque se inclinó en la otra dirección, de forma no demasiado sutil,
y siguió la línea de sus piernas desnudas desde sus Doc Martens4 hasta el corto
dobladillo de su falda.

Una chica vestida como una bruja gótica con botas negras altas y con cordones se
adelantó, dándole un fuerte codazo en las costillas. No parecía estar contenta con sus
miradas.

Fate se tiró del dobladillo y sonrió con pesar.

—¡Ay! Er... hola, Fate —dijo el elfo, con sus picos encerados al estilo anime
tambaleándose en la parte superior de la cabeza. Extendió su libro, manteniéndose firme
cuando ella lo agarró—. Representamos al primer y mejor sitio web no oficial en la red
dedicado a Magic Brew y a su club de fans.

Fate esperó más, pero él se interrumpió, mirándola con una sonrisa de


estupefacción.

La bruja dejó escapar un resoplido de fastidio y lo apartó.

—Y nos enorgullece anunciar que esta noche celebraremos la primera Convención


oficial de Magic Brew en el Paramount. Esperamos que asistas... como invitada de
honor, por supuesto.

3
Que es decidido, convencido, tenaz o extremado en relación con algo
4
Marca de Zapatos.
—Vaya ¿En serio? —Fate se quedó atónita. Ahora tenía su propia Comic-Con
personal—. ¡Sí!

Fue el turno de la bruja de parecer sorprendida.

—Uh... oh, bien. Estaba preocupada ya que te lo decimos en el último momento. —


La rigidez de su postura se relajó—. Bien, enviaremos la limusina a por ti a las nueve.
Estará repleta de todas tus comidas favoritas. —Sonrió con orgullo—. Los tenemos
listados en nuestra página web.

Fate lo pensó mientras firmaba sus libros. La lista no podía ser tan extensa:
Montones de parmesano con cualquier cosa italiana debajo, y todo cubierto de chocolate,
excepto las cerezas al marrasquino y la crema de frutas.

—¿Puedo intervenir? —interrumpió una voz suave.

Dando las gracias, la bruja y el elfo se hicieron a un lado mientras un tipo alto y
delgado de unos veinte años se acercaba. Iba vestido como un brujo de su libro, con un
aspecto regio y sexy, con su largo cabello mezclado con un abrigo de ébano. Se quitó el
sombrero de copa y le hizo una elegante reverencia. Allí mismo, se inclinó hacia ella, y
sus gafas de sol de espejo captaron un reflejo gemelo de ella.

Al ver su salvaje melena de rizos castaños llenando las monturas, se pasó una mano
por el pelo en un intento poco convincente de domar el volumen. Le hubiera gustado
llevar una coleta. Tenía que admitir que la otra cara de la moneda de toda esa atención
era el aumento de todos los defectos molestos que había descuidado. Pero bueno, esos
eran sus amigos, ¿no? Allí nadie la llamaba Batty.

Se quitó las gafas de sol, revelando unos ojos azules como el cielo, con un
delineador de ojos aplicado con mucha más pericia que el de ella. Sacó una rosa de seda
negra de la solapa.

—Permíteme que me presente —dijo, entregándole la flor.

Sonriendo, ella hizo girar la rosa.

—Ya lo conozco. Rade Silverhand. Te pareces mucho a lo que me imaginaba. Mejor,


de hecho. —Pareció crecer unos centímetros más.

Tomó el bolígrafo, dispuesta a firmar su libro.

—¿Y tú verdadero nombre?

—No tiene importancia —dijo él, suspirando con un gesto de su mano enguantada.

Ella lo entendió. Estaba en el personaje. ¿Y quién podría culparlo por dejar de lado
su personalidad normal? ¿Quién no estaba aburrido o preocupado por su propia historia
y no se sentía feliz de meterse en la de otra persona? Eso confirmaba aún más su lema:
La realidad apesta. La fantasía es lo mejor.
De repente, tres bulliciosos duendes verdes vestidos con túnicas de boxeo moradas
con capucha se acercaron a la mesa.

—Oye, estás retrasando la fila —dijo uno de ellos, con su hilera de colmillos de
vampiro de plástico que dificultaban hablar con dignidad—. ¿Qué tal si nos dejas entrar
para nuestro turno?

Fate ahogó una risa detrás de su mano. Tenían un aspecto más cómico que
aterrador, con las verrugosas narices grises de goma que sobresalían como pulgares
doloridos en el maquillaje verde que cubría sus rostros. Estaba a punto de responder
cuando el brujo levantó su bastón y les golpeó el pecho.

—¡Atrás, escoria inferior! Retrocedan a sus escuálidas alcantarillas antes de que me


vea obligado a derrotarlos con mi fuego de sombra.

El duende de los colmillos sueltos puso los ojos en blanco.

—Oh, vamos, Shteve5. Sabes que eso no funciona con los duendes demoníacos.
Simplemente absorberemos tu poder oscuro y lo volveremos contra ti.

—Me llamo Rade, mestizo.

Fate se rio a carcajadas, sorprendida por lo mucho que se estaban lanzando a sus
papeles. Pero cuando los tres se abalanzaron sobre Steve, se puso en pie de un salto tan
rápido que su silla se volcó. El hechicero los esquivó con sorprendente habilidad, pero su
majestuoso porte se desmoronó en el momento en que su sombrero de copa fue
derribado y aplastado bajo la bota de un duende. Cuando Steve se abalanzó sobre ellos
agitando el bastón y profiriendo una letanía de maldiciones, los duendes se aferraron al
otro extremo de su bastón y se produjo un torpe tira y afloja. Narices, orejas y colmillos
falsos volaron en todas direcciones.

—Eh, chicos, deténganse —dijo Fate, levantando la voz.

Angustiada por ese imprevisto giro de los acontecimientos, buscó a Eustace, su


firme padre. Siempre bien vestido con pantalones, con camisa y corbata bajo un jersey y
una americana, estaba de pie junto a la puerta lateral. Era su alto pilar de fuerza,
protector, amable y eternamente paciente. Parte de una raza en extinción, Eustace era
un verdadero caballero en todo el sentido de la palabra. Con un guiño tranquilizador, le
hizo un gesto para indicarle que los de seguridad ya estaban en camino. Luego volvió a
prestar atención a Lana, su publicista, que no había dejado de parlotear con él ni un
segundo.

Fate estrechó los ojos hacia Lana. No le gustaba la forma en que la mujer había
estado mirando a Eustace durante todo el mes de la gira del libro. Como si tuviera

5
Colocado a propósito así en el original, ya que el `duende` no podía hablar muy bien por los
`dientes de plástico`
alguna posibilidad con el viudo empedernido. Eustace sólo estaba siendo amable.
Escuchaba a todo el mundo de esa manera tan atenta, con la cabeza ladeada y el grueso
cabello plateado cayendo sobre una expresión inquisitiva. Por otra parte, eso era pura
hierba de gato para los pumas como Lana.

Al reírse de algo que dijo Eustace, Lana se dio la vuelta y se acercó trotando, con la
velocidad obstaculizada por los tacones altos y los pequeños pasos forzados por una
falda estrecha. Su suave melena rebotó limpiamente alrededor de su rostro pulido y su
lápiz de labios rojo. Se inclinó para hablar al oído de Fate, su perfume envolvía a su
cliente en una nube de flores frutales.

—¡Esto es fantástico! No podríamos pedir mejor publicidad. Enviaré el


comunicado de prensa. —Sin esperar la respuesta de Fate, sacó una foto y empezó a
enviar mensajes de texto a toda velocidad.

—¿Cómo puede ser esto bueno? —murmuró Fate. ¿Le pasaba esto a otros
escritores? ¿O sus lectores se estaban volviendo locos porque el libro trataba de una
guerra entre especies sobrenaturales? ¿Había arruinado todo por dar glamour a la
violencia sin querer? No sería la primera vez que algo delicioso se estropea antes de la
fecha de consumo preferente.

La escaramuza continuó con una maraña de túnicas púrpuras y seda negra rodando
por el suelo con algún que otro gruñido que se levantaba para tomar aire. Estaban tan
revueltos que parecía que iban a seguir así hasta que llegara la seguridad para
separarlos. Pero, para sorpresa de todos, volvieron a ponerse en pie.

Dos de los duendes tenían a Steve agarrado por los brazos, mientras el tercero le
pinchaba en las costillas con su propio bastón. El duende que le pinchaba se metió los
colmillos en la boca y miró al desaliñado hechicero, cuyo maquillaje de ojos oscuros se
había extendido a cada lado de su sonrojado rostro.

—Admite que has perdido esta batalla y nos encargaremos de ti, brujo.

Steve levantó la barbilla.

—Nunca. —Pateó al duende entre las piernas, lo que llevó el enfrentamiento a un


nivel completamente nuevo.

Mientras los guardias de seguridad se abrían paso entre la multitud que rodeaba la
refriega, un repentino estruendo distrajo a Fate. El suelo se agitó bajo sus pies. Las
paredes se inclinaron en ángulos amenazantes. Asustada, se agarró a la mesa, dándose
cuenta rápidamente de que nadie más reaccionaba a ello. Todo el mundo seguía
adelante, distraído únicamente por el caos inmediato. Se le erizaron los pelos de los
brazos.

Era uno de esos temblores internos. Ya los había tenido antes, el escalofrío de un
conocimiento interno, un susurro de cambio en el aire. Pero nunca nada que hiciera
temblar la tierra. Ese fue un grito, una advertencia de que su mundo acababa de
inclinarse sobre su eje.

Luego, con la misma rapidez, las paredes volvieron a su posición normal y el suelo
se aquietó.

Fate soltó la mesa. Se sentía diferente. O tal vez todo lo demás había cambiado. Su
entorno se veía plano, incoloro y simple, como si estuviera mirando a través de una lente
nublada. El aire era espeso, el techo demasiado bajo, el enjambre de gente era sofocante.
Se quedó quieta, incapaz de relacionarse con ninguno de ellos, embotada por el jaleo que
tenía delante. Sacudió la cabeza. ¿Qué estaba haciendo allí? Esos no eran sus
compañeros. Ella pertenecía a ellos tanto como Batman pertenecía a la Liga de la
Justicia.

Mientras miraba más allá de las cabezas que se arremolinaban, una pizca de luz
penetró en su mirada de película, abriendo su ojo interior a un valle protegido en el que
el arcoíris se curvaba sobre campos verdes y florecientes. Mientras el oro profundo de los
tulipanes y las hojas cubiertas de rocío brillaban en su mente, un anzuelo espectral se
hundió en lo más profundo de su corazón. El hilo fantasmal comenzó a enrollarla,
arrastrándola suavemente a ese país de las maravillas de la pradera que había
abandonado años atrás.

Tenía que ir allí. Sabía dónde estaba. Más o menos.

Agarrando su bolso, Fate retrocedió, bordeando la pared hasta llegar a la puerta


lateral donde estaba su padre.

Eustace agachó la cabeza, mostrando su preocupación detrás de sus gafas


académicas.

—No dejes que esto te moleste, Doodle.

Frunciendo el ceño, ella miró a su alrededor.

—Eustace, nada de apodos de bebé en público.

—Lo siento —Sonrió, sin parecer arrepentido en absoluto. Si se saliera con la suya,
la mantendría con doce años para siempre.

—Me voy a largar mientras sea bueno —le dijo ella.

Como era muy exigente con el cumplimiento de los compromisos, miró el reloj.

—Oh, esto debería haber terminado hace media hora. —Él la miró, levantando una
ceja en señal de sorpresa, escudriñándola de esa manera tan reflexiva.

—¿No dijiste que podías hacer esto las veinticuatro horas del día?

—Estoy bastante segura de que lo dije al principio del recorrido.


—Voy a por el coche.

—No, está bien. Creo que voy a dar un paseo, tal vez tomar el autobús a Jessie's más
tarde. —Su estómago se anudó con la culpa. ¿Por qué estaba mintiendo? Siempre había
sido sincera con él. Él no era estricto en el sentido habitual. En todo caso, la animaba
constantemente a salir al mundo. No podía aceptar que ella se contentara con crear sus
propios mundos interesantes y mucho más entretenidos desde la comodidad de su casa,
con su lista de reproducción favorita insertada en sus oídos y su gato, Oz, bateando su
lápiz mientras escribía y garabateaba. Por lo que a ella respecta, el mundo podía
guardarse su dura realidad para sí mismo.

Eustace sonrió con aprobación.

—Buena idea. Seguro que tu BFE6 te echa de menos.

Escuchar a su padre cabeza de huevo tratando de hablar su jerga era tan


inapropiado como un martillo decorado con cintas rosas y pedrería.

—BFF7. Al menos trata de hacerlo bien —dijo ella, poniéndose de puntillas para
darle un beso en la mejilla.

—LYF8. Esa es una de las que nunca me equivoco —dijo él mientras ella salía del
auditorio.

Maldición, tenía que ir a empeorar la culpa. Se detuvo, mirando hacia atrás por
encima del hombro.

—LYF también... —Se interrumpió al ver que Lana había recuperado la atención de
su padre. Molesta, Fate se puso en marcha.

La escalera mecánica estaba a la vista cuando una forma le bloqueó el paso.

—¿Vas a alguna parte? —le preguntó una voz silenciosa.

—Atrapada—murmuró Fate.

Era el temido ángel oscuro de su libro, un personaje andrógino que siempre le


había parecido inquietante. El ángel se alzaba sobre ella con una corona de espinas que
descansaba sobre su lacio cabello negro. La sangre goteaba por un rostro pintado de
blanco con ojos oscurecidos en inquietantes oquedades. Unas enormes alas enmarcaban
su alta estructura de sauce y el largo vestido gris cementerio disimulaba eficazmente el
sexo del ángel.

6
Best Friend Ever(Es Best friend forever, Eustace lo dice algo mal xd)
7
Best Friend Forever
8
Love You Forever
—Pausa para ir al baño —dijo Fate, tratando de parecer despreocupada.

El ángel oscuro se quedó muy quieto, observándola con una expresión pétrea e
ilegible.

—Te vas, ¿verdad?

¿Era tan evidente?

El ángel asintió solemnemente.

—Lo entiendo. Has visto a través de la ilusión de este mundo ahora que estás lista
para pasar a la siguiente vida. No te preocupes, arrasaré el paisaje con una llamarada
ruinosa y convertiré el mundo en una enorme pira funeraria, sólo para ti. Pero...

—¿Sí, Anguish? —dijo ella, siguiéndole la corriente al juego de roles ahora que sabía
hasta dónde lo llevaban algunos.

—¿Puedes firmar mi libro primero?

—Oh, claro —Aliviada, garabateó un bonito mensaje en el interior. El ángel oscuro


se hizo a un lado y ella se apresuró a subir a la escalera mecánica. Llegó a la cima y
continuó por el vasto atrio hacia la entrada principal, esperando que nadie más la
descubriera saliendo a escondidas.

A medida que se acercaba a la entrada, los sonidos de la ajetreada calle del exterior
la apremiaban. Fate atravesó las puertas, respirando el olor de los gases de los coches y
la lluvia sobre el asfalto fresco como si fuera el aire del océano. Corriendo, llamó a un
taxi.

***
Después de mostrar el comprobante de pago porque no podía decirle al conductor
adónde ir exactamente, éste se mostró sorprendentemente tolerante con su vaga petición
de dirigirse al norte por la Interestatal 5.

Estaban a menos de una hora de la frontera canadiense cuando el tirón de su pecho


se desvió con fuerza hacia la izquierda. Fate se agarró al respaldo del asiento del
conductor, señalando en la oscuridad.

—Borys. Allí. Toma esta salida. —Las casi dos horas de viaje les habían dado mucho
tiempo para charlar y tutearse. Ella lo sabía todo sobre su mujer y sus ocho hijos.

Mientras él se desviaba de la autopista y seguía el paso elevado, ella sintió que la


atracción implacable se hacía más fuerte que nunca. Ya no había duda de que su destino
estaba cerca. Ahora estaba en piloto automático.
Cuando Fate le indicó que girara por una oscura carretera que conducía a lo que
parecían las afueras de la civilización, redujo la velocidad del coche.

—¿Estás segura? —preguntó con su marcado acento polaco—. Parece que no va a


ninguna parte.

Ella no respondió. Su mirada estaba fija en los bordes iluminados de la carretera.


Mientras los faros pasaban por encima de un tractor averiado, ella buscó las palas
curtidas del molino de viento más arriba. Su corazón palpitó con un dolor alegre cuando
lo vio.

—Una vez que pases por el puente cubierto, ve a la derecha —dijo, su voz era
apenas un susurro.

Borys giró la cabeza como si fuera a hablar, pero permaneció en silencio. La cabina
rebotó sobre los tablones desvencijados del puente. Al pasar por el túnel de madera, Fate
contuvo la respiración, con los músculos tensos por la expectación. Sintió que entraba en
un portal del tiempo hacia su pasado.

Al otro lado, las espesas zarzas y la hierba alta se agolpaban en el camino de tierra,
impidiéndole ver los campos de tulipanes de los alrededores. Ahora estarían en flor, un
manto dorado tejido por bandas de Lunas de Abril, Apolos, Estrellas de Oro y Dalias
Amarillas. Sus abuelos le habían regalado a su madre el campo como regalo de
cumpleaños, permitiendo a la niña de ocho años recoger todos los bulbos. Ella había
elegido sólo los amarillos, seleccionándolos sólo por sus interesantes nombres.

Fate había crecido haciendo el viaje a casa de la abuela con Eustace cada 3 de abril
para celebrar su cumpleaños y el recuerdo de la madre que nunca conoció. Pero la
abuela, que ya había enviudado, llenaba el vacío contando historias sobre la infancia de
su madre, empezando siempre por cómo su precoz hija había descrito la floración anual
como la época del año en que los rayos de sol caían en el patio trasero sólo para ella. El
mejor regalo de cumpleaños.

Cuando el coche giró a la derecha, Fate se sentó con la espalda recta, observando
cómo las luces altas iluminaban un gran edificio de ladrillo a media milla de distancia.
Apenas podía creer lo que veían sus ojos. La librería Fábulas. Se sorprendió de haberla
encontrado. La última vez que había estado allí fue cuando tenía diez años y no tenía ni
idea de cómo llegar.

—¿Debo llevarte a casa ahora? —preguntó Borys.

Su voz la devolvió al momento.

—No, está bien. Saldré de aquí.

Él se removió en su asiento, girándose para mirarla con cierto esfuerzo, ya que era
un hombre pesado. Ella evitó su expresión preocupada, agachando la cabeza para buscar
su tarjeta de crédito. Él le pasó el terminal para que pudiera pagar. Ella se la devolvió
con una propina de cien dólares doblada encima.
—¡Oh, demasiado! —protestó él.

—Te lo mereces. Tienes la paciencia de un santo. —Se bajó. Él le dirigió otra mirada
de preocupación.

Fingió una sonrisa despreocupada.

—Es perfectamente seguro. El edificio es mío. —No mentía. Había heredado la


librería cuando su abuela había muerto siete años antes, aunque no había vuelto desde
entonces. El dolor que siempre la había mantenido alejada ya la inundaba.

Cerró la puerta del coche y se despidió con la mano.

Mientras Fate permanecía en la oscuridad más absoluta observando cómo


desaparecían las luces del taxi, se sentía de todo menos segura. No por la oscuridad que
envolvía el valle aislado ni por la ausencia de vecinos cercanos. Sino porque la
inexplicable compulsión que la había impulsado hasta allí era aterradora.

Había perdido la cabeza. ¿Por qué si no había convencido a Borys para que se fuera
sin ella?

Sin embargo, allí estaba, frente a la centenaria librería, donde había pasado todos
los veranos de su infancia metida en su bóveda de cuentos: bajando a la madriguera del
conejo con Alicia9, saltando por el camino de baldosas amarillas con la pandilla de
Dorothy10 y volando al País de Nunca con Peter11. De hecho, en la librería Fábulas fue
donde empezó a escribir sus propias aventuras.

Todos los dulces recuerdos se apoderaron de ella, haciéndola añorar el pasado.

Las nubes se dispersaron, dejando que la luz de la luna le permitiera ver mejor el
edificio. Se parecía más al granero que había sido originalmente con su fachada austera y
la entrada y las ventanas tapadas con tablas. El letrero, que había sido hecho para que
pareciera un libro gigante con Fábulas escritas en él, había desaparecido. ¿Lo habían
robado? Eso la preocupaba. Podía imaginarse fácilmente que alguien se lo llevara como
una pieza de arte única para exponerlo en algún apartamento metropolitano. Se quedó
mirando las desgastadas letras pintadas sobre el ladrillo, que decían Librería en
mayúsculas. Los pintorescos y anticuados adornos que antes rodeaban el letrero ahora
parecían extraños sin el libro para completar el diseño.

Le daba rabia y tristeza ver el lugar tan abandonado. Fábulas había sido amado por
generaciones de clientes leales en todo el condado. Por no hablar de todos los turistas

9
Alicia en el país de las maravillas.
10
El mago de Oz (SIGAN EL CAMINO AMARILLO)
11
Peter Pan
que iban a visitar la histórica librería de camino a las pintorescas escapadas campestres
salpicadas por todo el valle.

Se le hizo un nudo en el estómago por la culpa. ¿Por qué le había prometido a su


abuela que algún día dirigiría la librería? Tal vez porque había pensado que la abuela
siempre estaría allí, creando el refugio perfecto para los compañeros ratones de
biblioteca. Pero Fate no sabía cómo hacerlo. Sobre todo, porque el corazón y el alma de
la librería Fábulas habían muerto con la abuela.

Un viento enérgico pasó junto a ella, haciendo crujir la maleza y los árboles con un
gemido lúgubre. Se estremeció, sintiéndose pequeña, deseando más que nada que su
abuela saliera corriendo, la envolviera en una manta y la llevara al interior, donde la
esperaba una taza de chocolate caliente y un buen libro.

La atracción por entrar en la librería era irresistible. Pero se quedó clavada en el


sitio. Puede que la atrajera un repentino arrebato de nostalgia, pero ahora se sentía
como un pez atrapado en un sedal, luchando por nadar en dirección contraria mientras
el anzuelo se clavaba más profundo. ¿Cómo podía entrar sin que la abuela estuviera allí?
No podía. Sólo pensar en ello era demasiado doloroso.

Una gruesa gota de lluvia le golpeó la cabeza. En cuanto levantó la vista, el cielo le
arrojó un torrente de lluvia a la cara. Se encogió bajo el diluvio. En cuestión de segundos,
el pelo se le pegó a la cabeza y la ropa quedó empapada.

Levantando la vista, parpadeó ante la lluvia torrencial.

—¿De verdad?

Sabiendo que no tenía otra opción que rendirse a esa fuerza intempestiva de la
naturaleza, corrió por la esquina buscando la puerta de entregas. Agradeciendo que no
estuviera tapiada como la entrada principal, buscó las llaves en su bolso.

Fate se congeló justo cuando estaba a punto de meter la llave en la cerradura. Era
extraño que no hubiera sacado la llave del llavero después de todos esos años. Por otra
parte, tenerla allí la había ayudado a fingir que la abuela la estaba esperando en la
librería. Era una experta en fingir, siempre lo había sido. Pero ahora no había lugar para
eso. Metiendo la llave, giró la cerradura y empujó la puerta para abrirla. Era el momento
de tener un poco de paciencia y enfrentarse a la razón por la que había vuelto a la casa
como una paloma distraída.
Capítulo 2
EL OLOR A HUMEDAD DEL PAPEL LLENABA EL OSCURO INTERIOR. EN
cuanto entró, la temperatura pareció bajar unos cuantos grados. Encendiendo la
pequeña linterna que llevaba en el llavero, Fate dirigió su modesto haz hacia un almacén
desordenado. Sin detenerse a escudriñar nada en particular, se abrió paso entre un
laberinto de cajas, pasó por encima de una puerta etiquetada como Conserje y se deslizó
entre un panel de cortinas de terciopelo verde.

En cuanto entró en la planta principal, otra oleada de nostalgia la golpeó. Esperaba


que el lugar estuviera vacío, pero era tal como lo recordaba. Los acogedores rincones de
lectura seguían conteniendo las cómodas sillas con respaldo de ala, aunque ahora no
tenían nada de atractivo. Bajo el frío y escaso rayo de luz de su linterna, parecían tan
grises y prohibidos como las lápidas.

Apuntó la luz hacia el mostrador redondeado de la cajera, con el pecho apretado y


los ojos escocidos por las lágrimas. Casi podía ver a la abuela de pie detrás del
mostrador, ordenando pilas de libros o mirando por encima de sus gafas de lectura con
esa sonrisa ladeada y los ojos brillando con asombro infantil.

Olfateando, Fate parpadeó para contener un torrente de lágrimas, pero éstas se


escaparon, rodando por su cara sin control. Apartó la mirada, incapaz de soportar la
abrumadora tristeza, y dirigió su atención a las hileras de altísimas estanterías que
llenaban el amplio y abierto interior de la librería. Todavía estaban repletas de libros.
Enjugándose los ojos, se acercó a una estantería llena de clásicos. Pasó los dedos por los
lomos antes de sacar un libro al azar. Era “El retrato de Dorian Gray”, de Oscar Wilde.
Una lluvia de polvo de papel cayó de su cubierta de tapa dura y deformada, cayendo
sobre el desgastado suelo de cedro.

Perpleja, se quedó mirando la cáscara antes de comprobar otros volúmenes. Todos


se estaban desmoronando. ¿Qué podría haber causado eso? Los libros, por muy
polvorientos y descuidados que estuvieran, no se desintegraban como si hubieran
sufrido una especie de extraño efecto temporal. De repente, le entraron escalofríos.

Temblando por una mezcla de nervios y ropa mojada, miró a su alrededor, sin
gustarle los rincones sombríos que mantenían los espacios muertos ocultos de la vista.
Mientras miraba en la oscuridad, se le erizó la piel al sentirse observada.

Fate apuntó con su linterna a las zonas más oscuras de la tienda. La luz rebotó en
un póster enmarcado, que ella reconoció como el Jinete de la Luz de la Luna, y luego
rozó toda una serie de viejos posters de cuentos de hadas que ella conocía bien. Cuando
el rayo redondo se movió por una estantería a su derecha, se quedó quieta mientras algo
salía disparado de la luz.
Parecía un gato gris que saltaba de una estantería a otra, pero sus movimientos
parecían más detenidos que ágiles. Sabía que no podía ser el antiguo gato de la librería.
Oz vivía ahora con ella.

—Aquí, gatito, gatito... —Empezó a seguirlo, pero un hedor espantoso la detuvo y se


apresuró a dar media vuelta. Sin duda, allí era donde el gato callejero dejaba pudrirse a
sus desagradables víctimas. Y si el gato era salvaje, lo mejor era dejarlo en paz.

Un sonido metálico provino de la fachada de la librería. Se dio la vuelta, se agarró el


pecho y la adrenalina se le disparó al corazón. No estaba sola. Apuntando con la linterna
en dirección al ruido, se quedó inmóvil, sin saber si debía huir o investigar. Correr era lo
mejor, pero podía oír la lluvia golpeando el techo. Estaba lloviendo a cántaros.

Apagó la linterna y se puso de puntillas. Al asomarse a una estantería, vio una débil
luz que proyectaba sombras parpadeantes en una pared con ventanas. Olía a humo,
espeso como el papel humeante. O a libros. Frunció el ceño. ¿Quién estaba quemando
libros en su librería?

Movida por una repentina indignación, se dirigió al siguiente lado de la librería y se


asomó a la esquina. El contenido de una papelera metálica ardía con llamas crepitantes y
su luz revelaba al vándalo. Se situó frente al cartel de Fábulas, donde se apoyaba en una
escalera que llevaba al segundo piso. Aliviada al ver que el cartel había sido movido al
interior, fijó sus ojos en el intruso.

Era una silueta alta y oscura contra el fuego, de espaldas a ella y con una enorme
llave de hierro en las manos. Se quedó perpleja ante la llave, segura de que nunca la
había visto antes.

Se encogió en las sombras, nerviosa por lo que debía hacer a continuación. Un


enfrentamiento podría ser peligroso. Podía ser un desagradable. Pero no podía dejarle
hacer lo que quisiera en su edificio. ¿Y si quemaba el edificio? Buscó en su bolso el
teléfono. Cuando lo encontró, se dirigió a la parte trasera de la tienda y marcó el 911.

—Maldita sea, no hay señal —susurró. Ahora sí que estaba atascada.

En su estómago se formaron nudos de pánico y frustración. ¿Por qué estaba


ocurriendo eso? Quería salir de allí. Quería estar en casa.

—Comienza a orar —se dijo a sí misma. Respirando hondo, dejó caer el teléfono y la
linterna en su bolso, buscando el pequeño bote de spray de pimienta que le había dado
Eustace. En su lugar, sacó un frasco de perfume. Genial, el bote estaba en su otro bolso.

—Finge —murmuró mientras se escabullía hacia la entrada de la tienda. Confiando


en el elemento sorpresa, se acercó a la luz, con el cilindro rosa apuntando y el dedo en el
gatillo—. ¡Oye! ¿Qué haces aquí?

Dejó caer la llave y se giró alarmado.


—¡No te muevas, o te vas a llevar una cara dolorida! —dijo, tratando de parecer
dura, mientras mantenía el brazo firme. Pero estaba mojada y tenía frío, y no podía dejar
de temblar.

Se quedó inmóvil, con el rostro sumido en la oscuridad. Ella no podía saber lo que
él podría hacer, y cuanto más tiempo permanecía en silencio, más tensa se ponía ella.

—Me has dado un buen susto —dijo por fin—. No esperaba que me descubrieran.

El inesperado acento escocés la desconcertó.

—¿Si? —se quedó parada, sin saber qué decir a continuación—. Bueno, no esperaba
encontrarme con que habían entrado en mi casa.

Manteniendo el perfume apuntado, miró las llamas que la invitaban, sus miembros
congelados anhelando el calor. Levantando las manos en señal de rendición, se apartó
para que ella pudiera acercarse al fuego. Dejándolo a un lado, mantuvo sus ojos fijos en
él mientras se acercaba a la papelera de metal. Echó un vistazo a su contenido, y
rápidamente le devolvió la mirada con un ceño desaprobador.

—Hay algo muy malo en la gente que quema libros.

Las brasas moribundas de la lata se derrumbaron, casi extinguiendo las llamas.


Ella no pudo ver su rostro, sobre todo porque continuó retirándose en la oscuridad.

—Eran más cáscaras que libros —dijo—. Siento haber entrado sin permiso. —
Esperó un momento—. Si te da igual, me voy a ir.

Decidiendo que no era un rufián, Fate bajó el brazo.

—Oye, antes de que te vayas, ¿puedes volver a encender el fuego? No tengo


mechero.

—Claro —le oyó decir justo cuando la última llama se apagó.

La oscuridad repentina la puso nerviosa. ¿Y si le estaba hablando a un Norman


Bates12? Todavía con el perfume en una mano, esperaba que al menos le picara los ojos
lo suficiente como para poder darle una patada bien dirigida. Buscó a tientas la linterna
en el bolso, con los dedos rebuscando entre un sinfín de trastos en el camino. Se puso
rígida cuando algo le rozó el brazo. Estaba justo al lado de ella, revolviéndose,
respirando. Justo cuando ella apuntó la botella, la luz se encendió, revelando a él
arrodillado sobre el cubo de la basura. Sostenía un mechero bajo la esquina de un libro.
Unos segundos después, las llamas ardían en lo alto.

Fate se llevó la mano a la espalda antes de que él pudiera ver lo cerca que había
estado de ser rociado en la cara con la coqueta fragancia de las dulces magdalenas.

12
Norman Bates es el protagonista de la película Psicosis.
—Gracias —dijo ella, inclinándose hacia el calor.

—Encantado de ayudar. —Cuando se puso en pie, el cálido resplandor iluminó el


dorado oscuro de su pelo y sus impresionantes rasgos.

Su corazón dio un vuelco, una reacción que la sorprendió. Dejó de mirarlo por un
instante, pero no pudo resistirse a volver a ver la fuerte línea de su mandíbula y la
amable curva de su boca. Su pulso se aceleró al seguir el arco ascendente de sus pómulos
rubicundos hasta los ojos que tenían el mismo brillo y verdor de las hojas lavadas por la
lluvia.

Vaya, hablando de la belleza de morder el dorso de la mano. Y extrañamente


familiar. Tanto, que simplemente se quedó boquiabierta mientras trataba de ubicarlo.

Su expresión se cerró y tragó con fuerza mientras desviaba su mirada.

Oh, no. Lo había avergonzado. El calor subió a sus mejillas mientras se encogía por
dentro. Aunque en ese momento se sentía como una perdedora total, eso no le impidió
asomarse a través de una cortina de rizos húmedos para echar un rápido vistazo a su
collar de cuero trenzado con su tentáculo celta, su camisa de manga larga y sus
pantalones militares color oliva. La ropa le quedaba suelta sobre su alta estatura, pero no
podía ocultar la complexión delgada y musculosa que había debajo.

Se dio la vuelta.

—Debería irme.

Ella se encontró buscando una razón para entretenerlo.

—¿Dónde has encontrado esa llave tan grande? Nunca la había visto.

Sin detenerse, asintió por encima del hombro.

—Estaba junto a ese gran libro.

Cuando él desapareció de la luz, su corazón se lanzó hacia adelante en su pecho


como si fuera a perseguirlo. Una tristeza desconcertante la invadió mientras miraba el
fuego, aturdida. No le conocía, pero deseaba desesperadamente que se quedara. Y
aunque sonara a locura, sospechaba que le echaba de menos como echaba de menos a
alguien cercano. Una lágrima se deslizó por su mejilla. Se la limpió con un dedo,
mirando la lágrima con sorpresa.

—Me he dejado el abrigo.

Se enjugó los ojos llorosos, mortificada por haber sido sorprendida llorando, y
luego se preocupó por si había manchado su maquillaje.

Recogió la chaqueta del suelo, cepillando un poco el polvo marrón que no se


quitaba.
Mientras se encogía de hombros, preguntó—: ¿Por dónde se sale?

—¿Por dónde has entrado? —dijo ella, con un tono más nervioso de lo que
pretendía.

—Cierto. Está muy oscuro ahí atrás.

—Espera —No podía soportar que se fuera de nuevo—. Es terrible afuera. Deberías
quedarte hasta que pase la tormenta.

Él mostró una sonrisa que hizo que su corazón diera un vuelco. Ella se mordió el
labio, desconcertada por las reacciones instintivas que le resultaban desconocidas.

—Te lo agradecería —dijo él, volviendo a entrar en el anillo de luz.

Necesitando otra cosa en la que concentrarse que no fuera su abrumadora belleza,


miró la enorme llave que había en el suelo.

—¿Qué opinas de esta llave?

Se acercó y la recogió.

—Estoy seguro de que encaja en la cerradura que mantiene este libro cerrado.

—En realidad no es un libro —dijo ella, volviéndose a mirar el cartel de Fábulas de


tres metros de altura. Sabía muy bien cómo estaba hecho para parecer un libro, con un
elaborado roble tallado en relieve en su cubierta de madera. Pero al verlo de cerca por
primera vez, le sorprendió la línea de palabras más pequeñas sobre las grandes letras de
oro que decían Fábulas, revelando su verdadero título: Libro de Fábulas.

En el centro del tronco, donde las ramas se curvaban con abundantes hojas de
roble y bellotas que se extendían hacia los bordes, había una estrella redonda de bronce
deslustrado, con un diseño de volutas de hojas que rodeaba una gran cerradura.

Asombrada, Fate se acercó y pasó las manos por las curvas de la madera tallada
hasta llegar al frío metal de la cerradura.

—Siempre imaginé que este era un libro real perdido por un gigante. No de los que
llevan garrote y tienen la cara llena de carbuncos, sino de los que mi abuela llamaba
cronistas de la magia y la historia antiguas. —Se movió a un lado, mirando las páginas
apretadas entre las tapas, tocándolas con dedos ansiosos. Eran gruesas, pero
definitivamente de papel.

Fate se volvió hacia él.

—¡Es un libro de verdad! —Él asintió, obviamente sin sorprenderse.

—¿A qué esperas? Veamos si la llave encaja.


—Como quieras —dijo él, acercando la llave a la cerradura. Entró perfectamente. La
giró, activando una serie de engranajes y barras deslizantes, que giraban y se deslizaban
como un reloj bajo la ornamentación forjada. En cuestión de segundos, los bombines
hicieron clic y la tapa se abrió de golpe. Una nube de polvo salió de entre las tapas del
libro cuando las rígidas páginas se soltaron.

—No puedo creerlo —dijo, apartando el polvo y tirando de la pesada cubierta.


Cuando la retiró, el lomo del libro crujió como si no se hubiera abierto en mucho tiempo.

Fate apenas pudo contener su emoción. Contempló asombrada la primera fábula


escrita con caligrafía del viejo mundo en páginas amarillentas y manchadas por el
tiempo. Pasó la palma de la mano por la amplia extensión de papel rugoso, sintiendo
dónde la tinta había levantado las fibras.

El fuego se estaba apagando de nuevo. Se estremeció con la expectativa de leer la


historia, así como con un frío cada vez más intenso.

—Toma, ponte esto antes de que te mueras. —Le abrió el abrigo—. Siento la
suciedad que tiene. Huele a algún tipo de hierba. De todos modos, está alrededor del
libro, casi como si alguien lo hubiera esparcido.

A Fate no le importaba un poco de suciedad mientras se retorcía dentro de las


mangas. Los brazos terminaban muy por debajo de sus manos, pero el abrigo seguía
caliente por el calor de su cuerpo.

—Gracias. —Se abrazó a él, absorbiendo el calor, con el aroma a jabón y especias
que le acompañaba—. Sabes, generalmente tengo como norma no llevar chaquetas de
desconocidos sin saber sus nombres.

Sus labios se curvaron en una sonrisa.

—Finn.

Ella se quedó con la boca abierta.

—¿Qué? ¿Has dicho Finn?

Él asintió.

—Sí, lo dije. ¿Y cuál sería tu nombre? Porque, como sabes, generalmente tengo por
norma no entregar mi chaqueta a cada muchacha extraviada que se estremece en mi
presencia.

—F-Fate —dijo ella, apenas capaz de hablar. Su nombre seguía sonando en su


cabeza. ¿Cómo era posible que un completo desconocido tuviera ese aspecto, ese acento
escocés y ese nombre? Las probabilidades eran infinitesimales en el mejor de los casos.

Finn levantó una ceja con diversión.


—¿Estás segura? Pareces confundida... —Un ruido procedente de las sombras le
hizo mirar hacia los oscuros recovecos de la librería—. ¿Has oído eso? Parecía una voz —
dijo él, tensando el brazo que tenía delante de ella en plan protector.

—Probablemente sea un gato que he visto antes.

—Tendré que discrepar contigo en eso —Le tomó la mano.

La calidez de su contacto la sorprendió, provocando un sorprendente


estremecimiento en ella.

—No quieres ir por ahí —tartamudeó, desequilibrada—. Hay un cementerio de


roedores ahí detrás y apesta a Pie Grande.

Como él no dijo nada, ella siguió hablando para no concentrarse en su mano en la


de él.

—No es que sepa a qué huele Pie Grande, claro. Pero por lo que he leído de primera
mano, se supone que es muy desagradable.

Siguió intentando arrastrarla detrás de él. Aparte de su aversión al hedor al que se


dirigían, se sentía segura con él y no le preocupaba lo que pudiera haber o no en la
librería.

Pero justo cuando rodearon una estantería, algo se aferró a ellos, deteniéndolos en
su camino. Fate no podía moverse. Una fuerza invisible, pero tangible, la presionó,
bloqueándola en su lugar. El terror corría por sus venas mientras unas chispas
punzantes se extendían por su piel, convirtiéndose en un humo cáustico que le picaba los
ojos sin parpadear. Temerosa de inhalarlo, luchó por mover su cuerpo, pero sus tensos
músculos no respondían. Sabía que Finn estaba a su lado. Podía sentir su mano, pero él
también estaba paralizado.

Cuando no pudo aguantar más la respiración, inhaló. El sabor a cobre y a calor


llenó su boca, el aire electrificado entró en sus pulmones, abrasando como una explosión
de cenizas calientes. El vapor ardiente se extendió, impregnando todo su ser de un dolor
atroz. Su grito llegó en forma de gorgoteo estrangulado cuando golpeó sus cuerdas
vocales bloqueadas.

Se sintió sorprendida por su absoluta impotencia.

Los músculos de sus piernas se convulsionaron, moviéndose repentinamente por sí


mismos, cada miembro empujando rígidamente como un soldado de juguete. Pudo ver a
Finn haciendo lo mismo por el rabillo del ojo. Estaban dando la vuelta, marchando
robóticamente hacia el Libro de Fábulas. Mientras tanto, un entumecimiento que se
extendía sustituía al dolor agonizante. El alivio era tremendo. Pero el adormecimiento se
estaba convirtiendo más bien en un horrible amortiguamiento, que subía desde sus
piernas, hasta su vientre y su pecho. En el momento en que silenció su corazón
palpitante, Fate se dio cuenta de un nuevo terror.
Se estaba muriendo.
Capítulo 3
FATE ESPERÓ EL MOMENTO DE LA MUERTE, PERO NUNCA LLEGÓ. SU
corazón seguía latiendo, a pesar del horrible entumecimiento de todo su cuerpo.

Una luz apareció en el suelo. Necesitó toda su fuerza de voluntad para agachar la
cabeza lo suficiente como para mirar la bruma de oro líquido que se acumulaba
alrededor de sus pies. Miró con incredulidad cómo la luz se enroscaba alrededor de sus
piernas, caliente y eléctrica contra su piel, y ascendía por su cuerpo paralizado.

En cuanto llegó a su cabeza, su visión se llenó de una ráfaga de color blanco, que
quemó todos los pensamientos. Esto dejó un vacío, que luego se llenó con un torrente de
emociones. La desesperación y el miedo se mezclaron con una rígida determinación y
una necesidad primaria de sobrevivir. Una presencia, fuerte y aterradora, invadió su ser,
trayendo consigo un anhelo, un deseo ardiente de una cosa: una pequeña vara de oro
grabada con símbolos que sostenía un anciano de aspecto sabio vestido con una túnica
blanca.

La luz se desvaneció y la presencia invasora se retiró, dejando a Fate flotando en


una niebla de olvido. Sentía que se hundía en la nada, pero sabía que si no luchaba
contra ella se perdería para siempre.

Un sonido de un pisotón rompió el silencio.

—Huesos inútiles —dijo alguien con voz ronca.

Fate se aferró a la voz como quien se ahoga. Luchando por no hundirse en la


inconsciencia, se obligó a mirar por encima del hombro.

—Date la vuelta —dijo la voz.

El cuerpo de Fate trató de obedecer mientras la nube de olvido la presionaba, pero


se opuso a la orden con todo lo que tenía. Manteniendo su posición, se concentró en
quien hablaba.

Sentada a unos metros de distancia, una anciana marchita le devolvía la mirada con
rabia. ¿Quién era? ¿Tenía algo que ver con que ella y Finn estuvieran en ese estado de
parálisis? Si era así, ¿cómo? Finn había dicho que había una especie de hierba esparcida
por el Libro de Fábulas. Debían de haber inhalado algo de ella.

La anciana se levantó con dificultad de su asiento y se arrastró por el suelo,


arrastrando una pierna doblada detrás de ella. Con la cabeza inclinada hacia un lado
como si tuviera el cuello roto, se acercó a escasos centímetros de la cara de Fate,
entrecerrando los ojos. Un hedor nauseabundo rezumaba de ella. No era un olor a
persona mayor mohosa, sino que apestaba a carne podrida. Fate se atragantó con el aire
viciado que había entre ellos mientras la bilis subía a su garganta cerrada. Quería correr,
pero su cuerpo se negaba a moverse.

Fate retrocedió en su interior cuando la momia le tocó la mejilla. Al rozar con sus
dedos secos y esqueléticos la piel de Fate, su rostro arrugado se torció en una expresión
aterradora y de odio. ¿Qué podía haber hecho para que esta desconocida la odiara tanto?

La mujer apartó la mano de un tirón.

—Soy Brune Inkwell —graznó.

Fate repitió el nombre una y otra vez en su cabeza. Estaba decidida a recordarlo.

—Te envío a una misión muy importante, para la que el fracaso no es una opción —
continuó Brune—. Morirás antes de rendirte. ¿Lo entiendes?

Fate asintió con la cabeza mientras escuchaba con horror. ¿Misión? ¿Morir?
Intentó negar con la cabeza, pero su cuerpo no se comportó.

—No importa el tiempo que tardes en cumplir esta tarea. El tiempo pasa de forma
diferente en el Libro de Fábulas que aquí. Yo experimentaré unos minutos desde que te
vayas hasta que vuelvas, mientras que tú podrías experimentar meses, o incluso años.
Así que no hay necesidad de apresurarse y cometer errores innecesarios.

El corazón de Fate se estremeció de pánico. La hierba paralizante debía ser


alucinógena. Tenía que estar alucinando o algo así. No podía ser que una bruja apestosa
y horrenda estuviera tratando de obligarla a una misión loca dentro del Libro de
Fábulas... ¡era ridículo!

Los espeluznantes ojos nublados de Brune se estrecharon hacia Fate.

—Dime lo qué se supone que debes de traer.

—La Vara de Aeternitis —respondió Fate, tan rápido que la sorprendió. ¿Qué…

—¿Y quién tiene la Vara?

—O'Deldar —respondió Fate, el nombre salió de la nada. ¿Quién demonios era


O'Deldar?

La satisfacción se formó en el rostro de Brune, pero al mirar a Fate su expresión se


suavizó hasta lo que casi podría ser simpatía.

—¿Cómo te llamas? —preguntó.


Fate dijo su nombre antes de que pudiera contenerse. Maldita sea, lo último que
quería hacer era dar a su malvado maestro de marionetas cualquier información
personal.

—Necesitarás esto. —Brune desabrochó una pieza de joyería victoriana que llevaba
y la sujetó en la cintura de la falda de Fate—. Sabrás para qué sirve cuando leas la
advertencia al principio del libro. Hazlo inmediatamente después de entrar en la primera
fábula.

La orden se enterró en lo más profundo de la mente de Fate, incluso mientras


intentaba descartar todo lo que estaba sucediendo como un efecto secundario de la
hierba paralizante. Pero era difícil hacerlo mientras observaba cómo una mosca saltaba
sobre el globo ocular de Brune. Las moscas se sienten atraídas por las cosas muertas.
¿Qué era ella, un maldito zombi? Fate descartó la idea como una absoluta locura.

Brune golpeó la mosca y casi perdió el equilibrio. Se tambaleó sobre su única


pierna buena y miró a Fate con el ceño fruncido.

—Es hora de que leas esas fábulas que tanto te interesan —espetó Brune,
recuperando su enfado mientras cojeaba.

Fate trató de evitar que su mirada se dirigiera a las páginas abiertas del libro
gigante. Gritó en silencio contra la acción, pero la curiosidad debilitó su determinación
en cuanto puso los ojos en el antiguo texto.

—No sé de éste, pero quédate con él si resulta útil —dijo Brune mientras estudiaba
a Finn.

Pero Fate no tenía más pensamientos con respecto a Finn, ni con respecto a
ninguna otra cosa. El velo del olvido se había vuelto a cerrar a su alrededor cuando
pronunció el título de la primera fábula.

—La hechicera solitaria.


La hechicera solitaria
En la mañana del mundo, cuando el aire mismo se hinchaba de magia, una isla
encantada flotaba contra las corrientes del océano. Su capitana era Elsina, una
hechicera cuya belleza era tan fría y remota como una estatua de mármol. Era capaz
de encantar a los vientos y a los mares a su antojo, y no había lugar al que no pudiera
ir por agua. La isla no sólo era su hogar, sino la fuente de su poder. Por lo tanto, no
podía abandonar su preciosa isla ni una sola vez, o perdería sus poderes de
encantamiento para siempre.

Para proteger su secreto, vivía sola. Por eso, Elsina se sentía sola y echaba de
menos la compañía de los demás. Recurrió a los animales, las rocas y los árboles de la
isla para satisfacer esta necesidad. Con su toque mágico, los animales adquirieron
cualidades humanas. También les dio el don del habla y los vistió como personas. Le
encantaba su aspecto extravagante, sobre todo cuando le convenía mezclar una abeja
con un lagarto o un pez con un pájaro. Dio vida a las rocas y las transformó en toros,
elefantes y leones gigantes. A las plantas y los árboles les concedió la capacidad de
moverse para que pudieran reunirse cerca de ella, ofreciéndole tanto belleza como
protección. Incluso infundía canciones y música al agua de sus fuentes y estanques.

Un día, mientras la hechicera tomaba el sol, Hatho, su ayudante más cercano y de


confianza, bajó del cielo y se posó en la terraza. El halcón soldado le dijo que la
tormenta de la noche anterior había hecho que un barco de pesca se estrellara contra
las rocas de la bahía. Ahora un joven yacía inconsciente en la playa.

Elsina hizo que su buey de granito alado trajera al superviviente de la tormenta.


Durante tres días y tres noches durmió. Mientras la hechicera velaba por él, no podía
dejar de admirar la suave curva de sus labios y el brillo cobrizo de sus mechones
ondulados. Cuando por fin abrió los ojos y le sonrió, el corazón cerrado de Elsina se
abrió como una flor se abre al sol.

Torrin era su nombre y, de una luna llena a otra, compartía las maravillas de su
isla. Elsina llegó a creer que él la amaba. En realidad, Torrin le estaba agradecido por
darle comida, refugio y buena compañía. Pero su primer amor era el mar, y a medida
que pasaba el tiempo, su mirada se alejaba de Elsina y volvía al océano. Con el tiempo,
llegó el momento en que Torrin se pasaba los días paseando por la playa y mirando los
remolinos de las mareas como un prisionero podría mirar más allá de los barrotes de
hierro de su ventana.

Una noche no regresó al palacio. Temiendo por su seguridad, Elsina envió a su


lechuza a buscarlo. La larga espera le pareció de días antes de que la silenciosa
criatura alada se deslizara hasta su alcoba. La lechuza le dijo que Torrin estaba bien.
Estaba en la bahía, pero no solo. Una ninfa marina de pelo dorado y ojos tan
tormentosos como el mar lo tenía envuelto en un abrazo de amor.

El repentino pinchazo en el corazón de Elsina fue tan doloroso que pensó que
podría morir. Su grito angustioso resonó en toda la isla. Todas las criaturas, árboles y
plantas temblaron. Antes de que pudiera volver a respirar, Hatho estaba a su lado,
sosteniéndola en sus fuertes brazos. Sin embargo, Torrin nunca escuchó el grito
desconsolado que sacudió la isla. Había caído bajo el hechizo de la sirena.

Elsina estaba decidida a revelar a Torrin la naturaleza monstruosa de la ninfa


del mar. Así que entró en la torre donde almacenaba sus hechizos más oscuros.
Durante siete días y siete noches, reunió los ingredientes más viles del mar y los añadió
a un caldo hirviente y sibilante de odio y venganza. Al séptimo día, la hechicera vertió
su amargo brebaje en una urna tallada en la rama de un roble maldito, el instrumento
más amenazador utilizado en el hechizo.

Llevada a lomos de su león alado, Elsina desembarcó en la bahía antes del


amanecer. Vestida de negro como un espectro de la muerte, se arrastró al amparo de
la oscuridad hasta donde yacían entrelazados los amantes dormidos. Se acercó a la
orilla del agua, esperando la hora del crepúsculo. Cuando llegó el momento y el aire
palpitó de magia, vertió el espeso líquido en el agua. Una vez que la poción se extendió
por la bahía, se marchó.

Poco después, el sol salió, calentando a los dos amantes. La ninfa del mar, que
estaba dispuesta a renunciar a todos los dones del mar para vivir como mortal con
Torrin, estaba ansiosa por reunirse con el océano por última vez. Ella se sumergió en
las olas mientras él esperaba en la playa. Pero las aguas comenzaron a agitarse. Algo
enorme se agitó en la espuma agitada. Una aleta puntiaguda cortó la espuma salada,
seguida de unos colmillos rechinantes y un tentáculo gigante que serpenteaba hacia el
cielo. Torrin corrió hacia la orilla. Desarmado como estaba, estaba listo para luchar
contra la bestia que creía que había devorado a su verdadero amor. No sabía que la
poción de Elsina había convertido a su hermosa ninfa del mar en un monstruo sin
mente. El ojo saltón de la criatura se fijó en Torrin, se abalanzó con asombrosa
brusquedad y lo arrastró a la hondonada más profunda de su amado océano.

Cuando Hatho comunicó la trágica noticia, el corazón de Elsina ardió como mil
velas. Su doloroso lamento penetró en la isla. Los acantilados se derrumbaron, el
palacio de piedra se resquebrajó y todas sus criaturas huyeron, dejando a la hechicera
sola y desamparada. Por mucho que lo intentara, Hatho no pudo consolar a su señora.
Su culpa y su tristeza eran demasiado profundas. Aun así, permaneció a su lado.

Los días se convirtieron en años, y los años en décadas. El leal halcón soldado
mantuvo su silenciosa vigilia, siempre posado en algún lugar cercano, hasta que llegó
el momento en que se hizo tan viejo y débil, que Elsina se apiadó y lo convirtió en
piedra. Y así fue como la hechicera se encontró más sola que nunca. Todo porque no
podía ver quiénes eran realmente sus compañeros más queridos.
Capítulo 4
DESDE EL SEGUNDO EN QUE FATE PRONUNCIÓ LA FÁBULA EN VOZ ALTA,
las palabras entintadas se desprendieron de las antiguas páginas del libro y una ráfaga
de letras se arremolinó a su alrededor. Luego, como pequeños píxeles, las letras se
combinaron en una escena formada por su imaginación, cobrando vida a la vez en una
sinfonía de imágenes y sonidos. La fábula fluyó a través de ella. Se convirtió en su voz sin
conocer las palabras, y cada frase generaba más y más de la historia viva, que respiraba.

Era parte de ella, pero cada vez que se acercaba para tocar la rica realidad que la
rodeaba, las imágenes ondulaban como una gota de agua que perturba la superficie
reflectante de un estanque tranquilo. Cuando por fin el cuento llegó a su fin, los
personajes fantásticos y el paisaje encantador se convirtieron en una tormenta de letras,
y la liberación fue tan brusca que creyó caer desde una altura aterradora.

Sus rodillas chocaron con algo suave, húmedo y arenoso. Mareada y con náuseas,
mantuvo los ojos cerrados, con el sonido del océano aún presente en su mente. Aunque
ahora olía la salmuera que desprendían las olas.

Había algo muy malo en eso.

Finn le tocó el brazo, apretando ligeramente con sus dedos.

—¿Estás bien?

Ella se concentró en el calor de su mano, su mente tratando desesperadamente de


rechazar lo que sentía como arena debajo de ella.

—Por favor, dime que todavía estamos en la librería —dijo ella, antes de girar la
cabeza en dirección a su voz, abriendo un ojo y luego el otro.

—Uh, lo siento. Me atrevo a decir que estamos lejos de ella —dijo él, con un tono
incómodo.

Estaba pálido. ¿Estaba tan asustado como ella? mantuvo los ojos pegados a su
rostro, negándose a mirar a otra parte, deseando que el escenario detrás de él volviera a
ser el tenue interior de la librería. El telón de fondo seguía siendo obstinadamente
brillante y soleado mientras él se ponía de pie e inclinaba la cabeza hacia el cielo.

—Supongo que esta es la isla a la deriva de Elsina —dijo—. Al menos eso creo. Esas
gaviotas parecen bastante normales. Por supuesto que podrían haber hecho sido desde
algún otro puerto, pero me sorprende que no nos reciban sus animales de circo.
La curiosidad se apoderó de Fate. Miró a las gaviotas que volaban por encima.
Cuando vio que eran ordinarias, no supo si se sintió aliviada o decepcionada de que no
hubieran sido fenómenos emplumados. Pero ahora tenía que mirar. Se dio por vencida y
dejó caer su mirada hacia el lugar donde el Libro de Fábulas se apoyaba en la pizarra
húmeda que se extendía en lo alto de los imponentes acantilados negros. La ansiedad se
apoderó de ella cuando se giró y sus rodillas se clavaron en la arena mientras
contemplaba con la boca abierta una impresionante playa de arena blanca situada en
una bahía protegida. Más allá de la costa, el océano se extendía hacia un horizonte
interminable y vacío.

Ya no estaba en Kansas.

—¿Cómo es posible? —murmuró, con la respiración entrecortada—. Esto no ocurre


en la vida real. Tiene que ser un sueño.

—Entonces estamos compartiendo el mismo.

—No, tú estás en mi sueño —dijo ella, frunciendo el ceño.

Sus labios se curvaron con picardía.

—O tú estás en el mío.

El corazón de ella reaccionó a su sonrisa con un golpe sorprendente, a pesar de la


sacudida adicional de miedo que su comentario le había causado. La mera idea de ser
sólo un producto en su sueño, o en el de cualquier otro, la asustaba. No era de extrañar
que Alicia hubiera llorado cuando Tweedledum13 le dijo que, si el Rey Rojo se despertaba
tras soñar con ella, se apagaría como una vela. ¡Qué pensamiento tan aterrador! De
todas las razones desconcertantes por las que estaba allí, esa era la menos deseable.

Cerró los ojos, reafirmándose en su mente: ¡Soy real, maldita sea! ¡Existo!

—¿Fate? ¿Qué pasa? —preguntó Finn—. ¿Te duele?

Ella se sintió avergonzada. Estaba perdiendo la cabeza mientras él permanecía


tranquilo. Ciertamente no estaba cuestionando si era real o no. ¿Qué le pasaba a ella?
Tenía toda una vida en casa llena de pruebas sólidas que demostraban su existencia.
Aunque no supiera cómo había acabado en una maldita fábula, podía contar con un
hecho fehaciente: era una persona de carne y hueso.

Phhh... ¡tonta!

Alisando el pánico de su cara, miró a Finn a través de los párpados caídos. Una
mirada de auténtica preocupación había sustituido su sonrisa. Abrió los ojos por
completo, buscando algo que decirle, que no fuera confesar sus locos pensamientos.

13
Personaje de Alicia en El País de las Maravillas y de una canción de cuna inglesa anónima.
—Eh... durante un par de peliagudos segundos durante el trayecto hasta aquí,
cuando mi estómago se volvió del revés y cayó a mis pies antes de chapotear en mi
cabeza... yo... eh... pensé que me estaba muriendo.

Asintió con la cabeza.

—Recuerdo haber sentido algo parecido a eso.

Molesta por el hecho de que no pareciera traumatizado por su experiencia cercana


a la muerte, ella frunció el ceño, buscando a tientas algo más.

—Cierto... pero ¿sabías lo que estaba pensando?

—¿Qué?

—Yo... seguía deseando estar en casa teniendo un concurso de miradas con mi gato.
Eso sí que es molesto. ¿Qué clase de persona piensa en algo así cuando está a punto de
morir?

—¿Alguien que preferiría estar en casa teniendo un concurso de miradas con su


gato, en lugar de morir?

—Sí, supongo que tiene sentido. Gracias por restaurar mi autoestima. —Intentó
sonreír, pero parecía más bien una mueca—. Hablando de felinos fuera de lugar, lo
último que recuerdo es haberte hablado del ratonero exagerado de la librería.

—Sí, recuerdo haber dicho que no era un gato.

—Ah, sí —convino ella, pero por más que lo intentara, su memoria se quedó en
blanco más allá de eso. Excepto, por supuesto, la vívida experiencia de lectura de la
fábula. ¿Pero por qué no podía recordar las circunstancias anteriores? Le faltaba tiempo,
como a los abducidos por los alienígenas.

O tal vez no quería recordar. Oh-oh. ¿Tenía ella alguna culpa? Después de todo, fue
ella quien leyó la fábula. ¿Su insaciable curiosidad les había hecho atravesar el Espejo?

Tuvo la repentina necesidad de ocultar su culpa detrás de un lápiz de labios fresco.


Una boca brillante podría distraerlo de ver la culpa en sus ojos. Por supuesto,
probablemente necesitaba más ayuda que el color en los labios. Su ropa aún estaba
húmeda y no quería ni pensar en cómo estaba su pelo. Apartó de su mente la repentina
imagen de los muñecos Troll.

Girando en todas las direcciones, buscó su bolso.

—¿Ves mi bolso en algún sitio? Es de cuadros rojos con ribetes negros.

—No.
La duda aguijoneó su mente, aguijoneándola con renovada paranoia. Ese bolso
contenía pruebas de su vida. Su cartera estaba allí, el cuaderno brillante en el que
anotaba ideas, su teléfono. Oh, no, Eustace. Ahora estaba a punto de llorar.

—Finn, realmente tengo que encontrarlo. Tengo que llamar a Eustace. Decirle que
estoy... ¿bien?

—¿Quién es Eustace?

—Mi padre —Ella estaba a cuatro patas, mirando a su alrededor, escudriñando la


blanca extensión de arena en busca de una mancha roja.

Arrodillándose, Finn tiró suavemente de su brazo, poniendo fin a su frenética


actividad. Ella lo miró. Su color había regresado... muy bien.

—Estás asustada —dijo él—. Eso es natural. Pero no te irá bien si sigues con el
pánico. ¿Entiendes?

Ella tragó saliva, asintiendo como una cabeza de chorlito. Él tenía razón. Tenía que
controlarse.

Le dedicó una sonrisa alentadora mientras se levantaba, ofreciéndole la mano para


ayudarla a levantarse.

—Vamos a echar un vistazo dentro del libro grande. Es lo único que ha venido con
nosotros.

La levantó tan rápido que chocó con su pecho. Crearon una brecha instantánea, ella
saltando hacia atrás, él esquivando, casi tropezando. Recuperando el equilibrio,
carraspeó y retiró la tapa del libro. Ella soltó una de esas risas, de las que suenan tan
forzadas que desearía haber nacido muda. Ocultando su cara roja, hizo un gran alarde de
quitarse la arena que se le pegaba a las piernas.

Recuperada la compostura, se unió a él frente al libro. Pero en cuanto miró las


páginas, su visión se nubló y todo a su alrededor se inclinó. O eso creía ella. Finn la
atrapó antes de que cayera de espaldas.

—Gracias —murmuró, quedándose en blanco durante un segundo mientras una


información se introducía en su cerebro. Actuó en consecuencia pasando la página del
título a un pasaje escrito en el otro lado.

—No recuerdo haber visto esto. —Él la miró, con los ojos nublados por la
incertidumbre.

—¿Cómo sabías que estaba ahí?

Al oír el filo en su tono, ella dio un paso atrás.

—No lo sé, simplemente lo hice.


Pudo ver que él se preguntaba por ella, pero se guardó sus pensamientos para sí
mismo y, en su lugar, dirigió su atención a la lectura del pasaje. Ella miró a su alrededor,
ansiosa por saber qué decía.

~ Cuidado, lector ~

Si estas palabras de creación son pronunciadas en el aire, estas 8 fábulas podrían


convertirse en tu mundo para siempre. Tu destino podría quedar prensado entre estas
páginas como la rosa del verano pasado, a menos que puedas deshacer cada fábula en
su espejo opuesto con nuevas Palabras de Creación.

Finn señaló la peculiar marca dentro del texto.

—¿Crees que eso pretende ser un símbolo de infinito?

—Si lo es, no me gusta nada el espeluznante énfasis en el ‘’para siempre’’.

—No, a mí tampoco. Pero al menos esta advertencia explica por qué fuimos
arrastrados a la historia. Sucedió cuando leíste el título de la primera fábula en voz alta.

Así que era cierto. Ella era la responsable de esto. El sentimiento de culpa surgió,
enrojeciendo su rostro con un calor revelador.

—Lo siento. Sinceramente, no sabía que eso iba a pasar. De hecho, ni siquiera
recuerdo haber leído la fábula. Es decir, recuerdo haberla leído, pero no sé por qué la leí.

—No hay culpa, chica. Es obvio que hay fuerzas ocultas en el trabajo aquí.

Ella dejó caer su mirada, mirando sus manos temblorosas, luchando contra las
lágrimas. El sol brillaba en algo brillante que se sujetaba a la cintura de su falda. Lo
agarró, un clip antiguo unido por una cadena a un lujoso medallón atenuado por la
pátina del tiempo. La mayor parte del baño de plata se había desgastado del latón
original bajo las partes en relieve del diseño.

—¿Cómo llegó esto aquí? —Lo descolgó y vio un papel prensado entre las cubiertas
de metal. Parecía una especie de cuaderno antiguo.

—¿No es tuyo? —preguntó, con cara de desconcierto.

—No. Nunca lo había visto.


—Oh, me he dado cuenta. —Se encogió de hombros—. Sólo pensé que era una
especie de adorno de moda.

—Uh, no es exactamente mi estilo. Alguien me puso esto. Oye, tal vez haya un
mensaje dentro.

—En ese caso, ábrelo —dijo él, acercándose.

Ella sacó un pequeño lápiz rojo de la ranura que mantenía el cuaderno cerrado. La
tapa se abrió de golpe, revelando una fina pila de pequeñas páginas de color verde pálido
del tamaño de la mitad de una tarjeta de visita. La hoja superior estaba en blanco. Fate
las hojeó, arrancando varias páginas en su prisa por encontrar algo, cualquier cosa que
explicara qué estaba haciendo allí, y por qué.

Finn puso sus manos sobre las de ella.

—Vaya, chica. Cuidado.

Ella observó los cuadrados de papel que se agitaban en el viento entre crecientes
lágrimas de ira y frustración.

—Esa estúpida cosa no sirve para nada. —Liberando sus manos, golpeó el cuaderno
contra el suelo con tanta fuerza que se puso de pie en la arena. Se marchó enfadada por
la playa, no sin antes clavar el cuaderno en el suelo con su bota.

Se detuvo a la orilla del agua, mirando el océano sin verlo. ¿Por qué estaba
ocurriendo eso? Seguro que había alguna razón. ¿O era ridículo esperar una explicación?
Nadie se lo explicó a Alicia ni a ningún otro personaje de cuento o de cómic que hubiera
caído, resbalado o entrado en otro mundo. Simplemente aceptaban su suerte y hacían lo
que había que hacer, a veces incluso divirtiéndose con ello. Así que, ¿por qué no recibía
esto como una aventura en el País de las Maravillas? ¿Por qué reaccionaba como si la
hubieran dejado en el Infierno de Dante14?

Antes de que pudiera responder a la pregunta, Finn se acercó a ella. Ella mantuvo
la mirada fija en las gaviotas que se zambullían en el agua y salían con recompensas
plateadas.

—Perdón por la gran rabieta de bebé —murmuró.

—No hay daño.

Ella se volvió hacia él, con el viento cálido azotando sus mechones rebeldes en la
cara. Él extendió la mano y le apartó lentamente el pelo. El océano brillante se reflejaba
en sus ojos mientras su boca se abría con algo no expresado. Ella esperó, pero él le
sostuvo la mirada sin decir una palabra.

14
Dante, personaje de `La divina comedia` Dante recorre el infierno, el purgatorio y el paraíso
en su camino a casa.
Los pómulos de ella se llenaron de calor.

—Estoy lista para comportarme ahora —soltó, cuando se sorprendió a sí misma


inclinándose hacia sus labios—. No hay que preocuparse por ponerse a cubierto cada vez
que recibimos malas noticias.

Él sonrió.

—Es mejor no hacer promesas que no puedas cumplir. Nunca he conocido un


temperamento ardiente que se vaya de vacaciones.

Ella le miró con la boca abierta.

Riendo, él se apartó de su puño que volaba hacia su brazo. Cuando lo persiguió


hasta el Libro de Fábulas, ella también se reía. Apoyó las manos en las rodillas,
recuperando el aliento. Cuando se enderezó, él le tendía el cuaderno adornado.

—Ah, mírate, salvador de los oprimidos —dijo ella, tomándolo de él—. ¿Y lo has
guardado para que pueda disculparme en persona?

—Pensé que podrías echarle otro vistazo para ver si te refresca la memoria.

—Claro —dijo ella, encogiéndose de hombros—, supongo que no hace daño


intentarlo —Frotó el pulgar sobre la superficie grabada, sorprendida de que hubiera
permanecido intacta después de ser pisoteada. El diseño tenía un aspecto bastante
mágico. Su mirada se fijó en la cara, un hada decidió, ya que tenía esas alas de mariposa
detrás de la cabeza y una sonrisa de elfo.

En su lugar apareció el rostro momificado de una anciana.

—Vaya —dijo, dando un salto hacia atrás y dejando caer el cuaderno.

—Ah, te acuerdas de algo —dijo Finn, recogiéndolo y devolviéndolo.

—Uh huh... Brune Inkwell. Ella es la que me dio esto. —El recuerdo de estar
atrapada en una nube nociva de olores repugnantes volvió rápidamente—. Ew, su aliento
era tan fuerte que me hacía llorar. Apestaba como la carne bañada en queso Limburger
dejada al sol del desierto para que se pudriera y luego se la comieran los coyotes. Pero
mató a los coyotes y luego se pudrieron al sol...

—Ya me lo imagino. Tienes una imaginación hiperactiva.

—Sí, me pagan bastante bien por ello.

—Entonces, ¿de qué conoces a esta mujer manchada?

—No la conozco. Me dijo su nombre... y estuvo hablando de otras cosas que... no


recuerdo bien. —Fate miró el cuaderno, tratando de recuperar las palabras exactas de
Brune—. No sé... mi memoria sigue entrando y saliendo como una mala conexión de
cable.

—Esta Brune Inkwell me parece dudosa —dijo Fin—. Se dice que ella está detrás de
que me despierte en la librería sin saber cómo llegué allí, y de que terminemos aquí.

—¿Crees que te golpeó y te secuestró?

—No es probable. Estaba en Escocia, en casa de mi abuelo. —Sacudió la cabeza—.


Seguro que se está preguntando qué ha sido de mí, ya que he desaparecido de mi cama.

Fate frunció el ceño. Seguramente estaba bromeando.

—Por suerte para mí, y para ti —continuó con una sonrisa irónica—, me he
despertado completamente vestido, ya que estaba completamente en pelotas cuando me
metí entre las sábanas. —Riéndose, apartó la mirada, sin ver cómo ella se sonrojaba por
la imagen mental que se formaba en su mente.

Ella forzó una risa, decidiendo que él tenía que estar bromeando con ella.

—Debería haber dejado esa maldita librería. Pero no, tuve que ir a meter las narices
en un gran mal libro —dijo mientras se acercaba al Libro de Fábulas.

—Y luego llegué yo y nos quedamos atrapados en esta playa miserable, pero digna
de una postal —añadió ella.

Lo siguió hasta que él volvió a leer la advertencia, con la mano en la barbilla y las
cejas fruncidas en señal de concentración.

—Ah, me lo temía, —dijo, sonando preocupado.

—¿Qué?

Frunció el ceño ante la página, agarrando con fuerza el borde de la cubierta del
libro.

—No podemos librarnos del libro sin convertir cada fábula en su espejo opuesto.

Releyó la advertencia varias veces, segura de que debía haber otro significado.

—No, es imposible que nos lo tomemos al pie de la letra.

Él se volvió y la miró.

—Mira dónde estamos. ¿De qué otra manera podemos tomarlo?

El pánico se agitó bajo su piel, amenazando con estallar en un ataque de nervios.


Respirando hondo, apartó la ansiedad.
—Vale, tenemos que cambiar los finales. Qué bien. No debería ser demasiado difícil
—dijo, una mentira descarada. Pero, de alguna manera, fingir que no estaba
enloqueciendo por dentro ayudó... un poco—. ¿Qué tan difícil puede ser rescatar a una
princesa, matar a un dragón o dos, encontrar el Santo Grial en el camino y jugar a ser
cupido aquí y allá?

Finn parecía sorprendido e impresionado.

—Sí, ¿qué tan difícil puede ser?

—¿De cuántas fábulas estamos hablando?

Separó cada página lo suficiente para ver el texto, contando en silencio.

Por fin dijo—: Ocho en total.

¿Ocho? Fate tragó saliva. Había esperado cuatro como máximo. Demasiado para
poner una cara valiente. Volvió a pensar en Alicia y en su actitud confiada y juguetona
hacia los extravagantes personajes que había encontrado en el País de las Maravillas. Esa
era la actitud que debía adoptar si quería salir de esta situación con la cordura intacta.
Fate se encontró sonriendo mientras una chispa de emoción se encendía en ella. Se
divertiría con esto, lo convertiría en un juego. Como un gran tablero de ajedrez en el que
tenía que llegar a la octava casilla, primero como peón antes de ser convertida en reina,
como lo había sido Alicia.

Pero entonces la golpeó como un puñetazo en las tripas. ¿Y si eso era exactamente
lo que ella era... un peón en un enfermo y retorcido juego de ajedrez?
Capítulo 5
LAS TORRES SE ORIENTABAN HACIA LOS ACANTILADOS DE LA BAHÍA, SIN
dejar otra salida que el mar. Finn persistió en buscar una salida mucho tiempo después
de que Fate se diera por vencida. Su breve chispa de entusiasmo se había apagado por
una creciente sensación de temor. Pero ella no se daba por aludida. Había vuelto a fingir
que era intrépida, fingiendo entusiasmo cuando él descubrió unas escaleras cortadas en
la roca ocultas tras un espeso grupo de arbustos.

Forzando una sonrisa, le ayudó a recoger madera a la deriva, algas y hojas de


palmera para camuflar el libro antes de emprender la empinada subida. Pasó por delante
de ella como si estuviera parada, demostrando lo fuera de forma que estaba. A mitad de
camino, los pulmones y las piernas le ardían tanto que tuvo que sentarse a descansar. Al
menos, el cansancio la distrajo un poco de la preocupación de si era la marioneta de
Brune.

Cuando por fin llegó al último escalón, Finn estaba tumbado de espaldas mirando
al cielo y silbando una melodía.

—Oh, lo has conseguido. Empezaba a pensar que tendría que llevarte en brazos... —
se rio— o hacerte RCP.

—Tu confianza... en mí... es abrumadora —jadeó ella. Se tambaleó junto a él,


contemplando el paisaje.

Los picos del palacio de Elsina se alzaban sobre unas colinas lejanas, cerca del
centro de la pequeña isla. También había un camino claro que se adentraba en el bosque,
probablemente el camino hacia la hechicera.

Finn se levantó de un salto y señaló el camino con un gesto principesco.

—Después de ti. A menos que necesites descansar un poco más.

—Puedo arreglármelas. —Se sorprendió por lo que le temblaban las piernas. Había
sido despiadada con sus personajes, haciéndolos pasar por cosas mucho peores que
subir un kilómetro y medio de escaleras. Ya no cabía duda de que prefería escribir sobre
actividades extenuantes a realizarlas realmente.

Habían caminado una buena distancia y estaban paseando por un denso bosque
cuando Finn frenó su paso para escuchar atentamente.

—¿Qué pasa?
Se llevó un dedo a los labios.

—Son los árboles. Han empezado a notarnos.

Sin palabras, ella lo miró fijamente.

—¿Qué?

—Los árboles —susurró él—. Están despertando por nuestra presencia.

Le tomó la mano y no pareció darse cuenta de que ella lo miraba como si le hubiera
salido un lunar peludo en la cara. Esa era la segunda cosa desconcertante que había
dicho. Ella había dejado pasar el último comentario loco como una broma, pero él
parecía muy serio en ese momento. El humor seco no era lo suyo. Pero ¿y si en realidad
no estaba bromeando? No quería pensar en lo que eso podría significar.

—Deberíamos seguir moviéndonos antes de que Elsina sepa que estamos aquí —
dijo él, tirando de su resistente peso detrás de él.

Tal vez estaba tratando esta situación insana como un juego, lo mismo que ella
intentaba hacer, o aplicando algún tipo de lógica retorcida porque no sabía qué más
hacer. Fate aceleró el ritmo. Ella podía jugar al juego igual de bien.

—Quizá sea mejor que los árboles nos anuncien —dijo, luchando contra el impulso
de sonreír—. Es bastante descortés aparecer sin llamar antes.

Se detuvo para mirarla.

—Es una hechicera. Por lo que me han dicho, son enormemente territoriales. Lo
más probable es que nos convierta en ranas primero y haga preguntas después.

Realmente se estaba metiendo en esto.

—Eh... claro —aceptó Fate, igualando su mirada seria.

Finn la arrastró a un trote rápido. Después de la subida, se cansó rápidamente y


estaba a punto de decir ‘’game over’’ cuando el estrecho camino terminó abruptamente.
Habían llegado a un punto muerto en el que una alta cresta dominaba un reluciente
palacio de piedra amarilla pálida que se extendía hacia el cielo cada vez más profundo.

Cinco esbeltas torres se curvaban alrededor de un castillo en forma de torreta. Las


terrazas rebosantes de jardines en flor unían cada torre. Más abajo, dos gigantescos
leones de piedra con sombríos rostros humanos se situaban a ambos lados de la entrada
principal.

Finn sacó un pequeño catalejo de uno de los bolsillos de sus pantalones militares y
apuntó a las terrazas.

—¿De dónde has sacado eso? —preguntó Fate.


—Lo encontré en la playa.

—Es mejor que el clavo oxidado que encontré —dijo ella—. ¿Puedo echar un
vistazo?

Le entregó el catalejo. Ella miró las extrañas criaturas mezcladas con asombro,
dándose cuenta con un frío que la fábula se había convertido en un lugar real y ella
estaba de pie justo en medio de él. La incredulidad intentó imponerse de nuevo. Pero ya
no pudo negar la verdad cuando vio a la mujer alta y pálida que salió al balcón hacia una
gran mesa cargada con comida. Vestida con una resplandeciente túnica carmesí, se
deslizó junto a un exótico conjunto de flores con la mano abierta, atrayendo su fragancia
hacia su nariz para respirar su aroma. Sus serenos rasgos eran anormalmente bellos,
como la imagen tallada de una obra maestra de piedra. Y su pelo, negro como la
medianoche, colgaba en sedosas trenzas hasta los tobillos.

—Elsina... —Fate dijo en voz baja.

—Vamos a echar un vistazo —Volvió a coger el catalejo y silbó suavemente.

Mientras él seguía mirando fijamente, Fate se impacientó y sus pensamientos se


dirigieron al delicioso banquete que había visto. Su estómago gruñó.

—¿Crees que hay alguna posibilidad de que podamos conseguir algo de esa comida?
Hay suficiente para alimentar a un ejército.

Él no respondió.

Ella esperó unos segundos más a que él apartara la mirada, pero cuanto más
tiempo miraba a la hechicera, más se agitaba.

—¡Oye, respóndeme!

Cuando su voz resonó en el palacio de piedra, se tapó la boca con la mano. Los
pájaros se desprendieron de los árboles circundantes, lanzando gritos de alarma desde el
cielo. Agarrándola del brazo, Finn la apartó del camino hacia las sombras de los árboles.
Corrieron largo y tendido hasta que ella tropezó y cayó, raspándose la rodilla.

Sujetando la pierna sangrante, se mordió el labio para no llorar.

Finn sacudió la cabeza y se arrodilló junto a ella.

—¿Qué te ha pasado ahí atrás?

Le dolía la rodilla. En realidad, le dolía todo.

—¿Además de estar atrapada aquí contigo?

Sus ojos se abrieron de par en par con sorpresa.


—¿He hecho algo malo? ¿O es que el hambre está sacando el oso pardo que llevas
dentro?

Fate bajó la mirada, demasiado abrumada para seguir el ritmo de su juego


excesivamente entusiasta. Lo necesitaba con los pies en la tierra, o iba a perder la cabeza,
si no lo había hecho ya.

Sacó una pequeña lata y aplicó un poco de pomada marrón en la rodilla sangrante.

—Ya está. Es un viejo remedio familiar que me gusta tener a mano. Estarás como
nueva en unos días.

El tacto de sus dedos deslizándose sobre su piel la tomó desprevenida, una confusa
distracción del dolor y la ira.

Apoyó el codo en la rodilla, estudiándola con diversión.

—Creo que es hora de que prepare algo para comer, señorita. Me temo que no
sobreviviré a ese temperamento tan ardiente si no calmamos esos nervios con algo de
comida en poco tiempo.

La irritación volvió a aparecer. Estaba claro que no iba a dejar de molestarla.

—Oh, claro, no hay problema. —Ella fingió una sonrisa alegre—. Voy a correr hasta
el arbusto de bayas de la esquina. Luego me detendré en el arroyo de conveniencia y nos
arponearé un pez. Y cuando hayamos terminado de engullir demasiadas bayas y sashimi
plagado de parásitos, podremos disfrutar de una de esas resacas gastronómicas súper
divertidas.

—Podríamos hacer eso, pero pensé que tal vez intentarías escribir nuestra cena en
ese pequeño cuaderno. Tal vez por eso vino contigo. —Con una sonrisa paciente y un
brillo curioso en los ojos, señaló el cuaderno que colgaba de su cintura.

Ella se quedó boquiabierta.

—¿Crees que, si escribo algún tipo de descripción, aparecerá de la nada?

—Sospecho que es así como podría funcionar. Pero no lo sabremos si no lo intentas.


¿Verdad?

—El veredicto está dado. Estás completamente loco.

—¿Por qué si no te lo habría puesto esa vieja apestosa si no debías escribir en él


'’Palabras de creación’'? —dijo, haciendo comillas de aire.

La furia de Fate se detuvo cuando se dio cuenta de que se refería a la advertencia


del Libro de Fábulas. Y entonces las palabras de Brune volvieron a ella: Sabrás para qué
sirve cuando leas la advertencia al principio del libro. Desenganchó el cuaderno de la
cadena y sacó el pequeño lápiz.
Finn se sentó entre el musgo y el helecho a su lado.

—Ahora, ¿qué apetitosa comida vas a escribir?

—¿Pizza?

—Sí, perfecto. Una chica para mi corazón —dijo, dejando caer el acento escocés.

Fate no pudo resistirse a sonreír; ese acento escocés la hacía sentir cálida y confusa.
Garabateó una descripción apresurada.

—Bien, aquí voy. De la nada, estoy pidiendo una pizza de pepperoni recién hecha y
caliente con parmesano.

Cuando no ocurrió nada en ese mismo instante, se sintió estúpida por dejar que le
hiciera creer que podía conjurar comida mágicamente. Pero entonces el aire se
distorsionó visiblemente, agitándose como ondas de calor frente a ellos mientras el olor
de masa recién horneada y pepperoni picante llegó a su nariz. Segundos después, una
pizza en una bandeja apareció a la vista. Finn la tomó con las dos manos.

Se puso en pie de un salto, asombrada. Por primera vez desde que se metió en este
lío, se sintió emocionada. Incluso confiada.

—¿Te das cuenta de lo que esto significa? Salir de aquí va a ser muy fácil. Puedo,
literalmente, escribir para que todos nuestros problemas... —miró a Finn— se vayan.

Todavía con la pizza en la mano, él se quedó congelado, con los ojos llenos de
asombro.

Sonriendo, ella rebotó hacia arriba y hacia abajo.

—Lo sé, bastante alucinante, ¿eh?

Dejó la pizza en el suelo con un aire de reverencia.

—Tenemos que ser muy cuidadosos con esto, Fate.

—¿Con la pizza? De ninguna manera, pienso masticarla hasta deshacerla. —Cogió


un trozo y le dio un mordisco—. Mmm. Toma un poco. Es puro cielo de queso.

—No, me refiero a las Palabras de Creación —dijo Finn, con expresión grave—. Para
ser honesto, estoy sorprendido de que se puedan utilizar de forma tan sencilla. Estaba
seguro de que tendríamos que combinarlas con algún tipo de magia para que
funcionaran. Pero esto... esto es directamente de la fuente. Esto es el verdadero poder.

—Explica por qué la pizza es tan buena.

Sacudió la cabeza.
—¿Se te mete algo de esto en la cabeza?

—Sí, lo entiendo, tío Ben15. Un gran poder conlleva una gran responsabilidad.

—Sí. Y también un gran peligro —añadió, sin dejar de mirarla con seriedad.

—¿Quieres relajarte? —Ella le entregó un trozo chorreante de queso—. Esta es la


mejor noticia que hemos recibido desde que aterrizamos en este gran pastel de vaca
humeante.

—Tal vez —dijo Finn.

—¿Tal vez? Esto me convierte en el amo del bahíabozo16. —Ella frunció el ceño al
ver que él no entendía—. Eso significa que ahora yo tomo las decisiones.

—No confundas el exceso de confianza con la certeza ciega.

—Aguafiestas.

Él mordió la pizza, una sonrisa de felicidad derritiendo la tensión de su rostro.

—Tienes razón. Esto está muy bueno. —Hizo una pausa, su expresión se volvió
pensativa antes de golpear el cuaderno recubierto de latón—. Haremos que todo
funcione.

Ella se acomodó en el suelo junto a él, aliviada y feliz. Ambos comieron con avidez,
sin apenas hablar hasta que se acabó la pizza. Entonces, ella pidió un batido de chocolate
para ella y un refresco de cerveza de raíz para él, con el menor número de palabras
posible. Contó cuarenta y dos hojas en el cuaderno, pensando que era mejor guardar la
mayoría para asuntos más vitales.

Ambos estaban demasiado llenos y tumbados en el suelo mirando las nubes grises e
hinchadas cuando empezó a llover. La promesa de una tormenta inminente llegó con un
repentino relámpago y un trueno que retumbaba en la distancia.

—Voy a escribir una bonita y acogedora cabaña —ofreció Fate.

Finn se puso en pie de un salto.

—Me gusta tu línea de pensamiento, pero algo mucho más pequeño sería mejor.

—Ew, ¿quieres decir una tienda de campaña?

15
Personaje de Spiderman, sep, es el tío de Peter Parker y es quien le pronuncia estas palabras.
16
No estoy 100% segura de a lo que se refiere, iré por lo que me parece que es: Calabozos y
dragones, ya que están en una playa ella dice: amo del bahiabozo y no amo del calabozo.
—Una tienda de campaña es perfecta —dijo él, demasiado ocupado llenando la
palma de su mano con polvo blanco de guijarros de una bolsa del tamaño de su puño
para ver lo disgustada que estaba ella.

Ella le vio colocar el polvo en el suelo, seguido de otros tres puñados alrededor de
donde ella estaba. Con un mechero, prendió fuego a los montones, murmurando algo en
voz baja.

Ella observó el peculiar ritual con creciente horror.

—¿Qué acabas de hacer?

—He hecho que esta parte del suelo que nos rodea sea invisible a ojos no deseados.
Ahora nada puede vernos a nosotros ni a la tienda mientras estas protecciones estén
colocadas. —Con una sonrisa de satisfacción, se limpió el polvo de las palmas de las
manos. Pero su sonrisa vaciló al ver la evidente consternación de la mujer al pronunciar
su descripción escrita de la temida tienda—. Siento lo de la cabaña —dijo—. Ya he
probado con objetos más grandes, pero cualquier cosa de más de un par de metros no
funciona.

—Eso es genial. Ya me siento más segura —dijo ella, con un tono plano mientras
observaba cómo el aire tembloroso se solidificaba en una tienda de campaña de color
camuflaje. ¿Por qué seguía jugando a las apariencias cuando tenían las de verdad?
¿Dónde estaba la invisibilidad de la que hablaba? Podía verlo a él y a la tienda con
bastante claridad, por no hablar de ella misma.

Frunciendo el ceño, volvió a anotar todo el equipo de acampada que necesitarían.

—Las protecciones están probadas —dijo él, tratando de convencerla de su valor—.


Ya debería saberlo. Las utilicé cuando los espectros de lobo me persiguieron en el
Bosque del Pico Negro. Pasaron corriendo por delante de mí.

Ella levantó la cabeza.

—¿Qué acabas de decir?

—Dije que las protecciones funcionaban con los espectros de lobo.

La sangre que latía en sus oídos amortiguó su voz. Tenía el corazón en la garganta,
lo que le impedía hablar. Lo miró fijamente, sin poder apartar la vista mientras su visión
se ampliaba en cada detalle perfecto de su rostro.

Él también se había quedado callado, con los ojos clavados en los de ella, mientras
un cierto conocimiento pasaba entre ellos.

Nerviosa, apartó la mirada y presionó el lápiz con tanta fuerza contra el papel que
la punta se rompió.

—Maldita sea. No había terminado.


Él se arrodilló, sacó una navaja Buck del bolsillo de su muslo y afiló el pequeño
lápiz. Ella lo observó en silencio, recordando todas las cosas peculiares que él había
sacado de la multitud de bolsillos de sus pantalones militares. La piel de gallina le
recorrió los brazos cuando cada objeto adquiría un nuevo significado, y la suma total de
los mismos daba lugar a una conclusión tan descabellada que hacía que el hecho de ser
arrojado a un mundo de fantasía pareciera normal.

***
Mientras la tormenta arreciaba a su alrededor, la suave luz de la linterna llenaba la
tienda mientras cada uno de ellos se sentaba envuelto en el calor de sus respectivos sacos
de dormir, mirando fijamente las paredes de tela azules en un incómodo silencio.

Finn fue el primero en hablar.

—Cómo vamos a pasar mucho tiempo juntos hasta que salgamos de aquí, he
pensado que podríamos conocernos un poco mejor.

Fate se retorció dentro de su saco de dormir hasta quedar tumbada y apretó el


cordón de la parte superior.

—Lo siento, mi depósito está vacío —dijo, escondida dentro de su capullo de


nylon—. No sólo he sido embaucada en un libro mágico por una vieja y apestosa arpía
que no conozco, sino que mis piernas están bastante molestas por toda esa caminata.
Hay una gran posibilidad de que se pongan en huelga.

—Oh. —Parecía decepcionado.

Suspiró y se asomó por la pequeña abertura de su saco de dormir.

—¿Qué quieres saber? Pero sólo una pregunta —advirtió—. Algo me dice que
tendremos mucho tiempo para escuchar la historia de la vida del otro más tarde.

Él asintió.

—Me he preguntado qué hacías antes de venir a la librería. Ya sabes que estaba
durmiendo desnudo antes de llegar.

Aflojó el cordón y sacó la cara.

—Para que quede claro, no habrá que dormir desnudos mientras yo esté cerca. No
es que esté en contra de la ropa interior, porque no lo estoy. Es sólo que tienes que
guardarte tus pieles para ti.

Se rio.

—No te preocupes. La ropa está puesta. —Ella volvió a meterse en los pliegues de su
saco de dormir—. ¿Y? —preguntó él—. ¿Qué estabas haciendo?
—Firmando libros en Seattle.

—¿Lo estabas? ¿Y qué tipo de libros serían?

—Son dos preguntas.

—¿Por favor?

El brillo juguetón de sus ojos detuvo su respiración durante una fracción de


segundo. No pudo negarse y le describió brevemente Magic Brew. Cuando él dijo que no
había oído hablar de él porque no leía ese tipo de libros, ella se sorprendió. Y
confundida. Si él no era un fanático de la fantasía como ella había pensado inicialmente,
¿por qué inventaba todas esas tonterías?

Una especie de esperanza nerviosa afloró a la superficie. ¿Podría ser realmente


quien ella había empezado a sospechar que podría ser? Podía hacer algunas preguntas
clave. ¿Pero qué pasaría si confirmara sus sospechas? Eso podría abrir toda una nueva
caja de gusanos con la que no tenía energía para lidiar en ese momento. Su cuerpo se
empeñaba en sumirse en un sueño comatoso.

Su boca se curvó en una sonrisa devastadora.

—Así que eres una autora famosa.

Ella cerró los ojos ante la emoción que su sonrisa le provocaba. Al abrirlos, evitó su
mirada. No quería la humillación de ser sorprendida mirando de nuevo.

—Eso es lo que me dicen. Pero no te vayas a impresionar. No he escrito ninguna


obra maestra de la literatura. Sólo soy una escritora mediocre con una imaginación
hiperactiva.

—Estás siendo modesta. ¿Cómo se hizo, si no es solo por el talento?

—Fue una casualidad total. Todo empezó con una tarea de inglés en la que
teníamos que elegir cualquier libro sobre las bandas de los años 60 y darle nuestro
propio giro a un capítulo favorito. Como soy un empollón, convertí el mío en una gran
pelea entre un grupo de bandas sobrenaturales. Pero a mi profesora le gustó tanto que
me convenció para que lo presentara a un concurso. Luego, antes de darme cuenta, una
gran editorial me pidió que ampliara la idea para convertirla en un libro.

Sus ojos se abrieron de par en par.

—¿Los tréboles de cuatro hojas siempre crecen así bajo tus pies?

—Créeme, no siempre son tréboles verdes, corazones rosas y lunas amarillas para
mí. A veces son espejos rotos. Y creo que ambos sabemos que probablemente nos
esperan al menos siete años de mala suerte en este caso.

—Eres demasiado joven para ser tan fatalista.


Ella frunció el ceño.

—¿Esperas que alguien llamada Fate sea cualquier cosa menos eso?

—Sí, lo espero. Con un nombre así, deberías sentirte en control de tu destino.

—¿Has buscado alguna vez ‘’destino’’ en el diccionario? —Ella no esperó su


respuesta—. ‘’El desarrollo de los acontecimientos más allá del control de una persona,
considerado como determinado por un poder sobrenatural’’. Si necesitas un ejemplo,
sólo tienes que mirar a tu alrededor.

—Estoy de acuerdo en que nuestra situación parece ser así. Pero también diría que
lo que pensamos y sentimos día a día es la fuerza determinante de nuestros destinos, lo
que nos convierte, como dice el poema, en ‘’los dueños de nuestro destino, los capitanes
de nuestras almas’’.

—¿Cómo puedes decir eso? Sé que no deseaba quedarme atrapada aquí, sea donde
sea.

—¿Estás segura de eso?

Apretando un puñado del saco de dormir, respiró con dificultad.

—Sí, porque no me entusiasma estar aquí. —Más bien aterrorizada. Y añoraba a


Eustace, la comodidad de su cama y a Oz ronroneando cerca de su cabeza.

—¿De qué es lo que pasas tanto tiempo escribiendo?

—Aventuras sobre personas y lugares imaginarios —murmuró ella.

—¿Y dónde estás?

La frustración brotó, enrojeciendo su rostro con calor.

—¡Yo no he hecho esto! ¿Y qué hay de ti? ¿Qué se supone que has hecho para llegar
hasta aquí?

Finn se apartó de su tono de enfado.

—Bueno, siempre me meto en situaciones extrañas, normalmente a propósito. Pero


cuando parece pura casualidad, sé que tengo que asumir la responsabilidad.

—¿Qué se supone que significa todo eso?

—Es lo que me enseñaron desde que tenía...

—¿Sabes qué? No importa. No quiero oírlo.

—No pretendía molestar...


—Olvídalo —dijo ella, sacudiendo la bolsa sobre su cabeza—. Estoy demasiado
cansada para seguir hablando.

Esperó a que él dijera algo, pero no oyó nada, salvo el viento que golpeaba la tienda
y el sonido de la linterna al apagarse. Mientras estaba tumbada en la ruidosa oscuridad,
acurrucada en un apretado ovillo, se preguntaba por qué había perdido tan
completamente los nervios. Pero en el fondo, sabía la razón. Lo que él había dicho tenía
un toque de verdad. Y si era realmente sincera, sabía que siempre había deseado vivir
aventuras reales en lugar de inventarlas.

Bueno, por fin tenía su deseo. Sólo había un problema, quería aventuras seguras,
un oxímoron, si es que alguna vez hubo uno.

***
El canto melódico de los pájaros despertó a Fate de un sueño muerto. Mientras
yacía medio despierta, sonrió al saber que Eustace estaba preparando el desayuno. Con
suerte, tortitas. Bostezando, abrió los ojos, viendo un feo patrón de camuflaje en lugar de
la brillante red azul sobre su cama. Se incorporó, tragando aire, con la decepción
pesando en su pecho al darse cuenta de que lo del día anterior no había sido un mal
sueño. Luchando contra las lágrimas, miró a Finn. Se le cayó el estómago. Su saco de
dormir estaba vacío.

¿Había desaparecido de vuelta a Escocia? ¿La había abandonado? Asomó la cabeza


por la puerta de la tienda. Estaba sentado en un tronco, tallando un palo. Se metió
dentro, temblando de alivio. Agarrando el cuaderno de notas, escribió una muda de
ropa, optando por unos vaqueros rosas de tartán y un top negro de rombos. Cuando
susurró su descripción de la ducha y el aseo, su piel se sintió instantáneamente fresca y
limpia, y su cabello se alisó en ondas brillantes. Eso sí que era algo a lo que podía
acostumbrarse.

Sintiéndose un poco mejor, salió de la tienda. Finn levantó la vista. Cuando su


mirada recorrió su cuerpo, ella se sonrojó, sin saber si le gustaba lo que veía.

—No he visto ningún equipaje lleno de ropa —dijo él.

Ella sacó el cuaderno del bolsillo de sus vaqueros.

—Abracadabra.

—Y veo que te apetece el tejido de tartán.

—Un homenaje a mis raíces escocesas —dijo ella, omitiendo el hecho de que había
estado obsesionada con todo lo escocés toda su vida.

—¿Eres escocesa?
Ella sonrió.

—Incluso de la realeza. Nací en el Castillo de Edimburgo. Sólo porque llegué siete


semanas antes de tiempo mientras mis intrépidos padres estaban de gira por el lugar. —
Su sonrisa se desvaneció—. Pero... hubo complicaciones. Mi madre murió antes de que la
ambulancia nos llevara al hospital. —Se encogió de hombros—. Supongo que casi me voy
con ella. Por eso Eustace me llamo Fate.

—Sé lo que se siente al perder a tu madre. Yo perdí a la mía cuando tenía cinco años
—dijo él, añadiendo otra pista a la creciente lista.

Pensó en presionar para obtener más, pero cuando abrió la boca, salió otra cosa.

—Eh... siento haber soltado la bomba del mal humor anoche.

—Todo está bien. Sobreviví a las consecuencias.

—¿Te interesa cambiarte de ropa?

Finn asintió.

—Sí, eso sería excelente.

Mientras se cambiaba en la tienda, Fate miró el cielo azul, con sus pensamientos
dando vueltas.

—No puede ser él —susurró para sí misma—. Deja de pensar en ello.

Respiró el aroma terroso de la lluvia de la noche anterior que flotaba en el aire.


Sonriendo, dio un paso adelante, casi tropezando cuando su pie se hundió en el suelo
empapado.

—Oh, genial —murmuró, agachándose para ver cuánto barro había en sus botas.

Gritó.

Finn salió corriendo de la tienda con su camisa nueva a medio poner. Ella se subió
a su espalda desnuda, lanzando una pierna por encima de su hombro, clavando la otra
rodilla en su columna vertebral y tirando hacia atrás de su cabeza para alzarse sobre sus
hombros.

Le quitó las manos de los ojos para que pudiera ver.

—¡Por el amor de Dios, Fate! ¿Qué está pasando?

—¡No me dejes caer!

Cuando le soltó las manos, ella se agarró a su pelo.


—Ow, te prometo que no te dejaré caer. ¿Ahora qué es lo que te tiene tan asustada?

—¿No los ves?

Su cuerpo se tensó mientras giraba la cabeza de lado a lado.

—¿Qué? ¿Dónde? No veo nada.

Ella le inclinó la cabeza hacia abajo.

—No, ahí. En el suelo. —Miró fijamente la flora circundante.

Fate perdió toda la paciencia.

—¿Cómo no puedes ver esos tubos gelatinosos retorcidos de sangre pura? ¡Están
por todas partes! Míralos con sus viscosos hocicos asomando al aire.

—¿Te refieres a los gusanos? —preguntó, con un tono incrédulo.

—¿A qué otra cosa podría referirme?

Sus músculos se relajaron bajo el agarre mortal que ella tenía sobre su cabeza.

—Oh, no lo sé. Estaba pensando en algo tonto como una emboscada

***
Hatho voló en círculos sobre el campamento, observando todos los movimientos de
los dos forasteros antes de volar de vuelta al palacio para informar a Elsina.

La hechicera estaba sirviendo crema sobre su desayuno de bayas silvestres y


cuajada cuando Hatho descendió y aterrizó en la terraza. Despidiendo a su loro
mayordomo, invitó al halcón soldado a sentarse junto a ella.

Él permaneció posado en el parapeto, inclinando la cabeza antes de hablar.

—Tengo noticias importantes, señora.

Elsina sonrió a su fiel compañero.

—Espero que sea interesante, Hatho. Reconozco que nos hace falta algo de
emoción. Ha pasado demasiado tiempo.

Hatho movió su peso, agarrando la balaustrada con sus garras. Su ama era amable,
pero imprevisible si el equilibrio de la isla se desequilibraba. Y sabiendo lo que sabía, la
balanza se inclinaría muy pronto.

—Hay un naufragio en la bahía. Y un joven yace inconsciente en la playa.


La hechicera chasqueó los dedos. Un gran gorrión con afilados rasgos humanos se
adelantó.

—Avisa al buey para que traiga a este joven. —Como un disparo, el gorrión pareció
desaparecer de allí a otras partes del palacio.

—Hay más, señora —continuó Hatho—. Una hechicera, o bruja de algún tipo, y su
aprendiz han entrado sin permiso. Ella posee una poderosa herramienta. Fui testigo de
cómo conjuraba la ropa con un pequeño libro mágico, y escribió su hechizo con una
astilla de madera que no necesita tinta.

Elsina dirigió una mirada melancólica hacia el bosque que se extendía más allá de
su terraza.

—Tráeme este libro mágico. Y envía a Sithias a vigilar cualquier otra cosa que
puedan poseer.

—Considérelo hecho, señora. —Hatho subió a lo alto del cielo cerúleo, lanzando un
grito desgarrador que resonó en la isla. En cuestión de segundos, diez halcones soldados
se reunieron detrás de él.
Capítulo 6
POR MÁS QUE FATE SE ASUSTARA Y SE SUBIERA A FINN COMO SI FUERA
un árbol, ella permaneció sobre sus hombros. No podía bajar al suelo con esos gusanos.
Al menos él parecía estar de acuerdo con esperar mientras ella escribía en su cuaderno y
pronunciaba las palabras para despejar su campamento.

Cuando la tienda se desvaneció y el desayuno apareció en su mano, lo sintió reírse


debajo de ella.

—¿Y bien? ¿No vas a contarme cómo empezó ese miedo a los bichos?

Ella le puso en la mano un bollo de canela caliente y pegajoso.

—No. Sólo sácame de aquí, por favor.

—Debe haber sido muy malo para que te vuelvas tan demente —dijo Finn,
mordiendo su bollo. Empezó a marcharse, pero se detuvo a mirar a sus protecciones. El
montón había sido aplastado en el olvido por la lluvia—. Uh-oh, hemos estado viviendo
de prestado. La lluvia se llevó el...

De repente, las paredes del bosque se estremecieron con gritos y una batería de alas
batiendo. Sobresaltada, Fate cayó de espaldas sobre un parche de helechos, su grito se
cortó cuando el aire salió de sus pulmones.

Una mano fuerte la agarró por el brazo y la levantó de un tirón. Tragando aire, miró
a través de la hendidura de un casco plateado a los ojos brillantes de un halcón blanco
con brazos musculosos. Tan sorprendida como estaba por la extraña y totalmente irreal
visión, lo reconoció como Hato, el de la fábula.

—Entrega tu libro de magia, bruja. —Su voz era sorprendentemente profunda para
un pájaro.

Todavía sin aliento, se retorció en su agarre, esforzándose por ver a dónde había
ido Finn. No estaba a la vista.

—Detén la mano de la bruja —ordenó Hatho.

Sus soldados le inmovilizaron los brazos mientras él buscaba en los bolsillos de sus
vaqueros y sacaba el cuaderno. Le estaba robando su único medio de supervivencia y ella
no podía detenerlo. Odiando lo impotente que se sentía, dio una patada a la cabeza del
halcón, pero falló y le dio en el hombro.
Él le agarró la garganta, ahogando el aire.

—Te mataría ahora, pero mi señora ha considerado oportuno dejarte vivir... por el
momento. —Con eso, Hatho y sus soldados se lanzaron hacia el cielo, desapareciendo
detrás de las copas de los árboles.

Tosiendo, se frotó el cuello dolorido justo cuando Finn apareció de la nada.

—¿Dónde estabas? —graznó.

Él corrió hacia ella.

—He lanzado un círculo de invisibilidad a nuestro alrededor, pero te has caído. —


Parecía frustrado.

Ella lo fulminó con la mirada.

—¡Gracias por dejarme sola con los halcones con esteroides!

Apretó la mandíbula, conteniendo una respuesta.

—¡Se han llevado mi cuaderno! Nunca saldremos de aquí sin él.

—Lo recuperaremos.

—¿Cómo? ¿Marchando al palacio de Elsina y exigiendo que lo entregue?

—Yo digo que volvamos al libro grande y leamos la fábula de nuevo. Tal vez
encontremos algo en la historia que nos ayude a hacer un plan.

Algo frío se retorció bajo su palma. Al levantar la mano, chilló al ver un gusano
pegado a ella. Se levantó de un salto y se agarró a él, con los pies encima de los suyos. Un
momento incómodo se prolongó entre ellos.

—Avanzaremos mejor si te subes a mi espalda —sugirió él—. Es lo menos que


puedo hacer.

Por mucho que ella quisiera negarse, no discutió. Cuando llegaron al sendero sin
gusanos, ella se bajó, y caminó el resto del camino de vuelta a la bahía en un incómodo
silencio.

***
Hatho puso el pequeño cuaderno de latón en la mano de Elsina. Ella cerró los ojos,
sintiendo el calor o el cosquilleo de la magia dentro de la curiosa pieza. Frunciendo el
ceño, abrió los ojos y frotó con el dedo la superficie afiligranada en un intento de
despertar el hechizo interno. Cuando el metal permaneció frío y sin respuesta, sacó la
fina varilla roja de su soporte. La tapa se abrió de golpe. Se estremeció, esperando que el
aire se llenara de chispas o rayos calientes de cualquier hechizo que, estaba segura,
acababa de desatar. Pero no ocurrió nada. Ni siquiera el más mínimo cambio en el
viento.

Más desconcertada que nunca, miró el papel verde pálido cubierto de ligeros
arañazos. Entrecerrando los ojos, reconoció que eran letras, aunque escritas de forma
descuidada. Sin duda se trataba de un hechizo o un conjuro. Leyó las palabras en voz
alta.

—De la nada, pido una pizza de pepperoni recién hecha y caliente con parmesano.

Debió haber el calor habitual y el sabor cobrizo en su boca. Incluso el más débil de
los hechizos dejaba un ligero regusto. Le lanzó a Hatho una mirada oscura.

—No hay magia en esta cosa, ni en el encantamiento. ¿Y quién es ese Parmesano?


¿Has visto a un tercer intruso?

—No, sólo estaba la bruja cuando atacamos —explicó Hatho—. Me pareció ver a su
aprendiz desde el aire, pero ya no estaba cuando aterrizamos.

—¿La bruja usó su magia contra ustedes?

—No, no le dimos tiempo. —Hizo una pausa—. Parecía debilitada después de que
tomáramos el libro.

—Eso no tiene sentido. —Golpeó el cuaderno sobre la mesa—. Es sólo un trozo de


lata. —Se quedó callada, con su confusión y preocupación en aumento. Si el libro no era
la fuente de magia de la bruja, eso significaba que la magia estaba en algún otro objeto. O
en otra persona. Lo más probable es que el supuesto aprendiz, o este parmesano
desaparecido—. Encuentra a Sithias. Ya habrá averiguado más. Quiero saber
exactamente con quién estoy tratando.

***
Finn se precipitó de repente por el último tramo de escaleras que conducían a la
bahía.

—¡Eh, más despacio! —gritó Fate—. Cielos, ya estoy en peligro de romper a sudar.
—Además, sus piernas estaban demasiado doloridas por la caminata de ayer como para
pensar en correr tras él.

—¿No lo oyes? —dijo, sin detenerse—. Ese canto... esa voz, no se parece a nada que
haya escuchado antes.

—¿Te refieres a ese ladrido de foca? —gritó ella.


Él la dejó allí de pie sin responder.

Irritada por haber sido abandonada una vez más, tomó los empinados escalones a
un paso más apresurado y tortuoso. Para cuando ella atravesó los arbustos, él estaba a
mitad de camino en la playa, caminando hacia el océano hacia lo que parecía una chica
que se estaba bañando desnuda.

—Por el amor de Dios. —Fate corrió por la playa tan rápido como pudo. Las olas le
golpearon las rodillas cuando se metió en el agua y lo agarró por el brazo—. ¿Qué...
crees... que estás haciendo? —dijo ella, sin aliento.

Él le lanzó una sonrisa de amor a la chica del agua.

—Me está cantando. Quiere llevarme a algún sitio.

Ella era un golpe de gracia, un tipo de golpe de supermodelo, a menos que cuentes
las escamas de pescado de la cintura para abajo. Fate hundió sus dedos en su piel.

—Es una ninfa del mar. Probablemente la ninfa del mar de la fábula.

Se apartó de ella.

Plantando sus talones en la arena, ella tiró de su bíceps.

—Finn, te está atrayendo con sus maneras de sirena.

—Quiere llevarme con ella.

—¿Y dónde crees que es eso? ¿Abajo, a su concha de almeja gigante donde te
asfixiará con besos y te dará de comer palomitas de camarón empapadas? Trata de
enrollarte en algas y servirte a sus amigos del fondo.

Continuó sonriendo como un tonto.

—Ella nunca me haría daño.

Fate frunció el ceño ante la ninfa del mar.

—No te acerques más. Sé lo que estás tramando.

La ninfa del mar se balanceaba en las espumosas olas, con los ojos muy abiertos y
fijos, pero con un matiz de algo salvaje y peligroso en el azul tormentoso de sus iris. Le
recordaba a Fate el mapache que creía haber domesticado dándole de comer desde la
ventana de su habitación. Lindo y mimoso, hasta la noche en que se escabulló por la
puerta del gato de Oz y llenó su peluda cara de ladrón con la mayoría de sus caramelos
de Halloween. Cuando se despertó con el gruñido de Oz y el arrugado de los envoltorios,
el desagradecido bandido la había escupido y siseado.
La ninfa del mar se agachó bajo el agua, sólo para aparecer a seis metros de
distancia. Fate consiguió llevar a Finn de vuelta a tierra firme, pero sus ojos estaban
pegados a la sirena.

—Por el amor de Dios, ¿podrías dejar de mirarla? —Ella lo empujó hacia la arena y
le bloqueó la vista—. Estamos en problemas, y necesito que te concentres... en mí.

Él se inclinó para ver a su alrededor. Ella volvió a bloquearle la vista, pero él se


inclinó en la dirección opuesta, estirando el cuello, con una expresión de tristeza en el
rostro.

Cogió una piedra, la lanzó a la ninfa del mar y vio cómo fallaba por unos tres
metros. Resoplando, buscó algo más para lanzar, pero se detuvo en seco cuando vio los
restos de un barco roto cerca del borde de la bahía.

—Finn, mira. Un barco se estrelló en las rocas anoche.

Él no respondió.

Ella le agarró la cabeza entre las manos, obligándolo a mirar los restos.

Él se resistió hasta que su cara se aplastó entre sus manos.

—No puedo verla —se quejó.

—Despierta. Esa debe ser la nave de Torrin, lo que significa que estamos al
principio de la historia. —Ella lo soltó, el pánico deshaciendo su autocontrol. Quería
sacarla de sus casillas.

Pensándolo mejor, le dijo a Finn que no se moviera y corrió hacia el Libro de


Fábulas. Apartando las ramas y la madera a la deriva, lo abrió en la primera fábula y leyó
algunas líneas. Volvió a mirar a Finn. Seguía sentado en la playa, desamparado. Cuando
vio que la ninfa del mar se había ido, volvió a leer.

—Bueno, eso fue tan inútil como la pluma mágica de Dumbo —murmuró cuando no
encontró nada útil en la historia. Tal vez debería explorar los restos del naufragio. Fate
se volvió, esperando ver a Finn. No estaba.

Corrió hacia atrás, deteniéndose donde sus huellas se adentraban en el océano.

—¡Finn! —gritó, metiéndose en el agua hasta el pecho. Empujándose contra las


olas, gritó su nombre con todas sus fuerzas, pero el creciente oleaje le salpicó la boca,
ahogando su voz. Volvió a remar hacia la orilla, tosiendo agua de mar, avergonzada por
haberse dejado vencer tan fácilmente.

Se dejó caer en la arena y colgó la cabeza. ¿Por qué había dado la espalda a ese
depredador? Agarró un palo cercano y lo pasó por la suave arena. El profundo trazo
despertó una idea cuando se dio cuenta de lo que estaba mirando.
Escribió furiosamente en la arena y luego lo leyó en voz alta.

—Cuando la ninfa del mar llevó a Finn a las profundidades del océano, él
descubrió que podía respirar, y el hechizo que ella tenía sobre él se rompió. Obligada a
liberarlo, la ninfa del mar lo soltó y Finn nadó a salvo hasta la orilla.

Buscó en el agua, pero las olas crispadas se agitaban sin alterarse. Su corazón se
hundió. Así que la magia estaba en el cuaderno tal y como había temido. La pena la
golpeó como un puño en las tripas y las lágrimas brotaron de sus ojos. Se levantó con
rigidez y le dio la espalda al océano, arrastrando los pies por la arena.

—Fate.

Se detuvo. ¿Su mente le estaba jugando una mala pasada? Miró por encima del
hombro. Finn se tambaleaba hasta las rodillas en el agua. Se desplomó en la orilla antes
de que ella pudiera llegar a él.

Al mismo tiempo, una ola gigantesca se levantó detrás de él. La ninfa del mar
cabalgaba dentro de su espumoso rollo, con el rostro retorcido por la rabia. Fate tiró de
su brazo.

—¡Levántate! Va a volver.

El miedo le salpicó la cara, pero antes de que pudiera ponerse en pie, la sirena le
agarró el tobillo.

Se produjo un terrible tira y afloja.

—¿Qué hechicería es ésta? —rugió la ninfa del mar con una voz inhumana que heló
la sangre de Fate—. Si el mar no puede reclamarlo hoy, se tragará esta isla entera para
tenerlo.

Más indignada que asustada, Fate se sujetó con fuerza. No iba a soltarlo ahora que
lo tenía de vuelta.

—¿Por qué él?

—Las almas de todos los barcos condenados se deben al mar —la ninfa del mar
enfureció.

—¡Él no estaba en ese barco! —Fate gritó—. La hechicera tiene el que quieres.

Soltó la pierna de Finn y ambos cayeron hacia atrás. Empujando su cola en la


arena, la ninfa del mar se deslizó hacia adelante, asomándose sobre ellos.

—Tráeme el alma condenada y evitaré que ésta ocupe su lugar.

Fate retrocedió, pero se enfrentó a la criatura. Aunque Finn estaba corriendo tan
lejos de la orilla como podía, dejándola en peligro una vez más.
—No necesito traer al marinero aquí. Él vendrá a ti por su cuenta —explicó Fate—.
Y también sé que la hechicera planea convertirte en un monstruo marino sin cerebro por
alejarlo de ella.

La ninfa del mar agarró la pierna de Fate con una velocidad asombrosa.

—Mientes.

Se encogió ante el olor rancio del mar en el aliento de la sirena.

—¡No, es verdad! —llamó Finn desde donde estaba junto a los acantilados—.
Puedes leerlo en este libro.

La ninfa del mar entrecerró sus ojos salvajes. En el momento en que soltó a Fate, su
cola de pez se transformó fluidamente en piernas. Sus largos mechones dorados eran lo
único que la vestía... apenas. Se dirigió hacia el libro con nula modestia. La mirada de
Finn apenas pasó por encima de la imprevisible sirena. Era obvio que no iba a quemarse
la mano en esa estufa de nuevo, y volvió a trotar para situarse junto a Fate.

Cuando la ninfa del mar terminó de leer, volvió al agua y se zambulló en ella. Hubo
un momento de incertidumbre antes de salir a la superficie.

—He oído hablar de un libro que dicta los destinos de aquellos que están escritos en
sus páginas. Hasta ahora, creía que era un mito. —Su mirada se fijó en Finn—. Te
permitiré vivir, y te concederé una bendición por haberme avisado. —Se quitó el collar
de perlas rosas y coral—. Te regalo mi glamour. Cuando lo llevas puesto, puedes
convertirte en lo que desees cambiando tu forma. No es una simple ilusión: transforma
la carne, los huesos y otras cosas en lo que desees.

Arrojó el collar a la playa. Su hermoso rostro permaneció durante un breve instante


antes de que sus ojos se abrieran y su boca se ensanchara en una sonrisa de pez. Su pelo
dorado se convirtió en baba verde y su cuello de barnacla se abrió con branquias. Salió
del agua, con su aleta dorsal en forma de pico, cortando las olas antes de sumergirse en
las profundidades.

Finn se estremeció.

—Y pensar que quería besar eso.

—Sí, estabas encima de ella. —Fate tomó el collar y se lo puso—. Bien, vamos a
probar a este bebé. —Cerrando los ojos, se imaginó un loro verde y azul de la mitad de su
tamaño, como el que había visto en el palacio, con un vestido sencillo, un delantal y un
gorro de sirvienta con volantes.

Se preparó para una experiencia dolorosa, pero en su lugar una sensación extraña y
bastante agradable la inundó desde la cabeza hasta los pies. Era como si un aceite tibio
se derramara sobre su cuerpo, la ablandara y le diera una nueva forma.

Al oír la risa de Finn, abrió los ojos.


—Deja de molestar, Fate.

Levantó el brazo. Era corto, con las manos rechonchas cubiertas de finas plumas.
Agachada, movió los dedos de sus garras.

—¡Santo cielo, ha funcionado! —dijo, sorprendida por cómo las alas de su espalda
se agitaban en respuesta a su excitación.

—¿Y qué esperas conseguir exactamente con ese atuendo? —preguntó él,
claramente escéptico.

Frunciendo el ceño, ella se cruzó de brazos.

—Voy a asegurarme de que esta historia termine a nuestro favor.

—Ahora espera. No te pongas nerviosa. Deberíamos planificar esto.

—Claro, porque eso ha funcionado como un sueño. —Tomando una carrera batió
sus alas tan fuertes como pudo. Despegó, tambaleándose y sumergiéndose como una
loca, segura de que nunca superaría los acantilados. Pero no estaba dispuesta a rendirse.
Prefería lanzarse al suelo antes que sufrir la humillación de tener que admitir su derrota.

***
Fate se estrelló en una terraza vacía. Por desgracia, un loro malhumorado con traje
de mayordomo fue testigo de su torpe llegada.

—¿Qué haces ahí fuera? —graznó—. Trae tu plumífero aquí. Necesito que se pulan
todas las piezas de plata antes de servir la cena.

Entró a paso ligero. Cuando vio los montones de bandejas deslustradas, cuencos,
juegos de té, copas, urnas y utensilios que cubrían la superficie de una mesa gigantesca,
se le cayó el pico.

—¿No tienen elfos domésticos para este tipo de cosas?

—Si existieran esas cosas —dijo él mientras ella se dirigía en dirección contraria. No
llegó muy lejos antes de oír el rápido rasguño de sus garras sobre el suelo de mármol
cuando se puso detrás de ella—. ¿Adónde crees que vas?

—Lo siento, ha habido una confusión.

El loro mayordomo se deslizó junto a ella, derrapando hasta detenerse, batiendo


sus alas para recuperar el equilibrio.

—¿Por qué no te he visto antes?


—No lo sé.

Con la cabeza ladeada, un ojo amarillo recorrió su cara y las marcas de las plumas.

—Hay algo que no está bien en ti...

Mirando más allá de él, hacia la montaña de plata deslustrada, lanzó un suspiro de
temor.

—¿Por dónde quieres que empiece?

Varias horas de pulido ininterrumpido y un plumero en la cara cada vez que hacía
la más mínima queja, le habían dado a Fate el tiempo suficiente para calmarse, al menos
con respecto a Finn. Se sentía totalmente avergonzada por pensar que la había
abandonado a propósito durante la emboscada. Y no era que él hubiera caído
voluntariamente bajo el hechizo de la sirena. Se sintió fatal por haber perdido los nervios
y haberlo abandonado. Él había tenido razón. Deberían haber trazado un plan.

El golpe de las plumas de hollín sobre la cabeza la sobresaltó.

—Es hora de servir la cena.

Mirándolo fijamente, Fate se puso pico con pico con el loro mayordomo.

—Escucha, Jeeves. Si haces eso una vez más, serás el plumero.

Se echó hacia atrás, con cara de indignación.

—Insolente —murmuró. Pero lo dejó así, indicándole que empujara un carrito lleno
de una deliciosa variedad de comida.

Ella lo siguió por un largo pasillo lleno de actividad. Los pájaros azules con cabeza
de lagarto pasaban a toda velocidad por delante de ella, llevando flores a un mapache
que arreglaba ramos. Las ardillas aladas revoloteaban limpiando el polvo de las
instalaciones y los muebles con sus colas, mientras un oso con tristes ojos humanos
fregaba los suelos de mármol.

Fate se frenó al pasar por una cámara, donde un tipo pálido, pero de muy buen
aspecto, dormía en una enorme cama. Una leona se inclinaba sobre él con un paño en la
frente. A pesar de su rostro depredador, parecía casi angelical con los velos blancos que
llevaba y las alas desplegadas. Fate sabía que el paciente tenía que ser Torrin. Todo
estaba en su sitio ahora que la ninfa del mar estaba fuera de escena. Todo lo que tenía
que hacer era averiguar la situación con Elsina, volver con Finn y averiguar cómo
jugarían a ser cupidos entre la hechicera y su reticente compañero.

El mayordomo la condujo a una gran terraza en la que flotaban farolillos de papel


de colores y miles de luciérnagas revoloteaban entre el exuberante follaje. Una fuente
bullía con un suave tintineo, mientras un grupo de sapos con alas de libélula añadía
melódicas notas de bajo. Elsina estaba sentada con un vestido de satén azul a la cabeza
de una larguísima mesa llena de una extraña compañía de invitados a la cena: un toro,
una jirafa, un lobo, un lince, una gacela, un caballo, un carnero, un león y un cisne, cada
animal dotado de cuerpo humano de cuello para abajo y tan elegantemente vestido como
su anfitriona. Un espectáculo tan confuso como inquietante.

Hatho llegó el último, sin casco y con el uniforme de general. Se sentó junto a la
hechicera mientras Fate ponía los platos en la mesa. Vio su cuaderno junto a la mano
enjoyada de Elsina. Empezó a cogerlo cuando el mayordomo la tiró hacia atrás por las
plumas de la cola, indicándole con ojos severos que se pusiera a su lado.

Elsina cortó un plato de codornices rellenas de hierbas, nueces y pasas.

—¿Dónde está Sithias? —dijo a Hatho antes de dar un pequeño bocado—. Estos
intrusos me confunden. Necesito saber más.

Los ojos dorados del halcón se deslizaron hacia los demás en la mesa. Estaban
siendo entretenidos por una tropa de conejos alados que hacían acrobacias al ritmo de la
música.

—Todavía no se sabe nada —dijo, volviéndose hacia ella.

Una siniestra sonrisa curvó los labios de rubí de Elsina.

—Debe de haber descubierto algo de gran interés para que se haya ido tanto
tiempo. Es inteligente y astuto, por lo menos.

—Si tú lo dices —dijo Hatho.

—Has visto sus obras... llenas de misterio, engaño e intriga.

En ese momento, algo enorme descendió con un fuerte ruido de aleteo,


dispersando las linternas flotantes y desagrupando los conejos voladores antes de
aterrizar en el balcón. Se balanceaba en posición vertical, más de dos metros de altura
cuando estaba enroscada, una serpiente de color marfil con una gorra de cazador de
gamuza, que ensombrecía unos grandes ojos de color ámbar. La serpiente plegó sus alas
de plumas de color marrón, mientras se quitaba la gorra con una cola bastante hábil.

—Por fin, Sithias —dijo Elsina, con un entusiasmo que perturbaba su suave frente—
. ¿Qué tienes que decirme?

—Ssseñora —siseó Sithias— perdóneme por no haber venido antesss a contarlesss.


El aprendiz de brujo me retuvo temporalmente bajo un pequeño hechizo con sssu flauta
mágica.

—Así que es tal y como pensaba —dijo ella—. El aprendiz es el que tiene el poder.

Fate escuchó con sorpresa.


—Essso parece, pero no podemosss essstar sssegurosss. Debemosss tener cuidado.
La bruja essstá aquí. —Miró a su alrededor y sus ojos se abrieron de par en par al ver a
Fate—. Oh, cielosss, ahí essstá.

La hechicera giró la cabeza, mirando más allá de Fate y del loro mayordomo a otros
sirvientes que traían más bandejas.

Fate se congeló, temiendo moverse.

—¿Dónde? —dijo Elsina. Se formaron cristales de hielo sobre las esferas de cada ojo
y su aliento se convirtió en escarcha, al tiempo que un terrible calor se desprendía de
ella, obligando a los invitados cercanos a retroceder.

—¡Allí, ssseñora... el loro!

Un rayo de llamas rojas brotó de la mano de Elsina, golpeando al loro mayordomo.


Se vaporizó en una nube de humo y plumas. Fate gritó, alejándose de un salto. Se quitó
el glamour, desequilibrada aún más por la vertiginosa sensación de volver a su tamaño y
forma normales.

—Por favor. No dispares —suplicó, levantando las manos.

Elsina mantuvo su mano letal apuntando a Fate, sus dedos palpando el aire como
un ciego. Cuando el hielo se derritió de sus ojos, las lágrimas resbalaron por su pálida
piel.

—Así que ésta es nuestra bruja. —Una sonrisa invernal se formó en su rostro
mientras dejaba caer su brazo—. No tienes magia. ¿No es así?

El olor a ave quemada en el aire había dejado a Fate momentáneamente sin


palabras. Lo único que pudo hacer fue negar con la cabeza.

Elsina se puso de pie, cerrando el espacio entre ellas. Colgó el cuaderno por la
cadena.

—Y esto no es más que una baratija.

Fate asintió.

—Tómalo, pequeña aspirante a bruja.

El soldado halcón y la serpiente intercambiaron una mirada confusa.

—Milady, le aconsejo encarecidamente que no lo haga —advirtió Hatho, mientras


Sithias sacudía la cabeza con una mirada preocupada.

Fate tomó el cuaderno.

Elsina lo dejó caer en su palma.


—Ahora háblame del mago con el que has viajado hasta aquí. Quiero saber cuál es
su fuente de poder.

—Eh... —Fate se entretuvo, aferrándose a lo primero que se le ocurrió—. La


serpiente tiene razón. Obtiene su poder de la flauta.

—¿Sabes cómo lo utiliza? —preguntó Elsina, con un fingido desconcierto que


apenas disimulaba su astucia.

—Claro. Él... toca hechizos musicales con ella —dijo Fate mientras una idea
florecía—. Si quiere, puedo escribir uno de ellos.

—Por favor, hazlo —dijo la hechicera, con una sonrisa cuidadosamente agradecida.

Mordiéndose el labio para evitar la sonrisa nerviosa, Fate sacó el lápiz y escribió:
Estoy en la playa con Finn. Mirando a Elsina, murmuró las palabras en voz baja,
asombrada cuando la hechicera y sus criaturas se desvanecieron.

***
De vuelta a la playa, después de que Fate hubiera volado, Finn encontró una
horrible serpiente alada leyendo el Libro de Fábulas. Temiendo que hubiera visto a Fate
transformarse en un loro, no podía dejar que la serpiente volara y se lo contara a Elsina.
Para mantenerla en tierra, hizo lo único que se le ocurrió. Hipnotizar a la serpiente con
su flauta de madera con inscripciones druídicas. La música había funcionado a las mil
maravillas, excepto que no pudo mantenerla. En el momento en que se quedó sin aliento
después de horas de tocar, la serpiente emprendió una rápida huida.

Tenía que avisar Fate. Y rápido. La serpiente llegaría al palacio en cualquier


momento y revelaría su disfraz.

Colocando la palma de la mano en la arena, Finn introdujo sus sentidos en la tierra.


Su primera lección de joven, que le enseñó su abuelo, el Gran Druida de Escocia, fue
conectar con todos los seres vivos a través de la tierra. De este modo, había aprendido a
comunicarse con los árboles y a escuchar sus voces.

Conectar con un humano era nuevo para él, pero no dudaba de que podría conectar
con Fate. De alguna manera, estaban inextricablemente unidos. Desde el momento en
que se conocieron en la librería, se sintió atraído por ella como nadie que hubiera
conocido. Al mismo tiempo, ella lo confundía. Su piel ardía cada vez que la miraba, pero
su presencia era tan reconfortante como volver a casa, como cuando pisó por primera
vez suelo escocés y supo que pertenecía a ese lugar.

A veces se sentía tan abrumado por sus sentimientos que apenas podía mirarla por
miedo a soltarlos. Lo último que quería era asustarla. Así que esperaba en silencio y con
angustia un pequeño gesto o una mirada que le indicara que ella sentía lo mismo. Hubo
momentos en los que creyó vislumbrar un indicio, pero su estado de ánimo cambiaba
como el azogue, dejándolo más confundido que nunca.

El vínculo con Fate le subió por el brazo, la esencia de ella explotando en su pecho.
Ella estaba dentro de él, una ventisca de fuego salvaje, caramelo de canela y aire fresco
de otoño. Ella se impregnó en su sangre, fluyó por sus venas directamente hasta el
corazón de su alma, dejándolo sin aliento.

Quería quedarse allí, sumergirse más profundamente, bebérsela. Pero tuvo que
retroceder, concentrarse en su estado actual. Sintió que ella estaba a salvo por el
momento. Todavía había tiempo para enviar la advertencia.

Entonces sintió de repente una sacudida de miedo que la recorría. Estaba en


peligro. No había sido lo suficientemente rápido. Impotente para protegerla una vez
más, golpeó con su puño la arena. Se quedó mirando la hendidura que había hecho. Si
Fate podía escribir Palabras de Creación, él también debería poder hacerlo.
Garabateando una frase en la arena, la leyó en voz alta: Ahora estoy en el palacio de
Elsina junto a Fate.

Esperó algo, una sensación de viaje, cualquier cosa que indicara que había
funcionado, pero no ocurrió nada.

—¡Mierda!

Se puso en pie de un salto y corrió hacia las escaleras del acantilado.

—¡Oye! ¿Adónde vas?

Al detenerse, se giró para ver a Fate corriendo hacia él, con las mejillas sonrojadas
y los ojos encendidos por la emoción. Lo agarró de la mano, tirando de él hacia ella con
una urgencia que hizo que su corazón diera un vuelco. Él se acercó, expectante, y alargó
la otra mano para atraerla a sus brazos.

Ella se apartó, tirando de su mano, arrastrándolo hacia el Libro de Fábulas.

—Vamos, tenemos que pasar a la siguiente fábula. Ahora.

La decepción lo ahogó, frenando sus movimientos.

Un rugido resonó en la bahía. Finn levantó la vista cuando un león de granito alado
pasó planeando por las paredes del acantilado, descendiendo rápidamente, haciendo
temblar el suelo al aterrizar. La hechicera se deslizó por su ancho lomo mientras Hatho
aterrizaba con otra docena de halcones soldados.

Apresurándose, Finn abrió el libro. Miró hacia atrás mientras Fate pasaba las
páginas. Elsina irradiaba un poder mortal. Sus ojos se volvieron blancos y el aire
alrededor de su cuerpo se agitó con ondas de calor. Sintió que sacaba fuerzas de la isla,
que se cargaba. Cuando levantó el brazo, una bola de fuego brotó de su palma.
Agarró la mano de Fate.

—Es hora de leer la primera palabra —le instó.

Pero un infierno estalló hacia ellos. No pudo hacer nada más que proteger a Fate
con su cuerpo. Cerrando los ojos, Finn se preparó para que las llamas los consumieran a
ambos.
El amor de un fae oscuro
Envuelto en la niebla del tiempo, cuando el escurridizo reino de las faes tenía
pocas fronteras, uno podía adentrarse fácilmente en un mundo de encantamiento que a
veces ofrecía ricas recompensas, pero que más a menudo conducía al peligro. En estos
reinos habitaban decenas de criaturas mágicas. Las formas de los faes eran variadas y
numerosas, con muchos nombres. Uno de esos faes, la de la clase oscura, es el tema de
este cuento. Este fae mortal adoptaba la apariencia de un humano irresistiblemente
hermoso para hechizar a su víctima hasta el momento en que revelaba su horrible
forma.

Un día, una joven llamada Mae estaba recogiendo bayas en el bosque. Sabía que
las bayas eran más abundantes cerca del corazón del bosque, aunque le habían
advertido que nunca se adentrara más de diez árboles en el bosque. Se decía que una
arboleda maligna había crecido de la bellota de un roble maldito. Estos árboles
siniestros, infestados de duendecillos, se movían para confundir el camino de muchos
leñadores y conducirlos a un peligro seguro. Pero Mae confiaba en que había bondad
en todas las cosas, incluso en el corazón de la más malvada de las criaturas. Por lo
tanto, ignoró las advertencias y se adentró sola.

Sin embargo, no estaba sola. Algo se escondía en las sombras. Una criatura
repulsiva se arrastró desde atrás y se deslizó por un árbol para colgar su repugnante
cabeza sobre su figura agachada. Mientras Mae cantaba y llenaba su cesta, no era
consciente de que el fae oscuro de aquellos bosques malditos estaba aspirando el
delicioso olor de la carne humana fresca.

Cuando sintió un cosquilleo en la parte superior de su cabeza, levantó la mano y


tocó algo desconocido. La curiosidad, más que el miedo, hizo que su mano siguiera
explorando. El fae oscura se congeló bajo su toque inquisitivo mientras sus dedos
recorrían su rostro deforme, y cuando Mae sintió su hilera de colmillos afilados hizo
algo bastante inesperado.

Soltó una risita de placer.

En ese mismo momento, algo milagroso tuvo lugar dentro del corazón del fae
oscuro. Una calidez nunca antes sentida comenzó a extenderse donde durante siglos
sólo había vivido el hielo. Cuando Mae levantó la mirada, el fae oscura se desvaneció
antes de que pudiera presenciar su verdadera forma. Por primera vez en su antigua
existencia, sintió una vergüenza abrasadora por sus malas intenciones.

Mae lo llamó, diciéndole que no tuviera miedo, que no quería hacerle daño. La
ironía no pasó desapercibida para el fae oscuro y, por mucho que lo intentara, no pudo
encontrar ninguna malicia en su corazón para dañarla, ni tampoco pudo abandonar
su acogedora presencia. Así que se despojó de su monstruosa piel, y del montón
escamoso salió un apuesto joven.

Apareció ante Mae. Sus nobles rasgos tenían un color cálido, sus ojos eran de un
marrón suave. Llevaba las ropas de un cazador y una ballesta en la mano. Haciendo
una amable reverencia, se presentó como Callum y le aseguró que había matado al
horrible monstruo que había estado a punto de devorarla. Mae se horrorizó y sollozó.
Callum estaba sorprendido y confundido por su reacción. Cuando intentó consolarla,
ella no quiso hacerlo. Le dijo que nunca podría perdonarle por haber matado a su
nuevo amigo, y corrió a casa.

En contra de su naturaleza maliciosa, el fae oscuro le permitió marcharse, no por


compasión, sino porque la amaba aún más por el dolor que sentía por la muerte de un
monstruo vil. Sin embargo, aquí había un verdadero dilema. Si el fae oscuro no podía
tener el amor de Mae, no quería vivir.

Al día siguiente, el padre de Mae descubrió una caja con veinte pollos ante la
puerta de su humilde cabaña, un regalo de bienvenida para una familia pobre. A
continuación, la familia recibió diez cabras, luego cinco vacas, un toro, cuatro buenos
corceles, seis pavos, cien fanegas de trigo, rollos de tela fina, rondas de queso, barriles
de manzanas, una serie de especias, un carro nuevo, un saco de oro y, por último, un
vestido de novia de seda adornado con perlas.

Al llegar el último regalo, el padre de Mae abrió la puerta y recibió a Callum con
gran entusiasmo. Cuando le pidió permiso para casarse con Mae, su padre le dio la
mano con mucho gusto.

Mae estaba mucho menos dispuesta a casarse con el hombre que había asesinado
a su amigo, pero no podía ignorar la generosidad de Callum con aquellos que sólo
habían conocido la pobreza. Y no dudó del amor que había en sus ojos cuando la
miraba. Aceptó casarse con él ese mismo día, pero sólo con una condición. Se
comprometió a que su corazón latiera sólo para él si él se comprometía a no volver a
matar a otro ser vivo. El fae oscura le susurró de buen grado esta promesa.

Se corrió la voz y muchos acudieron a presenciar el matrimonio entre el


misterioso noble y la campesina. Uno de los invitados, un sabio con el don de la vista,
se horrorizó al ver a una monstruosa criatura fae junto a Mae. Con su bastón
apuntando a Callum, pronunció un conjuro para descorrer los falsos velos y reveló la
verdad a todos.

Los asustados invitados retrocedieron al ver la verdadera forma de Callum. Mae


fue la única que permaneció a su lado. Puso las manos sobre el espantoso rostro que la
miraba y sonrió en señal de reconocimiento.

Los que llevaban espadas se apresuraron a atacar a la repugnante criatura. El


fae oscuro podría haber matado a cada uno de ellos, pero no quiso romper su voto a
Mae y se rindió. A sus atacantes no les importó que no se defendiera. Acuchillaron al
fae oscuro en pedazos sangrientos.
Cuando el caos terminó, el padre de Mae se lamentó de dolor. Su querida hija
yacía sin vida en el suelo sin heridas. Su muerte seguía siendo un misterio. Nadie podía
saber que su corazón latía únicamente por Callum, cuya promesa de no matar nunca a
otro ser vivo había supuesto también, sin saberlo, la muerte de su único y verdadero
amor.
Capítulo 7
LA ABRUMADORA IMAGEN DE LA FÁBULA SE DESINTEGRÓ EN UN
torrente de letras que llovieron sobre las páginas amarillentas, volviendo a su orden
original.

Presa de las náuseas, Fate se tambaleó, esperando que la sensación de mareo se


detuviera. Lentamente, los sonidos del viento a través de los árboles y el aroma de los
pinos la despertaron. Fue difícil salir de la trágica historia de Mae y Callum. Necesitaba
sacudirse, orientarse. Cuando las náuseas disminuyeron, ella recordó las llamas
disparando contra ellos.

Finn.

Presa del pánico, se enderezó, parpadeando con los ojos llorosos, girando en todas
direcciones. Aún mareada, perdió el equilibrio y cayó contra él.

—Oh, gracias a Dios, —dijo, plantando la frente en su pecho—. Por un segundo


pensé que habías sido quemado.

—No eres la única —dijo, envolviendo sus brazos alrededor de ella.

La abrazó como si fuera tan natural como respirar. Se sintió tan bien. Cálida y
segura. Ella comenzó a derretirse contra él, pero se dio cuenta de que algo andaba mal.

—Estás temblando.

—Solo un efecto secundario de ser asesinado a la ligera. —Él se apartó, mostrándole


la parte superior de su hombro izquierdo. Había un agujero chamuscado en su camisa,
revelando una quemadura furiosa, sangre brotando.

—¡Oh no! —gritó ella, sintiéndose mal del estómago—. ¡Todo es mi culpa! Esto
nunca hubiera sucedido si no me hubiera ido así. Soy tan horrible, completamente
irreflexiva y egoísta y…

—Whoa. ¿Qué tal si cambias tu bastón por un gato de nueve colas? No es una
flagelación adecuada sin uno.

Fate suspiró.

—A partir de ahora, planificaremos todo juntos.


—Tu razonabilidad será muy apreciada. —Dándole una sonrisa cansada, sacó la lata
de ungüento que tenía escondida en el bolsillo.

Fate se lo quitó y se lo puso en la herida, haciendo una mueca de dolor al hacerlo.


Cuando ella terminó, redactó algunos vendajes y se los aplicó cuidadosamente.

—Aquí. No soy Doc McCoy, pero creo que vivirás.

—Gracias —dijo, acercándose al Libro de Fábulas—. ¿Veremos lo que dejamos


atrás?

—¿Tenemos que hacerlo?

Él ya estaba pasando las páginas, su expresión cuidadosamente en blanco mientras


leía el final de La Hechicera Solitaria.

—¿Qué dice? —dijo, asustada de mirar.

—Bueno, parece que Torrin estaba tan desesperado por lanzarse al mar que cortó
algunos árboles para reparar su barco. Pero eso enfureció a Elsina, por lo que lo
encarceló durante un mes, como lo llamó, un leve castigo. Cuando ella lo dejó salir, se
arrojó por los acantilados. Ella todavía termina sola.

—Oh, eso es simplemente fantástico. ¿Ahora tenemos que volver y evitar que
Torrin se mate? —Ella pateó la tierra—. ¿Y si también arruinamos todas las otras
fábulas? Podríamos estar en esto para siempre.

—No te preocupes, muchacha. Le cogeremos el truco. Empezando por este nuevo. Y


las Palabras de Creación ciertamente ayudará. ¿Quién sabe? Podríamos escribir todos
los finales. Podría ser tan simple como eso, siempre y cuando lo pensemos
cuidadosamente primero.

La convicción en sus ojos despertó esperanza en ella.

—¿Lo crees?

Él le acarició la barbilla con suavidad

—Nunca te rindas, señorita.

—No, no debesss rendirte —siseó una voz sibilante desde algún lugar detrás de
ellos.

Fate saltó y agarró a Finn del brazo cuando la serpiente alada de Elsina se levantó
de detrás de un arbusto.

—Sithiasss, a tu ssservicio. —La serpiente se inclinó y se quitó el sombrero ante


ellos, con una amplia sonrisa que reveló unos largos colmillos.
Devolvió el sombrero a su brillante cabeza.

Después de varios tensos momentos de silencio, Sithias dijo—: Permítanme


comenzar las conversacionesss de paz. Me enganché a un paseo contigo sssobre todo
porque ya no podía sssoportar el puro aburrimiento de mi vida. Ustedes doss fueron la
cosa másss emocionante en mucho tiempo. Pero también vine por la oportunidad de
ayudarte a convertir toda essstatrisssteza en algo másss… optimissta, ¿te parece?

Finn se interpuso entre ella y la serpiente, su rostro enrojecido con una mirada de
repulsión.

—¿Y se supone que debemos confiar en una serpiente?

Sithias pareció ofendido.

—Como dicen los rumoresss, no todos somosss malosss.

Finn apretó los puños.

—Hmmm, veamos… ¿el término serpiente en la hierba significa algo para ti? Y eres
el espía de Elsina.

—Por favor, no estoy aquí para essspiar. —La serpiente se balanceó sobre sus
espirales—. En todo casso, puedo ssser de gran ayuda para su missión.

La ira rápida atravesó la conmoción de Fate.

—Oh, ¿y por ayuda debes de querer decir volar mi tapadera y casi hacer que me
maten? Elsina vaporizó uno de sus loros por tu culpa. Era un dolor de cabeza mandón,
pero no se lo merecía. Y yo habría sido la siguiente, excepto que me las arreglé para
burlarla.

—No hay forma de burlar a mis amantesss. Ella claramente te subessstimó. —Batió
sus ojos con una sonrisa culpable—. Pero tienesss toda la razón, lo hice ¿cómo lo
dijissste? Volar tu tapadera. Sssimplemente essstaba haciendo mi trabajo. Sssi no
hacesss tu trabajo con Elsssina. las consssecuenciasss de essso son nefassstasss.

Finn la tomó del brazo y la llevó a varios metros de distancia.

—Tenemos que deshacernos de él.

Ella miró por encima del hombro, mirando a la serpiente con la misma sospecha.

—No me gustaría nada más, pero él sabe todo sobre el Libro de Fábulas. Podría
causar grandes problemas si quisiera. Yo digo que se quede para que podamos vigilarlo.

—Pero es una serpiente. —Su rostro se contrajo con disgusto—. Odio las serpientes.
Y me sorprende que no sientas lo mismo, especialmente porque él es casi un gusano
enorme.
Ella se estremeció.

—Las serpientes no son como esos tubos pegajosos de asquerosidad. Están secos y
suaves… y limpios.

Sithias asomó la cabeza entre ellos.

—Eso esss bastante correcto, soy impecable...

Finn le dio un puñetazo a la serpiente en la nariz.

—No tan cerca.

—¡Eso duele! —gimió, frotándose la nariz con la punta de la cola.

—Si vuelves a acercarte sigilosamente a mí, te lo prometo, te despellejaré por un


par de botas.

Fate se encogió.

—Eso es un poco duro, Finn.

—Estoy de acuerdo, Finn —agregó la serpiente.

—¡Es, señor, para ti! —Volvió su mirada acalorada hacia Fate—. Si supieras cómo
murió mi madre, lo entenderías.

—¿Fue mordida por una serpiente de cascabel en un viaje de senderismo por las
Montañas Rocosas?

La ira desapareció de su rostro.

Inmediatamente se arrepintió de haber hablado antes de pensar.

—¿Cómo puedes saber eso?

Ella dio un paso atrás.

—Yo, eh…

—Lamento mucho oír eso —interrumpió la serpiente, con sus ojos ambarinos
redondos con contrición—. Tenga la seguridad, señor, no soy venenosa.

Le lanzó a la serpiente una mirada mordaz.

—¿Te importa? Estamos hablando aquí. —Se volvió hacia ella—. Dime cómo lo
sabes.

La garganta de Fate se cerró alrededor de su voz. Finalmente tuvo la confirmación.


Era exactamente lo que había sospechado desde el momento en que lo vio. Simplemente
no había estado dispuesta a admitirlo. Incluso ahora le costaba creerlo. ¿Pero debería
decírselo? Una parte de ella quería confesarlo todo. Pero una parte mayor se resistió. No
le agradaría. ¿Quién podría?

En cambio, se encontró diciendo la primera estupidez que le vino a la cabeza.

—Yo… yo soy un poco psíquica. Recibo estos destellos, y luego puf, se han ido. Así
como así —dijo, chasqueando los dedos. Ella tragó saliva, bastante segura de que él no
aceptaría su tonta explicación.

Los hombros de Finn cayeron por la decepción.

—Entonces... eres psíquica.

Forzó una sonrisa.

—Esa soy yo, tu propia línea directa psíquica, aquí mismo.

—Ooh, a mí —dijo Sithias, emocionado—. Di mi fortuna.

Se volvió hacia la serpiente, realmente agradecida por la diversión.

—Claro, pero tendrás que esperar un relámpago —mintió, sabiendo que uno nunca
vendría.

—Essstaré contando los minutosss.

Finn la agarró del brazo.

—No vas a adivinar su fortuna, porque él no se quedará.

—No sseré ningún problema, lo prometo.

Finn se abalanzó sobre Sithias, quien esquivó el ataque zigzagueando fuera del
camino.

—Escucha, no confiamos en ti. Además de ser el espía de Elsina, podrías ser uno de
esos malditos exprimidores que se alimentan de cualquier cosa, desde cabras hasta
humanos. —Lo miró de arriba abajo—. Eres lo suficientemente grande para hacerlo.

Sithias se atragantó como un gato tosiendo bolas de pelo.

—¿Cabrasss? Humanosss? Qué absolutamente repugnante. Prefiero el jamón. La


ssseñorasssiempre me da de comer jamón dulce con miel.

Fate escondió una sonrisa detrás de su mano.

—¿Ves? Está domesticado, no hay nada de qué preocuparse.

—No me gusta —refunfuñó Finn.


Sacó su cuaderno.

—Oye, no sé tú, pero me encantan los espaguetis.

—No tengo hambre —dijo, todavía mirando a la serpiente con el ceño fruncido.

Ella lo dejó enfurecido y preparó una gran guarnición de jamón para Sithias y dos
tazones de espaguetis bañados en parmesano. La serpiente le agradeció profusamente.
Antes de comenzar a tragar su jamón entero, lo cual era asqueroso de ver, habló una y
otra vez sobre lo emocionado que estaba por sus próximas aventuras. Cuando
terminaron de comer, la serpiente le había encantado.

Incluso Finn parecía un poco menos hostil, la mirada oscurecida desapareció


mientras se ocupaba de colocar barreras protectoras alrededor del Libro de Fábulas.
Finalmente tuvo un momento para sentarse y mirarlo de verdad, ver sus acciones a
través de la lente de saber quién era realmente. Ahora tenía perfecto sentido por qué
colocó el polvo, que ella sabía que era hueso de pollo triturado y azufre, en los cuatro
puntos cardinales. Y reconoció la invocación que murmuró para dar poder a las
protecciones. Pero también sabía que era un montón de palabrerías.

El libro gigante desapareció de la vista.

Asombrada, Fate se puso de pie y se acercó a ella con la mano levantada.

Cuando sus dedos tocaron la superficie dura del libro, jadeó.

Finn se acercó a ella.

—Ahí, eso debería evitar que él meta la nariz en el libro. —Se quedó callado—. ¿Algo
malo?

Ella volvió a ponerse firme.

—No… solo estaba pensando que él también te vio poner las protecciones en su
lugar. Él sabe dónde está, al igual que nosotros.

Dejó escapar un suspiro frustrado.

—Lo sé, pero me tranquiliza haberlo hecho. Y él no es el único que me preocupa. No


necesitamos que el fae oscuro lo vea. Pero no debemos dejar a la serpiente sola con el
libro; todo lo que tiene que hacer es leer algunas palabras en voz alta y desaparecer con
él.

Luchando con la necesidad de mirar a Finn con asombro, miró a Sithias y al bulto
hinchado del tamaño de un jamón que le estiraba las escamas.

—No tenemos que preocuparnos por él en este momento. Es tan juguetón como
una ballena varada.
—Tal vez sea así —estuvo de acuerdo Finn—. Pero no podemos confiar en él cuando
vuelva a ser furtivo.

—Así que lo vigilaremos después de que salga de la granja. Hasta entonces,


echemos un vistazo y descubramos en qué parte de la historia estamos.

Él le dio un asentimiento reacio.

Tuvo que trabajar para mantener la sonrisa de asombro fuera de su rostro y se


alegró de que él estuviera distraído, o podría comenzar a hacer preguntas nuevamente.
Se volvió hacia Sithias.

—Vamos a explorar. Vuelvo en breve.

—Muy pronto, así que no es un asunto gracioso —advirtió Finn.

Sithias eructó. Sus ojos somnolientos se agrandaron con sorpresa y vergüenza.

—Esstoydemasssiado cansado para hacer otra cosa que no sea dormir. —Dejó caer
la cabeza sobre su abultado vientre.

Sonriendo a la serpiente, Fate le susurró a Finn—: Probablemente debería hacer


que su próxima comida sea más pequeña.

Frunciendo el ceño, se volvió para irse.

—Deja de mirarlo así.

—¿Cómo qué?

—Como si acabaras de traer a casa un cachorro callejero.

—Oh vamos. ¿Con qué frecuencia te encuentras con una serpiente parlante? Me
siento como el Dr. Doolittle.

—¡Tiene colmillos del tamaño de mis dedos!

Ella se rio, alcanzándolo.

—Deja de preocuparte. Ya sabes lo que dicen sobre los perros dormidos… así que
deja que este mienta.

—Eso es exactamente lo que me preocupa.


Capítulo 8
CAMINARON POR EL BOSQUE, BUSCANDO UNA CARRETERA O UN PUEBLO
cercano. Pero parecía como si se adentraran más en el bosque, la maleza densa de
zarzamoras. Había poco espacio para caminar sin enredarse en zarzas, que es
exactamente lo que le pasó a Fate. Esperaba la ayuda de Finn, pero él estaba parado allí
mirando al frente.

—Oye, estoy atascada —dijo, haciendo una mueca de dolor por las espinas
envueltas alrededor de sus piernas.

Mientras la sacaba con cuidado de la espesura, siguió mirando por encima del
hombro.

—¿Qué sucede contigo? Parece que esperas que el cielo se caiga.

Él agarró su mano, sosteniéndola con fuerza.

—No estoy seguro. Tengo la sensación de que hay algo escondido, mirándonos.

Aparte de los arañazos que le habían dado las espinas, no sentía nada. Pero eso no
significaba nada. Conocía demasiado bien las habilidades de Finn. Si dijo que algo estaba
mirando, entonces lo estaba.

—¿Escuchas eso? —ella preguntó.

Asintiendo, se llevó un dedo a los labios para quedarse callado y le indicó que lo
siguiera. Se situaron detrás de unos arbustos y se asomaron a través de las ramas.

Una joven de la edad de Fate llevaba una canasta de moras y cantaba. Sus dedos
estaban manchados de púrpura y llevaba un vestido hecho en casa remendado con
parches de tela al azar. Un trapo deshilachado sostenía su cabello cobrizo hacia atrás,
pero nada de esto estropeaba el brillo de sus ojos azules y el rosa de sus mejillas.

—Esa debe ser Mae —susurró Fate—. La historia ya está en pleno apogeo. Tenemos
que advertirle sobre el fae oscuro antes…

—Demasiado tarde. —Finn señaló las ramas arqueadas que se balanceaban a dos
metros por encima de Mae.

Las hojas crujieron cuando emergió una cara horripilante, su boca una amplia
sonrisa de colmillos curvados. No había nariz ni ojos de los que hablar, solo un gruñido
de carne amarillenta arrugada en un ceño malvado. Una red de venas palpitaba debajo
de la piel estirada sobre un cráneo bulboso. Cuatro brazos largos y vigorosos lo
empujaron más hacia la extremidad, revelando un torso demacrado. Su piel
membranosa se aferró a una caja torácica deformada y picos que sobresalían a lo largo
de su espalda. Desde su cintura se extendía una maraña de tentáculos largos y
retorcidos, que azotaban las ramas, permitiendo al monstruo descender lentamente
sobre su víctima.

Fate tembló. Nunca había visto algo tan espantoso. Su corazón latía de miedo
cuando el fae oscuro olisqueó la parte superior de la cabeza de Mae. Quería gritarle, pero
tenía que confiar en que la historia se desarrollaría como estaba escrita. Manteniéndose
quieta, contuvo la respiración cuando Mae se acercó sin mirar el festival de terror que se
avecinaba sobre ella. Mientras pasaba las manos por cada lado de sus repugnantes
rasgos, su expresión de confianza se transformó en una de sorpresa, incluso de
diversión.

Un silencio antinatural se había apoderado del bosque. Sin brisa, sin canto de
pájaros, sin zumbidos de insectos. Era como si todos los seres vivos de la zona, incluso
los elementos, se quedaran quietos mientras la mandíbula de la criatura se desquiciaba y
se ensanchaba hasta convertirse en unas fauces cavernosas y humeantes sobre la cabeza
de Mae.

Luego se rio. Su risa rompió el silencio, nítida y clara como una campana,
resonando en el aire con la pureza del deleite de un niño. Los pájaros se unieron en el
canto y el viento se soltó para silbar entre las hojas. El fae oscuro se quedó quieta y cerró
la mandíbula. Cuando Mae miró hacia arriba, la bestia retrocedió, desapareciendo entre
el follaje. El movimiento en las copas de los árboles marcó su rápida huida.

—Ew, eso es lo que Eustace llamaría más feo que una herida de guerra —dijo Fate,
con una mano en su corazón mientras comenzaba a respirar de nuevo.

—De acuerdo —dijo Finn, mientras salían de su escondite y caminaban hacia Mae.

Se dio la vuelta, una sonrisa expectante iluminó su rostro. Cuando los vio, pareció
decepcionada.

—¿Y tú quién eres? —ella preguntó—. Estoy seguro de que no eres mi amigo recién
hecho de estos bosques místicos.

Finn la miró con una sonrisa de agradecimiento.

—No, pero puedes considerarnos nuevos amigos de todos modos. Soy Finn, y esta
es Fate.

Fate trató de ignorar un incómodo pellizco en su estómago y saludó con la mano.

Mae hizo una reverencia.


—Encantada, estoy segura. Mi nombre es Mae of the Glen17.

—Encantado de conocerte, Mae of the Glen. —El acento escocés de Finn se hizo aún
más pronunciado en presencia de la cadencia irlandesa de Mae. Se acercó a ella—.
¿Quién estaba contigo antes de que llegáramos?

Una sonrisa iluminó su rostro.

—Ese era mi nuevo amigo. Debo decir que sin duda lo asustaste antes de que
pudiera echarle un vistazo. Él es tímido, es…

—Lamento llover sobre toda esta frescura irlandesa, pero le echamos un buen
vistazo a tu 'amigo' —dijo Fate—. Y no sería descrito como atractivo para nadie
bendecido con la vista.

Finn le lanzó a Mae una mirada de disculpa antes de susurrarle a Fate—: Un poco
de tacto, por favor.

—Podría haber dicho algo peor —susurró ella.

Se volvió hacia Mae, cuya sonrisa se había atenuado.

—Creo que lo que Fate quiere decir es que tu nuevo amigo te habría asustado si
hubieras visto cómo se ve.

Mae negó con la cabeza.

—Puede que no lo haya visto, pero sentí su rostro con mis manos. Me di cuenta de
que no es bonito a la vista, lo que significa que necesita mucho un toque amable y un
corazón amistoso.

El pellizco en el estómago de Fate empeoró cuando los ojos de Finn se llenaron de


admiración.

—Veo tu punto —dijo él, su tono suave, paciente—. Pero tenemos que advertirte
sobre algo, y no quiero que te asustes por lo que tengo que decirte…

—Oh, llorar en voz alta —intervino Fate—. Mae, esa cosa con la que te hiciste amiga
es un fae oscuro, y te va a aparecer como un hombre llamado Callum que quiere casarse
contigo. Pero si te casas con él, no te traerá los problemas habituales, como coquetear
con todas las caras bonitas con las que se encuentra o dejar que te enfrentes al peligro
por tu cuenta. Te traerá la muerte el día de tu boda.

Mae se apartó de ambos, haciendo una señal para protegerse del mal.

—¿Cómo sabes esto? ¿Ustedes son brujas que vienen a maldecirme?

17
Mae of the Glen: Traducción al español, Mae de la Cañada.
Finn le tendió la mano, pero ella siguió retrocediendo.

—No le deseamos ningún daño. Solo queremos ayudar.

Mae estudió a cada uno de ellos.

—Veo verdad y bondad en ti, Finn. Y aunque Fate es quisquillosa… —hizo una
pausa para examinar los jeans de Fate—, y nada menos que con ropa de hombre, estoy
segura de que hay bondad en el fondo.

—No soy quisquillosa. Irritable tal vez, pero no quisquillosa —refunfuñó Fate.

Finn le lanzó una mirada penetrante, que dolió, especialmente cuando le sonrió
cálidamente a Mae.

—No le hagas caso. Tiene buenas intenciones. Simplemente no es buena para dar
malas noticias.

Los ojos azules de Mae se abrieron con confianza.

—Creo que te preocupas por mi bienestar. Regresaré a casa con la intención de


rechazar a este Callum si muestra su rostro.

—Bien —dijo, abiertamente aliviado.

Ella se volvió para irse.

—Buen viaje, y que los buenos espíritus les sonrían a ambos.

El saludó.

—Y para ti.

Después de que se fue, Fate puso los ojos en blanco.

—Ugh, qué repugnantemente dulce. Como esos huevos de chocolate con una
sustancia viscosa blanca y una mancha amarilla desagradable en el centro. Los odiaba
tanto que le escribí al Conejito de Pascua para decirle que dejara de ponerlos en mi
canasta. Por supuesto, me enteré mucho más tarde de que debería haber estado
escribiendo a Cadbury18, pero entiendes el punto.

—¿Por qué debes ser así?

18
Cadbury: Es una empresa multinacional británica de alimentación, especialmente dulces,
confitería y refrescos con sede en la Ciudad de Westminster, Londres.
—¿De qué forma? —Sabía que estaba siendo una completa mocosa, pero no había
podido detener la palabrería una vez que comenzó. Se sentía desordenada y confundida
por dentro.

—Amargada por alguien que apenas has conocido. Mae es probablemente una de
las personas más sinceras con las que te encontrarás.

Su obvia decepción hacia ella irritó aún más a su mocosa interior.

—¿Sincera? Te das cuenta de que estás defendiendo a alguien que no es real. Nada
de esto lo es. Todo es una obra de ficción, aunque con efectos especiales increíblemente
buenos. Hollywood estaría por todo este lugar si lo supieran.

Su expresión se volvió feroz cuando la tomó de los brazos, casi levantándola del
suelo con su intensidad.

—Esto es tan real como parece, muchacha. Será mejor que lo entiendas o te
enfrentarás a una gran cantidad de problemas en el futuro.

Había miedo en sus ojos, el mismo miedo que había visto en los ojos de Eustace
cuando era pequeña y se perdía en el centro comercial. Odiaba causarle ese dolor a su
padre, y esto se sentía igual de malo.

—Sé que es real —dijo, incapaz de evitar que le temblara la voz.

Él la soltó.

—No sé por qué he estado en negación. Es difícil de creer, ya que no he hecho más
que escribir sobre este tipo de cosas durante años. Pero ahora que está aquí, y tú
también, no puedo evitar pensar que me he golpeado en la cabeza, que estoy soñando o
que simplemente estoy completamente loca.

Había comenzado a relajarse, pero sus cejas se arquearon, desconcertado.

—¿Qué quisiste decir conmigo también? ¿Hay algo que quieras decirme?

—Yo… yo me alegro de no estar sola en todo esto. Sé que hemos tenido un


comienzo difícil, pero estoy realmente agradecida de que estés aquí.

—¿Eso es todo?

Sus ojos rogaban por más. Ella bajó la mirada y asintió.

—Bien. Deberíamos volver, averiguar qué tenemos que hacer a continuación y


asegurarnos de que la serpiente se está portando bien —dijo, con voz ronca mientras se
alejaba pisoteando.
Fate lo vio irse, una sensación de malestar comenzando en la boca de su estómago.
Quería decírselo. Merecía saberlo. Pero sería un mal momento después de su insensible
comentario sobre Mae. Tendría que esperar un poco más.

***
Ellos viajaban en círculos.

El mismo tronco de árbol ahuecado apareció por cuarta vez. En su camino de


regreso, se habían topado con la temida arboleda de encinos retorcidos y ahora parecía
que no había forma de escapar de ellos.

Finn miró hacia arriba y frunció el ceño al ver sus ramas oscuras que se
entrelazaban sobre el cielo gris como tentáculos rígidos y nudosos.

—A pesar de que no hemos visto señales de que los árboles se muevan, no puedo
evitar sentir que seguimos siendo llevados aquí de alguna manera.

Fate suspiró aliviada. Finalmente, estaba hablando con ella de nuevo. Había estado
tan tensa y distraída por la tensión entre ellos que había olvidado que podía escribirlos
en el Libro de Fábulas. Ella comenzó a decirle cuando algo crujió bajo su bota. Levantó
el pie de una delgada rama blanca. De alguna manera se veía mal. Mientras se inclinaba
para recogerlo, su mirada siguió la frágil línea hasta una diminuta mano esquelética.
Empezó a sudar, respiró hondo mientras se tambaleaba hacia atrás.

Finn la rodeó, la ansiedad se reflejaba en su rostro. Ella lo siguió con rigidez


mientras él se abría paso entre los matorrales hacia un pequeño claro. Se volvió
abruptamente, con las manos en alto para evitar que ella siguiera adelante.

—No mires —dijo con la voz ahogada.

Fue muy tarde. Se quedó mirando la enredada pila de esqueletos esparcidos entre
la ropa desgarrada y ensangrentada y las pertenencias esparcidas. El terror y la tristeza
chocaron juntos. Reprimió un sollozo detrás de su mano cuando Finn la apartó, con
espinas desgarrándolos. Corrió a ciegas, viendo sólo los delicados huesos de la mano del
bebé, el relicario de una mujer, la muñeca rota de una niña, la ballesta rota de un
hombre.

Finn golpeó su espalda contra el tronco de un roble grueso, acercándola a él.

—Quédate quieta y muy callada —susurró.


Su tono la asustó. Ella se acurrucó cerca, sus brazos alrededor de su cuello, el
corazón acelerado, los pensamientos confundidos por el miedo. Un trozo de corteza se
movió justo por encima del hombro de Finn, como si algo estuviera empujando desde
abajo. Lo soltó, pensando que se sentía demasiado delgado y parecido al papel para ser
una corteza. Mientras colocaba la cosa de hojas marrones en su palma, las patas de
araña se desplegaron y una cabecita espantosa con rasgos casi humanos parpadeó ante
ella.

Sobresaltada, gritó y la arrojó.

En ese momento, todo sucedió de una manera terrible. Toda la corteza se


desprendió de los troncos de los robles circundantes, convirtiéndose en un enjambre
desorientador de duendes chillones. Se aferró a Finn, pero cuando los duendes chocaron
con ellos, ella se agitó y se apartó de él.

La tierra gimió con el sonido de las raíces arrancándose del suelo sólido cuando los
robles se unieron a la refriega. Terrones de tierra volaron por todas partes, una multitud
de ramas azotaron el aire.

Fate cayó y se puso a cuatro patas para escapar de las ramas de los árboles que se
retorcían. Duendes se arrojaron, desde todos los ángulos, tirando de su cabello,
arrancando mechones de su cuero cabelludo. Diminutas garras se aferraban a su rostro,
curioseando sus ojos, fosas nasales y boca hacia atrás, clavando en sus oídos.

El dolor y el terror se fracturaron en pura histeria. Su grito se mezcló con la


cacofonía mientras se giraba sobre su espalda, pateando salvajemente, golpeándose la
cara y los brazos para quitárselos. Entonces algo se deslizó alrededor de su cintura,
apretándola tan fuerte que pensó que sus tripas estaban aplastando su pecho. Cuando la
rama la levantó del suelo, vio a Finn atado en el árbol junto a ella, cubierto de duendes.
Su rostro estaba enrojecido y arañado.

Ella estaba estupefacta. La fábula no había especificado exactamente cómo


manipular árboles y duendes rabiosos.

Observó cómo los árboles volvían a enterrar sus raíces en el suelo. Los duendes de
repente se habían quedado en silencio, posándose en el círculo de robles. Todavía tenía
su parte de duendes arrastrándose sobre ella, tirando de su cabello, pellizcando y
pinchando su piel, pero con mucha menos intensidad. Ella se retorció, tratando de
encogerse de hombros. Otra rama se deslizó sobre ella, apretándose alrededor de su caja
torácica con tanta fuerza que apenas podía aspirar aire a sus pulmones.

—Deja de luchar… lo empeorarás... —advirtió Finn, que sufría de la misma falta de


aire.

En ese momento, los árboles se separaron, lo que permitió a un joven entrar en el


estrecho círculo de robles nudosos. Destacaba brillante y hermoso entre los bosques
grises y salvajes como una rosa cultivada. En el momento en que Fate lo miró, un calor
agradable se elevó bajo su piel, disipando su miedo y malestar.
Llevaba un abrigo largo de gamuza cepillada sobre un chaleco verde oliva,
pantalones color canela y brillantes botas de montar negras, pero era el brillo de su piel
bañada por el sol lo que la cautivaba. Mirarlo a los ojos era como sumergirse en
chocolate derretido. Plantó su pulido bastón en el suelo y se apoyó en él.

—Permítame presentarme. Soy Callum, señor y amo de estos bosques malditos.

El timbre plateado de su voz provocó un gemido involuntario de su garganta.

Callum los miró expectante.

—¿Y ustedes quiénes son?

Un escalofrío la recorrió durante una fracción de segundo, como si alguien hubiera


agitado las mantas, despertándola lo suficiente como para darse cuenta de quién era
antes de que volviera el calor somnoliento.

—Oh… él es el fae oscuro —le informó a Finn—. Y es malditamente hermoso.

—Gracias por compartir eso —dijo Finn, con la mandíbula apretada. Luego miró a
Callum—. Soy Finn McKeen.

Escuchar su nombre completo golpeó a Fate como un tren de carga, conduciendo la


verdad a casa como nada antes lo había hecho de ese mismo momento. Finn McKeen, el
nombre que había escrito una y otra vez durante los últimos cinco años.

—Realmente eres tú —dijo.

La mirada de Finn se posó en ella antes de volver a Callum. Pero en ese instante,
sus ojos ardieron con una desesperada necesidad de saber.

—¿Y tu nombre? —dijo Callum, devolviéndola a su mirada fascinante. Su voz envió


deliciosos escalofríos por su espalda, alejando sus pensamientos de Finn.

—Fate —ella graznó.

Callum arqueó una ceja.

—¿Fate19? Qué nombre tan apropiado para circunstancias como la tuya. —Se volvió
hacia los árboles y sus pequeños parásitos—. ¿No les parece?

Los robles retorcidos gemían, crujían y crujían mientras los duendes chillaban de
risa.

Callum se acercó a ella. Su aroma fluyó sobre ella como una suave brisa, una
mezcla con cuerpo de almizcle amaderado y especias de invierno.

19
Fate significa `Destino`
—Sí, queridaFate, definitivamente conocerás a tu tocayo muy pronto. —Agitó su
bastón hacia los árboles—. Sostén a estos entrometidos siempre y cuando mis mascotas
tengan que limpiar sus huesos.

El fae oscuro se rio entre dientes mientras se giraba para irse.

—¿Por qué no nos comes tú mismo? Mejor aún, te desafío a una pelea buena y
adecuada. ¡Solo tu y yo! —Finn llamó al regreso de Callum.

Callum se detuvo y luego se volvió hacia él.

—Tentador, pero no deseo manchar mi elegante atuendo con tu sangre. —Acarició


la solapa de su abrigo con ribete de zorro—. Mis hijos deben comer, aunque pasará un
tiempo antes de que recuperen el apetito. Acabamos de darnos un festín con toda una
familia. Debo decir que el bebé era un manjar poco común. —Se humedeció los labios
perfectos y se inclinó—. Debo irme ahora. Tengo mucho que preparar para mi boda. Ah,
y como le advertiste a Mae sobre mí, he decidido presentarme como Ennis. Ennis y Mae.
Tiene un bonito sonido, ¿no estás de acuerdo?

Finn luchó aún más, pero el árbol se apretó hasta que gimió de dolor. Callum
sonrió con satisfacción.

—Y creo que me casaré con ella a toda prisa. No es necesario que la encantadora
Mae tenga más tiempo para pensar en esas molestas semillas de duda que sembraste en
su mente.

El fae oscuro silbó una alegre melodía mientras un roble se alejaba a un lado, lo que
le permitía abandonar el círculo. Cuando el silbido se desvaneció, la agradable niebla en
la mente de Fate se despejó. El miedo se apoderó de ella. Su piel se erizó por la
hipersensibilidad. Sintió que cada duendecillo se enredaba en su cabello, se deslizaba
por su camisa, se subía por las piernas de sus pantalones con garras afiladas como agujas
pellizcando y rascando, incluso haciéndole cosquillas.

Recordó la pila de esqueletos. Tan pronto como los duendes tuvieran hambre,
también se los comerían. Un pánico sudoroso estalló. Ella se agitó contra sus ataduras,
desesperada por escapar. Las ramas se contrajeron aún más, aplastando su pecho.

—Vamos a… morir… como esa… ¡familia! —ella jadeó.

—Fate, mantén la calma —instó Finn—. Trata de quedarte quieta.

¿Cómo podía relajarse cuando no podía respirar suficiente aire? Con cada sollozo
hiperventilado que la recorría, se golpeaba las costillas contra las rígidas ramas.

—Sólo déjate ir —él dijo.

Frunciendo el ceño, lo miró, segura de que lo había oído mal. ¿Realmente quiso
decir lo que ella pensó que estaba diciendo? ¿Darse por vencida? ¿Morir? Pero ella ya no
pudo verlo. Las chispas flotaron a través de su vista atenuada. Tal vez sabía que era
mejor así, más misericordioso para caer en el olvido.

El dolor brotó dentro de ella. Todavía había tanto que quería hacer. Pero eso era
todo. El fin.

Mientras sus pulmones y su cerebro pedían oxígeno a gritos, una rugiente ola de
oscuridad la envolvió. Entró en pánico cuando sintió que se hundía en las
profundidades. Entonces aparecieron dos ojos verdes, una nariz rosada y una cara con
rayas anaranjadas. Era su gato, Oz, su mirada vigilante y digna. Él comenzó a ronronear,
un sonido que la recorrió como un poderoso tranquilizante.

Deja eso, le dijo Fate. Si me duermo, no volveré a despertarme nunca.

El rostro de Oz se desvaneció. Solo quedaron sus ojos.

Deberías tener mucha suerte, ronroneó. Desafortunadamente, estás destinada a


vivir. Así que duerme y disfruta de un poco de paz.

Con eso, sus pupilas se expandieron, eclipsando la luz de sus iris verdes y
sumergiéndola en un océano de nada.
Capítulo 9
FATE DESPERTÓ CON LA SENSACIÓN DE ESTAR CAYENDO. SU ROSTRO
chocó con la tierra húmeda. Desconcertada, se sentó, frotándose la tierra de su dolorida
mejilla. Miró a su alrededor justo cuando Finn salió de la niebla matutina que se
enroscaba entre los árboles.

Antes de que pudiera decir una palabra, le colocó la mano sobre su boca.

—Has un silencio de muerte. —susurró, levantándola del suelo.

Agarrándola de la mano, la condujo a través de los robles inmóviles. Duendecillos


dormidos se deslizaron de ella y aterrizaron en el suelo. Habiendo perdido su acogedor
lugar para dormir, algunos se despertaron, chillando alarmados mientras veían a su
desayuno irse.

Corrió a ciegas, dejando que Finn la guiara más allá de un borrón de árboles.
Mientras se abrían paso entre las zarzas, apenas sentía las espinas raspando sus manos y
rostro. Su atención estaba en el enjambre furioso y chillón de duendes que reunían
fuerzas detrás de ellos. Parecía que nunca dejarían atrás el estruendoso sonido, pero en
lugar de hacerse más fuerte, el ruido se desvaneció.

Se detuvieron sin aliento tan pronto como se dieron cuenta de que el enjambre
había abandonado la persecución.

Fate se tambaleó hasta un abedul inofensivo, aferrándose a él en busca de apoyo.


Tragando aire, miró a Finn con asombro.

—¿Cómo... salimos... de ahí?

Él se secó el sudor de la frente.

—Esperé hasta que los árboles se durmieron y me uní a ellos en sus sueños. Me
tomó toda la noche, pero finalmente pude convencerlos de que no tenían prisioneros, así
que relajaron sus extremidades.

A pesar de que sabía sin lugar a duda quién era él y lo que podía hacer, todavía lo
miraba, medio maravillada e incrédula.

—¿Estuve inconsciente toda la noche? —dijo, sacudiéndose fuera de ese estado.

—No, la mayor parte estuviste dormida.


—No hay forma de que pudiera haber dormido.

—Roncas... como un gatito, por supuesto.

—¿Qué crees que esté impidiendo que esos desagradables duendecillos nos
persigan? —dijo, apresurándose a cambiar de tema.

Él se encogió de hombros.

—No puedo estar seguro. Deben estar atados a los robles.

—Me encantaría tener en mis manos uno de esos pequeños pedazos de mier…

—Parece que tendrás esa oportunidad —Extendió la mano y arrancó uno de ellos de
sus rizos. Pellizcando las frondosas alas del duende entre sus dedos, balanceó su cuerpo
inerte entre ellos. O todavía estaba dormido, o débil por estar tan lejos del roble.

Ella se lo quitó, frunciendo el ceño a la criatura.

—Hola allí, pequeña bicho-cosita desagradable —dijo, su voz momentáneamente


cantarina—. Y yo pensaba que se suponía que los duendecillos eran lindos, brillantes, y
agradables.

Abriendo sus ojos redondos, el duende mostró sus colmillos y gritó.

Sobresaltada, lo dejó caer al suelo, levantando el pie para aplastarlo bajo su bota.

—Whoa, espera un momento —dijo Finn, agarrando su brazo y haciéndole perder el


equilibrio.

—¿Es en serio? Acabamos de estar en el menú del buffet de desayuno de todo-lo-


que-puedas-comer y tu pequeño amigo aquí estaba al frente de la fila.

—Esa es solo su naturaleza. No es nada personal.

—Lo fue para mí —argumentó ella mientras él se estremecía y se cruzaba de


brazos—. Si me parezco en algo a ti, soy laniña de un cartel de varicela.

Él se volvió y empezó a caminar.

Fate miró con preocupación sus hombros encorvados y el arrastre de su paso.

—¿Estás bien? Te ves un poco deprimido.

—Vaya, gracias.

—No, en serio ¿Pasó algo de lo que no me estás hablando?

Los músculos de su mandíbula se contrajeron mientras caminaba penosamente a


través de las delgadas zarzas.
—Fueron esos robles y las cosas con las que estaban soñando, era sangrientamente
inquietantes —Sacudió la mano con desdén—. Estaré bien. Mae es la que está en
problemas en este momento.

Ella tomó su mano para detenerlo y levantó su libreta.

—Recuperemos el transportador y asegurémonos de que el Libro de Fábulas esté


donde lo dejamos. Entonces podemos pensar en cómo vamos a ayudar a Mae. ¿Okay?

—Sí —dijo con un suspiro de cansancio—, suena como un plan, Scottie.


Transpórtame20

***
Sithias estaba enrollado frente al libro, leyendo sus enormes páginas cuando
llegaron.

La serpiente giró la cabeza por completo para mirarlos, una amplia sonrisa dejando
al descubierto sus colmillos.

—Ahh, finalmente han vuelto. ¿Qué fue tan terrible para que essstuvieran fuera
toda la noche? —Su tono de regaño se suavizó cuando vio lo arañados y golpeados que se
veían—. ¿En qué ssse metieron ussstedesss dosss?

Finn cargó hacia la serpiente.

—¡Maldito infierno! ¿Qué pasó con mis protecciones?

Sithias se echó hacia atrás con una expresión de dolor.

—Me preocupé, asssí que alteré lasss pequeñasss proteccioness que hicissste.
Primero traté de ver sssi habían cambiado la fábula, pero no había ningún menccción de
ussstedesss. Hasssta ahora esss el misssmo terrible final —Comenzó a hablar más rápido
y con creciente entusiasmo—. Luego, por puro aburrimiento, leí lasss otrasss fábulasss,
todasss menosss la última. Me essstaba preparando para leerla cuando llegaron.
Deberíansssaber que hay un elemento común en cada una. Sssossspecho que una
fuerzzza sssiniessstra trabaja detrásss...

—¿Y si el fae oscuro hubiera encontrado el libro? —interrumpió Finn, sus ojos
enrojecidos y enloquecidos mientras miraba a la serpiente—. Pero supongo que estabas
pensando que te irías con el gran libro mucho antes de que eso sucediera.

20
."Beam me up, Scotty", en español “Transpórtame, Scotty” o “Teletranspórtame, Scotty”, es
una frase encontrada originalmente en la serie de televisión "Star Trek", pero que ahora se usa
como respuesta para confirmar que estás listo para lo que se te pida
Sithias se desenrolló con el sombrero en la cola, su cabeza gacha.

—Esss verdad. Sssí leí algunasss de lasss palabrasss en vozzz alta. Sssolo para
probarlasss, essso sssí —Su mirada preocupada se movió entre ellos.

Formando un puño, Finn golpeó su otra mano.

—Lo sabía.

—Pero todavía essstoy aquí —le recordó Sithias—. Parecccería que sssolo uno de
ussstedesss dosss puede transssportarnosss de una fábula a la sssiguiente.

Finn se volvió hacia Fate.

—¿Ves? No se puede confiar en él.

Deslizándose más cerca, la serpiente los miró con ojos redondos y llorosos.

—Pueden confiar en mí. Lo prometo. Inclussso sssi hubiera sssido capazzz de leer
mi camino fuera de aquí, habría regresssado por ussstedesss.

—Sí, creo en eso como creo en el viejo San Nick21.

Fate trató de ignorar las grandes lágrimas de cocodrilo de la serpiente.

—Finn, al menos sabemos que no tenemos que preocuparnos de que él o cualquier


otra persona se lleve el libro. Yo digo que le demos una oportunidad más.

Finn parecía listo para discutir, pero el cansancio se había apoderado de él. Se
desplomó contra un árbol, sus ojos cerrados.

—Bien, estoy demasiado destrozado para molestarme con él de todos modos.

—Oh, graciasss, ssseñorita. No ssse arrepentirán.

—Una oportunidad —advirtió ella—. Si haces algo, tanto como estornudar mal,
usaré mi libreta mágica para escribir sobre ti flotando en el espacio profundo.

Asintió con un tímido aleteo de sus alas.

—Lo entiendo, ssseñorita. Ambosss tienen mi eterna lealtad.

Finn se deslizó hasta el suelo.

21
San Nicolás, cuyo nombre significa "protector y defensor de los pueblos", fue tan popular se
le han consagrado en el mundo más de dos mil templos. Por haber ayudado tanto a los niños,
en su fiesta se reparten dulces y regalos a los infantes, y como en alemán se llama "San
Nikolaus", lo empezaron a llamar Santa Claus
—Necesito una hora para pegar el ojo.

Escribió una gran carpa de lona con dos suaves camas adentro, un cuenco de agua
caliente y algunas toallas tibias para limpiar sus heridas.

—Acuéstate —dijo, dejando a Sithias afuera. Lo guió a una cama. Él se derrumbó en


ella—. Mientras duermes, iré a casa de Mae y advertiré a su padre sobre lo que se
avecina.

Su frente se arrugó con preocupación.

—No, si el fae oscuro está ahí, volverás a caer bajo su hechizo. Necesito estar
contigo. No es seguro. La última vez que te fuiste sin mí, casi consigues que te maten.

Ella le secó la barbilla mordida por los duendecillos con un paño húmedo.

—Cierto, pero me las arreglé para escapar.

Él hizo una mueca.

—Eso arde.

—¿Quién es el bebé grande ahora?

Una sonrisa traviesa se formó en sus labios.

—Si soy el bebé, ¿significa que recibiré un beso de buenas noches? —murmuró.

El corazón de Fate se aceleró ante la mención de un beso. Él lucía tan débil y


vulnerable, y absolutamente irresistible. Ella sonrió. Finn McKeen... en carne y hueso.
Increíble.

Se inclinó lo suficiente para sentir el calor de su aliento contra su boca. Cerrando


los ojos, esperó su beso, el beso que había imaginado un millón de veces, pero sabía que
nunca podría suceder.

Segundos pasaron.

Abrió los ojos. Él estaba profundamente dormido. Ella se apartó, sintiéndose tonta
y más decepcionada de lo que tenía derecho.

—Damas y caballeros, les doy otro momento digno de vergüenza en la vida y los
tiempos de Fate Floyd —murmuró. Poniéndose de pie, miró fijamente su rostro
angelical, luego se inclinó—. Dulces sueños, Finn McKeen —le susurró al oído. Ella se
quedó allí, ansiosa por mordisquearle el lóbulo de la oreja.

La boca de él se curvó en una leve sonrisa mientras se giraba, abrazando su


almohada.
Ella retrocedió. Si se quedaba más tiempo, realmente podría portarse mal.
Utilizando cada gramo de fuerza de voluntad, se obligó a alejarse y rápidamente salió de
la tienda.

Capítulo 10
SITHIAS ESTABA ESPERANDO FUERA DE LA TIENDA.

—Tengo una idea, ssseñorita. Como te han dicho que te quedesss aquí, pensssé que
podría ayudarte a essscribir un final felizzz para esssta fábula. Sssiendo un essstudiante
del corazón, me consssidero un poco como essscritor. He incursssionado en un poco de
poesssía, pero princccipalmente obrasss…

—En primer lugar —interrumpió—, Finn no es mi jefe —Tirando de la puerta de la


tienda hacia atrás, asomó la cabeza en el interior para ver si él todavía estaba
durmiendo. Estaba inconsciente, pero una expresión inquieta, casi febril, había
reemplazado la mirada pacífica que había tenido hace solo un momento—. Supongo que
debería quedarme. Estoy un poco preocupada por él —Ella miró a la serpiente con
curiosidad—. Está bien, lo intentaremos. Pero primero, tengo que lavarme un poco de
corteza de duendecillo.

Podría haberse limpiado en un instante, pero decidió sumergirse en un baño


caliente para poder relajarse. Posteriormente, trató sus rasguños, mordeduras y
moretones, peinó su cabello lavado y se vistió con ropa limpia. Luego escribió una taza
de chocolate caliente, un bolígrafo, hojas de papel y una cómoda silla con respaldo alado.
Sithias se sentó en la almohada de seda que le proporcionó.

Una vez que estuvo sentada cómodamente, mantuvo el bolígrafo listo para escribir.

—Está bien, ¿por dónde deberíamos empezar? Voto por traer a un príncipe para
que mate al hada oscura y se case con Mae.

Sithias inclinó la cabeza y tocó su barbilla con la punta de su cola.

—Hmmm, no essstoy ssseguro de que essso coincccida con el propósssito de la


hissstoria.

Ella arqueó una ceja con sorpresa.

—¿Oh, de verdad? ¿Y cuál crees que es el propósito?


—Bueno, sssi tuviera que arriesssgarme a adivinar, sssería unir a essstosss dosss
persssonajesss inverosssímilesss y experimentar la alegría de la transssformaccción del
fae ossscuro hecha posssible por el amor de la dulccce Mae.

Fate se atragantó con su bebida, cambiando rápidamente su expresión de


sorprendida a indiferente.

—Eso está muy bien y todo si escribes por escribir. Pero para que lo sepas, ese fae
oscuro es una obra malvada. No creo que haya suficiente dulzura en una persona para
transformar ese monstruo en algo digno de confianza.

—¿Exactamente qué passsó ahí fuera?

—El hada oscura hizo que sus malvados robles nos mantuvieran prisioneros
mientras un enjambre de duendecillos nos comía y se echaban una siesta sobre nosotros
—Un escalofrío la recorrió mientras se llevaba una mano a las doloridas costillas—. Si
Finn no hubiera soñado con esos árboles y los hubiera engañado para que nos dejaran ir,
seríamos un montón de huesos como esa pobre familia que encontramos.

Sithias parecía horrorizado.

—Oh, qué terriblemente atrozzz. No esss de extrañar que parezzzcasss una


apicultora dessspuésss de un mal día de trabajo. Bueno, el fae ossscuro sssimplemente
debe morir. Ahora bien, vamosss a dissscutir cómo vamosss a llevar sssu villaníaa un
final maravillosssamente desssastrossso.

Trabajaron durante varias horas, riéndose de las historias tontas que estaban
inventando antes de decidirse por aquella en la que se sentían más seguros.

Fate miró lo que habían escrito.

—Seguro se siente bien ser quien hace que las cosas sucedan por una vez.

—Sssí, de hecho.

Ella respiró hondo.

—Está bien, estoy lista si tú lo estás.

Sithias hundió su sinuoso cuello en una reverencia real.

—Empiezzza a recccitar nuessstra elocuente prosssa. Te lo assseguro, los


aplausssosss ssserán ensssordecccedoresss.

Fate se aclaró la garganta y comenzó—: Antes de que el fae oscuro pudiera


alcanzar a Mae y presentarse en forma humana, Fate intervino llamando al Dios de los
Bosques, ese sabio y gentil espíritu que es la savia dentro de las raíces y cuyo rostro
ancestral asomaba a través de cada rama y hoja del mundo. El Hombre Verde se
levantó de su lecho de tierra para restaurar el robledal maldito al orden natural y
bendecir a Mae con una abundante cosecha cada temporada durante toda su vida.

Ella levantó la mirada del texto.

—Bueno, suena como un final feliz para mí: no más faes malvados y alimentos
gratis de por vida. Pero ¿cómo sabremos cuando esté hecho? No hay forma de que vuelva
a esa arboleda para ver si funcionó.

—¿Quizásss nuessstro final felizzz ha sssido recccién entintado en lasss páginasss


del Libro de Fábulasss? —preguntó Sithias.

Fate saltó de la silla.

—Brillante, mi querido Sithias. Echemos un vistazo, ¿de acuerdo?

Un profundo estruendo desgarró repentinamente la tierra.

Ella tropezó mientras las raíces se desprendían del suelo como una cuerda
enterrada. Sithias le rodeó la cintura con la cola antes de que ella cayera.

El bosque circundante parecía torcerse y doblarse hacia adentro, con un horrible


crujido y derrumbe de madera. Luego, la tierra se hinchó varios metros por delante de
ellos, convirtiéndose en un montículo de arbustos y raíces enmarañados. Un nudo
retorcido se abrió paso a través de la espesa vegetación, formando un rostro feroz e
perturbador y unos ojos verdes que brillaban con una luminiscencia espeluznante.

Fate y Sithias se congelaron en su lugar mientras dos manos enormes de raíces


retorcidas atravesaron el suelo, levantando una cabeza y un torso gigantes de la tierra
rota. El olor a tierra saturó el aire mientras el gigante se elevaba cada vez más hacia
arriba, elevándose sobre ellos unos buenos treinta metros, derramando tierra y hojas
sobre ellos.

Y gusanos.

Fate ahogó un grito frenético detrás de su mano.

Sithias apretó su agarre sobre ella, su cabeza serpenteando más cerca mientras
siseaba en voz baja: —Quédate quieta, ssseñorita. No queremosss llamar atenccción
innecccesssaria. Puedesss gritar todo lo que quierasss una vezzz que él ssse aleje para ir
trasss el fae ossscuro.

Ella trató de aplastar el terror construyéndose en su interior. Temblando, se quedó


quieta, con los ojos cerrados con fuerza. Entonces algo se deslizó de su cabello y aterrizó
en su pecho, frío, húmedo y retorciéndose. Chillando, se apartó de Sithias, golpeándose
para quitarse el gusano de la piel. Salió volando, aterrizando a unos pies de ella.

Aliviada de liberarse de él, Fate levantó la mirada, solo para ver una mano
descomunal llenando su campo de visión.
***
Finn se despertó sobresaltado, empapado en sudor cuando el grito espeluznante de
Fate rasgó la oscura tela de sus pesadillas. Sintiendo el terror de ella como si fuera suyo,
saltó de la cama y salió corriendo de la tienda, con el corazón latiendo con fuerza en su
garganta. Patinó hasta detenerse cuando vio a un gigante hecho de tierra y vegetación
dar un enorme paso y desaparecer de la vista con Fate apretada en su nudosa mano.

Se arrodilló, agarrando la tierra suelta esparcida alrededor del campamento. Cada


músculo dentro de él se tensó con miedo mientras empujaba sus sentidos hacia la tierra.
En cuestión de segundos tocó al gigante. La mera enormidad de su presencia y la vasta y
antigua sabiduría habitando la totalidad de su ser era tan abrumadora que tuvo que
romper la conexión. Era un elemental, uno de los Antiguos de los que le había hablado
su abuelo. Al menos él conocía el Habla Oscura, el lenguaje secreto de los Druidas que
hablaba a los elementos de la naturaleza.

Finn levantó la mirada con lúgubre sorpresa mientras Sithias salía de su escondite.

—¿Ella invocó al Hombre Verde?

Aún mudo por la conmoción, Sithias asintió.

—¿Por qué?

—Para dessstruir al fae ossscuro y ressstaurar el equilibrio del bosssque.

Finn negó con la cabeza.

—No, el Hombre Verde ve a Fate como el desequilibrio en el orden natural del


bosque.

—Pero ¿cómo puede ssser essso?

—Porque aquí no hay ningún desequilibrio. El fae oscuro está aquí para proteger un
portal entre mundos. Cualquier intruso que perturbe este lugar debe sufrir las
consecuencias.

Los ojos de Sithias se agrandaron.

—¿Sssabesss todo esssto por tocar la tierra?

—Eso, y mi conexión persistente con el robledal —dijo Finn, curvando sus manos
en puños mientras las monstruosas visiones de las que había despertado regresaban
rápidamente. No podía soportar la idea de Fate volviéndose parte de esas pesadillas—.
Tengo que llegar a ella ahora.
—Puedo llevarte —ofreció Sithias—. Por sssupuesssto, implicará algo de contacto.

Finn miró las escamas de marfil de la serpiente y la fuerte ondulación de los


músculos que se movían debajo. Su piel se erizó de disgusto. —Si eso es lo que se
necesita—refunfuñó. Cerrando los ojos, se tensó contra la serpiente enrollándose
alrededor de su cintura. Mientras Sithias se levantaba del suelo, apretó con fuerza, el
movimiento hacia arriba tan rápido que le sacó el aire de los pulmones.

Vio cómo el suelo se encogía debajo de él. Mientras rozaban las copas de los
árboles, vio al Hombre Verde elevándose sobre el árido robledal, mirando hacia Callum.

—Bájame ahí.

—Pero señor, esstarássssumamente sssuperado en número.

—Solo hazlo.

Sithias se abalanzó hacia abajo y lo dejó caer.

Aterrizó cerca de Callum, sobresaltándolo.

—No sé cómo escaparon ustedes dos, pero me complace que hayan regresado para
que podamos terminar lo que comenzamos.

Finn se agachó en el lugar.

—He venido a ayudarte a ganar el corazón de Mae a cambio de la vida de mi


hermosa dama —Se arriesgó a echar un rápido vistazo hacia arriba, su estómago
retorciéndose cuando vio la mirada salvaje de desesperación en el rostro de Fate.

Callum rió, al igual que sus duendecillos y los siniestros robles.

—Qué tonto. ¿Por qué necesitaría tu ayuda? Ya he enviado la dote de Mae. Su padre
me ha dado su mano y ella ha aceptado casarse conmigo esta misma noche.

Finn le dedicó una fría y conocedora sonrisa, una mirada que interrumpió la
sonrisa confiada de Callum.

—Eso puede ser, pero alguien ahí verá a través de tu falso velo y te reconocerá por
el horrible monstruo que realmente eres.

La sonrisa de Callum se volvió rígida.

—Tu vida está en peligro —continuó Finn—, al igual que la de Mae.

La furia brilló sobre el rostro del fae oscuro.

—¿Quién se atrevería a dañar a Mae?


—Nadie más que tú —dijo Finn con frialdad.

Callum arremetió con su bastón, la rabia torciendo su rostro.

Apartándose del camino, Finn se puso de pie de un salto.

—Atrápenlo —rugió Callum, su voz un gruñido sobrenatural.

Antes de que Finn pudiera moverse, una rama se deslizó y lo agarró.

Escuchó el grito de Fate desde arriba, pero mantuvo la mirada fija en Callum y
entregó su mensaje.

—No dejes que Mae te haga ninguna promesa, o tú a ella... además de la del
matrimonio.

La expresión asesina de Callum palideció, traicionando reconocimiento y miedo.

—¿Qué promesas?

El árbol apretó su agarre, aplastando su pecho. Apenas podía conseguir suficiente


aire para hablar.

—Que su corazón... latirá solo... por ti siempre y cuando... nunca mates a otro ser
vivo.

El fae oscuro se acercó a él.

—¿Y qué crees que pasaría si se intercambiaran esas promesas?

—Ambos morirán.

Los labios de Callum se crisparon.

—Esos votos fueron pronunciados anoche. ¿Cómo puedes saber lo que nos
susurramos el uno al otro? ¿Eres un hechicero?

Finn echó la cabeza hacia atrás, mirando hacia donde Fate luchaba contra el agarre
inamovible del Hombre Verde.

—Si tú... nos dejas ir a ambos —jadeó, su cabeza cayendo flácida—, entregaré... lo
que tú y Mae necesitan... para vivir una vida larga y feliz... juntos.

Callum vaciló.

Finn pudo verlo luchando con sus pensamientos. Después de su conexión infernal
con los árboles, sabía muy bien de qué carnicería era capaz el fae oscuro. No era de los
que se rendían ante demandas de ningún tipo.

El momento se estiró en una tortuosa duda.


Por fin, Callum señaló al roble y al Hombre Verde.

—Libéralos.

El árbol lo soltó. Finn cayó al suelo, sus costillas ya magulladas con un dolor
insoportable mientras tomaba bocanadas de aire. Levantó la mirada, esperando ver a
Fate siendo bajada, pero el Hombre Verde no se había movido.

—No obtienes nada hasta que Fate sea liberada —dijo, poniéndose de pie.

Callum se volvió hacia el gigante, hablando en un idioma que cargó el aire con un
poder crepitante. Finn reconoció una similitud con el Habla Oscuro, sugiriendo que el
idioma antiguo tenía las mismas raíces.

Mirando al fae oscuro, el Hombre Verde habló. Su voz retumbante encarnaba el


terrible desgarro de los árboles y el profundo rugido de una avalancha rocosa, un sonido
que retumbó en el pecho de Finn y comunicaba el mensaje de los Antiguos como una
flecha que atravesando su corazón: La humana debe morir.

El miedo nubló el pensamiento de Finn, doblando sus rodillas. Cayó al suelo,


atormentado por su incapacidad para salvar a Fate. No podía imaginarse estar sin ella.
De repente supo que ella siempre había estado con él, parte de sus sueños hasta el
momento en que ella salió de ellos para estar frente a él en carne y hueso.

El amor se apoderó de él, despejando la niebla del miedo.

Mirando al gigante, gritó en Habla Oscura, suplicando al antiguo espíritu que la


perdonara.

El Hombre Verde inclinó su enorme cabeza, pero no respondió.

Finn se aferró a la tierra, vinculándose directamente con el ser colosal, un


movimiento que podría aplastarlo como un insecto bajo su enorme pie.

El Antiguo miró de vuelta en la mente de Finn, una mirada penetrante que dejó al
descubierto su alma con descuidado abandono. La violación era angustiante y, justo
cuando pensó que no podía soportarlo más, la tortura terminó abruptamente. Solo un
vago y portentoso mensaje flotaba en el fondo de su maltratada mente, uno que se
desvaneció en el momento en que lo agarró, pero lo dejó con una persistente sensación
de perdición.

Con la conexión cortada, Finn supo que no había podido salvarla. El miedo
corriendo por sus venas era ensordecedor. Su entorno se volvió borroso detrás de cálidas
lágrimas cegadoras mientras el dolor destrozaba su corazón. ¿Cómo soportaría el dolor
de la muerte de Fate? Seguramente lo mataría.

Movimiento onduló detrás de sus lágrimas, una figura con jeans a cuadros azules y
suéter gris de rombos. Incapaz de creer lo que estaba viendo, Finn se secó los ojos
mientras luchaba por incorporarse. El rostro de Fate entró en su visión mientras corría
hacia él, su cuerpo chocando con el de él. Él la agarró, enterrando su rostro en el
perfume de sus suaves rizos. Ella envolvió sus brazos alrededor de su cuello, apretándolo
como si nunca lo fuera a soltar. El rápido latido de su corazón contra su pecho lo inundó
de alivio. Estaba en casa de nuevo.

—Ahora que ustedes tortolitos están reunidos, me gustaría atender mi problema —


dijo Callum con impaciencia.

—¿Tengo tu palabra de que nos dejarás ir sanos y salvos después de darte lo que
necesitas? —Finn dirigió la pregunta a Callum, pero estaba mirando alrededor por el
Hombre Verde. El Antiguo se había ido, habiendo dejado un enorme montón de raíces y
arbustos en su lugar.

—Mi palabra de honor —dijo Callum, con una ligera inclinación de cabeza.

—¿Cómo podemos confiar en él? —susurró Fate.

Sin apartar los ojos de Callum, Finn presionó sus labios contra el oído de ella.

—Dame el glamour de la ninfa del mar y escribe nuestro escape.

Ella echó la cabeza hacia atrás, preguntándole con una mirada de ¿te-has-vuelto-
loco?, pero hizo lo que le dijo y sacó el glamour de su bolsillo. Finn arrojó el collar de
perlas y coral a Callum mientras Fate escribía en el pequeño cuaderno.

—¿Qué es esto? —preguntó Callum.

—Un glamour poderoso. Nadie será capaz de ver lo que realmente eres, ni siquiera
tú —explicó Finn.

Callum parecía decepcionado.

—¿Esta es nuestra salvación?

—Lo es, si decides usarlo.

—Tendré que probarlo primero antes de permitir que cualquiera de ustedes...

—Hora de leer, amor —dijo Finn.

Con un asentimiento, Fate leyó las palabras y los devolvió al Libro de Fábulas.

Fate se tambaleó por la sensación vertiginosa del cambio repentino de la arboleda


derritiéndose y el campamento materializándose en su lugar. Estaba temblando, la
adrenalina por el terror absoluto había desaparecido. Se sentía temblorosa, como si sus
huesos se estuvieran volviendo papilla. Se aferró a Finn en busca de apoyo, saboreando
la sensación de seguridad de su brazo envuelto alrededor de su cintura y la dulce colisión
de calor y nervios arremolinándose entre ellos.
Sithias estaba a varios pies del suelo frente al Libro de Fábulas, su cola dejando
caer preciosas hojas.

—¡Oh, graccciasss a Diosss! —dijo cuando los vio. Aterrizó en una espiral, luciendo
inquieto—. ¡La hissstoria ha essstado cambiando en lasss páginasss cada pocosss
minutosss! Ha sssido un desssordenintrigante y confussso a ssseguir. Essstaba a punto
de leer cómo essscaparon, pero aquí essstán.

Finn la soltó y pisoteó hacia la serpiente.

—Lo sabrías de primera mano si te hubieras quedado, o incluso posiblemente


ayudado.

Sithias le dio una mirada de lástima.

—Nunca he sssido un gran luchador, másss un amante sssi lo doy a conocccer.

Fate vaciló en su lugar. La aguda punzada de separación que sintió cuando Finn
quitó su brazo la sorprendió.

—No hay tiempo para discutir, ustedes dos —suspiró, repentinamente exhausta a
medida que la tensión se evaporaba—. Solo lee el final para nosotros, Sithias.

La serpiente asintió con entusiasmo, haciendo un gran espectáculo aclarando su


garganta y tarareando algunas notas de prueba como si se estuviera preparando para
cantar.

—Lee —dijo Finn, cruzando los brazos.

—Oh, de acuerdo —dijo Sithias, su entusiasmo disminuyendo un poco, pero aún


habló con mucho melodrama cuando comenzó a leer—. Para ocultar sssu verdadera
forma, Callum usssó un poderossso glamour creado por la hija de Possseidon y ssse
casssó con la encantadora Mae. Ayudó a sssu padre a crear una granja próssspera y
conssstruyó una gran mansssión para sssu nueva esssposssa, sssu familia y losss
diezzz hijosss que tendrían. Callum usssó sssu magia para curar y ayudar a otrosss. El
rey ssse dio cuenta y le otorgó un título noble con una generosssa cantidad de bienesss.
La magia de Callum y la bondad de Mae ssse esparcccieron por toda la tierra y el reino
prosssperó durante cccincuenta añosss.

Sithias los miró.

—Esssto sssuena prometedor...

—Sigue leyendo —dijeron ambos.

—Sssucccedió que a finalesss del invierno de la vida de Mae, Callum, que sólo
parecccía envejecccer, ssse vio obligado a verla marchitarssse y morir. Cuando colocó
sssu cuerpo en la tierra, sssusss lágrimasss hicccieron que una sssuave manta de
musssgo verde esssmeralda con floresss blancasss en forma de essstrella ssse
extendiera sssobre sssu tumba. Con el corazzzón roto, Callum ssse dessspidió de sssusss
hijosss ya crecccidos y nietosss. Regresssó a losss roblesss malvadosss, donde essscuchó
losss murmullosss malignosss de losss roblesss y duendecillosss. Con un movimientode
sssu brazzzo, ssselló el portal entre mundosss y quemó la arboleda y duendecillosss con
un fuego blanco purificador. La nube de cccenizzzasssssse convirtió en una ráfaga de
pájarosss, mariposssasss y sssemillasss de floresss. Callum abandonó el bosssque, para
no ssser visssto nunca másss. Sssin embargo, ssse dijo que ssse podía ver una figura
borrosssa de pie sssobre la tumba de Mae durante la hora del crepússsculo, en essse
momento fugazzz en que la luzzz y la ossscuridad ssse convierten en uno.

Sithias resopló, secándose las lágrimas.

—Ah, un final realmente conmovedor.

—Tenías razón, Sithias —dijo Fate—. El amor verdadero realmente transformó al


fae oscu…

—Ustedes dos son malditamente suertudos de que la historia haya salido bien —
dijo Finn, sorprendiéndolos a ambos con su tono brusco—. Convocar a una fuerza como
el Hombre Verde fue audaz e imprudente.

Su repentina ira la sacudió.

—¿De quién fue la idea en primer lugar?

—Mía, ssseñor —confesó Sithias, sus ojos parpadeando con remordimiento.

—No, fue idea mía —dijo Fate, sin querer darle a Finn más razones para odiar a la
serpiente—. Investigué mucho sobre el Hombre Verde cuando escribía sobre... bueno, ya
sabes, mis historias.

Finn dejó escapar un suspiro de cansancio y frustración.

—Pensé que habías entendido lo cuidadosa que debes ser con las Palabras de
Creación.

—Lo sé. Mi error —murmuró. Moviéndose incómodamente, miró al suelo—.


Debería haber esperado hasta que todos estuviéramos de acuerdo sobre qué hacer.

Él tomó su mano, obligándola a mirarlo.

—¿Tienes idea de lo cerca que estuviste de morir? —dijo, dolor nublando la ira en
sus ojos.

Viendo lo afectado que estaba la asustó de nuevo. A pesar de lo aterrorizada que


había estado tan solo diez minutos antes, nunca creyó realmente que fuera a morir. El
concepto era demasiado irreal, sin mencionar todo lo demás que había sucedido desde el
momento en que ella llegó al libro. Pero Finn parecía saber exactamente cuán grave
había sido su situación. El miedo la invadió mientras pensaba de nuevo en ello. Los
moretones y las mordeduras de los robles y los duendecillos no eran nada comparados
con el agarre aplastante de los dedos nudosos y espinosos del Hombre Verde. Sus
piernas y cintura aún dolían. Se estremeció, dándose cuenta de que el Gigante Verde no
tan Alegre la habría aplastado si Finn no lo hubiera detenido.

—Solo quería ayudarnos a llegar a casa —susurró.

—Lo sé —dijo Finn, su expresión suavizándose—. Y estamos mucho más cerca.


Podemos pasar a la siguiente fábula sabiendo que esta es un trabajo bien hecho. Solo
prométeme que no harás nada así de precipitado de nuevo.

—Juro que no lo haré —le aseguró. Ni una sola vez se le había ocurrido que las
Palabras de Creación pudieran volverse contra ella de esa manera. Usarlas para conjurar
las necesidades básicas era una cosa. Escribir cualquier cosa de importancia real era otra
completamente diferente. Nunca las volvería a usar tan descuidadamente. La próxima
vez podría hacer que mataran a todos.

La decepción se derrumbó sobre ella. Aquí estaba ella con el poder de reescribir
destinos, pero como siempre, su cruel homónimo seguía siendo el que dirigía el
espectáculo, demostrando que no tenía el control de su vida y nunca lo tendría.
La reina de los duendes
En una época en la que los humanos vivían débilmente entre los pliegues de un
mundo salvaje y mágico, había una niña llamada Glenna. Para alguien tan joven,
llevaba la carga de alimentar y cuidar a su madre enferma. Una enfermedad del
corazón se había apoderado de la mujer, haciendo que sus ojos estuvieran apagados y
su mente fuera una niebla. El mayor deseo de Glenna era que su madre volviera a estar
bien, ya que se consumía con el paso de los días y Glenna temía lo peor.

Una mañana, mientras vendía fardos de leña en el mercado, Glenna divisó una
colorida caravana. Unas señoras de piel oscura con ojos brillantes y brazaletes de oro
bailaban a su alrededor. Señalaron la puerta dorada de la caravana y le dijeron a
Glenna que su deseo más profundo se cumpliría si se atrevía a entrar.

Por algún medio mágico, el interior de la caravana se hizo más grande que el
exterior. En medio de muchas riquezas había una mujer con velo. Sacó un cuchillo,
diciendo que necesitaba cortar un mechón de pelo de Glenna para adivinar el deseo que
le concedería. En el momento en que sostuvo las hebras de lino en su mano, supo que la
madre de Glenna estaba enferma. Habló de una copa de oro que lloraba gotas de agua
curativa. A todo aquel que bebiera de la copa se le concedía buena salud y larga vida.
Pero los duendes del pantano habían robado la copa a sus creadores y la mantenían
oculta en su turbio reino.

Los duendes del pantano eran difíciles de encontrar, le dijo a Glenna, ya que
trasladaban su reino una vez cada trece lunas cabalgando por las corrientes de los ríos
subterráneos hasta encontrar un espino en flor. Allí vivían bajo sus raíces, minando la
fuerza vital del árbol hasta que se marchitaba. Cuando llegaba la primavera, el reino
se desplazaba en busca de otro espino. Al encontrar un nuevo árbol, la tierra se abría
para revelar sus aguas sucias durante un día, el momento perfecto para arrebatar la
copa.

La única forma de encontrar este lugar era seguir a la escurridiza voluntad del
duende hasta su ubicación. La mujer le dio a Glenna una botella de cristal en la que
debía capturar la voluntad del duende cuando encontrara el pantano. Le explicó que
los duendes tenían debilidad por las cosas brillantes y le enseñó a Glenna a utilizar el
receptor de luz para atraerlos a la superficie.

Ansiosa por ayudar a su madre, Glenna se dio la vuelta para marcharse. Pero la
mujer con velo la detuvo, diciendo que había un precio por conceder su deseo. La niña
ofreció todo el dinero que había ganado en el mercado. La mujer se negó. Su precio era
el cáliz, para poder devolver la copa de curación a su legítima dueña. Glenna aceptó
encantada, pero las meras palabras no fueron suficientes para la mujer. Enrolló el pelo
de Glenna alrededor de una pequeña ramita tomada de un roble maldito y pronunció
un misterioso conjuro para atar el acuerdo para toda la eternidad.

Glenna regresó a su casa, susurrando garantías a su madre enferma mientras la


alimentaba y la bañaba. Aquella noche, tras la puesta de sol, estuvo pendiente de la
voluntad de la brizna. Por suerte, vio una chispa brillante que danzaba cerca de los
límites del bosque. Corrió tras la luz que se adentraba en el bosque hasta llegar a una
colina. En su cima había un espino floreciente. Bajo las nudosas raíces del árbol, un
pantano cubierto de musgo supuraba dentro de una profunda grieta.

Pronunciando las palabras mágicas que le habían dado, Glenna capturó la


voluntad de la brizna dentro de la botella y colgó la luz centelleante sobre la superficie
del pantano. El agua turbia ondulaba y espumaba con una multitud de cabezas
viscosas. Horribles caritas con ojos saltones y sonrisas lascivas la miraban, mientras
unos dedos enjutos se aferraban a la luz embotellada. Pero ella la mantuvo fuera de su
alcance, diciendo que sólo la cambiaría por la copa de oro.

Los duendes del pantano se retorcieron y susurraron entre ellos antes de volver a
hundirse en el fango. Momentos después, regresaron con una copa reluciente. Ansiosa
por cogerla, Glenna la extendió. Pero esta vez los duendes se contuvieron, diciéndole
que sólo podría poseerla durante una noche y un día. Su precio era el receptor de luz,
además de otra cosa.

Sus ojos pálidos y saltones bebieron su piel lechosa y sus delicadas facciones.
Habían pasado demasiadas lunas desde que contemplaron una belleza tan intacta. Se
sintieron movidos a convertirla en su reina, pues todos habían sido humanos alguna
vez, y ella había despertado esos tenues recuerdos.

Glenna no tenía intención de convertirse en la reina de unos indignos ladrones y


sólo quería cumplir su acuerdo con la mujer con velo. Así que hizo una promesa vacía
de ser su reina y corrió a casa tan rápido como sus pies pudieron llevarla. Una gota de
la copa hizo brillar los ojos apagados de su madre. Unas cuantas gotas más la hicieron
saltar de la cama y, para cuando salió el sol, ya estaba barriendo los suelos y
deleitando a Glenna con sus historias como solía hacerlo.

Glenna le contó a su madre cómo había encontrado la copa con la ayuda de la


mujer con velo, pero no dijo nada de su falsa promesa a los duendes del pantano. Su
madre sacó un medallón de plata y lo colocó en el cuello de su hija como muestra de su
amor, luego le dijo que entregara la copa a la mujer al amanecer y que saldara la
deuda.

A la mañana siguiente, cuando Glenna abrió la puerta de su casa, un pantano


viscoso se extendía a su paso. Una luz azul-verdosa brillaba en su centro y ella cayó
rendida. Arrodillándose, permitió que una serie de manos verdes y resbaladizas la
arrastraran hacia el pantano.

Aunque el agua llenó sus pulmones, no se ahogó. La luz hechizante la había


cambiado. La arrastraron hacia las profundidades hasta un palacio resplandeciente de
inusual belleza y la sentaron en un trono de raíces tejidas con incrustaciones de perlas
y conchas. Luego le colocaron una corona de delicadas espinas de pescado sobre la
cabeza y le cubrieron los hombros con un manto de algas esmeralda. Extrañamente,
Glenna acogió con agrado el frío contacto con su piel y disfrutó del olor a tierra
podrida y pescado.

Se había convertido en la nueva reina de los duendes. Mientras contemplaba su


espléndido reino, una sombra cayó sobre el pantano. Levantó la vista y vio un rostro
vagamente familiar que la miraba. La reina duende subió a la superficie. La madre de
Glenna soltó un grito de horror cuando vio el medallón de su hija en el cuello de un
horrible duendecillo. Invadida por un delgado remanente de amor, la reina se acercó a
ella, pero la madre de Glenna le devolvió el golpe con una escoba. El odio hacia los
humanos se encendió en el corazón de la reina mientras se hundía en el fango y sellaba
la tierra. El reino se desprendió y se alejó.

En ese momento, lo que quedaba de Glenna se desvaneció para siempre. Como


reina, centró su atención en encontrar al ladrón que había robado la copa de oro
forjada por los duendes del pantano hacía eones. Sin embargo, sería una persecución
interminable, pues la mujer velada se escondía bajo la protección del relicario robado
del cabello de Glenna atado a un trozo de roble maldito.

En cuanto a la madre de Glenna, estaba condenada a vivir una vida larga y


saludable, en la que lamentaría para siempre el asesinato de su querida hija a manos
de un despiadado duende del pantano.
Capítulo 11
VISIONES DE DUENDES FAMILIARES, UN CASTILLO RESPLANDECIENTE EN
la oscuridad y el rostro afligido de una madre se hicieron añicos ante los ojos de Fate.
Los fragmentos se convirtieron en una nube arremolinada de letras antes de que la
súbita negrura se tragara los últimos fragmentos brillantes de un mundo imaginado. Un
rayo blanco se desdibujó en su línea de visión y parpadeó cuando Sithias se enfocó.

Él le sonrió.

—¿Sse siente mareada, sseñorita?

Finn apartó la cabeza de la serpiente y la estabilizó.

—Sí, un poco mareada, —aceptó ella—pero prefiero eso a la sensación de que me


reorganicen los órganos.

Finn asintió.

—Este salto pareció más fácil que el anterior, para variar.Aunque tu serpiente, aquí,
no sintió ni una pizca de incomodidad. —Ambos miraron a Sithias.

La serpiente hizo una especie de encogimiento de hombros con sus alas.

—¿Qué puedo decir?Soy resssissstente.

—Qué suerte tienes—gimió Fate.

Sus alas cayeron.

—Pero qué hisstoria tan trisste fue essa. El dolor de la pérdida de un padre ess
realmente dessgarrador.

—Tan triste como que un niño pierda a sus padres —dijo ella, con la mirada puesta
primero en el bosque circundante, repleto de finos abedules, y luego en Finn. Él miraba
atentamente, sus ojos verdes ardiendo de preguntas. Ella sabía que él estaba listo para
volver al momento en que lo había reconocido. Su estómago se apretó en una bola de
nervios. Apartó la vista, mirando al cielo sombrío. El frío del invierno permanecía en el
aire, pero algunos árboles empezaban a florecer con hojas que salían de los brotes.
Temblando, se aferró a sus brazos.

Acercándose por detrás, la rodeó con sus brazos. Parecía irradiar calor sólo para
ella. Con la barbilla apoyada en su hombro, le susurró—: Sé que tienes algo que decirme.
Ella comenzó a inclinarse hacia él, pero se detuvo. ¿Seguiría sintiendo lo mismo
por ella después de escuchar lo que tenía que decir?

Finn levantó la voz para Sithias.

—Pero primero nos vendría bien algo caliente para abrigarnos.

Sithias plegó sus temblorosas alas cerca de su cuerpo tubular.

—Estoy de acuerdo, hace bastante frío. Me encantaría una manta de lana para
acurrucarme.

—Enseguida—dijo, liberándose a regañadientes del abrazo de Finn.

Dos abrigos y una manta aparecieron a los pocos segundos deleer las descripciones
en voz alta. Cuando le entregó el abrigo a Finn, éste se lo agradeció con una anticipación
tan abierta a sus noticias que casi se le rompe el corazón.

—Sugiero que hagamos una misión de exploración antes de planear el final de esta
fábula. —Le guiñó un ojo para hacerle saber que planeaba tenerla a solas—. Pero primero
necesito una buena limpieza. —Le arrancó un gusano aplastado de la manga—. Y tú
también.

Ella tuvo una arcada cuando vio el repugnante cadáver.

—Un baño no puede ocurrir lo suficientemente pronto—dijo, anotando


rápidamente algunas palabras en su cuaderno: Finn y yo estamos duchados y limpios de
pies a cabeza, y vestidos con una muda nueva.

Mientras sentía la sensación de frescura y brisa de su piel limpiándose en un


instante, se rio de Finn, que tenía la cara de asombro de alguien que ha sido tocado de
forma inapropiada.

Se pasó la mano por su ropa impecable.

—¡Eso es perverso! Y un poco inquietante. No te aprovecharás de eso, ¿verdad?

Ella le dedicó una sonrisa traviesa.

—Sólo cuando me conviene.

Sonriendo, le cogió la mano y la llevó detrás de él.

—Vamos, bruja. Hay un arroyo por allí. Digo que lo sigamos para ver si hay alguien
viviendo cerca. Sin duda será Glenna si mi suposición es correcta. —Se detuvo y se volvió
hacia Sithias—. Quédate junto al gran libro y mantenlo a salvo.

Ya acurrucado bajo su manta, la serpiente asomó la cabeza sorprendida.


—¿Y qué voy a hacer yo sssolo? ¿Mover la cola?

—Lo que sea que le ponga mantequilla a tu galleta—respondió Finn.

Mientras seguían el arroyo, parecía contentarse con caminar en silencio durante un


rato. Fate habría disfrutado del paseo tranquilo, pero estaba demasiado nerviosa para
relajarse. Estaba segura de que él la presionaría para que hablara en cualquier momento,
pero se equivocaba. Divisó entre los árboles una cabaña de barro destartalada y aceleró
el paso.

La paja del tejado en forma de cono necesitaba desesperadamente ser reparada, y


las paredes de barro redondeadas se estaban desmoronando en lugares que dejaban
huecos por los que se filtraba el frío cortante. Un duro invierno de fuertes nevadas había
roto las ramas de los árboles circundantes y el deshielo primaveral había hecho que el
suelo se convirtiera en barro.

Se acercaron a la puerta y llamaron. Se oyeron ruidos en el interior antes de que la


puerta se abriera para revelar un ojo cauteloso que los miraba.

—¿Qué es lo que quieren?—preguntó la voz temblorosa de una joven—. No tenemos


nada de valor para tomar.

—No queremos nada —le aseguró Finn—, salvo ofrecer un servicio a cambio de algo
de comida y unas noches de refugio contra el frío.

Fate le miró sorprendida, sin poder ocultar su objeción a su improvisado plan.

—Es lo primero que se me ocurrió—susurró por un lado de suboca.

La puerta se abrió más. Glenna estaba ante ellos, pálida ydelicadamente


deshuesada, con grandes ojos color avellana y el pelo liso recogido en una larga trenza
bajo un pañuelo azul de tartán. Se alisó el vestido desarreglado y los invitó tímidamente
a entrar.

Un cálido fuego ardía en un pozo profundo en el centro de la cabaña redonda con


una gran tetera colgando sobre las llamas. Abrazando las paredes curvas había una larga
repisa de tierra cubierta de pieles, mantas y una miríada de cestas tejidas, ollas y
utensilios. La madre enferma de Glenna yacía cerca del fuego en un lecho de paja. Su
respiración era agitada y sus ojos hundidos estaban cerrados al mundo.

Cuando se sentaron junto al fuego, se presentaron mientras Glenna servía agua


caliente de la olla humeante en tazas y espolvoreaba corteza de canela en cada una.

—He visto la paja nueva en la puerta. Puedo arreglar el tejado por ti, y hay grietas
en las paredes que podría parchear fácilmente —ofreció Finn.

—Oh, bendito sea. Eso sería muy bienvenido—dijo Glenna con los ojos redondos.
Su tímida mirada se dirigió a Fate.
—Y Fate puede zurcirte los calcetines o coser algo para ti—añadió.

Glenna parecía abrumada.

—Muchas gracias a los dos.

—Es un placer. —Finn dejó su taza y se levantó—. Será mejor que volvamosy
recojamos nuestras pertenencias. Volveremos pronto.

Glenna sonrió alegremente.

—Y tendré algo de pan y caldo esperando a su regreso.

—Oh, no te tomes la molestia. En realidad, podríamos tardar un rato. Es una larga


caminata—dijo Fate, dirigiendo una mirada punzante a Finn.

Después de que se fueron, ella caminó rápidamente a lo largo del arroyo,


deteniéndose después de que estuvieran a una buena distancia de la cabaña.

—Escucha, no puedo dormir sobre esas pieles infestadas de pulgas. Llámame loca,
pero no me gustan los sarpullidos asquerosos.

La decepción se movió en los ojos de Finn.

—Nunca me imaginé que fueras una snob.

Su crítica picó y ella se levantó para defenderse.

—No lo soy. Pero si hay una opción, me quedo con el algodón egipcio y un edredón
de plumas de ganso con una deliciosa menta de chocolate en mi almohada limpia y
crujiente.

La miró con la cara desencajada.

—Vale, eso no ha sonado tan justificado como se suponía —suspiró—. Adelante,


coróname como Reina del Snobismo.

—Muy bien, Su Majestad. —Él esbozó una sonrisa—. Sé que dormir en la cabaña de
Glenna es poco atractivo, pero es sólo por una noche. El tiempo suficiente para que nos
aseguremos de que no vaya sola a esa caravana. —Volvió a mirar la cabaña de barro—. Es
demasiado joven para llevar el peso del mundo sobre esos pequeños hombros.

Parecía atormentado por la situación de la joven. Fate se dio cuenta de que estaba
pensando en su propia infancia cargada. Una ola de culpabilidad subió a la superficie.
Quiso huir de ella, negar que fuera responsable de su dolor. Pero no podía seguir dando
la espalda a la verdad. Tenía que confesar lo que sabía antes de que pasara un minuto
más. Si no lo hacía ahora, nunca lo haría.

—Finn, necesito decirte algo.


Él cambió su mirada hacia ella, una nueva mirada de preocupación en sus ojos.Una
repentina sensación de pérdida la golpeó, como si algo le fuera arrancado del pecho. ¿La
miraría de la misma manera después de que se lo contara?

—¿Se trata de lo que has estado esperando para contarme?—preguntó él, con una
expresión esperanzada, pero cada vez más preocupada.

Ella asintió con la cabeza, incapaz de hablar, con la garganta apretada por el
miedo.Él se acercó a ella y le rozó los dedos con los suyos.

—Vamos, amor. Me tienes atado con mil nudos preguntándome de qué va esto.
Estaba tan seguro de que iba a ser bueno, pero ahora se siente mal. —Dejó escapar un
suspiro que sacudió todo su ser—. Puede que sea demasiado pronto para decir esto...
pero hay un vínculo poco común entre nosotros. Una conexión como ninguna otra, como
si te conociera de toda la vida. —Le pasó un dedo por el corazón—. Y puedo sentir lo que
pasa ahí dentro. La mitad de las veces no sé dónde empiezas tú y dónde acabo yo.

Se calló, su mirada penetró profundamente.

—Me estoy ahogando en ti, Fate.

Sus rodillas se debilitaron de anhelo. Todo lo que quería hacer era entrar en sus
brazos y decirle que sentía lo mismo. Pero el miedo la había vuelto plomiza. Ella era la
única que sabía por qué ambos se sentían así, y por mucho que quisiera que fuera de
verdad, el amor no tenía nada que ver con ello.

Cuando su silencio se prolongó, la frustración rozó la vulnerabilidad que él le había


dejado ver. Su rostro se cerró.

—Di algo—dijo él, con voz ronca.

Las lágrimas quemaron sus ojos.

—Finn, te he estado buscando durante mucho tiempo, tratando de encontrarte en


la cara de todos los tipos que he conocido, pero nunca te he encontrado... hasta ahora.

Sus cejas se dispararon, incrédulo.

—¿Esto es un problema?

Ella se separó de él, inclinando la cabeza hacia el cielo.

—Dios, ¿cómo puedo decir esto?

Extendió la mano, su voz suplicando—: Fate…

—No te va a gustar lo que tengo que decirte —le advirtió ella, con la mano levantada
para evitar que se acercara más—. Y yo no te gustaré, porque de alguna manera
extrañamente cósmica, esto es culpa mía.
Él la miró fijamente con una mirada de total desconcierto.

—¡No eres real, Finn!—gritó ella—. Eres un personaje que inventé cuando tenía
doce años. Fuiste el primero. Te creé mucho antes de escribirMagic Brew. Y nunca dejé
de escribir sobre ti... no podía. Eres mi mejor obra y la historia que debería haber sido
publicada. Has sido un amigo querido y constante para mí durante los últimos cinco
años. Siento haber tardado tanto en reconocerte.

De repente, un copo de nieve cayendo al suelo hubiera sido ruidoso.

Finn se quedó clavado en su sitio, con la cara congelada por la


incredulidad.Empezó a hablar rápidamente. Todo lo que había retenido se derramó sin
control.

—Lo sé todo sobre tu terrible infancia... porque me lo he inventado. Después de la


muerte de tu madre, tu padre empezó a beber, hasta el punto de que perdió su trabajo y
tuviste que empezar a buscar en los callejones de los restaurantes para poder comer.
Luego, cuando tenías trece años, el padre de tu madre vino y te llevó con él a Escocia,
donde descubriste que eras descendiente de un largo linaje de druidas.

Ella pudo ver cómo la sangre se drenaba de su rostro. Cuando por fin habló, su voz
llegó en un ronco susurro.

—Nunca le conté a nadie lodel callejón. A nadie. —Su cuerpo se puso rígido, su
expresión oscura mientras negaba con la cabeza—. No, no te creo.

—Sé que parece una locura—dijo ella, sintiéndose mal del estómago mientras el
dolor le marcaba las líneas de la cara—. Yo tampoco podía creerlo. Pero había
demasiadas pistas.

—Esto no es posible—insistió él.

Ella dio un paso. Todo su ser se extendió, queriendo reconfortarlo.

Le apuntó con el hombro, mirando hacia el arroyo, dondeburbujeaba alegremente


bajo los espesos bancos de maleza. Unos minutos más tarde, se volvió hacia ella, con el
pelo en los ojos y la boca en una línea sombría.

—Dime qué hay en mis bolsillos—dijo, fijando su mirada en el suelo—, aparte de lo


que ya has visto.

—No necesitamos...

—Sólo dime—gruñó él.

Ella dejó escapar un suspiro tembloroso.

—Bien, tienes una pipa de arcilla y una bolsa de cuero llena de mezcla sagrada, una
piedra redonda y plana con un agujero natural en su centro que encontraste en la Isla de
Skye, y una flauta de madera que tu abuelo hizo para ti. Y… llevas una cinta de raso
blanco que tu madre llevaba en el pelo. Solía oler como su champú de lilas.

Contuvo la respiración cuando Finn reconoció la horrible verdad. Su mirada


torturada se clavó en ella durante un largo momento, y su boca se curvó en una línea de
dolor que se clavó en su corazón.

Por fin se movió y, sin decir una palabra, pasó junto a ella.

Mientras Fate lo veía desaparecer entre los abedules, el mundo entero se volvió
sombrío e invernal.
Capítulo 12
FINN NO TENÍA MANERA DE PROTEGERSE DE LA AVALANCHA DE
emociones que se agitaban en su pecho como si fueran animales salvajes que luchaban
por salir. Si no estaba aturdido por el shock o la incredulidad, estaba furioso. Le habían
arrancado el mundo de cuajo. Ya no sabía quién era, ni siquiera qué era. Toda su vida era
una mentira, la ensoñación de una niña de doce años aburrida.

No importaba cuántas veces se lo pasara por la cabeza, la negación gritaba en sus


venas, nervios y huesos. ¿Cómo podía no ser real? Respiraba, sangraba, tenía hambre,
amaba. ¿Y qué había de su familia? ¿Sus amigos? ¿Ninguno de ellos existía?

Apretó los nudos como si estuviera estrangulando a alguien, atando lo último de la


paja en el techo derretido de Glenna. Las manos le escocían por los arañazos hechos por
la paja dura y las ampollas le cubrían las palmas de las manos de tanto tirar de la cuerda.
Agradeció el dolor, así como el trabajo físico. Necesitaba algo en lo que volcar su rabia.

Saltó del tejado, con sus botas salpicando barro por todas partes. Mientras corría
hacia el cubo de mortero junto a la puerta, se detuvo. Fate estaba dentro con Glenna. Se
puso en cuclillas junto al cubo, removiendo la mezcla con un palo mientras escuchaba su
conversación.

—No sé qué habilidad tienen con la aguja de zurcir. Mi propio trabajo es sólido,
pero no bonito, así que no seré exigente con tu mano de obra—dijo Glenna—. Espero que
no sea más de lo que es justo... es que casi todo lo que tenemos está desgastado.

—No, esto está bien. Haré lo que pueda—respondió Fate. Había una clara nota de
humildad en su tono.

Finn recogió el pesado cubo, echando un vistazo al interior de la cabaña mientras


pasaba por la puerta. Glenna estaba agradeciendo a Fate con un abrazo. La expresión de
sorpresa en el rostro de Fate se tornó triste cuando lo vio pasar. Agachó la cabeza y
siguió caminando.

Estaba extendiendo mortero sobre una vena de grietas profundas cuando Glenna
salió.

—Me voy a recoger leña al bosque y luego al mercado con mis fardos—dijo con una
sonrisa.

Dejó la paleta.

—¿Qué tal si voy al mercado contigo? Puedo llevar la carga.


Los ojos de Glenna se abrieron de par en par con asombro y agradecimiento.

—Volverépor ustedes cuando haya terminado mi trabajo—dijo, y se marchó.

Finn la vio partir, y una oleada de compasión hizo retroceder la angustia que la
corroía por un breve momento. Era tan pequeña, tan sola y vulnerable. Sacando su
cuchillo, se acercó a la entrada de la cabaña y rayó varias marcas protectoras en la pared
de arcilla. Mientras se retiraba sintiendo una pizca de satisfacción, una pregunta
insidiosa se abrió paso en sus pensamientos. ¿Era Glenna real? ¿Estaba desperdiciando
sus esfuerzos y preocupaciones en un personaje de cartón que sólo representaba
emociones humanas?

¿Pero quién era él para juzgar?

La rabia volvió a invadirlo, quemándole las entrañas como si hubiera tragado ácido.
Cerró la hoja y volvió a meter la navaja en el bolsillo. Agarrando la paleta, golpeó las
paredes con violencia. Ya no sabía qué pensar. Todo lo que había aprendido a lo largo de
su vida, todas sus creencias, no significaban nada. Todo eran tonterías inventadas,
palabras sin sentido en un papel...

—¿Son marcas Ogham? —preguntó Fate, sacándolo de suspensamientos.

Se quedó paralizado durante un segundo, luego se recompuso y continuó


rellenando las grietas.

—Deberías saberlo—dijo sin mirarla. Ella se quedó callada un momento. De reojo


pudo ver cómo tocaba la pared. Apretó la mandíbula para no decirle que lo dejara en
paz.

—Si no recuerdo mal, estos invocan a los abedules, serbales y fresnos cercanos para
que actúen como guardianes protectores—dijo ella, con un tono dubitativo.

—Es aliso, no fresno, pero tienes razón en lo demás—refunfuñó.

—No reconozco el del fondo.

Todavía apretando los dientes, respiró profundamente.

—Es mi nombre druídico. —En cuanto lo dijo, se sintió tonto. Todas las pruebas e
iniciaciones por las que había pasado para que la Orden le diera un nombre que reflejara
su alma no habían ocurrido en realidad. También se lo había inventado. No había nada
que le perteneciera.

Un trozo de hielo se formó en la boca del estómago al darse cuenta de una verdad
aún más aplastante. Si no era real, eso significaba que no tenía alma.
De repente, ella estaba a su lado, con su mano presionando su brazo en un intento
de detener sus frenéticos movimientos mientras golpeaba el mortero en una profunda
grieta de la pared. Su piel se enrojeció con el calor de su contacto, acelerando su pulso.
Dejó caer la paleta en el cubo y se quedó mirando.

Cada célula de su cuerpo respondió a la presencia de ella, aumentando sus


sentidos. La compasión de ella lo inundó, mezclándose con su agitación y nublando su
mente con confusión. Odiaba esta aguda sensibilidad que tenía a cada una de sus
emociones.

—Finn, lo siento mucho —dijo ella, con la voz temblorosa.

La brisa jugaba con su pelo, haciendo fluir su aroma sobre él. Puro cielo. Tragó
saliva mientras la sangre le recorría con fuerza y rapidez. Levantando la cabeza, se
encontró con su mirada. El rostro de ella se iluminó, con un rubor rosado en sus
mejillas. La esperanza rodeó sus ojos y abrió la boca para hablar.

Él la hizo callar con el dedo en los labios. Sin poder apartar la mirada ni pronunciar
una palabra, se quedó mirando la sensual curva de su labio inferior. Quería culparla de
este infierno en el que estaba metido, pero ahora que estaba a su lado así lo único que
quería era besarla. ¿Cómo podría hacerlo? Era un maniquí, hueco y falso. Cualquier
derecho que tuviera a declarar sus sentimientos por ella como un hombre había
desaparecido para siempre.

Un débil gemido llegó desde el interior de la cabaña.

Agradecido por la interrupción, Finn la rodeó y entró. Agazapado junto a la madre


de Glenna, palpó su frente y se sumergió en su mente con sus sentidos. Un horrible
escalofrío le subió por el brazo, quitándole la vida mientras una sensación fría y marchita
viajaba hacia su corazón. Apartó la mano de un tirón.

—Está a punto de morir—dijo mientras Fate se arrodillaba a su lado—. Tienes que


usar las Palabras de Creación para salvarla.

Fate dudó, la preocupación se agitó en sus ojos.

—Pero dijiste que teníamos que tener cuidado. No puedo escribir cualquier cosa. ¿Y
si vuelve a salir mal? Con mi suerte podría convertirla en un zombi... o en un bicho raro
muy sano pero deforme.

—Necesitamos la copa—dijo—. Al menos sabemos que funciona.

Sacó el cuaderno de notas.

—Tal vez pueda escribirlo y evitar obtenerlo de la mujer con velo por completo.

—Sí, vale la pena intentarlo.


Movió las caderas para sentarse. Su pulso se aceleró en respuesta, un fuego que se
extendió a través de él mientras ella se lamía los labios y golpeaba el pequeño lápiz
contra su barbilla. Al bajar la fiebre, respiró entrecortadamente mientras ella escribía. El
pequeño pliegue de concentración entre sus cejas y la lengua que recorría su labio
superior derrumbaron su muro de ira ladrillo a ladrillo.

—Muy bien—dijo por fin, con cara de satisfacción. Él dejó escapar un suspiro de
alivio mientras ella continuaba.

—Como no sé cómo es la copa, he intentado describir su esencia lo mejor posible.


Cruza los dedos para que funcione—dijo ella, y luego leyó el pasaje en voz alta—: Forjada
por las pálidas y delgadas manos de los duendes de los pantanos hace muchos años,
surgió una copa de oro. La copa tenía una forma y una belleza tan grandes que lloraba
gotas de rocío de gracia y curación para cualquier labio que besara su brillante
calidez. Es mi deseo que esta copa mágica desaparezca del reino de los duendes y
aparezca aquí, en mi mano abierta, para curar a los necesitados.

Finn escuchó, embelesado por la poética descripción, su voz era un bálsamo para
su torturada psique. Al pronunciar la última palabra, una niebla azul verdosa se
arremolinó alrededor de su mano y se convirtió en una gran copa dorada. Fate jadeó de
sorpresa y la dejó caer por la repentina pesadez. Se precipitó hacia delante, evitando que
cayera al suelo.

Estudió las espirales trenzadas de la copa y su profundo pozo con incrustaciones de


nácar. Las gotas de agua caían sobre el pálida abulón y se acumulaban en la copa. Miró a
Fate, hechizado y asombrado. Sus pensamientos, sus palabras, habían llegado al éter y
transportado esta obra de arte hasta sus manos. Su corazón se abrió y se llenó de
admiración. Se preguntó si las palabras que ella había utilizado para describirlo eran tan
hermosas.

Durante un fugaz segundo se sintió en paz por ser su creación. Pero el amargo
resentimiento que rozaba la superficie se abrió paso, haciendo añicos esta frágil
aceptación. Todo había cambiado. Él nunca sería igual a Fate. Ella era la sustancia. Él
era una brizna de humo.
Capítulo 13
POR UN CAMINO ÁSPERO Y POCO TRANSITADO QUE CONDUCÍA A LA
aldea de Glenna corría una caravana tirada por caballos de vivos colores. El asiento del
conductor estaba vacío, pero los caballos galopaban como si fueran impulsados por el
cruel látigo de un conductor acosado. Dentro de la caravana, la mujer con velo estaba
sentada sobre sus cojines de seda. Los caballos eran controlados únicamente por su
voluntad. Ella sabía que la copa de oro había aparecido en el mundo. Llevaba siglos
buscándola, pero siempre había ido diez pasos por detrás de los siempre esquivos
duendes del pantano.

El paso del tiempo y la búsqueda incesante de lo que pertenecía a su pueblo la


habían despojado de su vitalidad juvenil, convirtiéndola en algo indescriptible. Sólo la
copa le devolvería la fuerza y la juventud. Pero ahora, otra persona estaba bebiendo las
aguas restauradoras de esa preciosa copa. Esto la torturaba sin remedio. No sabía con
quién estaba tratando ni cuánto tiempo tenía antes de que los duendes reclamaran la
copa una vez más.

Decidida a tenerla esta vez, azotó su látigo psíquico e impulsó a los exhaustos
caballos con una velocidad aún mayor.

***
La angustia que Fate había causado a Finn la atormentaba incluso más que la rabia
que irradiaba hacia ella. Si pudiera volver atrás y no decir nunca una palabra sobre sus
orígenes, lo haría sin dudarlo. Pero no había forma de deshacer la campana. Algo se
había roto entre ellos. Nada podía arreglar eso.

Mientras inclinaba la copa sobre los labios agrietados de la enferma, se dio cuenta
de que tenía las manos arañadas, la sangre seca sobre las marcas visibles de su miseria.
Ella se había ofrecido a escribir las reparaciones por él, pero él se había negado. Ver su
dolor tan claramente expuesto le dolía como nada que hubiera conocido antes. Si sólo
hubiera guardado su secreto.

La madre de Glenna volvió en sí. Miró a Finn y luego a Fate, con los ojos llenos de
miedo y confusión.

—¿Quiénes son ustedes? ¿Dónde está mi hija?—Finn le explicó rápidamente el


acuerdo que habían hecho con Glenna.
Mientras ella luchaba por levantarse, él dejó la copa en el suelo y la ayudó a
sentarse. Ella miró las ropas recién limpiadas y remendadas, las mullidas pieles y las
mantas de lana que Fate había conjurado antes. Pasando la mano por la suave alfombra
de piel de oveja que ocupaba el lugar de su cama de paja, la mujer sonrió encantada.

—Me parece adecuado que me llamen Alma—dijo, pero una expresión de


desconcierto sustituyó rápidamente su sonrisa—. Para alguien que necesita nuestra
mísera comida, ciertamente hacen milagros. —Miró la copa de oro—. ¡Y beben de copas
reales!

—Oh, ¿esta cosa vieja?—dijo Fate, agarrando la copa por el tallo e inclinándola
despreocupadamente. La muñeca le tembló por el peso y las preciosas gotas cayeron al
suelo de tierra—. Es una falsificación. Somos artistas ambulantes y esto es uno de
nuestros accesorios. Pensamos que podrías tener sed y...—Miró a su alrededor, a todas
las tazas y cuencos lavados apilados ordenadamente en la repisa—. No pudimos
encontrar una taza... una taza lo suficientemente limpia para alguien tan enfermo...

Los ojos de Alma se iluminaron.

—¿Son cuentacuentos? Yo también tengo algo de cuentacuentos.

En ese momento, Glenna irrumpió en la puerta presa del pánico.

—Hay un monstruo en el bosque con alas tan grandes como mi techo y colmillos
tan largos como yo...—Jadeó, su mano voló a su boca cuando vio a su madre sentada y
con buen aspecto—. ¿Qué milagro es éste?

Alma extendió los brazos y Glenna corrió a abrazarla. Hubo lágrimas, risas y
muchas preguntas. Cuando se calmaron, Alma preguntó por el monstruo del bosque.

—Oh, ese es nuestro amigo—dijo Fate, hablando rápido mientras hija y madre
miraban horrorizadas—. Forma parte de nuestra pequeña compañía. Seguro que lo has
visto con su disfraz.

Glenna frunció el ceño con confusión.

—Parecía algo real para un disfraz de tela y puntadas.

—Fate es una hábil fabricante de disfraces, entre otras cosas—dijo Finn, con su
mirada reservada dirigiéndose brevemente a Fate.

Por mucho que su comentario sonara como un cumplido, fue muy profundo. Ella
comprendió el significado velado.

—Deberíais invitarle a cenar. Hay mucho que celebrar—dijo Glenna, poniéndose en


pie de un salto. Se volvió hacia Finn—. ¿Irás al mercado conmigo? Necesitaré conseguir
los ingredientes para una buena comida.
—¿Te quedarás con Alma?—preguntó él, dirigiendo su pregunta a Fate. Ella asintió,
apartando la mirada de la ira sorda en sus ojos.

Se dirigió a la puerta. En cuanto la abrió, el aire resonó con el tintineo de las


campanas y el estruendo de los cascos. Con la copa en la mano, Fate se acercó por detrás
de Glenna, mirando en la dirección del ruido. Dos enormes caballos que tiraban de una
caravana gitana salieron del bosque por uncamino estrecho y lleno de maleza. Se
detuvieron a unos metros de la puerta. Las enormes bestias agitaron sus grandes
cabezas, con las bocas espumosas y los orificios nasales echando nubes de vapor.

Finn hizo girar a Glenna.

—Entra. Tú también, Fate.

Dio un paso adelante, cerrando la puerta después de que Glenna pasara por delante
de ella.

—De ninguna manera. Me quedo.

La puerta de la caravana se abrió de golpe. Un caballero con armadura completa


saltó al suelo embarrado con un fuerte estruendo. En dos zancadas, se cernió sobre ellos
y arrancó la copa de las manos de Fate. Volviendo a la caravana, el caballero se la
entregó a un par de manos marchitas que salían de las sombras. Entonces, Fate escuchó
un pronunciado suspiro de satisfacción, seguido de una orden susurrada—: Mátenlos a
todos.

Finn reaccionó agarrando a Fate de la mano y arrastrándola tras él a una velocidad


vertiginosa hacia el bosque.

Un terror nauseabundo corrió por sus venas cuando oyó el tintineo de la armadura
del caballero y sus fuertes pisadas acercándose.

—¡Nos está alcanzando!

—Sigue corriendo—insistió Finn.

De repente cambió de dirección. Se dirigían hacia el sol que descendía. Las ramas
se agitaban contra ellos. Fate apenas podía ver por dónde iba por las lágrimas que tenía
en los ojos. Ya habría tropezado si Finn no la hubiera guiado. El sonido de una espada
cortando el aire a escasos centímetros de su oreja dio una nueva velocidad a sus
miembros. Habría gritado, pero estaba demasiado ocupada jadeando.

De repente, Finn gritaba pidiendo ayuda.

Consternada porque había perdido los nervios, le miró durante una fracción de
segundo. Pero había una mirada calculada en sus ojos. El alivio la hizo seguir adelante
cuando se dio cuenta de que él no había perdido la esperanza.
Huyeron a través de un campo, pero el suelo estaba empapado y les chupaba los
pies. Cada paso se volvía más y más trabajoso. Fate estaba a punto de derrumbarse
cuando oyó un fuerte golpe. Finn frenó y ella miró por encima del hombro. El caballero
había desaparecido, pero su casco yacía en el suelo a unos metros de distancia. Entonces,
algo se lanzó frente a su cara, clavándose en el suelo a dos centímetros de sus pies.

La cabeza le zumbó de sorpresa mientras miraba la espada del caballero, con la


hoja clavada en la tierra y la empuñadura enjoyada aún tambaleándose. Cuando se dio
cuenta de lo cerca que había estado de que le afeitaran la cara, su fuerzala abandonó.
Finn la atrapó antes de que cayera.

—¿Qué... acaba de pasar?—jadeó ella.

—Mira hacia arriba—dijo él.

Sithias se enroscaba alrededor de las piernas del caballero sin cabeza, agitando sus
alas con laboriosos empujones. La armadura parecía estar completamente vacía, pero los
brazos del caballero se agitaban y su torso se retorcía. Sibilante por el esfuerzo, Sithias
subió a una tremenda altura antes de dejar caer al caballero. La armadura se estrelló
contra el suelo y los brazos, las piernas y la coraza de bronce se dispersaron en todas
direcciones.

Aterrizó junto a ellos.

—Ugh, metal pesado. Es terriblemente duro para la espalda—dijo, frotándose la


estrecha espalda con la punta de la cola.

Fate sintió que un suspiro de alivio recorría a Finn cuando apoyó la cabeza contra
la suya. Ella se inclinó hacia él, meciéndose con el cansado impulso de su pecho.

—Sithias, te debemos una—dijo, todavía recuperando el aliento—. Ni siquiera


estaba segura de que fuéramos en la dirección correcta.

—Sssin duda habría oído tusss maullidosss desssde donde quiera que essstuviera—
le aseguró Sithias—. Estosss bosquesss, sssi es que ssse lesss puede llamar asssí, ssson
ciertamente muy dispersssos. Nunca había visssto unasss excusssas tan
lamentablessscomo árbolesss.

Sus voces se desvanecieron mientras Fate miraba en silencio la reluciente


armadura esparcida entre las zarzas y la hierba. Otro roce con la muerte. ¿Y si la próxima
vez se le acababa la suerte? La dura y fría verdad la golpeó. Podría morir aquí y nadie
volvería a saber de ella. Pasaría a engrosar la lista de los desaparecidos permanentes.

Le dolía pensar en lo devastado que debía estar Eustace ahora mismo, sin saber si
estaba viva o muerta. Por mucho que él la hubiera animado a poner siempre a prueba su
independencia, ella sabía lo profundamente protector que era, la misma razón por la que
nunca había salido con nadie. Se quedaba en casa, incluso trabajando desde ella,
haciendo todo lo posible por desempeñar el papel de dos padres y compensar la falta de
hermanos.
Las lágrimas le quemaban los ojos. Su anhelo por la seguridad del hogar y la
reconfortante cotidianeidad de sus rutinas juntas se hizo de repente tan insoportable que
tuvo que bloquearlo de su mente, o se desmoronaría. Miró a Sithias, volviendo a
sintonizar con lo que estaba diciendo.

—Parece que nosss enfrentamosss a una mano fantasssma —les informó—. ¿Alguno
de usstedesss sssabe quién podría ssser lo sssuficientemente poderossso como para
levantar uno?

—Fue la dama con velo. Ella envió al caballero tras nosotros—dijo Finn—. Y ahora
ella tiene la copa de oro.

Luego explicó cómo Fate habíaescrito la copa en su posesión y cómo había curado
a la madre de Glenna.

Fate sintió que se ponía rígido de repente. La soltó bruscamente. Después de bajar
la guardia, su postura defensiva había vuelto y le hizo un agujero en su ya dolorido
corazón.

—Estás blanca como un fantasma—dijo mientras se alejaba de ella—. Deberías


volver con el libro. Nos aseguraremos de que Glenna esté a salvo.

Su tono no dejaba lugar a discusiones. No es que tuviera la energía o el valor para


hacer algo más que irse con el rabo metido entre las piernas. Mientras caminaba de
vuelta al campamento, nunca se había sentido más sola o miserable. No sólo había
metido la pata con Finn al contarle algo que nadie debería saber, sino que además se
estaba acobardando en medio de una verdadera aventura.

Pateó una roca enterrada y se golpeó el dedo del pie. Mientras saltaba sobre una
pierna conteniendo el dolor que le subía por el pie, se preguntó por qué era tan
perdedora. Debería estar deslumbrando al hombre de sus sueños con su férreo
magnetismo y sus habilidades para patear culos.

Pero era todo lo contrario: estúpida y sin carácter.

***
A las afueras de la cabaña de Glenna, la mujer con velo estaba de pie en su
caravana, acariciando la copa dorada y observando cómo el agua curativa se acumulaba
dentro de la copa. Cuando hubo suficiente líquido para beber, se levantó el velo y lo
engulló.

Un cálido cosquilleo se extendió desde su garganta hasta su pecho. Acogió el


doloroso latido de la vida que fluía a través de ella y jadeó cuando sus manos de venas
azules se llenaron de una flexibilidad juvenil.
La copa ya se había llenado de nuevo y tragó más agua dulce. La fuerza y la energía
surgieron en todo su cuerpo. Corrió por la habitación, arrancando la cortina que cubría
desde hacía tiempo un gran espejo. Contemplando su forma oculta, retiró cada capa de
seda.

Durante incontables años había mantenido oculto su cuerpo horriblemente enjuto,


pero cuando el último velo cayó al suelo, su reflejo reveló a una mujer en la cima de su
belleza. Sus ojos en forma de gato brillaban como ónix negro sobre una piel oscura del
color de la caoba pulida. Se tocó la cara para confirmar lo que veía en el espejo, sintiendo
la plenitud de sus labios. Sonriendo, miró las estatuas de bronce de mujeres bailarinas
alineadas contra las paredes tapizadas. Ya no sería necesario dar vida a esas bellezas.
Ahora sólo ella podía atraer a su caravana a quien necesitara.

Pero su sonrisa se desvaneció cuando vio que su pelo seguía siendo de un gris
oscuro y áspero. Se llevó la copa a los labios y dejó que el agua se deslizara por los lados
de su boca en su afán por engullir más.

Se volvió hacia el espejo, esperando que su pelo volviera a la vida, ya que era allí
donde habitaban sus antepasados. En cada mechón llevaba la fuerza vital de una antigua
raza de místicos olvidados por los demás. Era Sabirah, el recipiente sagrado de su
pueblo, que esperaba el momento de regresar al Templo de la Serpiente Alada, donde
devolvería a su pueblo al mundo utilizando los objetos del altar que había recuperado de
los saqueadores que los habían robado hacía tanto tiempo.

Pero las voces de sus antepasados se habían apagado con el paso del tiempo hasta
que dejaron de hablar. Perdida sin su sabiduría y guía, comenzó su obsesiva búsqueda de
la copa curativa para revivir su desgastado cuerpo.

Sabirah observó cómo la oscuridad como la tinta volvía a su cabello. Las voces
comenzaron a susurrar en su mente y sus mechones de ébano se retorcieron como un
mar de serpientes, acariciando sus brazos y piernas. Se deleitó con el tacto de su tribu
perdida y escuchó. Al principio sus voces eran discordantes, pero pronto hablaron como
una sola dentro de su mente.

—No dejes ningún rastro. Mata a todos los que tengan conocimiento de la copa —
le ordenaron.

Se puso su armadura de cuero, salió corriendo de la caravana y abrió la puerta de la


cabaña de una patada. La mujer y la niña que estaban dentro gritaron al verla.
Levantando su espada, Sabirah se lanzó hacia adelante, lanzando un grito de guerra que
sonaba como un ejército de voces feroces.

Una fuerza, brillante y afilada, la lanzó de nuevo contra la caravana. Entrecerró los
ojos ante las poderosas inscripciones en Ogham grabadas en las paredes de barro.
Maldiciendo al druida que las había puesto allí, Sabirah regresó furiosa a la caravana
para recuperar una caja. Volvió a las marcas brillantes y sacó una rama cortada.
—Roble del odio, esparce tu oscuro veneno en este lugar—susurró, soplando la
maldición sobre la madera. Clavó la rama en las vallas y la rompió. Retrocediendo,
observó cómo la pálida luz de las vallas se extinguía mientras una sombra se desvanecía
sobre la cabaña y la tierra circundante.

Dejando caer lo que quedaba de la rama, desenfundó su espada, dispuesta a matar


a la presa fácil que había dentro, cuando oyó que alguien gritaba. Sabirah se giró para
ver a un joven de pelo dorado que corría hacia ella.

***
—¡Oye! ¡Por aquí!—gritó Finn mientras saltaba por encima del arroyo y se
precipitaba hacia delante. Vio que la mujer se detenía para mirarle. No tenía ni idea de lo
que iba a hacer una vez que llegara allí. Estaba desarmado contra su espada. Lo más que
podía esperar era alejarla de Glenna, tal vez darle la vuelta a la tortilla de alguna manera.

Estaba a sólo nueve metros de la cabaña cuando una nauseabunda ola de oscuridad
se abatió sobre él. Su cabeza empezó a dar vueltas y sus piernas se debilitaron. Alcanzó
algo para agarrarse, pero su mano pasó por el aire y tropezó. Al inclinarse hacia delante,
sus rodillas se estrellaron contra las rocas y el barro. El dolor le recorrió las rótulas y las
espinillas. Se tragó el dolor y se esforzó por levantarse, pero sus músculos se habían
ablandado. Era todo lo que podía hacer para mantenerse en pie.

—Ah, el leal Druida regresa. Pero, por desgracia, siente el veneno de la tierra como
si estuviera en sus propias venas—dijo la mujer mientras se acercaba a él—. Esa es la
debilidad de los amantes de la tierra. Nunca podrán ser fuertes por aquello que luchan
por proteger.

Luchando por recuperar el aliento, Finn miró a una belleza aterradora con una
melena salvaje que serpenteaba antinaturalmente en el aire. Se preguntó si estaba
alucinando.

Ella se inclinó, rozando sus labios contra su oreja, y sus oscuros zarcillos se
enroscaron en su cuello.

—Deja de resistirte, tu fuerza y tus poderes se multiplicarán por cien si te rindes a


la oscuridad como hizo Mugloth—susurró.

La cabeza de Finn se llenó de un ruidoso zumbido, pero sus palabras atravesaron el


estruendo y se clavaron como la espina de un cardo en un rincón sombrío de su mente.
Cuando ella se enderezó, él siguió su movimiento, con la lengua demasiado espesa para
hablar y el cuerpo paralizado. A través de su visión borrosa, la vio volverse en dirección a
la cabaña, con la hoja de su espada guiando el camino. Su mente gritaba que se moviera,
que se levantara. En lugar de eso, se volcó y su barbilla se estrelló contra la arena áspera
de un charco poco profundo.
Cuando una gran sombra pasó por encima, pensó que la muerte había venido a por
él. Entonces oyó el batir de las alas. ¿Era el ángel de la muerte? Utilizando toda la
voluntad que tenía, Finn giró los ojos hacia arriba. La mujer había caído de rodillas a
pocos metros de distancia. Su pelo se alzaba en espiral hacia el cielo, extendiéndose
hacia una figura blanca y difusa que aleteaba justo encima de ella. Fue entonces cuando
se dio cuenta de que era Sithias.

—Aradif—la oyó decir Finn—, me siento muy humillada por tu presencia. —Ella
continuó arrodillada como si estuviera mostrando respeto... ¡a Sithias!

Con su cola enroscada alrededor de su espada, la serpiente se deslizó hasta el suelo.

—Levántate —ordenó, haciendo un gesto con un gran barrido de la larga hoja de la


espada.

Seguro de que estaba delirando, Finn entrecerró los ojos ante la increíble escena.La
mujer seguía arrodillada, con el pelo alcanzando a la serpiente de forma casi anhelante.

—¿Puedo hablar, Aradif?

—Puedesss —dijo Sithias.

—No es casualidad que mis ancestros y nuestra Estrella Guiadora regresen todos en
un mismo día glorioso. ¿Debo ir a tu antiguo Templo, o podemos construir el altar aquí
para comenzar el Ritual de Renacimiento de tu Tribu?

—Hmmm—respondió Sithias—. ¿Y cuántosss díasss de viaje hay hasssta el Templo?

—Nuestra tierra natal está lejos de Aradif. Se necesitarían al menos tres lunas para
llegar al mar y otras dos para atravesar el gran océano que hay entre esta tierra y la
nuestra.

Hubo una larga pausa por parte de Sithias. Finn intentó dar sentido a lo que estaba
presenciando, pero una niebla había llenado su mente. Alguna fuerza que emanaba del
suelo lo había envenenado.

Una oscuridad hirviente inundaba su cuerpo, ahogando sus pensamientos, sus


recuerdos, incluso la cruda angustia que Fate había abierto en él. Hubo un tiempo en que
habría luchado hasta el final contra una invasión tan amenazante. ¿Pero por qué tenía
que luchar? Por nada.

Así que cerró los ojos y se dejó llevar.

***
Por un breve momento, Sithias se hinchó con el poder que tenía sobre la mujer
arrodillada ante él. No tenía ni idea de por qué le veneraba, pero fuera cual fuera el
motivo, lo utilizaría en su beneficio.

—Por desssgracia, essso esss exactamente lo que hay que hacer—dijo con aire de
autoridad—. El ritual debe realizarssse en nuestrasss tierrasss sssagradasss, no en este
sssuelo extranjero. —Escupió en el suelo con desagrado, para dar una buena medida.

Agachó la cabeza con un suspiro, aunque su pelo se estiró hacia él como los
tentáculos de un pulpo. Temblando, Sithias se deslizó hacia atrás con una mueca.

Ella levantó la vista hacia él.

—Debe ser como tú dices, Aradif. Por favor, perdona mi vacilación. El cansancio me
oprime el alma y me gustaría señalar que una vez que tu Tribu renazca, podríamos
conquistar fácilmente a estos debiluchos y comenzar de nuevo, aquí en esta tierra.

Sithias negó con la cabeza.

—No, mi gente merece volver a sssu tierra. —Agitó su cola despectivamente—.


Ahora vete. Tienesss un largo viaje por delante.

Inclinando la cabeza, se puso en pie y se dirigió a subir a la caravana.

—Antes de irte—dijo Sithias—dejarásss la copa de curación conmigo.

Le lanzó la mirada cautelosa de quien sospecha que la están engañando.

—¿Para qué podrías necesitar la copa? Eres inmortal.

—Para él—dijo Sithias, apuntando con su cola a Finn.

—¿Él?—Ella se atragantó con la palabra—. ¿Por qué se la darías a este... a este


amante de la Tierra y privarías a los que te adoran y al mar de estrellas del que vienes?

Sithias mantuvo la cabeza alta.

—Mi misssericordia esss amplia y misteriosssay no te corresssponde juzgarla.


Consssuélate sssabiendo que devolveré la copa a mi Tribu durante el Ritual de
Renacimiento.

Su rostro se agudizó y su cabello se agitó con furia. Por una fracción de segundo,
Sithias pensó que se negaría. Un momento después, ella le dio la copa, luego se dio la
vuelta y subió al interior de la caravana. Los caballos se encabritaron y relincharon como
si hubieran sido azotados por un látigo invisible y se alejaron al galope.

Una vez que se perdió de vista, comenzó a respirar de nuevo. Glenna y Alma
salieron de puntillas de la cabaña cuando vieron que la feroz mujer se había ido, aunque
miraron con la misma cautela a Sithias mientras se dirigían a Finn.
Glenna le apoyó la cabeza en su pequeño regazo.

—Está mal. —Miró a Sithias con ojos redondos y preocupados—. ¿Y dónde está
Fate? Espero que no haya sufrido ningún daño.

—Ssse está recuperando de un mal sssusssto. —Sithias se acercó y le puso la copa


en la mano.

—¿Qué es esto?—preguntó ella.

—Te lo explicaré másss tarde—dijo Sithias—. Finn necesssita beber de...

De repente, el suelo tembló violentamente. Alma perdió el equilibrio. Sithias se


balanceó para mantenerse en pie. Con un fuerte crujido, la tierra se abrió de par en par.
Un olor nauseabundo llenó el aire mientras el limo rezumaba desde las profundidades.
El agua del pantano se derramó por los bordes, y unas cabezas moteadas se asomaron a
la superficie, cabezas que los miraron con ojos saltones de color verde pálido. Cuando
vieron la copa en la mano de Glenna, tres de los duendes salieron de la oscuridad a tal
velocidad que ella no tuvo tiempo de reaccionar. Cogieron la copa y se zambulleron de
nuevo en el pantano.

Demasiado aturdida para moverse, Sithias observó consternado cómo la copa se


perdía de vista.

Unos cuantos duendes se quedaron atrás, todos mirando a Glenna con un extraño
brillo en los ojos.

—Tendremos nuestro pago ahora—gorjeó uno de los duendes.

Sithias se deslizó hasta el borde, acercando su cabeza a él.

—¿Pago por qué?

La pequeña criatura retrocedió con asco.

—Por beber de la copa—dijo. Sin apartar los ojos de la serpiente alada, apuntó con
un dedo enjuto a Alma—. Esta brilla con el agua curativa. Hay que pagar.

—¿Qué tipo de pago?—Sithias presionó.

—Una reina es pago suficiente. Nos la llevaremos. —El duende señaló aGlenna.

Sithias siseó amenazadoramente.

—No puedesss tenerla.

El duende no se movió.

—Entonces el que beba morirá.


Los ojos de Glenna se llenaron de lágrimas.

—No, si eso significa salvar a mi madre, me iré sin luchar.

—¡Oh, no, no lo harás!—gritó Alma—. La única forma en que te irás es sobre mis
manos muertas haciendo sonar sus cuellos viscosos.

Glenna lanzó a su madre una mirada apenada mientras se acercaba a la orilla del
pantano.

—Mamá, no lo hagas más difícil de lo que es.

Alma se abalanzó hacia delante, rodeando con sus brazos la cintura de su hija,
mirando ferozmente a los duendes.

—Me llevarán a mí también.

En cuanto los duendes asintieron con la cabeza, una luz azul verdosa rodeó a madre
e hija. Con el rostro inexpresivo y deslumbradas por el brillo hechizante, las dos flotaron
hacia el centro y se hundieron en el pantano. Con sus pálidos ojos aún clavados en
Sithias, los duendes se deslizaron en el fango, la tierra retumbó cuando el suelo se cerró.

—Oh, Dios—se preocupó Sithias mientras se despedía con su cola. Sólo podía
esperar que fuera para bien. Su principal preocupación era Finn. Enrollándose alrededor
de su cuerpo inerte, se elevó y lo llevó volando de vuelta a Fate.

Ella llevaba un camino de ida y vuelta frente al Libro de Fábulas cuando él aterrizó
y puso a Finn suavemente a sus pies. Cuando lo vio, sus manos volaron hacia su corazón.
Dejándose caer junto a él, apoyó la cabeza en su pecho, escuchando los latidos de su
corazón. Su expresión de asombro sólo se relajó ligeramente cuando levantó la cabeza.

Sithias tragó saliva cuando ella lo miró con ojos llorosos llenos de preguntas.

—Ella le hizo algo—dijo, sin saber qué más decir.

—¿La mujer con velo?

—No essstoy ssseguro. No tenía velosss—dijo mientras se volvía hacia el Libro de


Fábulas y hojeaba sus páginas hasta el final de La Reina de los Duendes. Leyó en
silencio—. Ah sssí, era la mujer con velo. Aquí dice que ssse llama Sssabirah. Ella clavó
una rama del roble rizado en la marca Ogham que él talló en la cabaña de Glenna. No
hay ningunaexplicación, pero creo que le ha hecho daño igual que a la tierra. —El miedo
drenó el color de la cara de Fate—. Tiene que ssser porque sssunombre druídico essstaba
tallado en la cabaña.

»Oh, Dios. Bueno, ¿ayuda sssaber que la fábula ahora dice que Glenna y sssu
madre prefieren sssusss essstaciones realesss a la de la pobreza, aunque sssea en un
pantano?
—No, no me importa—gritó ella, sus lágrimas cayendo sobre el rostro pálido de
Finn.

—Muy bien, ssseñorita. Sssugiero que passsemosss a la sssiguiente fábula. Tal vez
el efecto disssminuya si llevamosss a Finn lejosss de esssta tierra envenenada.

—Sí, eso podría funcionar. —Ella lo miró, con una esperanza desesperada en sus
ojos—. Se pondrá bien. ¿Verdad, Sithias?

La serpiente sonrió, asintiendo enérgicamente para evitar que ella viera la duda
que le inquietaba en su interior.
El Corazón de un Troll
Las crónicas de un antiguo cuentan de una raza mayor, los antepasados de todos
los seres vivos, cuya sangre fluía con magia y cuyos sus huesos contenían dentro la
sabiduría del conocimiento más antiguo de la Tierra. Esos poderosos seres fueron los
primeros gigantes. Vivieron en paz durante muchos años, pero cuando la humanidad
comenzó a extenderse por el mundo, la raza antigua retrocedió en la naturaleza. Se
convirtieron en maestro de la ilusión, capaces de cambiar de forma y mezclarse con la
tierra, hasta que llegaron a ser parte duradera de la tierra. Sin embargo, no es de estos
seres magníficos de los que habla esta historia. Esta historia trata sobre la humilde
desaparición de esos gigantes que a lo largo de los años disminuyeron en tamaño y
magnitud hasta que no eran más que lo que los seres humanos llamaban trolls u ogros.
Aunque conservaron gran parte de la poderosa magia de sus antepasados, por lo
general eran aborrecidos y temidos.

Una de esas creaturas fue un troll de árboles llamado Grysla. Ella era tan alta
como un cedro de secuoya y rara vez reconocida por los humanos, debido a su parecido
a un árbol muerto y desarraigado, Lamentablemente Grysla fue la última de su
especie. Había perdido a su pareja y a su hijo a causa de las antorchas de una multitud
enojada de aldeanos quienes culpaban a los trolls de una plaga en sus cultivos. Ese
horrible día su familia había sido quemada, mientras que Grysla había sido cortada en
pedazos. Sin que los aldeanos lo supieran, un troll árbol podría volver a crecer entero y
completo.

El dolor empujó a Grysla a vagar lejos de casa a las tierras frías de los bosques de
huesos retorcidos. Fue en esas altas montañas donde cayó en un sueño profundo de
invierno. Durmió más de un año hasta que un día el estridente llanto de la voz de un
niño la despertó.

Grys se separó del hielo y clavólos ojos en el valle de abajo a la orilla de un río,
donde un niño se aferraba a un tronco. Desgarrada por un feroz recuerdo,saltó de los
acantilados. Con grandes zancadas, ella tronó a través del valle, sin saber que haría
cuando llegara. Pero fuertes corrientes se llevaron al chico justo cuando la gigante
hundía sus grandes manos dentro del agua.

Cerca de los juncos a la orilla del río, una niña llamada Tove observaba
impotente mientras el río arrastraba a su hermano Leif. Ella sollozó, por ahora
huérfana y verdaderamente sola. Cuando Grysla descubrió al diminuto humano se
escondió entre las hiervas alta, sus ojos se abrieron con sorpresa. La niña parpadeo al
retorcido rostro cuyos rasgos curtidos se curvaban hacia arriba en una triste y suave
modo. Después de estudiarse una a la otra por un momento, Grysla extendió su mano y
Tove trepó a la escarpada palma de gigante.
Más abajo, Leif logro liberarse del furioso rio y corrió de regreso sólo para
descubrir que Trove se había ido. La hierba alta donde se había sentado estaba
aplastada en la forma de una enorme huella. Asustado por su hermana, Leif se lanzó
tras ella.

Después de dieciséis años de búsqueda infructuosa, se convirtió en un hombre


resistido en las formas de caza y todas las dificultades que la vida podía reunir en su
contra. En el camino busco cazadores de trolls que lo ayudaron a perfeccionar un
talento mezquino para matar a los horribles gigantes. Su arma de elección se convirtió
en el arbalest, que armó con flechas con puntas de madera talladas de un roble
maldito. El trozo de roble había cobrado un alto precio, pero valió la pena, porque
cuando su punta filada atraviesa la piel de un troll, su veneno hecha raíces y se
extiende rápidamente.

Un día, en pleno invierno, Leif entró en una taberna en un lugar remoto del
pueblo. El lugar estaba lleno de música y alegría, y lenguas con historias
extravagantes. Una de esas llamó la atención de Leif. La historia era de una creatura
fae que algunos pensaban que era en parte humana. Se decía que era tan rápida como
una ardilla y podía desaparecer de la vista en un abrir y cerrar de ojos. También le
susurraron con la emoción del miedo en el ojo del narrador que el duende no estaba
solo, que unos pocos habían visto algo gigantesco que la seguía, algo que sacudía el
suelo e inclinaba los árboles.

Esta era la primera vez que Leif había oído hablar de un troll siguiendo a una
chica, ya sea fae o no. Con esperanza en su corazón, se fue al amanecer, identifico el
rastro del troll y los siguió durante días. Cuando por fin encontró el rastro fresco, se
agachó detrás de un montón de nieve y esperó. Después de mucho tiempo, estaba a
punto de irse cuando algo salió disparado de la nada. El fae de alguna especie cuya piel
rúnica brillaba con un luminoso matiz aceitunado. Ella se detuvo girando en su
dirección oliendo el aire. Cuando vio su rostro, vio a su madre desaparecida hace
mucho tiempo en sus rasgos.

Leif salió de su escondite, llamando a Tove en reconocimiento con alegría.


Mientras la saludaba, un alto y largo árbol muerto se inclinó de manera antinatural y
se alzó grande detrás de su hermana. Le tomó unos segundos darse cuenta de que era
el troll que había estado rastreando. Lleno de odio y temor por su hermana, dibujo si
preciada flecha de su carjal, la que tenía dieciséis cortes de cuchillo marcados uno por
cada cumpleaños perdido de Tove. Apuntando con cuidado con su ballesta, apretó el
gatillo. Disparó certeramente la flecha de veneno atravesando el corazón del troll.

Bramando como un alce herido, la criatura se estrelló contra el suelo. Tove se


agachó como un animal salvaje listo para saltar y clavó su mirada en Leif. Lso ojos
verdes que recordaba se habían vuelto negros de furia. Temiendo que atacaría en
cualquier momento, pero el troll se tambaleo hacia arriba, tambaleándose y gruñendo
con rabia asesina. El veneno había surtido efecto.

Los enloquecidos ojos de Grysla se fijaron en ambos. Ella no sabía sonde estaba
ella o quienes eran, sólo que les temía. Ella la llamó familia. Tove respondió, pero
Grysla no escuchó. Su mente estaba atrapada en el pasado, gritando de dolor por el
asesinato de su familia. Todo lo que ella vio eran humanos malvados a su alrededor. El
troll movió su enorme brazo hacia Tove y la envió volando hacia los árboles cercanos.
Sacando su espada, Leif esquivo la espada del gigante golpeando los puños, salto hacia
delante y cortó una mano, luego la siguiente. Grysla se enfureció de dolor y golpeó a
Leif con sus gigantescos pies. El saltó a un lado y le cortó una pierna a la altura de la
rodilla. Ella se derrumbó, rompiendo a su paso los árboles bajos, y cayendo en una
lluvia de nieve. El bosque se queso en silencio salvo por la dificultad de respirar del
troll.

Leif comenzó a trepar sobre su enorme pecho, listo para cortar su cabeza, pero
Tove le cerró el paso. Tranquilizó a su hermana, diciendo que cuidaría de ella ahora.
Tove no lo conocía. Ella se irritaba contra el ruido áspero y confuso de este extraño
asesino. Luego miró a los ojos torturados de Grysla, viendo sólo a la amable y cariñosa
madre que la había criado.

Tove murmuró las notas suaves y recortadas que el troll le cantaba. El troll del
árbol volvió la cabeza con un gemido espantoso. Tove persistió, hasta que, por fin,
Grysla escuchó su voz, pero el troll no podía mirar a su hija. El veneno de la flecha le
estaba haciendo ver a Tove solo como un monstruoso humano. También sus
extremidades amputadas volvían a crecer con demasiada rapidez. Tan pronto como
estuvo completa sabía que perdería el control y mataría a Tove.

Solo una cosa podría detener lo inevitable. Ella le explicó a Tove lo que debería
hacer. La niña lloró y discutió con fuerza, pero Grysla hizo que cumpliera su promesa.
Por fin, Tove asintió. Su rostro se puso blanco mientras sacaba una daga y apuñalaba
a Grysla en el pecho. El grito de dolor del troll árbol hizo eco sobre el bosque quieto
mientras Tove esculpía el corazón palpitante de su madre con la flecha que lo había
atravesado limpiamente.

Leif se tambaleo hacia atrás cuando Tove saltó del troll rugiente, cuyas
extremidades habían vuelto a crecer rápidas y seguras. El troll se puso de pie y ataco.
Leif comenzó a pelear una batalla perdida contra el gigante enloquecido. Pero justo
cuando parecía que iba a ser aplastado contra el suelo por un puño en forma de
martillo, el troll se congeló. Su piel áspera petrificada en granito.

Tove se acercó a él, sosteniendo el corazón humante y ensartado junto a la flecha.


Leif sonrió aliviado. Su hermana lo había salvado quemando el corazón del troll. Ella
lo miró con sus ojos oscuros e inquietantes dejando que el corazón se deslizara por la
flecha. El bulto carbonizado se derritió en la nieve profunda. Como el enfundó su
espada, toco las marcas que él había hecho en el eje de la flecha y le devolvió la sonrisa.
Luego hundió la flecha en su pecho.

Tomando la espada del cazador de troll muerto, la levantó hacia el cielo y juró
venganza sobre los de su especie. Antes de dejar el bosque de huesos retorcidos para
comenzar su venganza de toda la vida, Tove hecho una última mirada a la grotesca
estatua, con cuidado de recordar el instante, en el que el gentil troll árbol había
perdonado a la humanidad lo suficiente como para cuidar a un pequeño humano
necesitado.
Capítulo 14
LOS RESTOS DE LA BATALLA VIOLENTA Y LA NIEVE EMPAPADA DE SANGRE
se rompieron en un torbellino caótico de letras relucientes, ahora difuminadas en la
nada blanca. La historia había encendido una ardiente necesidad de venganza en Fate.
Quería atacar a esa mujer malvada que había envenenado a Finn con la misma rabia que
Tove había sentido hacia Leif. Pero esa oportunidad desapareció hace mucho, quedó
atrás en la última fábula.

Cuando una frialdad insoportable se filtró, Fate no pudo decir dónde estaba o qué
estaba mirando. Todo lo que podía ver eran sombras azules y texturas dentro de un
blanco infinito. Entonces la golpeó. Ella estaba tendida en la nieve. Levantando la
cabeza, miró a su alrededor. El Libro de Fábulas los había dejado caer en medio de
montañas cubiertas de nieve llenas de los árboles torcidos y retorcidos de aspecto más
extraño que jamás había visto. Miró a Sithias, que en ese momento se estaba
marchitando por el frío glacial. Cuando vio que Finn yacía a su lado con un aspecto
mortalmente pálido, tomó su libreta y escribió un rápido respiro del frío penetrante.

***
El calor de un fuego crepitante despertó a Sithias de un sueño que había sido
demasiado cercano a permanente. Alborotando sus plumas, miró alrededor hacia el
interior de una acogedora cabaña de troncos. El Libro de Fábulas estaba apoyado contra
una pared, sus páginas abiertas brillaban bajo la luz parpadeante. Cuando vio copos de
nieve revoloteando fuera de la ventana, se estremeció al recordar el frío mortal que se
había apoderado de él.

Finn yacía en una alfombra de piel de oveja junto a él, envuelto tan apretado como
una momia en capas de mantas de lana. Se veía mucho peor que antes.

Fate dejó escapar un suspiro de alivio.

—Gracias a Dios. Finalmente estás despierto —estaba encorvada sobre Finn, su


rostro demacrado y sus ojos hinchados por el llanto—. No se ha despertado. Intenté todo
lo que pude pensar para curarlo. Incluso escribí la copa como antes, pero no aparecía.
Sithias pensó por un momento, repentinamente agradecido por el poco de
conocimiento que se le había pegado después de tantos años de servicio a una hechicera.

—Lo más probable es que los goblins pusssieran un poderossso hechizo vinculante
en la copa, uno que no permitiría que fuera robado de la missma manera dos veces.

—También escribí un antídoto mágico para todo uso, pero todo lo que hizo fue
manchar sus dientes de verde —levantó el labio superior de Finn para mostrárselo.

Sithias negó con la cabeza.

—Pobre Finn.

—Y esto también… —retiró las mantas, levantando la camisa de Finn para revelar
una pasta amarilla espesa untada sobre su pecho.

Se tambaleó hacia atrás cuando un fuerte olor que le hizo lagrimear los ojos se
liberó en el aire.

Fate se pellizcó la nariz.

—Es un emplasto mostaza. Mi abuela solía decir que cuando todo lo demás falla,
haz el yeso mostaza.

Agitando la cola en un esfuerzo inútil por alejar el olor, sacó la lengua para
saborear el aire.

—La mosstaza no está ssola —él se encogió—. Vaya. Estoy notando el ajo, ¿y
detecto bien un poco de hierba apessstosa?

Su rostro enrojeció de vergüenza.

—Se supone que debe ahuyentar la dolencia.

—Oh, seguramente esspantarás algo —probó el aire acre de nuevo—. ¿Y carbón?


¿Para qué podrías usssar carbón?

Ella expuso las suelas ennegrecidas de Finn.

—Se supone que extrae venenos a través de los pies.

—¿Tu abuela otra vez?

—¿Qué puedo decir? Ella era mejor que cualquier médico del condado.

—Pobre, pobre Finn —dijo Sithias, refiriéndose más a las torturas caseras que a su
enfermedad.
Ella asintió con tristeza mientras volvía a poner la camisa de Finn en su lugar
mientras Sithias lo envolvía con las mantas para contener el olor y morderse la nariz.

—Esperaba que tuvieras algunas ideas que ayudarían —dijo después de un


momento.

Parecía tan perdida y desesperada. Si pudiera ofrecer una solución que restaurara
su felicidad, lo haría.

—Lo ssiento, sseñorita, estoy perdido. Al igual que con toda la magia, no
essssiempre una muy solución esspecífica. Creo que deberíamoss volver con Elsina. Ella
ssabe del roble maldito que lo envenenó y ess una hechicera muy poderossa. Ella podría
sser capaz de...

—¡Ella trató de matarnos!

—Sí, bueno, esso es todo —admitió Sithias—. No se dessespere, se pressentará una


ssolución. Y Finn ess fuerte. Él puede ssalir de essto por su cuenta, dado el tiempo.

Ella sollozó en sus manos.

—¿Y si no lo hace? ¿Y si muere? Nunca me lo perdonaré. Fui tan insensible. No lo


reconocí cuando nos conocimos. Y ahora que sabe lo que es, me odia por eso.

Sithias la miró con desconcierto. La pasión reprimida entre ellos y las miradas
robadas cuando el otro no miraba era envidiable. Qué no haría él para tener ese tipo de
dulce confusión en su propia vida.

—Odio no ess la palabra para eso. El amor sería más parecido a él.

Ella miró hacia arriba, olisqueando y secándose la nariz roja con la manga.

—¿Crees que me ama?

—Oh, ssí, tendrías que esstar ciega como un murciélago y también ssorda para no
darte cuenta —tragó saliva secamente—. No es que seas ninguna de essascossas.

Ella levantó las manos.

—Siempre he tenido una suerte terrible con los chicos. Supongo que porque nunca
me interesé lo suficiente como para hacer un gran esfuerzo. La mayoría de ellos me
aburrieron hasta la muerte. ¿Sabes que tengo diecisiete años y nunca he besado a un
chico?

—¿Una hermossa joven como tú nunca ha ssidobessada?

Fate se sonó la nariz inflamada, ruidosamente.

—No.
Sithias mantuvo su sonrisa en su lugar mientras la miraba parpadeando con los
ojos hinchados y la nariz roja y mocosa.

—Ssí, ess difícil de creer para una joven... dama tan encantadora.

Enterró su rostro en el tejido destrozado, llorando de nuevo.

—Siempre estaba buscando a Finn. Es el único que me ha interesado.

La confusión reemplazó su sonrisa por completo.

—Penssé que usstedesdoss se acababan de conocer recientemente.

Ella miró hacia arriba con motas de tejido adheridas a sus mejillas húmedas.

—Técnicamente, solo lo conocí en persona hace unos días. Pero realmente lo


conozco desde que tenía doce años. En mi cabeza y en mi corazón.

Sithias negó con la cabeza, ahora completamente desconcertado.

—Lo ssiento, esstoy completamente perdido.

—Finn no es real. No como tú y yo, bueno, tampoco estoy segura de que seas real.
Quiero decir, también eres un personaje de un libro —sus ojos adquirieron una mirada
paranoica—. Pero, de nuevo, tal vez nada de esto sea real. Podría estar en coma soñando
todo esto.

Él permaneció en silencio, mirándola tambalearse al borde de la locura, sin saber


qué decir más.

Dejó escapar un suspiro profundo y tembloroso y le explicó todo, desde la


invención de Finn y la historia de su vida durante los últimos cinco años hasta el
momento en que lo conoció en la librería y su última llegada a la isla flotante de Elsina.

Mientras escuchaba, Sithias empezó a comprender. Estaba muy intrigado.

Su historia le recordó al desdeñoso Pigmalión, que había encontrado defectos en


todas las mujeres con las que se había encontrado. Solo su propia imagen tallada de la
mujer perfecta, pero inalcanzable, podía satisfacer sus altas expectativas.

Agitando sus alas con entusiasmo, dijo—: Ah, ahora veo por qué ssientes tanta
fuerza por él. Essoessfasscinante. Finn ess tu Galatea y tú eress su Pigmalión. Ahora todo
tiene perfecto ssentido.

—¿Cómo conoces esa historia? Es un mito griego de mi mundo.

—Esso puede sser, pero les asseguro que ssucedió en este mundo, donde los diosses
y diossas de Hellass abundan y lass imágenes talladass de marfil cobran vida ssolo con
ssu toque —se quedó en silencio mientras la miraba con creciente admiración—. Finn es
un gran mérito para ti y tu imaginación. Qué orgullosa debes estar.

Ella negó con la cabeza lentamente, su barbilla temblaba.

—¿Cómo puedo estar orgullosa cuando sé que me odia? He derribado su mundo y


todo en lo que alguna vez creyó. Todo se ha ido. No tiene nada a lo que aferrarse. ¿Cómo
podría alguien recuperarse de algo tan devastador?

—¿Un día a la vez? —ofreció Sithias—. Él esstá aquí ahora, y ess real, a pessar de
ssusorígeness. Ha hecho del oro que formasste él dessde, y con paciencia, esstoysseguro
de que va a venir a aceptar que ussted y ssu extraordinaria aparición en el mundo.
Desspués de todo, parece que el desstino los ha unido a lossdoss.

Ella hizo una mueca como si sus palabras la hubieran quemado.

—¿Quieres conocer una de las muchas definiciones maravillosamente deprimentes


de ‘’destino’’? —ella no esperó a que él respondiera—. ‘’Para predeterminar algo,
generalmente con resultados negativos’’.

—Oh, ¿dije el desstino? —dijo Sithias con gran prisa—. Sseguramente quisssissste
decir que la providencia tuvo un papel en essto.

—Providencia. Me gusta cómo suena eso —dijo bostezando. Se cubrió los hombros
con una manta, lo miró por debajo de los párpados caídos y le dedicó una sonrisa
soñolienta.

Su vulnerabilidad tiró de su corazón. Él le devolvió la sonrisa, empujándola


suavemente con la cola para que se acostara.

—Duerma un poco, sseñorita.

Ella asintió con la cabeza, acurrucándose cerca de Finn. En cuestión de segundos se


quedó profundamente dormida.

Enroscándose en una cómoda espiral, Sithias volvió su mirada hacia las llamas que
bailaban en la chimenea. Se estaba encariñando demasiado con la chica. Dado que
habían comenzado como enemigos, debía tener cuidado. Después de todo, ella mantenía
su vida en equilibrio con el simple trazo de su pluma. Pero ¿cómo podía permanecer en
guardia ante alguien tan inocente en los caminos del mundo? En todo caso, se sentía
protector con ella y preocupado por su bienestar. Habiendo leído las otras fábulas, sabía
el problema al que se dirigían. Tenía que advertirla y ayudarla a prepararse para lo que
vendría. Si no empezaba a endurecerse, tenía pocas posibilidades de sobrevivir. Y la
necesitaba para vivir. Ella era la clave para conseguir lo que había venido a buscar en
este viaje en primer lugar.
***
A la mañana siguiente, Fate se despertó con la luz del sol entrando a raudales por
las ventanas de la cabaña. Escurriéndose más debajo de las mantas para escapar de la
luz, extendió la mano hacia Finn. Su mano se encontró con mantas planas. Se quitó las
mantas y se sentó, su corazón latía con alivio y anticipación mientras buscaba a su
alrededor. ¿Dónde estaba él? Se puso de pie, dejando que las mantas cayeran alrededor
de sus pies, luego se acercó de puntillas al baño y llamó a la puerta.

—¿Finn?

Cuando no hubo respuesta, abrió la puerta. El baño estaba vacío. Con una creciente
sensación de alarma, regresó a la pila desordenada de mantas, levantándolas como si
esperara que lo enterraran debajo.

—No seas ridícula —murmuró en voz baja.

Sus botas estaban junto al fuego. No saldría sin ellos, así que al menos eso era un
alivio. ¿Dónde se estaba escondiendo? Luego se dio cuenta de las huellas negras y las
migas de mostaza secas que conducían a la puerta principal. Ella los siguió, el miedo
crecía en la boca del estómago.

Un viento ártico pasó a su lado y entró en la cabaña cuando abrió la puerta.


Entrecerrando los ojos ante el estruendoso paisaje blanco que se extendía ante ella, vio
un profundo surco en la nieve donde Finn había caído descalzo en la nieve. El camino
subió por la colina y desapareció entre un grupo de árboles torcidos.

Una avalancha de preguntas desesperadas pasó por su mente. ¿Cuándo se fue él?
¿Cuánto tiempo ha estado ahí sin zapatos, sin abrigo? Peor aún, ¿qué encontraría
cuando fuera a buscarlo?

Temblando más por el miedo que por el frío, cerró la puerta de golpe.

—¡Sithias!

La cabeza de la serpiente salió de debajo de su manta.

—¿Eh? ¿Qué?

Fate buscó a tientas su cuaderno, dejó caer el lápiz delgado y volvió a intentarlo
hasta que logró garabatear lo que necesitaba. Sithias se deslizó hacia ella, parpadeando
el sueño de sus ojos con una expresión desconcertada.

—¿Dónde esstá Finn?


—Se fue —dijo, con la voz tensa. A pesar de que tartamudeaba mientras leía, estaba
vestida, en un instante, con una capa con capucha y forrada de piel blanca, pantalones
para la nieve y grandes botas peludas unidas a un par de raquetas de nieve—. No volveré
sin él —dijo, reuniendo un tono valiente para cubrir el escalofrío que se apoderaba de
ella.

El asintió.

—Velocidad del rayo, sseñorita.

—¡Eso es! La velocidad del rayo, eso es lo que necesito —ella escribió su idea—.
Deseo estar donde está Finn ahora —dijo, cerrando los ojos.

—Esstás todavía aquí.

Fate maldijo en voz baja y escribió otra línea.

—Finn está ahora aquí conmigo.

Cuando no apareció, sus esperanzas se evaporaron.

—¿Qué ocurre? ¿Por qué no puedo hacer que esto suceda? Pensé que las Palabras
de Creación eran todopoderosas.

—Se podría pensar assí. El poisson debe estar interfiriendo de alguna manera.

El miedo se cerró alrededor de su corazón.

—¿Qué pasa si no funciona porque está... muerto?

—No, no debemoss ir penssando lo peor. Esstoysseguro de que ess el poisson, y es


mejor que no pierdass ni un momento máss. Ve a buscarlo.

Tomando algo de consuelo en sus palabras, asintió y salió al frío.

***
El resplandor de la nieve atravesó los ojos de Finn como agujas. Un frío amargo le
picaba en la piel, aunque el ardor de sus pies había disminuido, salvo por algún que otro
golpe en los dedos de los pies. Le palpitaban las manos de cortarlas con las afiladas
espinas de los extraños y retorcidos árboles que se elevaban entre los profundos
montículos. Lesiones hechas antes de que se despertara para encontrarse caminando sin
rumbo fijo sin sus botas y una chaqueta para protegerlo del frío helado. Estaba
desconcertado de cómo había llegado a estar allí en un estado tan indefenso. No podía
encontrarle ningún sentido. Su pensamiento estaba confuso, y una niebla llenó su
mente, una que ocultaba sus recuerdos más recientes y los eventos que lo habían llevado
a este momento. Afortunadamente, recordó sus raíces.

Su pierna volvió a romper la corteza de hielo. Demasiado cansado para continuar,


salió del gélido agujero y se detuvo allí. Estaba perdido sin ningún lugar adonde ir. Sin
embargo, estaba extrañamente resignado a la situación. Algo le dijo que todo lo que
había dejado atrás era mucho peor que su situación actual.

Dejó escapar un suspiro cansado, produciendo una gran bocanada blanca, como las
que solía hacer su abuelo con su pipa. Mientras el recuerdo parpadeaba en su mente,
algo perturbó el resplandor blanco del bosque y se movió hacia él.

Su abuelo apareció a la vista, un rostro anciano y sabio con ojos verdes que hablaba
de un profundo conocimiento de las cosas antiguas. Con una sonrisa arrugando sus
rasgos, metió la mano en su bolsa de medicinas, pellizcó tabaco y llenó el pozo de su pipa
de arcilla.

—¿Recuerdas la mezcla sagrada, Finn? —preguntó su abuelo antes de poner una


llama en el cuenco de la pipa.

Finn asintió con la cabeza y aspiró el humo aromático.

—Mmhmm. Ramo de oro recogido en la sexta noche de la luna, cicely dulce,


celidonia y caspa ungida con el aceite de ámbar.

Su abuelo, complacido, le entregó la pipa. El cuenco, con su intrincado tejido de


hojas de roble y muérdago tallado en él, le calentó la palma mientras aspiraba el humo a
los pulmones. Un calor de bienvenida se extendió por su pecho, hasta los dedos de los
pies.

—¿Sabías que es AlbanArthuan, el día de la larga noche? —preguntó su abuelo—.


¿Recuerdas cómo prepararte?

La mente de Finn se aclaró un poco.

—Debo fortalecer mi mente y mi espíritu con el humo de la mezcla sagrada y usarlo


para pedir la guía de los espíritus del invierno.

Su abuelo le apretó el hombro.

—Haz esto y no tendrás problemas para llegar a la luz de Alban Eiler.

—Gracias, abuelo.

El rostro sonriente de su abuelo parpadeó hasta perderse de vista.


Finn dio una bocanada a la pipa, enviando una llamada de ayuda a los espíritus del
invierno dentro de cada voluta de humo que sopló en el aire.

No tuvo que esperar mucho.

El sol estaba en su punto más alto cuando una pequeña sombra blanca se
materializó contra un ventisquero distante. Acercándose, la sombra se mantuvo en los
montículos nevados antes de agacharse detrás de una cresta curva de hielo. Asomó un
punto negro de una nariz, seguido de ojos rasgados y orejas peludas y gruesas.
Manteniéndose quieto como un bloque de hielo, el zorro de las nieves miró a Finn.
Luego trotó por la nieve, dando vueltas juguetonas a su alrededor, alejándose y
regresando, burlándose de él para que lo siguiera. Riéndose de la bola de pelo que
rebotaba, luchó por ponerse de pie y la siguió.

***
Fate siguió el serpenteante camino de Finn, viendo huellas profundas donde había
caído a lo largo del camino. Se animó cuando vio que el sendero continuaba bastante
lejos, serpenteando sobre las colinas y fuera de la vista. Al menos sabía que todavía
estaba vivo. Animada por esto, aceleró el paso y había recorrido una distancia
considerable, cuando de repente se detuvo en seco. Había gotas de sangre en la nieve y
enormes huellas de patas. Finn estaba siendo perseguido.

El miedo se apoderó de ella. Tenía que moverse más rápido.

Se quitó los guantes con los dientes y sacó el cuaderno de su bolsillo. Una sombra
cruzó sobre ella, un halcón volando por encima. Ver al pájaro volar sobre las colinas le
dio una idea. Ella lo anotó.

—Ahora puedo volar por el aire y encontrar a Finn mucho antes de que muera
congelado o sufra algún daño —leyó en voz alta.

Esperaba sentirse más ligera, pero nada cambió en ese sentido. Agitó los brazos,
solo para permanecer en tierra.

—¿Arriba, arriba y muy lejos? —murmuró, levantando un brazo como Superman.


Decidió saltar. No es que ella pensara que eso funcionaría tampoco. Pero para su
asombro, continuó trepando por el aire.

Levantándose como un globo, agitó los brazos, agarrando algo de lo que agarrarse.
A medida que se elevaba, se volcó la cabeza sobre los talones, luchando por nivelarse.
Esto no era estar volando, estaba flotando y agitándose. ¿Seguiría trepando así hasta que
el aire se volviera demasiado delgado para respirar? Ahora estaba asustada. Se retorció
torpemente, un movimiento que la hizo rodar una y otra vez como un tronco en el agua.

Extendiendo sus brazos y piernas, detuvo el balanceo. Ella estaba boca abajo,
mirando el paisaje que se encogía.

—¡Quiero ir abajo! —ella gritó.

Cayó en picada, las puntas de los árboles torcidos aparecieron a la vista demasiado
rápido. Sus músculos se pusieron rígidos de terror mientras inclinaba la barbilla hacia
arriba, luchando contra la fuerza de la gravedad. Se disparó hacia el cielo, ganando
velocidad mientras mantenía el cuello estirado y los ojos fijos en la extensión azul.
Inclinando su cabeza hacia abajo y hacia la derecha, su cuerpo la siguió en esa dirección.
Ella rió nerviosamente. Al parecer, su cabeza era el volante. Cuando el alivio la inundó,
se relajó, dejando que sus brazos colgaran sueltos a los lados, lo que la hizo volver a
deslizarse lentamente. Rápidamente se dio cuenta de que podía acelerar poniéndose
rígida y manteniéndose en la posición de un cohete humano.

Después del susto inicial y la emoción de aprender a volar, volvió su atención a


encontrar a Finn. Ella voló bajo para poder permanecer cerca de su camino, con cuidado
de evitar ser atravesada por espinas mortales. Mientras volaba sobre el inusual paisaje,
pudo ver por qué se llamaba Bosque de huesos retorcidos. Los árboles esqueléticos eran
de un blanco hueso y tan torcidos como si hubieran sido formados por los vientos de los
tornados. Salpicadas entre el mar de árboles mal formados, había pequeñas islas de
pinos verdes, el único color que podía ofrecer el panorama blanco.

El camino de Finn continuó sobre una colina empinada, hasta un río helado que se
curvaba a lo largo del fondo del valle. Voló más allá del río, solo para descubrir que el
camino había terminado. Ella se volvió y aterrizó. El hielo duro crujió bajo sus pies
cuando llegó a un agujero irregular. Chorros de sangre mancharon sus bordes. Un miedo
nauseabundo la recorrió, debilitando sus piernas tanto que cayó de rodillas. El agujero
era lo suficientemente grande como para que él cayera y fuera arrastrado por el rápido
río que se agitaba bajo el hielo.

Su corazón se rompió en pedazos, como el hielo que se había roto debajo de él.

—El rastro se ve fresco —dijo la voz ronca de un hombre detrás de ella—. Hecho
después del amanecer.

Se puso de pie de un salto y estuvo a punto de caerse cuando se dio la vuelta para
ver quién estaba hablando.

—Pareces haber visto un fantasma —dijo en un español entrecortado, con un


marcado acento nórdico. Cambió el peso de su pesada mochila y su ballesta, mirándola
con leve curiosidad.

—Tenía la esperanza de encontrar a mi... mi amigo, y encontré este agujero.

El hombre se acercó al hielo perforado.


—No agujero. Huella —dijo mientras su mirada viajaba a otra gran ruptura en el
hielo a unos buenos seis metros corrientes arriba de donde estaban.

Ella no entendió lo que quería decir de inmediato.

—Quieres decir que esos agujeros fueron hechos por un, un…

—Troll —su voz destilaba malicia—. La criatura más vil y atroz jamás escupida
desde Niflheim.

Ella sacudió su cabeza.

—No crees que el troll paso… —su garganta se cerró, ahogando su voz.

—¿Qué? ¿Piso a tu amigo? No, yo no lo diría.

Una oleada de alivio se apoderó de ella.

El hombre caminó río arriba hacia el siguiente agujero.

—Ah, no, yo diría que llevó a tu amigo a su sucio nido para una buena comida —
escupió un chorrito de jugo de tabaco y siguió adelante.

Luchando contra el impulso de vomitar, Fate rodeó la mancha humeante y lo


persiguió.

—¿Para darle de comer?

El hombre se detuvo y se rió.

—¡Dices que, ah! ¡No, para comérselo! —la miró como si estuviera completamente
loca—. ¿Qué? ¿Crees que un troll preparará un buen plato de bistec para tu amigo y lo
servirá con una jarra de cerveza?

Sacó una flecha marcada con muescas.

Contó dieciséis. Así que este era Leif. Encajaba con la imagen de sus ojos de la
mente. Era atractivo de una manera áspera, aunque ella no esperaba sus modales toscos
y brutales.

—Comedores de hombres, estas cosas —continuó mientras tocaba las muescas de la


flecha, con un profundo ceño grabado en su rostro—. Los he visto destrozar a hombres
adultos. Sus guaridas están llenas de huesos de humanos.

—No. No te creo —argumentó, aferrándose a un solo pensamiento. En esta fábula


no se había mencionado que los trolls de árboles se comieran a nadie.

Encogiéndose de hombros, deslizó la flecha junto a una espada envainada atada a


su cinturón.
—No me corresponde a mí hacerte creer —se volvió y siguió río arriba hasta otro
agujero del tamaño de un coche.

Ella lo siguió, rompiendo a trotar para mantener el ritmo.

—Voy contigo. Si un troll se llevó a mi amigo, quiero estar allí cuando lo


encuentres.

Se detuvo tan abruptamente que ella casi chocó con él. La mirada fría y territorial
de sus ojos la puso rígida.

—Me gustan las hermosas damiselas, pero no cuando cazo —su expresión
rubicunda se relajó, sus ojos azules recorrieron su rostro con descarado deseo—. ¿Le
gustaría que viniera después del anochecer? ¿Tal vez te diga lo que encuentre y caliente
tu cama?

Ella lo miró fijamente, asombrada y asustada.

—¡Prefiero comer ensalada de col excesivamente mayonesa con momias de uva


marchitas al acecho en cada bocado!

—¿Eso es un no?

—¡Sí, eso es un no!

—Haz lo que quieras, pequeña Freya —se volvió sin más preámbulos y subió
penosamente la colina.

Ella miró su espalda con el ceño fruncido, luego se disparó en el aire, viendo su
forma encogerse al tamaño de una hormiga.

—Burro —murmuró.

Sus pensamientos se volvieron hacia Finn mientras flotaba en lo alto. Un dolor


repugnante y vacío se extendió a través de ella, sabiendo que estaba perdido y herido, o
posiblemente algo peor. Tensando cada músculo de su cuerpo hasta que le dolió, aceleró
por el cielo, las lágrimas se congelaron en su piel mientras fijaba su mirada en la nieve
borrosa debajo. Ella lo encontraría o moriría en el intento.
Capítulo 15
VISIONES DE COLMILLOS RECHINANTES Y GARRAS DESGARRADORAS
despertaron a Finn. Un dolor punzante palpitaba en su pecho, y sus pies le escocían
como si hubiera caminado sobre vidrios rotos. Apretando los dientes, se sentó, los
movimientos más pequeños llevaban el dolor aún más profundo en su pecho. Asustado
de mirar, miró hacia abajo de todos modos, casi desmayándose de la vista. Cuatro cortes
largos dejaron al descubierto el esternón debajo de la carne desgarrada y sangrante.

Tomando una respiración entrecortada para calmar el pánico que amenazaba con
apoderarse de él, se centró en su entorno. Estaba en una cueva inmensa. Un fuego ardía
a su lado, la luz parpadeaba sobre las paredes cubiertas de peculiares marcas de runas y
pictografías. ¿Cómo había llegado a estar aquí? Lo último que recordaba era estar junto a
un río helado.

En el segundo en que imaginó el río, su corazón martilleaba con el recuerdo de una


criatura maloliente, todo gruñidos, dientes y músculos, arremetiendo contra él,
desgarrándolo. El sudor frío le heló la espalda y la frente. Debería estar muerto.

Reprimiendo el terror del ataque, se desplomó, su cuerpo era un trapo flácido.


Cuando su respiración se estabilizó, se dio cuenta de una presencia. Volvió la cabeza y
vio a una chica, de no más de diecinueve años, agachada cerca en la penumbra. Su rostro
y brazos estaban marcados con las mismas runas que las de las paredes de la cueva. Una
salvaje maraña de telarañas plateadas apartaba su largo cabello de ébano de los rasgos
de elfo y vestía una túnica sin mangas con calzones metidos en mocasines hasta los
muslos.

Parecía de otro mundo, menos humana y más duende, por la forma en que sus ojos
ardían con colores cambiantes de verde.

Finn logró esbozar una sonrisa dolorida y desganada.

—Supongo que tengo que agradecerle por salvarme de las fauces de la muerte.

Su suave frente se arrugó en un ceño fruncido, como si su voz rasgara sus oídos.
Luego le dio un codazo a la barbilla y señaló con el dedo el pie de su cama.

Siguió la línea de su esbelto brazo, sacudiéndose de miedo.

—¡Santo infierno! —el animal que lo había atacado yacía sobre sus espinillas. Tardó
varios segundos en darse cuenta de que la cosa estaba muerta.
Levantó las pieles que lo cubrían para que pudiera ver que sus pies estaban
enterrados profundamente en los intestinos del animal. Cuando el hedor almizclado y
rancio del animal escapó, las náuseas se apoderaron de él.

—¡Oh, eso es malditamente asqueroso! ¡Y el hedor, es suficiente para amordazar a


un gusano!

Él comenzó a sacar las piernas de la carcasa, pero ella las inmovilizó, dejando claro
por su expresión grave que no debía moverse. Demasiado débil para luchar contra ella,
permitió que sus pies doloridos permanecieran insertados dentro de las entrañas cálidas
y blandas del animal. Las convulsiones biliosas lo sacudieron, disparando llamaradas
calientes a través de su pecho.

Sacó una daga de una vaina atada alrededor de su muslo y cortó el hígado oscuro y
tembloroso de la bestia. Hizo vapor en el aire frío mientras ella colocaba el órgano
caliente en sus manos congeladas. Finn se quedó boquiabierto y mudo.

Se atragantó, tragando bilis.

—Anda, retíralo. Voy a gritar si no lo haces.

Ella negó con la cabeza, haciéndole un gesto para que se lo comiera.

—De ninguna maldita manera.

Haciendo un gruñido, empujó la carne contra sus labios sellados. Giró la cabeza,
pero ella lo agarró por la mandíbula y apretó con fuerza. Cuando abrió la boca para
gritar, ella le metió el hígado en la boca. La miró con odio puro, pero cuando vio la firme
expresión de su mandíbula, supo que perdería contra esta criatura obstinada.
Mordisqueando un pequeño trozo, de alguna manera se las arregló para tragarlo sin
vomitar. Ella continuó empujándolo en su boca hasta que él comió lo suficiente para
satisfacerla.

Tenía que admitir que se sentía más fuerte. Y ahora que su estómago se estaba
asentando, lo invadió una oleada de cansancio. Quería sucumbir al sueño, permitir que
el mundo retrocediera, pero una persistente sensación de pérdida no le permitiría
relajarse tan fácilmente. Faltaba algo importante, y fuera lo que fuera, había dejado un
agujero en su corazón que lo entristecía.

***
Finn estaba solo la próxima vez que se despertó. Le habían limpiado los pies de la
sangre y las entrañas del animal muerto, y no le picaban tanto. Las heridas en su pecho,
aunque muy doloridas, estaban vendadas. La piel del animal había sido raspada, estirada
y dejada secar junto al fuego. Su pestilente hedor todavía marcaba el aire, pero con
mucho menos fuerza, aunque de vez en cuando, pensaba que olía a… ¿mostaza?

Varios trozos de carne ensartada se estaban asando sobre el fuego, que supuso eran
los restos finales del animal. La bilis le quemó la parte posterior de la garganta cuando
su estómago dio un vuelco en respuesta.

De repente, el suelo tembló. Estaba seguro de que se trataba de un terremoto, hasta


que vio una gran forma descomunal entrando pesadamente en la cueva, cargando a la
niña en la espalda. El gigante se parecía a un árbol, y solo podía imaginar cuán alto era
realmente, porque se inclinaba para caber dentro de la gran caverna. Una melena rígida
de protuberancias retorcidas en forma de raíces formaba su enorme cabeza. Puntas
desgastadas y dentadas, que parecían ramas rotas, cubrían su espalda encorvada. La piel
áspera de la criatura era de un gris descolorido, salpicado de líquenes y matas de musgo
que crecían dentro de retorcidos recovecos y grietas.

Los ojos del gigante tenían los mismos colores cambiantes que los de la niña, pero a
diferencia de su mirada cautelosa, solo había suavidad y curiosidad con los ojos muy
abiertos. El suelo siguió temblando y los escombros cayeron de las paredes mientras el
gigante se asentaba a lo largo del borde de la cueva.

La niña saltó del hombro de la criatura, aterrizó tan ligera como un pájaro y caminó
hacia Finn. Levantando un palo del fuego, apagó su llama y lo partió en una longitud
más corta. Luego lo agarró del brazo y comenzó a marcar su piel con el extremo
carbonizado.

Él apartó el brazo de un tirón.

—¡Oye, oye! ¡Eso todavía está caliente!

Ella ignoró su arrebato, agarrándose de su muñeca, era sorprendentemente fuerte


para ser una niña tan delgada, y continuó escribiendo una serie de runas en él. Una vez
que terminó con su brazo izquierdo, comenzó con el otro. Cuando terminó, dejó el palo a
un lado y le habló en notas cortadas que sonaban casi musicales.

Se calmó mientras ella le hablaba en combinación con el lenguaje de señas,


haciendo gestos descriptivos y escribiendo las runas en el aire. Se volvió más hipnotizado
por el segundo. De alguna manera ella estaba usando esta comunicación extranjera para
formar imágenes vívidas en su mente, que se convirtieron en traducciones literales.

Ella explicó que esta era la magia del idioma de la raza antigua, transmitida a través
de las marcas de las runas. Cuando se dibujan sobre la piel, se hunden profundamente
en el alma, permitiendo la comunicación y el control sobre la tierra, los animales y los
elementos.
Podía decir que el idioma de la raza antigua corría por venas similares al Habla
Oscura, pero parecía ser más antiguo, más un lenguaje raíz del Habla Oscura que
cualquier otra cosa.

Ansioso por probar el poder intrínseco de las runas marcadas en sus brazos,
balbuceó para que el troll le respondiera, haciendo gestos torpes con las manos. Al
principio fue un esfuerzo, pero después de un tiempo mejoró en expresar los nuevos
sonidos y la firma se volvió más fluida. En unas pocas horas se comunicaron con
facilidad, profundizando en largas conversaciones que los llevaron hasta las
profundidades de la noche.

Finn se enteró de que el gigante era un troll de árboles llamado Grysla. Su voz era
profunda y ronca, como la de un oso, pero cuando firmó las runas y gesticuló imágenes
en el aire, sus enormes brazos se movieron con tanta gracia como ramas que se mecen
con el viento. Con tristeza en sus ojos verdes ahumados, Grysla compartió la tragedia de
su familia y cómo el regalo de su hija humana había curado el odio que una vez tuvo por
los humanos. Así que crió a Tove en el conocimiento ancestral de la raza Elder con la
esperanza de que su hija algún día ayudara a los humanos y a los trolls a entenderse
entre sí.

Mientras ella contaba su historia, los recuerdos del troll de los árboles se
materializaron en su mente. Fue testigo de la injusticia y experimentó su dolor. A
diferencia delhabla oscura, esta forma de comunicación no fue una conexión invasiva. El
idioma antiguo unió los corazones de manera suave e íntima.

Cuando salió el sol en el silencio de la mañana, Finn se despertó, tranquilo y lleno


de energía, sin darse cuenta de cuándo se había quedado dormido. Desayunaron a base
de frutos secos y cecina. Entonces Grysla y Tove pidieron escuchar su historia.

Firmó, hablando en su idioma.

—No sé cómo llegué a estar aquí en tus montañas nevadas —sacudiendo la cabeza,
frunció el ceño, frustrado por su incapacidad para recordar—. Puedo recordar mi vida
mucho más atrás —ofreció. Luego habló de cómo su abuelo lo había llevado a Escocia
cuando tenía trece años y cómo se había enterado de su linaje druídico.

Compartió algunas de las aventuras místicas que había tenido antes de ser
ordenado dentro de la Orden, hace solo unos meses, cuando cumplió diecinueve años.
Pero cualquier cosa más allá de su tiempo en Escocia estaba envuelta en una espesa
niebla.

Esto le preocupó mucho.

El viejo troll árbol y su hija intercambiaron una mirada de complicidad. Tove se


inclinó hacia la luz del fuego.

—Recibimos muchos mensajes de los animales en el bosque sobre un espíritu


perdido. Te llamaron el Resplandeciente y querían nuestra ayuda para salvarte —hizo
una pausa, sus gestos fluidos mientras transfería imágenes del zorro de las nieves,
halcones, conejos y un glotón al acecho, que Finn reconoció como el depredador feroz
que casi lo había destrozado.

Él sonrió con ironía.

—Creo que sabemos cuál no fue para salvarme.

Tove pareció desconcertado.

—¿No comprenden que el oso diablo se sacrificó para calentar el hielo podrido de
sus pies y renovar tus fuerzas con su carne? —continuó explicando cómo las leyes de la
naturaleza habían dictado las circunstancias, como el depredador cazando a su presa. A
pesar de que ella había atravesado al animal para salvarlo, el espíritu del oso diabólico
había estado dispuesto a morir por él, el Resplandeciente.

Su perspicacia lo humilló. Colocando su mano sobre sus dolorosas heridas,


silenciosamente agradeció al glotón por su sacrificio. Después de un momento sonrió,
pero con confusión.

—¿Qué es todo esto sobre el Resplandeciente?

Grysla respondió, su voz era un rugido profundo, sus dedos nudosos revoloteaban
mientras marcaba las runas.

—Los animales te nombraron el Resplandeciente porque tu espíritu es mucho más


brillante y grande que el de otros humanos —sus tiernos ojos se suavizaron—. Pero
vieron un peligro mucho mayor para ti que el de morir congelado. Tu espíritu brillante se
está apagando debido a la oscuridad que crece dentro de ti.

Finn volvió su mirada hacia el fuego y tragó.

¿Qué diablos me pasó?


Capítulo 16
FATELUCHO POR CERRAR LA PUERTA CONTRA LOS VIENTOS GLACIALES Y
la nieve que entraba en la cabina. Sin aliento y cansada hasta los huesos, ella hecho hacia
atrás la capucha forrada de piel y se quitó las botas.

Sithias hizo un tsk-tsk y negó con la cabeza.

—Estaba comenzando a preocuparme, señorita. Llegas más tarde de lo usual.

Ella estaba agradecida de que no mencionara su regreso sin Finn de nuevo. Se


quitó el abrigo y corrió a lado del fuego, temblando violentamente, con sus manos cerca
del fuego.

—No deberiassss quedarte despuess de passada la noche. —La serpiente


amonestó—. Podrías congelarte hasta la muerte allí afuera.

Sus dientes castañeaban tan violentamente que apenas podía hablar.

—Si e-ese idiota Leifpuede hac-cerlo, yo también.

—Él ha sssidoendurecido por añosss de exposición al clima ssevero, pero tú,


sseñorita, no. —dijo, mientras se deslizó al baño para prepararle una ducha caliente. Una
rutina nocturna en la que habían caído.

—¿Qué op-opcióntengo? —dijo ella—. Finn es-esta allá afuera e-en algún lugar,
perdido y herido.

El regreso a la habitación y se enroscó a su lado.

—Ahora pensé que acordamosss que es más probable que sea rescatado por
Grysssla. Leif hubiese encontrado su cuerpo a estas alturas si hubiera sucedido lo peor.
Entoncesss debes mantener la esssperanza.

—¿Por qué no hay ninguna mención de él en la fábula? ¿O incluso de nosotros?¡La


historia no ha cambiado ni un poco desde que llegamos aquí! —Todavía temblado, miro
a las llamas duramente para evitar las lágrimas de la frustración.

—Por lo que he vissto,la fábula sssiguesssiendo la misma hasta que sssucede algo
fundamental que produce un final diferente. —explico—. Ahora, ssumergete en el baño
hasta que te hayas calentado lo suficiente.
Ella camino penosamente hasta el baño, cerró la puerta y se desnudó. El agua
humeante estaba a punto de desbordarse. Cerrando el grifo, ella trepó y sus músculos
tensos y temblorosos se relajaron tan pronto como el calor envolvió su cuerpo. Se hundió
bajo el agua, dónde el silencio la envolvió. En el momento en que cerró los ojos, no vio
nada más que millas de nieve y esos árboles afilados y distorsionados. Después de pasar
cada día de las últimas tres semanas agotadoras, cuatro días y dieciocho horas y media
recorriendo el vasto Bosque de Huesos Retorcidos por cualquier señal de Finn, el paisaje
se había grabado en su cerebro.

Su estómago se contrajo en un nudo apretado, un dolor punzante apretó su pecho.

Ella rompió la superficie del agua cuando un sollozo la hizo jadear por aire. ¿Qué
pasaba si estaba en una búsqueda inútil, esperando contra toda esperanza que él
estuviera vivo? Nada podría borrar ese agujero manchado de sangre en el hielo y el rio
bajo el. En sus peores momentos, se imaginó su cuerpo destrozado recorriendo
corrientes heladas hacia algún lugar distante, lejos de donde ella estaba buscando.

Se hundió de nuevo en el agua, sintiéndose culpable por deleitarse con tal calor
placentero, cuando el probablemente había muerto en agua helada.

Ella se sentó, fuerte y rápido, los sollozos desgarraban a través de su pecho


convulsivamente.

—¿Sseñorita? —dijo Sithias desde el otro lado de la puerta—. Lo estáss haciendo de


nuevo. Tu sabesss que esto no esss productivo. Sssal y toma algo de chocolate caliente.

Su voz la saco un poco de la penumbra. Ella miro a la última de sus lágrimas


ondular el agua gota a gota mientras que el dolor que le roía el pecho se convirtió en un
latido sordo. Luego tomo el jabón.

Unos minutos después, caminó descalza hasta la sala principal, rosada por el calor
y envuelta en una mullida bata.

—Essso está mejor. Esss bueno ver el brillo de la calidez en tu rostro —dijo él,
levantando la vista de su trabajo, dónde estaba ocupado escribiendo con la cola
enrollada alrededor de un bolígrafo.

Para defenderse del aburrimiento de estar encerrado en la cabina durante semanas,


había vuelto a su dramaturgia.

Ella se sentó en la alfombra de piel de oveja, junto a él.

Dejando su bolígrafo a un lado, Sithias tomo el cepillo de su mano inmóvil y


suavemente peino los enredos a través de su cabello mojado mientras agitaba sus alas
para ayudarlo a secarse. Cuando terminó, señaló la taza de chocolate caliente sobre la
chimenea.

—Bebe y cuéntame sobre tu día.


Fate dio un sorbo a la leche espumosa.

—No hay nada que contar.

—¿Seguramente pudiste encontrar más huellas de Grysssla?

—Por supuesto, siempre encuentro sus huellas, pero nunca me llevan a alguna
parte. Es como si ella estuviera tratando de deshacerse de mí a propósito. Los Yetis no
tienen nada parecido a ella cuando se trata de ser elusiva.

—Tal vez no sea a ti a quien está evitando, si no al cazador de trolls.

Ella se encogió de hombros.

—Tal vez, pero me canse de seguirla. Comencé a seguir a Leif. El ha estado dando
vueltas en la misma zona durante días. Al inicio pensé que se estaba acercando a Grysla,
pero estoy segura de que es una especie de montículo que le interesa.

—Bueno, essste cazador de trollsssstuyo puede estar en algo. Es pura conjetura,


pero se supone que los montículos de trollssss tienengrandesss tesorerosss. Por su
puesssto, los diggingsss han demostrado ser una empresssainfructosssa. Se dice que los
trollsss pueden hacer que el oro ssse vea como una roca y una roca como oro. Uno nunca
sssabe lo que tiene en lasss manos hasta que está demasiado lejos de la magia del mundo
Troll.

Ella frunció el ceño.

—Él no es mi cazador de trolls. Él es un hombre espantoso que eructa y escupe


repugnantes bocanadas de tabaco dónde quiera que va y se tira pedos para su propia
diversión personal. Él es repulsivo, Sithias. Incluso la palabra repulsivo lo encuentra a él
repulsivo.

Sacudiendo la cabeza, la serpiente hizo tsk-tsk otra vez.

—Y esssoesssdecir algo. Pobre sseñorita. Que pesadilla.

—Lo ha sido. —murmuró, las lágrimas picando sus ojos una vez más.

—Termine la obra sobre la princesa y el cronometrador —Ofreció


precipitadamente—. ¿Te gustaría escucharla?

—Sí. —suspiró, tratando de esbozar una si sonrisa para él—. Por favor, cuéntame
una historia. Siempre que tenga un final feliz.

Sithias se congeló con una expresión preocupada.

—Correcto…bueno, eso es definitivamente un trabajo en processso.


Agradecida por la distracción, ella se acurruco en una cómoda bolita, lista para
dejarse llevar por su historia. Pero el cansancio ganó la batalla para quedarse despierta.
Ella se durmió antes de que el terminara de leer la primera página.

***
Fate salió al amanecer del día siguiente en busca del cazador de trolls. Después de
una buena noche de descanso, estaba lista para solicitar su ayuda de una manera más
directa. Sabiendo exactamente dónde mirar, voló directamente allí, buscando su forma
oscura contra la inmensidad nevada. Manteniendo su espalda hacia ella para que no la
viera volar, flotó desde el cielo, aterrizando justo detrás de él.

—¿No has encontrado a ese Troll aún? —preguntó, sonriendo cuando saltó, perdió
el equilibrio y se cayó.

Frunciendo el ceño y agitándose como una tortuga pegada a su espalda, gritó—:


¡Por el amor de Thor y por todo el santo infierno! ¡Escabulléndote provocara que te
dispare!

Ella se rio.

—Si eres tan rápido en eso, ¿Cómo es que no soy un alfiletero ya?

—¡Oh, tengo la mente lista para disparar! —Se puso de pie con muchos gruñidos,
ballesta en mano—. ¿Qué te he dicho, chica? ¡No me molestes en la cacería!

Ella coincidió con su expresión sería. Por mucho que detestara su compañía, lo
necesitaba para hacer este trabajo.

—Escucha, Leif…

—A, sabes mi nombre —dijo, dándole una sonrisa astuta—. Has estado
preguntando por mí, ¿eh?

Ella rodo los ojos.

—No, resulta que se todo sobre ti y lo que estás buscando.

Olfateó con orgullo.

—No es un secreto que soy cazador de trolls.

—No me refiero a los trolls —dijo ella, incapaz de ocultar su presunción—. Se que
has estado buscando a tu hermana, Tove, por los últimos dieciséis años.
Su rostro rubicundo palideció. De hecho, se veía tan sorprendido que ella hubiera
podido derribarlo de nuevo con un empujón de su dedo.

—Odin, bendito —susurro débilmente—. ¡Ha pasado mucho desde que escucho su
nombre fuera de mi cabeza! —Sus cejas se fruncieron en un celo sospechoso—. ¿Quién
eres? ¿eh? ¿Un Norn22 que ha venido a cambiar mi destino?

La ironía de su pregunta la hizo sonreí. Si él quería pensar que ella era una de los
Norns hilando los hilos dorados de su destino, muy bien, podría funcionar a su favor ser
uno.

—Bueno, sí, eso es correcto.

Y luego paso a contarle sobre el encuentro violento que tendría con Tove si seguía
empeñado en matar a la Troll que había criado a su hermana como a una hija.

El rubor de ira se oscureció en rabia púrpura.

—¿Q-Que? —Su voz resonó y retumbó contra la cordillera. Había asesinato en sus
ojos—. ¡Esa tonta criatura no fue una madre para mí Tove!

Nerviosa por su furia, mantuvo los ojos en su ballesta.

—Tu hermana ya no es una niña —Le recordó—. Ella es lo suficientemente grande


para atravesar tu corazón con una flecha por matar a su madre. Y por el Troll, su nombre
es Grysla ella solamente se llevó a Tove por qué pensó que no tenía familia. Ella no pudo
dejarla para que muriera.

Leif parecía que estaba a punto de estallar una vena.

—¡Maldita seas Norn, tú y tus malditas palabras! —gritó, levantando su ballesta y


apretando el gatillo sin dudarlo.

Fate saltó al aire justo cuando la flecha casi atravesó sus voluminosas botas de piel
casi sin carne. Subiendo alto, fuera de su alcance miro hacia abajo, hacia él, gritando
maldiciones y agitando su puño hacia ella.

—Oh, pon eso dónde el sol no brille —refunfuño y salió disparada por el cielo.

22
Norn: Las Norns eran hermanas que habitaban en el árbol de la vida según la Mitología
Nórdica. Eran un espíritu femenino que no dependían de los dioses. La primera de ellas es Urd
(el pasado que siempre anda viendo hacia atrás, en pocas palabras “lo ocurrido”), la segunda
era Verdandi (el presente, una hermosa dama que siempre está viendo hacia adelante) y la
tercera de ellas era Skuld (es el futuro y por eso siempre se le representa leyendo un libro que
aún no ha salido).
Capítulo 17
¿FINN, DÓNDE ESTÁS?

Su corazón dio un brinco al escuchar un sonido de una voz llamándolo y la


misteriosa chica emergiendo de la niebla arremolinada.

Temiendo que la esquiva sílfide desapareciera cómo tantas veces antes, la atrajo en
un abrazo aplastante rosando su cuello con su rostro, el lugar más suave del mundo.

El aroma de su cabello era embriagador cuando el lentamente trazó su boca a lo


largo de la delgada línea de su garganta, con la mayor anticipación de que sus labios
tocaran los de el por fin.

Cuando su boca alcanzó la de ella, se sintió mal de alguna manera.

El sueño se hizo añicos. Su rostro se desvaneció y fue remplazado por el de Tove, su


piel oliva brillando a la luz del fuego y cabello oscuro y brillante extendido sobre su lecho
de pieles. Un verde ardiendo ilumino sus ojos mientras tiraba de Finn de regreso al beso.
El calor y la tentadora presión de su cuerpo deberían haberlo hecho olvidar de todo lo
demás. Pero su ardor se había enfriado. Se sentó, aferrándose al dolor de su pecho.

Tove se levantó y apoyo la cabeza en su espalda.

—¿Qué te molesta?

Culpa y confusión Se enredaron juntas mientras trataba de aferrarse a la imagen


del rostro de la chica misteriosa. Pero la niebla se había espesado, empañando su mente
hasta que ya no pudo imaginarla con claridad. Sin embargo, el anhelo persistía, como
siempre ocurría cuando tenía ese sueño. Y lo había estado teniendo cada vez más
últimamente.

Se giró hacia Tove, atrayéndola a sus brazos.

—Nada, mascota. Solo otro sueño.

Ella entrelazó sus extremidades alrededor de las de él, provocándolo para que se
acostara con ella. A pesar de lo tentadora que era ella, él se resistió. Todo lo que él quería
hacer era salir corriendo a la nieve y encontrar esa pieza vitalmente perdida de su vida.
La pregunta era, ¿a dónde ir? Y a quien estaría buscando, ¿un misterioso fantasma que
acechaba sus sueños y lo dejaba locamente desconcertado con lo que ya tenía?

No seas tonto, se regañó a sí mismo, La vida no se pone mejor que esto.


Él no sabía por cuánto tiempo había Sido parte de la familia Grysla, pero ya se
sentía como una vida. Desde el momento en el que aprendió el idioma antiguo, un
parentesco raro y profundo se había desarrollado entre los tres, especialmente con Tove.

Cuando recupero las fuerzas, ella había entintado perfectamente las runas de la
raza mayor en su piel. Fueron un regalo sin medida, dotándolo con fuerza y velocidad
antinaturales, sentidos amplificados, curación rápida y mayor resistencia a la oscuridad
que se había arraigado en su interior.

Se habían pasado innumerables horas con ella mientras ella tatuaba sus brazos a lo
largo de su cuello y columna vertebral y finalmente tres runas especiales en su sien
izquierda, el nudo familiar.

Desde entonces había llegado a comprender los colores cambiantes de sus ojos,
otro subproducto de las antiguas runas una vez que estaban incrustadas en la piel.
Cuando se perseguían por las colinas nevadas como fantasmas fugaces sus ojos brillaban
de un verde destellante. O cuando cazaban con los arcos tensos, sus ojos cambiaban a
orbes oscuros, pero llamaron a un sabio terrenal cuando le enseño los misterios de la
magia terrestre.

Ella era ferozmente apasionada y desinhibida en la más inocente de las maneras,


haciéndole saber sus sentimientos deslizándose en su cama una noche. El la encontraba
fascínate, y como cualquier hombre de sangre roja, había respondido de la misma
manera. Pero cuando llegó ese momento sin retorno, su corazón dio un tirón en las
riendas.

Él nunca podía sacudirse la sensación de que besaba a alguien más cuando besaba
a Tove. Por cualquier razón, ella no pudo saciar su sed por el toque de alguien más. Así
que se contuvo a ceder a sus deseos más bajos. El no jugaría juegos con ella. El vínculo
entre ellos se merecía más que eso. Así que él le dijo a ella que necesitaba tiempo.

Aún así, ella durmió en su cama, por lo que el soporto muchas torturas a partir de
entonces, luchando con deseos contradictorios, mientras que la calidez de su cuerpo le
hacía anhelar esa belleza de ojos marrones de sus sueños.

—Duerme. —murmuró ella, excavando profundamente debajo de las pieles.

El echó las mantas hacia atrás y le beso la frente

—No puedo, dulce diablillo. Necesito caminar.

Se puso las botas forradas de piel y el abrigo que ella le había hecho con la piel de
algodón. Ambos eran increíblemente cálidos, y bellamente cocidos con patrones
arremolinados de hilos de colores.

El aire fuera de la cueva era fresco y la luna colgaba en el cielo centéllate como una
linterna de papel gigante. Cerrando los ojos, el empujó sus sentidos exteriormente de la
forma en la que Tove le había enseñado. No solo a través de la tierra, si no en cada
partícula del aire dónde podía oír el zumbido de las estrellas, la respiración del viento,
incluso la agitación de la vida dentro de las semillas latentes por muy debajo de la nieve.

Cuando abrió los ojos, su visión aumentada se centró en la de Grysla, donde estaba
sentada, mezclándose con los desnudos árboles torcidos. Cruzó la extensión silenciosa
como caminar sobre lana. Al escuchar sus pisadas de todos modos, volvió sus nidos a
cabeza y sonrió. Finn cayó de espaldas en un ventisquero y miro las estrellas.

—Supongo que la luna también te mantiene despierta.

Su cabeza se inclinó con esos ojos amables y sabios, diciendo que ella sabía mejor.

—Ahora, no me mires así. He estado bebiendo esa agua de pantano gloriosamente


rancia como un reloj, así que no te preocupes —dijo él, refiriéndose a los caldos curativos
que ella lehabía preparado en un intento de disipar la oscuridad. Pero lo máximo que
pudieron hacer sus curativos fue retrasar la propagación.

Sus ojos se abrieron, animándolo a qué le dijera lo que realmente le estaba


molestando.

—En serio, estoy bien —insistió—. Y estoy seguro de que estaré en forma como un
violín después del ritual rúnico mañana por la noche.

Grysla se llevó la mano al corazón, haciendo la seña de tristeza.

Suspirando, metió los brazos detrás de la cabeza.

—No hay forma de esconderse de ti.—Le lanzó una sonrisa a medias.

El gigante apoyo sus grandes brazos sobre sus rodillas y se inclinó hacia adelante,
lista para escuchar.

—He estado teniendo sueños perturbadores. No las usuales pesadillas sobre muerte
y violencia, fíjate. Estos…son diferentes. Son del tipo que te llenan de felicidad
absolutapero te dejan desconsolado y confundido.

Una estrella fugaz atravesó el brillante cielo negro.

Se levantó en un codo.

—Creo que los sueños están tratando de mostrarme lo que no he sido capaz de
recordar. Estoy más seguro que nunca de que deje algo detrás, bueno alguien, muy
importante.

El rostro arrugado de Grysla se suavizó cuando su voz ronca rompió el silencio de la


noche helada.

—La oscuridad en ti es como el agua que ahoga tus recuerdos —hizo una señal
ondulada de inundación—. Con el tiempo también se hundirán tus recuerdos más
antiguos, hasta que hayas olvidado quién eres y todo lo que quedará, es la influencia
oscura.

El se sentó, su cuerpo rígido por el terror. Por mucho que la fuente de esa
oscuridad fuese un misterio para él, sabía que Grysla decía la verdad. Ella simplemente
había expresado sus miedos en voz alta.

—No debería quedarme aquí más tiempo —dijo después de un momento—. Soy un
peligro para ti y para Trove.

Grysla hizo un círculo con su enorme mano, luego señaló el corazón de Finn.

—Hay esperanza, una brillante, pero solo si prestas atención a tus sueños
observando las señales y siguiéndolas.

El miro las colinas azotadas por el viento.

—Lo haré. Pero tú tienes que prometerme una cosa. Si la pasión cambia mi alma, tú
tendrás…

El Troll árbol se detuvo con la señal de silencio pacífico. Ella lo observó, sus ojos
tristes. Entonces le dio un asentimiento solemne, prometiéndole que haría lo que el
pidió.

***
Una luna llena ilumino un camino despejado a través de la nieve mientras Finn,
Tove y Grysla caminaban hacia un montículo perfectamente circular dónde nada crecía.
El Troll árbol tarareo una melodía baja mientras se extendían por la parte inferior. Finn
y Tove se unieron con sus flautas. Había tallado la carrera de los antiguos junto a las
inscripciones druídicas marcadas a lo largo de su flauta de aliso. Mientras las notas
rúnicas marcaban el aire, la canción del viento lo llamó. La nieve se arremolinaba en la
parte superior del montículo espesándose y girando hacia arriba en un ciclón blanco que
se elevaba hacia el cielo negro como la tinta. Las notas rúnicas se lanzaron, levantando
cada copo de nieve hasta que la tierra desnuda reveló un espiral tallado que comenzaba
en la parte inferior y terminaba en el centro superior del montículo.

Cuando terminó la canción del viento, la columna en espiral se encendió en una


fuente, derramando capas de nieve alrededor de los lados de la elevación de la tierra.

Grysla prendió un incendio en el centro con una palabra brusca y un golpe de su


mano. Luego les hizo un gesto para que siguieran el camino de la espiral hasta el fuego.
Lo hicieron, lento y reverentemente.
Arrodillándose junto al fuego, Tove sostuvo un palo en las llamas hasta que su
punta afilada se volvió escarlata, humeando en el aire helado. Finn se quitó el abrigo,
revelando su pecho desnudo y las cuatro ronchas rojas que le habían dado. Dudando por
el más breve de los momentos, Tove quemó la runa de purga en su carne.

***
Un dolor abrasador quemó a Fate como si fuera ella la que estaba siendo
marcada.Ella se despertó, agarrándose el pecho, su corazón latía con tanta fuerza que
jadeo en busca de aire.

Mirando a su alrededor para asegurarse de que estaba en la cabaña, su mirada se


dirigió a la ventana, donde la luna brillaba sobre las colinas del bosque como la luz del
día. La misma luna que había visto en su sueño.

Había parecido tan real. Tan real como para ignorarlo.

Se quitó las mantas y se envolvió en su traje de nieve.

Sithias asomo la cabeza desde las mantas en las que dormía.

—¿A dónde vas, sseñorita?

—Soñé con Finn —dijo ella, marchando hacia la puerta—. Está en el montículo
Troll.

***
La luz de la luna cubría las colinas lechosas con su brillo frío, proyectando sombras
de árboles torcidos sobre la nieve resplandeciente. Mientras volaba sobre el Bosque de
Huesos Retorcidos, el corazón de Fate dio un vuelco cuando vio un brillante resplandor
parpadeante a la distancia.

Mientras se acercaba al fuego vio Finn inmediatamente. El estaba vivo y bien. El


desconcierto borro su alivio inicial. ¿Qué lo había detenido de regresar a ella?
Seguramente el no le habría permitido pensar lo peor durante semanas. La
incertidumbre le impidió ir directamente hacia él. Se alentó, viendo que él estaba con
alguien. Ella flotaba, tratando de darle sentido al intercambio íntimo que estaba
teniendo lugar.
Sin verse afectado por la gélida temperatura, Finn se arrodilló con el torso desnudo
frente a una chica de pelo negro. El nombre de Tove surgió en el fondo de su mente
polarizada. Ella era deslumbrante, una hermosa y salvaje hija de la naturaleza. El tenía
las manos sobre los hombros de ella, una mirada de intensa pasión en su rostro. ¿Era
ella la razón por la que no regreso? El pecho de Fate ardía con un calor punzante.
Repentinamente ella se dio cuenta de que había visto esa mirada en sus ojos antes, pero
no la había reconocido por lo que era.

Tove resolvió la quemadura fresca de su pecho, sus dedos acariciando lentamente.


Está, definitivamente no era la primera vez que ella lo tocaba de esa manera. Fate quería
apartar la mirada, pero no podía, su mirada se arrastró de mala gana sobre el torso
musculoso de Finn hasta los símbolos escritos debajo de su columna vertebral y a lo
largo de sus brazos…esos brazos tiraron de Tove en un abrazo.

En el momento en el que se besaron, el corazón de Fate implosionó, convirtiéndose


en un agujero negro que succionó hasta la última pizca de felicidad de su alma. Ella
estaba sorprendida, incapaz de moverse, incapaz de sentir nada además de dolor
paralizante.

Pero después de unos minutos, la furia dura quemó a través del dolor. Todo este
tiempo en el que ella se había estado congelando el trasero buscando encada pulgada de
esta montaña por él y siempre aterrada de que el apareciera muerto, él había estado a
salvó, con ella.

Enredos, agonizantes nudos de rabia y dolor la doblaron. Ahogando un sollozo


desgarrador en su garganta, se disparó hacia arriba. Después de haber alcanzado una
altura vertiginosa, cayó hacia abajo, desorientada por las estrellas y el paisaje nevado
difuminados juntos. Por una fracción de segundo, ella considero caer sobre los árboles
de abajo. Ser empalada sería menos doloroso que esto. Pero la auto-preservación entro
en acción antes de que ella golpeara los árboles con púas.

Enjuagándose las lágrimas, miro hacia el fuego, preocupada de que pudieran haber
notado su caótica caída. Ella no quería ningún retrasó. No cuando planeaba regresar y
pasar a la siguiente fábula sin Finn. Sin embargo, ella se demoró observando la escena
insoportable como si tal vez pudiera despertarse de esa pesadilla.

Mientras se giraba para irse, notó movimiento en la sombra de la luna. Alguien


estaba agachado detrás de un ventisquero. Ella supo que era Leif cuando vio que
apuntaba su ballesta, no hacia Finn ni hacia Tove, si no hacia el árbol Troll, se cargaba
desapercibidamente entre los árboles cerca de la base del montículo.

Fate sabía que tenía que intervenir. De lo contrario, esa obstinada espinilla le
arruinaría el final de la fábula. Bajó en picada, con la intención de golpear la ballesta de
su agarre, pero se movió hacia atrás cuando Tove se giró en dirección a Leif. Fate se
quedó quieta, viendo que Finn escaneaba el cielo, como si supiera que ella estaba ahí.
Entonces Tove tiro de su brazo, señalando el ventisquero dónde se escondía Leif.
Los siguientes segundos se redujeron a una claridad brillante mientras Finn corría
hacia abajo del montículo con una velocidad impactante, su rostro en una máscara de
rabia. Sus movimientos eran como los de un gato cuando saltó sobre Leif. En reacción, el
cazador disparó una flecha. Fate se precipitó a través del espacio, chocando con Finn, la
flecha silbando junto a sus cabezas.

Antes de que pudiera alejarse, él la agarró. Rodaron abajo en una cuesta de ramas,
su caída terminó en la parte inferior del montículo.

Cuando se encontró tumbada encima de él, se alejó. Finn se quedó quieto,


mirándola, primero con una mirada de sorpresa y luego con un ceño fruncido de
confusión.

Ella se tambaleó hacia atrás cuando él se puso de pie, sus ojos ardían con tonos
antinaturales de verde cambiante. Las lágrimas le picaron en los ojos. Él había cambiado
en maneras que a ella el asustaban.

Sus pasos eran lentos y deliberados.

—¿Quién eres tú?

Incapaz de creer lo que oía, Fate se secó los ojos con la manga y lo fulminó con la
mirada.

—¡Ella es una Norn, y no es buena! —gritó Leif.

Los ojos de Finn se pusieron negros. Se volvió, arremetiendo contra el hombre


grande, golpeándolo en su espalda, golpeándolo en el rostro fuerte y rápido. Leif se
quedó flácido. Agarrando su ballesta y espada, Finn las arrojó tan lejos que se perdieron
en las profundidades.

Tove rodeó al cazador de trolls ensangrentado, con los ojos oscuros y peligrosos.

Fate retrocedió un poco más, deteniéndose cuando el suelo tembló debajo de sus
pies. Grysla había cerrado el espacio entre ellos de un solo paso. El nudoso gigante era
de un tamaño tan intimidante y miraba tan fijamente que Fate quiso irse. Pero los
recuerdos del agarre aplastante del Hombre Verde la mantuvieron pegada en su sitio.
Las probabilidades eran demasiado altas para que la arrebataran del aire.

La expresión de Finn se suavizó mientras caminaba hacia ella.

—Gracias por lo que hiciste.

Ella se quedó rígida mirando hacia abajo.

—De nada. —Ella se volvió para irse.


Agarrándola por el codo, la acercó unos centímetros más, empujando su capucha
forrada de piel, fuera de su cabeza. Mientras sus ojos recorrieron su rostro, se volvieron
de un verde brillante y ferviente.

—¿Te conozco? —susurro sin aliento—. Hay algo…notablemente familiar en ti.

Estaba a punto de responder cuando Tove se acercó a él, colocando una mano
posesiva sobre su pecho desnudo y una mirada amenazante en sus ojos.

Tirando de su muñeca para liberarla de su agarre, Fate negó con la cabeza.

—No, no te conozco. —Empezó a hablar, pero ella lo interrumpió—. ¿Puedo irme


ahora? —dijo, dando un codazo con la barbilla al Troll árbol que se cernía sobre ella.

En el momento en que él asintió, ella se lanzó al cielo nocturno, segura de que


debió haber imaginado el destello de pánico en sus ojos cuando ella se fue.

***

Fate miró las páginas del Libro de fábulas.Las palabras entintadas de la fábula le
devolvió la mirada, declarando por fin un nuevo final. Finn había causado paz entre Leif,
Tove y Grysla, actuando como intermediario entre los tres. Ahora podía pasar a la
siguiente fábula. Excepto que cada vez que ella pensaba en dejarlo atrás, otro pedazo de
su corazón se destrozaba. Ella se giró hacia Sithias.

—Tal vez deberíamos esperar un poco más.

La serpiente cruzó la habitación arrastrando una gran pila de obras que había atado
con un cordel.

—Ahora, ahora sseñorita. No podemosssquedarnosss en este páramo miserable


para sssiempre. Han pasado diez días desde que lo vissste y cuatro desssde que la fábula
se transformó en un final maravillosamente sssublime.

Él estaba en lo correcto. Necesitaba aceptar que Finn estaba contento con su nueva
vida. Tenía que dejar de esperar que él recordara de repente quién era ella y volviera
corriendo. Incluso si su memoria regresara, ¿que la hacía pensar que querría tener algo
que ver con ella de todos modos? ¿Estaba olvidando que él la odiaba antes del
envenenamiento?

El momento de seguir adelante había llegado.

Puso su atención en la ilustración de un serpentino a lado del dragón entrelazado


alrededor de la letra.

—¿Tu modelaste para esto?

Sithias le dedicó una sonrisa indulgente, aunque levemente molesta.


—Por supuesto que no —dijo, enrollando la cola a su cintura—. Ahora, sigue
leyendo.

Su corazón gritó que no.

—Esto es lo mejor. —Se susurró a sí misma. Respiró hondo y abrió la boca para
pronunciar la primera palabra en voz alta, cuando un repentino estruendo la detuvo.

Cuando otro temblor sacudió la cabaña, la esperanza llenó el cráter en su pecho.


Corrió hacia la ventana. La gran figura de Grysla coronó la colina con Finn en un
hombro nudoso y Tove en el otro.

—¡Él está aquí! —dijo ella, agarrando el abrigo, se puso las botas y salió corriendo
por la puerta.

Finn saltó y aterrizó frente a ella. Parecía nervioso, incapaz de mirarla a los ojos.

—Yo…uh…—Miró hacia atrás al gigante, que le dio un codazo en la barbilla con


ánimo, aunque Tove mantuvo una mirada fría y distante en el horizonte—. ¿Puedo tener
un momento contigo adentro? —preguntó él.

—¿Un momento? —Las esperanzas de Fate se hundieron—. Seguro.

Cuando entraron en la cabaña, echó un vistazo a Sithias con puro odio.

—Odio a las serpientes —dijo él.

—Oh, no esssto de nuevo. —dijo Sithias, deslizándose hacia el baño.

—Está bien, él es un amigo, lo creas o no. —explicó ella.

—Lo siento, la serpiente me distrajo —se movió de un pie a otro—. Hay algo que
necesito que decirte.

Lo que sea que fuera, lucía lo suficientemente incómodo para hacerla pensar que
sería mejor que se prepara para lo peor.

—Está bien.

El miró hacia el suelo.

—Sé que esto va a sonar como si fuera un completo loco, pero no he podido sacar
esos ojos cafés tuyos de mi cabeza —levanto la mirada, una leve si risa tocó sus labios
cuando vio su obvia sorpresa—. No sécómo o por qué, pero sé que eres importante para
mí de alguna manera. —El alivio le acaricio la frente—. Ahí, lo dije. He estado trabajando
con los nervios durante días.

—Oh —Ella estaba paralizada—. Creo que deberíamos hablar. —dijo al fin—. Mi
nombre es Fate, por cierto.
—Soy Finn.

Ella sonrió.

—Lo sé. Losiento, mentí cuando me preguntaste si nos conocíamos.

—¿Por qué?

El calor se apodero de sus mejillas.

—Estaba molesta cuando no me recordaste.

Él lucia como si quisiera disculparse, pero se quedó en silencio.

Se sentaron junto al fuego mientras ella explicaba cómo habían estado viajando a
través de las fábulas juntos después de reunirse en la librería, por qué una serpiente
estaba con ellos, y cómo Sabirah lo había envenenado. En ese momento, Sithias había
salido de su escondite. Ella podía decir que él estaba esperando a que ella lanzara la
bomba haciéndole saber a Finn que no era real. Pero ella no lo hizo. Ella no debería
haber dicho eso antes. No iba a volver a cometer ese error.

—Estábamos a punto de movernos a la siguiente fábula. —Reprimió cualquier


pensamiento de que él se uniera a ella y se puso de pie—. Así que supongo que estás
esperando regresar con Tove y Grysla.

Finn la siguió mientras ella caminaba hacia el Libro de Fábulas.

Tomándola de la mano, él dijo—: No, iré contigo, Fate.

Ella escaneo su rostro.

—¿Estás seguro? —Ella sintió resistencia, pero el asintió de todos modos.

—Sí, estoy seguro, solo iré a despedirme.

Ella se movió hacia la ventana cuando él salió.

Sithias se unió a ella, donde permaneció en las sombras.

—¿Esss realmente prudente ver esssto?

—Tengo qué. —dijo ella, aparentando los puños con fuerza mientras se desarrollaba
la escena.

Tove se inclinó cerca de Finn, mirándolo a los ojos como alguien que conocía su
alma.

Susurrándole algo al oído, pasó el dedo por las runas de su sien parecía
completamente fascinado.
A medida que el momento se prolongaba para siempre, Fate sintió cada segundo de
tortura.

Entonces Tove se movió hacia atrás ligeramente, su rostro estaba a solo un cabello
ancho del de Finn hasta que sus labios rosaron los de el por un breve segundo antes de
alejarse por completo.

Fate dejó de respirar cuando lo vio ponerse rígido con una expresión de dolor. La
culpa la carcomía. ¿Estaba mal querer llevárselo lejos si hacerlo lo dejaba con el corazón
roto?

Tove permaneció inmóvil y majestuosa mientras silbaba dos notas espeluznantes.


El viento obedeció con fuerza repentina, manchando su cabello oscuro contra el cielo
azul nítido. Fate nunca había visto nada más fascinante que ésta chica de otro mundo
cuyos ojos brillaban con un amor feroz pero tierno.

Un terrible sentimiento de inferioridad llenó su apretado pecho. Tove era todo lo


que ella no era. Fuerte, confiada, hermosa y misteriosa. Claramente ella y Finn
compartieron algo profundo, algo que Fate temía nunca tener con él.

La nieve arremolinada se espesó alrededor de Tove, envolviéndola. Entonces la


ráfaga barrió las colinas con asombrosa velocidad, llevándola en su estela.

Finn lucia perdido sin ella.

El Troll de los árboles se inclinó hacia él. Miró a Grysla, su mirada afligida era tan
severa que a Fate le preocupaba que decidiera quedarse después de todo. Ellos se
miraron el uno al otro, un intercambio silencioso, pero profundamente conectado. Por
fin Grysla hizo un gesto de despedida. Había tristeza en su sonrisa afectuosa. La gigante
se alejó, sus pasos pesados sacudiendo el suelo hasta que su pesada forma se sumergió
debajo de las colinas y desapareció de la vista.

—No puedo hacer esto —dijo Fate mientras se apresuraba hacia El libro de
Fábulas. ¿Por qué se había torturado a sí misma viéndolo despedirse? Ver a Finn tan
enamorado la atormentaría por siempre. Cualquier reflexión que haya tenido de un
futuro con él se había ido ahora. El pertenecía aquí, con Tove.

Sithias se deslizó a su lado.

—¿Qué no puedes hacer?

—Llevarlo con nosotros —dijo, fijando su mirada en la siguiente fábula. El corazón


le martillaba con tanta fuerza que las piernas le temblaban. Agarrando a la serpiente
para sostenerse, se obligó a empujar la vocecita en su cabeza instando que se detuviera y
pensara antes de actuar.

—Sseñorita, está siendo imprudente —intervino Sithias con voz de advertencia—.


No hagas algo que lamentarasss.
Un aire gélido entró en la cabina cuando Finn entró. Mantuvo sus ojos en la
página. Si lo miraba, se debilitaría y cambiaría de opinión.

—¿Fate? —dijo, el sonido de sus pasos acelerándose a través de la habitación.

Cuadrando los hombros, ahogó la primera palabra de la fábula. La atracción


magnética de la historia cuando estalló fue instantánea, y tan misericordiosa en la forma
en que vació su mente de la miseria que sintió al dejar a Finn atrás.
La Emperatriz Dragón
En el oscuro comienzo de la historia hubo matrimonios indecibles entre humanos
y criaturas mágicas, que trajeron al mundo vidas prohibidas. Estas abominaciones se
ocultaban y la mayoría de las veces, llevaban males inquietantes en su sangre
contaminada. Había que temerles si alguna vez uno tenía la desgracia de adentrarse
en sus dominios, pero es precisamente ahí donde comienza esta historia.

El Rey Balor fue el primero en encontrarse con una raza así. Tras su victoria en el
país de Endlund del Norte, optó por cruzar el Río Torle y atravesar el Monte Fargrum
en su prisa por regresar a su hogar en Asgar. Se susurraba que había un lugar oculto
dentro de esas montañas, donde las mujeres daban a luz a las crías de los dragones,
donde una raza como ninguna otra gobernaba con las frías mentes reptilianas de las
serpientes.

El Rey Balor descartó este rumor como un mito y siguió adelante en territorio
desconocido. Cuando su ejército llegó a lo que debería haber sido un barranco
infranqueable, en su lugar había un misterioso puente de piedra, que cruzaba hacia un
camino cortado en lo profundo de la montaña. Mientras atravesaban la oscuridad, los
soldados hablaban con temor de los salvajes nacidos de los dragones, pero cuando
salieron de nuevo a la luz, se sorprendieron al encontrar un valle, donde la tierra
florecía bajo la larga sombra de un resplandeciente castillo.

Las puertas se abrieron para ellos con una invitación para asistir a un gran
festín. Cuando la Emperatriz Moria salió a su balcón para dar la bienvenida a sus
invitados, esta feroz belleza cuyos ojos ardían con una llama de rubí cautivó al Rey
Balor.

Se casó con la Emperatriz Moria de inmediato y la llevó a Asgar. Cuando llegaron


a las afueras de su reino, ella dejó caer en el suelo bellotas de un roble maldito. Las
semillas arraigaron con una rapidez anormal y crecieron hasta convertirse en un
extenso cinturón de robles virulentos, que atrapaban a los desafortunados que se
dejaban pudrir en sus ramas como horribles advertencias para que dieran la vuelta.
Tras sembrar estas odiosas semillas de encantamiento, nadie entraría ni saldría de
Asgar a partir de ese momento.

Moria continuó desbaratando la fuerza del reino. Su impía unión con el rey
produjo un hijo, Tynan, nacido con la misma belleza pálida y oscura y los mismos ojos
fascinantes de su madre. La emperatriz mantuvo a su hijo celosamente cerca, mientras
el rey embelesado renunciaba poco a poco a su autoridad. Ella preparó a su hijo en el
arte de la guerra y lo moldeó hasta convertirlo en el perfecto príncipe heredero. Su
fuerza se convirtió en la de un guerrero con el corazón de un diplomático. Tynan fue un
regalo que le dio a Balor y a su pueblo, un regalo que un día recuperaría.

El reino cayó en la ruina y la decadencia a lo largo de los años, pero los súbditos
de Asgar sólo percibían la prosperidad, donde creían que nadie enfermaba ni moría.
Estaban atrapados en el hechizo de Moria y no veían el castillo en ruinas ni la
espantosa comida que llenaba sus despensas y mesas. El esplendor y las cosechas
abundantes eran todo lo que podían ver. La red de ilusión de Moria era realmente
poderosa... para todos menos para uno.

El consejero del rey, el viejo Sacerdote Druida, O'Deldar, tenía un conocimiento


íntimo de los nacidos de sangre impura, pues por sus venas también corría sangre
impura. Fue esa misma similitud la que lo impulsó a usar su poderosa magia para ver
a través del hechizo de Moria. Cuando vio los horrores bajo su ilusión, hizo planes para
liberar a Asgar y los ocultó bien de ella. Ahora, después de diecisiete años, había
llegado el momento de cosechar las semillas que había sembrado desde el día de su
llegada.

Durante la fiesta de Beltane, los cuernos de Asgar sonaron como advertencia de


intrusos. El resplandor de las lanzas se erizó a lo largo de los muros de la muralla
cuando la guardia real se puso en fila para observar una flota de barcos que surcaba
las aguas. Tynan levantó su catalejo. El estandarte del barco líder llevaba un halcón
gris, y una mujer joven estaba de pie en la proa del barco. Moria se lo arrebató.
Cuando vio lo que se dirigía hacia ella, rompió el catalejo y juró hacer que los intrusos
pagaran con sus vidas su intrusión.

O'Deldar saludó a la flota y anunció a la furiosa reina que la Princesa Kaura de


las Islas Eldunough había venido a honrar su compromiso con el primer hijo del Rey
Balor. Nadie sabía, ni siquiera Kaura, que era la propia hija del sacerdote. Cuando
bajó de la pasarela, el sol tocó sus cabellos con una llama de oro rojo. Todo el mundo se
quedó mirando con asombro a esta bella y mística visión vestida con una capa
plateada y con unos ojos tan grises como los estanques del bosque. Tynan perdió su
corazón por ella en el momento en que se conocieron. También Kaura sintió el mismo
amor profundo por él.

Durante el festival, el pueblo de Asgar se acercó a la princesa como las flores se


vuelven hacia el sol, dejando que Moria se marchite a su sombra. Más tarde, cuando el
sol se hundió en el oscuro océano y las llamas ardieron en lo alto de la gran hoguera,
Tynan anunció al pueblo que se casaría con Kaura al día siguiente.

Moria se puso colérica. Había llegado el momento de despertar la antigua línea


de sangre de su hijo. Tomando un fragmento de la escama de dragón de su ancestro
Serpen, la rompió y se quedó con una mitad. La otra, la deslizó bajo la piel de Tynan
mientras éste dormía. Luego se quedó en su habitación, esperando que se produjera el
inevitable cambio.

A primera hora de la mañana, un dragón negro irrumpió en los muros de la


torre y salió volando con el espíritu de Tynan dormido en su interior. Moria utilizó su
mitad del fragmento para ver a través de los ojos del dragón y envió a la bestia a la
flota de Kaura. El ataque fue rápido y brutal. El fuego venenoso del dragón engulló los
barcos y no dejó supervivientes.

Cuando llevó al dragón a matar por todos los pueblos de Asgar, matando a
niños, débiles y ancianos, O'Deldar se apresuró a despertar el poder latente dentro de
su hija. Se despertó con una terrible brusquedad, y la frágil forma de Kaura dio paso
violentamente a la de un halcón gigante. El ave de presa se lanzó al cielo y comenzó la
caza de su enemigo mortal. El halcón se lanzó al cuello del dragón. La serpiente levantó
su cabeza cornuda y rugió mientras las garras rasgaban las duras escamas, cortando
profundamente hasta el hueso.

El golpe casi mortal despertó a Tynan. El dragón se retorció, barriendo con su


cola de púas el corazón del halcón. Tynan sintió el dolor de Kaura como si fuera el suyo
propio y conoció su consternación cuando sintió que estaba luchando contra su
verdadero amor. El halcón soltó su agarre mientras la sangre manchaba su suave
pecho.

Pero la sed de sangre de Moria era insaciable. Quería una batalla a muerte. Las
bestias se rodearon mutuamente, el halcón desplegando sus colosales alas y el dragón
mostrando sus venenosos colmillos mientras los espíritus atrapados de los dos amantes
gritaban el uno por el otro. El dragón se lanzó y hundió sus colmillos en el cuello del
halcón. Sin poder salvarla, Tynan lloró mientras la vida de Kaura se desvanecía.

El pájaro cayó al suelo. La batalla había terminado, dejando a Moria triunfante


pero demasiado confiada, porque todavía había una chispa de vida en el halcón.
Levantándose por última vez, rastrilló con sus garras el suave vientre de la serpiente.

El rugido agonizante del dragón podía oírse desde el valle más bajo de Asgar
hasta los picos más altos del Monte Fargrum. Moria nunca lloró por su hijo. Su
nacimiento y muerte habían servido a su propósito. La Emperatriz Dragón pudo
regresar a su hogar por fin. Ella había arruinado al rey que se había adentrado en las
tierras ocultas de su pueblo. Moria dejó que el pueblo de Asgar despertara de su
hechizo en una pesadilla inimaginable, con un rey roto y sin heredero para reconstruir
el reino.

En cuanto a O'Deldar, lo había sacrificado todo para salvar a su rey, pero si un


rey no desea ser salvado, incluso un viejo y sabio consejero está obligado a marcharse.
A dónde fue, nadie lo sabe realmente. Algunos dicen que se fue a lomos de un halcón
gigante, mientras que otros dicen que se desvaneció en una niebla que llegó desde el
mar. Ya sea por medio de un pájaro o de la magia, nunca se volvió a ver a O'Deldar.
Capítulo 18
LA FURIA FATE SE ENREDÓ CON LA DE MORIA. PODÍA IDENTIFICARSE CON
sus sentimientos de invasión. Pero, aunque Tove era la intrusa en su propia historia
personal, la traición de Finn era la que más le dolía. Ella había pensado que su corazón le
pertenecía sólo a ella. Al fin y al cabo, ¿no había una etiqueta "Hecho por Fate" cosida a
él?

Las últimas imágenes de la fábula estallaron en una nube de letras. Mientras se


arremolinaban en las páginas, convirtiéndose en simples palabras sobre el papel, el
nombre de O'Deldar brilló en la base de su cerebro, desvaneciéndose lentamente como la
imagen posterior de una bombilla.

Luchando contra las capas de mareo, empezó a despertar a su nuevo entorno. El


sonido de los pájaros atravesó la niebla de su cabeza. Justo cuando se apartó del libro
para ver dónde estaba, algo la tiró al suelo. Sinuosa y desorientada, miró hacia un cielo
lleno de buitres que volaban en círculos y una multitud de cuervos y gaviotas que
chillaban en las copas de los árboles.

Antes de que pudiera comprender lo que había sucedido, unos ojos brillantes
perdidos en un rostro carnoso se agolparon sobre ella, bloqueando su visión.

—¿Qué tenemos aquí?—dijo el hombre—. No sólo un libro mágico que vale el


rescate de un rey, sino también una joven y suave moza. —Su fétido aliento le provocó
arcadas mientras le pasaba una mano áspera por el pómulo y por el cuello.

De repente, salió disparado hacia un lado. Se incorporó, viendo que alguien lo


había derribado al suelo. ¡Era Finn!

—¡Déjala en paz! —gruñó. Poniéndose en pie de un salto, agarró al hombre por el


cuello y le dio un puñetazo en la cara con una rabia desenfrenada.

Fate lo miró atónita. ¿Estaba realmente allí o se lo estaba imaginando? Cuando la


sangre brotó de la boca del hombre, se encogió, aceptando su sorprendente presencia
como real. Sin estar segura de lo que sentía, se puso de pie y comenzó a acercarse a él,
deteniéndose cuando otros tres hombres tiraron de él hacia atrás, golpeándolo por todos
lados.

Temiendo por él, gritó. Pero su miedo era injustificado. El golpe de Finn hizo que
uno de los saqueadores saliera volando hacia el grueso tronco de un árbol.

De repente, las ramas del árbol se enroscaron en torno al hombre, levantándolo en


su extensa copa. Fate se tambaleó hacia atrás con incredulidad, incapaz de apartar la
mirada mientras el árbol lo empalaba lenta y cruelmente con cientos de ramas
retorcidas.

Ahogando un grito, asimiló todo el horror de su entorno. Hasta donde alcanzaba la


vista, se extendía un denso cinturón de robles gigantes. El sol naciente brillaba a sus
espaldas, haciendo resaltar sus retorcidas ramas. Pero no eran los árboles en sí lo que la
aterrorizaba, sino el incontable número de cadáveres putrefactos que colgaban de sus
ramas como muñecos de trapo desgarrados. Un verdadero banquete para las hordas de
carroñeros alados que pululan sobre los cadáveres, arrancando hilos de carne de los
huesos, hurgando en las cuencas oculares vacías.

El viento cambió, y el hedor de la muerte la invadió. Cayó de rodillas, con arcadas.

Al oír gritos ahogados a su espalda, se volvió para ver a Sithias enroscado


alrededor de la cabeza y los hombros del gordo. La serpiente lo arrastró pateando y
agitándose en el aire. Manteniendo su posición por un momento, aleteó por encima de
los árboles como si pudiera salvar al hombre de un horrible final. Pero lo soltó, dejando
que cayera en los robles que se agarraban, donde innumerables ramas lo ensartaron
vivo.

Al rehuir de la vista, se volvió en el momento en que Finn le clavaba los dos puños
en el pecho a uno de los atacantes, haciéndolo saltar por los aires. Se estrelló contra otro
roble, con la espalda crujiendo y una mirada de espanto paralizado en su canoso rostro
cuando una rama le atravesó el pecho, elevándolo hacia el espantoso cementerio del
cielo.

Cuando Finn se volvió hacia el último asaltante superviviente con un brillo asesino
en sus ojos negros y los labios estirados en señal de disgusto, el hombre cayó de rodillas,
con las manos en señal de rendición.

—Por-por favor, señor, ¡dé-déjeme!

En un instante, estaba junto al merodeador, levantándolo y empujándolo hacia los


robles.

—¿Nos habrías perdonado a alguno de nosotros, si las cosas hubieran cambiado?

Los tacones del hombre dejaron zanjas en la tierra.

—¡Sí! ¡Somos ladrones, no asesinos!

La voz de Finn bajó hasta convertirse en un gruñido.

—¿Y qué hay de la joven doncella?¿Habría estado a salvo con su virtud intacta?

—Yo-yo... sí, ¡por supuesto!


Lo estampó contra el árbol. El sudoroso hombre tembló, poniendo los ojos en
blanco. Las nudosas ramas del roble se retorcieron hacia ellos, repeliéndose de repente
cuando se acercaron a Finn.

Sithias aterrizó junto a Fate.

—¿Hasss visssto essso?

Ella asintió con asombro. Aunque estaba agradecida por haberse salvado de
aquellos horribles hombres, la furia implacable de Finn, unida a una fuerza y velocidad
tan asombrosas, era aterradora. Ella sabía que él había cambiado, pero no hasta el
fondo.

—¡Finn, déjalo ir! Ya ha habido suficientes muertes —gritó, corriendo hacia él.

Se quedó quieto, mirando por encima del hombro hacia ella.

Vio cómo su rostro se retorcía de miedo cuando una rama se abalanzó sobre ella.
Sin verlo moverse, cerró de alguna manera el espacio entre ellos, agarrándola tan fuerte
por la cintura que el aire se le escapó de los pulmones. Mientras luchaba por respirar, el
dolor le atravesó el brazo. Mirando la herida, la rama volvió a agarrarla mientras Finn se
la llevaba.

La rama se retorció hacia dentro, atrapando al sorprendido ladrón que tardó


demasiado en escapar, y lo elevó a la copa del árbol para que se uniera a sus compañeros
de conspiración.

Sus gritos atormentados resonaron en el bosque.

Temblando al dejarla en el suelo, Fate se tapó los oídos.

Después de lo que parecieron interminables gritos, Finn se obligó a quitarle las


manos temblorosas de la cabeza. Ella se resistió, queriendo esconderse de todo aquello.

Empujando su barbilla para que lo mirara, la miró fijamente, sus ojos en ese
momento de un verde apacible, pero interrogante.

—Siento que estás enfadada conmigo, incluso asustada.

Fate volvió su mirada al suelo.

—Has cambiado mucho. No estoy acostumbrada—Levantó la mirada—. Y la forma


en que fuiste tras esos hombres…

Su ceño se arrugó en una mueca.

—Iban a arrojarme a los robles... a Sithias también, si hubieran podido atrapar a


alguno de nosotros—El verde de sus ojos se convirtió en negro—. Y te habrían hecho
cosas despreciables.
Sithias se deslizó junto a ellos.

—Él tiene razón, ssseñorita. Teníamosss que defendernosss.

Fate miró fijamente a la serpiente.

—Defenderse, sí, pero dejaste caer a ese hombre en los árboles como carnada a los
tiburones. No tuvo ninguna oportunidad.

Sithias se hundió.

—Lo sssé. Yo era de sssangre fría... bueno, sssoy de sssangre fría, pero...

—Y tú—dijo Fate, dirigiendo su acalorada mirada a Finn—. Eras tan... despiadado.


Estabas dispuesto a matar.

Parecía sorprendido.

—No sé cómo era cuando estábamos juntos antes, pero entiendo claramente la
relación entre depredador y presa, y esos hombres eran asesinos. Juré no volver a ser
una víctima después de que Tove me enseñara a luchar, a cazar y a matar si es necesario.

—Entonces, ¿estás diciendo que ella te enseñó a ser un brutal depredador?

—Escucha, cuando tengamos un momento, te contaré las cosas milagrosas que


pasaron mientras estábamos separados. Tal vez eso te ayude a asimilarlo todo.

—Sí, eso es, quiero oír todo sobre ti y Tove —Se marchó furiosa en dirección
contraria, todavía despotricando—: Prefiero que me depilen todos los pelos de la cabeza
de uno en uno, muchas gracias.

Sithias la alcanzó, con una expresión de incomodidad.

—Sssugiero que vayamosss a Asssgar...

—Por cierto, ¿cómo ha llegado hasta aquí?—se quejó en voz baja—. Tú hiciste esto,
¿no?

Bajando la cabeza, la miró con culpabilidad.

—Me enganche a èl sssegundossss antses de que empezarasss a leer.

—¿Por qué?

—Porque habríasss sido missserable sssin él.

Miró a Finn, donde lo había dejado parado a varios metros, con una expresión de
desconcierto.

—Por si no te has dado cuenta, me siento miserable con él —susurró.


Sus alas se plegaron en forma de encogimiento de hombros.

—Asssí esss la maldición del amor.

Sacando su cuaderno del bolsillo de su bolso, murmuró—: Estás en problemas.

***
En un abrir y cerrar de ojos, llegaron a una colina cubierta de hierba que dominaba
un valle ondulado y frondoso que se extendía hasta el borde del mar, donde un pálido
castillo brillaba bajo la luz del sol del verano. La regia ciudadela estaba bien fortificada
en tres de sus lados por un amplio foso y escarpados acantilados que protegían su
espalda. A lo largo de las torretas ondeaban coloridos banderines y las puertas estaban
cubiertas de guirnaldas de flores, lo que denotaba el festival de Beltane. Al igual que la
cantidad de gente alegre y vestida de forma brillante que atravesaba las puertas del
castillo en carros llenos de comida y mercancías.

Sithias se quedó mirando el esplendor con una expresión de desconcierto.

—No parece que la ciudadanía sssse haya empobrecido. Todosss esssosss carrosss
llevan provisssionesss bassstante generosssasss.

Finn cerró los ojos.

—Hay una poderosa magia trabajando aquí. La ilusión de Moria se extiende hasta
las fronteras de Asgar. —Su expresión se volvió sombría, sus ojos se oscurecieron
mientras miraba el castillo—. No puedo ver a través de su velo, pero si indago lo
suficiente puedo sentir el trasfondo del odio e incluso percibir un matiz de podredumbre
y decadencia.

Unos incómodos nudos de incertidumbre tiraron del estómago de Fate. Había sido
sensible antes, pero no con tanta intensidad. En ese momento era muy diferente. Podía
manejar los nuevos sentidos arácnidos y los superpoderes con bastante facilidad. Era la
crueldad lo que más la asustaba. El Finn que había creado valoraba la vida por encima de
todo. ¿Qué le había hecho Tove?

Miró hacia atrás, y lo sorprendió mirándola, con su mirada penetrante. Pateando la


hierba con la punta de su bota, miró hacia abajo, ocultando su rostro tras el cabello.

—En essste momento, no me importa —dijo Sithias—. Sssimplemente essstoy


agradecido por el clima másss cálido. Y qué momento tan perfecto: estamosss aquí para
el fessstival de Beltane. Si nosss presionamosss como artissstasss viajerosss,
encajaremosss bien.

—Me agrada —dijo Fate, acercándose a donde Sithias sonreía al sol. Su sonrisa era
contagiosa y el calor del sol y la exuberante pradera eran definitivamente edificantes
después de soportar la caja de congelación en la que habían pasado el último mes—. Sólo
que no creo que encajaras, aunque esto fuera un festival para serpientes —Señaló sus
alas.

Sithias se desplomó.

—Podríasss tener razón. Oh, ¿por qué Elsssina tuvo que ponerssse tan alada?

Anotó unas palabras en su cuaderno y las susurró en voz alta. En cuestión de


segundos, un collar de glamur apareció en su mano. Lo colgó delante de él con orgullo.

—Prueba esto. Si mis habilidades de escritura valen el dinero que me pagan,


debería funcionar. Pero si no lo hace, tendremos que meterte en una jaula y cobrar
entradas a los embobados que quieran ver a la extraña serpiente pájaro.

Parecía revuelto.

—Sssi me van a poner en evidencia, prefiero la ssserpiente pájaro. Lasss alasss


ssson másss bien un elemento decorativo, aunque gratificantemente utilitario.

—De acuerdo —dijo ella mientras Sithias bajaba la cabeza a través del collar.

Justo cuando pensaba que el glamour podría ser un fiasco, Sithias se transformó
en un joven extrañamente alto y delgado, de piel pálida como el hueso, con una larga
cabellera lisa y una nariz que se enroscaba en punta. Llevaba una toga de lino sobre un
traje blanco, con un collar de hojas doradas coronando su cabeza y un arpa colgando a su
lado. Aunque sus ojos seguían siendo de color ámbar y conservaba sus alas.

Se tapó la boca con una mano para no reírse. No podía controlar su nuevo cuerpo y
se movía como una marioneta, balanceándose de un lado a otro con sus largas
extremidades volando en todas direcciones.

—¡Sithias! ¡Eres humano! Y tienes un aspecto... interesante.

Hinchó el pecho.

—Un narrador de hissstoriasss debe dar la talla —Parecía casi digno hasta que se
torció el tobillo y estuvo a punto de caerse.

—¿Hay alguna razón por la que hayas conservado las alas?

—Todo forma parte del conjunto —Su expresión de orgullo se quedó en blanco,
como si hubiera olvidado algo. Poniéndose de espaldas a ella, se revisó bajo la toga—.
Oh, mi...—dijo—. ¡Tengo vegetalesss de caballero!

Finn se acercó a él.

—Tener la ramita y las bayas no te hace más humano. Sigues siendo una serpiente
debajo de todo eso —Empujó su hombro contra Sithias, casi haciéndolo caer de sus
tambaleantes piernas—. Pero llegas en buen momento, amigo. Parece que tenemos
compañía.

Algunas de las personas que viajaban al castillo se desviaban de su camino para ver
de cerca el libro gigante y el hombre alado. Sin tiempo para abordar la grosería de Finn
hacia Sithias, Fate escribió apresuradamente. Para cuando los curiosos subieron a la
colina, tenía el Libro de Fábulas metido en una caravana tirada por mulas con libros de
cuentos gigantes tallados a cada lado.

Sithias se convirtió en el centro de atención, se puso poético y recitó una breve


historia.

Finn se acercó detrás de ella y dijo—: También deberíamos cambiarnos de ropa


para la ocasión.

El calor de su aliento contra su oreja le produjo un cosquilleo en la columna


vertebral. Resentida por la facilidad con la que se apoderaba de sus sentimientos, se
apresuró a dar la vuelta al otro lado de la caravana para despejarse y conjurar algo
adecuadamente medieval.

Después de despojarse de su ropa de abrigo para el clima ártico, Finn estaba en


calzoncillos cuando ella levantó la vista de su cuaderno. Un penacho de calor le subió por
el cuello, quemándole el rostro. Avergonzada por haber sido sorprendida mirando su
musculoso pecho, desvió la mirada hacia el cielo, recordando la agonía de ver a Tove
curar su quemadura. La runa que le había marcado era ahora una suave cicatriz sobre
cuatro inquietantes ronchas. Ansiaba preguntarle por qué parecía que un tigre lo había
utilizado como poste de arañazos, pero se sentía demasiado ajena para hacerlo.

Encogiéndose de hombros, se inclinó para recoger la ropa que ella arrojó a sus
pies.

—Lo siento, me estaba sofocando, y la modestia no era un problema con Tove y


Grysla.

La ira se encendió en su pecho.

—Como si me importara —Dándole la espalda, subió a la caravana para cambiarse.

Diez minutos más tarde y un poco menos nerviosa, salió de la caravana vestida con
un sencillo vestido túnica azul sobre una camisa de lino color crema.

Él la esperaba justo fuera de la escalinata, sonriendo y extendiendo los brazos para


mostrar que estaba vestido.

—¿Le gusta esto, mi lady?

Se quedó en la puerta y sus ojos lo recorrieron con moderación. Le había


proporcionado una camisa jacobita de lino bajo una túnica de cuero marrón y unos
pantalones de lana de tweed, metidos en unas botas altas de cuero. Todo le quedaba
perfecto y, sí, su aspecto era más que agradable. La próxima vez, le daría un traje de
bufón.

—Servirá—dijo con frialdad, y bajó.

Recogió su ropa ártica.

—Pondré esto dentro. No querría perderlos.

Su mirada se dirigió al paquete de pieles.

—¿Recuerdos del Bosque de Huesos Torcidos? Un imán de nevera podría haber


bastado.

—Un regalo precioso es lo que es —dijo, su voz apretada mientras trazaba un dedo
sobre la ingeniosa costura.

Incapaz de soportar la dolorosa mirada de arrepentimiento en su rostro, se


apresuró a reunirse con Sithias.

—Ya tenemosss público—dijo Sithias mientras la multitud se dispersaba—. Y me


han dicho que deberíamosss bajar allí antesss de que ssse acaben todosss losss sssitiosss
buenosss. Essstoy ssseguro de que sssabesss que la ubicación lo esss todo.

Subieron al asiento del conductor. Fate se aseguró de que Sithias se sentara en


medio de ellos. Finn no parecía preocupado; simplemente dirigió las mulas más allá de
las empalizadas que cerraban los campos de justas y las estaciones de tiro con arco,
sobre el puente levadizo y a través de las puertas del castillo.

El patio exterior estaba repleto de gente que se arremolinaba, montando


pabellones de comida, tiendas y plataformas de teatro. La muchedumbre se separaba a
medida que se adentraba en el bullicioso recinto, mientras una multitud de bufones de la
corte y juglares sobre zancos desfilaban, algunos haciendo malabares con pelotas, otros
tocando la flauta o cantando. Por todas partes, las jóvenes adornadas con flores se
movían entre la multitud, lanzando coquetas miradas a sus apuestos perseguidores. El
aire parecía zumbar de emoción y alegría, anticipándose a los acontecimientos especiales
del día.

Pasaron junto a un grupo de hombres que levantaban un alto árbol despojado de


sus ramas, salvo el follaje superior. Unas guirnaldas de flores envolvían su esbelto tronco
y largas cintas de seda colgaban del anillo superior de vegetación.

Sithias extendió su largo y delgado brazo y señaló.

—Ah, mira, el árbol de mayo.

Sonriendo, Finn le dio un codazo con un guiño pícaro.


—Donde las pasiones lujuriosas del día comienzan y se elevan a un tono febril, sólo
para enfriarse cuando las brasas de la hoguera se apagan en las primeras horas de la
mañana.

—Sssí, en efecto, fiebre de la primavera, cuando el desssenfreno ssse desssborda —


dijo Sithias en tono de conspiración.

Fate observó esa inesperada muestra de camaradería masculina con total


confusión.

—¿De qué hablan ustedes dos? —Los dos la miraron y se rieron—.¿Qué?—dijo ella,
sintiéndose el blanco de una broma.

Finn tiró de las riendas y se inclinó hacia delante para ver más allá de Sithias.

—Beltane es una celebración de fertilidad de todos los seres vivos, no sólo de lo que
es verde y crece de la tierra. Dentro de nueve meses, habrá un gran boom de bebés en el
reino —Levantó una ceja, observando si ella entendía.

Al darse cuenta de su significado, se sonrojó.

—Oh.

Sithias le sonrió.

—No hace falta que te avergüencesss. —Se volvió, susurrando a Finn—. Sssu mente
no va en esssasss direccionesss. Dessspuésss de todo, nunca la han besssado.

—Sithias...—dijo ella, sintiendo que su rostro se encendía con una calidez aún
mayor.

La expresión de Finn se suavizó hasta convertirse en una sorpresa reflexiva.

—Lo sssiento, ssseñorita—dijo Sithias, aunque ella dudaba de su sinceridad. Se


levantó, observando el lugar donde habían parado la caravana—. Ah, sssí, creo que esssto
ssserá bassstante bueno —Pasó por delante de Fate con los codos y las rodillas y estuvo a
punto de derribarla del asiento, bajó los escalones a trompicones y aterrizó en un
montón enmarañado.

Ella saltó a su lado y lo ayudó a levantarse. Su humilde sonrisa y sus alas


temblorosas calmaron su ira. Sonriendo, sacudió la cabeza.

—Odio decirlo, pero apestas como ser humano.

Se enderezó como pudo, aunque seguía tambaleándose como un marinero


borracho.

—Sssólo necesssito un poco de práctica —dijo, y pulsó una serie de notas


discordantes en su arpa, como si eso lo hiciera más atractivo.
Hizo una mueca.

—Ser humano no es lo único que necesitas practicar.

Hizo un mohín, fácil de hacer ahora que tenía labios.

—Te assseguro que sssiempre he tenido inclinacionesss musssicalesss. Pero lo que


realmente me gussstaría esss ver cómo sssoy. Essstoy posssitivamente curioso. ¿Seríasss
tan amable de conjurar un essspejo para mí?

Fate hizo lo que le pidió.

Se quedó clavado frente al espejo de cuerpo entero, adoptando una pose


desgarbada tras otra. Apretando los labios hacia abajo, frunció sus cejas en una arruga
lamentable. Luego aplaudió.

—¡Essso esss trisssteza! ¿Lo hasss visssto?—Luego siguió poniendo caras de otras
emociones.

Finn se acercó a ella.

—No se sabe cuánto tiempo va a estar admirándose, así que ¿qué tal si echamos un
vistazo y nos hacemos una idea del terreno?

Su corazón dio un pequeño aleteo de excitación ante su cercanía, instándola a dar


un paso más para acortar la distancia entre ellos. Pero no podía. Ya no lo conocía. Y
aunque lo conociera, Tove se interponía en su camino.

—Uh, sí. Pero probablemente deberíamos separarnos. Podemos cubrir más terreno
de esa manera.

Tragó, con la confusión parpadeando en sus ojos.

—¿Cómo sabremos si uno de nosotros se mete en problemas? Creo que es mejor


que nos mantengamos juntos.

—Tienes razón—admitió de mala gana. Sin embargo, no quería que fueran sólo
ellos dos.

Pasear junto a Finn por un festival cargado de energía sexual era una forma de
tortura que prefería evitar.

—Venga, Sithias, vamos—dijo ella, girándose en su dirección. Cuando él no


respondió, ella se acercó, frunciendo el ceño cuando él no apartó su mirada del espejo.

—Ussstedes dosss vayan corriendo, yo essstaré bien—dijo, exagerando los


movimientos de su boca.
Ella siguió frunciendo el ceño, esperando que él cediera y se apartara. No hubo
suerte. Obligada a abandonar la silenciosa lucha de poder, se dio la vuelta. Al hacerlo,
Sithias le hizo un guiño de ánimo. Entrecerrando los ojos, volvió a mirar, pero él había
vuelto a hacer muecas como si no hubiera habido ninguna interrupción.

—Esta noche no vas a tener jamón con miel—se quejó, con voz baja.

Dándole la espalda se unió a Finn y se dirigió a la espesa multitud.


Capítulo 19
LA MÚSICA Y LAS RISAS SE OÍAN A CADA PASO MIENTRAS FINN SE ABRÍA
paso entre la bulliciosa aglomeración. Se empapó de la energía de la multitud,
permitiendo que su buen ánimo aliviara el persistente dolor de su pecho. Dejar a Tove y
Grysla había sido lo más difícil que había hecho nunca. Y por mucho que agradeciera el
bochornoso calor del verano, ya echaba de menos la impactante belleza del Bosque de
Huesos Retorcidos. Si no hubiera reconocido a Fate como la chica de sus sueños y
supiera sin duda que estaba destinado a estar con ella, se habría conformado con
quedarse en aquellas montañas el resto de su vida

Pero no podía negar los sentimientos que Fate despertaba en él. Alrededor de ella,
su sangre bombeaba con fuerza. Cada centímetro de él cobraba vida cuando ella miraba
hacia él. Puede que no la conociera más allá de los sueños que había tenido y de lo que
ella le había contado de su breve pasado juntos, pero le resultaba tan familiar como si la
hubiera grabado en su alma. Todo lo que tenía que hacer era conseguir que ella se diera
cuenta de la innegable conexión que tenían entre sí. Por su vida, no podía entender por
qué ella mantenía su distancia. Su temperamento ardiente estaba resultando un reto, y
además convincente.

Mordiendo una sonrisa, la miró por encima del hombro. Al ver que ella se había
quedado atrás, retrocedió, la tomó de la mano y tiró de ella hacia el centro, donde el
árbol de mayo atravesaba el cielo turqués. El lugar perfecto para empezar a conocerse.

Tomó dos cintas y le puso una de las hebras de seda en la mano.

—Hoy más tarde, cuando el sol esté en lo más alto, los jóvenes y las doncellas se
reunirán en igual número para bailar alrededor del árbol. La música sonará y
entrelazarán las cintas alrededor del poste mientras dan vueltas en un sentido y luego en
el otro. Este entrelazamiento simboliza la unión de los amantes. En los tiempos antiguos
-estos tiempos- esta danza es tan sagrada como el matrimonio.

Ella se sonrojó, mirando a todas partes menos a él.

—Yo... espero que no estés intentando que baile alrededor de este árbol contigo —
dijo—. Estoy bastante de pie.

—Sólo quería que supieras que se trata de una ceremonia reverente, no de algo bajo
como podrías haber pensado por nuestras bromas de antes—dijo él, preocupado de que
ella pensara que sus intenciones eran poco honorables.

Dejando caer la cinta, mantuvo la mirada baja, sus gruesas pestañas ocultando su
malestar. ¿O era decepción? Ella era completamente inocente y no tenía práctica en el
arte de ocultar sus emociones, pero a él le costaba mucho trabajo saber exactamente lo
que sentía en cada momento. Un segundo era todo fuego, al siguiente hielo.

¿Por qué estaba tan nerviosa? Empezó a abordar el tema, cuando las alarmas de la
guarnición sonaron con fuerza. La fiesta se detuvo bruscamente y las cabezas se
volvieron para ver a la guardia real que se dirigía a la muralla.

—Esa debe ser la flota de Kaura —susurró, volviendo su mirada hacia ella.

Fate había desaparecido. Mirando con pánico a su alrededor, la vio moviéndose


entre la multitud inmóvil. Empujó a los que se interponían en su camino, excusándose,
mientras mantenía sus ojos fijos en ella. Cuando la alcanzó, la agarró del brazo

—¿A dónde vas?

—O'Deldar...—murmuró ella, haciendo fuerza contra su agarre. La mirada


inexpresiva de ella lo inquietó.

—¿Te refieres al consejero del rey?—preguntó, aflojando su agarre. Agitó una mano
delante de sus ojos. Ella lo miró fijamente como si fuera invisible. Él no estaba seguro de
lo que ocurría, pero una cosa era segura: ella se había ido.

Toda la agitación que había irradiado momentos antes había desaparecido. Alguna
fuerza o influencia se había apoderado de ella.

Antes de que pudiera averiguar más, Fate se liberó y corrió a través de un arco que
conducía al patio interior del castillo. Lo único que se le ocurrió hacer fue seguirla de
cerca y mantenerla a salvo hasta que descubriera cómo enfrentarse a lo que había
tomado el control.

Se detuvo el tiempo suficiente para buscar a los guardias apostados en el interior, y


corrió por el cuadrilátero abierto, a través de un jardín majestuoso, pasando por un
estanque habitado por dos cisnes negros. Finn se escondió a su lado bajo la sombra de
un árbol cerca de la puerta principal, y la siguió cuando se lanzó a lo largo de la pared y
se metió en un pasillo oscuro que conducía a una escalera de caracol dentro de una
torreta. Cuando llegaron al último escalón, ella se congeló frente a él.

Apoyando la espalda en el muro curvo, se asomó para ver qué la había detenido.
Diez guardias estaban de pie en la muralla de espaldas a ellos, todos concentrados en la
flota que llenaba el horizonte del océano. Al frente estaba una mujer regia de pelo oscuro
vestida con las galas propias de una reina. Un joven estaba junto a ella, sosteniendo un
catalejo.

Estas dos figuras reales sólo podían ser la emperatriz Moria y el príncipe Tynan.

Los músculos de Finn se enroscaron con tensión. Sabiendo cómo trataba Moria a
los intrusos, los matarían en el acto si los descubrían.
El sonido de un cristal rompiéndose le sacudió los nervios. Sin duda era Moria
rompiendo su catalejo. Los guardias se dispersarían en cualquier momento. Tenía que
sacar a Fate de allí.

Tapándole la boca con la mano y agarrándola por la cintura, la llevó pateando y


retorciéndose hasta el final de los escalones en espiral. Cuando la soltó, ella se apartó de
él, con una mirada salvaje y febril mientras giraba en torno a ella, buscando.

—¿Quieres ver a O'Deldar?—susurró.

Su mirada se fijó en él en cuanto pronunció el nombre del sacerdote. Por alguna


razón, no descansaría hasta encontrar a O'Deldar. Tal vez el druida pudiera ayudarlo a
descubrir lo que le ocurría.

—Puedes usar las Palabras de Creación para llevarnos a él...

Ya estaba escribiendo en su cuaderno y murmurando las palabras.

Antes de que pudiera decirle que se asegurara de incluirlo, su entorno se


desvaneció en tonos grises sin forma antes de reorganizarse en una cámara polvorienta
forrada con estantes de pergaminos, libros encuadernados en cuero, frascos de hierbas y
suministros medicinales.

O'Deldar estaba de espaldas a una pared de ventanas de oriel, mirando fijamente


un cuenco equilibrado en un pedestal de granito. El viejo Druida los miró. Era un
hombre pequeño, de piel y ojos oscuros, con una larga cabellera de color sal y pimienta y
una barba que suavizaba sus rasgos angulosos. Aunque no llevaba más que una tosca
túnica gris, emanaba un aire de majestad.

Cuando habló, su voz era suave y uniforme, aunque su mirada penetraba hasta el
fondo.

—Díganme, ¿espera que finja que se ha tropezado con mis aposentos por
casualidad, o están de acuerdo en que es mejor que vayamos al grano de por qué están
aquí?

Finn miró a Fate, esperando que dijera algo, pero ella se quedó rígida y con los ojos
aún más desorbitados que antes.

—Puede que tengamos asuntos con usted —insinuó, cuando ella no respondió.

—Siéntense—les dijo, dirigiéndoles a unas cómodas sillas antes de tomar asiento


frente a ellos.

Finn guio a Fate para que se sentara. Se agarró a los brazos de la silla como si fuera
a saltar y correr en cualquier momento. No era miedo lo que percibía en ella. Si tuviera
que ponerle un nombre, sería hambre.

O'Deldar también la observó.


—Fate, sé que has venido por la Vara de Aeternitis.

La confusión de Finn aumentó, sobre todo cuando la rigidez de su postura se relajó


y asintió como un autómata. De repente se preguntó si O'Deldar le estaba haciendo esto.

—¿Sabes lo que puede hacer la Vara?—preguntó el sacerdote.

Su cuerpo volvió a ponerse rígido. Parecía que quería hablar, pero su boca seguía
siendo una línea cerrada y apretada.

Finn se acercó a ella.

—Fate, ¿qué pasa?

—Está bajo un poderoso hechizo—explicó O'Deldar—. Un hechizo que la trajo desde


muy lejos y la envió aquí por la Vara.

—¿Quién hizo esto?

—La misma persona que me robó el Orbe. Brune Inkwell.

Finn permaneció desconcertado.

—No conozco ese nombre.

—Huele mal—dijo Fate, arrugando la nariz—. Muy mal, como leche agria cuajada
sobre salchichas de alce... y huevos podridos.

Ambos la miraron. Ella seguía con esa mirada lejana y se tapaba la nariz, con la
espalda pegada a la silla, como si el olor estuviera en la habitación.

—Es extraño que esté recordando—dijo O'Deldar, con su sabio rostro cada vez más
desconcertado—. No debería ser capaz de recordar nada bajo semejante hechizo, pero
ese olor del que habla debe haberla despertado de alguna manera.

Los ojos de Finn se estrecharon con sospecha.

—¿Cómo es que sabe de ese supuesto hechizo? ¿Cómo sé que no la ha hechizado?

—Es el Orbe de Aeternitis el que la retiene, y es la Vara de Aeternitis la que me lo


dice—Sacó un collar del cuello de su túnica, revelando una fina barra dorada marcada
con pequeños símbolos.

Al verlo, Fate se abalanzó sobre el sacerdote y sus manos buscaron el adorno en su


cuello. Antes de que pudiera alcanzarlo, O'Deldar agitó la mano y pronunció algo que la
obligó a retroceder en su silla como si la hubieran empujado e inmovilizado.

Finn se echó hacia atrás horrorizado mientras ella agitaba la cabeza, gruñendo
como alguien poseído.
—¿Qué demonios le acabas de hacer?

—Sólo la retuve—explicó O'Deldar—. El hechizo la está empujando a este delirio—


Se situó junto a ella con el pulgar presionado en la frente mientras murmuraba un
cántico.

Al cabo de unos segundos, cayó sin fuerzas, desplomándose en la silla.

Temiendo lo peor, Finn comprobó su respiración. Se sintió aliviado. Estaba viva y


parecía estar profundamente dormida. La tomó en brazos y miró al sacerdote.

—¿Seguirá estando loca cuando se despierte?

O'Deldar le dedicó una sonrisa de pesar.

—Si no está cerca de mí y de la Vara, será lo que tú sabes que es. Pero el hechizo
siempre la obligará a recuperar la Vara.

—¿Qué tiene de importante?

—Siéntate—dijo O'Deldar, dirigiéndolo a su asiento.

Finn lo hizo de mala gana, manteniendo a Fate en su regazo, con la cabeza apoyada
en su hombro.

El sacerdote se sentó a su lado.

—Hablarte de la Vara sin hablarte primero del Orbe es como intentar explicar cómo
una flor esparce su polen sin la ayuda de las mariposas y las abejas. El Orbe es una
pequeña bola de rompecabezas, dorada y del tamaño de una cereza. Una pieza bastante
discreta a primera vista, a no ser que tengas el pensamiento de mirar más de cerca.
Entonces verás los hexagramas entrelazados compuestos por números y símbolos
mágicos, todos los cuales representan antiguas fórmulas alquímicas y fuerzas celestiales
lo suficientemente poderosas como para otorgar la vida y la muerte. —Su tono marcaba
la gravedad del tema—. Los poderes del Orbe se limitan a una pequeña esfera del
espacio, pero la Vara, cuando se utiliza para desbloquear los hexagramas, desatará su
influencia para extenderse por todo el mundo, otorgando a su propietario la
inmortalidad y poderes divinos.

El agarre de Finn se hizo más fuerte en Fate.

—Lo entiendo. Esto no es poca cosa. ¿Y qué pasa si no consigue la Vara? ¿Las cosas
se torcerán para ella?

—Se matará tratando de hacer lo que debe—El sacerdote se acercó a la mesa y cogió
un frasco de cristal—. Dale esto. Le hará sentir que ha cumplido su tarea.

Finn lo levantó, observando cómo pequeñas motas doradas se arremolinaban en


un líquido claro.
—¿Qué es?

—Agua hechizada mezclada con virutas de oro de la Vara. Una especie de señuelo
para hacer creer al hechizo que ha terminado su trabajo. Pero la poción no durará para
siempre. Dejaré que la acompañes a casa lo antes posible.

Finn se debatió entre dárselo o no. Miró al sacerdote. Si no podía confiar en un


compañero Druida, ¿en quién podía confiar? Además, no sabía cómo ayudarla.
Descorchó el frasco, lo acercó a los labios de Fate y vertió el contenido en su boca.

***
Fate se acurrucó contra el pecho de su padre, escuchando el reconfortante latido de
su corazón y el constante ascenso y descenso de su respiración. Sabía que estaba
soñando. No se había acurrucado con Eustace mientras le leía cuentos desde que tenía
ocho o nueve años. Si pudiera seguir durmiendo y permanecer en ese lugar seguro sólo
un poco más antes de que la realidad volviera a golpearla. Pero no pudo evitar
despertarse. Sin embargo, extrañamente, la sensación de sus brazos alrededor de ella
persistía. Levantando la cabeza, miró a Finn sorprendida.

—¿Qué ha pasado?—Jadeó—. ¿Por qué estoy sentada sobre ti?

—Te desmayaste—dijo.

Ella saltó de su regazo.

—No, no lo hice. No soy una de esas débiles que se desmayan—Se tambaleó y Finn
la tomó del brazo, tirando de ella para que se sentara en la silla junto a él.

Temblorosa, se sentó, mirando la pared de pergaminos, la colección de objetos del


viejo mundo que llenaba la mesa y el mar resplandeciente fuera del banco de ventanas.

—Espera, ¿cómo he llegado aquí?—Contó sus últimos pasos. Lo último que


recordaba era estar en el patio en medio de toda la fiesta. Dirigió una mirada aguda al
anciano de la túnica—. ¿Quién es usted?

—Soy O'Deldar.

Ella asintió, aceptando que parecía un sacerdote Druida. Pero quería


explicaciones, empezando por cómo había llegado hasta allí sin ningún recuerdo de ello.

—¿Qué está pasando aquí? ¿Por qué me he desmayado?

O'Deldar agitó la mano.

—Olvida estas preocupaciones, Fate.


Su voz llenó su cabeza, borrando las preocupaciones inmediatas mientras una
sensación fría y calmante la recorría, calmando sus nervios.

—Debemos abordar los problemas de Finn—le dijo.

Miró a Finn y luego volvió a mirar a O'Deldar.

—¿Qué quieres decir?

Sus ojos oscuros se centraron en Finn.

—Veo que has sido envenenado por el roble maldito. Has atemperado la negrura
con las runas de la raza de los ancianos, pero eso no ha detenido la propagación.

Fate se tensó. El tono críptico de la voz del sacerdote la llenó de miedo. No había
pensado en el envenenamiento desde que supo que Finn estaba vivo. Supuso que se
había curado, pero O'Deldar hablaba como si tuviera una enfermedad incurable.

—Lo sé. Puedo sentirlo—dijo Finn, con un profundo temor en sus ojos.

O'Deldar se mostró compungido.

—Por desgracia, no puedo hacer nada. Debes buscar el origen del veneno y
destruirlo—Su mirada pasó por la corona de Finn y bajó hasta sus pies—. Hmmm, es
muy extraño. Tu espíritu brilla más que la mayoría. Tiene el brillo y la pureza de un
recién nacido. Normalmente, a medida que los años nos desgastan, nuestra luz se
desvanece, otra razón por la que la oscuridad se mantiene a raya. Aun así, debo
advertirte que esto no te protegerá por mucho tiempo. Acabarás convirtiéndote en la
oscuridad que te devora, y cuando eso ocurra serás el enemigo de la luz y de todo lo que
es bueno en este mundo.

Un muro de silencio se derrumbó, llenando la sala de tensión.

—¿Conoces a Mugloth?—preguntó O'Deldar después de un momento.

Finn frunció el ceño, negando con la cabeza.

—Sí—dijo Fate. Sithias la había instado a echar un vistazo a cada fábula cuando vio
que el roble maldito era el único hilo conductor constante en cada historia. Mugloth era
un personaje de la octava fábula—. Mi amigo leyó sobre él en una historia —añadió,
cuidando de mantener en secreto su conocimiento del Libro de Fábulas.

—Entonces sabes que Mugloth es la fuente de este envenenamiento. —O'Deldar


hizo una pausa. Parecía estar eligiendo sus palabras con cuidado—. Finn, se acerca el
momento en que te verás obligado a tomar una decisión que nadie debería tener que
tomar. Pero no todo estará perdido si confías en tu corazón para saber lo que debe
hacerse por el bien de todos.

El frío miedo pinchó a Fate.


—¿Cómo es que sabes estas cosas

—Se podría decir que soy una especie de oráculo. Veo cosas—dijo O'Deldar.

—Entonces debería ser capaz de decirnos qué va a pasar—insistió—. Puedes


decirnos a qué debemos prestar atención.

—Si les cuento demasiado desde el principio, me arriesgo a distraerlos de lo que


cada uno está destinado a hacer. Créanme cuando digo esto... evitar el dolor no siempre
asegura un final feliz, y depende de ustedes traer la buena fortuna a esta historia y a
todas las demás.

Sorprendida por su elección de palabras, se preguntó cuánto sabía el viejo Druida


sobre el Libro de Fábulas.

—¿Qué te hace pensar que podemos cambiar algo aquí para mejor?

—No es un secreto que los destinos de este mundo están siendo dictados por tus
viajes a través del Libro de Fábulas.

Agarró la pierna de Finn.

Habiendo callado, comenzó un poco, luego se inclinó hacia adelante,


preguntando—: ¿Estás diciendo que todo lo que hay en estas historias es real?

La mirada de O'Deldar se desvió hacia el paisaje marino.

—Lo que conocen como mitos y leyendas en su mundo son, en realidad, registros
de una época en la que nuestro mundo era uno con el suyo. Pero con el paso de los siglos,
la magia fue desterrada, apartada por las filosofías religiosas y la ciencia. Desde
entonces, una gran división ardiente en el tiempo y el espacio ha separado nuestros dos
mundos. El nuestro se quedó como está hoy, mientras que el suyo siguió adelante con
sus puntos de vista más limitados y estrechos.

—¿Y cómo encaja el Libro de Fábulas en todo esto?—preguntó Finn.

El sacerdote frunció el ceño.

—Ese libro maldito es una fuente de gran miseria para este mundo. Antes de que la
raza de los Antiguos se hundiera en la tierra, uno de sus cronistas creó el libro como
registro de Oldwilde...

—¡Ja! ¡Sabía que el libro era de un cronista!—estalló Fate—. Lo siento—murmuró


cuando recibió miradas serias.

—Sospecho que hay mucho más en el libro de lo que parece, pero aún no he
descubierto qué puede ser—continuó O'Deldar.

—¿Qué es Oldwilde?—preguntó Finn.


—El continente en el que vivimos. Oldwilde formaba parte de la Primera Tierra,
antes de que la raza de los Antiguos la dividiera en partes y desplazara las masas de
tierra a diferentes partes del mundo.

—¿Existe también la Tierra Media?—preguntó Fate.

—No.

Ella se calló y se removió bajo su solemne mirada.

—¿Así que lo que estás diciendo es que el Libro de Fábulas cuenta historias sobre
gente real aquí en Oldwilde?—dijo Finn, con el ceño fruncido de preocupación en su
rostro.

Fate tragó saliva.

—¿Y nosotros tratando de escapar del libro estamos cambiando todas esas vidas?

O'Deldar levantó las cejas oscuras y asintió.

—Sí, en esencia es exactamente así.

Su respuesta le sentó como una piedra en el estómago.

—No se preocupen, jóvenes. No tiene otra opción. Wodrid se encargó de ello


cuando hechizó el libro con la maldición para atrapar a los lectores incautos y obligarlos
a cambiar los finales por sus opuestos en el espejo como único medio de escape. Desde
que ese hechicero con lengua de tenedor puso sus manos en el libro y lo llevó a su
mundo, Fate de Oldwilde se ha visto influenciado por la ignorancia de muchos lectores
desafortunados. Por eso no vi la entrada de Moria en Asgar hace dieciocho años. El
futuro es menos claro cuando se trata de un lector del Libro de Fábulas. Y desde que el
último lector pasó y cambió nuestros días antes gloriosos en lo que ves ahora, hemos
estado viviendo en la oscuridad de una desgracia sin fin.

—Bueno, el Libro de Fábulas está aquí ahora—dijo Finn—. Podríamos destruirlo,

O'Deldar negó con la cabeza.

—Es una imagen fantasma del libro que está aquí en Oldwilde. El libro real aún
reside en su mundo, y nada allí puede dañarlo. Hay que devolverlo a Oldwilde si se
quiere destruirlo.

—Cómo podemos traerlo aquí si el libro es la única forma de entrar?—preguntó


Fate.

—Hay otras formas de cruzar la división entre nuestros mundos. Si sabes cómo
encontrarlas—dijo intensamente, como si le hablara sólo a ella—. Pero eso es otro asunto
para otro momento—Se levantó y les indicó que se acercaran al cuenco del pedestal—.
Vengan, ocupémonos de asuntos más urgentes y veamos si podemos idear un plan para
poner fin a la miseria aquí en Asgar. Luego pasó la mano por la superficie vidriosa del
agua, agitando una espesa niebla que adoptó la forma del castillo y los movimientos
ajetreados de la gente que lo habitaba y lo rodeaba.

Habiendo visto la alegría de antes, y ahora las festividades que tenían lugar en
miniatura dentro del cuenco mágico, a Fate le resultaba difícil creer que alguien en Asgar
se sintiera miserable. Pero había leído la fábula. Todo el mundo en el reino iba a tener un
duro despertar. Eso ya era malo de por sí, pero que le dijeran que sus acciones podían
hacer o deshacer innumerables vidas inocentes lo hacía todo mucho peor. La carga de la
responsabilidad había caído directamente sobre sus hombros, y le resultaba pesada.
Capítulo 20
NADIE SE DIO CUENTA CUANDO FATE Y FINN VOLVIERON AL FESTIVAL
como espectros resplandecientes aparecidos de la nada. Se produjeron distracciones de
todo tipo entre la multitud de animados celebrantes. Empujados a cada paso, se
movieron entre la animada multitud en dirección a la caravana para informar a Sithias
del plan de O'Deldar para derrotar a Moria. Pero no había forma de acercarse a su
escenario. Demasiada gente lo rodeaba mientras recitaba una de sus obras y rasgueaba
su arpa.

Fate hizo un gesto para llamar su atención. Él sonrió y asintió con la cabeza, pero
ella se dio cuenta de que no tenía intención de interrumpir su actuación a corto plazo.

—Déjalo—dijo Finn, con la voz tensa. Su encuentro con O'Deldar le había dejado,
obviamente, de mal humor.

Tomándola de la mano, tiró de ella para que pasara por delante de un grupo de
músicos y bailarines joviales. Ella lo siguió, evitando el jolgorio lo mejor que pudo hasta
que dos chicas de su edad chocaron con él. Mientras se sonrojaban y reían, una sonrisa
borró las líneas de expresión de su rostro. Entonces una de ellas le susurró al oído y le
dejó una ramita de brezo.

Mientras las chicas se alejaban, Fate trató de actuar con despreocupación.

—¿Qué ha dicho?

Hizo girar la ramita entre el dedo y el pulgar.

—Me invitó a bailar alrededor del árbol de mayo.

Se quedó con la boca abierta.

—¿Vas a hacerlo?

Se metió el brezo en el bolsillo del chaleco.

—Todavía no lo he decidido—dijo, con una expresión retraída de nuevo.

Su pulso se aceleró. ¿Estaba pensando en Tove y deseando enredar su cinta con la


de ella? Alejó ese pensamiento. Sus inseguridades de niña no contaban en ese momento.
Tenían asuntos más importantes de los que preocuparse, el principal de los cuales era el
veneno.

Finn se fijó en un pabellón en el que se servía cerveza y la arrastró al interior,


donde la espesa bruma del humo de las pipas flotaba en el aire. Ella esperó cerca de la
entrada mientras él se acercaba al tabernero. Unos minutos después, él regresó con dos
jarras llenas de espuma. Le entregó una de ellas y se bebió la cerveza de un trago.
Dejando escapar un suspiro de satisfacción, se limpió la espuma de los labios.

—Eso debería aliviar un poco las cosas—dijo con una sonrisa de medio lado.

Fate lo miró fijamente, horrorizada.

—¿Qué te pasa? ¿Quieres acabar como tu padre?

Su sonrisa se desvaneció y su mirada se tornó cautelosa y sospechosa.

—¿Cómo sabes lo de mi padre?

El calor le subió a la cara. Tenía que ser más cuidadosa. Revelar demasiado sobre la
historia de su vida provocaría preguntas no deseadas como antes.

—Eh... bueno, te quejaste mucho de su forma de beber antes de que te envenenaran


y olvidaste que me conocías y, por supuesto, todo lo que hablamos.

Estudió su rostro, pareciendo sólo parcialmente convencido.

—Bueno... las circunstancias de mi padre eran diferentes a las mías. Él no pudo


hacer frente a la pérdida de mi madre. —Sus párpados cayeron mientras le guiñaba un
ojo con sueño, señal de que ya estaba sintiendo el alcohol—. No te preocupes por mí, ya
se sabe que me he tomado un par de copas con el abuelo. Era inofensivo y lo pasábamos
muy bien juntos.

Su actitud melancólica y arrogante empezaba a ponerla nerviosa.

—Escucha, deberíamos hablar sobre lo que dijo O'Deldar... sobre el veneno...

—No quiero hablar de ello ahora—dijo, con un tono áspero—. Este es un día de
celebración, y celebrar es exactamente lo que pretendo hacer. Al menos hasta esta noche,
cuando tengamos que enfrentarnos a Moria. Por suerte para nosotros eso es dentro de
unas horas.

—Realmente has cambiado—murmuró.

—Es lo que sigues diciendo. Pero si nuestra historia juntos es tan corta como me
has hecho creer, es imposible que me conozcas tan bien. Así que tal vez no he cambiado
tanto. —Se encogió de hombros—. Me siento más o menos igual.
Fate permaneció en silencio. No había nada que pudiera decir. No, a menos que
estuviera dispuesta a contarle cómo lo conocía hasta el más mínimo detalle. Explicar que
era un producto de su imaginación que había cobrado vida, además de lo que O'Deldar le
había contado, era lo peor que podía hacer en ese momento. Además de la desagradable
reacción que tendría de nuevo, estaría la complicación añadida de la bebida, su
aterradora fuerza y velocidad, y la brutalidad que había mostrado hacia aquellos
ladrones. De ninguna manera. No iba a decir ni una palabra.

—¿Vas a beber eso?—le preguntó, tomando su cerveza sin tocar sin esperar
respuesta.

Su nuez de Adán subió y bajó mientras engullía cada gota. Dejó el vaso vacío sobre
una mesa cercana y sorprendió al feliz borracho que estaba sentado allí,le dedicó una
sonrisa perezosa y embriagada.

—Dime, ¿por qué esos grandes ojos marrones perseguían mis sueños noche tras
noche?—Sus ojos se iluminaron cuando su mirada se dirigió a su boca—. Y esos labios.
Me volvía loco no saber quién eras, pero te necesitaba como un hombre perdido en el
desierto que tiene sed de agua.

Esa confesión totalmente inesperada le produjo una emoción ardiente y


esperanzadora. Pero entonces su mente volvió a lo que había presenciado entre él y
Tove, y la confusión se apoderó de ella. ¿Había malinterpretado su relación? Entrecerró
los ojos. No, no podía confundir la intimidad que los había visto compartir.

—Si Sithias no me hubiera dicho que nunca te habían besado, habría pensado que
tú y yo teníamos exactamente ese tipo de conexión.

—No, así no—dijo ella, incapaz de encontrar su intensa mirada. El aire entre ellos
parecía calentarse hasta un nivel insoportable. Podía sentir el sudor en su frente.

Por fin le levantó la barbilla con el dedo.

—¿Éramos… cercanos?

—En cierto modo, pero...

La cortó tocando con el dedo sus labios.

—Entonces estamos destinados a ser cercanos de nuevo.

***
Pasaron las siguientes horas viendo algunas obras de teatro, algunos concursos de
tiro con arco y un torneo de justas. Finn permaneció cerca de Fate, manteniendo la
mano en su cintura. Tocarla, incluso de esa manera, satisfacía su creciente sed de estar
cerca de ella. Durante las pruebas, mientras ella se cubría los ojos con las manos justo
antes del inevitable desenganche de cada perdedor, él aprovechó la oportunidad para
mirarla de verdad con la esperanza de hacer aflorar en su mente los recuerdos perdidos
de su breve tiempo juntos. Pero fue inútil. Por mucho que lo intentara, no podía
recuperar ni un solo detalle de su pasado encuentro. Sólo persistía la fuerte sensación de
saber que pertenecía a ella.

Más tarde, cuando el sol alcanzó su punto álgido, el calor sofocante los llevó a
buscar algo de sombra. Por el camino, un grupo de chicas adolescentes agarró a Fate y
tiró de ella hacia el árbol de mayo diciendo que necesitaban una bailarina más. Ella miró
a Finn, con los ojos redondos y suplicantes. Sonriendo, él se escondió detrás de un
caballo y un jinete que pasaban al trote. Sin perderla de vista desde lejos, observó a las
chicas mientras la engatusaban con buen humor y le trenzaban flores en el pelo.

Cogidas de la mano, las chicas agruparon a Fate en medio círculo alrededor del
árbol mientras seis chicos de entre 18 y 20 años se acercaban para completar el círculo.
Finn tocó a uno de ellos en el hombro.

—Hola, amigo. Una chica guapa estaba preguntando por ti cerca de...

—¿Era la hija del Barón?—preguntó el adolescente con entusiasmo, dirigiendo una


mirada emocionada a la multitud que los rodeaba.

—Seguro que sí. Eres un hombre afortunado—dijo Finn cuando el chico echó a
correr, dejando su lugar en la fila.

Finn entró en el círculo, guiñando un ojo a Fate, que estaba frente a él con la cinta
en la mano y el pánico en los ojos. Lo miró fijamente y le dirigió una especie de súplica
silenciosa, que él ignoró.

Cuando recogió la cinta que estaba cerca de sus pies, empezó la música, un rico
popurrí23 de violines, flautas y panderetas. Siguió a los demás bailarines que se movían
en una dirección y luego en otra. Riéndose suavemente, observó cómo Fate se movía al
ritmo de las piernas de madera.

Al principio parecía que se limitaban a ir de un lado a otro, hasta que las chicas
pasaron junto a él y a los otros chicos, rozando como plumas. El ritmo de la música
aumentó, al igual que su paso. Todas las chicas, excepto Fate, rieron con
despreocupación. Los chicos las miraban fijamente, con el brillo del deseo en sus ojos.

Finn observó a Fate. Se mordía el labio inferior en señal de concentración, con la


mirada fija en los movimientos de las otras bailarinas. Cuando dio la vuelta, su hombro
rozó el de ella. Sintió que un rayo de electricidad pasaba entre ellos. Ella debió sentirlo
también, porque levantó la cabeza y lo miró fijamente. El instantáneo rubor de sus
mejillas despertó algo primitivo en él. Pensó que ella apartaría la mirada, como hacía a
menudo, pero sus labios se curvaron en una sonrisa juguetona. El corazón le martilleó en
el pecho. Ella giró fuera de su alcance, rodeando el árbol hasta que se encontraron al otro

23
serie de canciones o trozos de, unidas en una sola interpretación larga
lado. Esa vez se inclinó cerca de su rostro, sintiendo el calor de su respiración y el
contacto de sus labios con su mejilla mientras ella pasaba junto a él.

La danza entrelazada continuó así, construyendo la persecución entre cada joven y


mujer mientras las cintas se entrelazaban. El aroma embriagador de la lavanda, las rosas
y las lilas llenaba el aire, al igual que los ritmos terrosos de la música. Finn sólo tenía
ojos para Fate mientras ella se perdía en el baile, balanceándose al ritmo y devolviéndole
la mirada con una pasión que ardía tanto como la suya.

Por fin, la música alcanzó un crescendo final y disminuyó justo cuando el baile
giraba en la dirección opuesta. Una vez más, las chicas se abrieron paso entre los chicos,
desenredando poco a poco sus cintas de su enredo inicial hasta que todas iban en la
misma dirección, aunque entonces el orden era mixto, con hombres y mujeres de pie uno
al lado del otro.

Cuando el movimiento alrededor del árbol se detuvo, Finn no pudo contener sus
emociones y aplastó a Fate contra su pecho, haciéndola girar.

—Eres milagrosamente impresionante cuando te sueltas el pelo.

Ella se rio cuando él la dejó suavemente en el suelo, manteniéndola en sus brazos.


Su sonrisa era traviesa cuando lo miró.

—¿Significa esto que hemos atado el nudo?

Levantó uno de sus rizos hacia su nariz, inhalando el perfume de las flores
entretejidas en su cabello.

—Técnicamente, no es oficial a menos que la ceremonia se consuma antes del


próximo Beltane. Hasta entonces, estamos vinculados por una promesa tácita de estar
realmente casados.

Una excitación incómoda recorrió sus rasgos cuando lo miró, con los ojos muy
abiertos y escrutadores. Una mezcla de emociones se desprendía de ella como las brasas
de una hoguera, chamuscándolo primero con esperanza y pasión, y luego, de repente,
abrasándolo con desconfianza. Esa creciente conexión que tenía con ella -
experimentando sus sentimientos como si fueran propios- no le ayudaba a saber lo que
ella estaba pensando. La frustración se apoderó de él a medida que su tensión se hacía
más pronunciada.

Adivinando que debía de haber dicho algo equivocado, aflojó su agarre, tratando de
que ella lo mirara.

—No me malinterpretes. Nunca esperaría eso de ti.

Sus ojos brillaron de ira.

—¿Por Tove? ¿Preferirías que ella estuviera aquí en vez de mí?


Dejó que sus manos se desprendieran de su cintura mientras su corazón se partía
en dos.

—Tove y yo compartíamos algo que no puedo empezar a describir. Estábamos tan


cerca como dos personas pueden estar... pero ella no eres tú.

Ella dio un paso atrás, poniendo un doloroso abismo entre ellos.

—Pero tú la quieres, ¿no?

—¿Es esa la razón por la que intentaste dejarme atrás en la última fábula?

—Oh, ¿te has dado cuenta?—murmuró ella.

—Supongo que estabas siendo considerada, pero tienes que confiar en mí cuando
digo que lo que comparto contigo eclipsa todo lo demás. Es como si fueras parte de mí...
o yo fuera parte de ti.

Pensó que su sincera confesión la complacería. En cambio, sus ojos se llenaron de


lágrimas.

Aspiró profundamente. La opresión en el pecho le dolía. Tal vez era mejor que
siguiera siendo infeliz con él. No debería haber cedido a sus sentimientos en primer
lugar. No cuando el veneno lo estaba cambiando de formas que ella encontraba
aterradoras. Mirando hacia atrás, tuvo que admitir que infligir justicia a esos ladrones
fue probablemente mucho más satisfactorio de lo que debería haber sido.

Tenía que ser más autodisciplinado con ella. Por supuesto, era más fácil decirlo que
hacerlo. Su deseo desmedido de estar con ella lo había convertido en algo necesitado y
codicioso.

—Lo siento—dijo, la derrota le pesaba—. He sido egoísta. No sé en qué estaba


pensando al declarar mis sentimientos como tenía derecho a hacerlo. Estoy condenado y
soy un peligro para ti.

La mirada acuosa de Fate se redondeó con preocupación. Sintió que sus defensas
bajaban.

Extendió la mano.

—No, no pienses así. Encontraremos una manera de detener el veneno antes de que
sea demasiado tarde. Te lo prometo.

La convicción de su voz le dio esperanzas. Se acercó al espacio que los separaba y


tomó la mano que ella le ofrecía.

—Oírte decir eso me hace creer que puedo tener una oportunidad.
Ella se acercó, tímidamente, rodeando su cintura con los brazos y apoyando la
cabeza en su pecho. Sorprendido, dejó de respirar, temiendo moverse para no asustarla.
Deseó poder congelar ese momento. Hacer que durara para siempre. Con cuidado, la
rodeó con sus brazos, girando su cara hacia la suavidad de su cuello.

Permanecieron así durante un fugaz momento de felicidad, mientras la multitud de


gente que se regocijaba pasaba junto a ellos como las rápidas corrientes de un río que
fluye alrededor de una pequeña isla.
Capítulo 21
FATE SE QUEDÓ MIRANDO SU REFLEJO CON INCREDULIDAD. LE HABÍAN
puesto un vestido de rico tafetán marrón. Pasó los dedos por el intrincado corpiño de
cuentas. Se ajustaba muy bien a sus curvas. Un hada madrina no podría haber hecho un
trabajo mejor, aunque habría preferido un rápido movimiento de varita a que un grupo
de mujeres extrañas la metieran en un baño humeante, le restregaran la piel, le untaran
el pelo con aceites e incluso la secaran con una toalla y la vistieran con capas de ropa
interior innecesaria. Sin embargo, lo había soportado todo -incluso la cincha del corsé
que le aplastaba las costillas- sin protestar para asegurarse de que la generosidad de
O'Deldar no fuera objeto de escrutinio. Su plan incluía una noche en el baile de máscaras
para poder acercarse a Moria.

Ocultando una sonrisa de satisfacción, miró por encima de su hombro desnudo


para comprobar la parte trasera del vestido.

—Quédese quieta, por favor, señorita—la regañó una de las sirvientas mientras le
daba los últimos retoques.

Dos peinetas de concha de tortuga coronaban la cascada de rizos que enmarcaban


su rostro. Un brillante collar de ámbar adornaba el elegante escote de su vestido, y unos
pendientes a juego reflejaban el color de sus ojos.

Agradeciendo a sus ayudantes el milagro que habían conseguido, Fate se puso los
largos guantes de terciopelo que le entregaron.

Un golpe en la puerta de su suite hizo que una de las criadas se apresurara a


abrirla.

Entró Finn. Iba vestido con una camisa de lino blanco, un abrigo de brocado
dorado y negro, y unos pantalones de ante metidos dentro de unas botas negras
adornadas con botones dorados. Su aspecto era tan devastadoramente llamativo que a
Fate se le subió el corazón a la garganta, dejándola sin palabras.

Él le devolvió la mirada, con los ojos y la boca abiertos. No podía saber si le


gustaba lo que veía o no y cuanto más tiempo permanecía en silencio, más incómoda se
sentía. No era una persona que se obsesionara con su aspecto, pero en ese momento su
apariencia lo significaba todo. Tanto era así que su ansiedad se convirtió en la voz de
mando del difunto Blackwell: se cree una princesa, pero en realidad es la Duquesa de
Dowdy.

—Estas hermosa, más allá de las palabras—dijo finalmente, con voz quebrada.

—Tú también—dijo mientras las criadas se retiraban con sonrisas llorosas.


Nerviosa e incapaz de detener las mariposas Kamikaze que se agolpaban en su
estómago, echó mano de su máscara de cuentas para ocultar su nerviosismo.

—¿Vamos?

Haciendo chocar los tacones de sus botas, Finn sonrió y le ofreció el brazo. Con la
mano enguantada de ella apoyada en su antebrazo, salieron y se unieron a un digno
grupo que paseaba por el largo pasillo del castillo. Después de doblar una esquina,
pasaron por un arco adornado con guirnaldas que conducía al gran salón, donde las
paredes doradas y los suelos de mármol brillaban por la sobreabundancia de velas. A lo
largo de uno de los lados del salón había una mesa increíblemente larga con elaborados
fruteros, panes horneados y moldeados con formas extravagantes, cuencos de verduras
relucientes con mantequilla y hierbas, y grandes fuentes cargadas de pavo real y venado,
pez espada y cochinillo.

Una vez que los nobles tomaron sus propios asientos, Finn le acercó una silla al
final de la enorme mesa. Mientras ella se arreglaba la falda y se sentaba, ambos llamaron
la atención de O'Deldar, que estaba más arriba. El sacerdote los reconoció con una ligera
inclinación de cabeza antes de volver a su conversación.

Fate se acomodó, deleitándose con el escenario y admirando los trajes que


imitaban ingeniosamente a hadas y gente del mar, ángeles, duendes, demonios y
bufones. Mientras otros invitados opulentamente vestidos se arremolinaban en torno a
una escultura de hielo de Poseidón rodeada de peces escamosos con bocas que escupían
vino blanco, los juglares se paseaban tocando flautas, violines y arpas.

Cuando dieron las cinco, las trompetas sonaron mientras el rey y la emperatriz
hacían su gran entrada. Todas las cabezas se giraron para ver a la emperatriz Moria,
radiante con un vestido de gasa color frambuesa y un collar con incrustaciones de
diamantes negros y rosetas de rubí. Las cuerdas trenzadas de su cabello oscuro
formaban una escultura exótica, como serpientes que se retorcían sobre su reluciente
corona. Un antifaz de terciopelo negro ensombrecía sus ojos, pero la luz de las velas
seguía captando su brillo escarlata.

El silencio llenó el salón de baile cuando la emperatriz subió al estrado, con


movimientos suaves y sinuosos. El corpulento Rey Balor, de barba roja, brillaba con su
traje de brocado cobrizo, pero su aspecto era casi nebuloso e impreciso al lado de su
esposa. Una vez sentados en la mesa real, Moria anunció al Príncipe Tynan y a su
invitada de honor, la Princesa Kaura de las Islas Eldunough.

Otra oleada de jadeos y susurros se extendió por el salón de baile cuando apareció
la pareja real. El Príncipe Tynan lucía una fina silueta con un traje de seda de ébano y
una intrincada máscara de dragón. Pero fue la dama de su brazo a la que todo el mundo
observó con asombro. Vestida con un vestido de color gris pálido brillante, la Princesa
Kaura parecía flotar en la sala como una nube de niebla, con su cabello cayendo en
cascada por su espalda en una fuente de oro líquido y sus misteriosos ojos grises ocultos
tras una máscara de plata.
Una vez que la familia real comenzó a cenar la suntuosa comida, los invitados
fueron libres de participar. Cuando Fate tomó una cesta de suave pan humeante, Finn le
detuvo la mano, recordándole que todo era una elaborada ilusión. Aunque se le hizo la
boca agua al ver tantos platos tentadores, siguió su ejemplo y dejó pasar la comida
encantada.

Fingiendo un sorbo de vino, Finn dejó la copa y se inclinó hacia ella.

—Mira cómo el Rey Balor le da la espalda a su reina. No puede borrar de su cara la


sonrisa de tonto de la princesa. Moria parece lista para escupir veneno.

Asintió con la cabeza. La historia se desarrollaba ante sus ojos. La princesa parecía
poderosamente magnética, mucho más que Moria, pero de una manera que atraía la
atención de uno como una impresionante puesta de sol o el pico de una montaña
majestuosa. Mientras que la presencia de Moria fomentaba la obsesión, la de Kaura
encendía la inspiración.

Los músculos del brazo de Finn se tensaron formando duras bandas. Fate se volvió
para mirarlo. Sus ojos estaban cerrados detrás de su máscara negra de Colombina, con la
mandíbula apretada.

—¿Qué pasa?—preguntó.

Sus ojos se abrieron. Eran oscuros e inquietantes.

—Puedo ver la serpiente dentro de Moria. No hay más que podredumbre negra en
su corazón. Ella encuentra a esta gente repugnante.—Cuando miró a Fate sus ojos se
iluminaron, sólo para volverse oscuros de nuevo cuando su mirada volvió a la
emperatriz—. Hay algo dentro de ella... una especie de demonio. Es lo que enciende el
fuego rojo en sus ojos. Tenemos que detenerla. Quiere convertir este imperio en polvo.

Fate miró a la emperatriz, incapaz de ver al demonio del que hablaba.

Un grupo de artistas desfiló y comenzó a entretener a los invitados y a la fiesta real


durante la siguiente hora. Sorprendentemente, el último y más aclamado artista de la
noche fue Sithias. Tras varios bises, terminó con una comedia trágica. Todo el mundo le
aclamó y le colmó de flores y monedas de oro.

Se dirigió hacia Sithias, pero los admiradores se arremolinaban a su alrededor.

Finn le tomó la mano, esbozando una elegante sonrisa al hacerlo.

—¿Te gustaría bailar?

Su corazón revoloteó contra su esternón como un pájaro asustado en una jaula


mientras lo seguía a la pista de baile y se acompasaba con los demás bailarines a un vals
algo rebuscado. Estaba jugando a un juego de tontos al amar a alguien cuyo corazón
estaba dividido y que no podía recordar que la odiaba por haberlo inventado. Pero se
aferraba al hecho de que Finn había elegido dejar a Tove para estar con ella. Y en cuanto
a sus orígenes, sólo podía esperar que él nunca lo recordara.

—Eres difícil de entender, chica. Un minuto eres tan suave y cálida como una cama
de plumas, y al siguiente tan impenetrable como el granito. —Golpeó con un dedo sobre
su corazón— Dime, amor, ¿qué está pasando ahí dentro?

Su toque hizo que sus rodillas se debilitaran.

—Yo…

—¿Me permite este baile? —preguntó un joven cuyo rostro se ocultaba tras una
máscara barroca de león.

La mirada que Finn le dirigió fue aguda y Fate pensó que diría que no. Pero él la
sorprendió retirándose sin decir nada. Sintiéndose atrapada, lo vio desaparecer detrás de
un mar de gente. Mientras su nuevo compañero hablaba de lo mucho que le gustaba la
pierna de cordero rellena de ajo, ella hizo lo posible por sonreír y actuar como si
estuviera interesada. Pero cuando él cambió el tema de la comida por el de los mirlos
asados y una lista de otros pobres pájaros que ella nunca consideraría comer, se limitó a
asentir con la cabeza mientras observaba las caras enmascaradas en busca de Finn. ¿Era
demasiado pedir un momento de tranquilidad para sentirse cómodos el uno con el otro
sin que algo se interpusiera siempre?

Cuando el baile terminó, intentó escapar, pero una interminable fila de


pretendientes la acorraló y la mantuvo dando vueltas por la pista de baile durante la
siguiente hora. Por mucho que quisiera hacer una salida abrupta y probablemente
grosera, no podía arriesgarse a ofender a la persona equivocada. Tal vez tuviera que
desmayarse. Lo más probable era que tener un toque de vapores fuera perfectamente
aceptable en una época de corsés ajustados.

—¿Me permite el siguiente baile?—preguntó alguien por detrás de ella.

—Lo siento, pero creo que me siento débil y debo sentarme—dijo sin aliento
mientras se giraba con toda la fragilidad que podía reunir. Cuando vio a Finn de pie, el
calor inundó su rostro.

Le dedicó una sonrisa divertida.

—Pensé que habías dicho que no eras uno de esas débiles que desmayan.

—Lo haré si eso pone fin a esta tortura—Ella frunció el ceño—. ¿Dónde has estado?

—Esperando en la fila. Parece que alguien se ha interesado en orquestar tu tarjeta


de baile para salvarte de ser devorada por estos lobos hambrientos a la vez.

Puso los ojos en blanco.

—Dios mío, alguien tiene un retorcido sentido de la bondad.


—¿Qué tal si nos escabullimos hasta que sea la hora de la hoguera?

—Sí, mis pies doloridos y yo te lo agradecemos—dijo mientras salían de la pista de


baile.

Tomaron la escalera más cercana que conducía al patio exterior y se unieron a la


nobleza menor que celebraba bulliciosamente con música, baile y vino. Se quitó la
máscara y se quitó las zapatillas de raso. El frescor de la hierba le alivió el dolor de pies,
pero todavía tenía demasiado calor y quería estar descalza. Se subió la falda y empezó a
enrollar una de las gruesas medias a lo largo del muslo cuando Finn la volvió a colocar
en su sitio.

—Tienes público—dijo, dirigiendo un ceño protector a algunas caras lascivas


cercanas. La levantó de sus pies con una sonrisa diabólica—. Es mejor que les haga saber
que estás conmigo, tentadora.

Ella soltó un pequeño grito, luego se rio y le rodeó el cuello con los brazos. Él la
llevó sin esfuerzo hasta la torreta más cercana, subiendo las escaleras hasta la muralla
sur, tomando asiento en el parapeto y manteniéndola en su regazo.

Queriendo ver su rostro, le quitó la máscara. El flequillo despeinado le caía sobre


los ojos. Cuando se lo apartó de la frente, vio que su mirada se dirigía al océano.
Apoyando su cabeza en el hombro de él, contempló el agua, donde el sol que se hundía
derramaba su resplandor sobre el mar en calma y el horizonte resplandecía con lo último
de su luz plenamente madura. Por una vez, todo era perfecto.

—No tenemos mucho tiempo antes de que se enciendan las hogueras—dijo, con un
tono grave—. Escucha, cuando Moria salga a encender la hoguera, quiero que encuentres
a Sithias y regresen a la caravana.

No tan perfecto.

Ella se sentó recta y lo miró.

—Ese no es el plan. Yo soy el respaldo, ¿recuerdas? Y sigo pensando que escribir un


dragón Gloom para llevarla a los residuos grises de Hades es mucho mejor que la idea de
O'Deldar.

—Demasiado arriesgado. ¿Tengo que recordarte la debacle del Hombre Verde?

—Me quedo.

Frunció el ceño.

—No, no puedo tenerte ahí.

—¿Por qué?
—Sabes lo que pienso hacer con Moria, y te digo que será horrible en comparación
con arrojar a esos hombres a los robles.

Habían revisado el plan con gran detalle con O'Deldar. Ella había argumentado en
contra del método con el que los dos habían decidido detener a Moria, pero después de
muchas discusiones, al final había estado de acuerdo.

—No... me quedo—dijo, tragando su aprensión.

La acercó, con un abrazo fuerte y desesperado.

—Fate, tienes que saberlo... el veneno... ha estado agitando pensamientos


repugnantes que me hacen sentir horrible como el pecado. Está creciendo dentro de mí
como una semilla de rabia que se nutre de castigar a los demás de las formas más
indecibles.

—No me iré, no puedo—susurró ella, con sus labios rozando ligeramente su cuello.

Sus manos se deslizaron por su espalda hasta llegar a su cuello. Ella se estremeció
febrilmente bajo su contacto. Él le inclinó la barbilla hacia atrás con los pulgares,
mirando con anhelo sus labios separados. Apenas pudo respirar y cerró los ojos,
sintiendo la cálida boca de él explorando la línea de su mandíbula.

De repente, sus labios se apretaron hambrientos contra los de ella.

No estaba preparada para el dulce sabor de su boca ni para las olas de calor que le
recorrían el cuerpo. Enroscando los dedos en su pelo, lo acercó y lo besó profunda y
salvajemente.

Se apartó después de unos segundos.

—Espera, más despacio.

Le temblaba todo el cuerpo. Su beso eclipsó todas las pálidas imaginaciones que
había tenido.

—No tienes ni idea de lo mucho que deseo esto, pero no es el lugar ni el momento—
dijo, con la respiración agitada por el deseo y los ojos encendidos de un verde intenso.

—Es Beltane, y estamos prometidos... se siente bien—susurró ella.

—Por todo lo sagrado, seguro que sí, pero no aquí... no ahora.

Impulsada por el estruendoso latido de su corazón contra el de ella, se apretó


contra él. Pero su mirada conflictiva ya se había desplazado hacia la franja de luz
anaranjada que se deslizaba por el oscuro horizonte.

—No, es hora de ocuparse de Moria.


Sintiéndose como si la hubiera arrojado al agua helada, lo miró fijamente, enojada
y frustrada.

—No me importa nada de eso.

La bajó de su regazo y se levantó.

—Uno de nosotros tiene que mantener la cabeza fría. —Su tono había cambiado.

Un hilillo de miedo se deslizó por su columna vertebral. En un instante, Finn se


había transformado. Parecía más alto e irradiaba una energía peligrosa y concentrada
que le hacía perder su identidad, dejándolo irreconocible: un extraño que la miraba
ciegamente con los ojos fríos y sin emoción de un asesino.
Capítulo 22
CUANDO LLEGARON AL INTERIOR DEL CASTILLO, LOS INVITADOS REALES
se habían agolpado en una amplia terraza con vistas al patio exterior, mientras que los
de dudoso título se reunían abajo. Moria se encontraba en la punta del balcón, que se
extendía sobre una gigantesca pila de maderos casi tan alta como la propia terraza.

—Si te vas a quedar, ponte aquí al fondo—le susurró Finn a Fate, con las manos
sujetando sus hombros para mantenerla a distancia.

Mantuvo la boca apretada mientras asentía, con miedo y rabia en los ojos.

Resistiendo el impulso de atraerla de nuevo a sus brazos, la soltó y se abrió paso


entre los invitados que se acercaban al frente. Tener a Fate cerca de él le impedía
concentrarse en lo que debía hacer. Cuando llegó a la balaustrada de la terraza, pudo ver
a Moria sosteniendo una antorcha para encender la hoguera de abajo. Al escudriñar la
multitud, encontró a O'Deldar. El sabio lo reconoció con una mirada de ánimo
inquebrantable antes de volverse para escoltar a Tynan y a Kaura. El sacerdote Druida
había cumplido su papel: eliminar al príncipe heredero antes de que comenzara el caos.

Un silencio expectante se apoderó de la calurosa y bochornosa noche hasta que el


único sonido fue el de las olas rompiendo contra la orilla iluminada por la luna. Moria
parecía brillar mientras pronunciaba un elevado discurso sobre el sagrado día de la luz.
Sus palabras inspiraron a todos los que estaban bajo su hechizo, pero sonaron vacías en
los oídos de Finn.

Cerrando los ojos, probó la atmósfera con sus extraordinarios sentidos. En su


mente, podía ver oscuros espectros deslizantes que emanaban de la emperatriz dragón,
extendiendo la mano, alimentándose de la adulación de aquellos a los que pretendía
destruir.

Un odio justificado le recorrió como una sacudida eléctrica. Queriendo acercarse,


se abrió paso a hombros entre los invitados que se reunían cerca de la parte delantera de
la terraza. Los más cercanos a él retrocedieron como si tuvieran miedo. Se detuvo a
varios metros de Moria y silbó dos notas rúnicas muy suavemente. Sonrió con
satisfacción cuando vio que la brisa que había convocado recorría los rostros sofocantes
de los que estaban cerca. Lamiéndose los labios, silbó otra nota rúnica -una más
poderosa- y sintió la tensión inmediata de las fuerzas desatadas del Norte.

La brisa se transformó en un repentino vendaval helado y se abalanzó sobre Moria.


Mientras se agarraba a la barandilla para apoyarse, Finn supo que el amargo frío había
frenado su sangre de serpiente.
***
Fate agarró a Sithias por el brazo y lo arrastró hacia la parte delantera del balcón.
Curvando las alas hacia atrás, trató de no molestar a nadie mientras se encajaban entre
otros que también trataban de obtener una mejor vista, pero su arpa tintineó y las
cabezas se volvieron.

—Ssseñorita, ¿qué esss tan terriblemente apremiante para que tengamosss que
abrirnosss passso al frente?

—No puedo ver desde ahí atrás.

—¿No dijo Finn algo sssobre quedarssse atrásss?—Se acarició la perilla con
expresión de desconcierto—. Sssi no recuerdo mal, dijo que era de sssuma importancia.
¿Por qué?

Se detuvo y le miró.

—¿Hablas en serio?—Se puso de puntillas y le susurró al oído—: Finn va a destruir


Moria. Recuerdas el plan, ¿verdad?

Parecía alarmado.

—¿Por qué querría dessstruir una rosssa tan hermosssa?

Puso los ojos en blanco, frustrada.

—Despierta. Estás bajo el hechizo de Moria. ¿Recuerdas cómo planea destruir el


reino convirtiendo primero a Tynan en un dragón esta noche?

—Oh... muy bien.

Un viento gélido se abalanzó sobre ellos. Todos jadeaban.

Temblando, Sithias se abrazó a sus brazos.

—Oh, esssto esss horrible. Ssse sssiente como el Bosssque de Huesssos


Retorcidosss de nuevo.

Por mucho que Fate estuviera de acuerdo, se abrió paso hasta la parte delantera
como pudo. Mirando entre los pocos obstinados que estaban delante de ella y que no se
movían, vio a la emperatriz con el rostro ceniciento mientras el viento helado rasgaba su
hermoso vestido. Buscando a Finn, lo vio de pie al otro lado del balcón. La despiadada
línea de sus labios y la mirada sin profundidad de sus ojos negros como el azabache la
helaron mucho más que el viento del Norte que había convocado.
Sus entrañas se retorcían de miedo mientras él se acercaba a Moria, lenta y
deliberadamente.

Cuando la emperatriz lo vio meter la mano en el bolsillo del pecho, hizo una señal a
los guardias. Se cerraron en torno a él mientras sacaba la flauta.

—Su alteza—dijo Finn con una reverencia—. sería un gran placer para mí tocar una
canción para calentar su corazón, si no el aire, mientras enciende el fuego de Beltane.

La antorcha en la mano de Moria se agitó en el viento invernal mientras ella lo


escudriñaba. A Fate le preocupaba que, de alguna manera, supiera que Finn era el que
había llamado a los vientos, pero cuando indicó a los guardias que se retiraran, se dio
cuenta de que la emperatriz no tenía ni idea de sus poderes.

—Esto es muy inusual—dijo Moria, su voz sedosa a pesar del frío.

—¿Un viento del Norte tan frío y fuerte como este durante Beltane?—Dijo Finn.

—De hecho, lo es.

La emperatriz le hizo un gesto de aprobación y luego volvió a mirar a los que


esperaban abajo. Finn comenzó a tocar una melodía suave y seductora. Las notas
parecían suavizar el viento, pero el aire helado seguía mordiendo la piel.

Alguien chocó con Fate. Se giró para ver a Sithias balanceándose ebrio al ritmo de
la música. Sus ojos aturdidos y ambarinos estaban fijos en la flauta de Finn.

—¿Qué te pasa?—preguntó.

—Qué músssico tan fassscinante...—murmuró.

Cuando Sithias empezó a bailar hacia la punta del balcón, Fate se aferró a su brazo,
dándose cuenta de que la música de Finn también lo estaba influyendo. Con todo lo que
habían planeado, habían olvidado un detalle importante. Sithias también era una
serpiente. Miró a Moria, que parecía igualmente ebria; especialmente por la forma en
que arrojó la antorcha a la hoguera como si estuviera tirando basura.

La antorcha cayó sobre la madera que había debajo. Las llamas avivadas por el
fuerte viento consumieron el gigantesco montón con una furia antinatural.

Todo el mundo se alegró y retrocedió ante la repentina llamarada y el intenso


calor.

La emperatriz se volvió hacia Finn con una mirada de anhelo. Su cuerpo, un


recipiente de pura sexualidad, se movía al ritmo de su música. Manteniéndola fija dentro
de su oscura e hipnótica mirada, tocó cada nota como si sus dedos acariciaran su piel de
marfil.

El corazón de Fate martilleaba caóticamente. ¿Por qué no había escuchado a Finn?


Él había tenido razón, ella no quería ver eso.

Los movimientos ondulantes de Moria despertaron una inmediata lujuria primitiva


dentro de Finn, un impulso involuntario que él resentía, alimentando aún más su odio
por el demonio que ella era en realidad. Moria estaba acostumbrada a traspasar a los
hombres y despojarlos de sus sentidos. Pero él era el que tenía el poder allí. Tenía a la vil
serpiente hipnotizada. Era su turno de sufrir por el mal que había infligido a tantos
otros.

La oscuridad que había en su interior creció como nunca, fusionándose con la


energía de las runas de la raza de los ancianos incrustadas en su piel. Cuando las dos
fuerzas se mezclaron, sintió la emoción de un poder salvaje y oscuro que siseaba y
chispeaba en sus labios.

Siguió tocando la seductora melodía, añadiendo entonces una nota rúnica para
someter el viento a su voluntad. Bastó un simple pensamiento para que la ráfaga
descendiera hasta la base de la hoguera y avivara el fuego desde abajo. Sin previo aviso,
las llamas ardieron hacia el cielo hasta convertirse en un infierno.

Los espectadores retrocedieron ante el intenso calor con gritos de asombro y


sorpresa.

Estrechó su mirada hacia Moria, sus dedos pasaban rápidamente por los agujeros
de la flauta. Ella bailó salvajemente, echando la cabeza hacia atrás y desgarrando el
escote de su vestido como si se asfixiara con él. Luego sus ojos se fijaron en las llamas
que parpadeaban muy por encima de la balaustrada. Se dio cuenta de que se sentía
atraída por el calor. Su sangre fría y reptiliana ansiaba el calor, un instinto que la
empujaba a acercarse hasta estirarse sobre la barandilla y colgarse sobre el fuego
abrasador.

Ella estaba justo donde él la quería.

Saboreando el poder que ejercía, Finn esperó una fracción de tiempo y luego sopló
la nota final. El fuego estalló en una ola de llamas voraces, envolviendo a Moria e
inundando el balcón. Cuando la marea fundida fluyó sobre los más cercanos a la
emperatriz, se desató el caos mientras gritos espeluznantes resonaban en el patio y las
antorchas humanas se lanzaban por el borde.

***
El repentino estallido de las llamas, el calor abrasador y el pandemónium
resultante hicieron que Fate entrara en acción. Tiró de Sithias hacia atrás, pero no lo
suficientemente rápido. La mitad de su ala voló en un instante. Tirándolo al suelo, sofocó
el fuego con la falda de su vestido. Mientras todos se apresuraban a escapar del infierno,
ella lo agarró y se dirigieron a cuatro patas a un lado del balcón para evitar ser
pisoteados.
Desorientada y confusa, Fate buscó a Finn. Éste se encontraba en el lugar donde lo
había visto antes, con una mirada maliciosa dirigida a la emperatriz, que se agitaba y
arañaba dentro de un sólido manto de llamas. Su grito agudo resonó por encima de
todos los demás. Mientras Moria se desplomaba en el suelo, Finn sopló dos notas
rúnicas más. El viento servil se fortaleció, avivando aún más el fuego mortal

Apoyando su espalda en el intenso calor, Fate se acurrucó sobre sí misma,


tapándose los oídos y cerrando los ojos. Después de lo que pareció una eternidad de
gritos, los últimos gritos torturados de Moria y sus ronquidos moribundos se silenciaron.
Levantando la cabeza, Fate miró hacia arriba mientras el viento helado se desvanecía y el
fuego retrocedía con una rapidez antinatural. El Rey Balor atravesó la quietud, pasó por
delante de los muertos y los heridos que se lamentaban, y se arrodilló junto a la cáscara
humeante de su reina. Los sollozos de desesperación y el olor a carne quemada flotaban
en el aire, convirtiéndose en náuseas en el estómago de Fate.

Sithias se puso en pie a trompicones, con un aspecto más que desconcertado y


asustado.

—¿Qué ha passsado aquí? Un minuto essstoy essscuchando la músssica de Finn, y


al sssiguiente, todo ssse ha quemado.

Tragando la bilis que le quemaba la garganta, Fate se levantó con piernas


temblorosas y se agarró a su brazo tembloroso para apoyarse.

—Lo siento, Sithias. No puedo creer que no hayamos recordado que la música te
afectaría tanto comoMoria.

Finn se acercó a ella por detrás y le pasó el brazo por la cintura. Su contacto la hizo
sentir un frío escalofrío y retrocedió.

Un destello de ira cruzó su rostro.

—Tenemos que irnos antes de que se nos pase el susto y la gente empiece a buscar a
alguien a quien culpar—dijo con voz ronca.

Ella lo siguió, manteniendo la distancia con él mientras pasaban junto a los


quemados. La vista era surrealista, llena de ángeles llorosos, bufones de la corte tristes y
hadas con las alas destrozadas y temblorosas. El sentimiento de culpa le hizo pensar en
las cicatrices que les dejaría la terrible lluvia de fuego que Finn había hecho caer sobre
todos. Si hubieran pensado primero en la seguridad de los transeúntes inocentes, tal vez
habrían ideado un plan diferente.

Se quedó mirando la espalda de Finn, recordando la advertencia de O'Deldar: "Al


final te convertirás en la oscuridad que te está devorando, y cuando eso ocurra serás el
enemigo de la luz y de todo lo que es bueno en este mundo".

Estaban atravesando el tumulto de la sala cuando Fate se dio cuenta de que Sithias
se había quedado atrás. Lo encontró tapándose la boca con la mano, mirando el
banquete de comida que había sobre la mesa. Lo que habían sido cuencos de fruta,
verduras y pan, eran trozos de gachas infestadas de gusanos, el cochinillo, un torso asado
de algún desgraciado.

La piel se le puso de gallina cuando el mareo se apoderó de ella. Su cuerpo se agitó


violentamente mientras vomitaba hasta que no le quedó nada. Al escupir el último ácido
amargo, levantó la cabeza y vio que Sithias también había sido vencido. Su tez había
pasado de pálida a blanca como un fantasma.

No podía moverse, su cerebro se sentía entumecido y desconectado de sus piernas.


Cuando vio que Finn retrocedía hacia ellos, impulsó su cuerpo y se tambaleó hacia
Sithias. Finn se detuvo, con la postura rígida mientras esperaba que los alcanzara.

Mientras ella y Sithias avanzaban a trompicones por el gran salón con Finn a la
cabeza, las paredes doradas daban paso a superficies apagadas y deterioradas, las lujosas
alfombras se volvían raídas, deshilachadas y los vibrantes tapices de las paredes se
desvanecían en restos apolillados ante sus propios ojos.

Para cuando llegaron al patio exterior, el hechizo de Moria se había disuelto por
completo, revelando la horrible verdad de la existencia de todos bajo su glamuroso velo.
Muchos se quedaron mudos de incredulidad, mientras que otros gritaron y se
lamentaron, escandalizados por los harapos que colgaban de sus cuerpos demacrados y
los montones de cadáveres putrefactos en lugar de su abundante comida.

El reino estaba en ruinas. El olor de la miseria, la decadencia y la muerte flotaba en


el aire como un gas espeso y nocivo. Sithias volvió a vomitar, pulsando una vez más el
botón de la mordaza de Fate. Sin nada en el estómago, vomitó en seco, lo que la dejó
débil e inestable. Finn se acercó, ofreciéndose a ayudarla a caminar el resto del camino,
pero ella negó con la cabeza. No lo quería cerca de ella. Estaba demasiado confundida.
Los momentos de felicidad que habían compartido juntos -el baile del lazo, el beso-
habían sido parte de la ilusión de Moria. Nada había sido real o verdadero, excepto la
innegable realidad de que Finn era un verdugo despiadado.

Cuando llegaron a la caravana, O'Deldar salió de las sombras.

—Hoy han hecho mucho bien aquí—dijo.

Sithias tosió y se pellizcó la nariz.

—¿Cómo puede ssser bueno esssto? Esssta gente ssse ha essstado comiendo a
sssusss muertosss.

O'Deldar asintió con la cabeza.

—Este es el precio por ignorar sus corazones. Durante muchos años han sabido que
en el fondo todo estaba mal, pero se negaron a mirar bajo la superficie. El esfuerzo será
tremendo, pero reconstruirán Asgar en algo real y maravillosamente imperfecto—Su
mirada se desvió hacia Finn— El poder oscuro es una cruel tentación y exigirá un alto
precio cada vez que la invoquen.
Los músculos de la mandíbula de Finn se tensaron mientras su mirada se dirigía a
Fate.

—Lo sé.

O'Deldar le puso una mano en el hombro.

—No te preocupes. Al final, harás lo correcto.

—¿Incluso si hacer lo correcto se siente mal?—preguntó Finn, con un rostro


sombrío y torturado.

Cuando O'Deldar dudó, Finn se dirigió a la caravana y se metió dentro, donde le


esperaba el Libro de Fábulas.

Fate dio un paso adelante.

—¿Y bien?—dijo, con la voz apagada tras su mano—. ¿Vas a responder a la


pregunta?

—Mientras recorres este camino de espinas que se te presenta, intenta no centrarte


en lo que está bien o mal. Elegir luchar y conquistar lo que causa miedo y miseria es lo
único importante.

Asintió con la cabeza. Por extraño que parezca, le reconfortaron las palabras del
sacerdote.

Sithias tiró de su brazo.

—Ssseñorita, si no nosss vamosss ahora, me temo que essste olor y essstosss


horroresss ssse grabarán para sssiempre en mi cerebro y nunca podré volver a comer.

Temiendo lo mismo, se apresuró a seguirlo. Mientras subía los escalones hacia la


caravana, O'Deldar le dejó un mensaje de despedida—: Fate, cuando la sangre esté en tus
manos, recuerda lo que dije aquí esta noche.

Al detenerse en el último escalón, miró hacia atrás alarmada, pero él ya no estaba.


La Vieja Madre Grim
Ella era vieja, algunos dicen que tan vieja como la creación del mundo.
Ciertamente, ella era una criatura antigua, sabia en las formas de la hechicería y
eludiendo la decadencia del tiempo. Nadie sabe cómo llegó a ser. Solo que nació de la
más espantosa de las pesadillas.

Se susurró que hizo su guarida en el borde de los bosques, ríos o lagos, donde
existe el intermedio y la magia es más fuerte. Allí plantaría la bellota de un roble
maldito y lo nutriría hasta su rápida madurez con una poción de sangre humana, ojos
y garras de gato y huesos triturados de ratones.

Vivía entre las raíces del roble, esperando que la noche más neblinosa
abandonara su húmeda madriguera. Con un manto de niebla alrededor de su forma
deforme, la Vieja Madre Grim se arrastraba por las aldeas, olfateando las rendijas de
las puertas en busca del dulce aroma del aliento de un bebé.

Así que fue en el tranquilo pueblo de Shytuckle donde la gente se despertó con los
gritos de madres desesperadas que corrían por las calles adoquinadas en busca de sus
crías. Todos registraron el pueblo y las colinas circundantes hasta que los lobos
aullaron en la noche, solo para regresar con el corazón y las manos vacías.

Cuando atrancaron las puertas y las ventanas, nadie pensó en preguntarle a la


pobre niña, que estaba acurrucada en una pocilga en las afueras del pueblo, qué había
visto. Ella era solo una niña vagabunda, una vagabunda que a veces jugaba con sus
hijos, dándoles extraños encantos y entreteniéndolos con trucos de magia. Si hubieran
notado a la chica andrajosa, habrían visto su miedo, porque había sido testigo de una
criatura envuelta en niebla a la deriva por las calles.

Varias noches despejadas y una luna creciente y brillante mantuvieron a salvo a


los niños restantes de Shytuckle... durante un tiempo. Pero cuando la luna menguó y
las nubes de tormenta se juntaron, una niebla antinatural bajó de las húmedas
montañas para serpentear a través del valle una vez más. Ninguna cerradura de
hierro o puertas con barricadas podían evitar que la Vieja Madre Grim tuviera
hambre. Esta vez, la niña abandonada vio a la criatura deforme salir del pueblo con
dos bebés envueltos en pañales en sus brazos torcidos y tres niños pequeños
siguiéndolos como sonámbulos en su rastro brumoso.

Cuando se descubrió la desaparición de más niños, los aldeanos aterrorizados


corrieron por las calles llamándolos. Esta vez, la abandonada les dijo que había visto
al ladrón de niños. Algunos se detuvieron para escuchar, pero cuando describió al
monstruo mítico, los aldeanos se burlaron y la apartaron.
Antes de que cayera la noche, los aldeanos se encerraron dentro del oratorio con
diez de los hombres más fuertes haciendo guardia afuera. Horas más tarde, la Vieja
madre Grim viajó silenciosamente dentro de los pliegues de una niebla masiva que
rodaba hacia Shytuckle.

La tentadora fragancia de tantos bebés en un solo lugar la llevó directamente al


oratorio. Barrió el aire con su escoba de hierba espinosa mojada en veneno de
serpiente. Cuando los enfermizos vapores verdes de su poción para dormir golpearon a
los hombres de guardia, cayeron como árboles talados. La anciana Madre Grim
arrastró su gran peso por los escalones de la entrada, miró fijamente la puerta cerrada
y pasó la mano con garras sobre la cerradura. La puerta se desatornilló y se abrió.
Mientras la niebla y la poción para dormir se vertían en el interior, las mujeres y los
niños mayores se derrumbaron dónde estaban.

La vieja madre Grim metió a los últimos cinco bebés en una bolsa manchada de
sangre, luego torció su dedo huesudo e hizo señas a seis bebés somnolientos. Los niños
embelesados la siguieron como una hilera de patitos. Pero no fueron los únicos. La niña
abandonada los siguió hasta el roble en el borde del bosque y los vio descender al
hueco.

Cuando regresó corriendo a Shytuckle, la niña abandonada despertó a los


aldeanos y les mostró dónde encontrar a los niños. Armados con horquillas, hachas y
antorchas, los aldeanos enojados se dirigieron a la base del ominoso roble y se
tambalearon por el terrible hedor que emanaba de sus raíces.

Dos hombres se arrastraron hacia el oscuro hueco debajo del árbol con antorchas.

Los demás se esforzaron por escuchar las voces de los niños, pero todo lo que
oyeron fueron los gritos ahogados de los hombres que salieron con cara pálida,
enfermos por los horrores que habían visto dentro de la sucia madriguera.

Siguió el caos. Algunos llevaron hachas y horquillas al árbol, mientras que otros
se lamentaron golpeando el suelo con los puños. Los aldeanos querían venganza, pero
el monstruo que les robó a sus hijos no estaba a la vista. Nadie sabía que la Vieja
Madre Grim se había hundido en la arcilla empapada de sangre debajo del árbol.

Todas las miradas rojas y ardientes se volvieron hacia la niña abandonada, el


único extraño entre ellos. La llamaron lobo con piel de oveja. ¿Qué mejor manera para
que un monstruo se esconda si no es bajo la apariencia inocente de un niño perdido?
Los aldeanos ataron a la niña abandonada a una estaca, colocaron antorchas en la
paja apilada a sus pies y miraron en silencio entumecido, sordos a los gritos de la
pobre niña.

Cuando terminó la quema, regresaron a Shytuckle. Nadie miró hacia atrás. Por lo
tanto, nadie vio a la cosa espantosa trepando por la peculiar niebla que se acumulaba
alrededor del tronco del roble. Si lo hubieran hecho, la pesadilla podría haber
terminado allí. Pero, según el destino, la vieja madre Grim era libre de cazar y
alimentar su hambre durante los siglos venideros.
Capítulo 23
EL REPUGNANTE RETRATO DE LOS NIÑOS INDEFENSOS QUE SEGUÍAN A
La Vieja Madre Grim a su guarida ensangrentada, y la inocente niña que se quemaba, se
disolvieron en ríos de letras que fluyeron hacia las páginas del libro. Con el corazón
destrozado, Fate se aferró al dolor de su pecho, temiendo que esas horribles imágenes la
persiguieran para siempre.

Y todo esto después de ver a Finn destruir Moria y ver la indecible carnicería bajo
su red de ilusión.

Una tristeza se apoderó de ella. Había visto la espantosa oscuridad en Finn, y no


estaba segura de poder volver a mirarlo sin ver al extraño inhumano en el que se había
convertido. Lo único que quería era volver a Eustace y a su antigua vida. Si los deseos
fueran caballos, estaría galopando hacia su casa en lugar de verse obligada a enfrentarse
a Finn en este lúgubre lugar con el hedor de la muerte pegado a su pelo y a su ropa.

A medida que el cansancio se apoderaba de ella, su valor se derrumbaba.


Sintiéndose enferma, se dobló por la cintura, mirando al suelo. Finn extendió la mano
para sostenerla, pero la mirada de asco que ella le dirigió le hizo apartarse. Ver el dolor
en sus ojos sólo empeoró el malestar. Ella se debatía entre querer decir algo para aliviar
su dolor y el impulso de huir lo más lejos posible de él. Él la salvó de tomar una
decisión. Ya estaba retrocediendo, con una expresión de absoluto abatimiento en su
rostro mientras se daba la vuelta y se alejaba en dirección contraria.

Sithias levantó su toga sobre sus largas y delgadas piernas y se puso de puntillas
para evitar que sus escasas sandalias se hundieran más en el suelo pantanoso mientras
se dirigía hacia ella.

—No debesss juzgarlo con demasiada dureza, ssseñorita. En todo cassso, necesssita
su apoyo, ahora másss que nunca.

—Desgraciadamente, estabas demasiado ocupado haciendo el baile de la serpiente


con Moria para ver lo mucho que disfrutaba con lo que le hacía—dijo ella con demasiada
brusquedad—. Lo siento. No quise ser brusca. —Ella tocó su ala quemada—. Y lo siento
mucho.

Sithias se encogió de hombros.

—Ssse arreglará. Pero tú no lo harásss, a menosss que aceptesss que ya no ess el


Finn que creassste.
—Pero eso lo es todo. No es el Finn que siempre soñé. Este Finn está dañado, y su
corazón está dividido entre Tove y yo.

Èl le apartó un mechón suelto de los ojos, tratando de colocárselo detrás de la


oreja. Cuando no se quedó, se dio por vencido.

—He visto cómo te mira ese joven. Nunca debes dudar de sus ssentimientos.
Mierda por Tove, te eligió a ti. Sssé que eres nueva en los asuntos del corazón, por no
hablar de la vertiginosa variedad de sentimientos que acompañan al enamoramiento. Al
final, sin embargo, tienes que elegir si caesss del lado del amor o del miedo.

Me mordí el labio.

—Tengo miedo de muchas cosas. ¿Y si no podemos salvarlo? ¿Y si se convierte en el


monstruo que O'Deldar dijo que sería? —Esperó a que el duro nudo en su garganta se
calmara—. ¿Y si llega a conocerme y descubre que realmente no le gusto y quiere a Tove
en su lugar?

—Encontraremos la manera de sssalvarlo. Y me comeré mis sandalias si Finn es el


tipo de joven que juega a esos juegos tan estúpidos entre dos chicas inocentes. Él conoce
su corazón, y lo está siguiendo. Podrías aprender de eso. Y con todo lo que estásss
afrontando, incluso ha conseguido dar un buen fin a Las Emperatrices Dragón. —Se
acarició la barbilla con una sonrisa divertida que se formó en su rostro—. Acabo de leer
la última entrada, y es bastante entretenida. Al parecer, la gente pensaba que la muerte
de Moria había provocado su terrible estado... así que construyeron un templo para
deificarla con la esperanza de recuperar su prosperidad. Tynan se casó con Kaura, y poco
a poco restauraron el reino a su antigua gloria. Ah, y Finn será conocido para siempre
como el Flautista Impío. Pusieron una recompensa por su cabeza, la más grande en la
historia de Asssgar. Él está siendo perseguido mientras nosotros hablamos. Entonces,
¿ves? Merece tu gratitud, no tus juicios.

Los hombros de Fate cayeron.

—Tienes razón. He sido injusta y sentenciosa.

—Ese es el ssspíritu —dijo Sithias, levantando el puño dramáticamente. Dejó caer el


brazo—. El rojo de tu pelo tampoco ayuda. Tu temperamento arde dos veces.

Se sopló el obstinado mechón que le colgaba del ojo.

—No es tan rojo.

—Solo hace falta un poco —dijo, temblando y frotándose los brazos—. Brrr, me
gustaría tener un poco de ese fuego. Estoy cogiendo frío.

Cerró los ojos concentrados y utilizó su glamour para hacer desaparecer sus alas
chamuscadas y transformar su escasa toga en una bata verde bosque y unos pantalones
color canela, rematados con un sombrero de tweed.
Observó cómo su rostro envejecía hasta convertirse en un distinguido hombre de
unos cincuenta años.

—Bonito aspecto. ¿Por qué tan mayor?

—He estado formulando una historia para nosotros, para que los aldeanos nos
reciban sin sssospechas. Estáis viendo al Dr. Benjamin Weathersssby, médico viajero
extraordinario, que perdió a su esposa en el parto hace unos meses. Tú y Finn sois mis
dos hijos mayores, y recientemente han perdido a vuestro hermano de un año y a vuestra
hermana pequeña a manos de la Vieja Madre Grim.

Al darse cuenta de que no había prestado ninguna atención real a su nuevo


entorno, Fate contempló un valle cubierto de un mosaico de campos de trigo y maíz con
un pequeño pueblo de peculiares cabañas de piedra con forma de colmena agrupadas
cerca de la orilla del río. No parecía haber señales de vida en Shytuckle, salvo por los
pequeños mechones de humo de las chimeneas que se arrastraban hacia un cielo de
nubes grises hinchadas que se cernían sobre el pueblo.

—Eso está bien, Sithias. ¿Se te ocurrió eso mientras escuchabas todas mis penas?

Bufó y se acarició la perilla plateada.

—Sí, bueno, tengo mis momentos. —Miró su atuendo con desagrado—. Por
supuesto, tendrás que cambiarte esa cosa maloliente que llevas puesta, y escribir una
caravana adecuada para un médico que viaja con sus delicados instrumentos de ciencia.

Ofendida por su grosero comentario sobre su hermoso vestido, bajó la vista,


sorprendida al ver que no era nada de eso. El reloj había dado la medianoche y su
carruaje había vuelto a convertirse en una calabaza24. En este caso, su vestido había
vuelto a ser la prenda sucia y sin forma que siempre había sido bajo la ilusión de Moria.
Asqueada, se apresuró a desprender su libreta y escribió que estaba recién bañada y
lavada con champú, con los dientes cepillados y completamente vestida con una muda
adecuada. A los pocos segundos de leer la descripción en voz alta, su piel sintió un
cosquilleo de frescura y limpieza cuando su mugrienta muda se transformó en un
sencillo vestido túnica rosa sobre una camisa blanca cubierta por una capa de lana con
capucha. Y para mayor comodidad, volvió a ponerse los pies en un par de Doc Martens.

Dirigiendo su atención al Libro de Fábulas, que se alzaba sobre la ciénaga y la


turba como un megalito de piedra, conjuró dos caballos y una robusta caravana con el
libro descansando en su interior, así como los delicados instrumentos científicos del
buen doctor.

—Ahora ve a hablar con Finn —animó Sithias—. Muéstrale tu apoyo y sé la joven de


carácter fuerte que sé que eres.

24
Referencia al clásico cuento: Cenicienta.
—Gracias, Sithias —dijo ella y se dirigió a Finn, que se encontraba a una buena
distancia de la linde del bosque.

A medida que se acercaba, una especie de suspiro enfermizo se desprendía del


bosque, no era realmente una brisa o un viento, sino algo así como el mal aliento de un
jadeo moribundo. Los pelos de la nuca se le erizaron y tuvo que reducir la velocidad.
Cuando vio el roble, se detuvo en seco. Empequeñeciendo a los árboles circundantes, se
parecía mucho a una mala hierba en el jardín, obstinadamente arraigada allí con su
grueso tronco bulboso y sus miembros en expansión que engullían todo el espacio a su
alrededor. Era fácil imaginar que la Vieja Madre Grim había plantado esa cosa
monstruosa.

Finn miraba el roble con una mirada negra.

—Te he traído una muda de ropa —dijo.

Él se sobresaltó ligeramente, como si estuviera sumido en sus pensamientos, antes


de volverse hacia ella. Tenía un aspecto tan desgastado y deshilachado como la camisa
hecha jirones en la que se había convertido su reluciente abrigo de brocado. Una barba
de candado dorada le ensombrecía la mandíbula y sus mechones rubios y bronceados
caían en ondas descuidadas sobre su sien marcada por las runas. El corazón de Fate
revoloteó sin control. Su alma, aunque maltratada, brillaba, y el oscuro visitante no
estaba a la vista.

Debió ver el reconocimiento y la aceptación en sus ojos, porque la atrajo hacia sus
brazos.

—Siento mucho que hayas tenido que verme así —le dijo, con la voz cargada de
dolor.

La abrazó con demasiada fuerza, su cuerpo temblaba mientras su respiración se


producía en ráfagas irregulares. Al oír un débil sollozo, ella no supo qué hacer. No había
nada que pudiera decir para mejorar la situación, y él lo sabía.

Su cuerpo se puso rígido de repente y la soltó.

Sintiéndose a la deriva, se tambaleó en su sitio, sorprendida por la repentina


mirada inexpresiva de él.

—Te ayudaré con la Vieja Madre Grim, pero después me despediré y seguiré solo.

Un dolor helado se apoderó de su corazón.

—¿Vas a levantarte e irte sin más? —Cuando él la miró con el rostro inexpresivo,
ella no pudo evitar que las lágrimas llenaran sus ojos—. Contéstame.

Sus rasgos se arrugaron en líneas decididas.


—Es lo mejor para ti si lo hago. Me perdí en Asgar. La oscuridad se apoderó de mí.
Y lo peor de todo es que disfruté de la gloriosa emoción de todo ello. Ya no puedo confiar
en mí mismo. Tengo miedo de hacerte daño.

—¿No crees que me harías más daño si te vas?

—Sabes lo que dijo O'Deldar.

—Sí, pero también sé que no puedes hacer esto sin mí. Tenemos que seguir esto
hasta la octava fábula. Mugloth es la clave para curar tu envenenamiento.

—No sé si duraré tanto. Estoy cambiando y no hay nada que pueda hacer para
detenerlo. Y no puedo soportar la forma en que me miraste después de Moria... tan
repugnante.

—Hay un indudable factor de asco al verte seducir a una mujer para que se queme
viva, pero estoy lidiando con eso.

Ella pudo ver que él estudiaba su rostro, midiendo cada uno de sus movimientos.
Por fin, un grado visible de alivio pasó por él. Sonriendo, la cogió en brazos y la hizo
girar en círculos.

—No sabes el valor que me das. —La dejó en el suelo—. Me estaba volviendo
completamente loco cuando pensé que te había perdido...

—Shhh—dijo ella—. Sólo bésame.

***

Llegaron a Shytuckle una hora después. Unas pocas mujeres que estaban
atendiendo sus tareas diarias los recibieron con expresiones cerradas y temerosas,
mientras que los hombres los miraban con abierta hostilidad. En pocos minutos, los
aldeanos se retiraron a sus viviendas, cerrando puertas y persianas.

No parecía haber ninguna taberna ni posada, así que detuvieron los caballos frente
a la estructura de piedra más grande de Shytuckle, robusta y sólida, con un techo alto y
una entrada arqueada.

Finn bajó de un salto y tomó a Fate por la cintura. Ella se deslizó hasta el suelo,
apretada contra él.

—Deja de hacer eso —dijo ella, sintiendo que la atravesaba una emoción
incontrolable—, me estás volviendo loca.

—Mira quién habla —dijo Finn con una sonrisa traviesa.

Sithias les lanzó una mirada de fastidio.


—Una pizca de decoro, por favor. Se supone que son hermano y hermana. —Con un
resoplido, observó la calle desierta y las puertas cerradas desde su posición en el asiento
del conductor—. Bueno, parece que no vamos a obtener ninguna información útil de los
aldeanos. Ciertamente sería útil si supiéramos cuántas visitas ha hecho hasta ahora el
viejo y sombrío monstruo.

—Vi una pocilga en el camino —ofreció Fate—. Si la niña está allí, probablemente
hablará con nosotros.

Finn midió la posición del sol detrás de las nubes cada vez más densas.

—Tenemos que llegar a ella entonces. Parece que sólo faltan unas horas para que se
ponga el sol.

Sithias se acercó a ellos.

—Deberías quedarte —dijo Finn—. Alguien tiene que estar aquí si los aldeanos
empiezan a entrometerse con nosotros.

Sithias levantó los brazos.

—Oh, claro. Déjenme a solas con los aldeanos que te queman por ser un extraño en
la villa Shytuckle.

—Sólo grita pidiendo ayuda. Estoy segura de que podremos volver antes de que te
chamusquen un pelo de la barbilla —dijo Fate con una risita.

Finn se rió de su expresión de horror mientras la agarraba de la mano.


Volvió a mirar a Sithias por encima del hombro, lanzándole una sonrisa tranquilizadora.

—Estarás bien.

Llegaron a la pocilga en pocos minutos. No era más que una cabaña desigual que
parecía dispuesta a volcarse con la menor brisa. Una valla tambaleante rodeaba a tres
cerdos rotundos tumbados en el estiércol.

Finn le impidió seguir adelante.

—Permíteme ser un caballero y comprobar si nuestra pequeña niña está dentro.

—Por supuesto.

—Oh, es posible que quieras tener algo de comida preparada en caso de que tenga
que sobornarla para que salga.

Ella asintió, a pesar de lo mal que le sentaba conjurar la comida junto al mal olor
que desprendía la pocilga. Diez apestosos minutos después, Finn salió de la cabaña con
la niña harapienta.
Al ver a la desdichada niña, Fate sintió una punzada de compasión instantánea.
Era tan pequeña, no más de seis años, con trapos mugrientos colgando de su pequeño
cuerpo. A pesar de las capas de mugre, su cabello castaño pálido seguía siendo una
obstinada nube de crespos que enmarcaba los rasgos pícaros. Para ser tan joven, sus ojos
marrones abatidos estaban demasiado alerta y vigilantes.

—Fate, esta es Gerdie —dijo Finn—. Tiene mucho que contarnos, pero he pensado
que primero deberíamos almorzar.

Fate saludó, pero la chica había visto la cesta de comida. Se quedó mirando como
un perro hambriento, lamiéndose los labios agrietados, incapaz de apartar la vista lo
suficiente como para reconocer a Fate. Se alejaron de la pocilga y situaron a Gerdie a
favor del viento antes de instalarse en un montículo de hierba en medio de unas ovejas
que pastaban. En cuanto sacaron los bocadillos de la cesta, su pequeña mano se lanzó a
coger uno. Después de engullir dos, puso otro sándwich encima de su fardo deshilachado
con una mirada tímida.

—Gracias. Es más comida de la que he comido en años. —Eructó y les dedicó a


ambos una sonrisa ladeada.

Finn se rió.

—De nada. —Miró a Fate—. Parece que hemos acudido a la persona adecuada.
Gerdie me dijo que había visto a la Vieja Madre Grim antes.

La chica asintió.

—Hace mucho tiempo, cuando mi hermana mayor, mi abuela y yo llegamos aquí


por primera vez. Yo era muy joven entonces, sólo cinco o seis años.

—No pareces mayor que eso ahora —dijo Fate, sorprendida por el comentario
adulto.

—Oh, claro —dijo Gerdie—. El tiempo se mueve lentamente cuando vas de un sitio
a otro.

Fate miró a la chica con una creciente sensación de tristeza. No podía imaginarse
tener que valerse por sí misma a una edad tan temprana e indefensa.

—Gerdie, has dicho que la Vieja Madre Grim ya ha estado en el pueblo dos veces —
dijo Finn, dirigiendo su mirada a las colinas distantes, donde finos jirones de niebla se
acumulaban en nubes de niebla—. Y volverá esta noche en cuanto se ponga el sol y la
niebla sea tan espesa como un potaje de cebada mezclado con zanahorias, patatas y
palomas. —Se apretó los labios con una expresión soñadora—. Tenemos quizás dos horas
para prepararnos. Dijiste que tu abuela casi destruyó a la Vieja Madre Grim, ¿verdad? —
preguntó.

Gerdie asintió con tristeza, dejando caer su mirada hacia el montículo de hierba.
—Ella le dio a la vieja monstruo un poderoso golpe, suficiente para mantenerla
lamiendo sus heridas por un tiempo, pero al final la Vieja Madre Grim siguió con sus
malvados caminos y Oma pagó por ello.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Fate.

—Como Oma era curandera y aficionada a las artes mágicas, los aldeanos de
Woodknoll la quemaron en la hoguera pensando que era el monstruo que se había
llevado a sus hijos.

Fate miró a Finn. Ambos sabían que Gerdie tendría el mismo feo final si no
detenían a la Vieja Madre Grim.

—Lamento escuchar eso —dijo ella.

—Fue hace mucho tiempo —murmuró Gerdie.

Fate la miró fijamente; la pobrecita había perdido realmente la perspectiva del


tiempo.

—¿Dijiste que tenías las notas de tu abuela? ¿Podemos verlas? —preguntó Finn.

Ella desató su fardo, revelando palos con runas talladas en ellos, varias piedras
lisas, un cuaderno de bordes rasgados y una zanahoria marchita. Le entregó el cuaderno
a Finn.

—Todo lo que buscas está escrito aquí. Espero que sepas leer, porque yo no puedo.

Fate se inclinó hacia él mientras hojeaba el libro. Todas las páginas estaban
manchadas y llenas de largas notas manuscritas y bocetos de plantas, piedras, símbolos
peculiares y diversas partes del cuerpo con diagramas superpuestos. Cerró el libro y la
miró.

—Tenía algunos conocimientos druídicos, pero aquí hay una extraña mezcla de
otras artes mágicas y curativas que no reconozco. ¿Estás segura de que seremos capaces
de conseguirlo?

Gerdie acarició la mano de Finn como un adulto que consuela a un niño.

—Si hay algo de lo que estoy segura es de que no hay nada seguro en este mundo.
Tendremos suerte si sobrevivimos al enfrentamiento con la Vieja Madre Grim. Pero ya
no me importa. Sólo hay una cosa peor que morir aquí y es vivir aquí para siempre.
Capítulo 24
TODA LA POBLACIÓN DE SHYTUCKLE ESTABA PARADA ALREDEDOR DE LA
caravana cuando regresaron. Sithias había sacado su maletín de médico y estaba en el
asiento del conductor junto a un anciano. Los aldeanos observaron mientras examinaba
la boca abierta del hombre y luego se trasladó a la nariz del hombre, tirando hacia atrás
cada fosa nasal con un depresor de lengua.

—¡Ah, ja! Veo el problema aquí —dijo Sithias en un tono autoritario—. Parece que
hay demasiado pelo de nariz creciendo allí.No es de extrañar que no puedas probar tu
comida. No puedes olerlo, señor. Córtelo todo y probará cada hierba deliciosa en el
potaje de su esposa desde el primer bocado.

El rostro del hombre se iluminó como si hubiera experimentado un milagro.


Cuando Sithias vio que "sus hijos" habían regresado, despidió a su paciente y levantó la
mano como si estuviera brindando.

—Todos en Shytuckle, me gustaría que todos conocieran a mi hija y…—Se detuvo a


mitad de una frase cuando su mirada se posó en la desaliñada que estaba junto a ellos—.
Y uh…

—Tu próximo paciente —dijo Fate.

Pasó a Gerdie por delante de los aldeanos y la arrastró hasta la parte trasera de la
caravana. Dejándola con Finn, entró primero para conjurar una pared de cortinas para
esconder el Libro de Fábulas, y luego para preparar un baño caliente.Mientras la niña
chapoteaba en la bañera detrás de una pantalla de privacidad, Finn miró a través del
cuaderno de su abuela. Estaba concentrado en una página en particular cuando Sithias,
irradiando absoluta molestia, entró en la caravana.

—¿Te habría matado detenerte y saludar a esa gente? —él dijo—. No fue
exactamente fácil hacer que se sintieran más cómodos conmigo. Te haré saber que tuve
que mirar en demasiados orificios desagradables para bajar su armadura.

—Lo siento —dijo Fate—. Estamos en apuros. El sol se está poniendo.

Golpeó su pierna y agitó sus largos brazos, un movimiento que se parecía a una
cigüeña enojada.

—Oh, en serio, ¿el sol está cayendo? Y pensar que no lo sabía. ¡Por supuesto que lo
sé! Y por eso recibí una invitación de los aldeanos para unirme a ellos en el oratorio esta
noche. Tenemos asientos de primera fila para el evento principal. —Miró la pantalla
detrás de la cual se estaba bañando Gerdie—. ¿Y qué está haciendo ese erizo aquí?
Fate se acercó, le dio unas palmaditas en el brazo y lo llevó a echar un vistazo al
cuaderno de Gerdie.

—Cálmate, Sithias. Lo hiciste bien, pero todavía nos queda mucho trabajo por
hacer antes de que podamos ir a encerrarnos con los aldeanos. Gracias a Gerdie, ahora
sabemos qué hacer.

Parecía dudoso.

Finn levantó la vista del cuaderno.

—Hay un hechizo aquí para atar al roble en su estado dormido. Aparentemente, se


ha cultivado para proteger a la Vieja Madre Grim durante el día mientras duerme. Por lo
general, el árbol duerme por la noche, pero si siente que está en peligro, se despertará en
el lado equivocado de la cama. Tendremos que usar este hechizo para que siga
durmiendo mientras atrapamos a su maestro. —Extendió la mano y acercó a Fate—.
Tengo una lista de compras para ti, amor.

Ella se sentó junto a él en el banco, tratando de dejar algo de espacio entre ellos
para poder pensar con claridad, pero él la acercó más, manteniendo su brazo alrededor
de su cintura. Su toque la distrajo tanto que no había registrado lo que estaba
escribiendo hasta el último artículo.

—¿Para qué es la paloma? —preguntó.

—Necesitaremos la sangre de una paloma —explicó Gerdie mientras salía de detrás


del biombo con el vestido de lana verde oliva que Fate le había proporcionado. Con la
mugre eliminada de sus rasgos de duende, ahora podían distinguir entre unas pocas
pecas manchando su nariz y lo que habían sido motas de tierra. Parpadeó confundida
cuando vio a Finn abrazando a Fate—. Pensé que eras hermano y hermana.

—Uh… —dijo Fate con la cara en blanco.

Finn rió.

—Supongo que el gato está fuera de la bolsa en eso. No, estamos lejos de ser
parientes. —Le dio a Fate una sonrisa lobuna—. Para mi gran placer.

Ella se sonrojó.

Gerdie se encogió de hombros.

—No me importa.

—A menos que estés cansado de que todos los demás se diviertan —murmuró
Sithias.

Fate frunció el ceño tanto a Finn como a Sithias.


—¿Sobre la paloma?

—No hay necesidad de preocuparse —aseguró Gerdie, la voz deunniño con un tono
maternal—. Solo necesitaremos una gota y nada más. —Se subió las mangas y se sentó a
la mesa—. Tenemos mucho trabajo por delante: dos hechizos de unión que lanzar,
hechizos que hacer, más el talismán que hará que los elementos caigan sobre la vieja
bruja, si todo va bien.

Se acurrucaron alrededor de la mesa mientras Gerdie y Finn discutían los detalles


de lo que se necesitaba lograr en la próxima hora. Gracias al conjuro instantáneo de
Fate, tenían dos círculos de unión, uno de piedras y el otro de cuerda trenzada de serbal,
muérdago y acebo, colocados alrededor del perímetro del roble, además de todos los
hechizos protectores que necesitarían para mantenerse a sí mismos y a los aldeanos de
caer presa de la poción para dormir de la Vieja Madre Grim. Sorprendentemente, Gerdie
respondió a la habilidad de Fate como si fuera tan común como la suciedad.
Evidentemente, estaba acostumbrada a la magia.

Pero había un elemento más que necesitaban, y ningún escrito podría describirlo
con precisión. —Si puedo escribir todas estas otras cosas, debería poder hacer lo mismo
con la arcilla —argumentó Fate.

A lo largo de su discusión, el estado de ánimo de Finn se había vuelto más serio y


sombrío. Solo sus ojos se suavizaron cuando la miró.

—¿Alguna vez te ha tocado el mal? ¿Sabes realmente qué es?

—No, pero escuché de una fuente en la que confío totalmente que al mal le gusta
mucho el monólogo y tiene un poco de tiza.

No parecía divertido.

—Está bien, no sé qué es el mal —murmuró.

—Entonces no puedes esperar saber cómo escribir sobre eso. No tenemos otra
opción. La arcilla debe tomarse del suelo cerca de las raíces del roble.

Los ojos de Fate iban de un rostro a otro.

—¿Pero ¿qué pasa si la vieja madre Grim todavía está allí cuando llegamos?

Finn hojeó algunas páginas y leyó un pasaje del cuaderno.

—Aquí dice,La Vieja Madre Grim es tan oportuna como el sol, ir y venir. Tan
pronto como ha pasado la hora del crepúsculo y la noche es tan negra como la tinta, la
criatura sale de debajo de las raíces de su roble malvado para comenzar a merodear en
busca de víctimas inocentes. Su cuerpo es pesado y perezoso, pero cuando se une a la
niebla, parece que se desliza rápidamente sobre las corrientes de su húmedo aliento
con la misma facilidad que una canoa en un río.
Mientras Fate escuchaba la descripción, su corazón latía con pavor.

—Oh, eso es reconfortante. Dondequiera que haya niebla, Ol ’Snaggletooth navega


a través de ella como si estuviera en motos de agua. No me gusta.

—No hay nada que me guste en nada de esto —dijo Gerdie, poniendo nerviosa a
Fate con una mirada imperturbable desde donde miraba por encima del borde de la
mesa.

Fate comenzó a objetar, pero el tono maduro y la expresión de la chica la


detuvieron en seco, un rasgo que encontró desconcertante. Aparentemente, las bien
afinadas habilidades de supervivencia de Gerdie la habían obligado a crecer más rápido
que el promedio de los sesenta años.

—Haz lo que tengas que hacer y vuelve aquí tan pronto como puedas —Gerdie
continuó—: porque las viejas tripas sin duda están saliendo de su agujero podrido
mientras hablamos.

La garganta de Fate se apretó de miedo. La idea de acercarse a ese roble y los


horrores que yacían debajo de sus raíces la aterrorizaba.

Finn le apretó la cintura.

—Estaré contigo.

—Tal vez debería ir con usted, ssseñorita —dijo Sithias, con obvio temor en sus
ojos.

Sorprendida por su valiente oferta, tuvo que preguntarse por qué.

Finn se puso de pie.

—No, me voy con ella. —Se volvió hacia Fate—. Y creo que deberíamos volar allí.
De esa forma podremos ver a la vieja bruja desde una distancia segura.

—Sí, no me gusta la idea de salir de la nada si ella está cerca del árbol—estuvo de
acuerdo.

La noche estaba completa en su oscuridad cuando salieron al aire frío y húmedo.


Tenía un pie en los escalones cuando Sithias la detuvo.

—Mírate a ti misma ahora —susurró—. Tendrás que ser fuerte por los dos.

Ella buscó su expresión ansiosa.

—¿Qué es?

—Presiento un cambio peligroso en Finn. Hay algo en él que hace temblar mis
escamas.
—No tienes ninguna escama en este momento —le recordó.

—Este no es momento para semántica —dijo, su susurro más sibilante de lo


habitual—. Ten cuidado. Hay una especie de brillo en sus ojos que nunca había estado
allí.

—Pero antes, eras su animadora, pompones y todo.

—Todavía lo soy, pero cuidado con la influencia del veneno. —Él le dedicó una
sonrisa menos que confiada y levantó la voz para beneficio de Finn—. Estaré mirando el
tiempo y espero que ambos regresen en quince minutos o menos.

Señaló a Finn con el dedo como un padre con cuya hija estaba saliendo.

—No me hagas tener que venir a buscarte. En serio, realmente no quiero subir allí.

—Como si lo hicieras —dijo Finn desde donde estaba parado en la luz oscura.

Cuando Sithias soltó su mano, se tragó el miedo que crecía en su pecho, forzando
una sonrisa en su rostro antes de girarse para irse con Finn.

***

El valle y el bosque distante de abajo parecían planos y sin rasgos distintivos sin la
luz de la luna. Volaron lentamente y cerca del suelo mientras Finn se adaptaba al vuelo.
Fate se aferró a su mano para mantenerlo firme, pero no tuvo que hacerlo por mucho
tiempo. Fue rápido para entenderlo después de que ella escribió su habilidad para volar,
y mucho más estable que la primera vez que volaba.

Él sonrió ampliamente y gritó—: Bueno, me gusta, ¡rocas voladoras!

Se lanzó hacia arriba, dando volteretas y probando su velocidad.

Sonriendo ante sus payasadas juveniles, se alegró de ver que todavía podía ser tan
alegre. A ella le encantaba eso de él. Nada parecía deprimirlo por mucho tiempo, incluso
en las circunstancias más extremas. Aunque parte de eso podría deberse a que había
olvidado un elemento clave de su miseria anterior. Decidió que no importaba.
Disfrutaría de su buen humor mientras durara.

Y en lo que respecta a las preocupaciones de Sithias, se lo atribuyó a que él era


demasiado cauteloso.

Lanzándose desde atrás, Finn la rodeó con los brazos, acercándola. La brisa fresca
se apoderó de ellos mientras navegaban por el aire.

Un escalofrío eufórico la atravesó, y se habría desorientado si él no la hubiera


sujetado con firmeza.
Redujeron la velocidad hasta detenerse, flotando en el aire. Añadiendo su propia
flotabilidad para que él no tuviera que cargarla, pasó la mano por los contornos
cincelados de su rostro. Cuando alcanzó la curva irresistible de su boca, le besó los
dedos, provocando un hormigueo en su brazo. Deslizando sus manos en su espeso
cabello, acercó sus labios a los de ella. Él respondió con una pasión desenfrenada, sus
dedos clavándose con fuerza en su espalda con tal fervor que dolió.

Ella retrocedió, con el corazón acelerado y respirando con dificultad.

Sus ojos brillaban de un verde brillante, pero sus pupilas se agrandaban, los iris.
Enterró la cara contra su cuello, besando y mordiendo hasta que ella se estremeció con
una desconcertante mezcla de deseo y alarma.

—Finn... detente.

Su aliento caliente llegó fuerte y rápido contra su piel. Su mano se deslizó hasta su
muslo, sus dedos apretaron la tela de su vestido, levantando su falda. Un rayo de miedo
la atravesó. Ella lo empujó hacia atrás con toda la fuerza que pudo reunir.

—Detente —dijo.

Se inclinó hacia atrás, con la mirada baja. Mantuvo todos los músculos tensos y,
por un momento, temió que pudiera abalanzarse sobre ella. Pero cuando la miró, el odio
a sí mismo torció su rostro.

—Perdóname —dijo, su voz con un borde de pesar.

Continuó alejándose más. Temiendo que pudiera irse con sus alas recién
descubiertas, se lanzó contra él, envolviendo sus brazos alrededor de su cintura.

—Está bien —dijo—. Reaccioné exageradamente.

Sus manos estaban sobre sus hombros, empujándola hacia atrás con el brazo
extendido.

—No, no lo hiciste. Estaba perdiendo el control. —Los músculos de su mandíbula se


tensaron y sus ojos se entrecerraron—. Ha empeorado desde que maté a Moria. Hay algo
salvaje dentro de mí y cada vez que me rindo, siento que me devoran trozos de alma. Me
estoy perdiendo a mí mismo.

Su silencio se prolongó por una eternidad.

—Fate —dijo, su voz se convirtió en un gruñido decidido—. No puedo estar cerca de


ti cuando no me queda nada más que la oscuridad.

Las lágrimas le picaron en los ojos mientras negaba con la cabeza.


—Si estás tratando de decir que me vas a dejar de nuevo, simplemente te seguiré.
Estás atrapado conmigo, tío. Piensa en mí como un percebe... o uno de esos peces tontos.
Mejor aún, cinta adhesiva.

Se quedó callado. Su mirada se endureció mientras miraba más allá de ella hacia la
noche oscura.

—No hagas esto, Finn.

Cuando su mirada se posó en ella, había un destello inquietante y enloquecido en


sus ojos.

—Dije que te ayudaría con la Vieja Madre Grim, y lo haré, pero luego tengo que
poner fin a esto.

Sus palabras se cerraron sobre su corazón como un puño frío. Antes de que pudiera
decir una palabra más, se lanzó hacia adelante, siguiendo la pendiente de la colina que
conducía al bosque. Ella corrió tras él mientras él volaba a través de espesos parches de
niebla, perdiéndolo por completo cuando chocó con una sólida pared de niebla. Trepó
por encima de él, mirando hacia el banco de niebla, un maremoto que pronto inundaría
el valle y se tragaría las calles de Shytuckle.

Fate flotaba sobre el denso mar de niebla, buscando con creciente pánico cualquier
señal de Finn. Escuchó, pero el silencio era inquietante en su totalidad. Los pelos de la
parte posterior de los brazos y el cuello se agitaron. Miró hacia abajo y supo con absoluta
certeza que algo espantoso acechaba en algún lugar de la niebla.

El miedo helado se disparó a través de sus miembros. Se elevó más, sintiéndose


solo un poco más segura mientras escaneaba la nube ondulante abajo en busca de lo que
sabía que ocultaba. Entonces ella lo vio. Una sombra cada vez más profunda, donde la
niebla se dividió y ondeó como las aguas profundas del océano cuando algo tan grande y
poderoso como un gran tiburón blanco se desliza por debajo de la superficie. La vieja
madre Grim se dirigía hacia la aldea.

Una mano le tapó la boca. Le tomó unos segundos, llenos de terror, darse cuenta de
que era Finn antes de relajarse.

La soltó y tomó su mano.

—Ven conmigo. El árbol está aquí —susurró.

Aterrizaron a unos pocos metros del gigante nudoso y se arrastraron hacia el tronco
a través de la niebla trituradora. Fate miró hacia las ramas que se extendían sobre ellos
como una fea mancha de tinta.

Los dos grandes círculos de unión de piedra y madera trenzada que había escrito
antes en la caravana estaban en su lugar alrededor del árbol, su radio era tan ancho
como el dosel extenso. Finn pasó por encima del círculo de piedra y le hizo un gesto para
que lo siguiera.
—Vamos. Tenemos que pasar por ambos círculos para acercar la arcilla al tronco.

Fate no pudo ir más lejos.

—Sabes que esta es la parte de la película de terror en la que el público dice que no
entres, ¿verdad?

—No estás sola —le aseguró, y tiró de ella.

Tan pronto como cruzó el círculo de piedra y entró en el círculo de madera


trenzada, su piel se puso fría y húmeda. El perceptible cambio de energía fue
estremecedor. Escalofríos se deslizaron por su columna vertebral mientras recorrían el
suelo cubierto de niebla en busca de raíces que sobresalieran. Su pie los encontró
primero. Tropezó y aterrizó boca abajo en el suelo húmedo junto a donde una depresión
en el suelo se profundizaba en una cavidad abierta debajo del cepellón del árbol.

Finn se arrodilló y la levantó.

—¿Estás herida?

El pútrido olor de la muerte se aferraba al húmedo aire nocturno. Casi había caído
en la guarida de la Vieja Madre Grim.

Se tragó la bilis que le brotaba de la garganta.

—No, pero creo que me voy a enfermar.

—Aguanta la respiración —le dijo. Estaba demasiado oscuro para ver su rostro,
pero no parecía afectado por nada. No podía comprender cómo pudo distanciarse tan
fácilmente.

—No puedo hacer esto —dijo retrocediendo—. Obtén la arcilla.

Se puso rígido, sus manos se cerraron en puños a los costados.

—No. Esa no es una buena idea.

Estaba a punto de argumentar que él no estaba listo para vomitar, pero algo en su
voz la detuvo.

Cayendo de rodillas, se apresuró a desenterrar la arcilla contaminada y llenó la


pequeña bolsa que había traído. En el momento en que se puso de pie, una oleada de
náuseas la golpeó. Se dobló, convulsionando de dolor sin nada que vomitar.

Había expulsado el contenido de su estómago justo antes de dejar Asgar y no había


tenido suficiente apetito para comer desde que habían llegado. Finn se agachó junto a
ella, sujetándole el pelo hacia atrás y manteniéndola erguida. Cuando las arcadas
finalmente cesaron, jadeó en busca de aire y sus pulmones se llenaron de punzadas de
miedo y miseria. Imágenes espeluznantes pasaron ante sus ojos: pequeñas manos
agarradas, rechinar, dientes amarillos y jadeos moribundos ahogados en sangre a
borbotones.

Su grito aterrorizado resonó en la noche.

Finn la levantó y voló hacia Shytuckle. Ella se agitaba y se retorcía en sus brazos,
sus gritos incesantes. Incapaz de volar con ella en tal estado, descendió a un campo de
trigo. Desesperado por consolarla, la abrazó con fuerza, meciéndola en sus brazos.

Se odiaba a sí mismo por hacerla desenterrar la arcilla. Su necesidad de protegerse


de la abrumadora presencia del roble le había impedido hacer el trabajo. Después de dar
un paso dentro de los círculos de unión, la oscuridad se expandió en él, serpenteando a
través de sus suelas hacia la tierra inmunda para conectarse con su engendro. Había
necesitado cada gramo de fuerza y concentración que tenía para cortar la vil energía y
mantenerla contenida.

Pero Fate estaba en un verdadero problema ahora, y solo había una manera de
liberarla de la interminable pesadilla que jugaba en su cabeza.

Cerrando los ojos, sondeó su mente torturada, abriéndose a su terror y a los


fantasmas de todos esos niños asesinados. La terrible penumbra se filtró profundamente
en su núcleo, acribillándolo con un dolor insoportable.

Fate se derrumbó contra él, sollozando suavemente.

—Estás a salvo ahora —dijo con los dientes apretados.

Abrió los ojos al oír su voz. Sus terminaciones nerviosas todavía estaban en carne
viva, lo que dificultaba detener el temblor.

—Finn... yo... no puedo enfrentarme a ese monstruo.

—Déjamelo a mí —dijo, su voz inexpresiva.

Ella se inclinó hacia atrás para ver su rostro. La mirada feroz en sus ojos mientras
miraba más allá de ella hizo que ella mirara en la misma dirección. Todos los músculos
se apoderaron de terror cuando vio el enorme banco de niebla que se derramaba colina
abajo con una velocidad siniestra hacia ellos.

—Tenemos que volver. Ella está casi encima de nosotros —dijo. Agarrándose a ella,
se puso de pie y saltó al cielo.

El viento a sus espaldas parecía cargado de malas intenciones mientras se


deslizaban sobre el río, perturbando finas volutas de niebla que se enroscaban en el rio,
sobre la superficie reluciente del agua, corriendo sobre los techos silenciosos de
Shytuckle antes de llegar a un aterrizaje suave al lado de la caravana.

Cuando la bajó, no la miró a los ojos. Sintió culpa y vergüenza, pero algo más se
estaba gestando bajo la superficie.
Algo amenazante.

—Te están esperando —dijo en un tono brusco.

Su decisión de excluirla de su vida todavía estaba firmemente en su lugar. Quería


convencerlo de que no lo hiciera, hacer que cambiara de opinión. Pero podía ver una
resolución obstinada en su postura rígida tan visiblemente como las olas de calor que
irradiaban desde una acera bañada por el sol.

Demasiado exprimida para aceptar el desafío, entró en la caravana y dejó caer la


bolsa de arcilla contaminada sobre la mesa.

Sithias se dio la vuelta.

—Oh, estoy muy contento de verte de vuelta a salvo y… —se tapó la nariz con la
mano—. Ew, esa arcilla huele atroz, como… —Tosió y se atragantó—. Simplemente no
tengo palabras para describirlo.

—Huele a muerte —dijo Gerdie. Ella le hizo un gesto—. Ahora, sáquelo de la bolsa y
póngalo en ese recipiente.

Sithias se puso rígido.

—¡No lo haré!

Gerdie tomó la daga de endrino y lo apuntó.

—A menos que quieras sangre en todas partes, será mejor que superes tu ser
remilgado y lo hagas.

Sithias abrió y cerró la boca en estado de shock.

—¿Me estás amenazando?

—Es para el pájaro, tonto.

Marchito de alivio, Sithias murmuró una leve protesta en voz baja, pero tomó la
punta de la bolsa entre el dedo y el pulgar de todos modos.

La arcilla resbaló y cayó en el cuenco con un repugnante chasquido.

Tambaleándose hacia atrás, se secó convulsivamente. Después de recuperarse,


miró a Gerdie.

—¿Contenta?

La discusión continuó desde allí, con Gerdie lanzando órdenes y Sithias


siguiéndolas con réplicas quejumbrosas.
Gerdie tomó la paloma en sus manos. Fate no pudo ver cuando perforó el pecho del
pájaro en busca de las pocas gotas de sangre que necesitaba agregar a la arcilla. Había
visto suficiente sangre para toda la vida. Volviendo su atención a la puerta, se preguntó
por qué Finn no la había seguido adentro.

Justo cuando ella decidió ver cómo estaba, él entró y se apoyó contra la pared.
Mientras Gerdie prendía fuego al cedro debajo de la bola de arcilla, Fate lo miró. La
tensión tensó sus rasgos, marcando tensas líneas a lo largo de los músculos de sus
brazos. Parecía listo para salir disparado en cualquier segundo.

De repente se arrepintió de haber usado las Palabras de Creación para darle la


habilidad de volar. Por supuesto, se podría quitar el poder. ¿No es así? No había forma
de saberlo a menos que ella realmente lo intentara, pero no sin antes decírselo. Y luego
tendría que explicar por qué. Mejor dejarlo ir. Después de todo, Tove le había dado su
velocidad, fuerza y poderes elementales sin recuperarlos.

—Ya está, eso debería bastar —dijo Gerdie, sonriendo con satisfacción mientras las
llamas se apagaban—. El talismán ahora tiene el poder de recurrir a las fuerzas de la
naturaleza para que vuelvan a poner las cosas en su orden correcto.

Finn recogió uno de los muchos amuletos protectores que había en la canasta sobre
la mesa. Se acercó a Fate y se lo ató al cuello. Consistía en varias ramitas crujientes
cubiertas de hierbas atadas en forma de tosca horquilla y con olor a moho, suciedad,
apestosa y ajo.

Pellizcándose la nariz, lo interrogó con una mirada.

Su expresión estaba controlada.

—Necesito que estés a salvo.

El escalofrío que emanaba de él empujó su ansiedad al borde de la ira.

Ella agarró un amuleto y se lo puso en la mano.

—No debería ser un problema este hedor haría que un zorrillo corra hacia las
colinas.

—No es para mantener alejada a la Vieja Madre Grim. Es para mantenernos


despiertos cuando ella trate de hacernos dormir a todos —explicó.

—Lo sé —respondió ella, su tono agudo—, pero te mantendrá alejado, ¿no es así?

Ella lamentó sus palabras de inmediato. Ella no lo había dicho en serio de la forma
en que sonaba, pero él lo había tomado de la peor manera posible. El auto reproche
fracturó su expresión cuidadosamente compuesta. Pero se apresuró a reconstruir sus
rasgos en piedra. Ahora no podría convencerlo de que no se vaya.

Sithias observó el intercambio volátil con alarma.


—Estoy de acuerdo, no habrá romance en el aire con estas horribles cosas que
huelen colgando debajo de nuestras narices, y mucho menos durmiendo. —Le dio a Fate
un guiño alentador mientras recogía la canasta de amuletos, sosteniéndolos con el brazo
extendido mientras se dirigía hacia la puerta.

Gerdie sonrió.

—El olor es parte del encanto del hechizo —dijo, marcando una runa en forma de
estrella en el trozo de arcilla antes de envolverlo en una tela y metérselo bajo el brazo.

—No tiene nada de encantador —murmuró Sithias—. Y estoy seguro de que los
aldeanos estarán de acuerdo.

La sonrisa torcida de Gerdie se desvaneció.

—Ahora escuchen —dijo. Su tono grave llamó la atención de todos—. Esto de aquí
es importante. La única forma en que este talismán tendrá algún poder sobre el viejo
chancro es si ella lo está mirando. —Ella levantó la daga—. Cuando sus ojos estén fijos en
ella, clava la daga en la runa y profundiza en la arcilla. Me gustaría ser yo quien se lo
adhiera, pero no importa quién haga la escritura, siempre que se haga.

La habitación quedó en silencio. No había nada más que decir. Estaban a punto de
enfrentarse al más indescriptible de los monstruos, desde dentro y desde fuera.
Capítulo 25
LOS HILOS DE NIEBLA SE ENTRELAZABAN ENTRE LAS CABAÑAS DE PIEDRA
mientras recorrían la corta distancia entre la caravana y el oratorio. Finn se quedó varios
pasos atrás mientras Fate, Gerdie y Sithias se acercaban a los hombres que montaban
guardia fuera del edificio.

—Debería conjurar algunas espadas o algo así —oyó susurrar a Fate cuando vio que
iban armados con nada más que herramientas de labranza como armas.

Gerdie negó con la cabeza.

—Nada más que una magia poderosa y mucha suerte va a detener a Cara de Buitre
ahora.

—Oh, eso esss tranquilizador —murmuró Sithias.

Se aclaró la garganta, levantó la barbilla y sonrió a los hombres de aspecto


preocupado mientras les explicaba por qué debían llevar los amuletos protectores que les
ofrecía. Parecían dudar cuando se les pasaban los palos malolientes, pero se los ponían
igualmente. Finn cogió a Fate del brazo cuando se acercaban a las puertas de la
capilla.

—Me quedaré aquí fuera con los hombres.

Ella negó con la cabeza. El terror instantáneo en sus ojos lo desgarró.

—No, por favor, quédate conmigo.

Tragó con fuerza, conteniendo su necesidad de aliviar su sufrimiento. No quería


rechazarla, pero había tomado la decisión de mantener las distancias después de haber
perdido el control. La forma en que ella se había abierto a él mientras flotaba juntos en el
aire, besándolo con un abandono tan salvaje, había despertado algo aterrador en su
interior. El deseo de poseerla se había disparado en él como nunca. Si ella no se hubiera
detenido cuando lo hizo, él no quería pensar en el daño que podría haber causado.

Ella puso una mano en su pecho, su tacto penetró profundamente en su corazón.

—Por favor, quédate.

Si tuviera algo de decencia, le diría que entrara sin él.

—Por un rato —concedió.


Al entrar en la capilla, las gruesas puertas de madera se cerraron tras ellos con un
fuerte golpe mientras dos hombres izaban una gran y gruesa viga sobre ellas. El miedo
en el interior era palpable. Varios hombres estaban de pie con expresiones ansiosas y
arenosas a lo largo de la periferia de la gran sala, cada uno apostado frente a una ventana
entablada. Las mujeres estaban sentadas con la expresión hueca de las madres que han
perdido un hijo o temen perder el cálido bulto que llevan en sus brazos. Los niños
mayores se quedaron tan quietos como sus padres, mientras que los pequeños, que no
podían comprender el peligro que corrían, chillaban de alegría y corrían por el suelo de
piedra.

Sithias levantó la cesta de amuletos.

—Si pudiera tener la atención de todos. Hemos hecho estos amuletos protectores
para que los usen.

—¿Cómo va a protegernos uno de esos amuletos de los ladrones solapados y


merodeadores? —dijo uno de los hombres, mientras otros asentían con la cabeza—. Ya
he visto antes esos palos malolientes y ni una sola vez impidieron que nos robaran a
nuestros jóvenes delante de nuestras narices.

Sithias se quedó mirando sorprendido.

—¿Crees que son los merodeadores?

—¿Qué otra cosa crees que nos ha robado los niños? —dijo el hombre con un
bufido—. ¿Fantasmas?

Gerdie le tiró de la manga. Sithias se agachó mientras hablaba en voz baja.

—Nunca me creyeron lo de la Vieja Madre Grim, y tampoco les gustó que les diera
encantos a sus hijos. Sólo diles que es para la buena suerte.

Sithias se puso de pie.

—¿He dicho amuletos de protección? Quise decir amuletos de buena suerte.

Los rostros se volvieron esperanzados y todos lo rodearon con las manos extendidas.
La ansiedad se disipó un poco, pero después de una hora de aburrimiento, mezclado con
el ruido de los niños inquietos, el ambiente volvió a ponerse tenso. Finn apenas podía
soportar la tensión que se acumulaba en la sala mientras se sentaba junto a Fate y los
demás en silencio, cada uno de ellos esperando la inminente fatalidad.

La paciencia de Gerdie se agotó primero. Se puso en pie de un salto y se unió a los


inquietos jóvenes, distrayéndolos durante un rato con unos cuantos trucos de magia. Les
sacó piedrecitas de las orejas, con las que hizo malabares y las convirtió en mariposas
fugaces que se desvanecieron en bocanadas de humo. Para ser una chica tan joven,
manejaba a los niños de una manera práctica y sensata. Lamentablemente, sus trucos
sólo sirvieron para excitarlos, en lugar de tranquilizarlos.
—Supongo que los encantos están funcionando —dijo Fate, con la voz baja—. Si la
Vieja Madre Grim iba a hacer algo, probablemente ya lo habría hecho.

—No te engañes, ella está ahí fuera —dijo Finn.

Llevaba tiempo sintiendo su formidable presencia. Su piel se erizaba como si ella


acechara directamente detrás de él, ensuciando su aire con su fétido aliento.
Extrañamente, no tenía miedo. Estaba deseando hacerla sufrir por sus innombrables
crímenes. Cuando pensó en las vidas inocentes que ella había arrebatado, la venganza se
hinchó y chocó con el oscuro poder que se enroscaba en su interior, listo para atacar con
la rapidez de una serpiente cuando llegara el momento de destruir a la abominación.

Miró a los demás.

—Estén preparados para todo.

El miedo apareció en los rostros de Sithias y Gerdie. Fate se sentó junto a él, sus
brazos se tocaban mientras ella se miraba las manos y se agarraba las piernas. Por
mucho que mantuviera su miedo a raya, él sintió el temblor que la recorría. Exhaló
lentamente, resistiendo el reflejo de rodearla con el brazo.

Gerdie se sentó junto a Sithias y sus pequeños ojos marrones recorrieron la


habitación.

—Tienes razón. Sabe que tenemos protección contra su poción somnífera. Me


imagino que nos esperará hasta que estemos tan cansados que estemos medio tontos por
el sueño.

Sithias suspiró.

—Parece que nos esspera una noche muy larga.Sssugiero un poco de tiempo de
historiassss para calmar a estos enérgicos jóvenes. Por mucho que los chillidos de risa de
los jóvenes sean música para los oídos, no creo que mis nerviosss puedan soportar más.

Fate se inclinó hacia delante, su desesperación por una distracción del estrés se
mostraba en su rostro.

—Una de tus historias sería genial en este momento.

—Bueno, señorita —dijo Sithias con una mirada de disculpa—, creo que tú eres más
adecuada para los pequeños. Estoy seguro de que mis cuentos pasarían por encima de
sus pequeñas cabezas. Demasiado romanticismo, intriga política y frou-frou, ya sabes lo
que quiero decir.

—Sí —dijo ella, decepcionada—. Pero no estoy segura...

—Creo que todos nos volveremos locos si tenemos que sentarnos al borde de
nuestros asientos por más tiempo —dijo Finn—. Adelante, cuéntanos un cuento. O mejor
aún, llévanos a algún lugar que nos recuerde olores dulces y frescos, como el del pino...
de casa.

—¿Te refieres a Escocia? —preguntó ella.

Él sonrió débilmente.

—Sí.

—¿Aún lo recuerdas?

Él frunció el ceño, tratando de ver a través de la espesa sombra de la oscuridad


interna que lentamente borraba todo lo que amaba.

—Por supuesto —dijo, sin querer admitir que sus recuerdos más queridos estaban
perdiendo su claridad.

Fate asintió, incapaz de ocultar su duda y su tristeza.

—Tengo algunas historias sobre Escocia que puedo contar.

—¿Por qué no Hellas? —sugirió Sithias, con una mirada de pánico en su rostro—. No
puedes equivocarte con todos esos dioses y diosas.

—No —dijo ella, regañándole con la mirada—. Es el momento perfecto para un


cuento escocés.

Desconcertado por el tenso intercambio entre ellos, Finn la observó tomar asiento en
los escalones cercanos al altar, mientras los niños más pequeños se acomodaban
alrededor de sus pies. Incluso los adultos y los niños más mayores parecían ansiosos por
un respiro del aburrimiento que les provocaba el miedo.

Ella miró a Finn, con el fantasma de una sonrisa en los labios. Algo pasó entre ellos.
Ese misterioso lazo que los unía se estremeció con una mezcla de esperanza y
aprehensión que brotaba directamente de su corazón. Él le devolvió la mirada, ansioso
por saber qué estaba pensando. Pudo ver que ella no tenía intención de guardar secretos.
Su rostro era un libro abierto.

Manteniendo su mirada fija en él, comenzó a contar una historia sobre un chico
curioso con amor por la vida. Un chico que encontró sus raíces en Escocia y se enteró de
que era descendiente de un largo linaje de misteriosos druidas. Él escuchó atentamente
con una creciente sensación de descubrimiento mientras ella desempolvaba las reliquias
de su vida y las sacaba a la luz del sol, nueva, brillante y hermosa. A pesar de que estaba
encantado de estar caminando por el carril de los recuerdos, le desconcertaba cómo ella
conocía tantos detalles, especialmente cuando describía las extravagantes travesuras de
su sabio abuelo.

Se rió suavemente, y su ánimo se levantó cuando los niños se retorcieron de risa. Por
un momento, se sintió como en casa, en Escocia, viendo las espaldas arqueadas de las
colinas cubiertas de brezo y las crestas de las montañas azules cubiertas de niebla
matutina. Luego, cuando Fate describió el encuentro del niño con los espectros de lobo
del Bosque del Pico Negro, los jóvenes se callaron, inclinándose hacia adelante con las
barbillas sobre las manos pequeñas.

Cuanto más profundizaba ella en su pasado, más se desprendía un hilo de sospecha


en él, que se enredaba en un ovillo de preguntas inquietantes. ¿Cómo podía saber ella
todas esas cosas sobre él? Las sombras en la silenciosa habitación parecían extenderse y
el aire se volvía pesado. Un dolor como una vieja herida palpitaba en su pecho y una
desconcertante sensación de traición se abrió de par en par cuando ella describió al gran
rey alce, Lord Rakimnal, que guió al muchacho hasta la arboleda sagrada de los
Antiguos, donde le otorgaron la lengua del Habla Oscura.

La angustia cruda se derramó a través del corte, ahogándolo con el conocimiento


olvidado de que no era el hombre que creía ser. Era un producto de la imaginación de
Fate, un juguete sin sentido, nada más que una diversión.

¿Cómo pudo ocultarle esto, no sólo una vez sino dos? Vacío y destrozado hasta la
médula, entrecerró los ojos hacia ella. Ella se detuvo a mitad de la frase, su rostro
palideció mientras se ponía en pie lentamente.

Sithias se levantó de su asiento, golpeando incesantemente el hombro de Finn. Éste


lo miró con desprecio.

—¿Qué?

—Mira —dijo Sithias, señalando.

Unas gruesas corrientes de niebla de color verde enfermizo fluían por las rendijas de
una ventana entablada. Los rizados zarcillos se movían con una deliberación antinatural
y se dividían en tentáculos de película que serpenteaban alrededor de las mujeres que
sostenían a los bebés y de los niños pequeños sentados en el suelo. Cuando la poción
para dormir se acercó a los amuletos que llevaban, los tentáculos retrocedieron
violentamente y se evaporaron.

Unos segundos más tarde, los hombres de fuera profirieron gritos y chillidos. Se
oyeron crujidos y golpes enfermizos contra las paredes exteriores, seguidos de un
silencio espantoso.

Finn se puso en pie de un salto.

—¡Lleva a los niños a la parte trasera del edificio!

Descubrió que Fate le miraba fijamente. Cuando sus miradas se cruzaron, ella se
puso rígida y la luz de sus ojos se apagó. Demasiado hundido para importarle, se dio la
vuelta y corrió hacia la entrada principal con los otros hombres.
***
La mirada negra del veneno de Finn la cortó más profundamente de lo que podría
hacerlo cualquier cuchillo, confirmando para ella la cuestión de si sus recuerdos habían
regresado o no. Esa no había sido su intención. Lo único que quería era recordarle quién
era y de dónde venía. Restaurar su base y darle algo a lo que aferrarse. Sabía que era
arriesgado, pero no podía soportar que siguiera perdiendo partes de sí mismo. Sithias
había tratado de advertirle. Debería haberlo escuchado.

Sithias se apresuró a acercarse a ella, con un aspecto tan aterrorizado como el de la


niña que sostenía en sus brazos.

—Sseñorita, ven con nosotros —le dijo, haciendo que volviera a centrar su atención
en preocupaciones más inmediatas.

Fate cogió al niño más cercano a ella, un niño de no más de dos años, y corrió hacia
el fondo de la gran sala con las demás mujeres y niños.

—¿No deberías estar delante con los hombres? —preguntó Gerdie a Sithias.

—¿Quién lo dice? —preguntó sorprendido—. Soy una sssserpiente, no un hombre.

Confundida, Gerdie miró a Fate, que simplemente negó con la cabeza.

—Es una historia larga y extraña. Te la contaré más...

Al mismo tiempo, una fuerza profunda y penetrante resonó en todo el oratorio. El


propio aire palpitó y se tensó a su alrededor. La presión se intensificó, culminando en
una liberación momentánea, una aterradora caída libre, antes de que las puertas de
entrada explotaran hacia dentro, disparando astillas mortales como una andanada de
flechas.

Fate voló hacia atrás, se estrelló contra la pared del fondo y cayó al suelo. El techo se
derrumbó, llovieron piedras y se levantó una nube de polvo asfixiante.

Gritos y alaridos llenaron la ruina cegadora.

De alguna manera, Fate había conseguido aferrarse al niño. Estaba temblando y


llorando en sus brazos. Se incorporó, desorientada y magullada, tratando de ver algo,
cualquier cosa, pero el polvo y la arenilla le aguaban los ojos, impidiéndole ver con
claridad.

—¡Finn! —gritó, sabiendo que él había estado en la zona de la explosión.

Él no respondió.

—¿Gerdie? Sithias —gritó.


Gerdie se acercó corriendo.

—¿Estás bien? —preguntó.

—Sí, en su mayor parte. ¿Y tú?

Apenas pudo ver el asentimiento de Gerdie a través de la turbia oscuridad. Apoyada


en la pared, Fate hizo un débil intento de reconfortar al chico en sus brazos acariciando
su espalda.

—No veo a Finn ni a Sithias.

—Sithias debería estar aquí —dijo Gerdie—. Estaba a mi lado.

Fate tanteó el suelo con su mano libre esperando encontrarlo cerca. Todo lo que
encontró al tacto fueron astillas de madera y piedras rotas. Casi agradeció las nubes de
polvo que aún caían del techo pulverizado; no quería ver la miseria que se escondía tras
ellas.

Gerdie agarró el brazo de Fate.

—¿Sientes eso? —susurró.

Fate se congeló, conteniendo el pánico en su garganta. Ella también lo sintió: el


comienzo de algo terrible y poderoso que la presionaba.

Tentáculos de niebla fría serpenteaban a través de la blancura cenicienta. Los


hombres heridos que yacían en medio de la niebla emitían gritos de dolor torturados y
prolongados. La muerte súbita detuvo sus gritos en el instante en que se produjeron
varios horribles crujidos de huesos. El terror corrió por las venas de Fate, paralizándola
en el momento en que vislumbró la forma desgarbada y descomunal de la Vieja Madre
Grim emergiendo de la niebla y el polvo.

Arrastrando sus pies de palo bajo su engorroso peso, la andrajosa criatura se detuvo
arrastrando los pies, apoyándose en su escoba de grueso mango de hierba de palo hasta
que se inclinó hasta el punto de romperse. Sus grandes pechos caídos colgaban como
bolsas de harina medio llenas sobre un vientre hinchado, pero sus brazos eran delgados
como un hueso y grotescamente largos.

Un grito subió a la garganta de Fate cuando se dio cuenta de que el primitivo


atuendo de la Vieja Madre Grim era un mosaico de pequeñas formas humanas cosidas
burdamente. Ahogó un sollozo horrorizado contra el hombro del niño que lloriqueaba y
lo apretó contra su pecho.

El mismo hedor de cementerio que Fate había desenterrado de las raíces del roble se
desprendía de la criatura y se mezclaba con el olor de su propia ropa recién lavada. Las
náuseas se agitaron en su vientre, provocando un dolor agudo en su cerebro. Alargando
su pequeña y arrugada cabeza, la Vieja Madre Grim fijó su mirada roja como la sangre en
el niño en brazos de Fate. Su amuleto protector se había caído. Extendiendo su huesudo
brazo, la criatura lo alcanzó, con sus astilladas garras a escasos centímetros de su cara.

El niño gritó, se soltó del abrazo de Fate y saltó de su regazo.

Los ojos de la Vieja Madre Grim se fijaron en el niño y habló. Sus labios agrietados e
incrustados de sangre formaron los sonidos confusos de una lengua primitiva. La fuerza
de sus palabras hechizadas lo atrapó en su esclavitud. En un abrir y cerrar de ojos, pasó
de la histeria a la calma absoluta y se puso al lado del monstruo como si fuera su
protector.

Gerdie se levantó de un salto, con una mirada enloquecida.

—¡Oye, vieja y fea arpía! Mira aquí, tengo algo para ti.

La cabeza de la vieja madre Grim giró en dirección a Gerdie. En el momento en que


la criatura miró el trozo de arcilla que tenía en la mano, clavó la daga de espina negra en
la marca rúnica. Una cantidad imposible de sangre brotó del talismán, derramándose en
gruesas manchas sobre el suelo de piedra.

—¡Esto es por Oma y por todos los niños que te llevaste bajo mi vigilancia! —gritó,
con el rostro contorsionado por una rabia demasiado duradera para alguien tan joven.
Dejó caer la arcilla, con una fría sonrisa torciendo su boca. El bulto salpicó en la sangre,
salpicando su falda.

El rostro de la Vieja Madre Grim traicionó algo parecido al reconocimiento mientras


un chillido estridente y sobrenatural salía de su boca abierta. Un trueno retumbó en las
montañas distantes y un repentino viento salvaje barrió el edificio roto.

La vieja madre Grim se encogió como si temiera que algo cabalgara en el vendaval.
Permaneció allí, quieta como una roca durante un breve momento, y luego cogió al niño
y desapareció en un manto de niebla.

Al abalanzarse sobre él, Fate cayó en el vacío. Se puso en pie, asustada por el niño
que no había podido proteger. La adrenalina que recorría su cuerpo diluyó la culpa que
salía a la superficie. No sabía cómo, pero lo recuperaría sano y salvo pasara lo que
pasara. Su mirada se posó en los cuerpos esparcidos por los escombros y los
remolinos de polvo. En su pánico por encontrar a Finn, resbaló en el charco de sangre
que había hecho Gerdie. Tras recuperar el equilibrio, vadeó los escombros, con el miedo
apretando sus pulmones mientras buscaba frenéticamente. Sólo recuperó el aliento
cuando descubrió que él no estaba entre los muertos y los heridos.

Se dio la vuelta y vio que Gerdie se inclinaba sobre Sithias. Al tropezar con su prisa
por llegar hasta él, vio que la chica que llevaba en brazos le acariciaba el pecho
ensangrentado. Las piernas de Fate se doblaron al ver una gruesa astilla de madera que
sobresalía de él. Cayó de rodillas junto a él, con los ojos llenos de lágrimas. No podía
perderlo a él también.

Sus ojos ambarinos se abrieron de golpe.


—Parece que me han clavado como a una brocheta. Pero no te preocupess, sseñorita,
las sserpientes tenemoss nueve vidas —dijo él, logrando una débil sonrisa.

Reprimiendo las lágrimas, no pudo evitar sonreír.

—Te estás confundiendo con los gatos, tonto.

—Bueno, entonces tendré que ser un gato —dijo él, aturdido. Su forma humana dio
paso a la de un tigre blanco. Luego soltó un suspiro ronco y se desmayó.

Gerdie y la niña jadearon, apartándose del tigre con sorpresa. Los súbitos lamentos
de los supervivientes que habían descubierto a los muertos y heridos interrumpieron el
intento de Fate de explicarse. Pensando que lo mejor era escapar del caos que se
desarrollaba a su alrededor, desenganchó su cuaderno y se escribió a sí misma, a Sithias
y a Gerdie de vuelta a la caravana.

Gerdie dejó caer la daga de espino negro ensangrentada.

—¿Qué demonios?

Con los nervios a flor de piel, Fate empezó a hablar rápido.

—Sithias es en realidad una serpiente gigante con alas, pero ha estado usando un
glamour para parecer humano y puede convertirlo en lo que quiera. Debe estar delirando
ahora mismo, pero es perfectamente inofensivo. Lo prometo. ¿Puedes ayudarlo? ¿Sacar
esa estaca y curarlo?

Gerdie asintió con la cabeza en blanco.

—Necesitaré algunas provisiones.

Fate conjuró los paños limpios, el hilo y la aguja, el yodo y las pinzas que había
pedido. Mientras Gerdie se ponía a trabajar, no podía evitar una creciente sensación de
urgencia.

—¿Dónde estará Finn? —preguntó, no tanto a Gerdie como al mundo en general.

—Se ha ido al árbol —dijo Gerdie, rasgando un cuadrado de tela en tiras estrechas.

—¿Qué? —Fate la miró con incredulidad.

—Ese era el plan desde el principio —dijo ella, tirando suavemente de la gran astilla.

Con una mueca de dolor, la sangre brotó de la herida, Fate tragó saliva y se dio la
vuelta.

—Todo está en las notas de Oma —continuó Gerdie—. Una vez que la Vieja Madre
Grim se debilitara, sabíamos que volvería al roble y se escondería como una garrapata
para protegerse de los elementos. Dejar que el árbol se lleve la peor parte del ataque
hasta que ella recupere su fuerza... como antes.

—Deberían haberme avisado de esto. No puede hacer esto solo.

Enfadada, Fate se dirigió a la puerta.

Gerdie estaba de repente a su lado.

—No puedes irte. Finn me dijo que te quedaras aquí. —Extendió la mano con rapidez
de ardilla, arrancó el bloc de notas de Fate de la cintura de su vestido y lo sujetó a su
espalda—. Dijo que no te irías sin él.

Fate miró a la niña con la expresión implacable de un gorila.

—Entrégalo.

Sacando la barbilla, Gerdie negó con la cabeza.

—Se lo prometí a Finn.

—Soy más grande que tú —advirtió Fate.

—No me harás daño.

—Bien. Quédatelo, no lo necesito —dijo ella, no sintiéndose tan segura como sonaba.
Empujó la puerta y estaba a punto de saltar al aire cuando miró hacia atrás—. Haz lo que
puedas para que Sithias mejore. Y cuando hayas terminado, conduce la caravana hasta el
árbol.

Sin esperar la protesta de Gerdie, salió disparada hacia la oscuridad y desapareció de


la vista.

El cielo sobre Shytuckle estaba inquietantemente claro y el valle estaba libre de la


siniestra niebla. Pero cuando Fate voló por encima de la elevación en dirección al
bosque, vio que las nubes de tormenta se acumulaban en un enorme remolino de
oscuridad hirviente sobre el roble.

A medida que avanzaba por el aire, parecía que la enorme cabeza de trueno
retumbaba y gruñía con furia. Cuanto más se acercaba, más fuerte era el viento, lo que
dificultaba la obtención de velocidad real. Pero a medida que se acercaba al roble, redujo
instintivamente la velocidad, tratando de entender lo que estaba viendo antes de
acercarse demasiado.

El árbol se había despertado y parecía un coágulo negro contra el horizonte, con


venas retorcidas que se agitaban en algo cerca de la base de su tronco. Se acercó flotando
y escuchó un sonido estridente y espeluznante, el mismo chillido que la Vieja Madre
Grim había emitido cuando Gerdie apuñaló el talismán de arcilla. Esta vez no era la
magia vengativa la que la hacía chillar. Era su protector, el enorme roble.
Una gruesa rama envolvió su hinchado vientre mientras otras arrancaban sus largos
y huesudos brazos de su cuerpo con la misma facilidad con la que se arrancan las patas
de un insecto. Fate observó con horror esta monstruosa justicia. Tuvo arcadas cuando el
roble arrancó una de las cortas y gelatinosas piernas de la Vieja Madre Grim. Nada de
esto tenía sentido. ¿Por qué el árbol estaba destruyendo a su amo?

Su respuesta llegó cuando un rayo iluminó toda la escena. Finn estaba de pie en el
centro de las ramas extendidas del árbol, con su rostro como una máscara de sombrío
éxtasis, con los brazos girando como un director de orquesta demente que orquesta una
sinfonía cacofónica. Sus movimientos controlaban las acciones sádicas del árbol.

Fate se elevó a lo alto, dando un amplio giro antes de descender. Con cuidado de
evitar las ramas que se agitaban, descendió justo detrás de él. Cuando arrancó otra rama,
los gritos de la Vieja Madre Grim alcanzaron un tono insoportable. Ella se tapó los oídos,
deseando que terminara de una vez.

—No deberías haber venido —dijo él sin volver a mirarla. Ella abrió la boca
para hablar, pero él se volvió, levantando una mano para detenerla. Sus ojos eran
implacables y negros—. Tal vez sea mejor que lo hayas hecho —dijo él, dejando caer la
mano con un descuidado encogimiento de hombros—. Es hora de que veas lo que
realmente soy.

Volviendo su mirada insensible hacia la Vieja Madre Grim, le abrió el vientre


hinchado.

Apartándose de la espeluznante visión, Fate mantuvo sus ojos en el rastrojo de


musgo gris que cubría una rama cerca de su cabeza. Pero mientras Finn hablaba, no
pudo evitar volverse hacia el espantoso espectáculo.

—Fue humana una vez... hace años —dijo, con una voz llana y práctica—. Era madre
de tres hijos. Pero su deseo de engañar a la muerte la llevó a un sacrificio impensable, a
un antiguo mal. Se comió a sus propios hijos. Y a la insaciable bruja le gustaba. Morder
la suave carne rosada y saborear el dulce y pegajoso centro de la inocencia pura le
producía el mismo placer que un glotón miserablemente atiborrado obtiene al
atiborrarse de una docena más de pasteles de frambuesa.

Siguió sacudiendo el brazo, indicando al árbol que siguiera arrancando todas las
entrañas de la Vieja Madre Grim. Cualquier otra persona ya habría muerto, pero ella se
aferraba obstinadamente a la vida, chillando en señal de protesta. Tosiendo por la bilis
que le quemaba la garganta, Fate se apretó más las manos contra los oídos.

Finn se volvió, con el rostro sombrío por el odio a sí mismo.

—He visto y he hecho cosas, Fate, cosas indecibles que nunca podrán dejar de verse o
deshacerse. La verdad es que soy igual que ella. Soy un monstruo que disfruta
destrozando a otros monstruos. Pero no me detengo ahí. He adquirido un apetito voraz
por dispensar castigo. Y llegará el momento en que no importará a quién o qué torture y
masacre.
Se quedó callado por un momento. Fate pudo ver que las lágrimas brillaban en sus
ojos, pero incluso cuando se dio la vuelta, su rostro se volvió de piedra.

—Míralo bien. Soy una pesadilla andante.

Apenas pudo estar en desacuerdo mientras él separaba sus puños para que el árbol
partiera el torso de la Vieja Madre Grim por la mitad. La parte que seguía unida a la
cabeza continuaba con su gemido de dolor y no se acallaba. Entonces Finn bajó su puño.
El árbol clavó su cabeza y su torso destrozado en el suelo. Por fin se hizo un silencio
piadoso, salvo por el aullido del viento y el estruendo del cielo.

Una poderosa ráfaga de viento pasó por delante de ellos, casi derribando a Fate del
árbol. Se agarró a una rama para no caer y ésta se retorció bajo su agarre. Se soltó con un
estremecimiento y recuperó el equilibrio.

—No, no eres tú —gritó—. Es tu conexión con este roble maligno lo que está haciendo
que el veneno sea más fuerte. Te está convirtiendo en algo que no eres.

—Oh, no vayas a culpar al árbol, amor —dijo él—. Eso es demasiado fácil.

Ella negó con la cabeza.

—Te conozco, Finn. Te conozco hasta la médula.

Una sonrisa cruel deformó su expresión.

—Sí, ¿cómo el chico de tu historia?

Tuvo miedo de decir algo.

—Ya no hay más juegos. Sabes que lo recuerdo. —Él asintió con una expresión casi
alegre—. Tus historias realmente hicieron el truco. Al principio pensé que debía haberlas
compartido contigo cuando nos conocimos. Pero tú conocías detalles de los que tenía
prohibido hablar fuera de la Orden. Entonces todo volvió a mi mente. Me inventaste. —
Se quedó quieto, observando atentamente su reacción—. Sabes, nunca me sentí tan
miserable como el día en que descubrí que no era más que un montón de palabras en un
papel, que toda mi vida era una mentira, una fantasía sin sentido inventada por una
tonta enamorada de una idea que llamaba Finn McKeen.

Su voz descendió a un suave murmullo antes de terminar en un gruñido bajo—: Sí,


realmente te odiaba por ello... te detestaba.

Fate se congeló, sintiéndose como un ciervo herido en el corazón por el rifle de largo
alcance de un cazador. El rencor en su voz vertió ácido en sus venas.

Un relámpago iluminó la malicia de sus ojos.

—¿Sorprendida? Supongo que lo estarías, ya que me creaste para ser el chico de oro:
el buen amigo, el compañero constante, el fuerte protector. —Cruzó las anchas
extremidades entre ellos con facilidad, deteniéndose con su rostro a escasos centímetros
del de ella. Su brazo rodeó la cintura de ella, atrayéndola con fuerza contra él—. El tierno
amante —le susurró al oído.

Un espasmo de miedo enfermizo recorrió a Fate. Empujó para alejarse, pero los
brazos de él eran duras e inflexibles bandas de acero.

El pecho de él se estremeció con una risa burlona.

—Pero creo que te gustan los amantes rudos y contundentes, siendo la buscadora de
emociones escondidas que eres —dijo, su voz ahora era un gruñido gutural—. ¿No es por
eso que me has estado dando cuerda durante tanto tiempo? —Irradiaba rabia,
abrasándola con ella—. Bueno, aquí estamos, tú con tu amante de ensueño, y yo ansioso
por desempeñar el papel.

Con un brazo alrededor de ella, utilizó el otro para rasgar el cuello del vestido. La
camisa de algodón se rompió como un pañuelo de papel bajo su violento tirón. Ella se
agarró a la tela desgarrada, tratando de ocultar sus hombros desnudos de su mirada
feroz.

—No lo hagas —suplicó, su voz no era más que un susurro tembloroso mientras
cerraba los ojos, un acto vulnerable de puro terror. Se sintió paralizada, con el corazón
golpeando en su pecho. Un viento feroz recorrió su piel expuesta, helando las lágrimas
que corrían por su rostro.

Cada músculo de su interior se tensó por el miedo, preparándose para lo impensable.


Pero ella permaneció intacta. ¿Estaba jugando con ella? Un sudor frío le recorrió la
espalda cuando abrió los ojos.

Finn seguía de pie frente a ella, con el cuerpo temblando y la cabeza gacha. No había
sentido la liberación, pero él la había soltado. Tenía los brazos cruzados, o eso creía ella.
Un rayo reveló el brillo del metal en su mano, un brillo oscuro de sangre cubría su
antebrazo.

—¡Finn, para! —gritó ella.

Su cabeza se levantó de golpe, el dolor tortuoso había sustituido al negro despiadado


de sus ojos.

Siguió cortándose el brazo, luchando por hablar—: Fate. Vete ahora. Antes de que...
sea demasiado tarde.

Se agarró al brazo herido, resbaladizo por la sangre.

—¡No, dame el cuchillo! —Él la apartó con la mano del cuchillo, sus ojos
amenazando con cambiar a negro de nuevo—. El dolor... es lo único que me detiene —
gruñó, devolviendo la hoja a su brazo—. Vamos. No sé cuánto tiempo más podré resistir.
Fate se atragantó con las lágrimas que salían con fuerza y rapidez. Verlo cortarse era
insoportable.

—¡Podemos luchar juntos contra esto!

La vergüenza marcó líneas profundas en su rostro palidecido.

—¿Tienes idea de lo que estaba a punto de hacer? —Una pena indescriptible llenó
sus ojos—. Estoy acabado. No hay forma de salvarme. Tienes que dejarme caer con estos
monstruos.

El viento golpeaba desde todos los lados, azotando mechones de pelo que picaban en
sus ojos.

—No, no puedo.

—¡No tienes elección!

Se detuvo durante un momento interminable, mirándola con ojos rojos y apenados.


Luego la empujó con tanta fuerza que ella cayó por los aires.
Capítulo 26
EL TIEMPO PARECIÓ DETENERSE MIENTRAS FATE ERA LANZADA POR LAS
ramas que se retorcían. Un trueno sacudió los cielos y un relámpago cegador los
desgarró, golpeando el roble donde se encontraba Finn. Su conmoción fue tan grande
que no pensó en utilizar su poder para volar. El cielo y la tierra oscura se agitaron en su
visión antes de que se estrellara contra el suelo a unos veinte metros de distancia.

El impacto le arrancó el aire de los pulmones. Luchando por respirar, se puso en pie
tambaleándose.

—¡Finn! —gritó débilmente. Abrazándose las costillas doloridas, luchó por


orientarse.

El roble ardiente se convulsionó como una criatura marina con tentáculos en la


agonía. Se tambaleó hacia delante, retrocediendo cuando otro rayo cayó sobre el árbol.
El grueso tronco se partió y un horrible crujido resonó en la noche cuando la mitad del
árbol se estrelló contra el suelo en llamas.

¿Dónde estaba Finn?

Corrió tan cerca de las llamas como pudo. Por fin lo encontró, inconsciente bajo la
parte caída del árbol. Otro rayo golpeó la mitad del roble en pie. Un terrible crujido
atravesó el viento furioso y cayeron chispas ardientes cuando la última parte del árbol se
derrumbó, bloqueando completamente su camino. Voló hacia arriba, sorteando el calor
abrasador. Cuando encontró una estrecha abertura, se sumergió en ella, arrastrándose
sobre manos y rodillas bajo un techo de llamas. Finn estaba a su alcance cuando oyó un
suave gemido. Era el niño que se le había arrebatado de las manos en el oratorio.

El sentimiento de culpabilidad la atormentó. Se había olvidado completamente de él.


Se deslizó hacia adelante sobre su vientre y agarró la pierna del niño. El chico, que se
había puesto histérico, gritó, se agitó y la golpeó en la nariz. Maldiciendo por el dolor,
Fate lo sacó de un tirón y lo puso a salvo. Pero cuando se acercó para arrastrarse de
nuevo, una parte del árbol se había derrumbado, incendiando las ramas bajas.

Finn estaba indefenso en el infierno. No había forma de entrar.

Saltó al aire, dando vueltas frenéticamente.

—¡Finn, levántate! —gritó.

Él no se movió.
Un fuerte estruendo llegó desde lo más profundo de la tierra. El suelo se dividió en
unas fauces abiertas listas para tragarse el roble derribado. Ella se cernió sobre el
increíble espectáculo mientras las nudosas ramas se movían por el suelo.

Se lanzó hacia abajo, agarrando su brazo antes de que cayera.

Clavando los talones, gritó―: ¡Finn! Por favor, despierta, no soy lo suficientemente
fuerte para sostenerte.

El roble desgarrado pasó raspando, cayendo en el abismo, y su volumen llameante se


desvaneció en las oscuras profundidades.

Los músculos de Fate ardían por el esfuerzo y su agarre se debilitaba. Incluso cuando
utilizó todo su peso para tirar de él, no pudo levantar más que su brazo por encima del
borde. De repente, él se deslizó más abajo, y su peso la hizo caer de rodillas. Intentó no
llorar, pero las lágrimas aparecieron y se preguntó por qué demonios no se había dotado
de una fuerza sobrehumana y del poder de volar.

Sus manos se deslizaron por el antebrazo de él hasta la muñeca. Agarrándose con


renovada intensidad, una ráfaga de adrenalina la recorrió, dándole la fuerza suficiente
para levantar su pecho por encima del borde.

—¡Tengo su otro brazo! —gritó Gerdie, llegando y tirando del antebrazo cortado, sus
manos se deslizaban ineficazmente debido a la sangre que brotaba de la herida.

Energizada por la muestra de apoyo de Gerdie, Fate hizo acopio de sus últimas
energías. Tirando de su camisa, le hizo retroceder unos metros más hasta que sólo le
colgaron las piernas. Con una última sacudida, lo arrastró completamente fuera del
agujero y luego cayó de espaldas a tierra firme, totalmente agotada por el esfuerzo.

Todavía estaba recuperando el aliento cuando el cielo se abrió y descargó un torrente


de lluvia. Empapada antes de que pudiera ponerse en pie, Fate cogió a Finn por las
piernas y lo arrastró hasta la caravana mientras la tierra, cada vez más blanda, se hundía
y enterraba los restos carbonizados del roble.

Una vez que tuvo a Finn dentro, lo colocó junto a Sithias. Había recuperado su forma
humana y tenía el hombro vendado. Fate pudo ver que dormía plácidamente. Gerdie lo
había hecho bien... no sólo una vez, sino dos.

―Nos llevaré de vuelta a Shytuckle —ofreció Gerdie.

Demasiado agotada para hablar, Fate asintió, desplomándose en una silla mientras
Gerdie cerraba la puerta de la caravana para dar la vuelta al asiento del conductor.

Sentándose alarmada, Fate le gritó—: ¡Gerdie! Detén los caballos. Saltando de nuevo
a la lluvia, escudriñó el tenue paisaje hasta que divisó una pequeña forma pálida a varios
metros de distancia. El niño que había olvidado una vez más estaba acurrucado cerca del
abismo. Lo recogió y lo llevó al interior.
***

Después de regresar a Shytuckle para devolver el niño a su agradecida madre, no


había mucho más que hacer. Había llegado el momento de seguir adelante, así que
siguieron el camino que salía de la aldea y viajaron a lo largo del río durante un buen
trecho, cada una en silencio con sus propios pensamientos.

La lluvia había disminuido hasta convertirse en una fina niebla cuando detuvieron la
caravana. Ambas tenían frío y estaban cansadas, pero Fate no descansaría hasta ver
cómo estaba Finn.

Su rostro estaba pálido y cansado, y su respiración era superficial. El corte inflamado


que se había hecho a lo largo del antebrazo izquierdo sangraba, aunque menos que
cuando se lo cortó por primera vez. Su mente retrocedió ante el doloroso recuerdo.
Nunca se había sentido tan desgarrada como en aquel momento: lo amaba en cuerpo y
alma, y al mismo tiempo le aterrorizaba. Sabía que a él le ocurría lo mismo. Su herida
autoinfligida era la prueba de su lucha. Un hombre menor se habría rendido a la
influencia oscura, y ella lo amaba aún más por la fuerza que había demostrado.

Al pasar los dedos por su pelo húmedo, se deslizaron por un punto cálido y
resbaladizo cerca de su sien. Alarmada, retiró la mano.

Más sangre. Su palma estaba cubierta de ella.

—¡Gerdie! —gritó.

La joven se apresuró a acercarse. Sus hábiles manos separaron el pelo de Finn,


revelando un espantoso corte que atravesaba la mitad de su cráneo, todavía sangrando y
cubierto de sangre coagulada.

Gerdie respiró con fuerza.

—No me extraña que lleve tanto tiempo inconsciente.

Las rodillas de Fate temblaron, no por la visión de la sangre, sino por el miedo
paralizante que la invadía. Verlo así, tan humano y frágil a pesar de sus demostraciones
de poder y fuerza extraordinarios, le hizo comprender lo cerca que había estado de morir
allí. Que era exactamente lo que él había dicho que quería.

Se agarró al poste de la cama para apoyarse.

El veneno estaba actuando en su contra. Finn estaba perdiendo la batalla.

¿O ya había perdido?

Ella no lo sabría hasta que él despertara.


¿Volvería a ser el extraño amenazante o seguiría siendo Finn? Rezó para que pudiera
mantener la oscuridad a raya el tiempo suficiente para enfrentarse a Mugloth en la
última fábula.

Gerdie se puso a trabajar, pidiendo más agua hervida, paños y brebajes de hierbas.
Agradecida por tener algo que hacer, Fate conjuró los artículos con la misma rapidez con
la que los pidió.

Una hora después, la herida de la cabeza de Finn estaba limpia, cosida y vendada, así
como su brazo.

—Gracias, Gerdie... por todo —dijo Fate mientras le colocaba las mantas bajo la
barbilla. Se demoró en pasar los dedos por la línea cuadrada de su mandíbula. Su mirada
se dirigió a las suaves cejas, las gruesas pestañas y la suave curva ascendente de sus
labios. Era difícil creer que semejante crueldad hubiera surgido de un rostro tan
angelical.

Descubrió que Gerdie la observaba con una expresión que superaba con creces su
edad.

—Están muy unidos, extrañamente. No es sólo amor de cachorros.

Fate sonrió débilmente.

—No tienes ni idea de lo extrañamente unidos que estamos.

A pesar de lo cansada que estaba, realmente necesitaba hablar y decidió contarle


todo a Gerdie. Apenas conocía a la chica, pero sentía una cierta cercanía, como la que
tendría con una hermana si la tuviera.

Sentada en el extremo de la cama de Finn, con las rodillas subidas bajo la barbilla y
el vestido de lana ceñido a las piernas, Gerdie escuchó atentamente. Fate se sentó en la
cama de Sithias y le contó cómo conoció a Finn en la librería, cómo había descubierto
que era uno de sus personajes de ficción después de que entraran en el Libro de Fábulas,
así como su envenenamiento y cómo le estaba cambiando. Estaba demasiado absorta en
el relato como para darse cuenta de la excitación que se estaba formando en Gerdie hasta
que la chica se puso en pie de un salto.

—Supe que lo tenías aquí en cuanto te vi hacer las Palabras de Creación. ¿Puedo
verlo? Tengo que verlo con mis propios ojos.

—¿El libro? —preguntó Fate.

El cabello de Gerdie rebotó mientras asentía con la cabeza.

Fate se acercó a las cortinas que ocultaban el Libro de Fábulas y las descorrió.

Gerdie se quedó quieta.


—Perdí la esperanza de volver a verlo. —Sonrió—. ¡Por fin ha llegado mi boleto a
casa!

Fate se quedó atónita.

—¿Lo has visto antes?

Gerdie se quedó mirando la cubierta de madera desgastada del libro gigante y su


intrincada cerradura.

—Maldigo el día en que lo hice. Ese libro, además de mi hermana mayor Brune, son
los que me han metido en este lío interminable.

Sintiendo que la sangre se le escapa de la cara, Fate cogió una silla y se sentó.

—¿Brune Inkwell? ¿Brune es tu hermana? ¿Ella te metió aquí? ¿Por cuánto tiempo?

Gerdie la miró con preocupación.

—¿Estás bien?

—¿Te metió en el libro? ¿Lo hizo con un hechizo? —dijo Fate, su pulso ahora rugía en
sus oídos.

—No, nada de eso. Fue obra de Brune. Oma la pilló abriendo el libro cuando no
debía. Brune iba a leerme uno de los cuentos, pero Oma intentó apartarnos a las dos.
Brune, siendo tan terca como era, comenzó a leer. Y ya sabes lo que pasa cuando lees en
voz alta ese libro. —La cara de Gerdie se iluminó—. Era muy bonito cuando llegamos
aquí. No lo habrías reconocido. Las fábulas eran lugares mágicos como nada que hubiera
visto antes: todo soleado y hermoso, con gente feliz e historias felices.

Su sonrisa melancólica se desvaneció.

—Hasta que llegamos nosotras. Y ya sabes a qué me refiero. Debido a las reglas del
libro para salir, tuvimos que convertir cada fábula en un final horrible. Créeme, no hay
nada peor que tener que llevar la miseria a todas partes.

La sorpresa de Fate dio paso a la desconfianza. Estrechó la mirada hacia Gerdie,


dándose cuenta de que los gestos de adulto que le parecían tan perturbadores se debían
a que había estado vislumbrando un alma vieja habitando ese pequeño cuerpo. No sabía
si sentir lástima por ella o sentir escalofríos. Desde luego, no le sentaba bien que Gerdie
hubiera participado en lo que fuera necesario para provocar los horribles finales que
Fate se esforzaba por rectificar.

Además, era la hermana de Brune.

—¿Qué ocurre? —preguntó Gerdie, la mujer en su voz ahora evidente en el tono de la


niña.
Fate miró fijamente a esos ojos atentos, buscando una presencia siniestra. Pero todo
lo que pudo ver fue una presencia cariñosa. La desconfianza que se cocinaba a fuego
lento bajo la superficie se desvaneció. Puede que Gerdie no sea lo que parece, pero desde
luego tampoco es una malvada en miniatura. No después de presenciar su rabia contra la
Vieja Madre Grim y todo lo que había hecho por Sithias y Finn.

—Todavía estoy tratando de asimilarlo todo —dijo Fate—. ¿Cuánto tiempo llevas
aquí?

Gerdie hizo algunas cuentas con los dedos, lo que sólo la frustró. Se rindió con un
encogimiento de hombros desconcertada.

—No podría decírtelo, salvo que soy vieja, muy vieja.

—¿Vieja como Spock25? —Fate hizo una mueca—. ¿O Yoda26?

—Lo siento, no conozco a esos compañeros ni sé cuántos años tienen.

Fate sacudió la cabeza, triste por Gerdie. Realmente estaba desprovista.

—Digamos que soy más vieja de lo que cualquiera tiene derecho en un cuerpo tan
joven. Y he pasado la mayor parte de ese tiempo moviéndome de pueblo en pueblo
tratando de salvar a todos los jóvenes que podía con encantos protectores cada vez que la
Vieja Madre Grim aparecía. Supongo que podría haberme ido más lejos, tal vez al reino
de la reina de las serpientes, pero supongo que tenía la tonta idea de que el día que me
fuera sería cuando Brune volviera a por mí.

Fate tragó en seco, triste por la niña que había sido dejada atrás y obligada a
sobrevivir sola. Y a estar atrapada, no sólo en el libro, sino también en un cuerpo que no
maduraba con ella.

—¡No puedo creer que haya pasado a las otras fábulas y te haya dejado en este
infierno!

El resentimiento agrió el joven rostro de Gerdie.

—Cuando entramos por primera vez en el libro, sabíamos lo que había que hacer
para salir. Al principio no nos importaba, ya que sólo nos metíamos en la vida de los
personajes de los cuentos. Pero después de un tiempo todo comenzó a sentirse
demasiado real. Cuando llegamos a esta fábula y no había nada más que gente sencilla
viviendo vidas pacíficas, Brune usó sus Palabras de Creación para sacar a la Vieja Madre
Grim de algún libro que recordaba haber leído. Fue demasiado para Oma y trató de
deshacerlo. Pero nada funcionó. Una vez que el monstruo fue hecho, tomó vida propia y
clavó sus garras profundamente.

25
Personaje de `Viaje a las Estrellas`
26
Personaje de `La Guerra de las Galaxias`
Fate no lo dudaba, no después de lo que había sucedido cuando había escrito al
Hombre Verde en la existencia.

Gerdie continuó—: Después de que la Vieja Madre Grim hiciera su primera matanza
y trajera la oscuridad a la tierra, Brune intentó que pasáramos a la siguiente fábula. Pero
Oma no podía irse sin destruir al comedor de niños, lo que nos mantendría atrapados
aquí. Y Brune no quería nada de eso.

Los movimientos de Gerdie se volvieron rígidos mientras recogía las toallas


ensangrentadas y las arrojaba al cubo de agua.

—Cuando te dije que los aldeanos se volvieron contra Oma y la quemaron en la


hoguera... —Su boca se cerró en una línea apretada y temblorosa. Por un segundo,
pareció que iba a romper a llorar, pero resopló y restregó las palmas con fuerza—. Fue
Brune quien les hizo hacerlo.

—¡Tu hermana es pura maldad!

—Lo sé, le entró el ansia de poder. Todo empezó cuando le robó ese Orbe a un
sacerdote.

Fate se incorporó.

—¿Qué sacerdote?

—Era el consejero del rey. No recuerdo su nombre...

—¿Era O'Deldar?

Mientras Fate formulaba la pregunta, su columna vertebral se estremeció con una


energía desbordante e inquieta.

—Suena así —dijo Gerdie—. Llevamos esa historia a un desagradable final robándole
su Orbe y hechizando a su rey para que se adentrara en el territorio de la reina serpiente.
Pero Brune se obsesionó con el Orbe. Descubrió cómo hacer cosas con él. Cosas
antinaturales, como matar animales y devolverles la vida. Pero nunca estaban bien
después. Sólo eran cadáveres en movimiento. Y descubrió cómo hacer que las plantas
crecieran desde la semilla hasta el tamaño completo en un parpadeo. Eso habría sido
bueno, excepto que la fruta siempre estaba podrida por dentro. Luego, cuando empezó a
causar estragos en el clima, Oma dijo que parara, que jugar a ser Dios sólo invitaría al
diablo a participar en el juego.

Un colgante brillante parpadeó en la mente de Fate, provocando una mezcla de


preocupaciones, una de ellas la de Finn. ¿Había utilizado Brune el Orbe para crearlo? Si
era así, eso significaba que había algo en él que podía salir mal. Un escalofrío la recorrió.
Tal vez el veneno no era el único culpable en lo que se estaba convirtiendo.

—¿Crees que Brune utilizó el Orbe para crear a Finn? —preguntó Fate.
Gerdie parecía reacia a responder.

—Una vez que lo consiguió, siempre utilizó el Orbe para lanzar hechizos.

—Pero ¿cómo pudo saber lo de Finn?

—No habría necesitado hacerlo. Recuerdo un hechizo llamado Ojos de Eros.


Cualquiera que conozca la magia sabe que es mejor usarlo encima de los hechizos de
amor o de invocación, porque ve el deseo más profundo del corazón y provoca una
inquietud en quien es hechizado. Esa persona se ve obligada a dejar una vida
perfectamente feliz y encontrar esa parte que le falta. Pero si se combina ese tipo de
hechizo con el Orbe, se corre el riesgo de conjurar una sorpresa muy grande.

Ahora todo tenía sentido para Fate: por qué había dejado la firma de libros para ir a
la librería y por qué Finn era exactamente como había imaginado. A medida que su
miedo aumentaba, buscaba una solución.

—Si Finn fue creado por el Orbe, y digamos que hay algo malo en él, ¿hay alguna
manera de arreglarlo?

—La Vara podría hacerlo —dijo Gerdie—. Brune se enfureció cuando no pudo
conseguir la Vara después de robar el Orbe. Ella sabía que era por lo que la magia del
Orbe seguía retrocediendo. No está completo sin la Vara.

En la mente de Fate brilló una fina barra de oro en la que estaba grabada la clave
para descifrar los misterios del universo. La imagen la cegó de todo lo demás mientras su
mano se dirigía a su cuello con la expectativa de encontrarla allí. Al no sentirla, se
abalanzó sobre Gerdie, agarrándola por los hombros.

—¿Dónde está la Vara? ¿La has cogido?

—Tienes la misma mirada hambrienta que tenía Brune. —Gerdie se encogió hacia
atrás—. Ella te hechizó, ¿no es así? Te envió a buscar la Vara.

Fate la sacudió violentamente.

—Dime. ¿Dónde está la Vara de Aeternitis?

—Con el sacerdote —dijo Gerdie, su voz un susurro asustado.

Fate la soltó y se paseó a lo largo de la caravana. La consumía un deseo repentino y


desesperado que dominaba su cuerpo, su mente y su espíritu.

Sin previo aviso, la caravana se sacudió violentamente. Fate cayó, golpeando su


cabeza contra la mesa. Un dolor punzante palpitó en un lado de su cráneo. Cuando se
incorporó, los sonidos de voces airadas y los golpes fuera de las paredes la hicieron
volver a su entorno. Una trampilla en su mente se cerró de golpe sobre la Vara,
borrándola por completo de sus pensamientos.
Frotándose el punto de dolor en el lado izquierdo de la cabeza y preguntándose por
qué estaba en el suelo, Fate se puso en pie. Sacudió la cabeza, despejando las telarañas, y
se dirigió hacia las insistentes y furiosas voces que se oían al otro lado de la puerta.

Justo cuando estaba a punto de abrirla, Gerdie le tiró del brazo.

—¡No abras eso! Son los aldeanos. Han venido a por nosotros.

Fate la miró como si estuviera loca.

―Somos héroes, ¿recuerdas?

Gerdie se apartó de la puerta.

—No estés tan segura. Parecen muy locos. Será mejor que nos saques de aquí.

La caravana se sacudió de repente de un lado a otro en forma de ondas discontinuas.


Asustada y desconcertada, Fate decidió que Gerdie tenía razón, pero no entendía por
qué. Se precipitó hacia el gran libro. Si algo había salido mal, la respuesta estaría en la
fábula.

Apartando la pesada cubierta, pasó las gruesas páginas hasta encontrar lo que
buscaba.

—Aquí está. Los aldeanos creen que hemos traído a la Vieja Madre Grim a Shytuckle.
Tienes razón, Gerdie, han venido a castigarnos. Aquí dice que, una vez que la caravana
arde hasta los cimientos, la felicidad vuelve a reinar en toda la tierra. —Miró a Gerdie
con alivio—. Todavía tenemos nuestro final feliz, siempre y cuando nos larguemos.

Gerdie tenía la mano en el suelo, donde un espeso humo subía por las grietas.

—Será mejor que nos demos prisa. Nos están quemando desde abajo y será rápido.
Huelo a manteca de cerdo.

Sithias gimió desde su cama. Levantó la cabeza, parpadeando a través de los ojos
somnolientos.

—¿Podría alguien, por favor, arreglar el barco? Me ssiento mareado. —Volvió a


tumbarse con una expresión de dolor, se quedó así un momento y luego se sentó con la
espalda recta—. ¿Qué demonioss está pasando?

Fate se dirigió hacia él, saltando hacia atrás cuando el suelo se dobló bajo el peso de
la pesada mesa en el centro de la caravana. Un muro de llamas brotó del agujero que
atravesaba las tablas del suelo. Entonces la puerta se abrió de golpe y la multitud les
lanzó piedras. Una golpeó a Gerdie en la nuca, haciéndola caer al suelo.

—¡Agarra la mano de Finn! —le gritó Fate a Sithias mientras arrastraba el cuerpo
inerte de Gerdie por el brazo y bordeaba los límites hacia él.
Al estremecerse cuando las rocas pasaban por delante de él, Sithias cruzó el espacio
entre las camas y agarró la mano de Finn. Formando el último eslabón de la cadena, Fate
se apoderó de Sithias. El humo que salía del fuego arrasador le impedía ver la página
abierta de la séptima fábula. No podía leer nada, lo único que recordaba era el título.

Así que, dadas las circunstancias, Fate hizo lo único que podía hacer y lo gritó a todo
pulmón.
La espada relámpago
Hace mucho tiempo, cuando el mundo era nuevo, surgieron del cosmos grandes
seres de inmenso poder y magnitud. Nacidos del caos, estos sorprendentes seres
ayudaron a dar forma a la tierra, el mar y el cielo. Con el paso del tiempo llegaron a
ser conocidos como dioses con muchos nombres diferentes. Les importaban poco los
asuntos de los mortales, a no ser que les convinieran sus propósitos, y pobre del
humano en el cual se fijaran, ya que jugaban con él por puro placer.

Como todas las cosas grandes y pequeñas, estos dioses se desvanecieron en las
estrellas, deshechos por sus propios actos o los de la humanidad. Pero no partieron sin
dejar fragmentos de su poder en los que se deslizaron de vuelta a este mundo para
tener otra oportunidad de desatar su poder.

En esta historia, ese fragmento era la espada relámpago, tallada en mármol azul
intenso con vetas de cristal como rayos congelados en el tiempo. Se desconoce cómo la
espada relámpago llegó a hundirse en las profundidades de un pozo de aguas
tranquilas, pero allí permaneció durante miles de años hasta que algo más compartió
su lugar de descanso. Algo que vio la espada como lo que realmente era y trató de
ponerla en manos de mortales desprevenidos.

Beldereth, un poderoso reino gobernado durante mucho tiempo por hombres,


carecía de la suave mano de las mujeres para dotar a su gobierno del equilibrio
adecuado. El rey Lortaun tuvo la gran desgracia de enamorarse de su reina. Esto era
inaudito, ya que los hombres de Beldereth creían que una mujer no era más que la
tierra inerte en la que un hombre echaba su semilla y totalmente inútil si no daba hijos.
Pero Lortaun llegó a amar a Heda, que vino a él con gracia y sabiduría desde una
tierra donde las mujeres eran iguales a los hombres. Llevaron su amor en secreto, pero
cuando ella tuvo tres hijas y ningún hijo, la corte real ordenó al rey que tomara otra
esposa. Pero el día en que Lortaun se casó con otra, fue el día en que Heda murió de un
corazón roto. Afligido por el dolor, Lortaun desterró a su nueva reina.

En el otoño de su vida, el rey pensó en un sucesor. Su joven hermano, el príncipe


Rudwor, era el siguiente en la línea del trono. Esto preocupaba al rey, ya que Rudwor
era perezoso y no le importaba para nada la política, mientras que sus tres hijas
poseían tanto el buen juicio de Heda como su capacidad de liderazgo. Dejar el trono en
manos de una mujer era inconcebible y, sin embargo, es exactamente lo que Lortaun
pretendía hacer.

Llegó el día en que el rey decretó que sus hijas heredarían el trono por orden de
nacimiento, con el príncipe Rudwor en último lugar. La asamblea de severos estadistas
de cejas blancas agitó sus puños y se opuso a esta despreciable propuesta. Por el
contrario, Rudwor se sentó tranquilamente, aliviado de que le quitaran la carga de la
realeza.

Y así, un insidioso complot contra las herederas del rey echó raíces ese mismo día.
La segunda hija, Valesca, fue la primera víctima. Durante dos años, se le dio una
pequeña gota de beleño mezclada con eléboro negro en su té matutino hasta que poco a
poco se fue volviendo loca y de pocas luces. Otro año transcurrió tranquilamente hasta
que el caballo de la hija mayor, Scylea, corrió de cabeza por los campos y saltó por los
negros acantilados de Razgard con ella como su indefensa pasajera.

Poco después de la muerte de Scylea, un sirviente descubrió un cofre con objetos


malignos en los aposentos de Rudwor. En su interior se encontraban las atroces
herramientas de un hechicero oscuro: tintura de beleño, las venenosas flores de eléboro
y un caballo de piedra con los mechones dorados de Scylea envueltos en su forma rota.
También había una figura tallada en un roble maldito a semejanza de Bremusa, la
menor de Lortaun. Temiendo lo que pudiera ocurrirle si la figura fuese destruida, el
rey la guardó bajo su cuidado.

Cuando se corrió la voz de la presunta culpabilidad de Rudwor, la corte real


exigió su ejecución. Lortaun sabía que sus enemigos habían colocado a Rudwor como
chivo expiatorio, con la intención de eliminar por completo el linaje real y establecer su
propio rey. Para salvar la vida de Rudwor, y al mismo tiempo apaciguar la
indignación pública contra él, el rey exilió a su hermano a Duenthorn, una región
sombría y sin ley en el Este, llena de bandas despiadadas de asesinos, ladrones y
forajidos conocidos como los Bane. Dudaba que Rudwor sobreviviera, pero le ofrecía
una oportunidad, mientras que ser decapitado no le ofrecía ninguna.

Lortaun subió al oráculo situado en lo alto de la montaña de Alderath para


consultar al escarificador, una bestia marina mágica cuyas premoniciones y sabios
consejos habían concedido a la familia real mucha buena fortuna. Los antepasados del
rey habían capturado a la criatura y la habían obligado a morar en el Pozo de los Ojos.
Durante siglos, se intercambiaron promesas de libertad por su valiosa previsión. Con
el paso del tiempo, nunca fue una preocupación cómo se sentía el scryer prisionero al
ser arrancado del mar salvaje y libre y alojado dentro de los confines del pozo. Una
consideración que habría resultado prudente para los que estaban más abajo en las
ramas del árbol genealógico.

Los penetrantes ojos azules de la criatura marina se fijaron en Lortaun, siempre a


la espera de noticias sobre su liberación. Cuando el rey sólo expresó sus
preocupaciones egoístas, el scryer bajó su mirada al agua vidriosa y escudriñó el
futuro del rey. Al hundirse en el agua, la criatura reapareció con una inusual espada
de piedra. Puso el arma ante Lortaun y susurró estas fatídicas palabras en la mente del
rey—: Envía a tu hija de madera con los que no lo merecen, luego busca a la diosa de la
guerra para que proteja a todas las mujeres. Con esta espada, expulsará a todos los
que la desprecian. Cuando sus ejércitos vuelvan para destruirte, lleva la espada a la
garganta de tu hija en nombre de Murauda. No temas, tu hija renacerá. Ella se
vengará de tus enemigos como ningún humano puede hacerlo. Pero ten cuidado,
bisnieto de mi captor, es mejor tener mil enemigos conocidos fuera de tu puerta que
tener incluso uno desconocido dentro.

A la vuelta de Lortaun a Beldereth, hizo que el inmerecido Rudwor se llevara a


Valesca con él a Duenthorn. Entonces hizo erigir un templo en honor a Murauda, la
diosa de la guerra. Como se predijo, un templo para una deidad femenina en Beldereth
desintegró la corte real. Cuando la asamblea de viejos estadistas se marchó, se llevó
consigo el ejército de Lortaun.

El rey se encargó de educar a la joven Bremusa en el arte de la guerra. Llegó a ser


una gran guerrera a los diecisiete años y Beldereth se convirtió en un refugio para
todas las mujeres que habían sufrido a manos de los hombres. De hecho, parece que
Beldereth floreció bajo la protección de Murauda, ya que el reino se convirtió en la
nación más fuerte de la tierra, protegida por un formidable ejército de mujeres.

En el mismo lapso de tiempo, la asamblea de ancianos calculadores, formó


alianzas impías con los enemigos más antiguos y aborrecibles de Beldereth, mientras
su hechicero oscuro, Gorm, reunía las fuerzas del Norte para ejercer un invierno
salvaje sin fin sobre Beldereth.

El asedio llegó antes del amanecer, cuando todo Beldereth estaba bajo de ánimo
por haber soportado tres agotadores años de invierno. Lortaun se despertó con el
sonido de los cuernos de batalla y los gigantes de roca del Monte Helgunth golpeando
las puertas. No estaba preparado para lo que se encontró con sus ojos. Un enorme mar
de soldados borraba la nieve. La caída de Beldereth era inevitable.

El rey recordó las palabras del scryer y le contó a Bremusa el sacrificio que le
habían ordenado. Su valiente hija entregó a Lortaun su daga y lo condujo al templo.
Arrodillada en la base de la gigantesca estatua de Murauda, llevó la mano de su
lloroso padre a su garganta y forzó la hoja en su carne. Mientras su sangre se
derramaba sobre los pies de piedra de Murauda, Lortaun lloró y se desató una
poderosa tormenta. El techo del templo se agrietó y se abrió a los cielos. Los vientos
salvajes se precipitaron, los truenos retumbaron y un rayo golpeó la figura de
Murauda, destrozando su imagen en fragmentos. Sin embargo, la espada de mármol
permaneció intacta y cayó sobre el cuerpo de Bremusa.

Al contacto con la espada, ella respiró. Su piel adquirió un brillo sobrenatural y


sus ojos resplandecieron con la brillante luz de las estrellas. Un fuego interior emanaba
de su corazón, iluminando su armadura con un brillo cegador. Agarrando la
empuñadura de la espada relámpago, se puso en pie, creciendo en magnitud hasta la
altura de tres hombres. Entonces Bremusa armó a sus guerreros, así como a las
mujeres y niñas inexpertas del reino, traspasándoles los poderes del trueno, el rayo y el
viento. Tocó con su espada todas las ayudas de la guerra, permitiendo que el caballo y
el carro subieran al cielo y llevaran a su ejército sobre las corrientes de viento.

El cautivado ejército de Bremusa retumbó sobre el vasto cuerpo de su enemigo,


haciendo llover flechas y lanzas encendidas sobre el desprevenido ejército de abajo.
Cuando descendieron al campo de batalla, los cuerpos se desgarraron con un solo
golpe de sus espadas, y los huesos se hicieron añicos por los feroces gritos de guerra del
recién potenciado ejército de Beldereth. Ninguna espada, flecha o hacha de guerra
podía tocar a las guerreras de Bremusa. Eran tan rápidas y cambiantes como el propio
viento.

Cuando terminaron, un lago de sangre manchó la nieve. Pero la asamblea de


ancianos conspiradores se mantuvo a una distancia segura, acobardada a la sombra
del ejército de Bremusa. Fueron entregados al rey Lortaun, que ordenó su ejecución
inmediata. Sin embargo, cuando Bremusa levantó su espada sobre ellos, su mano no
quiso obedecer. Incluso cuando ordenó a sus guerreras que los mataran, su cuerpo se
vio empujado a defender a los despreciables hombres.

Con sonrisas perversas, Gorm y los conspiradores revelaron talismanes hechos


del mismo roble maldito en el que se había tallado la imagen de madera de Bremusa.
Gorm ordenó a Lortaun que entregara su imagen de madera, porque la necesitaba
para atar a Bremusa completamente a su voluntad. Cuando el rey se negó, Gorm
incendió su cuerpo con un rayo de llamas rojas.

Bremusa nunca defendió a Lortaun. Su hija no fue la que miró... fue Murauda.

El pobre rey Lortaun murió en ese terrible día, sin darse cuenta de que la
vengativa criatura marina atrapada en el Pozo de los Ojos había orquestado la caída
final de su captor. Pero debería haberlo sabido. La advertencia del scryer había sido
muy clara. Es mejor tener mil enemigos conocidos fuera de tu puerta que tener incluso
uno desconocido dentro.
Capítulo 27
LOS VIENTOS ARTICOS AULLABAN COMO BESTIAS SALVAJES, ARRASANDO
todo a su paso con garras de hielo.

Temblando convulsivamente, Gerdie se hizo un ovillo, casi rindiéndose de nuevo a


la profunda zambullida en el olvido, donde no había sido consciente del frío en la médula
ósea ni del dolor sordo en el fondo de su cráneo. Pero había soportado suficientes
tormentas como para saber que, si cerraba los ojos en temperaturas gélidas sin
encontrar primero un refugio, no volvería a despertarse. Cuando se obligó a abrir los
ojos, un gemido lastimero se unió al rugido del viento.

—¡Estoy sola!

Se levantó sobre un codo. Entrecerrando los ojos contra la nieve que caía, sólo pudo
ver lo que estaba directamente cerca. Finn estaba tumbado a su lado, todavía
inconsciente, y el que se quejaba estaba acurrucado cerca de ella en el otro lado.

—Oh, graciasss a Diosss. Uno de ustedesss essstá dessspierto —dijo Sithias, con los
hombros encorvados y el castañeteo de dientes.

Cuando se inclinó hasta quedar sentada, el dolor le punzó las sienes y el estómago
se le hundió de forma enfermiza. Se quedó quieta, esperando a que se le pasara el mareo.

—Ooh, había olvidado el calvario que supone pasar de una fábula a otra.

—Essstásss enferma p-porque losss ingratosss sssimplonesss de Ssshytuckle


sssaben tirar piedrasss y hacer f-fuego.

—Cierto. Eso explica el huevo de ganso —dijo ella frotándose el chichón de la nuca.
El viento cambió, golpeando el hielo y la nieve en su cara mientras intentaba ver a través
del blanco borroso—. ¿Dónde está Fate?

—¿Noo essstáa ella al otro lado de Finn? —preguntó Sithias con el miedo elevando
su voz.

Gerdie se apoyó en Finn, estirándose sobre él para mirar.

—No la veo.

Sithias se puso en pie a trompicones, luchando contra los vientos feroces para
mantener su manta alrededor de los hombros mientras daba vueltas alrededor de ella y
Finn.
—¡Ell- Ella ssse ha ido! —gritó con pánico—. ¡Fate no essstá aquí! ¿Dónde essstá
ella? ¿Qué va-vamossss a hacer? ¿Qué voy a hacer yo? Lasss ssserpientes no-no ssse
llevan bien con el frío, ¿sssabesss? Esssta ro-ropa evita que me congele, pero no ssservirá
por mucho tiempo.

Ráfagas furiosas agitaron de repente las páginas del Libro de Fábulas que tenía a su
lado, cerrándolo de golpe y sobresaltándolo. Perdiendo el equilibrio, se agitó, dando
rienda suelta al viento para agarrar su manta y llevársela. El libro cayó en un profundo
barranco y un penacho de nieve le golpeó en la cara.

—Debe haberse alejado —murmuró Gerdie. Se levantó, estudiando la nieve en


busca de huellas que se alejaran de ellos. Por lo que podía ver, no había ninguna, aparte
de las huellas de Sithias—. Hmm, parece que nunca llegó hasta aquí.

—¡Esss-essso esss lo que he essstado di-diciendo! —Sithias graznó. Completamente


helado por la nieve, se acercó a ella, agachándose para sollozar sobre su hombro y
acurrucarse cerca, recogiendo todo el calor que pudiera de ella—. De-debe essstar
atrapada en algún tipo de limbo mágico. Ahora essstaremosss atrapa-padosss en esss-
esssta horrible nevera para sssiempre... sssi no morimosss conge-geladosss an-antesss.

Finn se incorporó lentamente, aturdido, pero preocupado.

—¿Fate no está aquí?

—¡Nooo, no esss-está! —gritó Sithias.

—Mientras esté viva, tiene que formar parte de esta fábula porque nos ha metido en
ella —explicó Gerdie—. Creo que esto es como la vez que mi hermana acabó en el castillo
de Asgar, y Oma y yo nos encontramos en un pueblo a un día de camino. Estábamos
bastante seguros de que no íbamos a salir de esa fábula, ya que mi hermana era la
lectora, al igual que Fate lo es en esta ocasión. Todos somos parte de la misma fábula,
puedes estar seguro de ello. Tarde o temprano nos encontraremos con ella.

—Todosss moriremosss ssssi esss-esss másss tarde que tem-temprano —se quejó
Sithias.

Finn estaba ahora completamente despierto.

—¿Dices que estuviste atrapada dentro del Libro de la Fábulas como Fate y yo?

Ella asintió, abrazando sus brazos y saltando para que su sangre circulara.

—Sí, viajé por todas las f-fábulas hasta que mi hermana me dejó atrás en la Vieja
Madre Grim.

Sithias se enderezó, frunciendo el ceño alarmado.

—Tu herrrmana ssssuena como una perrrsssona terrible. ¿Cómo te lasss


arreglassste para sssobrevivir?
—¿Qué tal si te lo cuento luego? Se me están durmiendo los labios.

Finn se levantó e inmediatamente se dobló, agarrándose la cabeza.

—Uh... tengo un fuerte dolor.

Gerdie se acercó, sosteniendo su brazo para estabilizarlo.

—Te has dado un golpe muy fuerte en la cabeza —Mientras él seguía encorvado, ella
le quitó el vendaje para comprobar su herida—. Huh, se está curando rápido, mucho más
rápido que...

Se arrancó la venda manchada de sangre, observando cómo la mancha roja era


azotada por el viento y se desvanecía en la nieve azulada. Cuando sus ojos se desviaron
hacia ella, un ceño fruncido se formó en su rostro.

—Recuerdo haber sido alcanzado por un rayo y haberme alegrado por ello. ¿Por
qué no impediste que viniera Fate? Debería estar punteando un arpa ahora mismo o,
más bien, espirando el hedor del azufre. Podría haber sido asesinada. ¡Debería haberme
pasado a mí!

Ella le soltó el brazo, su tono áspero le hizo sentir un escalofrío en lo más profundo
de su ser.

—No sabía que tenías ganas de morir. Y no había forma de detener a esa chica. Ella
es tan terca como una mula y puede vo-volar.

Bajando de la manta en la que estaba envuelto, se enfrentó a la tempestad glacial.

—¿Dónde está? —La miró fijamente, sus iris se expandieron, convirtiéndose en


charcos negros, de la misma manera que lo habían hecho cuando había hablado de la
Vieja Madre Grim en el oratorio. Un signo revelador de odio ahora marcado para ella—.
¿Tuviste algo que ver con su desaparición? —dijo él con su voz como un gruñido grave.

Asustada, Gerdie miró a Sithias en busca de ayuda. Él estaba persiguiendo la manta


de Finn que volaba con el viento.

No podía hacer nada más que enfrentarse a su mirada acusadora.

—N-no, ni siquiera sabía que tenías el libro hasta que Fate me lo mostró. Por
supuesto, estabas noqueado, así que no lo sabías. A-además, sólo puede haber un lector
a la vez. Ninguno de nosotros va a ir a ninguna parte sin Fate. ¿No te has d-dado cuenta
ya de eso?

No parecía convencido.

—Bueno, si ella es la lectora, ¿cómo es que el libro vino con nosotros en vez de con
ella?
—Esa es una b-buena pregunta —admitió ella, tratando de no temblar, no sea que
se confunda con miedo—. Cuando m-mi hermana era la lectora, se fue con ella a Asgar.
No sé por qué vino con nosotros. Tal vez esté c-confundida por estar yo aquí.

Sithias regresó con la manta estirada alrededor de su delgado cuerpo.

—Me essstoy muriendo —anunció. Lanzó a Finn una mirada afligida—. ¿Hasss ol-
olvidado que sssoy una ssser-serpiente de sssangre frí-fría bajo esss-esssta apa-pariencia
humana? Por no mencionar que he sssido gra-gravemente herido.

Los ojos tormentosos de Finn se deslizaron con impaciencia hacia él.

—No te congelarás más rápido que cualquiera de nosotros cuando estés en forma
humana. Pero si realmente tienes tanto frío, conviértete en un animal que viva en este
tipo de clima.

La cara de Sithias se iluminó.

—Oh, bueno, esssa-sssa no es una mala idea en absoluto.

—¿Qué-qué tal un re-reno? Entonces p-puedes c-cargarnos —sugirió Gerdie, con


los dientes chocando tan fuerte que debió tener cuidado de no morderse la lengua.

Sithias parecía horrorizado.

—No ssseré tu bessstia de carga.

***
—Bueno, sssi esss-esssto no-no esss humillante, no sssé lo que esss-esss —
refunfuñó Sithias mientras caminaba a través de la profunda nieve, a pesar de la
facilidad con que sus largas patas de reno atravesaban los charcos.

Tenía una ligera cojera en la pata delantera, donde le habían herido cerca del
cuarto delantero -antes el hombro-, pero su nueva fuerza lo compensaba. No obstante, se
quejaba para mantener un nivel necesario de dignidad. Por no hablar de que se sentía
bastante tonto por no haber sido él quien tuviera la idea de transformarse en un
resistente animal cubierto de piel. Lanzó su enorme cornamenta en señal de desprecio

—¡Másss vale que no ssse me reviente una pun-puntada!

Las piernas de Gerdie temblaban contra sus costados mientras se inclinaba hacia
delante, gritando para que se le oyera por encima del creciente rugido del viento.

—Essstásss másss abrigado, ¿verdad?


—Uno no puede evitar passsar un poco de calor cuando eresss una humilde mula
de carga.

Ella se apretó a su espalda, los escalofríos corriendo a través de su pequeño cuerpo


mientras acariciaba el lado de su cuello musculoso.

—Gra-gracias.

—De nada —dijo él, moviendo sus peludas orejas con irritación. No porque tuviera
que llevarla en brazos, sino porque no podía hacer nada para que dejara de temblar. Era
una cosita dura. Admiraba su negativa a quejarse de morir congelada.

Finn aterrizó junto a ellos, apareciendo en una nube de nieve arremolinada, como
salido del éter. Tenía el pelo y las cejas cubiertas de hielo, pero sólo parecía estar
ligeramente helado por los gélidos vientos que les llegaban de todas partes.

—Aquí no hay nada más que un interminable páramo helado... ninguna señal de
vida —dijo—. Creo que tienes razón. Probablemente estamos en... ¿cómo lo llamaste?

—Duenthorn —dijo Sithias—. Lo que sssignifica-ca que ssseguimos el sss-sssol co-


como que ssse pone en el oesss-oessste, por-porque la fábula indicaba que Duenthorn
esss-essstaba al esss-essste de Beldereth.

—Tal vez debería volar por delante para asegurarnos de que vamos en la dirección
correcta —sugirió Finn.

—Yo diría que sssí, pero por mucho que me duela decir esssto, creo que deberíasss
sssentarte a mi essspalda con Gerdie y mantenerla caliente —cambió su peso y resopló—:
Corre el peligro de congelarssse, o de perder algunosss dedosss de losss piesss y de lasss
manosss, como mínimo.

Al oír esto, ella volvió a sacar la cabeza de la manta.

—Sithias, no sabía que te importaba.

Él estampó su pezuña y puso los ojos en blanco.

—Hmf, no lo sssé. Tu temblor consss-conssstante e-esss extremadamente


molesssto.

Siguieron su camino, dejando el Libro de Fábulas en el banco de nieve, donde se


cubrió rápidamente de nieve. Finn había marcado su ubicación con un montón de
piedras grandes, que sin duda quedarían enterradas igual de bien, pero era lo mejor que
podía hacer dadas las circunstancias.

Se sentó a regañadientes a la espalda de Sithias, con el abrigo abierto y Gerdie


acurrucada contra su torso. Hubiera preferido abrigarla con la ropa ártica que Tove le
había hecho para poder volar y explorar, pero la ropa se había quedado atrás en la última
fábula. Sin duda se había perdido para siempre. No es que importara. Ya no había
mucho que importara.

Miró las rocas angulosas que atravesaban los ventisqueros como dagas. Se sentía en
casa aquí, con los vientos feroces y helados que convertían la tierra en un lugar
implacable y hostil, un espejo perfecto para el veneno que borraba sus bordes suaves,
afilándolo en una púa mortal. Incluso ahora, quería arremeter contra la pequeña niña
sentada frente a él. Ella era la culpable de haber dejado que Fate fuera por él. Si Gerdie
hubiera disuadido a Fate como había planeado, él habría muerto sin que ella tuviera que
ver la fealdad que había estado ocultando.

Cada vez que pensaba en el momento en que había perdido el control y se había
forzado sobre ella, el pecho le ardía tan dolorosamente como si hubiera engullido lejía. Si
Fate no hubiera estado allí. Si sólo Gerdie no hubiera fallado. Podría romperle el cuello a
la chica por eso. Sería fácil... un simple giro de la cabeza. Hecho rápidamente, ella nunca
sentiría el momento de la muerte.

Horrorizado por el pensamiento no deseado, empujó el impulso asesino de vuelta


al lugar de la sombra de donde vino. Pero había demasiada rabia y resentimiento
gestándose allí. La compulsión de matar no pudo ser contenida, estallando una vez más,
estremeciéndose a través de él incluso cuando luchaba por contenerla.

Gerdie giró la cabeza hacia un lado.

—¿Estás bien?

Tragó saliva.

—Sí.

—Ese chichón en la cabeza puede estar curándose bien y rápido, pero te hará sentir
mal de todos modos.

—Estoy bien.

Gerdie se giró, mirándole. El miedo llenó sus ojos. Sin decir nada, se giró, mirando
al frente, rígida y abrazando sus rodillas.

La vergüenza le hizo un agujero en el estómago al ver su reacción, pero esa


seductora voz de la razón que había estado escuchando últimamente le susurró en la
mente: ¿Cuándo dejarás de torturarte con una culpa inútil? ¿No sabes que ese lloriqueo
está por debajo de ti? El hombre que anhelas ser nunca existió. Persigues un fantasma de
tu antiguo yo, aferrado a una ilusión... ciego a tu verdadera naturaleza.

Su ceño se frunció mientras el viento golpeaba su cara con hielo. Si su verdadera


naturaleza era lo que le había llevado a embrutecer a Fate, sólo quería morir. La agonía
le desgarró el pecho cuando el rostro asustado de la chica apareció en su mente, vívido y
brillante. Se encogió ante el recuerdo, incapaz de dejar de ver su mano desgarrando su
ropa y de escuchar las palabras maliciosas que había dicho. Sí, se había enfadado con
ella, pero ¿cómo era posible que su resentimiento pudiera superar el amor que sentía por
ella? Todo lo que había querido era estar cerca de ella. Pero no así... nunca así.

Supongamos que pudieras volver a tenerla en tus brazos. ¿Te miraría ella con algo
más que miedo y asco? El susurro se convirtió en un gruñido. ¿Cómo puede amarte si lo
único que quería era recordarte la marioneta sin alma que creó? Ella no es digna de tu
remordimiento. No eres más que un juguete para ella... y por eso, merecía ser castigada.

Las entrañas de Finn se hicieron un nudo agonizante. La voz tenía sentido de una
manera retorcida. ¿Y si era verdad? ¿Y si todo lo que él había sido para ella era una
divertida distracción?

Te prometemos que, si la ves como lo que realmente es, ya no tendrás sed de su


tacto ni del sonido de su voz. Regresa a tu verdadera naturaleza. La justicia que impartes
a los condenados te saciará más de lo que ella podría. Te llenarás de una gloria mayor. El
poder dentro de ti te espera. Entrégate a él y sólo tú podrás golpear como la mano divina
de Dios, sin manchar la sangre que derrames.

Cuando Finn se rindió, la insoportable tensión de sus entrañas se aflojó. La


oscuridad melosa se derramó a través de él, espesa y pegajosa, cubriendo su agonía,
llenando el agujero de su corazón con una pasión por la venganza que lo consumía todo.

Sonrió con maldad ante las oscuras rocas con forma de cuchillo, apenas visibles a
través de la cegadora nieve, y las contempló con admiración, tan imponentes en su
fuerza y extrañamente hermosas. Este era su lugar, el escenario perfecto para una
cruzada justa que pasaría a las páginas de...

El caos se desató a su alrededor, destrozando los pensamientos de Finn. Figuras


oscuras surgieron de la nieve con gritos primitivos y gruñidos guturales. Antes de que
pudiera reaccionar, un brutal golpe lateral le hizo caer en la deriva. Sintió las costillas
aplastadas, pero un delicioso torrente de furia superó el dolor. Se puso en pie de un
salto, dispuesto a arrancar miembros a sus atacantes.

Una gran forma estalló desde un despoblado cercano, bloqueando la mitad del
paisaje borroso por el viento. Finn blandió su puño, pero antes de que golpeara la carne,
un grueso garrote cayó con fuerza y pesadez sobre su coronilla. Un ruido de huesos le
llenó el cráneo y chispas de luz estallaron ante sus ojos.

Luego, el dulce olvido.

***
Finn se despertó con el cerebro palpitante. Los empujones lo empeoraron al chocar
con la espalda del hombre que lo llevaba. La sangre que goteaba de su cabeza salpicaba
la piedra. Intentó aclarar sus confusos sentidos para saber dónde estaba, pero su cuerpo
dolorido lo encadenó.
Miró a Gerdie. Tenía las manos atadas y la empujaban junto a él, mientras unos
rudos personajes tiraban de las cuerdas que ataban a Sithias, que se agitaba y hacía
fuerza contra ellas.

Se encontraban en una caverna subterránea iluminada por focos de fuego y


antorchas ancladas en paredes de roca grasienta. Un olor rancio se desprendía de una
hilera de pieles de animales estiradas y dejadas a secar, mientras algunas eran raspadas
por mujeres de pelo enmarañado que volvían sus rostros gastados hacia ellos. Un grupo
de niños sucios y mugrientos estaba en cuclillas en el suelo, jugando con vísceras de
animales. Dejaron lo que estaban haciendo y miraron a Gerdie como si fuera la mañana
de Navidad.

Unos hombres vestidos con burdas pieles y adornados con collares de colmillos y
corazas de hueso estaban de pie alrededor de un pozo, discutiendo y empujándose
mientras observaban a dos tejones gruñones enzarzados en una feroz pelea. Una mujer
gritaba y forcejeaba mientras varios hombres la arrastraban a un rincón oscuro, pero
cuando los recién llegados se movieron en medio de ellos, todos abandonaron sus
desagradables actividades.

El hedor del sudor, el humo y la carne putrefacta se desprendía de la abigarrada y


curtida tribu y flotaba en el aire. Todos los ojos brillaban con desconfianza o codicia y,
sin duda, con hambre, especialmente cuando sus miradas se posaban en el gran reno
blanco.

El hombre que llevaba a Finn lo dejó caer al suelo.

—¡Levántate, escoria! —gruñó, clavando su pie en las costillas magulladas de Finn


cuando éste no se movió inmediatamente.

Mordiendo el dolor, se puso en pie tambaleándose, enfrentándose a él con una


sonrisa desafiante.

—Tómatelo con calma, cielo. Esperaba que me ayudaras a levantarme, ya que fuiste
tan bueno como para traerme hasta aquí.

El hombre medía medio metro más y tenía la constitución de un toro. Sus gruesos
rasgos se fruncieron en una mueca.

—¡Cállate la boca! —bramó, puntuando la orden con un puñetazo en la tripa de


Finn.

Finn se hundió en la cintura, sintiendo que el dolor le quemaba profundamente.


Imaginó que su puño atravesaría la cara del hombre y saldría por la parte posterior de su
cráneo, pero decidió que esperaría a recuperar más energía, por si toda la tribu
descendía sobre él.

El miedo apareció en la cara del hombre cuando Finn levantó la cabeza y sonrió con
maldad. Su captor lo empujó hacia la multitud, haciéndolos navegar a través de la
multitud inmóvil y maloliente. Algunos se abalanzaron sobre él y otros empujaron a
Gerdie hasta que ésta tropezó y casi se cayó. Las carcajadas y los abucheos burlones les
siguieron mientras se dirigían al fondo de la caverna, donde un hombre grande y
barbudo yacía sobre un montón de pieles. Parecía ser el jefe. Era el único que llevaba un
regio tocado de melena de león adornado con un impresionante juego de cuernos de
toro.

Cuando Gerdie y Finn estuvieron a varios metros del jefe, sus captores les tiraron
de los brazos atados y les dieron una patada en la parte posterior de las rodillas,
obligándoles a arrodillarse.

Mientras observaba a sus dos prisioneros, el jefe cogió un trozo de carne cruda de
una de las jóvenes que estaban a su lado y se lo tragó entero. Las muchachas estaban
menos mugrientas que muchas de las otras mujeres y aún tenían la flor de la juventud.
De hecho, el propio jefe no estaba tan desaliñado como el resto de su mugrienta banda.
Al parecer, su posición de alto rango le ofrecía la recompensa de un baño regular y un
harén comparativamente limpio.

La mirada del jefe se estrechó hacia Finn. Una inteligencia inquieta se movía detrás
de su mirada indagadora.

—¿Y quién eres tú que te atreves a entrar en el territorio de los Bane? —exigió
saber, con su voz resonando en toda la caverna.

Cuando Finn permaneció en silencio, su captor le dio un puñetazo en el riñón. El


dolor le apuñaló profundamente, haciéndole tropezar. Sin mediar palabra, recuperó la
compostura, pensando que su torturador pronto le arrancaría la cabeza del cuello: un
agujero en la cabeza era demasiado limpio.

—Me llamo Finn McKeen —dijo por fin.

El jefe lo miró con el rostro inexpresivo.

—Nunca he oído hablar de ti. ¿Por qué fuiste expulsado a Duenthorn?

—Asesinato —dijo Finn. Como había estado inconsciente durante la lectura de la


fábula, sólo sabía lo que Sithias le había contado, pero adivinó lo que el Bane necesitaba
oír.

Gerdie se quedó con la boca abierta al volverse hacia Finn.

—¿Cuántos? —preguntó el jefe, su mirada recorriendo su sien marcada por las


runas con velado interés.

—Cinco.

Primero se hizo el silencio. Luego el jefe se rio, una profunda carcajada que hizo
que toda la banda se uniera con cacareos y chillidos.
—¿Eso es todo? ¿Quieres decir que te han exiliado al pedazo de tierra más atroz que
este mundo puede ofrecer por sólo cinco asesinatos? Normalmente hay que hacer más
daño que eso, ¿eh? —se jactó ante su tribu, riendo de nuevo.

—¡Con ochenta casi bastaría! —gritó un interventor desde el fondo, mientras otros
gritaron cifras aún más ridículas.

El jefe miró a Finn.

—Bueno, si no querías que te devolvieran a la nieve, deberías haber pensado en


hacerlo mejor, joven arbolito. Supongo que ese reno te perdonará una noche junto al
fuego. Eso si sobrevives para ver el amanecer —Sus ojos medio velados se deslizaron
hacia Gerdie—. La cría es escuálida, pero la engordaremos para que se convierta en una
moza de cuerpo entero.

Gerdie miró, acercándose a Finn.

—Haz algo —murmuró, dirigiendo una mirada preocupada a Sithias, que había sido
acorralado por un grupo de niños amenazantes con palos afilados.

—Yo digo que lo destripemos ahora —gritó alguien.

Los gruñidos y abucheos surgieron de la variopinta horda, mientras los que estaban
más cerca de Finn coreaban—: ¡Destrípenlo! ¡Destrípenlo! Destrípenlo.

Impulsado por la sed de sangre que crecía en la muchedumbre, Finn gritó—: Reto a
cualquiera de ustedes a una pelea! —Dirigió su acalorada mirada al bruto que había
recibido demasiados golpes sin defensa—. Si pudiera elegir, serías tú, muñeca.
Empezando por un beso de Glasgow.

La mirada rapaz que Finn le dirigió hizo que el hombre se pusiera rígido.

Y su desafío hizo que el público coreara—: ¡Pelea! ¡Pelea! ¡Lucha!

La expresión del jefe se ensombreció. La mayoría de los presentes vieron su cambio


de actitud y los cánticos se calmaron, pero un alborotador en el fondo de la multitud
continuó.

Levantándose como un oso irritado que acaba de salir de la hibernación, el jefe


escudriñó la multitud de rostros mugrientos en busca del ruidoso. Cuando sus ojos se
posaron en él, lanzó su daga en medio de la tribu. Se hizo un silencio repentino cuando
todos se giraron para ver el objetivo elegido. Un hombre musculoso con un rastrillo de
cicatrices en un lado de la cara se quedó inmóvil, con el cuerpo rígido y tembloroso
mientras sacaba en silencio la daga de su hombro.

Tragándose el espacio con su gran altura y circunferencia, el jefe hizo una señal a
sus hombres.

—Yo decido cuándo habrá una pelea. Lleven a los prisioneros a mi guarida.
El torturador de Finn lo abofeteó junto a la cabeza y lo agarró del brazo.

—Ya lo has oído, escoria. Muévete.

Finn se esforzó contra sus cuerdas, la piel ardiendo cuando los nudos se aflojaron.
Antes de que su captor se diera cuenta de lo que estaba haciendo, su muñeca se soltó y
agarró al hombre por el cuello.

—Ya está bien, dulce, ya he tenido bastante de ti.

Antes de que pudiera reaccionar, Finn le dio un cabezazo. El dolor que se le clavó
en la frente avivó su furia. Al ver que se ponía rojo, se abalanzó sobre él, mordió el
extremo de la nariz del aturdido hombre y se la arrancó. Soltó a su víctima, que gritaba, y
escupió el bulto ensangrentado. Asqueado por el sabor metálico de la sangre, Finn hizo
una mueca, limpiándose la boca con el dorso de la mano.

—Huh... no es tan dulce después de todo.

Gerdie lo observó con horror. Sin llegar a echar espuma por la boca como un perro
rabioso, era evidente que Finn había perdido la cabeza.

Se apartó del camino cuando varios hombres se abalanzaron sobre él a la vez.


Lanzó a uno de ellos hacia delante, impulsándolo hacia la multitud, y devolvió a otro con
un golpe en el pecho. El grupo de alborotadores se empujaba, pero la mayoría se
mantenía alejada de él; todos miraban medio con miedo, medio con rabia.

—Vamos —le dijo Finn, con sus ojos verdes enloquecidos y brillantes—. ¿Quién es
el siguiente? Les voy a dar a todos una paliza real.

El jefe se acercó a él con sorprendente rapidez, rodeándole el cuello con su grueso


brazo y apretando con fuerza. Finn tiró de su musculoso brazo, pero el jefe lo levantó y le
cortó el oxígeno. Pateando y retorciéndose durante casi un minuto, los ojos de Finn se
pusieron en blanco y cayó sin fuerzas.

Dejándolo caer al suelo, el jefe se alejó.

Sin mirar atrás, llamó a sus hombres—: Cojan sus lamentables huesos y tráiganme
a la muchacha. —Hizo una pausa de un segundo—. Y después de descuartizar a la bestia,
tráiganme esos hermosos cuernos.

Asustada por Sithias, Gerdie se precipitó hacia él, pero alguien la agarró por el
cuello de su vestido, arrastrándola por el aire. Mientras se la llevaban, la multitud
descendió sobre Sithias como una bandada de buitres. Todo lo que ella pudo ver fue su
cornamenta y una batería de palos lloviendo sobre él.
Capítulo28
—¡BÁJAME! —GERDIE GRITABA AL OÍDO DE SU CAPTOR MIENTRAS ÉSTE
la llevaba a través de un laberinto de pasillos oscuros y con corrientes de aire—. Si tocas
mi reno, te mataré...

Apretando su mano áspera y sucia sobre su boca, la miró con su único ojo bueno y
empujó una cortina de pieles que cubría la apertura de una guarida. Una vez dentro,
soltó el agarre y la dejó caer como un saco de patatas.

Señalando con un dedo aceitoso mientras ella retrocedía, gruñó—: Necesitas una
lección de comportamiento, enana. — Al oír un ruido en el pasillo, miró nerviosamente
por encima del hombro y luego volvió a mirarla. —Me ocuparé de ti más tarde.

Gerdie dejó escapar un suspiro de alivio cuando él se dio la vuelta y se fue. Se


levantó y miró sorprendida a su alrededor. Esto no parecía la guarida de un bárbaro.
Una colección de candelabros iluminaba la cámara y un fuego crepitaba en su centro. Las
alfombras persas suavizaban las ásperas paredes y colgaban detrás de estanterías
repletas de libros encuadernados en cuero y baratijas finamente decoradas. Capas de
alfombras de piel de oveja cubrían el frío suelo de piedra. Encima había una alfombra de
oso polar, con su cabeza y su boca con colmillos. Alrededor del fuego había cojines de
seda y otros apilados sobre un gran colchón cubierto de gasa.

Sin embargo, fue la joven sentada junto al fuego la que captó la atención de Gerdie.
Sus delicados rasgos hablaban de buena educación, pero estaba claramente perdida en
un mundo propio, representando algún tipo de drama con una muñeca de madera.
Gerdie se puso de puntillas y se arrodilló junto a ella para estudiar la figura tallada en su
mano. Le llegó una sensación de conocimiento. Era Valesca, la hija que había sido
envenenada y empujada a la locura, lo que significaba que la muñeca debía ser la figura
tallada de Bremusa.

Dos hombres empujaron a través de las trampillas, arrastrando la forma inerte de


Finn entre ellos. Lo subieron a una silla y lo ataron a ella con cuidadosos y minuciosos
nudos. El jefe los siguió, tiró de las cuerdas para asegurarse de que estaban bien sujetas y
ordenó a los hombres que se marcharan. Volviendo a colocar las solapas de las pieles en
su sitio, se volvió hacia Gerdie.

—Ahora bien, háblame de tu amigo. ¿Por qué está tan empeñado en hacerse matar?
—dijo, con un tono tranquilo.

Confundida por su actitud amistosa, Gerdie observó cómo se quitaba el tocado y


frotaba su gran mano sobre una brillante calva anillada con largas trenzas marrones. La
colocó junto a Valesca, que se quedó mirando el pelaje dorado y los cuernos de ébano del
tocado como si acabara de caer del cielo. Cuando ella le sonrió, él le acarició el pelo
castaño con cariño.

Su mirada volvió a Gerdie y luego se dirigió a la entrada.

—No tengo mucho tiempo. Los nativos querrán desenfundar y descuartizar a este
joven en cuanto se les sacie el apetito con carne fresca, así que tengo que decidir si
merece la pena perdonarle la vida.

Gerdie estudió las amplias facciones del jefe. Su rostro había perdido la severidad
que había mostrado antes, revelando una cualidad suave y desarmante en su expresión y
sus ojos amables, del color de las galletas ligeramente tostadas.

—Uh... es una historia un poco larga, pero el resumen es que ha sido envenenado.
Ha estado oscureciendo sus entrañas desde hace un tiempo.

El jefe miró a Finn, su mirada pensativa mientras estudiaba su forma desplomada.

—Ya lo veo. Sea lo que sea este veneno, es muy potente. El muchacho es
extraordinariamente fuerte... y rápido.

—Oh, no es el veneno lo que lo hace fuerte. Son las runas en su piel. El veneno sólo
lo hace malo.

El jefe se rascó la barbilla.

—Runas, ¿eh?

—Sí, son un lenguaje antiguo...

—Sé lo que son —interrumpió—. Sólo que nunca había visto las runas de la raza de
los Ancianos en un humano. Me dijeron que lo haría algún día, pero casi lo había
olvidado hasta ahora.

Gerdie permaneció callada, sin saber si esto era bueno o malo.

—Creo que es hora de despertar al joven chatarrero —dijo, tomando una jarra de
agua y vertiendo su contenido sobre la cara de Finn.

Una cara llena de agua helada fue tan impactante como un puñetazo a mano
limpia. La rabia inmediata se disparó a través de los nervios de Finn y le hizo
abalanzarse sobre el agresor. Cuando no pudo mover los brazos y las piernas, su
temperamento explotó en un intento frenético de romper sus ataduras.

—¿Qué demonios? —gritó y su mirada furiosa se posó en el hombre grande y calvo


que estaba sobre él. Tardó un segundo en darse cuenta de que era el jefe.
—Cálmate, muchacho —dijo con una sonrisa fácil que sorprendió a Finn—. Nadie te
persigue... bueno, Dreg va a querer una nariz, y algo más por lo que hiciste. Pero de
momento estás a salvo.

—Que así sea —dijo Finn.

—Te gustaría eso, ¿no? ¿Una oportunidad para desatar esa rabia embotellada
contra personajes tan merecedores como los Bane? No me malinterpretes... no me
importaría nada. Los Bane no son más que unos malditos deshonestos, todos ellos.
Cortarían las gargantas de sus propios hijos si eso significara conseguir el puesto de jefe.
—Se sentó frente a él y se inclinó hacia delante—. No creerías lo que he tenido que hacer
para que me sigan temiendo. Arrancarle la nariz a alguien es un juego de niños
comparado con lo que he hecho para conseguir y mantener mi puesto.

Finn se agarró a los brazos de la silla, con el pulso acelerado.

—¿Y cuál es tu punto?

Encogiéndose de hombros, el jefe se acomodó en su silla.

—Todos tenemos un lado oscuro, muchacho. Y a veces es necesario usarlo, pero no


tenemos que dejar que nos domine. Puede que yo sea el rey del infierno fuera de esta
habitación, pero cuando estoy aquí con mi sobrina, me despojo de ese monstruo y
recuerdo quién soy de verdad.

Finn se rio, con un ladrido que sonaba sombrío. Si fuera tan fácil. Sin embargo, una
parte de él que creía desaparecida se aferró al salvavidas que le lanzaban.

Gerdie se puso de pie, apartándose de la chica adicta que hablaba sin sentido,
mirando al jefe con los ojos muy abiertos.

—¿Es usted el Príncipe Rudwor?

Una sombra cruzó su rostro.

—¿Cómo es que sabes mi nombre? —Poniéndose de pie, desenvainó su espada, su


mirada suspicaz se desvió entre ella y Finn—. Ah, ya veo cómo es. Te han enviado para
acabar con el linaje real para siempre, ¿verdad?

Gerdie levantó los brazos en señal de alarma.

—No somos más que mensajeros. Fue el rey Lortaun quien nos envió —dijo, su
mirada se desvió hacia Finn mientras los cubría a ambos—. Beldereth fue atacado, pero
Bremusa utilizó el poder de la espada relámpago para derrotarlos.

Rudwor se quedó quieto.

—¿Espada relámpago? ¿Qué es esa cosa?


—Vino del escarificador del Pozo de los Ojos.

Bajando su espada, Rudwor entrecerró los ojos y miró a Finn.

—Fue el scryer quien me dijo que me encontraría con un joven con las runas de la
raza de los Ancianos en su piel y que él sería quien me llevaría de vuelta al trono de
Beldereth.

Finn bajó la mirada, ocultando su sorpresa.

—Así es —dijo Gerdie, pasando a explicar lo que había ocurrido en Beldereth y


cómo Bremusa había recibido todos los poderes de Murauda—. Tienes que volver a
Beldereth con la muñeca de Valesca. Controla a Bremusa y a su ejército. Con esa
muñeca, serás el rey.

Al oír esto, Valesca gritó con todas sus fuerzas.

Finn se tensó contra las cuerdas, el ruido chirriaba en los bordes crudos de sus
nervios.

Arrodillándose, Rudwor rodeó con un brazo robusto el delgado cuerpo de su


sobrina. Mientras él hacía suaves ruidos de silencio, los chillidos de la niña se redujeron
a un gemido. Levantó una mirada triste hacia Gerdie y tragó saliva.

—Si estás aquí para resucitar a este aspirante a rey, entonces mi hermano debe
estar muerto.

—Gorm lo torturó para conseguir la muñeca —Ella dudó un momento—. Murió sin
decirle dónde estaba.

El pecho de Rudwor se derrumbó de dolor.

—No, él nunca lo diría. Mi hermano era un hombre mejor de lo que yo podría


esperar ser —Respiró profundamente y se enderezó—. No habrá muerto en vano. Me has
dado una razón para separarme por fin de este malogrado reino mío —Dio una palmada
con sus grandes manos, pareciendo decidido y preocupado a la vez—. Sólo hay un
problema. Tenemos que irnos sin llamar la atención. Y déjame asegurarte que cualquier
atención de los Bane nunca es buena...

—¡Oye! ¡Estamos listos para despellejar a ese sarnoso! —Uno de los Bane gritó
desde detrás de las aletas.

—¡Entrégalo!

Rudwor se dirigió a la entrada.

—¡Aún no he terminado con él! —Rompió un jarrón contra la pared y erizó los
colgajos— ¡Les quemaré los ojos, les cortaré la lengua y me los comeré crudos! —Puso la
oreja en la solapa, escuchando su respuesta en el exterior. Satisfecho, retrocedió y se
dirigió a cortar las cuerdas de Finn, deteniéndose en el último segundo con la espada
preparada—. Si te suelto, ¿tengo tu palabra de que trabajarás conmigo, no contra mí?

Finn lo miró fijamente, resistiendo la influencia que el hombre poseído por sí


mismo ejercía sobre él. No podía ceder a la esperanza. No después de lo que había hecho.
Era un monstruo indigno de la libertad y se merecía cualquier muerte sombría que los
Bane quisieran repartir.

—No, déjame en paz.

La expresión de Rudwor se volvió temible.

—No te quedarás aquí, joven arbolito. Puede que se haya predicho que tú serías el
que me llevaría de vuelta al trono, pero algo me dice que esto va en ambas direcciones.
Tal vez estoy aquí para ayudar a guiarte de vuelta a ti mismo. A veces se necesita un
monstruo para entender a otro.

Finn se burló.

—¿Crees que puedes salvarme? ¿No crees que lo he intentado? No tienes ni idea de
lo que soy capaz —Rudwor le devolvió la mirada con reconocimiento en los ojos, como si
mirara directamente al demonio que se escondía en su interior. Incapaz de soportar el
escrutinio por más tiempo, Finn giró la cabeza, mirando fijamente a sus cuerdas—. He
hecho cosas imperdonables —murmuró con los dientes apretados.

—Bueno, si eso es lo que sientes —dijo Rudwor. Levantó su espada y la bajó.

Finn cerró los ojos, preparándose para el corte de acero que le atravesaría el pecho.
En cambio, las cuerdas cayeron de un brazo. Enfadado por no haber acabado con él,
miró con rabia al enorme hombre.

—No deberías haber hecho eso.

Rudwor cortó el resto de sus ataduras.

—No seré tu verdugo, muchacho. Este no es el momento ni el lugar para que


conozcas a tu creador. Tengo una intuición sobre ti y me dice que tienes más bondad en
tu pequeño dedo del pie que todos los Bane juntos —dijo, impetuoso ante el ceño
fruncido de Finn.

Finn se estremeció con una risa silenciosa.

—Ya he conocido a mi creador, gracias —Mientras intentaba sostener la


inquebrantable mirada de Rudwor, éste se movió incómodo y dijo—: Muy bien. Pero
recuerda mis palabras, lo más probable es que vivas para lamentar esto.

Una sonrisa transformó la expresión severa de Rudwor.


—No, no lo haré. No sabes de lo que soy capaz —dijo, dando una palmada en el
hombro de Finn, casi haciéndolo caer.

—Bien —dijo Gerdie, interponiéndose entre ellos— ahora que hemos arreglado eso,
tienes que recuperar nuestro reno.

Rudwor la miró con un encogimiento de hombros culpable.

—Ya es la cena ahora.

En ese momento, un ratón blanco con alas marrones se precipitó hacia la cámara y
se posó en el hombro de Gerdie.

—Sssi-sssiento desssilusionarlosss —chilló el ratón, jadeando—. Pero essstoy muy


vivo. No graciasss a ninguno de ussstedesss.

—¡Oh, menos mal que estás vivo! —dijo ella, sonriendo de alivio—. ¡Y tan lindo!

El ratón se retorcía nervioso al juntar sus pequeñas patas.

—Esss-essste no esss momento de halagosss, ni ganará mi per-perdón. ¡E-esssoss


bárbarosss querían comerme! Y cuando cambié ssse volvieron locosss. ¡Casssi me desss-
dessscuartizan!

—¿Y quién o qué sería? —Preguntó Rudwor, perplejo.

—Sssería Sithiasss —dijo moviendo su nariz rosada y agitando las alas—. ¡Sssoy el
reno que arrojassste tan insssensiblemente a esssosss lobosss!

Rudwor levantó las cejas confundido.

—Este ratón es tonto. Se cree que es un reno. O tal vez sea yo el chiflado. Después
de todo, estoy hablando con un ratón nada más y nada menos que... con alas.

Un grito gutural procedente del exterior de la cámara sobresaltó a Sithias. Se lanzó


al pelo de Gerdie, escondiéndose mientras Rudwor se apresuraba a la entrada y asomaba
la cabeza por las solapas de la piel.

Finn se puso en tensión, preparado para la lucha, mientras escuchaba el acalorado


intercambio de palabras entre Rudwor y sus hombres que estaban al otro lado.

—Puedes despellejarlos a los dos cuando termine... ¡si es que queda algo! —bramó
Rudwor. Volvió a meter la cabeza dentro—. Quieren la carne de la joven escuálida y del
mordedor de nariz en lugar del reno desaparecido —Miró a Finn—. Vamos a tener que
salir de aquí escondidos.

La súbita fiebre de la batalla palpitó en las venas de Finn.

—Vamos a bailar —dijo, dando un paso adelante.


Gerdie le tiró del brazo y le tendió el cuaderno de notas de Fate.

—Creo que puedo sacarnos de aquí.

Todas sus sospechas y resentimientos hacia Gerdie salieron a la luz.

—¿Qué haces con eso? Primero el gran libro, ¿y ahora esto?

Ella parpadeó nerviosa.

—No te enfades. Sólo lo tengo porque me dijiste que se lo quitara a Fate para que
no te siguiera al árbol de la Vieja Madre Grim.

—¿Por qué no se lo devolviste? —dijo él con el miedo rompiendo el hielo que se


había formado alrededor de su corazón cuando se trataba de Fate—. ¡Está perdida ahí
fuera sin poder ayudarse a sí misma!

—Lo sé, pero olvidé que lo tenía hasta ahora —dijo ella, con aspecto cabizbajo.

Sithias asomó la nariz por su pelo.

—No la culpesss, han passsado mu-muchasss cosssas desss-desssde entoncesss.

Rudwor puso una espada en la mano de Finn.

—No quiero interrumpir la disputa familiar, pero ¿puede esperar?

—Espera —dijo Finn, volviéndose hacia Gerdie—. ¿De verdad crees que puedes
hacer algo con él?

—Debería poder. He visto a Oma hacerlo —dijo ella—. El único problema es que
nunca aprendí a deletrear.

—Puedo ayudar con essso —chilló Sithias mientras se escabullía por su brazo,
saltaba y se transformaba de nuevo en forma humana.

—¡Guau! —dijo Rudwor, retrocediendo unos pasos por la repentina


transformación—. ¿Qué es esto?

—Es una historia larga y extraña —dijo Gerdie, antes de volverse hacia Finn y
tenderle el cuaderno de notas—. Tú deberías poder usar las Palabras de Creación igual
que Oma y Fate.

Él sacudió la cabeza, recordando que no era real como ellas.

—Lo intenté una vez. No me funcionó.

—¿Qué es todo este alboroto por los libros y la escritura cuando estamos a punto de
ser desollados y hervidos? —Dijo Rudwor, habiéndose recuperado de su shock.
—Gerdie sabe de magia —explicó Finn—. Ella puede escribir un hechizo en este
cuaderno que nos llevará de vuelta a Beldereth sin que tengamos que salir de la
habitación.

—Sí y estoy marrón como el cuero porque Duenthorn es un paraíso tropical —dijo
Rudwor, frunciendo el ceño y mirando a cada uno de ellos—. Hablas en serio —Lanzó un
suspiro de impaciencia—. Pues hazlo rápido, brujita. El infierno está a punto de entrar
por esa puerta.

Finn le dio un codazo en la barbilla a Sithias.

—Ayúdala a escribirlo. Y rápido, amigo —Agarrando la empuñadura de su espada,


golpeó el aire para probar el peso de la hoja.

—Reza por un milagro —dijo Sithias, con una asustada mirada de duda en su rostro
mientras ayudaba a Gerdie a guiar a Valesca hacia la pared trasera de la guarida.

Rudwor le indicó a Finn que se colocara frente a él, al otro lado de la entrada.

Apenas estaban en su sitio cuando varios hombres irrumpieron en la cámara con el


asesinato en sus ojos.

Finn golpeó con su hombro al más cercano, haciéndolo retroceder hacia otros
cuatro que se abrían paso hacia el interior. La adrenalina le recorrió mientras avanzaba
más rápido de lo que ellos podían recuperar. La sorpresa se congeló en sus rostros
canosos cuando su espada atravesó la tráquea de un hombre, cortó el esternón de otro,
apuñaló el vientre del siguiente y cortó el brazo del cuarto. Pivotando sobre un pie, miró
por encima de su hombro preparado para golpear de nuevo. A través del chorro de icor,
vio que Rudwor atravesaba con su espada al quinto. Cuando el jefe extrajo la hoja roja,
parecía haber aumentado de tamaño, un gigante que irradiaba una energía salvaje, sus
ojos salvajes y brillantes con una sed de sangre que Finn conocía demasiado bien.

Se miraron a los ojos, ambos riendo maníacamente en reconocimiento de los


demonios del otro. Un momento singular interrumpido por más hombres que
atravesaban ciegamente la solapa, chocando con la espalda de Finn. Tropezando hacia
delante, se golpeó contra la cama, frenando su caída al enganchar su espada en el
colchón. Un penacho de plumas salió disparado de la herida como una ráfaga de copos
de nieve.

De repente, el tiempo se ralentizó. Registró cada mínimo detalle: Los gritos de


Valesca extendiéndose, la voz de Gerdie pronunciando sus nombres, los gruñidos
furiosos de la horda de los Bane pululando por la habitación y una nube de plumas
congelada en el aire. Girando sobre sí mismo, Finn se lanzó contra la multitud con la
espada en alto. Cuando hizo descender su espada sobre el cráneo que tenía delante,
golpeó algo más que el hueso. Unas llamas rojas subieron por la longitud de la espada y
la empuñadura brilló con un calor abrasador bajo sus manos. Antes de que pudiera
soltarla, unas sacudidas de electricidad se apoderaron de sus músculos, haciendo vibrar
sus dientes, nervios y huesos. Luego, el tiempo volvió a la normalidad y, en una fracción
de segundo, su espada se hizo añicos, con una explosión que le hizo retroceder.
Capítulo 29
UNA MASIVA NUBE DE TORMENTA SOSTUVO A FATE Y A SUS COMPAÑERAS
guerreras firmes dentro del éter mientras observan la batalla que se libra muy por debajo
de ellos. La negrura arremolinada gruñía con truenos, escupiendo rayos de fuego a los
pequeños soldados que se escabullían como hormigas enredadas en una lucha
desesperada hasta la muerte.

Vestida con una armadura completa, Fate se agarró el casco bajo un brazo para
poder ver el campo de batalla sin obstáculos. Pudo ver cómo un ejército avanzaba con
más fuerza y sed de sangre que el otro. Algo en su interior se estremeció cuando los
cuerpos fueron atravesados por las espadas y la sangre se derramó de un rojo intenso
sobre la blanca nieve. Le habían dicho que esta emoción humana que la debilitaba se iría
después de haber matado por primera vez. Pero Murauda aún no había permitido que
sus guerreras recién nombradas entraran en combate. Insistió en que no estaban
preparadas y que debían aprender estudiando primero cómo luchaban las guerreras
veteranas.

Estar al margen era insoportable. Las fuerzas del viento y el rayo corrían por sus
venas, avivando cada célula, reconstruyendo la matriz de todos sus tejidos, músculos y
huesos en una materia más fuerte y densa. Las energías elementales latían bajo su piel,
palpitaban detrás de sus ojos y golpeaban sus oídos. Todavía se estaba adaptando a sus
sentidos agudizados y veía colores intensos en todo. Al principio se había quedado
fascinada por los detalles más pequeños, observando la lustrosa textura de su montura
de cuero, el brillo de su armadura y las nubes que se reflejaban en su superficie plateada.
Los sonidos se agudizaban y se juntaban, convirtiéndose en un confuso clamor en su
cabeza antes de que aprendiera a filtrar la avalancha y a concentrarse en una cosa a la
vez: la respiración de su caballo, la aterciopelada voz de Murauda. A pesar de lo
emocionante que era la transformación, sin una salida, este nuevo poder estaba
alcanzando un tono febril, instándola a lanzarse a la lucha y a desatar su poderío no
probado.

Apretando la bola de energía nerviosa que ardía en su pecho, la inquieta mirada de


Fate se fijó en la diosa de la guerra. Su manto azul oscuro ondeaba al viento mientras su
aguda mirada se detenía en el choque de espadas y escudos. El semental blanco que
montaba se mantenía firme y el viento bajo sus cascos se hinchaba como las olas.

Fate podía decir que la diosa ya había elegido el ejército que llevaría a la victoria
por la forma en que su mano con guantelete se deslizaba hacia la empuñadura de su
arma. Murauda desenvainó la espada relámpago y la levantó en alto con un grito de
guerra que seguramente se oyó a kilómetros de distancia. Sus aguerridas guerreras
rugieron en respuesta, y sus monturas se alzaron al saltar de la nube de tormenta. Fate
apretó las riendas de cuero, temblando mientras se obligaba a no agitar a su caballo a lo
largo de las corrientes de viento para descender con ellos la empinada pendiente que
desafiaba a la muerte.

Al tocar tierra firme, las guerreras se abalanzaron sobre los ejércitos en guerra,
blandiendo hachas y espadas. La diosa de la guerra se abrió paso en el corazón de la
batalla, incendiando todo lo que tocaba su espada. Al bajar de su gigantesco corcel, se
elevó por encima de los hombres más altos del campo. A pesar de su enorme tamaño,
Murauda se movía con una velocidad y una gracia antinaturales, atravesando las filas de
hombres con un poderoso movimiento de su espada mientras eludía la avalancha de
flechas, lanzas y cuchillas. Era como un fantasma, que desaparecía en un lugar y
reaparecía en otro.

Incapaz de quedarse quieta, Fate se revolvió en su silla de montar, y su armadura


de plata adamantina se dobló como una segunda piel maleable mientras miraba a las
otras guerreras recién nombradas. Cada uno de sus rostros reflejaba el mismo fervor
salvaje que ella sentía. Si no tuvieran prohibido hablar entre ellos, les habría preguntado
si habían experimentado el mismo ciclón de llamas azules jaspeadas que ella había
experimentado durante su iniciación sólo unas horas antes. O el rayo plateado que había
atravesado la cortina de fuego y abrasado el aire con olor a ozono. Todavía recordaba sus
pulmones abrasados por chispas calientes, el fuego en su torrente sanguíneo y el calor
fundido que estallaba en su pecho. Todas las terminaciones nerviosas habían estallado
con un dolor increíble. Conmocionada, miró hacia abajo para ver el rojo ardor de su
corazón palpitante brillando a través de los huesos, los músculos y la ropa. Fue entonces
cuando el dolor se desvaneció, sustituido por el sonido de los audaces latidos de
Murauda, que se unían al ritmo de los suyos. Juntos se convirtieron en un estruendo de
fuego vivo que corría por sus venas y quemaba todos los recuerdos de su anterior
existencia. Nunca se había sentido tan intensamente viva o invencible.

De camino al campo de batalla, se encontraron con una mujer y sus dos hijas, que
Murauda eligió para su ejército. Cuando el marido y el hijo lucharon por salvarlas, la
diosa de la guerra los masacró a ambos. La madre y las niñas habían llorado lágrimas de
rabia hasta que Murauda las tocó con su espada, eliminando toda pena y resentimiento.
Y pequeños rayos crepitantes habían lamido su piel, pero no había habido llamas azules
envolventes ni corazones rojos resplandecientes.

Incluso ahora Fate podía ver la débil luminiscencia de su propio corazón a través de
la coraza de su armadura, algo que faltaba en todos los demás guerreros, excepto en
Murauda.

Los gritos de angustia hicieron que Fate volviera a centrar su atención en la


carnicería de abajo. Las guerreras de Murauda casi habían aniquilado al ejército
perdedor. Muchos de los hombres habían dado media vuelta y corrían para salvar su
vida, pero las guerreras los perseguían, destrozando sus huesos y armaduras con la pura
fuerza de sus chillidos de guerra, o atravesándolos con sus lanzas desde grandes
distancias, dejando a los soldados de pie como lianas inertes apoyadas en palos.
Mientras Fate observaba el sangriento páramo de cuerpos retorcidos y rotos, una
parte de ella se estremeció y lloró. Pero lo reprimió, ya que le habían dicho que había que
eliminar a los débiles para que sobrevivieran los fuertes, audaces e inquebrantables. Al
igual que el fuerte mataba al débil en la batalla, todo guerrero debía matar al débil que
llevaba dentro.

El ejército victorioso gritó palabras de alabanza y se arrodilló ante Murauda por


ayudarles a destruir a su enemigo. Pronto se levantaría otro templo a la diosa de la
guerra. Murauda se alejó, cabalgando hacia el reino derrotado, donde tomaría más
mujeres para su ejército. Después de recoger sus recompensas, incendió el castillo y las
aldeas circundantes.

La diosa de la guerra subió al cielo lleno de humo y se unió a sus incipientes


guerreras. Su presencia fue como un bálsamo para su ardiente furia, pero sólo mientras
estuvo cerca. Sin siquiera echar un vistazo al campo devastado por la guerra, los jinetes
de aire la siguieron de vuelta a Beldereth, un viaje que se hizo rápido gracias a los fuertes
vientos de las cabezas de truenos.

***
Ya se estaba librando una batalla diferente cuando Fate y sus compañeras
guerreras regresaron al gran salón de Beldereth. El cadáver putrefacto del rey Lortaun
colgaba en un asador cerca de su trono vacante, mientras que la asamblea de hombres
viejos y de pelo blanco vestidos con túnicas eruditas de color púrpura real se reunía
frente al rey muerto. Cada uno de ellos se aferraba a los talismanes de roble que
colgaban de sus cuellos, lo único que impedía que Murauda y sus guerreras los hicieran
pedazos. Su hechicero Gorm, un hombre calvo de ojos oscuros y penetrantes y barba
puntiaguda se enfrentaba a un muchacho de pelo dorado un poco mayor que Fate.

Había otros. Un hombre enorme vestido con ropas primitivas y una joven asustada
que se aferraba a él con una muñeca de madera agarrada en la mano. También había una
niña con una cabeza de pelo castaño encrespado y un gato blanco se paseaba nervioso a
sus pies.

Fate volvió a mirar al niño, que en realidad era más hombre que niño. No estaba
afeitado, era delgado y musculoso, con extrañas runas marcando su sien. Sus
movimientos eran suaves y depredadores mientras miraba con ojos negros sin
profundidad al hechicero. Mientras lo observaba, el rostro sonriente del joven y sus
luminosos ojos verdes pasaron por su mente. En el momento en que trató de captar esa
imagen tan atractiva, se desenfocó y desapareció. Pero el breve vistazo le había hecho un
rasguño en el corazón, un pequeño arañazo que la picó y la sorprendió. ¿Quién era?
¿Alguien de su vida anterior?

De repente se sintió desgarrada, dividida por la mitad. Dos partes de ella luchaban,
una para desenterrar el pasado, la otra para pisotearlo de nuevo. El guerrero ganó. La
unificación con Murauda era lo único que importaba.
Gorm soltó un rayo de luz ardiente de su bastón. El joven esquivó las llamas
ensortijadas con una velocidad asombrosa, al mismo tiempo que aprovechaba algún tipo
de magia de viento para desviar el fuego y enviarlo de vuelta al hechicero. Fate supuso
que debía ser una especie de mago con dominio del aire.

Gorm absorbió la energía letal, pero quedó visiblemente debilitado. Mientras el


mago daba vueltas, mirando sin miedo a su oponente, su rostro se contorsionó con una
sonrisa feroz mientras buscaba en su bolsillo y sacaba una simple flauta de madera.
Soplando dos notas punzantes, avanzó hacia el hechicero, azotando la flauta de un lado a
otro como si fuera una espada.

Agarrando su bastón con ambas manos, Gorm lo sostuvo horizontalmente,


extrayendo energía del suelo en ondas carmesí. Antes de que el hechicero pudiera
apuntar, el mago estaba frente a él, y sus movimientos fueron rápidos como un
relámpago mientras cortaba el bastón por la mitad con una afilada hoja de aire que
brotaba de su flauta.

El hechicero se tambaleó hacia atrás, conmocionado, mientras se apresuraba a


conjurar una bola de energía roja en su palma. El mago fue demasiado rápido, atacando
con su espada de aire, rápida y precisa.

La mano cortada de Gorm cayó a sus pies.

Ser testigo de semejante proeza agitó la energía acumulada en Fate. Apenas pudo
contener su deseo de salir corriendo y desafiar al mago a un combate. Era un enemigo
digno, además de un misterio. ¿Cómo había capturado el poder del aire y lo había hecho
funcionar para él? Sobre todo, porque no parecía correr a través de él como el rayo, el
trueno y el aire corrían a través de ella.

Incapaz de apartar los ojos de él, se encontró caminando hacia delante, y entonces
se dio cuenta de que era la voluntad de Murauda la que movía su cuerpo. Por alguna
razón, la diosa deseaba experimentar esta batalla en particular a través de los ojos de
Fate. Sintió este impulso en todo su ser.

—Lucha contra él —la voz de Murauda resonó en su mente. No era una orden. Era
un desafío.

Fate miró a la diosa que estaba por encima de todos los demás en la gran sala. La
giganta asintió, dándole permiso para proceder.

Eso fue todo lo que Fate necesitó para dar rienda suelta a la feroz energía que se
había visto obligada a reprimir durante todo el día. Mirando al mago a través de las
láminas del visor de su casco, cargó contra él, con la espada desenvainada y el escudo
levantado, cuya superficie vibraba con el viento.

El poder que la invadía se volcó en su espada, encendiendo la hoja con una maraña
de rayos. En cuanto estuvo a una distancia prudencial, apuntó a su pecho y le clavó la
espada. La punta mortífera estuvo a punto de atravesar su carne cuando él desapareció,
apartándose de su camino como un rayo. El peso de la ardiente espada arrastró su
movimiento hacia abajo, golpeando el suelo de mármol y resquebrajando la piedra con el
impacto.

Se recuperó al instante. Pivotando sobre un pie, se abalanzó sobre él, lanzando su


espada en arcos mortales. Él se enfrentó a ella, con su cuerpo enroscado para apartarse
una vez más. La frustración la impulsó a seguir adelante. Era su oportunidad de
demostrar su valía y lo único que él hacía era esquivarla. La furia se desbordó cuando se
dio cuenta de que tendría que forzar una pelea satisfactoria. Abrazando la sed de sangre
que corría por sus venas, llenó sus pulmones con una rabia exquisita y rugió.

Finn apenas tuvo tiempo de amortiguar la onda expansiva con su propio escudo de
aire. Aun así, la explosión le hizo retroceder varios metros. Sin esperar a que se
levantara, la caballera agarró el hacha de guerra que llevaba atada al muslo y la lanzó. El
hacha azotó el aire, pasando silbando por su oreja izquierda mientras se agachaba y
rodaba hacia un lado.

Poniéndose en pie de un salto, se agachó, preparado para esquivar el siguiente


ataque. No deseaba matar a la guerrera. Sithias le había dicho que las guerreras de
Murauda eran mujeres y niñas inocentes atrapadas en una esclavitud inquebrantable.
Pero él no estaba seguro de cuánto tiempo podría aguantar sin herirla, sobre todo
porque ella estaba empeñada en matarlo.

La caballera cargó con su espada ardiente cortando líneas apretadas en el aire,


dejando una corriente de trazadores a su paso mientras Finn soplaba dos nuevas notas
rúnicas en su flauta, creando una hoja de viento en forma de cimitarra. Se abalanzó
sobre él y su armadura golpeó un lado de su cuerpo con una fuerza igual a la suya. Sus
espadas chocaron y se enredaron, y la corriente de viento inflexible de él desvió las
llamas crepitantes de ella en un chorro de chispas ardientes.

Él esquivó su avance, envolvió su pierna detrás de la de ella y la empujó hacia atrás.


Ella cayó al suelo. Se le cayó el casco y un chorro salvaje de rizos rojizos cayó en cascada
sobre el mármol. Cuando vio que era Fate, su corazón casi se detuvo, una mezcla de
sorpresa y alivio lo dejó momentáneamente sin palabras.

Su aspecto era impresionante. Su piel brillaba con un lustre sobrenatural, como si


el fuego ardiera en su centro. Pero la ferocidad de su expresión había eliminado todo
rastro de la dulce y tierna chica que él conocía. Tampoco había ningún indicio de
reconocimiento en su feroz mirada. Debería haber agradecido que ella no se acordara de
él y de las cosas imperdonables que había dicho y hecho. Sin embargo, ansiaba obtener
algo de ella, aunque fuera su odio. Al menos sabría que la chica que amaba seguía
presente. Tener que mirar el vacío en sus ojos era una tortura.

—¡Fate! —gritó, esperando que ella escuchara el sonido de su voz desde algún lugar
profundo.

Ella se puso en pie de un salto, con la espada levantada y lanzada hacia él. Él desvió
el golpe. Rápidamente, ella esquivó, devolviendo su espada al centro, y sus espadas
chocaron en un chorro de fuego escupido. Mientras se esforzaba por resistir su fuerza
sobrenatural, se preguntaba cómo demonios había sido capturada por Murauda y qué
podía hacer para liberarla de su esclavitud.

—Fate, no soy tu enemigo —dijo manteniendo la voz baja para que sólo ella pudiera
escuchar.

La sintió vacilar ligeramente, pero sólo porque ella había desplazado su peso para
clavarle la rodilla en las costillas. Algo afilado y duro le perforó profundamente. Se
agarró el costado, tambaleándose por el pincho ensangrentado que sobresalía de las
perneras de su armadura, el cálido chorro de sangre que se filtraba por sus dedos.

A ella no le afectó su herida. En todo caso, su estado de debilidad la animó a


lanzarse a matar. Finn bloqueó el golpe casi mortal con su espada de viento. Las chispas
que salieron de las hojas se reflejaron en la mirada de Finn.

—No voy a pelear contigo —dijo—. Dejaré que me mates antes de hacerte daño de
nuevo.

Fate se despertó como si saliera de un sueño sin sueños. Desorientada y llena de


una terrible sensación de urgencia, luchó a través de capas de aire oscuro y pesado
cargado de luz crepitante. Aparecieron resquicios en el negro chisporroteante, dando
paso a grietas que se expandían hasta convertirse en huecos. Ráfagas cambiantes de
viento le golpearon la cara cuando los huecos dieron paso a una espada llameante y
chispeante que sobresalía hacia el cielo, el rostro de Finn detrás de ella y una enorme
sala de columnas de mármol más allá.

Antes de que pudiera preguntarle qué estaba pasando o dónde estaba, su cuerpo se
movió por voluntad propia, forzando la espada que sostenía hacia abajo con una fuerza
asombrosa. El hombro de Finn cayó con un fuerte tirón. Fue entonces cuando vio su
flauta en la mano y un visible chorro de aire que salía disparado en forma de hoja curva.
Mientras su cuerpo giraba en un círculo completo, vio con horror cómo su brazo
apuntaba involuntariamente la hoja de la espada a su cuello. Se lanzó hacia atrás, pero
no antes de que la afilada punta le rozara la mandíbula. Asqueada por el corte que había
hecho, intentó soltar la espada, pero su mano no era la suya. Era una marioneta, incapaz
de impedir que su cuerpo fuera utilizado como instrumento de destrucción.

¿Qué se había apoderado de ella?

Finn se tambaleó, recuperando el equilibrio con dificultad. Parecía agotado, con


gotas de sudor en la frente y huecos oscuros alrededor de los ojos. Entonces vio cómo se
agarraba el costado, una mancha sanguinolenta que mojaba su camisa y que crecía sin
cesar. El sentimiento de culpa se apoderó de ella cuando se dio cuenta de que era la
responsable de su herida. Sin embargo, se enfrentó a ella con total confianza.

—Fate, sé que estás ahí —dijo con la voz débil.

Ella trató de decir que le oía, pero sus cuerdas vocales estaban bloqueadas.
Un repentino torrente de furia, canalizado por la fuerza tiránica que la controlaba,
fluyó a través de sus brazos, haciéndola blandir la espada. Luchó por el control.

—Está bien si no puedes detener esto —continuó Finn, apresuradamente—. Aunque


me hagas lo peor, quiero que sepas que te quiero.

Sus palabras se clavaron en su alma. El asfixiante control de su cuerpo se liberó.


Era libre... sólo por un latido.

—Mátalo —una voz retumbó en su cabeza.

En ese segundo, todas las piezas que faltaban encajaron en su sitio y Fate supo
quién estaba en el asiento del conductor. Murauda estaba en su sangre, en sus músculos
y en sus huesos, anulando sus pensamientos y gobernando todos sus movimientos. Pero
nunca dominaría su espíritu.

—¡No! —gritó en su mente.

La voluntad de Murauda cayó sobre ella como un mazo. La diosa de la guerra se


expandió dentro de ella, una brutal violación de la mente y el cuerpo. Nunca se había
sentido tan pequeña, aplastada y confinada. No había forma de luchar contra el invasor
que la catapultaba a un ataque frontal contra Finn.

Cuando sus espadas volvieron a chocar, lo único que pudo hacer Fate fue mirar
impotente a los ojos de Finn mientras Murauda la hacía embestir contra él. Mientras se
encontraban espada con espada, ella temía por él. Su rostro se volvía más pálido a cada
segundo y la resistencia que ofrecía se debilitaba.

—Te amo —susurró, viendo más allá de la cáscara de su cuerpo directamente en su


alma.

Fate se tensó contra sus ataduras y cada parte de ella se dirigió hacia él.

Enfurecida, la poderosa voluntad y energía de Murauda recorrió el cuerpo de Fate


tan rápido que apenas podía seguir sus propios movimientos. En un rápido movimiento,
su espada arrancó la hoja de Finn de su empuñadura y lanzó su flauta por los aires. El
titiritero tiró de los hilos y el brazo de Fate bajó. El acero cortó el aire, dispuesto a
partirlo por la mitad.

En ese segundo, algo explotó dentro de Fate, una detonación alimentada por la
rabia protectora y la pura indignación. Finn la quería. Estaba decidida a no dejar que
nada se interpusiera en su camino. Y al diablo con el asunto del robo de cuerpos. De
alguna manera, a través de su conexión con la diosa de la guerra, Fate sabía que podía
convertir esa poderosa energía que la atravesaba en una ventaja. Murauda no lo sabía,
pero había entrado en territorio enemigo.

Concentrándose en su interior, Fate abrazó la energía de Murauda y la atrajo hacia


sí, permitiendo que se acumulara. Luego la hizo suya y redirigió la puntería de la espada.
La hoja se estrelló a los pies de Finn, partiendo la roca estriada.
—He vuelto —dijo ella, dedicándole una sonrisa triunfal.

—Lo has dejado muy cerca, amor —dijo Finn con cansancio, aunque sus ojos verdes
se iluminaron de alivio.

Ella recogió su flauta y la lanzó.

—¿Listo para patear algunos culos inmortales? —Apenas había pronunciado las
palabras cuando un furioso rugido resonó en la sala. Fate se giró y levantó su escudo. La
onda expansiva de Murauda se estrelló contra su brazo y la lanzó contra Finn. Arrojados
hacia atrás, cayeron al suelo y se deslizaron varios metros, hasta descansar cerca de un
hombre corpulento, una joven de ojos salvajes y Gerdie, que sostenía un tembloroso gato
blanco de ojos ámbar.

—Hola Gerdie... Sithias —dijo Fate mientras se ponía en pie.

Gerdie saludó con los ojos redondos mientras miraba la armadura de Fate. Sithias
se mantuvo en su papel y maulló. Luego, de repente, se puso rígido, siseando con el pelo
erizado mientras miraba por encima del hombro de Fate. Miró hacia atrás para ver a
Murauda cargando a través del gran salón hacia ellos.

—Eh, nos pondremos al día más tarde —dijo Fate, intentando parecer valiente, pero
de repente tenía mucho miedo. Una cosa era arrancar a Murauda de su cuerpo y otra
enfrentarse a la deidad de seis metros de altura cabreada.

Finn tocó una serie de notas penetrantes en su flauta. Un feroz vendaval se


precipitó a través del techo roto y se agitó en el centro. Sorprendida, Murauda redujo la
velocidad, mirando el tornado que se formaba frente a ella. Pero no fue suficiente para
apartar su atención de Fate.

—¡Traidora! —rugió la diosa de la guerra.

Fate se mantuvo inmóvil bajo su mirada iracunda mientras desenvainaba su espada


relámpago y sus gigantescas zancadas cerraban rápidamente el espacio que las separaba.
Instintivamente, Fate retrocedió unos pasos, con una sensación automática de
impotencia que brotaba de su interior. Entonces se detuvo, recordándose a sí misma que
ya no era débil e impotente. No tenía que ser la víctima. Inspirando profundamente,
lanzó un grito que resonó en toda la sala, un chillido de amarga ira y resentimiento por
haber sido utilizada.

Su grito de guerra golpeó a Murauda, doblándola y haciéndola caer. Cuando cayó al


suelo, la espada relámpago se le cayó de las manos. Fate saltó hacia ella. Volando rápido
y bajo, agarró la espada, frenada al principio por su gran tamaño y peso. Sujetándola con
ambas manos, subió a la cima más alta de la sala hasta el enorme agujero en el techo, a
30 metros por encima de las cabezas de todos.

Desde allí vio cómo Finn dirigía el tornado hacia los viejos estadistas. Los atrapó
como una aspiradora que absorbe motas de suciedad, convirtiéndolos en un cono de
borrosas túnicas púrpuras. Al mismo tiempo, el gran hombre de aspecto primitivo corrió
tras la niña mayor con la muñeca de madera. Ella parecía estar bajo la influencia de
Gorm, porque se acercó al hechicero sin que nadie se diera cuenta, con la figura tallada
en la mano extendida hacia él. Fue entonces cuando Fate recordó la figura de Bremusa y
se dio cuenta de que la chica debía ser Valesca. Con un gruñido salvaje, el enorme
hombre lanzó su daga, incrustando la hoja entre los ojos oscuros de Gorm.

Justo cuando Fate volvió a mirar a Murauda, un atronador chillido que le perforó
los oídos le golpeó con la fuerza de un camión. Aturdida por el dolor que le calaba los
huesos, cayó al suelo y el fuerte impacto de la caída le hizo sentir una nueva oleada de
dolor en cada centímetro de su cuerpo. Luchando por respirar, lo único en lo que podía
pensar era en que estaría muerta ahora mismo si no hubiera sido alterada físicamente
por la energía de Murauda que la atravesaba.

Todavía aturdida y en agonía física, Fate rodó sobre su frente, buscando la espada
relámpago que había dejado caer. Murauda estaba a varios metros, agachándose para
recogerla. A medida que el espacio se cerraba entre la espada y la maestra, finos chorros
de rayo fluyeron entre la empuñadura y su enorme mano. Fate corrió desesperadamente
hacia ella, sabiendo que no tenía ninguna posibilidad en el momento en que Murauda
girara la hoja de relámpagos hacia ella.

Justo cuando el dedo de Murauda tocó la espada, el tornado de Finn entró y se


tragó a la diosa de la guerra. Su grito furioso sacudió la sala, fracturando columnas
gigantescas y rompiendo la longitud del suelo de mármol. Fate se abalanzó sobre la
espada relámpago que aún crepitaba en respuesta a la cercanía de Murauda.

—¡Usa la espada para prender fuego al tornado! —gritó Finn por encima de la
cacofonía.

Fate clavó la espada en el viento furioso. Un relámpago salió de la espada y


convirtió el vórtice en un cono giratorio de llamas azules. Mientras los rayos salían en
todas direcciones, Fate se agachó detrás de su escudo y su boca se llenó del sabor
metálico del aire electrificado.

—¡Es la hora, Rudwor! —gritó Finn— ¡Lánzalo!

Sorprendida por el nombre, Fate se giró cuando el gran hombre arrojó la maldita
figura tallada de Bremusa al tornado en llamas. Unos chillidos inhumanos y
desgarradores salieron de Murauda, haciendo crujir las paredes.

Finn se tambaleó hacia la vorágine ardiente. Estaba doblado y se sujetaba el


costado. Casi la mitad de su camisa estaba empapada de sangre. El miedo helado se
apoderó del corazón de Fate. Empezó a acercarse a él, pero él negó con la cabeza,
haciéndole un gesto para que se quedara dónde estaba. Apartó la mirada, sus rasgos
pálidos se endurecieron con el esfuerzo mientras gritaba en un idioma que ella no
entendía.

Totalmente desprevenida para el volumen preternatural de su voz, el sonido


ensordecedor vibró en sus huesos. El ciclón ardiente respondió a su orden, atravesando
la sala, embistiendo contra la pared más lejana e incrustando a los enemigos de Murauda
y Beldereth en el mármol sólido.

La escena era grotesca. El rostro quemado y petrificado de Murauda quedó


parcialmente enterrado en la roca, plasmado para siempre en un grito enfurecido. En
cuanto a los ancianos calculadores, sus cuerpos yacían esparcidos alrededor de su rostro,
con sólo un brazo o un codo sobresaliendo aquí, una pierna o un rostro ocasionalmente
aterrorizado allí.

Se hizo el silencio. Cuando el escalofrío de Murauda se desprendió de las demás


guerreras, éstas se apartaron del orden, mirando fijamente la horrible pared y luego a
Finn, el destructor del más poderoso destructor. Una mezcla de miedo y respeto
ensombreció sus rostros mientras se arrodillaban ante su nuevo rey y su campeón.

Fate se unió al asombro, con su mente en estado de shock mientras miraba a Finn.
Pensaba que ya había presenciado el límite de sus poderes, pero esta última
demostración era algo que no podía ni siquiera empezar a comprender. Su maltrecho
cuerpo seguía palpitando de peligro, lo que la dejaba abierta a la inquietud que se
acumulaba justo debajo de la superficie de sus atormentados pensamientos. Su Finn
había vuelto, pero ¿por cuánto tiempo?

Sus ojos se encontraron con los de ella y se mantuvieron a través de la extensión del
gran salón. El corazón de Fate latió más rápido, su preocupación se desvaneció cuando
sintió que ese filamento invisible entre ellos se estrechaba. Corrió, queriendo sólo
sentirlo cerca. Entonces la conexión se rompió, una sensación tan física como la de ser
apuñalada en el corazón. De repente, se encontró de rodillas y doblada por la angustia,
con el pecho ahuecado por un vacío aterrador. El terror la invadió mientras saltaba en el
aire y salía disparada por el gran salón hacia donde Finn yacía desplomado en el suelo en
un montón ensangrentado y quieto como la muerte.
Capítulo 30
—SSSEÑORITA, ¿NO CREE QUE YA ESSS HORA DE QUE TERMINE SSSU DÍA?
Sssé que sssuelesss estar en esssto de ama-amanecer a atar-atardecer, pero la hora e-esss
bassstante tarde inclussso para ti —dijo Sithias, preocupándose de juntar las manos—.
Ni sssiquiera hasss comido bi-bien todavía.

Una flecha pasó silbando por su cabeza.

Sobresaltado, Sithias tensó las piernas para evitar que sus rodillas se golpearan.

—Sssi estásss intentando asu-asustarme, n-no essstá funcionando —dijo él,


tratando de poner una expresión noble y desenfadada, arqueando la ceja y levantando la
nariz.

Otra flecha salió disparada de la oscuridad, atravesando el generoso pliegue de su


elegante sombrero de terciopelo, arrancándolo de su cabeza. Sithias dio un pisotón y
frunció el ceño.

—¡Me gussstaba essse sssombrero! —Tomando aire para calmarse, alisó la parte
delantera de su jubón de seda—. Te perdonaré por hacer un agujero en mi sssombrero
favorito sssi dejasss essse arco y entrasss ahora mismo. Puede que sssea primavera, pero
el viento de la noche sssigue siendo frío.

Fate salió a la luz de su linterna, con el arco en la mano y el carcaj quitado. Incluso
ahora, después de dos meses de verla así, le sorprendía el antinatural brillo pálido del
fuego bajo su piel y el luminoso resplandor rojo que emanaba de su pecho. Los efectos
persistentes de la espada relámpago de Murauda se desvanecían día a día, pero no lo
suficientemente rápido para él. Fate seguía cambiada y no sólo físicamente.

Sithias respiró aliviado mientras dejaba su arco y sus flechas en la hierba, pero se
detuvo a medio camino cuando sacó su espada.

—Oh, por-por favor. ¿Qué puedesss hacer con essso? Tusss com-compañerosss de
lucha essstán todosss en la cama ya.

Ella se movió con una elegancia mortal hacia él, con su espada cortando el aire con
una rápida precisión.

—Supongo que eso te deja a ti entonces. Juega conmigo.

Él puso los ojos en blanco.


—En todo el tiempo que hemosss essstado en Beldereth, ¿alguna vez he jugado
contigo?

Fate deslizó la hoja junto a su oreja, agitando su cabello y sacudiendo sus nervios.

—No —respondió ella, con su evidente decepción en la forma en que clavó la espada
en el suelo.

—Bueno, ahora no voy a co-comenzar. Mi pluma e-esss mi espada. Y te haré


sssaber que losss he essstado en-engañando en la corte con mi sssabia pro-prosssa. No
esss que tú estésss allí para ver.

—Aguafiestas —murmuró ella.

—Ssseñorita, esss-essta actividad ex-extenuante e imparable no e-esss sssaludable.


Mire sssusss bra-brazosss. Ssse essstán poniendo musss-musssculosssos. Essso e-es
desssagradable en una mujer joven —La miró de arriba abajo, sin molestarse en ocultar
su desagrado—. Tienesss un assspecto po-posssiblemente masssculino.

—Sabes por qué estoy haciendo esto. Tengo que estar preparada para Mugloth.
Sólo que nunca pensé que tendría que esperar tanto.

Los hombros de ella bajaron y por un segundo él vio a la chica vulnerable a la que
había cogido tanto cariño.

—Lo sssé, ssseñorita. Pero essstoy ssseguro de que no tardará mucho.

Cogiendo un paño y se limpió el sudor de la frente.

—Sí, pero es la espera lo que me esá matando. Ya no tengo ninguna paciencia. Esta
energía dentro de mí no deja de acumularse. No puedo quedarme sentada. Tengo que
hacer algo al respecto o empiezo a perder el control.

—No te sssientesss asssí ahora, ¿verdad? —dijo él, encorvando los hombros en
señal de alarma—. La úl-última vez que te desssencajaste, desssa-desssaparecissste
durante tresss dí- díasss y volvissste cubierta de...

—Prometiste que nunca volverías a hablar de eso.

Él tragó saliva.

—Lo prometí en sssu momento, pero...

—No hay peros, Sithias.

Evitando su expresión severa, él dejó caer su mirada hacia una pequeña arruga en
su manga de seda y se puso a trabajar para alisarla. Pero estaba cansado de eludir el
tema. Se aclaró la garganta, se armó de valor y la miró directamente a los ojos.
—Ssseñorita, no podemosss ssseguir ignorando que ha desssaparecido durante
tresss díasss enterosss sssin recordar nada. Y tú ropa essstaba manchada con la sssangre
de otra persssona... y tú volvissste con eso —dijo, señalando el collar con una fina barra
de oro que se apoyaba en la luz escarlata de su corazón.

La vergüenza y la confusión nublaron su expresión mientras ella tiraba de los


cordones de su blusa para cubrir el collar.

—¿Intentas torturarme? ¿No crees que lo he pensado mil veces? No sé dónde fui, ni
qué hice, ni a quién pertenece esto.

Al ver el brillo de las lágrimas en sus ojos, a él también le dieron ganas de llorar.
Sacó su pañuelo y se sonó la nariz.

—Lo sssi-sssiento, ssse-ssseñorita. Tiene usssted razón, no vale la pena hablar de


ello sssi no hay nada que recordar —Consiguió sonreír—. ¿A-asssí que el pegamento ssse
mantiene al me-menos?

Sus labios formaron el fantasma de una sonrisa.

—Por el momento.

Sithias negó con la cabeza, sabiendo que el verdadero problema era lo mucho que
echaba de menos a Finn. Si él estuviera aquí, todo sería muy diferente.

—Bueno, sólo veo una so-solución a es-esto. Vamos a hacer un poco de


entrenamiento —Lanzando un suspiro, agarró la empuñadura de su espada y se esforzó
por arrancarla del suelo.

***
La luz del sol golpeó las vidrieras, esparciendo motas de luz de color zafiro y rubí
sobre la cama de Fate. Se despertó con la sensación de que algo era diferente en el día,
aunque no había nada que indicara algo fuera de lo normal. Desde su conversación con
Sithias unos días antes, había hecho planes para ir a cabalgar y cazar faisanes, un
bienvenido alejamiento del entrenamiento intensivo al que se había sometido con las
guerreras más experimentadas de Beldereth. Había establecido profundos lazos con ellas
y estaba deseando reunirse con sus nuevas amigas.

Saltó de la cama y cogió sus calzones de cuero y su blusa blanca de algodón.


Abriendo las puertas del balcón, dejó que la luz del sol le calentara la piel; se alegró de
que la nieve hubiera desaparecido por fin. Sithias tenía razón. Se había esforzado
demasiado, pero era eso o entrar en un estado de locura total.

Incluso ahora debía tener cuidado. Los momentos de tranquilidad como éste eran
peligrosos e inevitablemente la hacían pensar en el sublime momento en que Finn le
había dicho esas tres palabras mágicas. Pero la grave herida que le había infligido justo
antes de que le declarara su amor siempre estropearía ese recuerdo tan especial. Se le
hizo un nudo en la garganta de dolor. Si pudiera borrar el trauma de aquella aterradora
sensación de vacío cuando él había caído y la sangre de su vida se había esparcido por el
suelo de mármol.

Rudwor había trabajado rápidamente para curar la herida, llamando a los mejores
sanadores de Lortaun para que lo atendieran. Hicieron todo lo que pudieron por Finn
mientras éste estuvo durante días a las puertas de la muerte. Ella había permanecido a
su lado mientras él dormía, un sueño profundo sólo interrumpido por pesadillas de las
que nunca despertaba del todo.

Luego, una tarde, entró en su habitación después de un breve descanso, sólo para
encontrarlo desaparecido. Su llanto desconsolado había resonado en los pasillos,
atrayendo a los sirvientes de todas partes. Intentaron explicarle, pero ella estaba
inconsolable. Cuando Sithias se enteró de lo sucedido, fue el único al que quiso escuchar.

Rudwor se había llevado a Finn a los Manantiales de Almsdeep para ayudarle a


curarse del todo. Le dijeron que sólo volverían cuando estuviera completamente bien.
Ella se había puesto furiosa y quería volar hasta allí, pero todos tenían prohibido decirle
dónde estaban escondidos los manantiales. Nadie le explicaba por qué, lo que la
enfurecía sobremanera. Peor aún, cuando había intentado usar sus Palabras de la
Creación para ir a él, la ubicación se le escapaba como si estuviera cubierta por algún
tipo de magia. La tentación de hacerse cargo y escribir la rápida recuperación de Finn y
volver a ella había sido más fuerte que cualquier deseo que hubiera tenido que superar.
Por eso, odiaba a Rudwor. No sólo le había arrebatado a Finn, sino que se había visto
obligada a aguantar cada día esperando su regreso sin saber cuándo podría ser. Lo único
que le había impedido entrometerse en las Palabras de la Creación era su colosal error
con el Hombre Verde. Temía más la posibilidad de una reacción inimaginable que la
angustia de echar de menos a Finn.

Con su desaparición, se había quedado con una horrible sensación de pérdida,


como si le hubieran arrancado algo. El mundo dejó de girar y el tiempo se ralentizó hasta
convertirse en una tortura. No había alegría en nada. Incluso la comida que se llevaba a
la boca le sabía a cartón. Probablemente habría pasado los dos últimos meses demasiado
deprimida como para salir de la cama si no hubiera sido por la energía de alto voltaje que
la recorría constantemente, hasta convertirse en un frenesí que la empujaba a una furia
casi asesina.

Tomar la espada, además de cualquier otro instrumento de guerra que pudiera


tener en sus manos, era la única alternativa para no convertirse en Lizzie Borden. El
entrenamiento era el único momento en el que sentía un mínimo de paz, por no hablar
de la mejor preparación posible para cuando Finn volviera y pasaran a la siguiente
fábula. Debió de leerla cien veces diferentes, buscando algún tipo de ventaja para cuando
finalmente se enfrentarán a Mugloth. Desgraciadamente, el libro nunca explicaba de
antemano todos los peligros que encontrarían. Siempre había sorpresas. Aun así, vivía
para ese día, porque si todo salía bien, su futuro juntos se abriría de par en par.
¿O no? Siempre existía esa inquietud. Desde que Gerdie le había hablado del poder
imperfecto del Orbe, no podía dejar de preguntarse si había algo innatamente malo en
Finn, que tal vez el veneno no era la única razón de su lucha contra la oscuridad.

Fate tocó el collar oculto bajo su blusa mientras salía al balcón.

Sospechó que el pequeño lingote de oro podría ser la Vara. Gerdie había hablado.
Pero, por alguna razón, no se atrevía a mostrársela y preguntarle. No podía quitarse de
encima el temor de que Gerdie quisiera quitársela, especialmente si sabía cómo había
llegado a sus manos. Ya era bastante malo que Sithias hubiera estado en su habitación
cuando ella regresó con el collar en ese estado sangriento. Cerró los ojos, deseando poder
olvidar la espada incrustada de sangre, la ropa salpicada de un rojo intenso y las manos
cubiertas como si las hubiera mojado en pintura. A veces sentía la horrible pegajosidad
entre los dedos y todavía no podía mirarse en el espejo sin ver la salpicadura arterial
cubriéndole la cara.

Pero por mucho que se le retorcieran las tripas de vergüenza, el dolor no era
suficiente para que se quitara el collar. Desde el momento en que empezó a llevarlo, la
enloquecedora tensión que siempre se acumulaba en ella no era ni mucho menos tan
grave. El pequeño lingote de oro tenía un efecto calmante que ella necesitaba
desesperadamente y al que no estaba dispuesta a renunciar. Sólo deseaba que su
influencia eliminara el sentimiento de culpa.

Era una tortura no saber por qué se había ido durante tres días enteros sin recordar
a dónde había ido o qué había pasado. ¿Era realmente capaz de derramar tanta sangre?
O'Deldar le había dicho que tendría las manos manchadas de sangre y que debía intentar
no centrarse en lo que estaba bien o mal mientras caminaba por un sendero de ortigas, o
palabras por el estilo. Se estremeció, muy perturbada por su mensaje profético. ¿Cómo lo
había sabido? ¿Había visto algún tipo de mancha negra en su alma?

Un profundo sentimiento de tristeza la abrumó cuando Eustace le vino a la mente.


¿Cómo podría enfrentarse a su padre si realmente había matado a alguien? Él había
trabajado tan duro para protegerla, para mantenerla inocente. No habría que
ocultárselo. Sólo tendría que echarle un vistazo para saber que había cambiado y no sólo
porque su piel siguiera brillando con una extraña luz de fuego y su corazón brillara a
través de su ropa como el mini reactor de Iron Man. Hubo un tiempo en el que tener una
fuerza sobrehumana y un aspecto sobrenatural habría sido lo más genial, pero no si esos
poderes la estaban convirtiendo en el Señor Hyde. Se preguntó cuánto durarían los
signos visibles. La idea de no poder volver a casa la atormentaba. Echaba de menos a
Eustace. Y le asustaba no poder recordar su rostro con tanta claridad como antes.

Apoyada en la barandilla, contempló el verde jardín que florecía con nubes de


flores primaverales rosas y blancas. Mientras abandonaba sus problemas al hermoso
paisaje, su espíritu comenzó a levantarse poco a poco. Un movimiento le llamó la
atención. Dos hombres se paseaban por el sinuoso sendero del jardín: uno de ellos,
grande y con el pecho de barril, y el otro, no tan alto, pero joven y delgado. Se le cortó la
respiración cuando la luz del sol le dio a sus cabellos dorados y bronceados.
Fate se agarró a la barandilla, mareada por la incredulidad. Entonces se volvió
como si ella le hubiera llamado. Una amplia sonrisa se dibujó en el rostro de Finn. Su
corazón palpitó con fuerza como respuesta cuando él se lanzó al aire y aterrizó junto a
ella en la terraza.

Agarrándola por la cintura, se elevó mientras la hacía girar sobre el espacio. Por un
segundo se preguntó si estaba soñando, pero la sensación de sus brazos alrededor de ella
era demasiado real. Se dejó llevar por el momento, absorbiendo el aroma masculino de
su piel y el cálido olor de su abrigo de cuero. Cuando se fundió con él, se sintió
felizmente tranquila. Cuando él la volvió a dejar en el balcón, ella colocó las manos a
cada lado de su cara, observando cada detalle: el robusto color de su piel, sus labios
húmedos y el verde de sus iris, brillantes por la excitación. No había ni rastro de
agitación interior en sus ojos. Parecía liberado de la oscuridad contra la que había estado
luchando. A todas luces, la convalecencia forzada de Rudwor había obrado milagros.

—Estás bien —dijo ella, apenas capaz de recuperar el aliento.

—En eso estoy —Su mirada recorrió cada curva de su rostro—. Que me dieras una
cornada en las costillas fue probablemente una de las mejores cosas que me han pasado.

La culpa la acuchilló en el pecho.

Al ver su reacción, él se rio.

—Te lo contaré todo, esta noche —dijo con la voz baja y ronca. Cuando sus labios
rozaron su mejilla, ella cerró los ojos, esperando un beso, pero él la soltó.

Abrió los ojos sorprendida.

—¿Esta noche? ¿Por qué no ahora? No puedes irte... acabas de llegar.

Él saltó por encima de la barandilla, aterrizando bajo el balcón.

—Tengo algunas cosas que arreglar, amor. No te preocupes, no me voy lejos —dijo
mirándola con una sonrisa traviesa.

Demasiado aturdida para hablar, lo vio reunirse con Rudwor en medio del jardín y
alejarse en dirección contraria.

Salió de su dormitorio aturdida, caminando por el amplio pasillo sin rumbo.

—¿Estás bien? Pareces sonrojada.

Deteniéndose cerca de la barandilla, Fate enfocó a Gerdie que subía las escaleras
con Valesca. No se habían visto mucho en los últimos meses. Fate había estado ocupada
entrenando, mientras que Gerdie, que se había encariñado con la princesa adicta, había
estado trabajando con los curanderos, remitiéndose al cuaderno de su abuela para
combinar la magia con los tratamientos a base de hierbas. Habían hecho algunos
progresos. Últimamente, Valesca parecía menos absorta en su mundo imaginario.
—Estoy bien. Mejor que bien. Finn ha vuelto —dijo Fate sin aliento y su emoción
aumentó a medida que la realidad de su regreso se asentaba.

Los ojos de Gerdie se redondearon con sorpresa.

—¿Qué aspecto tiene? —preguntó cuando Fate pasó junto a ella y bajó las escaleras.

—Estaba perfecto —murmuró ella, flotando a unos centímetros del suelo mientras
se movía lentamente en ninguna dirección en particular.

***
Cuando Fate entró en el jardín privado, a Finn se le subió el corazón a la garganta.
Vestida con un elegante vestido de satén dorado, eclipsaba la brillante llama cobriza del
cielo del atardecer a su espalda. Por mucho que hubiera luchado contra ello, había
pensado en ella durante todo el tiempo que había estado fuera, sin evitar alimentar cada
recuerdo de ella. Pero sus recuerdos palidecían miserablemente en presencia de esta
visión que tenía ante sí. Y ahora, con la energía de la diosa que la iluminaba por dentro,
se había transformado en una criatura de otro mundo que le resultaba aún más
fascinante. Lo que hizo que lo que tenía que decirle fuera mucho más difícil de lo que
esperaba.

Tragó saliva, dejando para el final esa parte de sus planes nocturnos. Era
importante que primero encontraran un terreno cómodo. Dio un paso adelante y le
tendió el brazo.

—Yo me encargo a partir de aquí —dijo al sirviente que la había acompañado.

Fate sonrió con nerviosismo y su mirada recorrió la elaborada mesa puesta para
dos, los farolillos de papel que colgaban de los árboles y los sirvientes que estaban
presentes.

—¿Qué es todo esto?

—Sólo un pequeño detalle para demostrar lo mucho que te he echado de menos —


dijo él mientras le acercaba la silla. Ella se deslizó en su asiento con un movimiento
suave y elegante. Se le secó la boca al ver lo diferente que ella se movía, como un gato.
Respiró hondo para centrarse y su nariz se llenó del aroma de jazmín y vainilla que
desprendía su piel. Se acaloró y su mente se llenó de deseo. Antes de darse cuenta,
estaba presionando su boca contra la oreja de ella—. Te ves increíble.

Temblando, ella inclinó la cabeza hacia atrás, dejando al descubierto la esbelta


curva de su cuello, con los labios entreabiertos en señal de anticipación y los ojos
entrecerrados.

Una necesidad salvaje y desbordante de poseerla brotó de lo más profundo de su


ser. Se puso rígido de miedo mientras salía de la oscuridad hacia la luz, esa terrible
sombra que se alimentaba de sus emociones más fuertes y las convertía en el más vil de
los impulsos. Trastabillando y tropezando, Finn recuperó el equilibrio y caminó con las
piernas rígidas hasta la silla opuesta y se sentó. Cerrando los ojos, recitó en silencio el
mantra que le habían enseñado los monjes de Almsdeep. El vencedor no necesita luchar.
El vencedor no necesita luchar.

El oscuro alboroto retrocedió, reduciendo su tamaño mientras repetía el mantra


tranquilizador.

—¿Finn? ¿Qué pasa?

Él abrió los ojos ante la expresión preocupada de ella.

—Nada, amor —dijo, desviando rápidamente la mirada hacia las copas de los
árboles. Odiaba mentirle. Rudwor le había advertido que era demasiado pronto para
estar a solas con ella. Debería haberle hecho caso, pero echarla de menos se había
convertido en un dolor físico que ya no podía soportar. Dios, quiero abrazarla.

—Esto es bonito, pero realmente no tenías que tomarte todas estas molestias —dijo
ella con un tono incómodo—. Hubiera sido perfectamente feliz con sólo pasar el día
contigo.

Finn forzó su mirada hacia ella. Estaba sentada frente a la puesta de sol. El tono
otoñal de la luz del cielo hacía más intenso el color marrón rojizo de sus ojos, mientras el
viento se agitaba en su pelo, agitando las hebras onduladas cerca de su boca tentadora.
Se sintió impresionado por su belleza, indefenso una vez más.

Tenía que hacer algo o perdería el control por completo. No la mires a los ojos.
Dejando caer su mirada hacia su garganta, miró fijamente su collar, siguiendo la cadena
hasta la delgada barra de oro que descansaba sobre el radiante centro de su corazón.
Tragó saliva cuando lo reconoció.

—¿Es la Vara de Aeternitis?

La mano de ella se movió para cubrirla.

—¿Qué? ¿Por qué la llamas así?

—Porque eso es lo que es. Y la última vez que la vi, O'Deldar la llevaba.

Ella palideció, mostrando un pánico salvaje en sus ojos.

—¿Estás seguro? Yo- yo no recuerdo habérselo visto puesto.

Su mente se agitó. ¿Por qué ella parecía tan culpable?

—¿Tienes idea de lo que es la Vara y del tipo de poder que desatará en el Orbe?
—Gerdie me dijo que todo lo que había sido creado por el Orbe estaba incompleto
sin la Vara. ¿Lo sabías? —dijo ella con el calor volviendo a sus mejillas como una fiebre
repentina.

Él frunció el ceño, confundido.

—¿Así que sabes lo de la Vara?

—Creo que esa es la razón por la que no has podido superar la influencia del veneno
—dijo ella, apurando su pregunta—. Podemos curarte con la Vara. Podemos hacer que te
recuperes.

Él negó con la cabeza. Lo que decía no tenía sentido. ¿El hechizo de Brune se había
apoderado de ella de nuevo?

—Fate, ¿sabes dónde estás? —le preguntó, buscando en su rostro esa reveladora
mirada vacía.

Ella frunció el ceño como si hubiera perdido la cabeza.

—¿Hablas en serio?

La última vez que él la había visto bajo la influencia del hechizo, había estado
completamente fuera de combate. Sin duda, en ese momento estaba presente.

—Es hora de que sepas que Brune te ha tenido bajo un hechizo todo este tiempo.
Por eso estás aquí. Te envió al Libro de las Fábulas para conseguir esa Vara.

—¿Te lo estás inventando? —dijo ella, expresando auténtica sorpresa.

—Por supuesto que no. La última vez que vimos a O'Deldar, te volviste
completamente loca cuando él nos mostró la Vara. No eras tú. Estuviste a punto de
atacarle para conseguirla, pero te sometió y te dio un antídoto para el hechizo de Brune.
Sé que debería habértelo dicho, pero en ese momento me pareció prudente no hacerlo. —
Una sensación de náuseas palpitó en sus entrañas mientras se inclinaba hacia delante—.
¿Cómo te las arreglaste para conseguirlo de él?

—¿Por qué no me lo dijiste? —espetó ella—. ¿No crees que tenía derecho a saber
que me están utilizando? Que me han hecho hacer cosas horribles e imperdonables... —
La ira en sus ojos se encendió sólo por un segundo. Una mirada atormentada de
culpabilidad se había instalado.

—¿Cómo qué? —preguntó él, con el nudo enfermo en el estómago apretándose—.


¿Fate? Dime cómo conseguiste la Vara. Sé que O'Deldar no te la entregó sin más.

Su rostro enrojeció mientras el rápido latido de su corazón ardía con fuerza detrás
de su esternón.

—Yo... usé mis Palabras de Creación —dijo ella, apretando los labios a la defensiva.
Él se dio cuenta de que estaba mintiendo, pero no quiso insistir. Obviamente, ella
no estaba preparada para confesar la verdad todavía. Él entendía esa clase de angustia.

—Supongo que ahora esperas que te la devuelva —dijo ella en tono desafiante.

—No, ahora tienes que conservarla. Lo que hizo O'Deldar para interrumpir el
hechizo ya no funciona. Dijo que morirías intentando conseguir la Vara.

Agarrando el collar, se dejó caer contra el respaldo de su silla, las líneas estresadas
de su rostro se suavizaron con el alivio.

—Cuando volvamos a la librería, no debes dárselo a Brune —él advirtió—. O'Deldar


fue muy claro al respecto.

Ella asintió, estrechando su mirada en el horizonte.

—No hay que preocuparse por eso. Brune no va a recibir nada de mí más que una
patada en el culo por todo lo que me ha hecho pasar.

—Sí, se lo merece —aceptó él, aún sin acostumbrarse a esta nueva actitud dura.

Uno de los sirvientes se aclaró la garganta, indicando a Finn una bandeja de


comida que debía de haber retrasado durante su tensa conversación.

—Gracias, amigo —dijo Finn, haciéndole un gesto para que dejara el primer plato y
haciendo una señal para que los sirvientes los dejaran comer en privado.

Fate dio un pequeño bocado al faisán y dejó el tenedor.

—¿Hay alguna razón por la que no hayas podido pasar el día conmigo después de
haber estado separados durante dos meses?

—Eh, sobre eso —dijo él, sorprendido por su franqueza. Otro cambio al que tendría
que acostumbrarse—. Esperaba hablar de eso más tarde en la noche, pero...

Ella se sentó rígida, como si se preparara para recibir malas noticias.

Él se movió en su silla, sintiendo su tensión fluyendo hacia él. El escudo que había
aprendido a poner a su alrededor para no ser una esponja de sus emociones se iba
diluyendo cuanto más tiempo estaba cerca de ella. Rápidamente visualizó los Símbolos
Soberanos que le habían dado los monjes y respiró con más tranquilidad mientras el
escudo volvía a su sitio. Apoyando los codos en la mesa, sonrió, aunque un poco forzado,
para ayudar a tranquilizarla.

—Hay muchas cosas que quiero contarte, para ayudarte a entender.

—¿Entender qué? —Su brillante corazón latía rápidamente, traicionando su


creciente ansiedad.
—Por qué necesito limitar mi tiempo cerca de ti durante un tiempo —dijo incapaz
de mantener la sonrisa. El mero hecho de pronunciar las palabras le provocaba la peor
de las tristezas. Pero tampoco podía seguir engañándose. Era evidente que necesitaba
más tiempo para dominar todo lo que había aprendido durante su estancia en Almsdeep.
Una vez que tuviera más práctica, podría estar cerca de ella sin preocuparse.

El dolor recorrió su rostro.

—Todo esto es porque te hice recordar de dónde venías, ¿no es así?

—No —él se apresuró a decir. El recuerdo de aquella terrible noche volvió de golpe.
La vergüenza nubló su mente, haciéndole perder la concentración—. Admito que la pura
conmoción de volver a descubrir mis orígenes hizo que fuera más fácil ceder a la
oscuridad.

—Esa nunca fue mi intención —dijo ella mientras las lágrimas llenaban sus ojos—.
Es que parecías tan perdido en ese momento con tu memoria desvanecida. Sólo quería
ayudarte a encontrar un poco de paz en algo que te resultaba familiar. Nunca quise
empujarte más a las garras del veneno.

Él sonrió con tristeza.

—Lo sé, amor. Y necesito que sepas que cada cosa despreciable que dije e hice
aquella horrible noche no fui yo. Era esa cosa dentro de mí que se alimentaba de la
desesperación que sentía por no ser real, por no saber qué era o a dónde pertenecía.

Ella lo miró fijamente con una mirada desesperada que lo desgarró.

—Sé que esa noche no eras tú y no te culpo por lo que pasó. Tienes que saber que
eres más real de lo que jamás imaginé. Y en cuanto al lugar al que perteneces... me
perteneces a mí.

Ella alcanzó el otro lado de la mesa, tocando las puntas de los dedos de él con los
suyos. Una corriente eléctrica corrió entre ellos. Fue todo lo que él pudo hacer para no
tirar la mesa a un lado y tomarla en sus brazos.

—Finn —dijo ella sin aliento— no tienes ni idea de lo doloroso que fue para mí
escribir sobre ti todos los días durante todos esos años: la única persona con la que
quería estar más que nada. ¿Enamorarme más profundamente de ti y no poder tocarte,
hablarte y que me respondieras? Era una locura.

Se agarró a los lados de la mesa, luchando contra la oscura presencia que volvía a
asomar su fea cabeza negra. Llevaba tanto tiempo esperando que ella se abriera a él y
ahora que desnudaba su alma como nunca, no podía arriesgarse a hacer un solo
movimiento en su dirección por miedo a lo que pudiera hacer. Su necesidad de estar con
ella, piel con piel, alma con alma, era abrumadora.

Ella se quedó quieta, esperando que él dijera algo, que hiciera algo. La mirada
esperanzada y expectante de sus ojos lo mató.
—Dios sabe que sólo deberías albergar odio hacia mí y te agradezco que no lo hagas
—dijo él con los ojos cerrados mientras retiraba su conciencia hacia adentro y se
concentró en el discurso que había ensayado cientos de veces en su cabeza—. Y en cuanto
a mis orígenes, ya no importa. Ahora estoy aquí, y es lo que hago a partir de este
momento lo que define quién y qué soy. Rudwor me ha ayudado a darme cuenta de ello.
Mi tiempo con él ha sido un verdadero regalo. Ha sido como el padre que siempre deseé
tener. Me ha ayudado a lidiar con la culpa y la vergüenza que me han estado comiendo
vivo. Y sin la guía de los monjes de Almsdeep, no sabría cómo contener la oscuridad —
Miró al cielo oscuro, evitando su mirada—. No tienes idea de lo cerca que estuve de
perder la batalla. Estaba dispuesto a quedarme con los Bane, a convertirme en uno de
ellos si no me mataban antes. Sentí que era todo lo que merecía después de lo que te
hice.

Sintiéndose más fuerte ahora, la miró. Ella miraba su regazo, con la frente arrugada
por la decepción. Odiaba decepcionarla. Pero prefería que se enfadara con él a que
volviera a ser maltratada por sus manos.

—Ahora estoy en un lugar mejor. Incluso he aprendido a protegerme de todas tus


emociones. Bueno, más o menos. Es más fácil cuando sólo tengo que lidiar con mis
propios sentimientos, pero aún temo perder el control. Eso no debe ocurrir nunca más.
En este momento, estar demasiado cerca de ti me está afectando. Mi mente se nubla y
algo salvaje se abre paso... algo que no soy lo suficientemente fuerte para domar. Al
menos no todavía. Es por eso que necesitamos espacio entre nosotros hasta que tenga un
mejor control de esto. Entonces podremos pasar al Roble Sanguinario y haré todo lo que
esté a mi alcance para librarme de este demonio de una vez por todas. O moriré en el
intento —Esperó a que ella respondiera, pero permaneció callada y cabizbaja— ¿Algo de
esto tiene sentido para ti?

Ella se enderezó y le miró. Tardó un momento en fijar su mirada fría y remota. La


luz de su corazón estaba apagada ahora, el latido era constante. Había una inquietante
calma que no debería estar ahí.

Su corazón palpitó de pánico.

—Por favor, di algo.

Ella se levantó, encontrándose con su mirada, pero mirándolo fijamente. Él había


visto esa mirada antes, la mirada guerrera cuando ella había estado bajo la esclavitud de
Murauda.

—Lo entiendo. Te dejaré en paz —dijo ella, con la voz baja.

Cuando ella rodeó la mesa, él se levantó tan rápido que su silla se cayó. La agarró
por la muñeca.

—No... no te vayas así.


Girando la muñeca, ella se soltó de su agarre y lo empujó hacia atrás con una fuerza
sorprendente.

—Esta es tu elección, Finn, no la mía. Pero no puedes esperar tener las dos cosas.

Demasiado aturdido para hablar, apretó un puño sobre el dolor de su pecho, su


corazón se encogía con cada paso que ella se alejaba de él.
Capítulo 31
LAS SIGUIENTES CUATRO SEMANAS DESPUÉS DE QUE FATE TRAZARA LA
línea en la arena entre ellos fueron insoportables. Cada vez que ella repetía ese momento
final en su mente -que eran muchas- se derrumbaba por dentro. ¿Pero qué iba a hacer?
Sin llegar a desnudarse ante Finn, se había desahogado con la suposición de que él sentía
exactamente lo mismo. ¿Y qué había hecho él? Se cerró en banda y expuso un montón de
tenues razones por las que no debían estar juntos, ni siquiera le preguntó cómo se sentía
ella al respecto. Ella no podía entender por qué él sentía la necesidad de protegerla. Ya
no era la débil que solía ser. ¿No podía ver eso?

Aun así, ella lamentaba haberle cerrado la puerta, pero lo que más le dolía era que
él la hubiera dejado cerrada. Varios días después de aquella noche desastrosa, él le envió
una nota. Ella la abrió, esperando un cambio de opinión, o al menos algún indicio de que
él la echaba de menos tanto como ella a él. Pero había sido un mensaje impersonal que
decía que estaría listo para pasar a la siguiente fábula después de la coronación de
Rudwor en un mes.

Después de eso, Finn pasó sus días con Rudwor. Al principio ella se sentía
miserable por la pena, pero a medida que pasaban los días, la ira se apoderó de ella,
desencadenando la insoportable acumulación de energía. Volvió a su entrenamiento
como nunca antes. El combate, el tiro al blanco y el combate cuerpo a cuerpo agudizaron
su mente y fortalecieron su cuerpo, pero no hicieron nada para reconstruir su corazón
roto. Cada vez que veía a Finn, ya sea de lejos o en alguna cena, su actitud
despreocupada no hacía más que aumentar su dolor. En apariencia, él parecía estar
contento con la distancia que los separaba.

***
La noche de la coronación llegó por fin. Fate quería llevar algo que a Finn le
pareciera absolutamente irresistible, así que cuidó cada detalle de su vestido con la
ayuda de Sithias. Juntos diseñaron un vestido de color crema que la envolvía como si
fuera nata montada. Tuvo que reescribir la descripción del corpiño varias veces antes de
que él estuviera de acuerdo con que el cosido con perlas lustrosas y el escote redondo
serían lo mejor. Luego decidió que debía llevar el pelo largo hasta la cintura y trenzarlo
sin apretar con un mechón de fragantes gardenias. Con ese toque final, le hizo un gesto
de aprobación con los ojos llenos de lágrimas, considerando que su creación era celestial.
A él le gustaba especialmente que el vestido restara importancia a sus nuevas cualidades
“masculinas”.
Durante la coronación, Finn se colocó junto a Rudwor con todo su esplendor: la
tradicional falda escocesa de tartán negro y gris de Beldereth y la chaqueta de color
carbón adornada con botones plateados con el escudo real. Para sorpresa de Fate, el
nuevo rey le otorgó el puesto de Primer Caballero. Como no sabía nada de esto, los
observó desde su banco, varias filas más atrás, incómoda por cómo Rudwor lo miraba
como un padre orgulloso.

No le gustaba. No le gustaba nada de eso.

Después de la coronación hubo un gran banquete. Se sentó frente a Finn, pero tres
asientos más abajo. Evitando que su mirada se encontrara con la de él, hizo todo lo
posible por conversar alegremente con quien pudiera. Le daba a probar su propia
medicina amarga y lo dejaba helado, pero se volvía loca preguntándose si él se daba
cuenta.

Cuando empezó el baile, se dio por vencida y lo miró. Su silla estaba vacía. Cuando
lo vio en la pista de baile con Meara, una hermosa rubia de ojos azules que había sido
una de las muchas jóvenes a las que Murauda había hecho guerrera, una tensión
insoportable le quitó el aire de los pulmones. Finn abrazaba a Meara y le susurraba al
oído.

Era evidente que había seguido adelante, una certeza que fue solidificada por un
flujo constante de mujeres que lo mantenían bailando durante toda la noche. Fate sabía
que había escasez de hombres disponibles en Beldereth, pero las mujeres se sentían
atraídas por él como polillas a la llama y ni siquiera se molestaba en fingir que él quería
su compañía. Incluso Sithias estaba ocupado en la pista de baile, pero al menos encontró
un momento para escabullirse y sacarla para que se uniera a él.

—Puedo ve-ver la dessse-desssesperación en sssu hermossso rossstro, ssse-


ssseñorita —dijo—. No de-debe dejar que sssusss emocion-nesss la sssu-sssuperen
ahora.

—Míralo, tan irritantemente guapo y actuando como si yo no existiera. Es su


manera de hacerme saber que se acabó.

—¿Le ha di-dicho essso?

—No necesita hacerlo —Al ver que Sithias no la creía, dijo—: Supongo que siempre
supe que sería así, pero esperaba que tal vez me eligiera a mí después de liberarlo.

Las cejas de Sithias se alzaron, desconcertadas.

—Utilicé mis Palabras de Creación para liberar a Finn de esa fusión mental vulcana
que tenemos entre nosotros. Él necesita ser el creador de su propia vida y elegir a quién
amar sin estar mágicamente esposado a mí.

—¿Cuándo hicissste essso?


—El día en que me envió ese memo insensible haciéndome saber la fecha que había
elegido para irse de Beldereth.

La comprensión llenó sus ojos.

—Oh, ya ve-veo...

Incapaz de enfrentarse a la verdad por más tiempo, Fate dejó caer su frente contra
su hombro.

—No puedo hacer esto —dijo con la voz entrecortada en su garganta.

Antes de que él pudiera decir otra palabra, ella salió corriendo del salón de baile.

Cuando llegó a su dormitorio, dejó caer su hermoso vestido en un montón


arrugado, se puso el camisón y se arrastró hasta la cama. El fuerte aroma de las
gardenias trenzadas en su pelo se ahogó en su garganta. Mientras las arrancaba, las
lágrimas calientes corrían sin control y los sollozos arrancaban de su dolorido pecho,
hasta que, por fin, el cansancio la obligó a rendirse al misericordioso sueño.

***
Finn se quedó mirando los vericuetos y nudos de la pesada puerta de madera,
repentinamente congelado por la incertidumbre. Llevaba todo el mes trabajando para
llegar a este momento, meditando, leyendo textos sagrados y manteniendo sin falta sus
rituales de purificación. Rudwor confiaba en que estaba listo para ponerse a prueba, para
ver si podía permanecer íntegro, como lo llamaban los monjes, en presencia de Fate.
Pero ¿y si fallaba? Giró ligeramente la cabeza, viendo los pies de las guerreras que se
habían apostado a ambos lados de la puerta. Estaría a salvo si ocurría lo peor. Eran ocho
de los mejores de Beldereth.

Mientras llamaba a la puerta, su corazón se aceleró. Los segundos pasaban como


minutos. Estaba a punto de volver a llamar cuando la puerta se abrió. Fate estaba ante él,
un exquisito y despeinado desorden. La luz de la luna que brillaba desde la ventana a su
espalda se filtraba a través de su fino camisón, proyectando cada curva perfecta en una
suave silueta. Mientras ella se frotaba los ojos somnolientos y le miraba sorprendida, él
se agarró a la puerta y tragó saliva.

—Eh...—Su mente se quedó en blanco.

—¿Finn? —No había nada guardado en sus ojos, todas sus defensas estaban bajas.

—¿Por qué te fuiste? —preguntó él, incapaz de levantar la voz por encima de un
áspero susurro.

Las esquinas de su boca se curvaron hacia abajo.


—¿Tienes que preguntar?

Clavando los dedos en la madera, siguió el camino de su larga cabellera cayendo


contra el suave ascenso y descenso de sus pechos. Todos los pensamientos se
desvanecieron cuando se llevó un mechón de seda a la nariz e inhaló el embriagador
aroma de las gardenias que persistía en su cabello. Una súbita fiebre subió bajo su piel y
su cuerpo se tensó.

Tragando en seco, lo soltó y se agarró al otro lado de la puerta. Fue todo lo que
pudo hacer para no descender sobre ella en un arrebato de pasión ciega.

—Fate —consiguió decir— quería bailar contigo una última vez.

Ella parecía cabizbaja.

—¿Una última vez?

—¿Olvidaste que nos vamos mañana para ir a la última fábula? —preguntó él, la
angustia de dejar Beldereth despejando un poco su mente.

Sus ojos se abrieron de par en par con esperanza.

—¿Aún piensas ir?

Forzando su mirada hacia la ventana, observó la luna llena que rozaba los lejanos
picos de las montañas.

—Mentiría si dijera que no lo he estado temiendo. Pero ¿qué opción tengo?

—Podrías quedarte —dijo ella—. Parece que estás bien ahora.

Él dejó caer su mirada de nuevo hacia ella. Atraído por la impotencia, agachó la
cabeza y se inclinó hacia ella.

—Te he echado mucho de menos.

La luz de su corazón había disminuido hasta convertirse en un tenue resplandor


durante el último mes, pero de repente se encendió, palpitando rápidamente cuando ella
se acercó y tocó sus labios con los de él, ligeros como el tacto sedoso de las alas de una
mariposa. Él se perdió una vez más.

—Quédate conmigo esta noche —susurró ella.

Él retrocedió sorprendido. Después de su último encuentro, esperaba que ella se


resistiera, sobre todo porque había evitado todo contacto con él en el baile. Ella estaba
tan abierta ahora, demasiado abierta. Su confianza se resquebrajó.

—No debería —Ella le soltó una de las manos de la puerta—. Sólo estar conmigo.
Nada más.
Él se puso rígido, afectado por el miedo, pero incapaz de obligarse a salir.

Ella sonrió.

—Deja de preocuparte, ya no soy la chica indefensa de hace tres meses —Su


expresión se volvió seria, intencionada—. Tengo fe en ti, Finn.

La convicción en su voz lo fortaleció más de lo que ella jamás sabría. Soltando su


ancla, permitió que ella lo arrastrara a la habitación. Sin quitarle los ojos de encima,
cerró la puerta de una patada detrás de ella. Mientras caminaba hacia la cama, miró por
encima del hombro. Él se puso rígido cuando ella se acomodó en la suavidad de las
almohadas y el colchón de plumas.

Acarició el colchón, indicándole que se sentara a su lado.

—No voy a morder. Al menos no mucho —dijo ella, con una luz traviesa en los ojos.

—No tiene gracia —murmuró él, apretando con fuerza y rapidez la explosión de
calor que le recorría.

Respirando profundamente y con mesura, cruzó la habitación lentamente,


repitiendo el mantra de la tranquilidad en su mente, pero su concentración se
desmoronó cuando pisó las gardenias esparcidas junto a la cama, cuyo perfume se liberó
en el aire. Dio un paso atrás, deteniéndose cuando ella se adelantó para agarrar su mano.

—¿Puedo... puedo ver la cicatriz? ¿La que te hice? —La jovialidad había
desaparecido de su voz.

—No es tan bonita.

—Por favor, quiero verla —Cambiando su peso, se levantó sobre sus rodillas,
desabrochando su chaqueta con manos temblorosas.

Él apretó los dientes, luchando contra la ola de abandono sin sentido que le
invadía. Cuando le retiró la camisa, sus dedos rozaron su piel. Temblando bajo su
contacto, se agarró al poste de la cama tallado, apretando hasta que le dolieron los
dedos.

Al oír un pequeño jadeo, miró hacia abajo. La vergüenza le calentó la cara mientras
miraba la cicatriz. Estaba completamente curada, pero seguía siendo una roncha gruesa
y dura.

—Lo siento mucho —susurró ella.

—No te preocupes por eso —dijo él. Le pasó la mano por el pelo y le besó la parte
superior de la cabeza, con el único deseo de aliviar su sentimiento de culpa—. Como he
dicho, es lo mejor que me ha podido pasar. Lo mismo ocurre con los demás.

Su mirada se dirigió al rastrillo de cuatro cicatrices que el glotón le había hecho.


—Nunca me contaste cómo ocurrieron.

—Tienes razón, nunca lo hice —dijo él, relajándose lo suficiente como para sentarse
junto a ella. Hablar era justo la distracción que necesitaba.

Ella se acercó, metiendo las piernas bajo el camisón y tirando del dobladillo hasta
los dedos de los pies, como probablemente lo hacía cuando era una niña. Sintiéndose
más cómodo, se acomodó contra las almohadas, estirando las piernas hacia delante y las
manos detrás de la cabeza mientras describía el ataque del glotón y el significado
subyacente del sacrificio final del animal.

Fate escuchó absorta. Cuando terminó su historia, ella señaló la débil cicatriz que
Tove le había marcado en la piel la noche en que lo encontró en el túmulo de los trolls.

—¿Y esto? ¿Por qué te grabó esa marca?

—Es una runa de purga —dijo él pensando en Tove. Por un breve momento volvió a
estar en el Bosque de Huesos Retorcidos, recordando aquella época sencilla y pacífica—.
Se quema en la piel para eliminar lo que el cuerpo necesita para curarse; en mi caso, el
veneno. Por supuesto, no funcionó en mí —Se sumió en el silencio, con esa carga siempre
presente que lo agobiaba.

—¿Aún la amas?

La respuesta le llegó en un instante, pero dudó. No quería herir a Fate. Pero


tampoco podía mentirle. Ella merecía su honestidad.

—Sí —dijo al fin— todavía la amo, pero no de la manera en que te amo a ti.

La luz de su brillante corazón se deslizó hacia su cuello, traicionando su creciente


pulso.

—¿Cómo puedes amarnos a las dos?

—Sé que no es lo que quieres oír, pero no es tan sencillo como apretar un botón
para apagar mis sentimientos por Tove. Tienes que entender que ella me lanzó un
salvavidas cuando estaba al borde de la muerte y me sacó de ella como una persona más
fuerte y sabia. Estaré siempre agradecido con ella y Grysla por eso.

—Pero te enamoraste de Tove.

—Sí, lo hice. Ella no es como nadie que haya conocido. No es de nuestro mundo, y
sin embargo está conectada a todo lo que la rodea de una manera extraordinaria —Fate
se puso en pie de un salto y habría saltado del extremo de la cama si él no la hubiera
agarrado instintivamente por la cintura. Ella forcejeó contra él mientras él tiraba de ella
para que se sentara a su lado—. No, Fate —dijo él, rodeándola con sus brazos y tocando
su frente con la de ella— tú me lo has dado todo. Puede que Tove me haya salvado la
vida, pero tú me diste la vida. Soy quien soy gracias a ti.
Ella se quedó quieta entre sus brazos.

—Decirte esto es algo que debería haber hecho hace mucho tiempo —continuó —
sólo porque me ha llevado un buen tiempo darme cuenta de ello. Pero ahora que lo he
hecho, sé que es la razón por la que estamos tan profundamente conectados. Somos
parte del otro, dos mitades de un todo...

—¿Todavía te sientes así? —dijo ella, tensándose de nuevo.

—¿Y por qué no lo haría?

—Por nada —dijo ella demasiado rápido, señal inequívoca de que no le estaba
contando todo.

Él aflojó el agarre y se apartó para mirarla. La decepción en sus ojos sólo lo


confundió aún más.

—¿Qué pasa?

—Es que... si te sientes atraído por mí por encima de la incomparable Tove, porque
como dices, yo soy tú y tú eres yo, hace que todo esto sea un poco narcisista. ¿No crees?

—No es así y lo sabes. Fate Floyd, escritora extraordinaria, puede haberme dado el
material del que estoy hecho, pero ahora soy mi propio hombre. Cada día que pasa, me
convierto en algo más de lo que tú me hiciste —Hizo una pausa, rozando con el dorso de
la mano un lado de su rostro, tan hermoso a la luz lechosa de la luna—. Y yo soy alguien
que te encuentra absolutamente cautivadora.

Ella se quedó sin fuerzas cuando toda la tensión se desvaneció en ella.

—¿De verdad?

—Sí —dijo él, necesitando desesperadamente demostrarle que hablaba en serio,


pero no podía arriesgarse ni siquiera a un beso sin ir a un lugar peligroso. Entonces algo
se le ocurrió. Abrió el sporran de piel de foca que llevaba en la cintura y sacó la cinta de
su madre—. Quiero que tengas esto.

Ella negó con la cabeza.

—No, no podría. Sé lo mucho que significa para ti.

—Sí, entonces sabes que es como un pedazo de mi corazón. Así que no digas que
no.

Enrolló la cinta de raso blanco alrededor de su muñeca varias veces y la ató,


sellando el nudo con un beso.

Sonriendo tímidamente, ella frotó la tela sedosa contra su mejilla.


—¿Significa esto que hemos vuelto a hacer el nudo?

—Nuestro nudo siempre ha estado atado y nunca se ha deshecho —susurró él, con
la garganta apretada por la abrumadora alegría. Ella es mía. Sonriendo, la acercó y se
recostaron en las almohadas.

Ella apoyó la cabeza en su pecho.

—Esto es bueno.

—Sí —aceptó él.

***
El sol de la mañana brillaba a través de la ventana, despertando a Finn. Abrió los
ojos con pánico, temeroso de lo que podría haber hecho tras perder el conocimiento.
Cuando vio que Fate seguía acurrucada contra él y dormía plácidamente, se relajó,
agradecido de haber conseguido permanecer entero durante la noche. Volvió a hundirse
en la almohada cuando el recuerdo de lo que habían compartido lo inundó de paz.
Habían sanado muchas cosas entre ellos. Se habían unido en corazón y mente. Y por
muy tentador que fuera hacer el amor cuando las palabras ya no podían expresar lo que
sentían el uno por el otro, había tenido que contenerse. No podía arriesgarse a bajar la
guardia hasta ese punto. Todavía no. Fate lo había entendido, pero eso no había
impedido que se desbordara el crudo deseo en ella. Se había inundado de él, una forma
agridulce de tortura para él. Había tenido que recurrir a todas las disciplinas que había
aprendido de los monjes para mantenerse a raya... y aún lo hacía.

Pensando que probablemente había forzado su suerte al máximo por el momento,


decidió que lo mejor era marcharse y tomar un descanso de la agotadora tarea de tener
que estar constantemente vigilante. Con cuidado de no molestarla, deslizó lentamente el
brazo por debajo de su cabeza y se bajó de la cama. Se congeló cuando vio el Libro de las
Fábulas apoyado en la pared. La noche lo había mantenido oculto en la sombra. Verlo
ahora a la luz del día lo llenó de miedo. No se le había ocurrido pensar que ella ya lo
había recuperado de los páramos de Duenthorn, pero ahora el gigantesco libro se
asomaba en un rincón como un detestable recordatorio de la prueba definitiva a la que
se enfrentaría en unas pocas horas.

Mientras se acomodaba la camisa y se abotonaba la chaqueta, volvió a mirar a Fate,


y su aprensión disminuyó cuando su mirada se detuvo en el impresionante desorden de
sus largos rizos, las líneas angelicales de su rostro y las tentadoras curvas ocultas bajo el
fino velo de su camisón blanco.

El feroz anhelo que había retenido durante toda la noche estalló de repente,
despertando la oscuridad dormida con una velocidad aterradora. Sintiendo que se
desenrollaba como una serpiente lista para atacar, se tambaleó y salió corriendo de la
habitación.
***
—¿Realmente creesss que todo esss-essso esss necesassrio? —preguntó Sithias. Iba
vestido con un traje de viaje de tweed y llevaba una bolsa de cuero llena hasta el borde
con sus obras recién escritas—. Parecesss preparado para la guerra total.

—Se llama armada hasta los dientes y quiero estar preparada para todo —dijo Fate
mientras deslizaba la última de sus seis dagas en la correa que llevaba en el muslo. Con
su habitual armadura de cuero, llevaba su espada ceñida a la cintura, una pequeña
ballesta y un carcaj atados a la espalda. Una capa con capucha ocultaba su arsenal,
pensando que no era prudente anunciar sus armas a los habitantes de la próxima fábula
con su llegada.

Sithias miró la cinta blanca que llevaba en la muñeca.

—¿Qué e-esee eees-eeesto? —Un penacho de calor subió a sus mejillas

—Es de Finn.

—Ah, todo esee-eseetá bien entonceees. Por cierto, ¿dónde eees-eeestá? Pensé que
ya estaría aquí.

—Debe estar despidiéndose de Rudwor —Ella tuvo cuidado de mantener su tono


uniforme. No quería que él notara lo ansiosa que estaba.

Después de esa increíble noche con Finn, el despertar sola había sido muy duro.
Pensó que todos los muros entre ellos se habían derrumbado. Habían hablado de todo
bajo el sol, la luna y las estrellas. Habían corregido malentendidos, compartido
confesiones alegres y dolorosas, admitido miedos, impartido lecciones y soñado con el
futuro. A pesar de que la había vuelto loca de deseo al acostarse junto a él sin siquiera un
beso, había logrado controlarse. Saber que la amaba y tenerlo cerca había sido suficiente.
Había confiado en que estaba muy cerca el momento en que podrían abandonar todo el
miedo y fundirse el uno en el otro.

Pero ahora no estaba tan segura como la noche anterior.

Un golpe en la puerta hizo que su pulso se acelerara en anticipación. Cuando


Gerdie asomó la cabeza dentro, la decepción se desplomó.

—Siento llegar tarde. Me costó mucho trabajo acostar a Valesca. No le gustan las
despedidas, pobrecita —Ella miró alrededor de la habitación—. ¿Dónde está Finn?

—Buena pre-pregunta —dijo Sithias, golpeando el dedo del pie con impaciencia.

—Tal vez debería ir a buscarlo —murmuró Fate y su inquietud aumentó mientras se


dirigía a la puerta.
Justo cuando tocó el picaporte, llamaron a la puerta. El alivio se mezcló con una
renovada excitación. Por fin. No podía soportar otra decepción con la bolsa del
almuerzo. Ya tenía los nervios a flor de piel por dejar la seguridad de Beldereth y avanzar
hacia lo desconocido, sin la ansiedad añadida de preguntarse por qué Finn tardaba
tanto.

Abrió la puerta esperando verle de pie. En cambio, la gran figura de Rudwor


ocupaba el marco de la puerta.

—Eh, pasa —dijo, con el corazón desbocado al ver que Finn no estaba detrás de él.

—He venido a despedirles —dijo Rudwor, con su voz profunda y estruendosa


llenando la habitación al entrar. Sus ojos se fijaron en el Libro de las Fábulas—. Así que
este es el gran libro malo. ¿Te importa si leo las dos últimas fábulas? Me ha picado la
curiosidad, por razones obvias.

—Te alegrará leer que el futuro de Beldereth parece brillante —dijo ella,
manteniendo una expresión neutra para ocultar su pánico y confusión. Nunca dejaría
que Rudwor la viera alterada, por muy nerviosa que estuviera en ese momento. Pasó las
gruesas páginas del libro a La Espada del Relámpago. Mientras él leía la historia, ella se
paseaba, mordiéndose el labio inferior.

—¿Qué es esto? —bramó de golpe— ¿Por qué nadie me habló de esta traición?

Ella se sobresaltó. Su voz tenía una forma de penetrar hasta los huesos.

—¿Qué traición?

—Aquí dice que el scryer real lo manipuló todo —Su rostro estaba rojo y se volvía
púrpura—. ¡El traidor se volvió contra mi hermano!

Fate se encontró de frente con su furiosa mirada, sin evitar encogerse de hombros
despreocupadamente.

—Lo siento, supongo que fue un descuido. —Miró a Sithias, que movía la cabeza en
señal de advertencia.

—¿Un descuido? —gritó Rudwor—. Tienes suerte de pertenecer a Finn, o yo... —


Levantó los brazos y resopló—. La criatura debe ser ejecutada de inmediato.

—Espera un segundo. Tu familia ha tenido a esa pobre criatura prisionera en un


pequeño pozo durante siglos. No es un mono de mar, ¿sabes? Por cierto, no se parece en
nada a sus fotos —Al darse cuenta de que su ceño había pasado de la molestia a la
perplejidad, decidió seguir con el tema—. Entonces, ¿quién podría culparlo por
vengarse? Tu familia le prometió que lo dejaría volver a casa, al océano, si cumplía su
parte del trato, lo que hizo durante mucho más tiempo del que tú o yo habríamos hecho
—argumentó.

Contuvo la respiración, su rostro se hinchó antes de exhalar finalmente.


—No puedo liberarlo.

Ella dio un paso adelante, con las manos en las caderas.

—No es una gran sorpresa. No parece estar en la sangre de tu familia el liberar


cosas.

—Estás hablando de Finn.

—¿Dónde está?

—Le dije que esperara hasta que leyera la última fábula para mí.

—¿Por qué?

—Porque no estoy seguro de que esté preparado para el desafío.

Le dio la espalda y volvió a prestar toda su atención a la lectura de El roble


sanguinario.

Fate le clavó los puñales en la espalda, con su temperamento alcanzando el punto


de ebullición a cada segundo que pasaba. Pero se contuvo, más preocupada por la
ausencia de Finn que por la interferencia de Rudwor. Al menos podría haber aparecido
para decirle que no estaba listo para irse. Se acercó a la ventana, golpeando con los
dedos el cristal y mirando el jardín. Un petirrojo se posó en un árbol cercano. Al ver un
gusano retorciéndose en su pico, se volvió con una mueca y descubrió a Gerdie y Sithias
mirándola, ambos con expresiones de preocupación. Se dio cuenta de que estaban
pensando en lo mismo que ella. ¿Por qué no estaba Finn aquí? Entonces la respuesta la
golpeó. De repente sintió como si el suelo se hubiera caído debajo de ella. La noche
anterior había sido la del adiós.

Rudwor se apartó del libro, con un aspecto sombrío.

—Ahora veo la causa de tanto dolor en el mundo. No envidio tu búsqueda.

—Entonces puedes ver que necesito la ayuda de Finn tanto como él necesita la mía
—El temblor en su voz traicionó su repentina falta de convicción.

—No, él no será de ninguna ayuda para ti. En cuanto esté en esa isla, estará
directamente bajo la influencia de Mugloth. Y luego estás tú, confundiendo sus sentidos.
Lo único que conseguirás es que lo maten —Rudwor se dirigió hacia la puerta. Tenía la
mano en el pomo de la puerta cuando se detuvo para mirarla—. Estoy seguro de que
puedes ver la sabiduría en esto. Y si le amas tanto como creo que lo haces, te despedirás
sin rechistar.

Fate miró fijamente al rey. Estaba tan enfadada que no podía hablar. Se dirigió al
Libro de las Fábulas y volvió a pasar las páginas hasta el final de La Espada del
relámpago. Ojeó el último pasaje antes de volver a dirigir su acalorada mirada a Rudwor.
—Ahora que tu decisión está tomada, será mejor que leas el último párrafo antes de
irte.

Él la miró con dureza sin moverse. Ella supuso que se iría, pero él la sorprendió
volviendo al libro y leyendo el pasaje en voz alta.

—Beldereth disfrutó de buena fortuna durante un tiempo, pero el linaje del rey
Lortaun estaba destinado a ser maldecido por la profecía del scryer. El campeón del rey
Rudwor, el Primer Caballero, fue tocado por un mal que ennegreció su corazón.
Beldereth volvía a tener un enemigo dentro de sus muros, un enemigo que dejaría el
reino en ruinas para siempre.

Miró con incredulidad las palabras recién entintadas en el papel envejecido.

—¿Cómo puede ser esto? No decía eso hace un momento.

—Tu decisión de que Finn se quede ha cambiado tu destino y el mío —dijo Fate —.
Ahora estamos todos condenados.

—No, no lo estamos —dijo una voz desde la puerta.

Todos se volvieron para ver a Finn. Estaba de pie, con los hombros erguidos y una
postura amplia, con la mirada dirigida a Rudwor. Había una mirada desafiante en sus
ojos, aunque medida con respeto mientras entraba en la habitación.

El alivio surgió en Fate. Era evidente que Finn había decidido unirse a ella.

Todo el comportamiento de Rudwor se suavizó.

—Has decidido ir, ¿verdad? —preguntó.

—Sí —dijo Finn—. Ya es hora de que me valga por mí mismo.

Sonriendo con tristeza, el rey puso su gran mano en el hombro de Finn.

—Sé que no debería haber presionado tanto para que te quedaras. Estaba siendo
egoísta. Te has convertido en el hijo que siempre quise y me duele mucho verte partir.

Los ojos de Finn se empañaron.

Rudwor le apretó el hombro.

—No dudes de tu fuerza, Finn McKeen. Y no me refiero a ese extravagante poder


que mostraste contra Murauda. Hablo de algo mucho más poderoso, el poder ilimitado
de tu espíritu y su fuerza imperecedera para hacer lo que debe hacerse. Sospecho que
sólo hemos visto la punta de él. Tu poder total está aún por explotar y estoy seguro de
que tu verdadera fuerza será mucho mayor de lo que cualquiera de nosotros pueda
imaginar —Su mirada gentil se dirigió a Fate, sorprendiéndola, especialmente cuando su
expresión no se tornó en irritación—. Cuando tienes algo importante por lo que luchar,
muchacho, nada puede detenerte. Ni una sola cosa.

Su sinceridad se derritió a través de su ira como el calor del sol en las ramas
heladas. Por primera vez pudo ver por qué Finn lo admiraba tanto y le rompió el corazón
que tuviera que dejar a ese hombre que se había convertido en su padre.

Rudwor lo envolvió en un abrazo de oso. Después de un momento, lo soltó,


manteniéndolo a distancia.

—Tienes un hogar aquí, joven arbolito. Siempre —Su mirada llorosa pasó por
encima de Fate, Sithias y Gerdie—. Todos lo tienen —dijo, con la voz entrecortada. Con la
cabeza gacha, se dio la vuelta y se marchó.

El dolor crudo marcó las líneas del rostro de Finn mientras miraba el espacio que
Rudwor había dejado vacío. Sithias y Gerdie se acercaron mientras Fate pasaba la página
de El roble sanguinario. No había nada que decir. No había palabras para el dolor de la
partida ni para el temor de lo que les esperaba. Todo lo que tenían era el uno al otro y
eso era suficiente, más que suficiente. Tomando la mano de Finn entre las suyas,
comenzó a leer la última fábula, que para bien o para mal sellaría los destinos de todos
ellos.
El Roble Sediento de Sangre
En la primera edad del mundo, la Mente Terrestre hizo crecer los Primeros
Árboles para que fueran su voz para aquellos que quisieran escuchar. Conocidos como
los Abuelos de todos los bosques, estos seres benévolos enseñaron sus secretos mágicos
terrestres a los druidas y estos sabios hechiceros utilizaron esta sabiduría sagrada
para ayudar a guiar a la humanidad. Y así fue como los humanos vivieron
pacíficamente dentro de las leyes de la naturaleza durante incontables eras. Pero a
medida que pasaba el tiempo, muchos humanos perdieron el rumbo y rompieron las
leyes de la naturaleza.

Estas leyes no solo se rompieron, sino que se rompieron en dos en la pequeña isla
de InnithTine, hogar de un roble gigante, el más antiguo de todos los Abuelos. Su
tronco era tan ancho como una casa grande y sus gruesas ramas se extendían hacia
afuera hasta el tamaño de una pequeña aldea. Se le podía ver desde cualquier lugar de
la isla, porque estaba enraizado en la cima de la colina más alta con vistas a un
majestuoso bosque de robles.

Cada primavera, los druidas hacían su peregrinaje anual a la arboleda sagrada


de InnithTine para celebrar el Alban Eiler, una época en la que el día y la noche son
iguales, cuando la luz y la oscuridad se enfrentan cara a cara. La ubicación de la isla
siempre había sido un secreto guardado, pero una primavera, cuando los Druideanos
se reunieron allí, descubrieron un pequeño pueblo de pescadores en las costas de la isla
donde ninguno había estado el año anterior. Los hechiceros entraron en las
catacumbas sagradas bajo las raíces del Abuelo Oak27 para buscar su sabiduría. El
árbol antiguo les dijo que los aldeanos habían sido pacíficos y respetuosos con la tierra
hasta el momento. Aceptando esto, los druideanos continuaron con su celebración.
Pero antes de irse, eligieron a uno de ellos para que permaneciera como Grove
Guardian28.

Mugloth fue elegido por sus habilidades curativas con hierbas y su conocimiento
del cultivo de cosechas y la cría de animales. La Orden creía que los aldeanos
agradecerían estas habilidades y, a su vez, estarían abiertos a aprender las leyes
sagradas de la naturaleza. Cuando el misterioso Druida entró en su humilde pueblo de
pescadores y les enseñó cómo cultivar abundantes cosechas y curarse con hierbas de
una manera que respetara la tierra, el pueblo prosperó bajo el cuidado de Mugloth.
Poco después, la gente participó en las celebraciones anuales para honrar la tierra y
sus estaciones cambiantes, y todo estuvo bien. Pero cuando los pescadores zarparon en

27
Roble
28
Grove Guardian: Guardián de la Arboleda.
los mares, se corrió la voz sobre su hermosa isla de robles. Cada año llegaban más
barcos a la costa y surgían más pueblos como la maleza en un jardín. Por mucho que
Mugloth viajara de aldea en aldea enseñando las leyes sagradas, no todos escucharon.
Hubo quienes lanzaron ojos codiciosos sobre el frondoso bosque y tomaron hachas
desenfrenadas hacia los árboles.

Mugloth tomó consejo con sus compañeros druidas cuando llegaron para
celebrar el Alban Eiler. Se lamentaron por la pérdida de tantos árboles y le dijeron que
tuviera fe y siguiera enseñando. Durante el año siguiente, Mugloth hizo lo que le
aconsejaron, pero la codicia cegó a la gente. Les advirtió que el bosque estaba bajo su
protección y se arriesgaba al castigo si no dejaban de violar la tierra. Pero nadie temía
al amable Druida, y les molestaba que les sermonearan sobre cómo administrar la
recompensa de su isla.

Miserable por el dolor, Mugloth se retiró a las catacumbas. El Abuelo Oak gimió
una advertencia, diciéndole que tuviera paciencia, todo iría bien a tiempo, porque tenía
muchas bellotas y crecería un nuevo bosque. Esto no hizo nada para calmar la furia de
Mugloth. No podía entender por qué el Abuelo Oak no estaba furioso. Sabía que el
árbol antiguo sentía el dolor de cada árbol talado incluso más que él, pero el Abuelo
Oak creía que la gente vería el error de sus caminos, aunque no fue así. A medida que el
dosel protector del bosque se redujo, y con él la alfombra verde de musgo, helechos y
flora, las almas de los aldeanos se volvieron tan estériles como la isla.

Cuando más de la mitad del bosque se había ido, y muchas de las aves y bestias
con él, Mugloth no pudo soportarlo más. Invocando a los vientos, provocó una
tormenta que estrelló los barcos contra las rocas y destruyó las aldeas.
Desafortunadamente, esto llevó a que se talaran más árboles para reconstruir casas y
nuevos barcos. Así que Mugloth maldijo sus cultivos y envenenó la tierra. Pero esto solo
trajo más barcos a la isla, barcos que transportaban alimentos, que partían con
mayores suministros de madera.

Cuando losDruidas regresaron a InnithTine al año siguiente, se sorprendieron al


descubrir que solo quedaba una pequeña arboleda. Encontraron a Mugloth cavilando
en las catacumbas y lo acusaron de no cumplir con su deber como Guardián de la
Arboleda. Él describió la ira que había provocado sobre los aldeanos. Juzgando sus
acciones como imprudentes y sin visión, losDruideanos lo expulsaron de la Orden y lo
desterraron de su amada isla.

Mugloth se despidió y pisoteó la tierra árida, maldiciendo a la Orden y golpeando


con su bastón los tocones que se alineaban en el camino. Estaba tan absorto en sus
pensamientos que tropezó y cayó sobre el cadáver de un ciervo. Su piel pareció
retorcerse y retrocedió horrorizado al darse cuenta de que estaba cubierto por una
manta de hormigas carnívoras. Al estudiar a las diminutas criaturas, se maravilló de
cómo la tierra en ruinas las había obligado a derribar presas tan gigantes. Se quedó
allí observando las hormigas durante horas mientras el sol se hundía en el gran
horizonte acuoso. Mientras la oscuridad caía sobre la isla, una oscuridad aún mayor se
apoderó de su alma.
Mugloth comenzó a lanzar un siniestro hechizo alrededor de las hormigas. Uno
que aumentó su número mil veces y los envió a marchar colina arriba para darse un
festín con los Druidas que dormían dentro de las catacumbas. Cuando las hormigas
limpiaron la carne de sus huesos, envió a su ejército a las aldeas. La mayoría fueron
devorados vivos, mientras que algunos escaparon a los barcos. Pero Mugloth conjuró
rápidamente una tormenta, que estrelló sus barcos contra la costa rocosa de la isla.
Los que sobrevivieron y nadaron hasta la orilla pronto descubrieron que los
aguardaban horrores aún mayores.

Cuando regresó a las catacumbas, sintió el peso de la tristeza del Abuelo Oak. El
gran árbol lloró con tanta fuerza, la tierra se estremeció y las catacumbas se
hundieron hacia adentro, enterrando los huesos de sus compañeros Druidas, mientras
Mugloth apenas escapó de ser enterrado vivo.

Esta fue la última traición para Mugloth. Así que convocó a los vientos y
tormentas para destruir al Abuelo Oak. Los feroces vientos empujaban y empujaban al
enorme árbol, pero sus raíces apretaban la tierra y se mantenían firmes. Mugloth
empujó su bastón hacia el cielo y sacó un rayo de las nubes negras. Los rayos
golpearon al Abuelo Oak en el corazón de su tronco. Hubo un crujido repugnante y un
terrible gemido cuando el viejo árbol se partió en dos.

Haciendo a un lado la tormenta, se acercó al poderoso árbol. La voz del Abuelo


Oak se quebró con angustia y compasión mientras perdonaba a Mugloth, prometiendo
ayudarlo a regresar a los caminos sagrados. Pero la oscuridad en Mugloth tenía un
punto de apoyo firme.

Creía que tenía todo el derecho a vengarse de los infractores de la ley y se


comprometió a hacer que el Abuelo Oak lo viera. Así que trepó por el grueso tronco
hendido y se encajó dentro. Usando su bastón, Mugloth canalizó todo su odio y
pensamientos venenosos hacia la herida del Abuelo Oak.

El gran árbol no era rival para la terrible oscuridad dentro de él. En ese momento
sucedió algo horrible. Cuando la ruptura se cerró sobre el Druida, el hombre y el árbol
se volvieron uno y el mismo. En el instante en que Mugloth se encarceló dentro de la
madera viva, el Abuelo Oak se transformó en una monstruosidad infernal, que excavó
sus raíces hambrientas por toda la isla, buscando venganza alimentándose de los
infractores restantes hasta que su savia se volvió negra de sangre y apestaba a muerte.

Los aldeanos condenados finalmente terminaron los frenesí de la alimentación


sacrificando uno de los suyos al Roble Sediento de Sangre cada año en el día de Alban
Eiler. A medida que pasaba el tiempo, todos hicieron lo necesario para sobrevivir.
Recogieron las bellotas del roble malvado y los trozos de madera rajada para usarlos
como trueque con los que pasaban por los vientos alisios, mientras que muchos
visitantes pobres fueron capturados y sacrificados en lugar de los suyos. Innumerables
siglos pasaron de esta manera, permitiendo que la venganza de un hombre sembrara
su odio por todo el mundo.
Capítulo 32
PARECÍA TODA UNA VIDA DESDE QUE FATE HABÍA IDO DE UNA FÁBULA A
la siguiente y había olvidado lo intensamente inmersivas que eran las historias. Sintió el
odio de Mugloth presionándola, una fuerza palpable de la que parecía hecha la tela del
mismoaire.

Por fin, las horribles imágenes del roble se fragmentaron en un enjambre furioso de
letras que parecían resistirse a regresar a las páginas envejecidas del libro. El pesado
sentimiento persistía incluso después del lanzamiento de la historia. La estocada en
Innith Tine fue violenta, derribando a Fate.

Al encontrarse sobre su espalda, abrió los ojos a un cielo azul de tenues nubes y una
mancha de gaviotas grises volando sobre su cabeza. Aspirando aire salado en sus
pulmones sacudidos, volvió la cabeza, buscando a los otros. Sithias y Gerdie no estaban a
la vista, pero Finn estaba junto a ella de rodillas, con la cabeza gacha.

Preocupada por lo que les había sucedido, se sentó alarmada, sintiendo náuseas
por el movimiento repentino. ¿Se habían quedado atrás en Beldereth? Empezó a
levantarse, pero su estómago se revolvió y dio un vuelco. Obligada a quedarse quieta,
esperó un momento para que sus fuerzas volvieran y el mareo disminuyera. Miró a Finn.
Su cuerpo estaba rígido, todos sus músculos tensos. Parecía incapaz de moverse. Al
principio pensó que estaba sufriendo los efectos nocivos de la transición, pero luego se
dio cuenta de que era algo más. Suponiendo que debía estar reaccionando al bombardeo
del odio de Mugloth durante la lectura, esperaba que no estuviera a punto de convertirse
en un extraño despiadado de nuevo.

Si lo estaba, tenía que estar preparada. Su mano se movió hacia las dagas atadas
alrededor de su muslo. No estaba dispuesta a dejar que los horrores de la última vez se
repitieran.

Finn levantó la cabeza, su rostro pálido y contorsionado por la agonía.

—Puedo sentirlo.

Aliviada de ver que él todavía estuviera con ella, se acercó y puso sus manos sobre
sus hombros. Sus músculos tensos temblaron con moderación bajo su toque.

—¿Qué quieres que haga?

Apretando la mandíbula, hundió su puño en la arena.


—Aléjate de mí antes de que me entregue a él. No te quiero cerca de mí cuando lo
haga.

—No, luchamos contra estojuntos.

Los músculos de sus brazos y espalda se abultaron con tensión. Levantó la cabeza
lentamente, sus irises negros y el blanco de sus ojos inyectados en sangre. La oscuridad
salvaje que había estado conteniendo durante tanto tiempo se estaba gestando justo
debajo de la superficie, lista para estallar en libertad. Asustada, lo soltó.

—Mira —dijo él, su voz un gruñido bajo mientras señalaba más allá del hombro de
ella.

Fate se volvió, su mandíbula cayendo mientras contemplaba el árido y feopaisaje,


sin nada más que troncos y arbustos descuidados. Mientras su mirada seguía el terreno
ascendente hasta la cima de una colina en la distancia, vio el gigantesco roble, sin hojas y
tan negro como si se hubiera quemado hasta convertirlo en carbón. Sus inmensas ramas
extendidas se enredaban hacia arriba y parecían luchar con el mismo cielo. Miedo helado
se extendió a través de ella cuando la terrible realidad se asentó. No habían llegado al
comienzo de la fábula cuando pudieron haber lidiado con Mugloth antes de quese
hubiera pasado al lado oscuro. El Libro de Fábulas los había arrojado en el mismo final.

—¿Ahora entiendes? —dijo Finn, interrumpiendo sus pensamientos—. Él está en


todas partes. Sus raíces están por toda la isla, vivas y arrastrándose debajo de nosotros
en este momento. No hay forma de luchar contra eso. Y si lo intentas, sólo lograrás que
te maten. No podría vivir con eso.

El miedo y el dolor en sus ojos solo aumentaron el miedo de ella. Él se estaba


rindiendo y ella sabía que, si él se rendía ahora, no habría forma de recuperarlo. Tenía
que hacer algo para sacarlo de allí, y solo había una cosa en la que podía pensar. Por
mucho que la matara hacerlo, tenía que desencadenar la lucha en él.

Poniéndose de pie de un salto, le dio una fuerte patada en el pecho. Él voló hacia
atrás y aterrizó de espaldas. Antes de que pudiera recuperarse del impacto de su ataque,
ella se lanzó y lo inmovilizó con todo su peso, agradecida por la velocidad y fuerza
sobrenatural residual que le quedaban.

La conmoción de él se disipó, reemplazada por una rabia instantánea. La lanzó


sobre su cabeza y se puso de pie de un salto. Ella rodó y se levantó a una posición
arrodillada, con una daga en cada mano.

—¿Qué es esto? ¿Ya te has rendido conmigo? ¿Así es como va a ser? ¿Matar o
morir? —dijo él, su voz un gruñido y su rostro una máscara oscura.

La adrenalina la recorrió. ¿Lo había empujado al límite? No podía decirlo.


Apretando un puñado de arena, le permitió acercarse antes de arrojárselo a la cara. El
viento le arrojó arena a los ojos y se tambaleó hacia atrás. Ella tomó la abertura y se
estrelló contra él con la punta de su hombro, tirándolo al suelo, esta vez con la punta de
una hoja presionada en su garganta y la otra colocada sobre su corazón.

—No lo harás —dijo enfurecido.

Ella perforó su piel. Una gota de sangre goteó contra la hoja.

—Dame una razón para no hacerlo.

Él la miró.

—Solo hazlo. Ambos estaremos mejor —dijo, el dolor evidente en su voz.

¿Por qué estaba siendo tan pesimista? Le daban ganas de gritar. Por suerte para él,
ella ya no tenía el poder de romper huesos con un grito de guerra. Ella pasó la hoja
afilada por el cuello de él, un corte superficial, siempre más seguro que uno profundo, y
se detuvo en la yugular. Una línea de brillante sangre roja brotó de la herida.

—Puedes morir rindiéndote o puedes morir luchando. Pero si soy yo con quien
quieres pelear, te lo prometo, morderás el polvo aquí y ahora.

—Siempre estoy listo para una buena pelea —dijo él con los dientes apretados.

Insegura de lo que quería decir, ella giró la hoja, al mismo tiempo que se odiaba a sí
misma por lastimarlo.

—¿Con quién?

Él comenzó a temblar de risa, sus labios estirados en una mueca.

—No tú, bola de fuego. Preferiría enfrentar a cien Mugloths antes que tu ira
cualquier día.

Fate mantuvo la daga en su lugar, buscando cualquier señal de engaño de su parte.


Pero sus ojos estaban volviéndose de un verde brillante mientras la miraba con asombro.
Apenas había enfundado sus espadas cuando él la rodeó con sus brazos y la hizo girar.

—Nunca dejas de sorprenderme —dijo él, su voz ronca—. Cortaste directamente a


través de la penumbra y me sacaste. ¿Cómo supiste que debías hacer eso?

—No lo sabía, pero no iba a solo quedarme de brazos cruzados y dejarte ceder.
Pensé que hacerte enojar era mejor que permitir que el miedo se apoderara de ti.

Su expresión se volvió seria.

—Tienes razón. Necesitaba una buena bofetada —Se paró y la ayudó a ponerse de
pie—. Es extraño. Viéndote así de fuerte, es como si me hubieras entregado un escudo.
Todavía puedo sentir a Mugloth tratando de llegar a mí, pero no me siento tan
vulnerable como antes.
Ella limpió el corte con la punta de la manga.

—Casi es bueno, pero sigue siendo preocupante de la manera ¿me-morderá-mi-


novio-hombre-lobo?

Él hizo una mueca mientras ella limpiaba el corte.

—Créeme, puedo manejarlo desde aquí.

Sithias tropezó con ellos, jadeando y sin aliento.

Aliviada de ver que había llegado sano y salvo al interior de la fábula, Fate casi lo
abraza. Pero la molestia y la renovada preocupación por Gerdie la detuvieron.

—¿Dónde estabas? ¿Y dónde está Gerdie? —Ella miró más allá de él, feliz de verla
trotar hacia ellos a un paso lento y constante—. ¡Ya tengo suficiente de qué preocuparme,
sin preguntarme dónde están ustedes dos!

—Lo sssiento,ssseñorita, pero cuando acabábamos de llegar, Finn y tú essstaban


tardando demassiado en recuperarssse del viaje, decccidimosss explorar un poco la
playa. Y esss algo bueno que lo hayamosss hecho. Que esss lo que necccesssito decccirte.
Tenemosss que esssconder el Libro de Fábulasss, ahora. Antesss de que esssosss
pessscadoresss rodeen el sssitio y lo vean.

—¿Dónde? No veo a nadie —dijo, mirando hacia la larga playa, donde se curvaba
sobre el agua en un delgado espolón.

—Confía en mí, llegarán pronto. Acababan de atracar con una pobre ballena a
cuessstasss cuando nosss vieron a Gerdie ya mí. Nosss llamaron, pero en cccierto modo
nosss escapamosss —dijo, su mirada moviéndose al corte en el cuello de Finn—. ¿Qué te
passsó a ti?

Finn le dedicó una sonrisa adolorida.

—Fate pasó.

Sithias le lanzó una mirada ansiosa.

—No es lo que estás pensando —dijo ella, sabiendo que él temía que ella perdiera la
cordura, como solía decir. Miró a su alrededor en busca de un lugar donde esconder el
Libro de Fábulas—. Caray, no hay árboles ni arbustos lo suficientemente grandes como
para ocultar esta cosa —Ella sacudió su cabeza—. Realmente han arruinado el lugar.

Finn asintió con tristeza.

—La isla es poco más que una herida abierta.

—Podríasss volverlo invisssible de nuevo —sugirió Sithias, al ver que los pescadores
habían rodeado el sitio.
—No, alguien podría venir y chocar con él —dijo—. Yo digo que lo enterremos aquí
en la arena—. Sacando su cuaderno del bolsillo de su capa, rápidamente escribió una
descripción del librosiendo enterrado. Tan pronto como la leyó en voz alta, el enorme
libro descendió, el suelo elevándose donde se hundió bajo la superficie, mientras un
viento invisible alisaba la arena como si nunca hubiera estado allí.

Gerdie se unió a ellos justo cuando lo último del libro desaparecía bajo la arena.

—Justo a tiempo. No creo que queramos que ninguno de esos hombres vea el libro.
Son un grupo de aspecto rudo.

Todos se volvieron hacia los pescadores.

Cargando arpones ensangrentados, los hombres caminaron por la playa para


encontrarse con ellos.

—¡Ahoy ahí! —gritó uno de ellos, con un marcado acento celta. Eran cinco, cada
uno más curtido que el otro, con manos ásperas y callosas y melenas de cabello rígidas
rociadas por el mar.

Sithias les devolvió el saludo.

—¡Ahoy!

Ignorándolo, los hombres miraron a Fate con una incómoda cantidad de interés.
Finn se inclinó frente a ella, pero ella lo rodeó, mirándolos directamente hasta que todos,
menos uno, bajaron la mirada.

—¿Y qué te trae a nuestra pequeña isla, cariño? —dijo el hombre que no se había
dejado intimidar por su mirada fría. Su ondulado cabello oscuro enmarcaba los restos
morenos de rasgos que alguna vez fueron hermosos. Podía decir queestaba
acostumbrado a obtener lo que quería de las mujeres.

Ella lo miró con los ojos entrecerrados, pensando rápidamente en una respuesta.

—Estamos interesados en comprar algo de roble. Escuchamos que este era el lugar
para conseguirlo.

El hombre sonrió revelando una boca llena de dientes manchados de tabaco. Ella se
tragó su repulsión mientras sus ojos vagaban de sus rizos indomables enredándose en el
viento, más allá de su barbilla a lugares que la hicieron enrojecer de indignación.

—Bueno, vinieron al lugar correcto para eso. Pero en serio, ¿qué los trajo aquí? No
veo ningún barco.

Finn deslizó su brazo alrededor de la cintura de ella, su agarre firme y posesivo.

—Nuestro barco está anclado al otro lado de la isla, amigo.


El hombre apartó la mirada de ella a regañadientes y miró a Finn.

—¿Hay más de ustedes? —preguntó, su tono escéptico—. ¿De vuelta en este barco
suyo?

Los ojos de Finn cambiaron a tonos más oscuros de verde y los músculos de su
mandíbula se contrajeron.

—El capitán y la tripulación habituales. Y nos estarán esperando todo el tiempo que
necesitemos que lo hagan.

Sithias dio un paso adelante, insertando una sonrisa en la conversación.

—¿Hay alguna posssada aquí en la isssla con algunasss habitaccciones para


alquilar?

La mirada del hombre se desvió débilmente hacia Sithias, moviéndose hacia Gerdie
con aún menos interés, y de regreso a Fate con un destello emocionado.

—Solo sigan la costa. Llevará al pueblo, y a la posada.

—Graciasss —dijo Sithias, con un gesto de despedida.

Cuando estuvieron bien lejos, Gerdie dejó escapar un suspiro de alivio.

—Bueno, seguro que parecían resbaladizos.

Sithias miró hacia atrás para asegurarse de que los pescadores estaban regresando
a su pesca del día.

—Sssí. No me gussstó la mirada en sssusss ojosss.

El agarre de Finn en su cintura se relajó un poco.

—Debemos tener cuidado. Aquí todos son poco fiables, hasta las pinzas. Recuerden,
solo buscan salvarse a sí mismos.

Sithias arrugó la nariz.

—¿Qué esss essse olor?

Habían llegado al pueblo, que se aferraba como percebes cubiertos de sal a las
escarpadas rocas que sobresalían a lo largo de la costa. Las olas agitadas chocaban con
las rocas negras, esparciendo espuma de mar sobre un malecón gris cubierto de
líquenes. Un gran grupo de mujeres destripaba pescado y tiraba los residuos por el
muelle. Sus expresiones vidriosas estaban erosionadas por los elementos, pero la
opacidad en sus ojos se agudizó con gran interés en el momento en que vieron a los
nuevos visitantes de la isla.
—Pescado —murmuró Gerdie con una mirada amarga en su rostro.

Sithias agitó una mano frente a su nariz.

—Sssí, de hecho.

Caminaron más a lo largo del muelle podrido, la madera crujiendo y hundiéndose


bajo sus pies como si fuera a ceder en cualquier momento. Era evidente que el pueblo
reflejaba el mismo exterior tosco y desgastado de sus habitantes. Antes de llegar a la
colección principal de edificios, que parecían más chozas torcidas inclinadas juntas, un
grupo de niños desaliñados corrió a su alrededor. Pequeñas manos mugrientas adulaban
sus ropas mientras suplicaban dinero. Sithias arrojó una moneda lejos del muelle para
alejarlos. Cayeron sobre la moneda solitaria, empujándose, golpeándose y mordiéndose
como perros salvajes peleando por un trozo de carne.

Fate observó, preocupada por la inquietante escena. Entonces se dio cuenta de que
uno de ellos no se había unido a la refriega. Una pequeña niña pelirroja estaba de pie a
un lado, mirando a Fate con una sonrisa astuta en su rostro. Algo en la mirada que la
niña le daba le hizo un nudo en el estómago.

Siguieron adelante, encontrando la posada en el otro extremo del pueblo. Su ritmo


se desaceleró cuando vieron el letrero oscilando tristemente en la brisa. Estaba
descolorido, descascarado y medio colgando de un gancho de un poste de hierro forjado
oxidado.

—Alguien ha tenido mucho dessscaro al llamar a esssto la Posssada Roble Real —


murmuró Sithias. Miró a lo largo del edificio desgastado. La mayor parte de la estructura
se extendía sobre el agua, sostenida por un muelle de aspecto tambaleante—. No creo
que debamosss quedarnosss aquí. Sssi el viento ssse levanta, esss posssible que nosss
encontremosss dessspertando en el mar.

Gerdie arrugó la cara.

—El siempre presente hedor a pescado me molesta más que cualquier otra cosa.
Hace que la vieja pocilga huela comoun jardín de rosas.

—Sí, no exactamente cinco estrellas, ¿verdad? —dijo Fate—. Decrépito


probablemente no sea una palabra suficiente para lo que nos espera dentro. Sé que está
muy lejos de lo que estábamos acostumbrados en Beldereth, pero intentemos y
saquemos lo mejor de esto por el momento, ¿de acuerdo? No queremos atraer ninguna
atención indeseada. No mientras estemos tratando de averiguar exactamente cómo
vamos a mejorar esta fábula.

—No veo un final felizzz para essstassshorriblessspersssonasss—dijo Sithias en voz


baja—. Hacccen que misss essscamasss ssse pongan de punta. Desssde que llegamosss
aquí, he sssentido como sssi esstuvieramosss sssiendo vigiladosss y essscuchadosss.
Inclussso cuando no hay nadie a la visssta.
—Creo que te refieres al vello de tus brazos, pero sí, sé lo que quieres decir —
coincidió Fate—. Hay un ambiente definido de Los Niños del Maíz29 aquí —Ella había
tenido sensaciones similares, esa sensación punzante en la parte posterior de su cuello
como si la estuvieran espiando. Y una campana de advertencia sonando en su cabeza
para cuidar lo que decía porque cada palabra estaba siendo medida y juzgada. Se
preguntó si era la presencia de Mugloth lo que estaban sintiendo. Finn había dicho que
sus raíces estaban por todas partes. Si solo se estaban dando cuenta de eso ahora, ¿cómo
se sentiría él? Ella lo miró, incapaz de ocultar su preocupación. Había estado callado
todo el camino hasta la posada.

Finn captó su mirada preocupada y se inclinó para susurrarle al oído.

—No te preocupes, amor. Era un poco arriesgado para mí de camino aquí, pero
estoy mejor ahora que mis pies están fuera de la isla y en el muelle. Las raíces no deben
haber atravesado las rocas.

—Bien —dijo ella con alivio y empujó la puerta para abrirla, sus bisagras crujientes
anunciando su presencia.

Lámparas de aceite de manteca llenaban el sombrío interior con una neblina


asfixiante. Eran momentos como estos cuando Fate realmente extrañaba la electricidad y
cosas como el cumplimiento del código de salud moderno. Sus pensamientos tocaron
brevemente el disfrutar de algunas comodidades y entretenimiento del siglo XXI con
Finn después de que todo esto hubiera quedado atrás. Por una vez, finalmente veía la luz
al final del túnel, un nuevo camino brillante abriéndose frente a ella. Incapaz de evitar
sonreír, lideró el camino más allá de algunas mesas vacías hasta el fondo de la sala. Un
hombre regordete con una escasa pizca de tenue cabello gris estaba de pie secando unas
jarras de vidrio detrás de una barra de roble, su superficie rayada y gastada por sus
muchos clientes, quienes supuso que se beberían una pinta o dos al atardecer.

—¿Qué puedo hacer por ustedes? —preguntó, su holgada papada temblando


mientras hablaba. Parecía que debería estar sorprendido de ver visitantes, pero no lo
estaba.

Fate comenzó a hablar, pero Sithias intervino.

—Permíteme manejar esssto —dijo, dejando su bolso de mano. Levantando la


barbilla, miró por debajo de la nariz al hombre mientras se quitaba los guantes de
cuero—. Essstamosssbussscando un par de habitaciones —dijo—. Una para lasss
damasss y otra para nosssotros losss caballerosss.

29
Es la primera de las películas de terror basadas en el relato homónimo que forma parte del
libro El umbral de la noche, de Stephen King. La historia transcurre en el pueblo ficticio de Gatlin
en Nebraska, EE. UU. Allí una entidad demoníaca a la que se denomina “El que camina detrás de
las filas” ejerce una poderosa influencia sobre los jóvenes de la zona, a quienes insta a asesinar
a todos los adultos mediante rituales brutales, para asegurar el éxito de la cosecha de maíz
El posadero se inclinó hacia adelante, escrutando su apariencia de pies a cabeza,
sin duda evaluando su valor.

—¿Tienes piezas de oro para frotar?

Sithias arrojó dos monedas de oro sobre la superficie mellada de la barra.

—¿Essstasss ssservirán?

Fate se inclinó y susurró—: ¿De dónde viene todo este dinero?

Hinchando el pecho, susurró en respuesta—: Sssolo un pequeño regalo de misss


adoradosss fansss en Asssgar. Había másss frijolesss y guijarrosss en la mezzzcla
dessspuésss de que la ilusssión de Moria ssse desssvaneccció, pero algo era de hecho oro.

El posadero mordió cada moneda y sonrió con aire de suficiencia.

—Estas servirán muy bien, por unos días al menos. Se necesitarán dos más si
piensan quedarse el doble de tiempo —Echando su andrajoso trapo por encima del
hombro, salió de detrás de la barra y los condujo por un pasillo largo y estrecho. Sin
aliento cuando llegaron al final, abrió dos puertas enfrentadas. Cada habitación sucia
albergaba una cama llena de bultos con una manta raída, una mesa de noche en ruinas y
una lámpara de aceite manchada de hollín.

Abrió la puerta entre las dos habitaciones y entró con dificultad.

—La bañera está ahí, con una estufa y leña para calentar el baño. Y toda el agua que
necesitarán está bajo sus pies —dijo, abriendo una escotilla en el suelo para revelar las
olas chocando con los postes podridos de la posada.

Consternado, Sithias miró por la escotilla.

—¿Agua de mar? ¿Esssperasss que nosss bañemosss en agua de mar?

El posadero se encogió de hombros.

—Es mejor que nadar en él. Hay mucha menos arena y algas atascándose en esos
lugares difíciles de alcanzar cuando la subes a la bañera—dijo con una risa. Dejando a
Sithias con el rostro enfurecido, se arrastró por el pasillo y desapareció en las sombras
humeantes de la taberna.

—Bueno, nunca —jadeó Sithias.

Sonriéndole a su quisquilloso amigo, Fate negó con la cabeza mientras entraban en


una de las habitaciones.
—No te preocupes, Sithias, sabes que te tengo cubierto con agua limpia y Mr.
Bubbles30.

Gerdie cerró la puerta detrás de ellos.

—Caray, deja de hablar de baños. Tenemos otras preocupaciones, como estar


pendientes de esos aldeanos. Podrían hacer su movimiento en cualquier momento.

Sithias se sentó en la cama, tosiendo y estornudando mientras una nube de polvo


se elevaba a su alrededor.

—Me veo obligado a essstar de acuerdo. Esss obvio, por esssta abundante cantidad
de polvo, que no albergan ningún invitado aquí. Sssin duda, arrojan a sssusss víctimasss
desssprevenidasss al Roble Sssanguinario antesss de que sssiquiera puedan
inssstalarssse.

—Una cosa buena es que solo hacen los sacrificios en Alban Eiler—dijo Gerdie—.
Eso podría ser dentro de días o semanas.

—Es hoy —dijo Finn.

Gerdie parecía insegura.

—¿Cómo puedes estar seguro?

—Puedo sentirlo en mi piel y profundamente en mis huesos. En Alban Eiler, las


fuerzas de la luz y la oscuridad están igualmente equilibradas. Y ahora mismo el éter está
repleto de ondas de frío y calor colisionando —Miró a Fate, dándole una sonrisa
alentadora—. Pero la oscuridad ha ido menguando mientras la luz ha ido creciendo para
que cuando llegue el mañana, la luz venza a la oscuridad.

—¿Lo prometes? —dijo Fate, devolviéndole la sonrisa.

Un golpe en la puerta interrumpió su respuesta.

Ella puso los ojos en blanco.

—¿En serio? ¿Ahora?

—¿Deberíamos responder? —preguntó Gerdie.

Finn rodeó a Fate, su mano recorriendo la parte baja de su espalda, disparando un


distractor cosquilleo por su columna mientras él pasaba rozando para abrir la puerta.

El posadero estaba de pie en el pasillo.

30
Marca estadounidense de productos de baño de burbujas fabricada por The Village Company
—Se corrió la voz de que están en el mercado por algo de roble. Si están
interesados, hay algunos comerciantes listos para mostrarles sus mercancías.

—Saldremos en un minuto —dijo Finn.

—Les avisaré —dijo el posadero en un tono meloso.

Finn cerró la puerta y se inclinócontra ella.

—Están todos ahí afuera, listos para una emboscada.

—Oh, lo sssabía —dijo Sithias, su tono afligido—. Y aquí essstamos


sssobresssaliendo hacccia el occcéano, como langossstasss atrapadasss en una jaula.

—No, no saben a quiénes se enfrentan—dijo Finn. Le lanzó a Fate un guiño—. Pero


los educaremos con una demostración de fuerza que nunca habían visto, ¿eh, amor?

Ella asintió con la cabeza, agarrando la empuñadura de su espada mientras la


fiebre anterior a la batalla bombeaba por sus venas.

—Esss fácccil para ussstedesss dosss decccirlo con sssusss sssuperpoderesss. Pero
¿qué esssperan de nosssotrosss? —dijo Sithias, haciendoun gesto hacia él y Gerdie con
los brazos agitados—. Sssupongo que podría gritar insssultosss mientrasss la pequeñita
muerdealgunossstobillosss.

Gerdie lo fulminó con la mirada.

—¡Puedo hacer un daño grave si realmente quiero!

—Eso no será necesario —dijo Fate, tratando de mantener una cara seria—. Pero
gracias por la oferta de todos modos. Creo que Finn y yo podemos manejar esto.

—Sí—asintió Finn—. Todo lo que necesitamos que ustedes dos hagan es salir por la
escotilla y encontrar un lugar seguro para esconderse hasta que hayamos solucionado
esto.

—Podemosss hacccer essso —dijo Sithias, pero no parecía aliviado.

—¿Qué? —preguntó Fate.

—No puedo quitarme la sssensssaccción de que esssa horrible gente sssabe lo que
essstamosss planeando —dijo, mirando debajo de la cama como si esperara ver a alguien
escondido allí.

—Es la presencia de Mugloth lo que estás sintiendo. Toda la isla está podrida con
sus raíces —dijo Finn, su expresión sombría.

Sithias miró a Fate, sus ojos ambarinos muy abiertos por la preocupación.
—Tal vezzz deberíasss usssar lasss Palabrasss de Creación para resssolver esssto.
Dessspuésss del error que cometimosss con el Hombre Verde, ssseguro que ahora
sssabemos qué evitar. ¿No esss asssí?

Fate tragó con fuerza y miró a Finn esperanzada.

Él sacudió la cabeza.

—Sé lo que estás pensando. Pero no tenemos el lujo del tiempo para pensar en esto.
Tenemos que considerar todos los ángulos y cómo esto podría salir muy mal si no
tenemos cuidado.

Decepcionada, bajó la mirada al suelo.

—Supongo.

Le dio un empujoncito en la barbilla para que lo mirara.

—Después de haber salido y haberle mostrado a esta gente que no estamos aquí
para ser corderos de sacrificio, sino para ser la respuesta a sus problemas, buscaremos
arreglar las cosas con las Palabras de Creación. ¿De acuerdo?

La confianza que brillaba en sus ojos la animó.

—Suena bien, hagámoslo.

Sithias y Gerdie se apiñaron cerca de la puerta cuando Finn salióal pasillo.

—¿Nosss vemosss pronto, ssseñorita? —dijo Sithias, miedo y preocupación


evidentes en su rostro mientras tomaba la mano de Gerdie.

—Antes de que puedas decir jamón con miel —dijo Fate, su sonrisa vacilando
cuando vio que le temblaba la barbilla.

—Vamos, bebé grande —dijo Gerdie, arrastrándolo hacia el baño mientras él


murmuraba nerviosamente “jamón con miel” en voz baja.

Fate se despidió, preocupada por una repentina punzada de ansiedad mientras los
veía cerrar la puerta.

***
Agarrando su flauta en una mano, Finn cerró los ojos, permitiendo que su
conciencia se deslizara frente a él. Inmediatamente sintió la presencia de más personas
esperando en la taberna. Su tensión e impaciencia eran palpables. Volvió a mirar a Fate.

—¿Lista?
Sacando su espada, ella asintió con la cabeza.

—Cinco por Cinco31.

—¿Huh?

—No importa, solo que siempre quise decir eso —susurró ella, con una expresión de
disculpa mientras un arrebatador rubor coloreaba sus mejillas.

Su atención se desvió hacia la noche anterior cuando su rostro se había sonrojado


así, pero de deseo. Una onda perezosa lo recorrió. Incluso en medio del peligro, todo lo
que podía pensar era en cuánto la deseaba. Concéntrate, se regañó a sí mismo. Primero
despeja el camino y luego besa a la muchacha. Se volvió bruscamente y lideró el camino
por el pasillo.

Un olor fétido, a pescado, les dio un puñetazo en la nariz tan pronto como doblaron
la esquina hacia la taberna en penumbra. La habitación estaba llena de rostros sucios y
desdeñosos que los miraban desde las sombras.

—¡Ahora! —gritó alguien.

Ambos se detuvieron, instintivamente atentos a un ataque frontal. Algo pesado


cayó, arrodillándolos a ambos y golpeando la flauta de Finn de su agarre. Él empujó
hacia arriba, tratando de obtener ventaja bajo la gruesa red de cuerdas que los envolvía.
Luego, la red se apretó en sus tobillos, derribándolos y golpeándolos de espaldas.
Girándose, alcanzó su flauta, a escasos centímetros de su alcance. Explotando con furia,
se agitó, tirando de la red y enredándose aún más.

El aire martilleó fuera de él cuando recibió una fuerte patada en el pecho.


Luchando por inhalar, se esforzó por mirar en dirección a Fate y la vio clavar una daga
en la pantorrilla de alguien. Sangre brotó de la herida mientras ella giraba la hoja antes
de sacarla. Su agresividad era sorprendente.

—¡Quítenle esos cuchillos! —gritó su víctima mientras agarraba su pierna con


dolor.

Ella apuntó a varios talones de Aquiles antes de que nadie pudiera reaccionar. Los
hombres gritaron y cayeron al suelo. Agarrando otra daga, la empujó en el agarre de
Finn con la empuñadura primero. Él la clavó en la parte superior del pie de alguien justo
cuando una turba descendía sobre él, rodillas y puños golpeando contra su espalda,
aplastándolo boca abajo, sacando el aliento de sus pulmones. Él no se podía mover. El
peso de seis hombres lo inmovilizó.

31
Cinco por cinco, en inglés Five by five, es una expresión de comunicaciones de radio que
significa "fuerte y claro". Uno de los Cinco representa las unidades S de la fuerza de la recepción.
Los otros Cinco son una calificación de la claridad de la señal. Cinco por cinco es una señal
buena y clara.
Alguien hundió un pie en el estómago de Fate. Furia negra estalló en Finn mientras
ella se acurrucaba sobre sí misma, jadeando por aire. Él luchó con renovado frenesí por
levantarse, pero los hombres que lo sujetaban le golpearon la cabeza y los riñones con
furiosos puños. Dolor azotó su espalda, rompiéndolo por el momento.

Levantando la red, levantaron a Fate de un tirón, tirando de sus brazos detrás de su


espalda para atarle las muñecas con una cuerda antes de que pudiera recuperarse de la
patada en el estómago. El pervertido que habían conocido antes en la playa la agarró del
pelo y le echó la cabeza hacia atrás.

—Ooh, eres una tigresa, y una fuerte también —Él mantuvo su cabeza bloqueada en
su lugar, su respiración entrecortada. Estaba claramente emocionado por la incapacidad
de ella para escapar.

Encolerizado por la vista, Finn echaba humo, su cuerpo temblando con cada
dolorosa respiración. La oscuridad interna se aferró a su furia, hinchándose por dentro,
llenando su mente de pensamientos negros. Quería matar. Podía hacerlo con solo abrir
la boca. Podía usar el idioma de la raza Antigua para hacer caer todo el poder de la
naturaleza sobre cada uno de ellos aquí y ahora, tal como lo había hecho cuando había
destruido a Murauda. Mientras el impulso asesino ardía, algo mucho más fuerte estalló,
apagando el fuego. Amor y la necesidad de proteger lo atravesaron, despejando su
cabeza el tiempo suficiente para darse cuenta de que estaría poniendo en peligro a Fate
si desataba los elementos mientras ella estaba parada en medio de la tormenta.

—Será mejor ver qué más escondes ahí debajo —dijo el pervertido.

Fate se retorció contra sus ataduras, sus ojos ardiendo con odio. Otro hombre la
agarró por la garganta, hundiendo los dedos hasta que ella dejó de resistirse. Sus ojos
brillaron con lágrimas de ira mientras el pegajoso pescador deslizaba su mano
lentamente por su cintura hasta sus muslos.

Finn se agitó violentamente, enfurecido de que el cabrón la estuviera tocando.


Puños se estrellaron contra sus costillas, columna y cráneo. Chispas irregulares llenaron
su visión mientras el dolor atravesaba su sien. Cayó inerte, su cuerpo acribillado por el
dolor de tantas palizas.

—¡Finn, deja de pelear! —gritó Fate mientras sus captores apretaban la red sobre
él. Ella lo miró con una súplica silenciosa en sus ojos para que se rindiera.

El pescador le lanzó a Finn una sonrisa de suficiencia antes de volver su atención a


Fate.

Tragándose su furia, Finn se quedó quieto, esperando el momento en que pudiera


envolver sus manos alrededor de la garganta del desgraciado.

—¿Qué tenemos aquí? —dijo el pescador. Desabrochó las correas alrededor de sus
muslos, quitando las dagas y flechas. Luego quitó la espada. La miró, tomándose su
tiempo para disfrutar de la vista—. Necesito ser minucioso —dijo, pasando su mano a lo
largo de la curva de su cintura, luego deslizándose hacia arriba para quedarse en su
pecho antes de agarrar su ballesta.

Un gruñido se elevó en Finn, un gruñido salvaje que salió de las entrañas de su ser.

—¡Quita tus malditas manos de ella antes de que te las arranque! —rugió,
surgiendo del suelo, derribando a los hombres que sostenían la red. El pescador se
tambaleó hacia atrás, sus ojos muy abiertos por el miedo mientras Finn se abalanzaba
sobre él. Sus manos estaban a centímetros de la garganta del hombre cuando la relajada
red se tensó, empujándolo hacia atrás para estrellarse contra el suelo una vez más.

Todos se abalanzaron sobre él a la vez, pateando y golpeando desde todos los


ángulos. Espasmos de dolor recorrieron cada centímetro de su cuerpo. El sonido de los
gritos de Fate lo debilitó aún más mientras los hombres lo golpeaban. Girándose en su
dirección, la vio dar bandazos hacia él. El pescador tiró de su cabello y la abofeteó,
marcándole la mejilla con una huella escarlata.

—¡Voy a matarte! —gritó Finn, su rabia aumentando tanto que ya no sentía los
puños golpeando músculos y huesos. Fortalecido por su necesidad de protegerla, se puso
de rodillas, su cuerpo temblando por el esfuerzo de luchar contra el tremendo peso de la
red y los hombres tirando de ella. Levantando una pierna, se lanzó hacia el techo,
estrellándose contra las vigas de madera con quienes lo sujetaban. Cayeron como moscas
aplastadas. Aterrizando con un ruido sordo, fijó la mirada en el pescador y echó el puño
hacia atrás, listo para enterrarlo en la cara del hombre. En cambio, él fue el golpeado, un
golpe sólido en la parte posterior de la cabeza que hizo vibrar su cráneo y lo hizo caer en
la nada.

***
Fate gritó en el momento en que vio la silla caer sobre la cabeza de Finn. Su caída
directa al suelo la atravesó con el peor tipo de miedo. Las lágrimas le quemaron los ojos
mientras su corazón latía con fuerza contra su caja torácica, amenazando con hacer un
agujero en su pecho. Frenética de preocupación, gritó su nombre una y otra vez,
deseando que se despertara y le mostrara que estaba vivo.

—¡Cállate! —gritó el pescador, agarrándole la cabeza y acercándole la cara.

El repugnante olor a bilis en su aliento y el dolor en su cuero cabelludo encendieron


una furia abrasadora que momentáneamente quemó a través de su dolor. Ella lo miró a
través de pestañas veladas.

—Lo siento —susurró, las palabras ahogándose en su garganta.

—Mmm. Ahora esa es una buena muchacha —dijo él, dando un paso más cerca, que
es exactamente lo que ella quería.

Ella condujo su rodillaa su ingle con la fuerza de toda su rabia.


Inclinándose hacia adelante, él cayó de rodillas con las manos entre las piernas.

—Arpía chiflada —gruñó.

—¡Suficiente! —gritó una voz justo mientras los otros hombres se abalanzaban
sobre ella.

Todas las cabezas se volvieron hacia un chico pelirrojo posado en la parte superior
de la barra de roble. El Libro de Fábulas se apoyaba contra la pared detrás de él.

Fate miró fijamente el libro gigante. No se suponía que esto sucediera. Ella era una
guerrera de Beldereth y Finn era el destructor de destructores. Habían sido tontos por
juzgar mal a estas personas aparentemente tontas. Este era un pueblo de pescadores.
Eran expertos en pescar y matar presas grandes como la ballena que Sithias había visto,
e incluso tiburones. Había una orgullosa exhibición de mandíbulas trofeo colgando de
los edificios. Había olvidado la primera regla de defensa: nunca subestimes a tu
enemigo. Espera que estén tan armados como tú. Y nunca asumas que eres mejor. La
arrogancia derriba incluso al más grande de los guerreros.

—Tráiganla aquí —exigió el niño.

Alguien la empujó por detrás. Aún aturdida, tropezó y cayó a unos metros de Finn.
Tenía la cara vuelta hacia el otro lado, pero pudo ver que aún respiraba. Su alivio fue tan
grande que se rió, una risa histérica entre lágrimas.

El pescador, habiéndose recuperado, la agarró del brazo y la levantó.

—Muévete —le gruñó al oído.

Tensándose contra su agarre mientras la conducía hacia la barra, frunció el ceño al


chico. ¿Quién era él y por qué todos seguían sus órdenes como si fuera el rey de la
colina? No había ninguna mención de un tirano preadolescente en la fábula.

Él estaba parado en la parte superior de la barra, mirándola con su nariz pecosa.

—Escuché que tienes un pequeño libro de hechizos y que lo usaste para esconder
este libro gigante en la arena sin mover un dedo.

—No sé de qué estás hablando —dijo, alarmada y desconcertada por dentro.

La pequeña niña pelirroja que había visto en el muelle dio un paso adelante.

—No es agradable mentir —dijo, moviendo el dedo con la misma sonrisa


inquietante en su rostro. Levantando su otro brazo, balanceó el cuaderno de Fate por la
cadena en círculos.

Sobresaltada, Fate la miró. ¡La mocosa había agarrado su bolsillo antes! Un


malestar nauseabundo se apoderó de ella. ¿Cómo se habían enterado de su cuaderno?
Tendrían que haber estado muy cerca cuando ella escondió el Libro de Fábulas, y estaba
bastante segura de que no se podía ocultar el toque de color naranja en la cabeza de
ambos contra ese paisaje árido.

—Así es, hermanita. Mentir es malo —dijo el chico mientras le hacía un gesto a uno
de los hombres para que subiera a la niña a la barra. Hermano y hermana la miraron con
expresión alta y poderosa—. Eres mala por mentir. Y necesitas ser castigada.

La indignación estalló en Fate.

—¿Porqué? —gritó—. ¿Por querer hacer negocios honestos y pagar por nuestras
habitaciones? —Lanzó al viejo posadero una mirada mordaz.

Su barbilla carnosa se movió con una risa tranquila. Su insensible indiferencia


aumentó el nudo nauseabundo que se formaba en la boca de su estómago.

—Sabemos por qué están realmente aquí —dijo el niño. Le quitó el cuaderno a su
hermana y lo sacudió hacia Fate—. Y no conjurarás ninguna derrota contra nosotros.

Fate tragó saliva mientras sudor frío le helaba la espalda.

—¡Devuélvemelo, Rory! —se quejó su hermana, haciendo pucheros hasta que le


devolvió el cuaderno.

Rory se arrodilló, sus ojos moviéndose de un lado a otro sobre el rostro de Fate con
una audacia inquietante.

—Crees que eres más inteligente que nosotros, ¿no es así? Oh, la encantadora Fate,
con sus elegantes armas y Palabras de Creación. Pero no fuiste lo suficientemente
inteligente como para darte cuenta de que te hemos estado observando todo este tiempo
y preparándonos para este día tan esperado.

En el momento en que dijo su nombre, su cabeza zumbó con una estática tan
ruidosa que casi ahogó todo lo demás que dijo. Al mismo tiempo, una vaga comprensión
se cernió al borde de su sorpresa e incredulidad.

—¿Ya lo estás entendiendo? —preguntó—. ¿No? Permíteme entonces. Finn ha sido


nuestros ojos y oídos, haciéndonos saber sus planes —Él sonrió con suficiencia—. Sin
mencionar todos los detalles fríos y calientes entre ustedes dos tortolitos —Inclinó la
cabeza, esperando a que ella conectara los puntos.

A medida que su significado cristalizaba, sus crecientes náuseas se convirtieron en


un dolor de cabeza punzante.

—¿Todos ustedes? —gruñó, su garganta apretada por la humillación de descubrir


que estas personas conocían cada faceta íntima de su relación con Finn.

—Bueno, no todos nosotros. El Espíritu Santo del Árbol solo comparte las visiones
conmigo —dijo, haciendo rodar sus ojos celtas con reverencia.
Su aclaración no hizo nada para aliviar su indignación. Tener a este punk sabio en
sus asuntos personales y todas sus debilidades le hizo hervir la sangre.

—Está bien, entonces crees que nos detuviste. ¿Ahora qué?

Bostezando como si de repente estuviera aburrido, Rory le hizo un gesto al


pescador.

—Llévala al Árbol. Estaré ahí en breve. Y Gar, nada de profanar el sacrificio como la
última vez. Este es realmente especial.

Los desgastados rasgos de Gar se retorcieron con resentimiento mientras agarraba


a Fate del brazo, con cuidado de mantener sus delicadeces en ángulos alejados de su
rodilla.

—Mientras ella se comporte —dijo, empujando su rostro hacia Fate, una vez más
contaminando su aire con sufétido aliento.

En un ataque de rabia, ella le escupió, un poco sorprendida de sí misma, ya que


siempre le había dado asco el acto. Pero, de nuevo, repentinamente había llegado a
comprender el verdadero significado de escupir de rabia.

Él retrocedió, pasándose el brazo por el ojo.

Segura de saber que él no tenía permitido hacerle daño, ella comenzó a sonreír,
pero su puño llegó con fuerza y rapidez. El dolor llenó su cráneo y todo se hizo añicos en
una explosión de estrellas.

***
El lado izquierdo de la cabeza de Fate dolía. Recuerdos la molestaron por un
segundo mientras trataba de precisar lo que estaba sucediendo. Entonces recordó el
puñetazo de Gar. Canalla. Trató de tocarse la sien dolorida, pero tenía la muñeca atada,
no, ambas muñecas y tobillos. La habían amarrado a una estaca en forma de T en el
suelo. Su pulso se disparó. No había pensado que hubiera pasado el tiempo. Pero
obviamente había estado fuera el tiempo suficiente para que la llevaran afuera y la
amarraran.

Levantando la cabeza ligeramente, miró a su alrededor a través de su cabello,


primero viendo una piedra alta y estrecha tallada con glifos unos metros por delante de
ella. Había otra piedra frente a esa, más lisa que la primera con un agujero redondo de
dos pulgadas perforado en la mitad superior. Había otros tres pares de piedras erguidas,
todas colocadas en una formación de semicírculo alrededor de la base del enorme tronco
del roble. Mientras se concentraba en el árbol, el miedo se apoderó de su garganta y su
respiración se convirtió en jadeos secos.
Sus retorcidos caminos de corteza negra rezumaban sangre como costras mal
curadas.

—Ah, mira quién está despierta.

Fate se tensó contra sus ataduras mientras Rory aparecía a la vista. No estaba solo.
Los otros aldeanos daban vueltas en círculos, todos sosteniendo baldes y radiantes de
entusiasmo como si se estuvieran preparando para ver un partido de béisbol en una
tarde soleada. Afortunadamente, Gar no estaba entre ellos.

Poniéndose de puntillas para poder mirarla a los ojos, Rory se inclinó a centímetros
de su cara.

El fuerte olor a pescado en su aliento le provocó nauseas. ¿Había alguien en esta


isla que tuviera una menta para el aliento? La ira ardía en sus entrañas. Nunca había
odiado a nadie tanto como a estas personas, especialmente a este gusano adolescente por
invadir su privacidad. Si aún pudiera romper huesos con un chillido, ellos no serían más
que bolsas de piel blandas. Como no podía hacer eso, se conformó con escupirle en la
cara también.

—Vamos, vamos. No quieres otro golpe en la cabeza, ¿verdad? —dijo él,


limpiándose la saliva de su mejilla rosada y pecosa.

No se sentía tan satisfecha como antes. Al menos había conseguido la irritación de


Gar. La calma de Rory la enfurecía.

El niño entrecerró los ojos ante el sol poniente resplandeciendo de color naranja
brillante en el horizonte distante, iluminando el océano con chispas cegadoras. Se acercó
a una de las piedras verticales y miró a través del agujero, que proyectaba su sombra
oscura sobre la piedra de atrás.

—Escucha ahora. Cuando el sol se mueva un poco más abajo, su luz brillará a través
del agujero en esta parte de aquí —Pasó el dedo sobre un símbolo tallado de un círculo
donde una mitad estaba más profunda que la otra—. Cuando eso suceda, la tierra bajotus
pies comenzará a retumbar, y algo terrible y glorioso saldrá de la tierra por ti.

Miedo helado se deslizó por la columna de Fate, sofocando efectivamente su ira.

Rory lo vio.

—Ahora no te preocupes —dijo, confundiéndola con un repentino tono de


compasión en su voz—. No sufrirás. No como el creador de Finn. Ya se ha decidido que
morirás rápido.

—¿Qué quieres decir? —gritó, su confusión empeorando—. ¿Qué quieres con Finn?

Los ojos azules de Rory se agrandaron.

—¿De verdad eres tan tonta?


Ella esperó a que diera más detalles, pero él se distrajo. Estaba mirando las piedras
verticales. La luz del sol poniente había descendido lo suficiente como para dirigir sus
rayos a través del agujero en la piedra. Su boca se secó. El rayo circular ahora tocaba la
parte superior del símbolo en la piedra de atrás.

Rory se volvió hacia su hermana, indicándole que se acercara. Con su balde en


mano, se acercó a Fate con la misma sonrisa inquietante en su rostro. El cuaderno
colgaba de su cuello con una cuerda. Los otros niños se alinearon detrás de ella con sus
baldes. El estómago de Fate se apretó con terror. La miraban como si fuera infrahumana,
algo para pinchar. Sabía que los niños podían ser crueles, pero estos espeluznantes niños
la asustaban.

La hermana de Rory arrojó su balde hacia Fate, llenando su visión con una mancha
roja. Cerró los ojos con fuerza cuando un líquido tibio lagolpeó en la cara. Parpadeando,
miró hacia abajo para ver sangre goteando sobre su ropa. Incapaz de evitar que la sangre
se filtrara a través de la barrera de sus labios apretados, le dieron arcadas por el amargo
sabor del hierro.

Los otros niños se unieron, riendo mientras la empapaban con la sangre en sus
baldes. Conmocionada e incapaz de escapar del ataque, Fate lo soportó con los ojos
cerrados y la cabeza gacha. Cuando finalmente terminó, levantó la mirada, mirándolos a
través del escozor de la sangre en sus ojos. Los adultos reían a carcajadas, golpeándose
las rodillas como si ella tuviera pastel en la cara cuando debía verse tan horrible como
Carrie32 ensangrentada en el baile de graduación.

—¡Están todos locos! —gritó, todo su cuerpo temblando de miedo y rabia.

Rory estaba a su lado, secándole la sangre de los ojos, un gesto amable que redujo
su ira y le dio ganas de llorar.

—El ennegrecimiento con sangre es una tradición nuestra —explicó.

—Rory —dijo, tratando de mantener la desesperación fuera de su voz—. Debes


saber que estás cometiendo un terrible error. Puedo salvarte a ti y a todos los demás de
tener que vivir así. Sabes lo que puedo hacer. Si tan sólo me dejas ir, lo prometo, puedo
eliminar todos tus problemas.

Él se quedó quieto y la miró.

—¿Harías eso?

La esperanza se encendió en su corazón.

—Sí, por supuesto.

32
Carrie, novela deStehen King.
Mirando por encima del hombro a los demás, que se habían alejado unos quince
pies, se volvió con una sonrisa furtiva.

—¿Por qué no sólo dijiste eso antes?

—Cre-creo que realmente no pensé en eso hasta ahora.

—Hmm… —musitó mientras su mirada se volvía hacia el desvencijado pueblo al pie


de la árida ladera—. ¿Evocarías una elegante ciudad nueva y harías crecer nuestras
cosechas?

—Absolutamente.

—¿Y liberarnos de la tiranía bajo la que estamos?

—Eso es algo evidente. Pero sí, ya no estarían obligados a alimentar con personas
inocentes a este mal.

La sonrisa abandonó sus ojos.

—¿Qué te hace pensar que estamos siendo forzados?

Sus esperanzas se hundieron en un mar de frío miedo.

—No me vas a dejar ir, ¿verdad?

—Lo siento —Se rió entre dientes—, no pude evitar meterme contigo.

—¡Sabandija! ¡Espero que mueras! —gritó ella a su espalda mientras él caminaba


hacia los otros aldeanos.

Lágrimas nublaron su vista. ¿Por qué había creído que él la dejaría ir? Un sollozo
brotó de su pecho. ¿Dónde estaba Finn? Ya debería haberse despertado. ¿Por qué no se
había abalanzado como Superman y ya la estaba salvando? El hecho de que no lo
estuviera, significaba que había muchas posibilidades de que se hubiera vuelto oscuro.
Qué desastre más horrible. Todo había salido terriblemente mal. Ni siquiera quería
pensar en lo que podría estar pasando con Sithias y Gerdie.

Miró nerviosamente las piedras verticales. La sombra de la piedra con el agujero


cubría ahora la piedra detrás. El último de los rayos del sol la atravesó directamente,
proyectando un círculo perfecto de luz.

El tiempo se había agotado, y con él llegó un rugido escalofriante desde las


profundidades.
Capítulo 33
FATE RETORCIÓ SUS MUÑECAS, FORCEJEANDO CONTRA SUS ATADURAS
con fuerza mientras el suelo temblaba debajo de ella. Ignorando la profunda quemadura
de su piel, tiró con todas sus fuerzas. Mientras su sangre se filtraba bajo el grueso cordel,
retorció los brazos en un frenesí de pánico, esperando hacer que las cuerdas fueran lo
suficientemente resbaladizas para deslizarse libremente.

El piso exploto enfrente de ella. Grumos de tierra y rocas estallaron en el aire.


Incapaz de levantar los brazos para protegerse de los escombros que caían, inclinó la
cabeza, encogiéndose. Cuando el polvo se asentó, gruesas costras de tierra se abrieron
más cuando algo enorme empujó hacia arriba.

Fate se quedó mirando en un horrorizado silencio.

Un enorme monstruo formado enteramente por raíces nudosas surgió de la tierra.


Su cabeza deforme no tenía ojos ni rasgos de ningún tipo excepto una boca abierta de
colmillos mortales manchados de sangre. Brazos de raíces retorcidas se extendían desde
un torso denso y enredado, que descendía en espiral y se mantenía firme en la base del
roble gigante.

El terror se apoderó de ella como una ola, su corazón golpeó su caja torácica con
tanta violencia que pensó que iba a morir. La adrenalina inundó su sistema, duplicando
su fuerza sobrenatural mientras luchaba contra las cuerdas. Sus muñecas se soltaron por
fin y empezó a correr. Olvidando que sus tobillos estaban atados, se volcó, agarrándose a
las cuerdas mientras miraba hacia arriba.

La monstruo raíz se asomó, balanceándose en su lugar, su cabeza girando hacia un


lado como para mirarla. Luchó con renovado frenesí, el pulso le latía con fuerza en los
oídos. Un tentáculo estalló y se enroscó alrededor de su cintura. Gritó, un violento
desgarro que le quemó la garganta. Su agarre se apretó, exprimiendo el aliento de sus
pulmones y sofocando su grito. Un fuerte tirón rompió las cuerdas y le dobló las
espinillas en sentido contrario. Escuchó el horrible estallido de sus huesos rompiéndose,
sintió los repugnantes chasquidos. Cuando un dolor paralizante explotó en sus piernas,
el mundo se volcó y la tierra se la tragó por completo.

***
Finn se despertó sobresaltado, jadeando por aire mientras el miedo se clavaba en
su corazón.
—¡Fate! —gritó, sentándose y apretando el pecho.

—Oh, gracias a los dioses —dijo Sithias—, finalmente estás despierto. ¿Dóndeestá
Fate? ¿Por qué no está ella contigo?

Gerdie se encorvo junto a Finn.

—¿Esta bien? ¿Logró escapar?

—No, ellos también la tienen. No sé dónde,está exactamente, pero sé que está en


problemas —dijo, ahogando las palabras mientras miraba al frente a las escarpadas
paredes cubiertas de musgo que los rodeaban.

Desesperado por localizarla, empujó frenéticamente sus sentidos sobre la isla, pero
el dolor agudo cerca de su tronco cerebral lo encerró dentro de su cuerpo. Una
insoportable sensación de vacío descendió. Necesitaba encontrarla ahora mismo. Se
puso de pie de un salto y se tambaleó debido a un vertiginoso ataque de náuseas. Cada
parte de él le dolía, especialmente la espalda. Si no lo supiera mejor, juraría que un
elefante había bailado sobre él.

—Con cuidado, ssseñor —dijo Sithias—. Recibió un desagradable golpe en la nuca.


Gerdie encontró un bulto enorme.

Finn lo alejo

—No es nada. Sobreviviré. —Miro alrededor—. ¿Dónde estamos?

—Es su mazmorra, supongo —refunfuñó Gerdie.

—¿Puede creer que nos atraparon en una red cuando bajamos por la escotilla
debajo de la posada? —dijo Sithias—. Si no hubiera estado cargando a Gerdie en mi
espalda, podría haber dado pelea.

—Sí, y hemos estado atrapados en este agujero apestoso desde entonces —dijo
Gerdie, arrugando la nariz.

—Estaba reuniendo el coraje para hacerme pequeño y escapar —continuó Sithias—,


ir y ayudarlos, por supuesto. Pero luego lo echaron con nosotros.

—Nos sacaré de aquí —dijo Finn, mirando hacia las capas de redes enredadas en la
abertura del pozo. Las paredes tenían al menos diez metros de altura y estaban
demasiado resbaladizas para escalar. No es que tuviera que preocuparse por eso. Voló
hasta la cubierta y apretó la cara contra las redes, mirando a través del tejido en busca de
guardias. El repugnante que había tocado a Fate era el único a la vista.

Tan pronto como Finn lo vio, una rabia cegadora se apoderó de él. Tirando de las
redes hasta que un extremo se rompió de las estacas que mantenían la cubierta en su
lugar, se disparó a través del estrecho espacio y se estrelló contra el pescador,
poniéndolo de espaldas.
—¿Dónde esta ella? —gritó Finn.

—Demasiado tarde. El árbol la tiene —dijo, tosiendo y jadeando por aire.

—No.

Una mueca se formó en los rasgos curtidos del hombre.

—No te preocupes, le di a la diablesa lo que se merecía y la mande lejos.

La furia salvaje estalló en la parte frontal del cerebro de Finn, quemando toda
razón. Echando el brazo hacia atrás, clavó los nudillos en la nariz del hombre, queriendo
aplastar su cara contra la parte posterior de su cabeza. Pero tiró del puñetazo en el
último segundo. Tropezando hacia atrás, miró fijamente el rostro ensangrentado y la
nariz rota del pescador aturdido. No merecía ninguna piedad. Ninguna de estas personas
lo hacía, pero con la vida de Fate colgando de un hilo, no podía permitirse entrar en una
rabia sin sentido y arriesgarse a que Mugloth se hiciera cargo. El bastardo había tenido
suerte por el momento, pero si algo le sucedía, todas las apuestas estaban canceladas.
Volvería para hundirle el puño en el cráneo.

***
El olor húmedo de la tierra envolvió a Fate. Arañó la tierra, agarrando
frenéticamente todo lo que podía para evitar que la arrastraran más abajo. Sus dedos
engancharon algo sólido. Por un segundo pensó que tenía un asidero firme, pero se soltó.
En la penumbra, descubrió que estaba agarrando un cráneo humano.

Instintivamente la soltó y la sonriente calavera cayó, persiguiéndola con su


promesa de muerte mientras la arrastraban a través de la tierra que se desmoronaba. La
tierra y las rocas se derrumbaron. Toda la luz se desvaneció mientras el suelo sofocante
se apiñaba a su alrededor.

A punto de desmayarse por el agudo dolor punzante de sus espinillas rotas, jadeó
en busca de aire, segura de que la tierra asfixiante la mataría antes de que perdiera el
conocimiento. Pero de repente fue empujada hacia arriba en un espacio abierto.
Mientras soltaba un gemido torturado y escupía tierra de su boca, las raíces lentamente
se desenrollaron de su cintura, dejándola sola en una oscuridad completamente negra.

Finalmente, capaz de aspirar aire, vomitó por el hedor a sangre y descomposición.


Presa del pánico, tanteó a ciegas, retrocediendo cuando tocó la baba fría. El espacio era
pequeño con solo un poquito de espacio para los codos. Levantando los brazos, sintió un
techo curvo justo encima de su cabeza y sus manos se aplastaron en una gruesa capa de
lodo. El icor pútrido cayó sobre ella, goteando por su rostro. Convulsionando con
náuseas y un sollozo asustado, se lo secó febrilmente, recordando la sangre que había
visto brotar de la corteza del roble.
A punto de perder el control por completo, se obligó a recordar su entrenamiento y
respiró hondo y temblorosamente, a pesar del aire fétido. Lentamente, sus ojos se
adaptaron a la oscuridad y el débil resplandor de su corazón que latía rápidamente
arrojó la luz suficiente para que pudiera ver las secreciones ennegrecidas por la sangre
que goteaban de las paredes.Una vista de la que podría haber prescindido, pero al menos
ahora sabía que la tierra suelta debajo de la pequeña hendidura en la que estaba sentada
era la única forma de entrar o salir.

Apretando los dientes contra el insoportable dolor de sus huesos rotos rechinando
juntos, lentamente sacó las piernas de la tierra y las colocó a ambos lados del barro. Pasó
sus manos sobre sus espinillas hinchadas, agradecida de que ningún hueso hubiera
perforado la piel. Eustace se asustaría si supiera que ella estaba herida y en una situación
tan desesperada. Nunca se había roto ni un meñique.

—Papá —gimió cuando las lágrimas inundaron sus ojos. Pensar en él solo la llevó a
la desesperación—. No —dijo, tragando el enorme nudo en su garganta—. Puedes sentir
pena por ti después. Es hora de cavar tu salida de este embrollo.

Metiendo ambos brazos en la tierra, comenzó a levantar montículos detrás de ella.


No le importaba cuánto tiempo tomara. Ella se cavaría a sí misma. Pero después de
varios minutos de laboriosa excavación, le resultó cada vez más difícil respirar aire.
Entonces la terrible comprensión la golpeó. Ella se estaba asfixiando con sus propias
exhalaciones. Debilitada y mareada, se desplomó contra el montón de tierra que había
hecho detrás de ella.

Algo frío y húmedo se retorció bajo su palma izquierda.

Reconociendo la sensación, gritó y se aplastó contra el lado opuesto del hueco, la


luz de su corazón se encendió con más intensidad mientras miraba hacia el suelo
levantado. Pánico sin diluir inundó su sistema nervioso cuando vio multitudes de tubos
deslizándose envueltas en una fina capa de baba.

Gusanos.

Estaban en todas partes y no había salida.

***
Después de haber recuperado su flauta de la posada, Finn salió disparado por el
aire, frenando solo cuando llegó al gigantesco roble. Flotaba en lo alto, escaneando el
suelo en busca de Fate, temiendo lo que encontraría, pero necesitando saber si su mayor
miedo se había convertido en realidad. No se la veía por ningún lado, solo un terrible
agujero en la base del enorme tronco, al que los aldeanos se acercaron con lenta cautela.

Una oleada de miedo enfermizo se apoderó de él mientras descendía.


Los aldeanos asustados se dispersaron cuando aterrizó de la nada. Todos menos un
chico y una chica pelirrojos. Se acercó al chico mayor y tomó su mano mientras Finn se
concentraba en el cuaderno de Fate colgado alrededor de su cuello.

—¡Eso es de Fate! —grito—. ¿Dónde está?

—Está bien. Todo está bien, Finn. —dijo el chico—. O ¿debería decir Emrys?

El doloroso nudo en la parte posterior de su cráneo palpitó al escuchar su nombre


druida

—¿Quién te dijo ese nombre?

El niño dio un paso adelante, bloqueando el sol medio sumergido que brillaba en el
horizonte, sumergiendo su rostro en las sombras e iluminando su cabello color
zanahoria en un halo llameante.

—Creo que ya lo sabes. Creo que siempre lo has sabido.

En ese momento Finn lo supo, la realización se estrelló en él.Cada ramita, bellota y


hoja que había salido del Roble sangriento un conducto directo para que Mugloth se
deslizara. Lo que significaba que cuando Sabirah rompió sus protecciones Ogham con la
rama contaminada del roble, la tierra fue envenenada, o para ser más exactos, infectada
por Mugloth. Y debido a que su nombre druida había sido tallado en la cabaña de
Glenna, él estaba expuesto a una invasión. De repente se le heló la sangre. Había
asumido que ninguna de estas personas estaba encomunicación con Mugloth. Había
pensado que eran prisioneros del roble. Pero este muchacho conocía el nombre de su
espíritu.

¡Qué estúpido había sido!

Su garganta se contrajo por el dolor. No solo había cometido un error fatal en venir
aquí, su mera presencia puso a Fate, Sithias y Gerdie en peligro inminente. No es de
extrañar que los hubieran engañado. Todo este tiempo Mugloth había estado viendo y
escuchando todo a través de él. Solo se le había permitido creer que había dominado
cierto control sobre su oscura influencia. Cuando en realidad Mugloth había estado
jugando con él, lo más probable es que manipulara cada pensamiento y acción para que
pareciera que se originaron en él. Una repugnante mezcla de rabia y dolor se agitó en su
pecho.

Tenía que destruir al roble.

En el momento en que estableció su intención, una negrura rugiente se apoderó de


su cabeza palpitante, borrando rápidamente sus pensamientos y recuerdos. Mugloth
había abierto las compuertas y Finn se estaba ahogando en la penumbra.

***
Una risa maligna penetró el silencio. Parecía provenir de ninguna parte en
particular. La risa retumbante simplemente llenó el estrecho espacio.

Fate retrocedió alarmada. La luz de su corazón pulsó con un resplandor rosado


dentro del húmedo hueco, iluminando una raíz nudosa que empujaba hacia arriba a
través del suelo plagado de gusanos. Quería llevar las rodillas hasta el pecho, pero no, ya
sabía que sus miembros rotos no podían soportar el peso. Obligada a dejar las piernas
extendidas y rectas, miró fijamente la raíz que se balanceaba erguida como una cobra
entre ellos.

—Es hora de probar la ofrenda —dijo una voz profunda y ronca.

Azotando el aire con la rapidez de una serpiente, la punta de la raíz la golpeó.


Jadeando, agarró su brazo lacerado, sintiendo el resbalón de la sangre fresca.

—Mmmm, sabe rico, lleno de miedo y mucha ira.

El terror estiró sus nervios cuando otro golpe cruel la golpeó, esta vez cortándole la
mejilla. El violento golpe la sacudió.

—Delicioso. La tristeza siempre endulza el caldo —siseó la voz—, y tienes mucho


por lo que sentirte miserable. Tu verdadero amor está por encima de ti, rindiéndose a su
glorioso destino mientras mueres lentamente abajo, pronto los gusanos trabajaran en tu
cadáver.

Otro estremecimiento sacudió su cuerpo. Tuvo que apartar la espantosa imagen de


su mente, obligarse a concentrarse únicamente en Finn y confiar en su fuerza para
resistir. Sin embargo, la incertidumbre la atormentaba. No quería creer que él ya hubiera
sucumbido, pero ¿y si decía la verdad? Ya debería haber venido por ella.

—Lo nombraste bien… Emrys, el inmortal. Ciertamente vivirá para siempre a


través de nosotros, aumentando nuestra fuerza con su conocimiento del idioma de la
raza antigua —dijo la voz con placer.

El nombre la sobresaltó.

—¿Cómo conoces ese nombre? —ellas usurró.

Otra risa maligna la envolvió.

—Lo sabemos porque estamos en su sangre, dando forma a sus pensamientos,


llamándolo a casa —susurró la cruel presencia.

Una comprensión más profunda de lo que había aprendido de Rory se filtró. El


veneno nunca había sido una especie de condición que empeorara y necesitara una cura.
Esta era una posesión. Esta cosa malvada se había estado escondiendo dentro de Finn
todo el tiempo. Se sintió violada, no solo por ella misma sino por Finn.
Una pregunta persistente hizo a un lado su repulsión. ¿Qué o quién estaba
hablando exactamente? La fábula decía que la unión de Mugloth con el Abuelo Roble
había transformado el árbol en una monstruosidad infernal. La voz seguía diciendo
"nosotros", no yo. ¿Era el Abuelo Roble parte de este "nosotros"? Si es así, podría tener
una oportunidad de luchar.

—Nosotros nunca hablamos con las ofrendas —continuo la voz—, pero tú eres la
excepción. Como creadora del Resplandeciente, tu sangre fluye con su esencia. Después
de que bebamos tu sangre, tu esencia hará que nuestra llamada a él sea irresistible.
Necesitará ser uno contigo, como lo ha hecho desde el momento de su creación.

Entonces Finn estaba resistiendo. Pero si ella moría, sabía que él se rendiría. No
podía dejar que eso pasara.

—Quiero hablar con el Abuelo Roble. —soltó.

Su pulso se aceleró cuando varias raíces más se deslizaron por la tierra.

—El abuelo Oak está aquí. Su espíritu es parte de nuestro gran todo.

—No, no creo que el abuelo Roble esté cerca de aquí. Si lo fuera, nunca habría
permitido que se llevaran a cabo siglos de asesinatos sin sentido —dijo, con la esperanza
de incitarlo a dejar que el abuelo Roble se presentara como prueba.

—No tiene sentido que se haga justicia.

No era la respuesta que estaba buscando. Tendría que esforzarse más.

—¡Miles, sino millones, de personas inocentes han muerto por tu culpa!

—Los únicos inocentes en este mundo son las tiernas criaturas de la naturaleza. Los
seres humanos imprudentes y codiciosos abandonaron las leyes sagradas. Han destruido
todo a su paso, dejando cicatrices en continentes enteros en su glotona búsqueda de
más. No escuchas cómo la Tierra llora por sus hijos. Pero su curación comenzará ahora
que Emrys se ha unido a nosotros. Con nuestro poder combinado, libraremos una guerra
santa contra la horda bárbara, y de ella saldrá un jardín tan virgen como el original

Un escalofrío recorrió su columna vertebral. Tenía miedo de este gran plan.


Asustada por Finn, por sus amigos, por este mundo.

—Admito que los humanos tenemos defectos, pero estamos despertando. De dónde
vengo, mucha gente respeta la naturaleza y luchan para proteger la Tierra —dijo
apresuradamente, decidiendo que sería mejor dirigir la conversación en una dirección
más positiva. Tal vez un rayo de esperanza atrajera al abuelo Roble—, ¿Qué hay de
aquellos que honran las leyes sagradas de la naturaleza? ¿También les pondrás fin? Sé
que el abuelo Roble no lo haría. Él era demasiado cariñoso y perdonador para eso.

Silencio, silencio aterrador.


El pulso le latía con fuerza en los oídos mientras el corazón palpitante arrojaba una
luz más brillante sobre más raíces que aparecían serpenteantes a la vista.

—La naturaleza ni siquiera los deja vivir —enfureció la voz.

El terror latía a lo largo de sus terminaciones nerviosas. La creciente impaciencia


en la voz solo confirmó que el abuelo Oak ya no existía. Si lo hiciera, ya le habría
hablado. Su última oportunidad era hacer que Mugloth viera el error de sus caminos.

—No la naturaleza. Tú. ¿O debería decir Mugloth? Te has estado mintiendo a ti


mismo, ¿no es así? El abuelo Oak no está contigo. Hace mucho que murió. Estoy segura
de que no fue tu intención, pero es hora de que enfrentes el hecho de que mataste su
espíritu con tu odio y tu rabia. No ha salido nada bueno de ...

—¡No! ¡Tú eres la mentirosa! —tronó la voz, sacudiendo los mismos cimientos del
árbol.

Las raíces la golpearon y la apuñalaron. Un dolor paralizante atravesó los músculos


y los nervios mientras se hundían bajo su piel. Nada podría salvarla ahora. Mugloth
había comenzado a alimentarse.

***
La marea oscura de Mugloth se estrelló sobre Finn, absorbiendo su conciencia
profundamente bajo tierra, hacia las raíces en expansión del roble. Trató de recordar lo
que vino antes de esta ola negra y por qué era importante resistir y empujar contra la
corriente. Pero la resaca era fuerte y lo empujaba hacia el corazón de algo más grande
que su propia existencia. Un inmenso poder irradiaba desde allí, llamándolo a unirse con
él, a convertirse en más.

—Emrys

El ineludible tirón de su nombre espiritual llevó a Finn al corazón palpitante del


roble, donde residía una concentración de poder más densa y oscura. Había una
seductora pureza en la energía, una expresión pura de rabia intencionada que no se veía
afectada por la culpa o la vergüenza. No pudo evitar abrirse. La emanación ofrecía
demasiada libertad. Mientras cedía, su conciencia se expandió, sangrando más allá de
los límites del roble y mezclándose con el latido del corazón de la tierra, el incesante
zumbido del océano, la inhalación y exhalación perpetuas del aliento del viento.

Y el suave sonido de un jadeo moribundo y superficial, un sonido que lo inquietaba.

Destellos de su pasado iban y venían en forma de imágenes borrosas mientras Finn


empujaba sus sentidos por todo el árbol hasta que su oscura vista encontró la fuente del
sonido. En el segundo en que vio su rostro, el rostro de Fate, su memoria regresó en un
instante y su conciencia se estrelló contra su cuerpo. Un grito escapó de su garganta, un
salvaje aullido de agonía que lo estremeció. La desesperación corría por sus venas,
impulsándolo a la acción. Podría salvarla si se apresuraba.

Algo se apoderó de él, apretando su cuerpo magullado y golpeado. Fue entonces


cuando se dio cuenta de que estaba siendo levantado del suelo por una maraña de raíces
retorcidas atadas alrededor de su torso. Zarcillos más pequeños atravesaron su piel,
bebiendo lentamente su sangre. El demonio tramposo había atraído su espíritu fuera de
su cuerpo, con la intención de drenarlo mientras no había nadie en casa. Y sus dos
secuaces coronados de cobre estaban de pie, luciendo molestamente superiores.

Tan mareado como estaba por la pérdida de sangre, Finn sabía qué hacer sin tener
que pensar. Pronunció los nombres sagrados de los elementos en el idioma de la raza
antigua. Las raíces se tensaron, tratando de cortarle el aire, pero todo lo que necesitaba
era un suspiro susurrado para activar las runas incrustadas en su piel y encender el
fuego interno necesario para alimentar su voz. En el lapso de un segundo, el calor estalló
en su estómago, disparándose hacia su pecho y su garganta. Su cabeza se echó hacia
atrás en el éxtasis del poder que fluía a través de él mientras rugía su dominio sobre los
elementos.

El viento respondió primero a su llamada, golpeando el enorme roble con furiosos


vendavales. Una masa de nubes turbulentas se formó, sofocando el claro cielo oscuro y
sumergiendo la isla en la noche absoluta. El trueno estalló mientras el rayo golpeaba con
certeza en la cicatriz que Mugloth había dejado en el roble cientos de años antes. Las
raíces que ataban a Finn se agitaron espasmódicamente y se soltaron. Se dejó caer al
suelo, mirando al chico pelirrojo y a su hermana.

Asustados, retrocedieron lentamente.

—Sí, deberías estar asustado —gruñó, complaciéndose con su miedo.

Echaron a correr, siguiendo a los otros aldeanos que también se estaban retirando
apresuradamente. Los hermanos malvados tuvieron suerte de que no pudiera hacer
daño a los niños.

Un terrible crujido resonó detrás de él cuando el colosal árbol se partió por la


mitad. Saliendo de debajo de las dos mitades que se estaban estrellando contra el suelo,
Finn salió disparado hacia el cielo en un repentino aguacero.

—No vissste a Fate allí abajo mientras esstabass ocupado trayendo el fin del
mundo, ¿verdad?

Sobresaltado, Finn se dio la vuelta para ver a una libélula del tamaño de un pájaro,
blanca con ojos de insecto ámbar mirándolo.

—Oh, Sithias —Tragó saliva, no queriendo dar la terrible noticia—. Ella está bajo
tierra

No se atrevió a decir en voz alta que ella estaba al borde de la muerte.


Sithias juntó sus delgados apéndices de insectos.

—¡Oh no! ¡Debemos salvarla! —Se puso en zigzag a un lado de Finn, mirando la
cavidad ennegrecida expuesta del tronco del roble. Ríos oscuros de sangre fluyeron
mientras riachuelos carmesíes brotaban a lo largo de las grietas recién abiertas en la
ladera—. ¡Ssseñor, creo que la veo!

Lleno de una mezcla de batalla de esperanza y miedo, Finn descendió, buscándola


entre la multitud de huesos atrincherados en las gruesas y antiguas capas de sangre que
cubrían el tronco hueco del gran roble. El tiempo se detuvo por un latido cuando la vio
tendida dentro de las trincheras del espantoso cementerio, tan densamente cubierta por
el lodo negro y el barro que casi no la vio. Su pecho se apretó, lo que le obligó a soltar un
grito ahogado mientras miraba los ángulos torcidos de sus piernas, las innumerables
heridas punzantes y su rostro pálido como la muerte. Ver su cuerpo mutilado y conocer
el sufrimiento que había soportado, lo acribilló con un dolor insoportable. No la había
salvado. Murió por dentro sabiendo que ella debió haber pensado que la había
abandonado.

Una enorme maraña de raíces surgió repentinamente del árbol rajado, uniéndose
en una forma monstruosa, y sus brazos extendidos azotaron a Finn. Maniobrando fuera
del camino antes de que pudiera agarrarse, trepó más alto en el cielo, sorprendido por
esta inesperada aberración de la naturaleza y furioso porque bloqueó su camino hacia
Fate.

Rebuscando en su bolsillo, sacó su flauta y sopló una combinación de notas rúnicas


para transformarla en una espada de viento con una hoja tan larga como alta. Luego se
lanzó contra la monstruo raíz, cortándole uno de sus brazos retorcidos.

La insidiosa voz de Mugloth llenó su cabeza

—Ella está con nosotros ahora. ¿No puedes sentirla? Únetenos y estarás con ella
para siempre.

Incluso mientras la lluvia caía sobre el rostro de Finn, la invitación lo desconectó de


toda incomodidad corporal y preocupaciones inmediatas, arrullándolo en un sopor
adormecido que lo incitó a permitir que la oscuridad melosa lo inundara. Si se rendía, la
dolorosa culpa y la agonía desaparecerían y tendría una pequeña parte de Fate con él.

El dolor atravesó las tiernas piernas y el torso de Finn cuando Mugloth lo agarró,
las raíces se enroscaron rápidamente a su alrededor, sacándolo del estado hipnótico.
Cortó con su espada de viento hacia abajo en su brazo, acuchillando como un loco.

Sithias apareció a la vista, sus alas de libélula trabajaban más duro contra la lluvia y
el viento.

—¡Ssseñor! Recuperé el cuerpo de Fate mientras essstabas creando una


dissstracción. Eso es lo que essstabas haciendo, ¿verdad? Porque por un momento
pareció como si fuera usssted el disstraido.
—¿Esta ella…? —Finn no pudo decir las palabras.

—¡Oh, eso es lo que he venido a decirle!

Mugloth golpeó a Sithias con el otro brazo, que acababa de crecer en ese corto
tiempo.

Sithias gritó, apartándose del camino con sólo unos centímetros de sobra.

Finn volvió a atacar a Mugloth, aunque solo fuera para desviar su atención de
Sithias, pero se sintió polarizado, temiendo la esperanza de que haya venido a dar
buenas noticias y aterrorizado de que fuera a confirmar su peor miedo.

El zumbido de las alas de Sithias sonó cerca de la oreja de Finn

—¡Ella esssta viva!

—¿De verdad? —dijo Finn, girando la cabeza en su dirección.

—Apenas, pero sí.

De repente, el dolor del cuerpo de Finn desapareció. Volvieron la fuerza y la


ligereza.

—Ve y cuida de ella, Sithias. Voy a terminar esto.

—Encantado, ssseñor.

Mugloth rugió y arremetió contra Sithias una vez más. Chillando, se alejó de su
alcance. Su agarre se aflojó lo suficiente como para que Finn se inclinara hacia adelante y
cortara a través delapretado puño. Las raíces flojas se le cayeron cuando aterrizó en el
barro resbaladizo y empapado de sangre. Se puso de pie y miró hacia arriba en el mismo
momento en que Mugloth volvió su atención hacia él.

Con su boca llena de colmillos lo suficientemente abierta como para tragarlo


entero, Mugloth se lanzó hacia Finn. Esquivando hacia un lado, se giró y bajó su espada
de viento, cortando la nudosa cabeza de Mugloth en dos golpes. Incluso cuando el
cuerpo se tambaleó hacia atrás, más raíces crecieron de los extremos cortados,
reformando la cabeza deforme con una velocidad asombrosa.

Fue entonces cuando Finn supo que estaba librando una batalla interminable.
Dejando que su espada de viento se apagara, se guardó la flauta en el bolsillo y habló en
el recortado idioma de la raza antigua. Agradeció a los elementos de la tormenta por
responder a su llamada y los liberó de su control. Luego invocó su poder sobre el aire. La
energía rúnica crepitó y surgió a través de él, las palabras ricas en hechizos salían de su
boca en ondulantes olas de calor.

Mientras Mugloth se alejaba del poder de las palabras, se abrió camino de regreso a
la mente de Finn
—Emrys, no puedes destruirnos. Estamos en tu sangre. Siempre estaremos
contigo.

La energía dentro de Finn chisporroteó. Miró con furia al gigante retorcido y


enredado que se balanceaba en su lugar, y su agresión se detuvo por el momento.

—Únete a nosotros y te volverás tan inmortal como la Tierra, el Mar, el Sol y el


Aire. Sé su campeón, como lo has hecho con esos mortales débiles e indignos.

—Si lo que quieres es un campeón, lo tienes. ¡Pero será por los humanos a los que
les has causado tanta miseria! ¡Eras un druida! ¡Se suponía que debías curar y proteger,
no matar! —gritó, sintiendo un cambio repentino entre ellos. Por primera vez en siglos,
Mugloth era el que sentía miedo y, a su vez, perdía cada vez más control sobre Finn.

Mugloth se enfureció y se abalanzó sobre él, un brazo largo y enredado golpeó el


lugar donde estaba.

Esquivando el golpe, Finn se disparó hacia el cielo nocturno. La lluvia había


desaparecido y los fuertes vientos estaban diluyendo rápidamente las nubes, revelando
destellos de estrellas y una luna brillante. Una calma se apoderó de él mientras miraba
hacia la isla, su mirada descansando en las tenues figuras de Sithias y Gerdie
acurrucados alrededor de Fate a una distancia segura. Su instinto de ir hacia ella lo
presionó con fuerza, pero tenía que terminar con esto primero.

Inspiró profundamente e invocó el aire. El poder rúnico entró en acción. Calor y


micro chispas de oro rojo brotaban de su boca, alterando su voz en el mismo rugido
ensordecedor de los gigantes de antaño. Vientos distantes chillaron en respuesta,
perturbando la superficie del océano mientras se precipitaban tierra adentro. Estallaron
en Mugloth y lo rodearon, creando una sólida pared de aire revuelto. El bramido de
Mugloth resonó en la isla mientras golpeaba el edificio de la prisión a su alrededor como
un enorme tubo.

Luego Finn invocó al agua, con la mirada fija en el océano iluminado por la luna.
Desafiando la gravedad, una ola titánica se elevó, una terrible serpiente negra turbulenta
hecha solo del mar. El sonido de tanta agua corriendo fue atronador. Cuando la enorme
masa de agua se arqueó sobre la isla, durante un pequeño fragmento de tiempo, el río
serpenteante pareció suspendido en el cielo. Luego cayó en picado a la tierra,
estrellándose contra Mugloth como el puño de Dios. Parecía como si todo el océano se
vertiera en el tubo de aire presurizado para ahogar a Mugloth y su red de raíces
malignas.

Mientras el diluvio golpeaba al monstruo profundamente bajo tierra, su agarre en


el corazón y la mente de Finn se aflojaron. Mugloth se estaba muriendo.

Un dolor diferente a todo lo que Finn había experimentado le abrasó todo el ser
cuando los ganchos y cadenas de odio de Mugloth se desgarraron de su alma,
desgarrando músculos y piel. Tal agonía debería haber dejado su espíritu y su cuerpo
destrozados, pero en el instante de la muerte de Mugloth, Finn se sintió completo y sin
cadenas. Su opresiva prisión se había derrumbado por fin.

Fortalecido y renovado, habló con Aire y Agua, expresando su gratitud mientras


liberaba a los espíritus elementales. El océano cedió y se derrumbó sobre la ensenada de
la isla con un estruendoso chapoteo. Por fin todo quedó en silencio, salvo por una suave
brisa y el estallido de las olas a lo largo de las orillas.

Finn se lanzó por los aires y aterrizó junto a Fate. Sithias, que había cambiado a
forma humana, pero con alas, ayudó a Gerdie a ponerse de pie y se hicieron a un lado.
Cuando Finn se arrodilló, las piernas rotas de Fate y las heridas abiertas lo desgarraron.
Su cara había sido limpiada de la mayor parte de la suciedad, pero su cabello y ropa
estaban enredados en sangre y barro. Suavemente, la tomó en sus brazos y la acercó a su
pecho. Su piel estaba terriblemente fría.

—Se acabó, amor —dijo suavemente en su oído.

Sus pestañas oscuras revoloteaban contra los delicados huecos violáceos de sus ojos
mientras su frente se arrugaba por el esfuerzo de despertar

—¿Finn? —susurro, su mirada desenfocada como si no pudiera verlo del todo.

—Sí, mi amor, estoy aquí —contesto, su voz rompiéndose con miedo—.


Necesitamos llevarte dentro. Calentarte y cuidar de ti —Miro a Sithias y a Gerdie—.
¿Están todos en la posada? —tendría que lidiar con todos los aldeanos primero si volvían
a estar al acecho.

—Tenga la seguridad de que el lugar está desierto—dijo Sithias.

—Sí, todos se dispersaron como un montón de ratas saltando de un barco —dijo


Gerdie—, excepto que tomaron sus botes para hacerlo.

Finn suspiró.

—Bien.

Cuando comienza a levantarse, Fate, gime de dolor.

—No… espera —suplicó—. Duele demasiado moverse. Sólo abrázame.

Quería desesperadamente llevarla adentro y comenzar a atender sus lesiones, pero


no podía soportar aumentar su sufrimiento de ninguna manera.

—Por un minuto —le dijo.

Ella acarició su rostro contra su pecho.

—Estás de vuelta. Puedo sentirte —murmuró, una pequeña sonrisa formándose en


sus labios teñidos de azul—. Capitánde tu alma otra vez.
—Sí, amo de mi destino. —Se tragó el doloroso bulto ensu garganta mientras ella
levantaba un dedo tembloroso hasta su boca.

—Te amo, Finn —susurró.

Lagrimas llenaron sus ojos

—Y yo te amo a ti —dijo su voz rompiéndose en un sorbo.

Sus ojos se cerraron y su mano cayo.

El corazón de Finn dio un vuelco mientras miraba su rostro sin sangre.

—¿Fate? Despierta —Enterró su rostro contra su cuello, sondeando con sus


sentidos mientras perseguía su fuerza vital menguante—. No me dejes, amor. No ahora.
No cuando estamos en casa libres.

—¡No! ¡No mi ssseñorita! —gimió Sithias.

Gerdie tomó la mano de Fate, presionando sus pequeños dedos en su muñeca.

—Detengan el pánico, los dos. Ella no está muerta. Pero lo estará si no la llevas
adentro, donde puedo comenzar a atender sus cortes y roturas, y ponerle algunos tónicos
para reponer su sangre.

Finn asintió, agradecido de recibir sus órdenes. Necesitaba que alguien le dijera
qué hacer ahora mismo. Estaba demasiado asustado para pensar con claridad.

—¡Oh, gracias a los diosssesss! Démonoss prisa entonces, ¿de acuerdo? —dijo
Sithias, agachándose para recoger a Gerdie. Batiendo sus alas, despegó y voló colina
abajo con ella hasta la posada.

Finn comenzó a levantarse lentamente en el aire para evitar empujar a Fate cuando
el suelo retumbó repentinamente y una maraña de raíces montañosas se levantó de la
tierra. Temiendo que Mugloth volviera a la vida, aumentó su velocidad, pero no antes de
que una mano gigantesca de raíces embarradas lo agarrara por las piernas. Apretó su
agarre sobre Fate para evitar dejarla caer, ella gimió de dolor. Con ella en un estado tan
frágil, su única opción era convocar a los elementos nuevamente. Justo cuando comenzó
a hablar, una voz que conocía demasiado bien crepitó con poder detrás de él, con un
mensaje que penetró en la piel y la carne, golpeando su significado hasta la médula de
sus huesos.

Cuando la mano lo hizo girar para enfrentar a su captor, Finn supo que era el
Hombre Verde incluso antes de ver los ojos brillantes mirándolo desde dentro de un
rostro de raíces retorcidas y frondas frondosas.

—¡No! —Finn protestó en habla oscura.


El Hombre Verde atravesó su mente diciéndole que la única forma de salir de su
deuda era ofrecer a la chica en su lugar.

Un mayor peso al que fin hubiera sentido antes le presionaba. Entregar a Fate al
Hombre Verde era impensable, pero dejarla ahora después de mover cielo y tierra para
estar juntos era igualmente inconcebible. Sin embargo, no había duda del acuerdo que
había hecho con el Viejo cuando el gigante liberó a Fate en el bosque maldito de Callum.
Siempre había esperado que escaparan del libro antes de que la deuda venciera.

Debería haberlo sabido mejor.

Finn consintió y el gigante lo colocó en el suelo. Caminó hacia Sithias, quien había
dejado a Gerdie en la posada y regresó volando cuando vio lo que estaba sucediendo.

—Tómala —dijo fin, poniendo a Fate en sus brazos. El movimiento no la despertó


esta vez, lo que le preocupó mucho.

Sithias miró al gigante con la boca abierta.

—¿Qué essstá haciendo él aquí? ¿Tiene que pelear con él también?

Completamente exhausto, Finn echó la cabeza hacia atrás derrotado y miró al cielo
nocturno.

—¿Cómo se lucha contra algo eterno y omnipresente? Me han recordado una


promesa a la que estoy sujeto. Cuando el Hombre Verde tomó a Fate después de que ella
lo convocó para destruir a Callum, me ofrecí en su lugar. Después de que la perdonó, dijo
que volvería por mí cuando llegara el momento.

—Uh-huh ... —dijo Sithias, sin darse cuenta.

—Bueno, ese tiempo ha llegado.

—P-pero ¿qué significa esssto?

—Destruir a Mugloth no fue suficiente. El Hombre Verde quiere que renueve la isla.

—¿Cómo?

—Tengo que hacer lo que hizo Mugloth.

Sithias lo miró con horror.

—¡No! ¿Y Fate? Ella te necesita.

Agarró a Sithias por los hombros

—Si no voy, se la llevará. Cuento contigo para que la cuides ahora. Prométeme que
la ayudarás a llegar a casa.
Sithias permaneció en silencio.

—Prométemelo.

—Lo-lo prometo —Los ojos ambarinos de Sithias se volvieron redondos y llorosos—


. Pero es posible que ella no salga de essssto, essspecialmente si no estás a ssu lado. ¡Ella
podría morir!

Finn apretó sus hombros con fuerza.

—No te atrevas a dejar que eso suceda. Y no la dejes hacer nada estúpido, como
invocar al Hombre Verde para deshacer esto. Todos sabemos en qué tipo de lío nos
metió eso —Hizo una pausa, lamentando sus palabras—. No le digas que dije eso.

Cuando Sithias no respondió, le lanzó una mirada dura.

—¿De acuerdo?

—Sí, haré lo mejor que pueda.

Lo soltó, palmeando sus hombros.

—Me equivoque. Has sido un buen amigo, Sithias.

Tragando saliva ruidosamente, Sithias asintió con lágrimas corriendo libremente.

Finn bajó la mirada hacia Fate, deseando desesperadamente ser él quien limpiara
sus heridas y cuidara en su recuperación. Llevándose la mano a la boca, besó las
quemaduras de cuerda en su muñeca. La cinta que le había dado estaba empapada en
sangre y suciedad, los extremos deshilachados. Ahora era basura. Metió la mano en el
bolsillo, sacó su bolsa de cuero de mezcla sagrada y la puso sobre su estómago.

Si tan solo pudiera quedarse para susurrarle un futuro maravilloso al oído mientras
ella dormía y se curaba. Estar a su lado cuando la rosa regresó a sus mejillas y ver el
fuego en esos ojos marrones cuando se despertará. Poder besar sus labios cálidos y
ansiosos sin reprimirse. Visualizar una vida juntos y poner los pies en el camino de su
propia elección, libres para amarse todos los días sin temer alguna consecuencia
horrible.

Si tan solo pudiera quedarse.

Miró a Sithias.

—No dejes que me espere. Hazla irse. No podría soportarlo si ella se pusiera en
peligro tratando de encontrar alguna manera de liberarme.

—No diría essso si ssupiera cuanto tiempo lo ha estado esperando —dijo Sithias, las
lágrimas goteando por su temblorosa barbilla.
—Si es necesario, dile que estoy de acuerdo con esto. Dígale que esto es más grande
que nosotros, que debemos sacrificar nuestra propia felicidad personal por un propósito
más grandioso. Haz que siga adelante —Lo mataba que Fate pensara que había
aceptado esto tan fácilmente cuando dejarla sesentía como si le estuvieran cortando el
corazón.

Sithias asintió solemnemente mientras Gerdie corría hacia ellos.

—¿Qué… está… pasando? ¿Mugloth... ha vuelto? —preguntó, sin aliento de correr


colina arriba. Sus ojos se agrandaron por la sorpresa mientras su mirada recorría la
imponente altura del Hombre Verde—. ¿Qué es eso?

—Adiós, Gerdie —dijo Finn con voz ronca, demasiado emocionado para explicarlo.

—¿Finn? —dijo ella, luciendo confundida y asustada.

Sacudiendo la cabeza, despegó y voló hacia el roble rajado. El agua de mar había
limpiado los huesos y las capas centenarias de sangre de las dos mitades huecas del
tronco. Aterrizó y ocupó su lugar dentro de la profunda hendidura del árbol extendido.
Cuando el Hombre Verde levantó las enormes mitades y las acercó a él, la madera se
quebró y gimió con tristeza, al igual que su espíritu. El miedo en él se deshizo cuando
cada gramo de su ser se revelaba contra una existencia que no podía empezar a sondear.
Su vida se estaba escapando. Nunca más volvería a sentir el sol en la cara y respiraría el
aire libre, ni conocería el toque de la piel de Fate contra la suya.

Finn miró las estrellas, brillando como diamantes esparcidos sobre terciopelo
negro. Sintiéndose tan solo, se estiró hacia el cielo deslumbrante, su vista se encogió
cuando el roble se cerró y lo aisló de todo lo que amaba.

Completa e irrevocablemente.
Capítulo 34
—NO, NO ES FRAGEEL, ESSS FRÁGIL. CULOS EN SSSONRISA —DIJO SITHIAS,
subrayando la palabra en la pizarra con tanta fuerza que rompió la tiza por la mitad—.
Oh, ahora mira lo que me has hecho hacer. —Se inclinó para recogerlo.

—¿Qué tiene que ver la sonrisa? —dijo Gerdie, cruzando los brazos en señal de
frustración—. ¿Y quién necesita una palabra elegante para decir débil de todos modos?
Basta con decir débil.

Sithias se levantó, con la espalda recta y la barbilla recogida.

—Un buen escritor necesssita un vocabulario variado para expresssar una historia
rica e interesssante.

—No quiero ser una escritora inteligente, sólo necesito lo básico de leer y escribir.

—Llevamos un mes con esto todos los días. Ahora que ya sabes lo básico, es hora de
pasar a lecciones más avanzadas —dijo, frunciendo el ceño a través de su monóculo, que
en realidad era sólo para verla. Se había metido en el papel de "director", una idea que
había sacado de algún libro que Fate había conjurado para él en Beldereth. Un papel que
le inspiró a transformarse en un anciano con corbata blanca, una tonta bata negra y un
tonto gorro cuadrado en la cabeza con una borla que le hacía cosquillas en la nariz y le
hacía estornudar.

—Es avurrido y me duele la cabeza.

—Aburrido, usa la otra B33—corrigió.

—Voy a dejar la escuela. Esta clase es sosa —dijo ella, diciendo cada palabra con
precisión.

—¡Oh! buen sinónimo de aburrido. Obtienes una galleta por eso.

—Eso es una tontería —murmuró Gerdie. Se levantó del escritorio y se dirigió a la


gran ventana para contemplar las profundas sombras del bosque al otro lado del muelle
y las colinas que se alzaban en verdes oleadas hasta donde se alzaba el roble gigante, con
su amplia copa extendida de forma protectora sobre sus arbolitos, si es que ya podían

33
N/C: Bien, tiene más sentido en el idioma original, les explico, ella dice: “It’s borin”. En ingles
`BORING` es `Aburrido` por eso Sithias la corrige diciendo: “Boring…` agregándole la `g` que ella
olvido agregar. Decidí colocarlo al español de una manera común que nos sea mas familiar.
llamarse así. Sus troncos se habían engrosado hasta alcanzar el tamaño de robles
centenarios. El rápido crecimiento no dejaba de sorprenderla. Nunca había visto un
bosque tan hermoso.

Al menos una cosa buena había surgido del que Finn estuviera encerrado.
Sin embargo, desde aquella horrible noche, las cosas no habían ido bien. La pérdida de
sangre de Fate era tan grande que hubo momentos en los que Gerdie pensó que no
sobreviviría. Pero no se dio por vencida. Le dio a Fate sus tónicos de hinojo y algas
preparados mágicamente durante una semana antes de que estuviera lo suficientemente
consciente como para beberlos ella misma. Al menos las piernas rotas habían sido fáciles
de curar mientras estaba inconsciente.

Sanarla de sus heridas fue la parte fácil.

Decirle por qué Finn no estaba allí cuando se despertó fue mucho más difícil. Se
puso histérica e inconsolable. Cuando nada ayudaba, Gerdie había añadido raíz de
valeriana a los tónicos para calmarla. La hierba puso fin a los llantos y le permitió
dormir, cosa que hizo mucho durante unas semanas. Pero cuando la resistencia de la
juventud hizo efecto y ya no podía dormir tanto, no hablaba, por mucho que Sithias
intentara que respondiera. Se quedaba en la cama mirando al techo, pálida como la nieve
y tan... frágil.

Sithias se acercó a ella, con la mirada fija en el roble gigante.

—¿Cuánto tiempo crees que estará ahí arriba hoy?

Tan pronto como fue lo suficientemente fuerte, Fate pasó todos los días sentada en
la base del árbol. Las noches también las habría pasado allí si Sithias no la hubiera
llevado de vuelta a la posada después de quedarse profundamente dormida. También
había adelgazado mucho y tenían que asegurarse de que comiera. Gerdie sospechaba que
los pocos bocados que comía eran sólo para apaciguarlos. Empezaba a parecer que Fate
no iba a recuperar nunca sus ganas de vivir. Era prácticamente un fantasma que rondaba
por los pasillos, flotando para mantener el peso de sus piernas, con una mirada perdida
en sus ojos.

—El tiempo es cada vez más cálido —respondió Gerdie—. Casi no tiene motivos
para entrar.

—Ni ninguna razón para vivir, parece —dijo Sithias con un fuerte suspiro—. ¿Qué
podemos hacer para devolverle la vida? Me temo que, si no lo hacemos, estaremos
atrapados en esta isla para siempre.

—He estado pensando en eso. Las piernas de Fate están bastante arregladas.
Todavía está pálida, lo que me dice que su sangre no está donde debería estar, pero eso
se corregirá con el tiempo, mientras siga bebiendo los tónicos. Lo que tiene es una
enfermedad del alma, y la única cura para eso es la esperanza.
—¿Cómo proponesss que hagamos eso? A excepción de darle papel y bolígrafo para
que pueda essscribir a Finn fuera de ese árbol, lo que le hemosss dicho que no es una
opción, no ssse me ocurre qué podría ssser. —Le dirigió una repentina mirada de
horror—. Oh, querida, no estarás pensando que puedes hacerlo, ¿verdad? Sólo porque
hayas usado las Palabrasss de Creación para conjurar sssuministros de comida y mejoras
en nuestras condiciones de vida no significa que puedas usarlasss para liberar a Finn.No
te enseñé a leer y escribir para que pudieras meternos en problemas más graves con el
Hombre Verde o en algún problema totalmente diferente.

—Relájate, sólo luzcocomo una niña tonta, no lo soy. —dijo Gerdie, mostrando
abiertamente su fastidio.

—Entonces, ¿qué estás planeando? ¿Una poción o algún tipo de hechizo?

—No, algo aún mejor, el viejo truco de la zanahoria en el palo.

Sithias frunció el ceño.

—¿Esa es tu gran idea? Sé que no tengo que decirte lo mucho que a ella le gusta
estar en el paraíso del cacao, y el infierno de cacao que ha supuesto para mí hornear
todos esos pasteles de chocolate, tartas, trufas, brownies y caramelos sólo para que ella
los pruebe. ¿Y ha tocado algo de eso?

—No.

—¿Entonces qué te hace pensar que querrá un palito con una zanahoria?

—Huh. Quién sabe —dijo Gerdie, sonriendo mientras se dirigía a la puerta—. Yo sé


algo que tú no sabes, para variar.

Sithias le entregó el tarro de galletas que tenía en su escritorio.

—Tómalas en caso de que tu zanahoria no le atraiga.

***
Las notas melodiosas de una flauta flotaron desde el corazón del bosque, invitando
a Fate a seguirla. Se abrió paso entre los árboles, metiéndose hasta las rodillas en un lago
de helechos y lilas. El aroma de las lilas perfumaba el aire mientras pasaba los dedos por
las hojas moteadas por el sol y subía la suave pendiente hasta el inmenso y antiguo roble
de la colina. Cuando se abrió paso entre el denso follaje hacia el exterior, donde el
enorme tronco marcaba el centro de la arboleda, las notas se estremecieron sobre su
piel, reverberando en todo su ser.

Estaba junto al roble, perdida en su música, con los ojos cerrados y los dedos
golpeando la flauta de madera. Le resultaba tan familiar como su propio rostro en el
espejo, pero cada vez que buscaba su nombre se le escapaba de la mente. Ladrón de
corazones es lo que ella llamaba, porque le robaba preciosos recuerdos, los sacaba uno a
uno con sus seductoras melodías, dejándole sólo restos sombríos. Ella intentaba
desesperadamente aferrarse a lo poco que le quedaba, pero sus brillantes tesoros y sus
sagradas heridas se escapaban como el humo por las grietas de sus dedos. Estaba
enfadada con él por ejercer ese poder de olvido sobre ella. Hasta las palabras le habían
sido arrebatadas, haciendo imposible expresar su queja.

Mientras él vaciaba su corazón de dolor y de todos sus apegos al pasado, la paz


llenaba el hueco de su pecho, haciéndola dormir. Incapaz de resistirse a la tranquila
música, se acomodó en el musgo y apoyó la cabeza en las raíces. Las notas de la flauta se
mezclaron con la brisa que agitaba las hojas, y juntos, el flautista y el roble, cantaron una
letra que sólo el alma podía entender, una canción de perdón, de dejar ir y seguir
adelante. Pero Fate no quería seguir adelante. Si podía permanecer dormida y seguir
soñando este sueño, entonces tal vez dejaría de existir y su tranquilo final se convertiría
en un hermoso comienzo. Una nota discordante y salvaje atravesó la serena melodía,
cortándola con una brusquedad chocante.

Al despertarse con un sobresalto, se sentó en la hendidura de musgo bajo el roble.


Una quietud antinatural se apoderó del bosque circundante, un silencio estrepitoso que
la entristeció cuando el resplandor del olvido se desvaneció y su ingenio regresó. Había
vuelto a soñar con Finn. Volvió a sentir el dolor de su corazón. No quería creer que él
estuviera intentando comunicarse con ella a través de sus sueños, porque entonces
tendría que aceptar lo que él quería, que era olvidarlo y abandonar la isla. Pero el sueño
era persistente.

Él era persistente.

Bueno, ella podía ser igual de terca.

Había jurado permanecer a su lado hasta el día de su muerte, que podría no llegar
nunca si Gerdie era un ejemplo de lo que le esperaba, pero eso no importaba. No podía
dejarlo. Invocar al Hombre Verde para destruir a Callum había sido obra suya. Ella
debería ser la que estuviera encerrada dentro del roble, no Finn. No debería haber tenido
que sacrificarse, no después de haber luchado tanto y durante tanto tiempo para ser libre
de Mugloth. Sin embargo, aquí estaba, un prisionero de nuevo. Todo porque ella había
sido descuidada con sus palabras. Como siempre que seguía esta línea de
pensamiento, la tentación de utilizar las Palabras de Creación para retroceder en el
tiempo y evitar su error original surgía bajo su piel como un súbito sarpullido que no
desaparecía.

El viento se precipitó, golpeándola en la cara y sacudiendo las ramas del roble con
el ruidoso batir de las hojas. Le llovieron bellotas y una golondrina se abalanzó sobre
ella, picoteando la parte superior de su cabeza.

—¡Ay! —gritó, frotándose el cuero cabelludo. Mirando a su alrededor, se preguntó


si Finn había llamado al viento y dirigido al pájaro para que se lanzara en picado sobre
ella.
Decidió probar su teoría.

—Finn —graznó, sus cuerdas vocales no estaban acostumbradas a hablar—. Voy a


reescribir esta fábula y a liberarte. —Esperó a que otro viento violento y un enjambre de
golondrinas la atacaran.

El viento se silenció como para escuchar, pero eso fue todo.

Suspiró. ¿Su sueño era más bien una tortuosa pesadilla en la que imaginaba que
estaban conectados de alguna manera? Deseó saber cómo era para él dentro del roble.
¿Estaba ya consciente? Rezaba para que estuviera en paz y en armonía con la naturaleza,
como en sus sueños. Pero no podía evitar la idea de que podría estar sufriendo el mismo
aislamiento y miedo que ella había sufrido cuando Mugloth la había arrastrado a la
hondonada.

En el Libro de Fábulas no había ninguna descripción de lo que estaba


experimentando. Con la esperanza de encontrar una pista, había leído el pasaje hasta
que se le grabó en el cerebro: Por fin, un Druida de gran poder llamado Emrys, llegó a
InnithTine y purgó la isla de la oscuridad de Mugloth. El Hombre Verde, el más
antiguo de los Antiguos, surgió de la tierra y selló a Emrys en el interior del antiguo
roble para que el árbol se ensuciara y renovara el bosque. Con este nuevo ciclo
iniciado, la isla volvió a ser un lugar sagrado para la peregrinación anual de Alban
Eiler de los druidas.

Su mano voló hacia la cinta que llevaba al cuello, la que le había regalado Finn,
acariciando la seda en un intento de calmar su miseria. Gerdie había hecho todo lo
posible por limpiarla, pero la tela seguía siendo de un gris moteado, y los extremos
estaban tan deshilachados que eran prácticamente borlas. A Fate no le importaba eso.
Había atado la pequeña bolsa que él había dejado atrás a la cinta para mantenerlos a
ambos cerca de su corazón. Al acercarla a su nariz, aspiró el rico aroma terroso de la
mezcla sagrada que había en el interior del cuero enjabonado. Si cerraba los ojos, casi
podía engañarse creyendo que él estaba cerca.

Pero casi no era suficiente.

Las lágrimas ardían detrás de sus párpados mientras un dolor monstruoso subía
desde su estómago hasta su pecho, arrancando un sollozo de su garganta.

—¿Fate?

Abriendo los ojos con un sobresalto, vio a Gerdie mirándola a través de la


vegetación. Se enjugó los ojos, girando la cabeza hacia otro lado. ¿Por qué no entendían
que sólo quería que la dejaran en paz? Hablar sólo empeoraba la pena.

—He traído galletas de chocolate —dijo Gerdie, mostrando el tarro.

El estómago de Fate se retorció de náuseas ante la idea de comer. Gerdie se


acurrucó entre las flores silvestres y se sentó hasta el cuello en las coloridas flores.
—Hay algo que debes saber. —Parpadeando para contener las lágrimas, Fate miró
hacia el extenso dosel del roble—. En mi casa, de donde vengo, hay una puerta secreta
que mi familia ha escondido durante mucho, mucho tiempo —dijo Gerdie—. La hemos
estado vigilando para asegurarnos de que nadie descubra a dónde conduce, a este lugar
llamado la Fortaleza.

Este inesperado tema de conversación desvió momentáneamente la atención de


Fate de su dolor. Bajando la mirada, se quedó mirando a Gerdie, escuchando con vago
interés.

—Es como una gran ciudad cerrada por una jaula de aros giratorios. Y hay todas
esas bóvedas dentro. Miles de ellas. Cada una guarda una magia poderosa. —Gerdie se
quedó callada y esperó.

El zumbido de las abejas zumbaba en el silencio mientras Fate intentaba dar


sentido a lo que le estaban contando. Miró a la anciana, de seis años, interrogándola con
el ceño fruncido.

Gerdie se inclinó, con los ojos brillantes ahora que tenía su atención.

—¿No lo entiendes? Tiene que haber algo en la Fortaleza lo suficientemente


poderoso como para arreglar las cosas con Finn. Y yo puedo llevarte allí.

Fate luchó con su mente bloqueada, queriendo saber más, pero temiendo dejar
entrar el más mínimo grano de esperanza. Cualquier otra decepción la mataría.

—¿Cómo? —preguntó.

—Salimos de este libro y te llevo a la librería de mi familia. Allí está la puerta de la


Fortaleza. Brune puede hacernos entrar. Ella tiene la llave. Y puedes apostar que estará
allí cuando volvamos. Si te envió a por la Vara, estará esperando a que salgas del libro
con ella.

Fate se llevó la mano al cuello en señal de protección, buscando la Vara escondida


detrás de la cinta de Finn. El sentimiento de culpa que había reprimido todos aquellos
meses salió a la superficie, impidiéndole explicar la sangre y el misterio de cómo había
conseguido la Vara de O'Deldar.

—Sithias me contó cómo la conseguiste —dijo Gerdie, al ver su reacción. Eso


quemó a Fate. Prometió guardar su secreto—. No le culpes. Lo vi cuando te estaba
limpiando. Sabía lo que era. Tiene las mismas marcas que el Orbe.

Fate se relajó un poco, aliviada de no tener que preocuparse de que Gerdie se lo


quitara. Había tenido todas las oportunidades para hacerlo y no lo había hecho.

—¿Dijiste que tu familia tenía una librería?

—Sí —dijo Gerdie, el comienzo de una sonrisa formándose en su cara antes de


convertirse en un ceño fruncido—. Sólo espero que siga ahí. Ha pasado tanto tiempo.
—¿El edificio que solía ser un granero?

—¿Cómo lo sabes?

—Creo que compartimos la misma librería familiar. Todavía está allí, pero ahora
está cerrada, desde que murió mi abuela.

Gerdie se levantó con una mirada ansiosa.

—Por favor, dime que tu abuela no se llamaba Berdie.

Fate frunció el ceño, confundida, pensando en cómo Gerdie conocía el nombre de


su abuela y sorprendida por la extraña forma en que sus nombres rimaban.

—Se llamaba Berdie Biddle.

Las lágrimas brillaron en los ojos de Gerdie.

—¿Berdie se casó con Hank Biddle? Pero ella odiaba a ese cabeza de zanahoria con
cara de peca después de que él la empujara en un charco y arruinara su vestido de
Pascua.

—¿Cómo sabes esa historia? La abuela solía contarla mucho.

—Porque...—dijo ella, con la voz quebrada y sus pequeñas manos retorciéndose—.


Berdie es mi hermana gemela.

Fate se quedó atónita. La abuela nunca había mencionado a una gemela, ni a


ningún hermano. Pero esto explicaba el parentesco inmediato que había sentido con
Gerdie cuando se conocieron, la necesidad instintiva de protegerla. Sonrió, un débil
esbozo de sonrisa.

—Todo este tiempo, y nunca hicimos la conexión.

Gerdie trató de sonreír, pero aún parecía molesta.

—¿Berdie se ha ido de verdad?

Fate asintió.

—Hace ya siete años. —Su rostro se arrugó de pena.

—Eso significa que mamá también se ha ido.

—Lo siento mucho, Gerdie.

—Supongo que debería haber sabido que no quedaría nadie si volvía a casa.

Dolió ver a Gerdiellorar. Incontables años de tristeza reprimida habían roto esa
compostura aparentemente intrépida de ella. Ambas habían perdido a sus seres
queridos. En muchos sentidos, Gerdie había perdido mucho más. Había crecido
completamente sola, despojada de todo, gracias a Brune. A Fate le daba asco saber que
estaba emparentada con alguien capaz de abandonar a su indefensa hermana y de
arrojar después a su sobrina al mismo peligro.

Cada una de ellas tenía motivos para odiar a Brune.

Extendiendo la mano, Fate atrajo a Gerdie para que se sentara junto a ella,
acunando a la niña que, por descabellado que pareciera, era su tía abuela.

—No estás sola. Tienes a tu familia aquí —le aseguró a la niña que lloraba
suavemente.

Mientras Fate la abrazaba, pensó en lo que Gerdie le había contado sobre la


Fortaleza. ¿Podría haber realmente una forma de salvar a Finn? Los engranajes
empezaron a girar cuando observó cómo una oruga escalaba el tallo de una campanilla, y
su peso doblaba el delgado tallo hacia el suelo. Cuanto más pensaba en lo que podría
contener la Fortaleza, más convincente se volvía la idea. Oliendo, Gerdie se limpió
la nariz con la manga y se sentó recta, con su espíritu indomable de nuevo en su sitio.

—¿De verdad crees que hay algo en la Fortaleza lo suficientemente poderoso como
para anular la deuda de Finn con el Hombre Verde? —preguntó Fate.

—Lo creo —dijo Gerdie, luchando por abrir el tarro de galletas.

Fate agarró la tapa y la retorció.

—Hay más magia en la Fortaleza que en todo el mundo —dijo Gerdie, mordiendo
una galleta—. Mmm. Sithias hizo un buen trabajo con estas.

El estómago de Fate tembló mientras una esperanza irreprimible la inundaba,


ahogando la muerte interior.

—¿Pero ¿cómo volveré a Oldwilde?

—Oma dijo que la Fortaleza no era sólo para almacenar magia. Dijo que algunas de
las bóvedas eran puertas a otros lugares y tiempos. Tiene que haber una que vaya a
Oldwilde.

Fate quería creer que esta era la solución para liberar a Finn, pero le preocupaba
que pudiera terminar en una búsqueda inútil sin retorno.

Un ave blanca y negra se posó en un arbusto cercano, moviendo la cola. Cuando sus
ojos oscuros se encontraron con los suyos, el colorido del pájaro le hizo pensar en
O'Deldar con su pelo color sal y pimienta. Cuando se conocieron, él la había mirado con
la misma dureza mientras le decía que había otros caminos, además del Libro de
Fábulas, para cruzar la línea divisoria entre los mundos. ¿Se refería a la Fortaleza?
—De acuerdo, iré —dijo ella. En cuanto dijo las palabras, el ave salió volando. Ella
medio esperaba, o deseaba, que el viento se agitara y agitara algunas bellotas en desafío
a su decisión, pero la brisa permaneció inalterable.

Gerdie dejó escapar un gran suspiro y sonrió.

—Bien, pero primero vamos a tener que darte forma para que vuelvas a tener algo
de color en la cara y carne en esos huesos.

Le tendió el tarro de galletas.

—¿Qué, no crees que todo esto de la anemia y la piel y los huesos me está
funcionando? —dijo Fate, sonriendo mientras cogía una galleta y mordisqueaba un trozo
de chocolate.

Gerdie frunció el ceño y negó con la cabeza.

—Vaya, y yo que creía que estaba tan a la moda de los muertos vivientes.

***
—Me voy —dijo Fate, con la garganta cerrada por las palabras. Apoyó la frente en la
áspera corteza del roble y cerró los ojos para evitar las lágrimas—. Te prometo que
volveré por ti, Finn. Pero no te rindas. ¿De acuerdo?

Un silencio cayó sobre la arboleda.

Ella miró hacia el enorme paraguas de hojas, sintiendo el cambio en el aire, como si
toda la naturaleza de repente contuviera la respiración.

—¿Finn? —susurró.

Ni un aleteo de hojas, ni un gorjeo de pájaros o un zumbido de insectos. Sólo


silencio.

Fate escuchó con el corazón latiendo y los oídos agudizados, una voz, silenciosa
para el mundo exterior, pero fuerte en su corazón. Estamos unidos, siempre.

El aire fresco y enérgico sopló contra sus labios, como la brisa de las alas de un
colibrí. Lanzando un pequeño suspiro, se llevó los dedos a la boca, segura de que la
habían besado... un beso de despedida. Quería aferrarse a la presencia de Finn, por débil
que fuera, y no soltarla nunca. Pero él ya se estaba alejando. Cuando los sonidos
normales del bosque se reanudaron, ella volvió a sentir el dolor agudo de su ausencia.
¿Por qué el amor tenía que doler tanto?

La opresión en su pecho empeoraba con cada paso que daba lejos del roble. No
importaba lo lejos que la llevara su viaje, siempre habría esta herida abierta en su
corazón. Pero tenía que concentrarse en el camino que tenía por delante, porque seguir
adelante era el único modo de volver a él. Y sólo entonces podría poner fin a este dolor
persistente. Reprimiendo las lágrimas, se obligó a saltar en el aire y voló de vuelta a la
posada.

***
—¿Podrías dejar de hacer círculos? Me estás mareando —se quejó Gerdie mientras
Sithias se deslizaba junto a ella por enésima vez. Había vuelto a su forma de serpiente,
con su vieja gorra de cazador de gamuza. Como tenían que volver con La Hechicera
Solitaria y darle un final feliz antes de poder regresar a casa, quería asegurarse de que
Elsina lo reconociera—. ¿Por qué estás tan nervioso por volver?

Se detuvo y la miró.

—¿Cómo puedo explicar por qué he essstado fuera tanto tiempo y por qué essstoy
en compañía de enemigoss? No se puede jugar con Elsssina. Puede ser
insoportablemente hermosa, pero está hecha de hielo, ya sabes. A veces dudo que haya
un corazón que late bajo esa suave piel de marfil. Puede ser tan cruel. —Lanzó un gran
suspiro—. Me pregunto qué ha estado haciendo mientras yo no estaba. ¿Crees que me ha
echado de menos?

Fate entró.

Gerdie se levantó de la mesa, aliviada al ver que su despedida de Finn no había


hecho añicos su decisión de marcharse. Habían trabajado duro para levantar su ánimo y
su resistencia, y no quería verla caer de nuevo en la depresión. Además, estaba ansiosa
por enfrentarse por fin a Brune, sobre todo con Fate para respaldarla.

—¿Todo listo para salir? —preguntó.

Fate apartó su capa con capucha, mostrando su espada y dagas atadas sobre su
armadura de cuero.

—Todo lo lista que puedo estar después de semanas de atiborrarme de las comidas
gourmet de Sithias. Aunque podría haber prescindido de esos repugnantes tónicos. Lo
siento, Gerdie, pero realmente apestan. —Le lanzó a Sithias una sonrisa que no ocultaba
del todo la tristeza persistente en sus ojos—. Pero tú, amigo mío, harás de alguien una
feliz esposa algún día.

—Oh, ¿realmente lo crees —preguntó él, pareciendo un poco demasiado


esperanzado.

—¿De verdad que lo llevas bien? —presionó Gerdie mientras escudriñaba a Fate.

—Sí —respondió ella.


Pero Gerdie notó un destello de duda en sus ojos antes de apartar la mirada y
acercarse al Libro de Fábulas, con sus enormes páginas abiertas en La Hechicera
Solitaria.

Fate dobló el brazo y se golpeó un bíceps bien definido.

—Lo más probable es que ahora mismo pueda vencer a un gorila de cuatrocientos
kilos en un mano a mano. No sé exactamente cuánto durará esta súperfuerza sobrante,
pero apuesto por unos cuantos meses más antes de que necesite ayuda para abrir un
bote de mayonesa.

—Esss bueno sssaberlo, ssseñorita —dijo Sithias, con un tono deliberadamente


cuidadoso mientras se acercaba a ella.

Algo dentro de Gerdie se enfrió cuando se unió a ellos junto al gran libro y miró a la
serpiente, cuyas alas temblaban de miedo. ¿O era impaciencia? Entonces se dio cuenta
de lo que la molestaba. Había una nota falsa en su voz que nunca había oído antes.
Alarmada, tiró de la manga de Fate, pero demasiado tarde.

Fate ya había pronunciado la primera palabra de La hechicera solitaria. El


inexorable tirón hacia la fábula le arrancó las palabras de la punta de la lengua mientras
una explosión de letras se desprendía de la página y las arrastraba.
Capítulo 35
LA INMERSIÓN EN LAHECHICERA SOLITARIA SUMERGIÓ A FATE EN EL
anhelo de Elsina de amar y ser amada. La agonizante pérdida de la hechicera cuando
descubrió que Torrin estaba consagrado a otra, le quemó como la sal vertida en la herida
abierta y llorosa que era el corazón de Fate. El dolor de Elsina era el mismo que el suyo,
independientemente de las circunstancias.

La pena de Fate aumentó a medida que la historia se desarrollaba hacia su nuevo y


trágico final, cuando Torrin se arrojó por los acantilados. La visión de su cuerpo
destrozado en las rocas, arrojado sin cuidado por las agitadas olas, la dejó aún más
desconsolada, y la desesperación se intensificó cuando el gemido de dolor de Elsina
estremeció la isla.

Las llamas rojas pusieron fin a la fábula, convirtiendo todo en cenizas. Sus
rodillas se doblaron, Fate se dejó caer en la fría arena. Otra ráfaga de luz roja y ardiente
golpeó el Libro de Fábulas, las llamas se desprendieron de sus páginas y se
desvanecieron en una bocanada de humo. Abrazando su cintura, ahogó un sollozo.

Gerdie la tiró al suelo.

—¿Qué está pasando? —murmuró Fate, repentinamente superada por una oleada
de náuseas a causa del salto. Desorientada por la oscuridad de la noche tras dejar atrás
una tarde soleada, se secó los ojos de lágrimas y miró a su alrededor. Estaban de nuevo
en la cueva. La única luz era la de la luna que se reflejaba sobre el negro océano.

Sithias salió volando delante de ellos, batiendo las alas como un loco.

—¡Señora! ¡He vuelto... con el libro mágico!

La sorpresa cortó parte de la niebla en la cabeza de Fate. ¿Le había oído bien?

—Sithias —dijo, manteniendo la voz baja—. ¿Qué estás haciendo?

Ignorándola, Sithias siguió aleteando en su sitio.

—Sé cómo funciona el libro. Podemos viajar a otros mundos sin salir de la isla.
Puedes hacer esto sin miedo a perder tus poderes.

Incapaz de creer lo que oía, Fate le agarró por la cola para impedirle lo que fuera
que pensaba hacer. Los músculos bajo sus escamas se retorcieron en su mano,
liberándose de su agarre.
La confusión se agitó entre el malestar de su estómago.

—Lo sabía, se ha vuelto contra nosotras —susurró Gerdie, con el cabello rizado
humeando y chamuscado por la mitad.

Confundida aún más por el repentino cambio de actitud de Gerdie, Fate se puso en
pie, con movimientos lentos a causa de las náuseas y las punzadas en las sienes. ¿O era
una persistente sensación de traición la que causaba el dolor en su cerebro? Dirigió su
difusa atención a la hechicera.

—¿Has perdido tu cerebro del tamaño de un guisante? —dijo Elsina, con su león de
granito alado a un lado y Hatho al otro—. Nunca te fuiste. El libro se cerró y luego se
abrió. Ahora quítate de en medio. —Hizo una señal al soldado halcón—. Enciérralos. Y
envía un buey de vuelta por el libro.

Cuando Sithias salió volando y aterrizó junto a la hechicera, la piel de Fate estalló
con un sudoroso pánico. ¡Realmente era una serpiente traicionera! ¿Cómo pudo
equivocarse tanto con él?

Temblando, liberó su espada. La empuñadura se deslizó contra su resbaladiza


palma mientras se colocaba frente a Gerdie, con la vista puesta en Hatho, que había
desenvainado su espada.

En un movimiento borroso, le clavó la espada. A pesar de lo oxidada que se sentía


al blandir una espada tras su larga convalecencia, la memoria muscular hizo acto de
presencia y desvió el golpe. El choque de las espadas le hizo vibrar el brazo y el hombro,
casi haciéndola caer. Al recuperar el equilibrio, bloqueó otro rápido ataque, esperando
una oportunidad que nunca llegó. La espada de Hatho voló hacia ella con golpes precisos
e implacables. Repelió cada golpe, pero sus reflejos no eran tan rápidos como deberían.
No se había recuperado del todo de la transición entre fábulas.

Desesperada por ganar ventaja, sacó una daga de la correa de su muslo. Con la
mano de la espada, curvó su hoja sobre la de él, conduciéndola hacia abajo, y luego clavó
la daga por encima de su antebrazo enguantado, cortando la piel y golpeando el hueso.
Mientras él retrocedía un paso, ella esperaba que soltara su arma. En lugar de eso,
avanzó, girando su espada en un arco antes de redirigir el ángulo de la hoja en un golpe
vertical que cayó con fuerza y rapidez. El impacto de la pesada hoja sacudió el ligero
estoque de su mano.

Desarmada y desequilibrada, tropezó hacia atrás cuando él se abalanzó sobre ella,


empujándola aún más. Al tropezar con Gerdie, que estaba agazapada en la arena, cayó al
suelo y el aire se le escapó de los pulmones. De repente, él estaba encima de ella, con la
mano agarrada a su garganta y levantándola hacia su cara. Detrás de su casco plateado
brillaban unos ojos dorados y furiosos.

Luchando por recuperar el aliento, le golpeó el brazo y le clavó la rodilla en las


tripas. El dolor se apoderó de su rótula al chocar con su armadura.
A su vez, Hatho le propinó un puñetazo que impactó en su estómago con la fuerza
de una bala de cañón.

La dejó caer al suelo. Enroscada en sí misma e incapaz de respirar, miró más allá
del soldado halcón, fijando los ojos en Sithias. ¿Por qué permitía esto? Seguro que en
cualquier momento intervendría para ayudarla. Buscó en sus ojos ámbar la más mínima
señal de que aún estaban en el mismo equipo. Pero en su mirada no había nada ni
siquiera parecido a la amistad.

—¡Sithias! —gritó con una furia que le quemaba la garganta—. Te atraparé por... —
Una mordaza en su boca detuvo la amenaza.

—Hatho —dijo la hechicera mientras se subía al lomo de su león fruncido—,


tráeme el libro de hechizos de la bruja.

El halcón terminó de atar las manos de Fate a la espalda, y luego buscó en la


mochila que llevaba en el pecho.

—No está aquí…

Fate lanzó su bota directamente a su casco. Hatho se tambaleó hacia un lado, pero
enseguida recuperó el equilibrio y golpeó con su puño de hierro el costado de su cabeza.

Un fugaz espectáculo de fuegos artificiales explotó dentro de su cráneo antes de que


todo se volviera negro.

***
—Fate —una voz llamó desde algún lugar lejano—. Despierta.

Abriendo los ojos, Fate miró una cara borrosa que se cernía sobre ella. Tuvo que
parpadear varias veces antes de que Gerdie apareciera.

—¿Qué... qué ha pasado? —En el momento en que se tocó la sien dolorida, el puño
de Hatho apareció en su mente—. Oh, claro, el halcón gorila.

—Es un buen bulto el que tienes ahí. Ese halcón raro tiene unos brazos poderosos.

—Gracias por la noticia —dijo ella, apenas capaz de mover su cuerpo dolorido y
rígido.

—Empezaba a pensar que nunca te ibas a despertar. Has estado fuera toda la
noche.

Gimiendo por el dolor de pies a cabeza que Hatho y el suelo de piedra le habían
provocado, Fate se incorporó, frunciendo el ceño ante las paredes manchadas de musgo,
el lecho de paja plano en el que estaba tumbada y la puerta de hierro oxidado que
bloqueaba su camino hacia la libertad.

—¿Dónde estamos? —preguntó, distraída momentáneamente por las arañas con


alas de abeja que tejían peculiares telas con forma de panal sobre el techo.

—El calabozo de Elsina.

—Ah, qué sorpresa. Típico motivo de mazmorra con toques góticos de gris lúgubre
sobrepuesto a más gris lúgubre. A no ser que cuentes los insectos raros. —Su cabello se
agitó cuando un viento enérgico le azotó por detrás. Se estremeció—. Un poco de viento
para estar bajo tierra... ahora que lo pienso... mucho más brillante de lo que debería ser.

—Eso es porque nos falta una pared entera —dijo Gerdie.

Fate miró por encima del hombro, entrecerrando los ojos ante el resplandor de un
magnífico amanecer que brillaba en la abertura cuadrada de su celda.

—Bien, eso es interesante. No esperaba una vista al mar de primera clase.

Por lo que pudo ver, su celda no era más que una hendidura de tres metros tallada
en la roca del acantilado. Todavía mareada pero animada por este descubrimiento, se
levantó y empezó a dar un paso cuando su pierna se enganchó en algo.

—¿Qué...? —Su tobillo estaba atado con un grillete oxidado encadenado a un anillo
de hierro clavado en el suelo de piedra—. ¿De verdad? ¿Les dijo que podía volar?

El dolor y la ira se enredaron en su pecho.

—Ooooh, juro que la próxima vez que vea a Sithias le haré un nudo y le arrancaré
las alas, una pluma podrida cada vez. Desgraciado. ¿Cómo ha podido hacernos esto
después de todo lo que hemos pasado juntos?

Gerdie sacudió la cabeza, con un ceño enfadado que marcaba sus pícaras facciones.

—Es una serpiente tramposa. Nos engañó a todos. Debería haberlo sabido. Lo
descubrí en el último momento, justo antes de irnos. Algo en su voz me pareció mal.

Sintiéndose mal, Fate presionó sus manos sobre su estómago magullado.

—No, debería haberlo visto. Lo siento, Gerdie, estaba demasiado metida en mis
cosas.

—No te culpes. Nadie puede pensar con claridad después de perder a un ser
querido.

—Pero estaba ahí delante de mí. ¿Recuerdas que todas sus obras e historias tenían
la misma mujer fatal? Que, ahora que lo recuerdo, sonaba igual que Elsina. Pero eso
cambió después de llegar a InnithTine. Cuando empecé a sentirme mejor, noté que los
poemas que me leía eran diferentes. Hablaban de una mujer de pelo negro cuyo aliento
era como la flor más dulce, la piel como el brillo de un rayo de sol y la voz como el canto
de un arrendajo azul. Por supuesto, la descripción cambiaba de un día para otro, pero ya
sabes a qué me refiero.

Gerdie se golpeó el dedo en la barbilla.

—No creo que fuera un arrendajo azul. Son graznantes.

—Como sea —dijo Fate—. No puedo creer que no me haya dado cuenta. Ha estado
totalmente enamorado de Elsina todo este tiempo.

Gerdie puso cara de duda.

—No puede ser. Tenía miedo de ella.

—Lo sé. Pero hubo una vez en la que fue directo y la llamó un milagro de la
feminidad, seguido de un montón de cosas elegante.

—Oh, sí, eso es correcto —Gerdie estuvo de acuerdo, sus ojos se entrecerraron—.
Eso significa que cuando estábamos haciendo planes para volver aquí, él estaba
siguiendo toda esa charla sobre cómo usarías las Palabras de Creación para darle a
Elsina su compañero perfecto y su final feliz.

Arrastrando sus cadenas hasta el fondo de la celda, Fate se desplomó contra la


pared, mirando el océano.

—No quiere que esté con nadie más que con él.

—Parece que nunca saldremos de aquí —refunfuñó Gerdie.

Un fuerte ruido de chirrido los sobresaltó a ambos cuando un pequeño panel en la


parte inferior de la puerta de hierro se abrió. Se introdujo una bandeja de comida. Luego
el panel se cerró de golpe.

Gerdie llevó la bandeja hasta Fate y se sentó. Cogió un pequeño cubo de queso por
el palillo que tenía clavado y se lo ofreció.

Demasiado molesta para comer, Fate lo rechazó.

—Como quieras. Por supuesto, nunca dejo pasar una comida, ya que no se sabe
cuándo vendrá la siguiente. —Al llevarse el queso a la boca, apartó un paño blanco
impoluto, dejando ver unas salsas y un pan calientes debajo—. Hmm, no se puede decir
que la hechicera no alimente bien a sus prisioneros. —Cogió una copa de zumo oscuro.
Después de engullir la mayor parte, arrugó la nariz—. Nunca me ha gustado demasiado
el zumo de ciruelas. —Cuando empezaron a sonar ruidosos gorgoteos en su estómago,
miró el agujero en el suelo en una esquina—. Uh-oh. Probablemente no debería haber
hecho eso.
Mientras Gerdie parloteaba, una lenta quemazón en las tripas de Fate se convirtió
en una rabia al rojo vivo, que eliminó la sensación de malestar que le había dejado la
traición de Sithias. Cada célula de su cuerpo vibraba de rabia.

—¿Estás bien? Tu pecho se ilumina como un árbol de Navidad.

—Estoy muy enfadada —dijo Fate con los dientes apretados—. Creo que nunca he
estado tan furiosa en toda mi vida. Bueno, tal vez cuando cancelaron a Danny
Phantom34, pero esto es mucho peor. Lo que hizo Sithias es imperdonable.

—Sí, si estuviera aquí ahora mismo, le haría beber este zumo de ciruelas.

Fate miró la copa casi vacía.

—Dámela —dijo.

—Adelante —dijo Gerdie mientras se la entregaba.

Agarrando el paño de lino, Fate cogió el palillo desechado y lo mojó en el zumo.


Cuando empezó a deletrear en el paño, Gerdie sonrió y asintió.

—Ooh, Sithias está en muchos problemas.

—Tendrá lo suyo, pero primero tenemos que volar este agujero en la pared y
evitar que Torrin se lance en picado por los acantilados.

—¿Y si ya llegamos demasiado tarde?

—Oh, eso es positivo, Eeyore.

—Creo que soy más como Christopher Robin35 —dijo Gerdie, cruzando los brazos
con fastidio.

—Bien, Chris, toma asiento allí con Pooh y la pandilla mientras yo sigo con esto—
dijo Fate, sonriendo cansadamente a su animosa tía abuela. Mirando lo que había
escrito, murmuró las palabras en voz alta. El aire se estremeció, haciendo surgir algo
pequeño y metálico. Una llave, que atrapó antes de que cayera al suelo.

Los ojos de Gerdie se abrieron de par en par.

—¿Es la llave de la puerta?

—Pues no —dijo Fate mientras la introducía en el grillete cerrado. El grillete se


abrió de golpe—. Me imagino que saldremos por aquí.

34
Serie juvenil de televisión.
35
Personaje de Winnie Pooh
Caminó hasta el final de la celda y se colocó al borde de la empinada caída. Un
caldo de olas y espuma de mar se agitaba en las rocas de abajo.

—Supongo que es mejor, ya que los guardias están al otro lado de la puerta.

—Es exactamente lo que pienso. —Fate se agachó para que Gerdie pudiera subirse
a su espalda—. ¿Lista?

—Tan lista como un gato colgado sobre una bañera —comentó nerviosa mientras
se posicionaba.

Fate se lanzó al cielo. Apenas llevaba unos segundos en el aire cuando sonó una
bocina. La adrenalina se disparó a través de sus miembros cuando miró hacia atrás,
hacia las paredes del acantilado, llenas de más de cien celdas, desde las que una docena
de halcones soldados se elevaron y volaron directamente hacia ellos.

Gerdie se puso rígida, y su agarre se apretó alrededor del cuello de Fate,


presionando el dolor en su ya tierna tráquea. Salió disparada hacia arriba, sabiendo que
los halcones nunca podrían igualar su aerodinámica de cohete. Pero su velocidad se vio
obstaculizada por el peso extra de Gerdie. No podía subir lo suficientemente rápido
como para dejar atrás su alcance.

Una mano se aferró a su tobillo. Otra tiró a Gerdie de la espalda.

El grito de Gerdie sonó cuando Fate se giró para agarrar su brazo.

—¡No! —gritó cuando el rostro asustado de la chica desapareció de su vista. Su


corazón dio un vuelco y su estómago se agitó como si fuera ella la que se precipitara al
mar.

Se dio la vuelta para lanzarse tras ella, pero el soldado halcón le sujetó la pierna y la
agarró del brazo. Gritando furiosamente, se esforzó por ver más allá de la batería de alas
y los cascos brillantes que le bloqueaban la vista. Un segundo halcón la agarró por el otro
brazo, llevándola con fuerza de vuelta a las celdas del cielo. Se retorció en todas las
direcciones, esperando ver a que Gerdie hubiera sido atrapada antes de caer al agua.

La arrojaron a una de las celdas. Cayendo sobre la piedra, se golpeó contra la


pared, partiéndose la cabeza con fuerza. El dolor floreció en su cráneo, embobando su
ingenio mientras la sangre goteaba por su cara. Fue vagamente consciente de que la
levantaban y de un frío pellizco de las esposas de hierro que le ataban las muñecas y los
tobillos.

—¿Dónde está Gerdie? —murmuró.

—¿La pequeña? —preguntó el soldado halcón más cercano a ella.

—Perdida —respondió el otro.


La pena y la furia golpearon el pecho de Fate. Se abalanzó sobre ellos, con un grito
salvaje que brotó de su garganta, y los grilletes repiquetearon al hacer fuerza contra
ellos. Los sorprendidos halcones retrocedieron cuando ella les lanzó una mirada de puro
veneno y fuego infernal.

—¡Los mataré! —gritó—. ¡Los mataré a todos!

Inquietos, mantuvieron sus ojos fijos en ella hasta que llegaron al borde de la celda
y se levantaron.

Después de todo lo que había pasado, sólo para perder a Finn al final, luego para
sufrir la traición de Sithias, y ahora Gerdie. El dolor era demasiado. Podía lidiar con la
rabia, pero no con este dolor desolador y agonizante que amenazaba con invadirla.
Permitiendo que el odio hiciera a un lado su angustia, la furia envenenó su torturada
mente, distorsionando toda la razón mientras miraba la tumba acuosa de Gerdie.
Entrecerró los ojos en el brillante océano, una belleza engañosa llena de multitud de
peligros. No sólo de los ordinarios, sino de los sobrenaturales, como los monstruos
marinos, las sirenas y los behemoths como el legendario Kraken.

No pudo evitar sonreír al imaginar los gigantescos tentáculos del Kraken saliendo
del agua, agarrando halcones del aire y arremetiendo contra el palacio de Elsina.

Respiró hondo, animada por la idea. Pero ¿cómo podría hacerlo realidad? Sus ojos
se posaron en las salpicaduras carmesí cerca de sus pies. Sumergiendo la punta de su
bota en la sangre, deletreó una orden apenas legible pero sencilla.

Sin dudarlo, lanzó al aire las vengativas palabras—: Invoco la ira de Poseidón sobre
esta isla.

Justo en ese momento un soldado halcón aterrizó en la celda. Llevaba a Gerdie.

—¡Gerdie! —gritó, toda su rabia se desvaneció mientras el alivio la atravesaba—.


Estás mucho menos... muerta de lo que creía.

Gerdie corrió hacia ella, abrazándola por la cintura.

—¡Gracias a Sithias!

—¿Qué? —Atónita, Fate observó cómo el soldado halcón se alargaba, una distorsión
inquietante, antes de transformarse completamente en la serpiente alada.

Sonriendo, onduló hacia delante.

—Esss un milagro que haya aparecido cuando lo hice.

—¿De verdad, Judas? —gritó Fate, con sus manos retorcidas contra los grilletes.

Sithias se apartó de ella.


—Sseñorita, ¿por qué estás tan enfadada?

Gerdie tiró de la camisa de Fate.

—No te enfades. Está de nuestro lado. Se aseguró de que tuviéramos esa bandeja de
cosas para escribir. Y se ha ocupado de que la fábula tenga un final feliz para que
podamos volver a casa.

—Esss cierto —saltó a la palestra—. A mi llegada, saqué a Torrin del palacio y lo


llevé a la ninfa del mar...

—¡Podrías habernos avisado! —Lágrimas de frustración se derramaron por el


rostro de Fate.

Los ojos ambarinos de la serpiente se redondearon de remordimiento.

—Por eso estoy aquí. Habría venido antes, pero no podía escaparme hasta ahora.

Fate no podía recuperar el aliento. Su pecho se agitaba por los sollozos. No sabía
qué hacer con este choque abrumador de alivio, dolor de corazón y desconfianza
persistente.

Gerdie se acercó a ella, señalando nerviosamente el horizonte.

—¿Qué es eso?

Conteniendo las lágrimas, Fate miró hacia el agua.

—¡Oh, no! —susurró.

En cuestión de minutos, las nubes de la tormenta se habían extendido,


perturbando el sereno horizonte. Poseidón había respondido a su llamada. El océano
había cambiado de forma, con olas gigantescas que se arremolinaban y se estrellaban en
un oleaje montañoso.

El agua se elevó con una velocidad aterradora, tragándose el horizonte, subiendo


cada vez más hacia el cielo inquieto y furioso.

Sithias apartó su mirada de pánico de la antinatural tempestad y sus ojos se


posaron en las reveladoras palabras a sus pies.

—¿Poseidón? ¿Invocaste al soberano supremo del mar?

—¡Sí, pero no me lo esperaba! —dijo ella, mirando estupefacta la colosal ola que se
dirigía hacia ellos.

Un grito escalofriante emanó de la imponente pared de agua. Enormes formas


sombrías con tentáculos reptantes acechaban dentro de la hirviente ola. Sithias
retrocedió ante la aterradora visión hasta que se golpeó contra la pared.
—¡Oh, ¡Dios, los leviatones están en el agua! No quiero morir así —chilló.

Fate borró frenéticamente una palabra, y luego comenzó a deletrear una nueva
en su lugar. Todavía le quedaba una letra por escribir cuando descubrió que la sangre se
había secado.

—¡No puedo terminar!

Sithias bajó la cabeza hasta las manchas secas, emitiendo sonidos de escupitajo.
Levantó la cabeza alarmado.

—¡Pensé que podría manejarlo, pero me asssustan morir ahogado!

El sonido del agua atronadora, junto con el rugido ajeno de los monstruos
marinos, era casi ensordecedor.

Gerdie sacó una piedra de su bolsillo y la rascó sobre la piedra, dejando una tenue
línea blanca.

—¡Recogí esto de abajo! —gritó por encima del estruendo—. ¡Dime qué necesitas!

Los vientos gélidos se desataron. El rocío del mar entró en el agujero, saturando el
aire con el olor de la salmuera. Fate inhaló un miedo absoluto mientras el agua salpicaba
su frase. Señaló con el dedo del pie la última letra que necesitaba.

En cuanto Gerdie marcó con tiza una "d", Fate gritó la frase alterada—: ¡Prohíbo la
ira de Poseidón sobre esta isla!

Pero era demasiado tarde. La ola se desplomó, inundando la celda, una fuerza
aplastante que se abalanzó sobre ellos, embistiéndolos contra la pared del fondo.
Mantenida inmóvil por sus grilletes, Fate sintió que Sithias se anclaba enroscándose
alrededor de su cintura, pero Gerdie flotaba sin sujeción.

El peso del agua que presionaba ya disminuía, una corriente alterna arrastraba a
Gerdie con ella hasta el borde de la celda, donde se había abierto una ventana al mundo
de Poseidón. El espectáculo era espeluznante. El agua turbulenta se unía a un enjambre
de calamares monstruosos, anguilas ardientes, serpientes negras como el azabache,
tiburones gigantes y una horda de otras criaturas sin nombre. Entonces, una gran cabeza
y unas fauces sin colmillos borraron el nido de bestias marinas, su garganta una caverna
oscura y aterradora.

Fate gritó en el agua. A través de las burbujas de aire, vio cómo la cola de Sithias se
extendía y agarraba a Gerdie por el tobillo. Las enormes mandíbulas se cerraron a
centímetros de su cabeza. Ella estaba a salvo por el momento, pero la verdadera
amenaza era el urgente ardor en los pulmones de Fate. Todos se iban a ahogar y ella era
la culpable.

Con sus pulmones pidiendo aire a gritos, Fate soltó lo poco que le quedaba,
sabiendo que su siguiente bocanada le traería una muerte segura. Pero la ingravidez
presurizada del agua dio paso de repente a la gravedad, dejándola caer al suelo mientras
sus pulmones se llenaban del preciado aire. El océano se derramó fuera de la celda tan
rápidamente como había entrado. Gerdie se desparramó por el suelo como un trapo
mojado, escupiendo agua y aferrándose a su roca. Al soltarse de la cintura de Fate,
Sithias también soltó a Gerdie. Mientras se sacudía las alas empapadas, miró a Fate, con
la boca en una línea sombría.

Fate se sonrojó por la culpa.

—Lo siento mucho. Esta vez sí que he metido la pata. No puedo creer que casi hago
que nos maten a todos.

—No, ssoy yo quien lo siente. —suspiró con fuerza Sithias—. Mi actuación fue
demasssiado convincente. Realmente creyeron que me había vuelto contra ustedesss.
Este don mío es demassiado poderoso. Quizá tenga que dejar de actuar.

Su humildad y arrogancia le arrancaron una sonrisa. ¿Cómo podía seguir


enfadada? Ambos habían cometido errores.

—Es cierto, nos has engañado —convino Fate.

—No son las únicas a los que he arrastrado a mi gran ilusión —dijo, pasando a
describir lo que había hecho para evitar que Torrin se suicidara—. La ninfa del mar se
enamoró de él igual que en la fábula original. Quería convertirse en una mortal como él,
pero le dije que debían abandonar la isla y no volver jamás.

—Pero la ninfa del mar me dio su glamour —le recordó Fate—. Le debió dar
bastante asco su carácter de pez.

Sithias agitó la cola con desprecio.

—Pffff, los glamourss son un caparazón que parafueradelmar. Bajo el, estaba
reluciente, con el pelo dorado y los ojos brillantes. Torrin estaba tan cautivado que dejó
que lo convirtiera en un sireno y se adentraron en el azul profundo. Él estaba muy feliz,
créeme.

Por mucho que quisiera creer que lo había solucionado todo, Fate no podía ocultar
su escepticismo.

—Pero Elsina debió de quedar desolada cuando su verdadero amor se le escapó así.

Una sonrisa socarrona se dibujó en su rostro.

—Ella no lo sabe. Me hice parecer a Torrin. Ella cree que soy él.

Fate intercambió una mirada cómplice con Gerdie.

—¡Así que es verdad! Estás enamorada de tu jefe.


Momentáneamente sin palabras, Sithias abrió y cerró la boca.

—Ella no es mi jefa. Es mi dulce amante. Puede sser fría en la sssuperficie, pero sé


lo mucho que anhela ese único y verdadero compañero que la conozca y comprenda de
verdad.

—Habría pensado que eso era cosa de Hatho. ¿No es por eso que ella lo hizo con
esos grandes y fuertes brazos? ¿Para que pudiera abrazarla? —Fate intentó mantener
una cara seria, pero estaba temblando de risa.

Sithias frunció el ceño.

—Hatho ess más bien el perro fiel. Sse conforma con hacer guardia y esstar en su
pressencia. Yo, en cambio, quiero mucho máss. ¿Y qué hay de eso?

Mojada y fría, Gerdie tembló.

—Creo que es muy dulce.

—Ha sido dulce. Esstuvimoss despiertos toda la noche... la misma razón por la que
no pude venir aquí. Fue un ssueño hecho realidad. Pero admito que esstoy aturdido por
sseguir fingiendo. —Miró ansiosamente al ahora tranquilo océano—. Sin duda he estado
fuera demasiado tiempo. Estará preocupada después de este casi desastre, y estoy seguro
de que los halcones volverán en cualquier momento. —Se deslizó hasta el borde de la
celda y luego se volvió—. Oh, cielos, casi lo olvido. El libro de Fábulas se ha encerrado.
No se puede abrir. No por falta de intento por parte de Elsina.

Fate miró a Gerdie.

—¿Qué opinas de eso?

Abrazando su pequeño cuerpo, Gerdie parecía igualmente desconcertada.

—Quizá la única manera de que se abra y nos saque de aquí es que escriba un final
feliz para esta última fábula.

—Temía que dijeras eso. Pero lo primero es lo primero. —Agitó los brazos,
haciendo sonar las cadenas de sus grilletes—. Necesitamos ropa seca y otra llave para
estos grilletes.

Gerdie sonrió y levantó su roca.

—No hay problema.

Fate se volvió hacia Sithias.

—¿Puedes ayudarme a escribir el final? No quiero volver a meter la pata.


—No te preocupess, tengo un plan, sseñorita —dijo, aunque parecía avergonzado—.
Pero tieness que prometerme que no te vass a reír... otra vez.
Capítulo 36
FATE NO SE RÍO. ESTABA CONMOVIDA POR LO QUE SITHIAS HABÍA
propuesto y estaba más que dispuesta a hacer lo mejor que pudiera por él. Merecía ser
parte del final feliz de La Hechicera Solitaria ella quería mostrarle cuánto apreciaba su
amistad.

Después de que se fue, Gerdie conjuró ropa y algo de paja y mantas para
esconderse debajo para que Hatho y sus soldados no la encontraran cuando revisaran a
su prisionera. Luego esperaron a que anocheciera antes de abrir los grilletes de Fate.

—Sithias te enseñó bien —dijo Fate, impresionada por las habilidades recién
desarrolladas de Gerdie—. Estás hechizando muy bien.

Sonriendo con orgullo, Gerdie se sentó frente a ella con las piernas cruzadas.

—Sí, estoy deseando leer muchos libros cuando regresemos a casa.

Fate asintió, no quería decirle que todos los libros de Fabulas se habían convertido
en polvo. Parecía que había pasado toda una vida desde esa breve visita a la librería
familiar. Habían pasado tantas cosas desde entonces y le costaba recordar quién era
antes de entrar en el Libro de Fábulas. Si todo iba bien, se iría a casa. Pero dudaba que
alguna vez volviera a encajar en su antigua vida. Finn había dejado un doloroso agujero
en su pecho, además de que había visto y hecho cosas impensables. Sin embargo, a pesar
de lo cambiada que estaba, todavía había algo en su núcleo que permanecía sin cambios
y esa parte perdurable anhelaba ver a su padre. Necesitaba irse a casa, asegurarse de que
todo estaba bien con Eustace, pasar un poco de tiempo volviendo loco a Oz con el
puntero láser y contarle a su mejor amiga sobre su increíble experiencia. Jessie quedaría
impresionada.

Pero su estancia no sería larga. Tenía una promesa que cumplir.

Cogió la piedra de Gerdie y tachó la descripción de un bolígrafo y un papel. Había


llegado el momento de poner fin a este largo y arduo viaje y crear un nuevo comienzo, no
solo para Sithias, sino también para ella y Gerdie. Una extraña sensación de paz se
apoderó de ella cuando empezó a escribir a la luz de la luna. Las palabras salieron sin
esfuerzo. Parecían fluir hacia ella desde otro lugar. Confiaba en ellas, se sentían bien.

Hecho por fin, levantó la vista de la página.

—¿Recuerdas cómo comenzó la historia?

Gerdie asintió con la cabeza.


—Decidí empezar con Sithias encontrando a Torrin con la ninfa del mar, en lugar
de una de las lechuzas de Elsina, como se cuenta en la fábula —explicó—. De esa manera,
se alineará con lo que ya sucedió —Su mirada se desvió hacia el agua suave y brillante,
tan tranquila ahora después de la tormenta de Poseidón. No pudo evitar preguntarse por
qué nunca había podido aprovechar este sentimiento de certeza. Si lo hubiera hecho, les
habría ahorrado muchos problemas a todos. Especialmente a Finn. Sus entrañas se
marchitaron de tristeza y remordimiento al pensar en él sepultado dentro del roble.

—¿Estás segura? —preguntó Gerdie, sus ojos marrones redondos con


preocupación—. Mi cerebro ya está dando vueltas.

Tragándose el dolor de su corazón, Fate forzó una sonrisa.

—Puede que no esté familiarizada con este sentimiento, pero sí, estoy segura. —
Alisando el papel, se aclaró la garganta y comenzó a leer—: Sithias descubrió a Torrin
con la ninfa del mar. Optó por no decirle a Elsina que la ninfa del mar había
convertido a Torrin en un tritón y que los dos amantes se habían marchado. Sithias no
pudo soportar romper el corazón de Elsina con la verdad, porque la serpiente amaba a
la hechicera más que a nada. Usando un poderoso hechizo, se transformó en Torrin y
regresó al palacio.

La felicidad de Elsina creció a pasos agigantados, porque Torrin parecía


cambiado. Él le devolvió el amor con el mismo fervor que el suyo, y durante un tiempo
todo estuvo bien. Pero Sithias comenzó a desanimarse, porque estaba viviendo una
mentira, y su amante amaba a Torrin, no a él. Su única esperanza era volverse real,
convertirse en el hombre de carne y hueso que sabía que era capaz de ser.

Para hacer esto, llamó a Fate, quien tenía el poder de hacer que sus palabras
escritas se volvieran reales al leerlas en voz alta. Le pidió que le concediera su deseo
más profundo, que era deshacerse de la piel de la serpiente alada de ojos ámbar y
convertirse en el hombre que sabía que era en el fondo. Fateexpresó su deseo en el aire
y también lo dotó con el poder de las Palabras de Creación y la capacidad de cambiar
de forma. Cuando Elsina vio quién era realmente Sithias, la hechicera lo reconoció
como su verdadero amor y el compañero de toda la vida que siempre había anhelado.
Y así, Elsina y Sithias vivieron felices para siempre.

Con un suspiro de satisfacción, Fate dobló la nota y la guardó detrás de su cinturón.

—Entonces, ¿qué piensas? Bastante romántico, ¿eh?

Gerdie asintió con una sonrisa incómoda.

—¿Qué? ¿No crees que funcionará?

—No, estoy segura de que lo hará, para Elsina y Sithias, pero ¿qué hay de nosotros?
Quiero decir... no se menciona que nos vayamos a casa

—No te preocupes por eso. Lo que le va bien a Sithias nos va bien a nosotros.
—Si tú lo dices.

Pero después de más de una hora, un hilo de duda se soltó y Fate comenzó a
preocuparse. ¿Qué le hizo pensar que de repente podría reescribir una fábula sin que
saliera mal como antes? ¿Qué precio horrible tendría que pagar uno de ellos esta vez?

—Tal vez debería ir al palacio y ver qué está pasando —dijo, tratando de sonar
como si ya hubiera planeado un sobrevuelo como su próximo paso.

Los labios de Gerdie se apretaron con recelo.

—¿De verdad crees que es inteligente?

—¿Qué opción tengo...?

El sonido del pesado cerrojo deslizándose para abrir la puerta oxidada de su celda
hizo que ambos volvieran al modo de prisioneros. Gerdie apenas tuvo tiempo de
encerrar a Fate en sus grilletes y sumergirse bajo las mantas antes de que la puerta se
abriera para revelar a Hatho y dos de sus halcones soldados parados afuera.

Después de quitarle los grilletes, los dos soldados de Hatho la agarraron por cada
brazo y se lanzaron al aire. Mientras la llevaban hacia el palacio, sus pensamientos se
llenaron de preguntas: miedo y esperanza compitiendo por el dominio. ¿Estaba siendo
llevada a su perdición o estaba siendo liberada?

Se elevaron sobre los acantilados, volando sobre un elegante patio. La curiosidad se


apoderó de ella cuando vio una variedad de extrañas criaturas con rasgos
inquietantemente humanos paseando por los terrenos iluminados por la luna. Sithias no
había exagerado cuando dijo que Elsina estaba feliz diseñando su peculiar colección de
ciudadanos. Si los animales no volaban de forma natural, estaban equipados con alas de
pájaro o de insecto para que pudieran hacerlo.

Mientras dejaban atrás las distracciones y subían alto hacia una de las torres, se
preguntó de nuevo a qué estaba a punto de enfrentarse. Su pulso se aceleró cuando
aterrizaron en un enorme balcón bordeado de ondulantes cortinas.

Haciendo señales a sus soldados para que la vigilaran, Hatho desapareció detrás de
la tela vaporosa.

Estirando el cuello para ver a través de las cortinas mientras se movían con la brisa,
vislumbró alfombras ornamentadas, almohadas de satén, cuencos con frutas y una
cigüeña aburrida y adormilada en pijama de satén que agitaba una gran hoja de palma.
Una sombra oscureció el material translúcido, bloqueando su vista por completo.

Hatho asomó la cabeza y le indicó que entrara.

La fragancia dulce y picante de los aceites exóticos flotaba en el aire mientras


atravesaba las capas de seda. Dos figuras estaban a una distancia considerable hacia el
final del balcón, una de las cuales era Elsina. Su largo cabello de ébano le colgaba hasta
los tobillos desnudos y estaba vestida con una bata de satén rojo que le colgaba
holgadamente sobre los hombros. Pero era el hombre a su lado quien tenía la atención
de Fate.

Sus esperanzas se derrumbaron. De alguna manera lo había vuelto a estropear.

Este tipo era mucho más alto de lo que Sithias alguna vez había sido en forma
humana, y mucho más musculoso de una manera atlética y delgada. Un gran par de alas
plumosas de color leonado con motas blancas flanqueaban sus fuertes brazos y estaba
vestido con pantalones de cuero marrón claro, pero nada más. Todo lo que podía ver de
su rostro vuelto era una nariz romana y una mandíbula cuadrada. Su cabello estaba
trenzado en una cuerda larga por su espalda y el color era el mismo que sus alas, marrón
dorado con rayas blancas. Quienquiera que fuera este escultural espécimen,
definitivamente no era su buen amigo, ni siquiera Torrin. Pero una cosa estaba clara.
Estaban profundamente enamorados.

Ver a la feliz pareja magnificó aún más el dolor eterno de extrañar a Finn y dejarlo
atrás. Bien podrían haber estado posando para la portada de una novela romántica y ella
se resintió por ello.

Sonriéndole a su amante como un gato satisfecho, Elsina le susurró algo al oído.


Mientras el hombre se apartaba a regañadientes, la hechicera dejó que su cabeza rodara
hacia Fate. En el segundo en que sus ojos se encontraron, la expresión de Elsina se volvió
glacial.

Tragando saliva, Fate apartó la vista de su mirada helada. Con la luna a sus
espaldas, todo lo que podía ver del hombre era el corte oscuro de su físico atlético
mientras caminaba a lo largo del vasto balcón hacia ella. Cuando sus rasgos aparecieron
a la vista, reconoció una sonrisa familiar que se extendía por su hermoso rostro y los
parpadeantes ojos ambarinos que había llegado a conocer tan bien.

—Sithias —dijo ella, enormemente aliviada—. Eres tú. Pero te ves tan ...

—¿Guapo? ¿Me atrevo a decir sssexy, incluso? —dijo sin querer coquetear.

—Sí —admitió Fate, el calor enrojeció sus mejillas. Pero ya extrañaba al desgarbado
y torpe Sithias al que le había gustado tanto cuando no estaba en forma de serpiente.

—Lo sé, apenas puedo creerlo yo misssmo. Algo mágico sssucedió hace poco másss
de una hora. Todavía essstaba fingiendo ser Torrin, pero no podía soportar ssseguir
mintiendo por más tiempo, asssí que me quité el glamour para revelarme a ella —Hizo
una pausa, dejando que las palabras flotaran en el aire mientras el recuerdo lo
abrumaba.

—¿Y? —urgió, ansiosa de escuchar el resto.

—Bueno, cuando removí el glamur, essste hermossso cuerpo apareció. No la


ssserpiente, no el tonto flaco que ssseguía tropezando con sus propios pies, sssino esto —
Extendió los brazos e hizo un orgulloso giro, que parecía bastante tonto en su forma
cincelada.

Feliz de ver alSithias que conocía y amaba, Fate sonrió

—Esto lo resuelve. Eres demasiado maravilloso para que te vean más conmigo.

—¡Nunca!

—¿Supongo que Elsinaytu son felices?

—Muy contentos.Aunque estaba un poco... furiosa al principio, comprensible dado


el caso. Pero solo por un momento —Sus ojos se agrandaron por el miedo recordado—. Y
qué momento tan eternamente largo y aterrador fue —Sacudió la cabeza para liberar el
recuerdo—. ¿Esto es obra tuya?

Tomo la historia que había escrito y se la tendió.

—Sí, y si todo sale según lo previsto, ahora eres un hechicero que cambia de forma
con el poder de las Palabras de Creación.

Sus ojos se abrieron de miedo.

—¿Las Palabrass de Creación? No se sssi es tan buena idea.

—Confío en que las usaras con más sabiduría que yo.

—No lo sé —dice, aun viéndose dudoso—. ¿es siquiera posible concederme ese
poder?

Ella se encogió de hombros.

—No estoy segura. Tendrás que probarlo más tarde. Aunque no veo por qué no
sería así. Le di a Finn la capacidad de volar —Su pecho se apretó. Solo decir su nombre
dolía.

Él suspiró.

—¿Qué hice para merecer esa guinda del pastel?

—Bueno, pensé que, si no te hacía igual a Elsina, ella te pisotearía.

—Oh, ella no haría eso. Pero gracias, ssseñorita —dice, su voz llena de emoción.

—Sithias, mi mascota, estoy esperando —canto Elsina, alzando la voz para poder
ser escuchada desde el otro extremo del balcón. La impaciencia en su tono era obvia para
todos menos para Sithias.

—Estoy diciendo adiós ahora, mi amor —responde.


Fate le dio un codazo.

—¿Ves lo que quiero decir?

Sus ojos se pusieron vidriosos mientras miraba a la hechicera y ella se dio cuenta
de que no estaba escuchando.

—Deberíamos darnos prisa —dijo, saliendo de repente y conduciéndola


apresuradamente a través de un conjunto de puertas francesas a un dormitorio suntuoso
vestido con brocado dorado con tapices tejidos que colgaban de las paredes mostrando
amantes abrazados. La habitación resplandecía a la luz de las velas y el aroma
embriagador del incienso ardiendo flotaba en el aire. Súbitas puñaladas de envidia
hicieron que Fate frenara y se detuviera. La habitación gritaba amor y pasión, otro
doloroso recordatorio de lo que había perdido.

Se inclinó hacia delante con preocupación.

—¿Qué pasa? Te ves enferma.

—Estoy bien —espetó. Al captar la mirada herida en sus ojos, se sintió


instantáneamente mal—. Lo siento, yo…

—No hay necesidad de explicar. Sé cuánto te duele.

—De muchas formas horribles —Ella trató de sonreír—. ¿Hay alguna razón para
esta tortura?

—Elsina ha essstado guardando el libro de fabulas aquí.

—Oh —dijo, ahora mirando más allá de los adornos románticos de la habitación. El
libro gigante estaba a un lado apoyado contra la pared. Su corazón se aceleró con un
latido caótico mientras se acercaba y tiraba de la tapa. El libro permaneció firmemente
cerrado. Ella estaba completamente desconcertada. Elsina estaba feliz y enamorada, ya
no era La Hechicera Solitaria. Entonces, ¿por qué no se estaba abriendo? Por
costumbre, se volvió para preguntarle a Gerdie si podía haber alguna otra razón antes de
recordar que la habían dejado en la celda.

—Tienes que ir a buscar a Gerdie. Se escondió de Hatho y sus matones cuando


vinieron a buscarme.

—Oh, está bien —dijo Sithias, saliendo, corriendo de la habitación y cerrando las
puertas detrás de él.

Mientras esperaba a que regresara, su mirada se posó en el Libro de Fábulas. Las


fuerzas dentro del libro habían arrojado tantos peligros ocultos e imprevisibles en su
camino. Ahora se negó a entrar. Realmente no es de extrañar. Lo único predecible del
libro es que era impredecible.
Fácilmente podría maldecir el día en que lo vio, pero no si eso significaba renunciar
a un solo momento con Sithias, Gerdie y, sobre todo, Finn. Sus aventuras juntos, incluso
las más horribles, le habían enseñado mucho sobre sí misma. Podría haberlo hecho sin
que se dieran a conocer sus debilidades y sus mayores fallas, pero también había
descubierto fortalezas que nunca hubiera imaginado. Fortalezas que la ayudarían a abrir
un ardiente camino de regreso a Finn.

Sithias irrumpió por la puerta con Gerdie.

—Tengo algunasss explicaciones que hacer —susurró preocupado—. Todosss se


preguntan cómo sssobrevivió a esa caída.

—Encontrarás algo para decirles —dijo Fate antes de volverse hacia Gerdie—. El
libro todavía está bloqueado.

Gerdie se encogió de hombros y luego miró a Elsina, que caminaba de un lado a


otro y parecía infeliz.

—Quizás los amantes se van a convertir en enemigos.

Sithias pisoteó con el pie.

—¡Oye! Esto es amor verdadero.

—Estoy segura de que lo es —le aseguró Fate—. Pero si realmente tenemos nuestro
final feliz, ¿cómo es que no se abre?

Él corrió hacia un pequeño escritorio y sacó un rollo de pergamino del cajón.

—Aquí —dijo, colocando el papel junto a la pluma y el tintero sobre la mesa—. Dile
que se abra con tus Palabras de la Creación.

—¿Podría ser tan simple? —preguntó Fate.

—Sólo podemos esperar —dijo él, sus ojos mirando nerviosamente a Elsina.

Fate se inclinó sobre el escritorio y escribió un breve pasaje.

—Bien —dijo, con gotas de sudor brillando en su frente.

Su creciente nerviosismo la inquietaba.

—Esto no es una especie de truco para hacer que abra el libro, ¿verdad? No por ti,
sino por ella.

—No se preocupe por eso, ssseñorita. Antes de pedirle que la liberara, le advertí que
si ssseguíamos leyendo el libro tendríamosss que producir algunos finales horribles,
ahora que está lleno de cosssas felices, gracias a nuestro arduo trabajo. Missseñora
puede ser... quisquillosa a veces, pero ella es una romántica de corazón y ama un buen
final, que essstoy bastante seguro de que ahora tiene. De hecho, esssa es la razón por la
que está dissspuesta a permitirle que se vaya. Como bien sabe, no hay espacio suficiente
en esta isla para dos mujeres voluntarias y poderosas.

Sorprendida de ser puesta en la misma categoría de gran prestigio que Elsina, Fate
se sonrojó.

—Ya veo.

Los ojos de Sithias se volvieron tristes y brumosos.

—Bueno aquí estamos —suspiró, sus hombros se hundieron—. Oh, cielos,


realmente detesto las despedidas.

Tragando el doloroso nudo que se estaba formando en su garganta, sonrió con


tristeza.

—Yo también —La idea de perder a Sithias además de Finn era más de lo que podía
soportar. Ella se tambaleó hacia adelante, envolviendo sus brazos alrededor de su cuello.

Dándole un apretón, la abrazó por un breve momento. Cuando él la dejo ir, sus ojos
se llenaron de lágrimas.

Ella contuvo un sollozo.

—Te echaré de menos, Sithias.

—Y yo, sssseñorita.

Elsina se colocó para que Fate pudiera verla más allá de su hombro. La posesividad
torció sus impecables rasgos. Enjugándose las lágrimas, Fate desvió la mirada y bajó la
voz.

—Será mejor que vuelvas con tu novia. Lo tomaremos desde aquí.

Tragando saliva de miedo, miró a la hechicera.

—Sssi, mejor hago essso.

—No olvides lo maravilloso que eres —le recordó ella—, lo eres, especialmente si
tienes lo poderes que te di.

Él sonrió con humilde orgullo cuando Gerdie se acercó, su pequeña mano


extendida para estrechar la suya.

—Adiós, Sithias.

Tomando su mano, se arrodilló y sonrió.


—Adiós, Gerdie. Ha sido... interesante —dijo con un guiño.

—Claro que sí —dijo ella mientras él se retiraba apresuradamente hacia Elsina, con
los brazos cruzados y un hombro frío apuntándolo

Cuando Hatho se adelantó para cerrar las puertas, Fate saludó al halcón.

—Hasta luego, Gran pájaro. Ha sido como una fiesta por aquí, solo que sin
diversión —Las puertas se cierran sin decir una palabra, dejándolas solas en el
dormitorio.

Gerdie deslizó su mano en la de Fate.

—¿Estás lista para enfrentarte a Brune?

El resentimiento ardiente ardió en sus entrañas cuando tocó la Varade Aeternitis


descansando debajo de la cinta de Finn. Furiosa, asintió con la cabeza, mirando al vacío.

—Lo primero que voy a hacer es colgar la Vara frente a la nariz verrugosa de
Brunilda y hacer que la bruja piense que la recuperará si me lleva a la Fortaleza y me
ayuda a encontrar algo lo suficientemente poderoso para liberar a Finn, y localizar una
puerta de entrada a Oldwilde. Pero nunca dejaré que lo tenga. Voy a hacerla sentir lo que
es tener a otra persona con todo el control y retener lo que más desea.

—¿Terminaste? —dijo Gerdie, parpadeando hacia ella, aparentemente


impresionada por su diatriba.

—Bueno, eso es solo para empezar.

Gerdie negó con la cabeza, su nube de rizos chamuscados ondeó suavemente.

—No se puedes ir a la carga toda exaltada. Recuerda, Brunete hechizo. Lo más


probable es que todavía te tenga bajo su hechizo. Podría ser que todo lo que tenga que
hacer es chasquear los dedos para que le entregues la vara.

La ira de Fate se desinfló.

—No hay necesidad de hacer una mueca.

—¿Qué hacemos?

—Me dejas encargarme de Brune. He estado planeando este día desde que supe que
me iba a casa.

—¿Vas a dejarme participar en este gran plan?

—No. Cuanto menos sepas al principio, mejor —dijo Gerdie, sonriendo dulcemente
y apretándole la mano.
—Está bien —respondió Fate, sintiéndose un poco desinflada—. Tenía todo este
discurso preparado, pero supongo que podemos irnos en cambio.

—Adelante. Me gustaría escucharlo.

—No, el momento ha pasado.

Gerdiele dio una mirada preocupada

—No estás perdiendo las agallas ¿verdad?

—No, tengo agallas. Soy muy valiente —dijo Fate, enderezando los hombros para
ocultar su creciente nerviosismo por lo que le esperaba. Estaba a punto de confrontar a
la persona responsable de básicamente arrojarla a aguas infestadas de tiburones sin una
sola preocupación. No le sentó bien que esta malvada tía abuela todavía pudiera tener
poder sobre ella. Fate había pensado que los días de ser una víctima habían quedado
atrás.

Ardiendo de frustración, apretó el puño alrededor del pergamino. Ella había


terminado de ser golpeada por los vientos como una cometa sin atadura. No solo había
sobrevivido corriendo este mundo de infierno, sino que había salido por el otro lado
como una guerrera capaz de patear traseros en serio.

—Hagámoslo.

Desarrugando el pergamino, lo tendió frente a ella, leyendo—: He convertido las


ocho fábulas en sus espejos opuestos. El Libro de fábulas ya no puede retenerme. La
cerradura debe abrirse y hacer que Gerdie y yo regresemos al lugar de dónde venimos.

Un fuerte clic metálico sonó dentro de la cerradura y el Libro de Fábulas se abrió


de par en par. Una enorme sombra se extendió por la habitación, envolviéndolos en la
oscuridad. Aferrándose a Gerdie, Fate se precipitó a través de la oscuridad hacia un
pinchazo de luz que se hacía más grande por segundo. Al vislumbrar el interior oscuro de
la librería, se sintió arrancada de Finn de nuevo. No había forma de saber si lo dejaría
atrás para siempre. Pero había pasado el momento de las dudas. Tenía que creer que el
camino que seguía, de alguna manera, la llevaría de regreso a Finn.
Epílogo
—EL BOSQUE DE INNITHTINE ESTA RESTAURADO... SU DEUDA ESTÁ
saldada... eres libre de caminar por la Tierra una vez más —una voz retumbó desde lo
profundo debajo del colosal roble.

En el centro del enorme tronco del árbol, donde todo estaba oscuro y pacífico, la
promesa de libertad desenterró esperanza y expectativa. Una cara materializada como
un sueño que medio se recuerda, encendiendo chispas de emociones humanas, olvidadas
y puestas a un lado. Los ojos cafés canela le devolvieron la mirada con anhelo,
encendiendo esas chispas en llamas de deseo que quemaron lejos de Earthmind,
revelando una existencia anterior.

El gemido de la madera agrietada resonó cuando la madera viva se desprendió del


cuerpo enterrado dentro del tronco. El flujo de sangre obstaculizado estalló en venas,
tejidos y músculos comprimidos. Las extremidades se estremecieron con un dolor
punzante.

Cuando la estrecha hendidura se curvó hacia atrás, la luz atravesó la acogedora


oscuridad y el aire explotó a través de la abertura. Los ojos protegidos se humedecieron y
la piel se estremeció con sentimiento revivido. Las articulaciones rígidas luchaban por
moverse, empujando con tremendo esfuerzo desde la calidez silenciosa hacia los
elementos duros. La luz del sol quemaba y los sonidos cortaban profundamente.

Un maremoto de recuerdos golpeó con el aplastante peso del mundo. Feroces


corrientes de ira, miedo y culpa lo azotaron, obligándolo a revivir los pecados de su
pasado. Cuando por fin el castigo cesó la resaca, flotó ingrávido hacia la superficie,
acariciado por un arroyo de recuerdos felices, de Fate. El mero pensamiento de ella
envió una oleada de fuerza en todo su cuerpo.

Poniéndose de pie, Finn miró hacia el extenso bosque de robles y sonrió con
satisfacción ante la renovada majestuosidad de la isla. Inhalando el aire fresco del mar,
podía ver claramente que ya no era necesario que estuviera aquí. Era libre para seguir
adelante, cada parte de él estaba hambrienta de reunirse con Fate, de abrazarla y besarla
sin un solo hilo de miedo. ¿Pero dónde estaba ella? No pudo sentirla en la isla.

Cerrando los ojos, sondeó más lejos, rozando a través de los océanos azul celeste,
sobre los picos nevados, desiertos dorados y frondosos bosques, en busca de la
deslumbrante llama de oro rojo de su espíritu.

Parecía como si estuviera allí por una eternidad, buscando en cada rincón del
mundo, su corazón se hacía más pesado con cada momento que pasaba. Entonces lo
sintió, extendiéndose sin cesar en todas direcciones, una barrera de fuego sensible
silbando con magia poderosa destinada a destruir todo lo que se aventurara demasiado
cerca.

Fate estaba del otro lado.

Los ojos de Finn se abrieron de golpe y su mandíbula se tensó mientras miraba al


horizonte lejano.

—No te preocupes, amor—dijo en voz baja—. Nos encontraremos el uno al otro,


venga el infierno o la marea alta. Después de todo, es a lo que nos hemos acostumbrado.

FIN
Fate`s Keep
Morirá intentando volver con él.
Venderá su alma para estar con
ella.

Fate escapó del mortal mundo de


cuento de hadas del Libro de Fábulas,
pero a un costo terrible. Finn, el chico
de sus sueños, sigue siendo prisionero
del libro maldito. O eso piensa ella.
Poco sabe ella que Finn fue liberado y
la está buscando. Por lo que Fate sabe,
su único camino de regreso a él es a
través de una puerta de entrada dentro
de la misteriosa Fortaleza, un antiguo
almacén de objetos mágicos demasiado
poderosos para los reinos ordinarios.
Pero cuando llega a la Fortaleza,
descubre la verdad de su herencia y el
juramento de sangre que debe tomar
como Guardiana de la Fortaleza. A
pesar de que su corazón ha jurado salvar a Finn, antes que nada, su
juramento exige que luche contra inimaginables criaturas míticas que
amenazan con destruir la Fortaleza. Con sus planes que salieron
horriblemente mal, la única posibilidad de salvación de Fate radica en
una serie de búsquedas desesperadas a través de un laberinto de
portales peligrosos. Cada uno de los cuales puede tener la clave para
reunirse con Finn o llevar a la destrucción de todo lo que ama.
¿Encontrará Fate la fuerza para enfrentarse a las fuerzas siniestras
preparadas para reclamar su mundo?
Agradecimientos
En primer lugar, gracias al amor de mi vida, Tony, por creer en mí. Sin su estímulo,
orientación y apoyo inquebrantable, este libro no se habría escrito. Gracias por trabajar
junto a mí en las trincheras para llevar este libro a la publicación, por diseñar la
magnífica portada y por ayudarme a crear el hermoso tráiler del libro. Y a mi increíble
hijo, Tyler, por su silenciosa confianza en mí para escribir una historia que disfrutó lo
suficiente como para leerla dos veces, un fenómeno inesperado que habló más fuerte que
cualquier palabra de elogio.
Gracias a mi madre, Gerry, por plantar las primeras semillas de la magia en mi corazón
con nuestros paseos por el bosque para encontrar anillos de hadas, y a mi padre, Larry,
por saber que estaba en mí para hacer esto. También al resto de mi maravillosa familia y
a todos mis buenos amigos por su infalible entusiasmo, incluso cuando tuve que
responder "no" a esa pregunta aparentemente eterna: "¿Has terminado ya tu libro?"
Un gran agradecimiento a mi editora, Rhonda Helms, por orientar los elementos clave
de la historia en la dirección correcta y guiar el desarrollo de los personajes a un nivel
mucho más rico. Un enorme agradecimiento a Denise Tilley, por recorrer la última milla
conmigo para detectar los problemas de edición de la copia, así como por la ventaja
añadida de sus inestimables conocimientos. Y también a Nora Snowden por darme
grandes consejos sobre el texto de la cubierta del libro. Un agradecimiento especial a mis
lectores beta, especialmente a los que torturé con los primeros borradores: Thora
Gislason, Vickie Hadersberger, Madelon Scott-Eichen, Nadine Tegart-Reaugh, Raquel
Larson y Bonnie McRae. Y un gran guiño sonriente a todos mis amigos escritores
estelares de la RWA- GVC por su riqueza combinada de conocimientos y su apoyo
inmediato.
Gracias a Emilee Moore por adornar la portada con su hermoso rostro y a Brian Hawkes
por la fotografía. Y muchas gracias a Tom Parkes por ayudarme a construir la réplica del
Libro de las Fábulas en miniatura para la portada. También debo dar las gracias a Sara
Dorey y Stephen Brace de Here By Tomorrow por permitirnos poner su increíble música,
"Ballad Of A Night", en el avance del libro. También muchas gracias a Dion Tilley por
combinar la música perfecta con el vídeo.
Por último, pero no menos importante, gracias a ti, querido lector, por elegir este libro.
Espero que Fate te haya llevado a una gran aventura.
Sobre la autora
T. Rae Mitchell es una incurable adicta a la fantasía que pasó gran parte de su juventud
hipnotizando a sus hermanas pequeñas con historias surgidas de su loca imaginación.
Con el paso de los años, su ansia por la emoción de ser transportada a reinos fantásticos
se agudizó. Así que era sólo cuestión de tiempo que su hábito se apoderara de ella. Un
día, apenada, descubrió que se había agotado su suministro (su librería favorita había
cerrado) y decidió que ya había tenido suficiente. Abandonando su carrera como
diseñadora gráfica galardonada, se adentró en un mundo de fantasía de su propia
creación llamado Fate’s fables, su primera novela. Vive en la Columbia Británica con su
esposo e hijo.

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