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1.2.

El bien y el fin último del ser humano

El bien es aquello a lo que todas las cosas aspiran.

La felicidad es el fin último del ser humano, ya que se desea por sí misma y, por tanto, es un
bien en función del cual se ordenan y clasifican los restantes bienes o fines particulares y
concretos de la vida de la persona.

Con independencia de cuál sea la respuesta más razonable, las características de ese bien
último del que depende la felicidad del ser humano ha de ser:

• Un bien completo, capaz de colmar todas nuestras aspiraciones.

• Un bien duradero, no temporal, variable ni dependiente de las circunstancias.

• Un bien auténtico, que excluya todo mal.

Las modalidades de bien

Todo lo que queremos, lo deseamos en la medida en que constituye un bien para nosotros. Sin
embargo, si nuestro fin último es alcanzar la felicidad, deberemos distinguir:

El bien útil

Cuando tomamos un medicamento, no lo hacemos por el medicamento mismo, sino por la


salud que esperamos recuperar gracias a él. Decimos que el medicamento es bueno en la
medida en que es eficaz para tratar la enfermedad que nos aqueja.

Este tipo de bondad recibe el nombre de utilidad: la utilidad es el género de bondad que
predicamos de las acciones o de las cosas que sirven para obtener un fin determinado de un
modo eficaz.

El bien deleitable

En contraste con lo anterior, cuando hablamos de un buen vino, una buena comida, un buen
rato, una buena siesta o una buena sonata, estamos utilizando la palabra bueno en un sentido
distinto: llamamos buenas a esas realidades porque nos resultan agradables o placenteras.

Su bondad es la de lo deleitable: la bondad de lo que es querido porque causa en el sujeto una


resonancia afectiva positiva (placer, satisfacción, alegría, etcétera).

El bien honesto

Por último, hay acciones o cosas que buscamos por sí mismas, porque se presentan como
objetivamente buenas y dignas de ser amadas, con independencia de las repercusiones
afectivas (positivas o negativas) que puedan producir en nosotros. A tal género de bondad, que
se conoce como racional u honesta, nos referimos cuando decimos, por ejemplo, «hoy he
realizado una buena acción» o «eres una buena amiga».

2. El orden moral

2.1. La recta razón y la ley moral natural

El ser humano debe completar las potencialidades que encuentra dentro de sí.

Como las demás especies, tiene una naturaleza, es decir, un proceso que le permite llegar a su
fin: la perfección propia. De este modo, la moralidad —lo que es bueno o malo— solo puede
hacer referencia al modo de ser específico de la persona.

El desarrollo armónico del ser humano implicará el ejercicio de todas las capacidades, pero
subordinándolas a lo superior que hay en él: su racionalidad, su capacidad de buscar la verdad
y de convivir con los demás. La razón práctica dirige la acción en la medida en que comprende
el bien al que tiende la naturaleza humana. De ahí que solo podrá ser norma de la acción moral
una razón recta, es decir, aquella que conozca sin error los fines que convienen al ser humano.

La ley moral natural y la conciencia moral

Para actuar bien desde un punto de vista moral, es imprescindible que la razón nos oriente en
nuestras decisiones hacia la realización de los fines propios de nuestra naturaleza. Para
lograrlo, el ser humano cuenta con dos ayudas: la ley moral natural y la conciencia moral.

Por ley moral natural se entienden los principios o criterios adecuados al modo de ser propio
de la persona que permiten diferenciar objetivamente las acciones que contribuyen a su
desarrollo o perfeccionamiento (bien moral) de las que lo dificultan (mal moral). La ley moral
se halla inscrita en el corazón de todo ser humano y, aunque en nuestra condición de ser libres
podemos vivir de espaldas a ella, no nos es posible borrarla de nuestra identidad personal.

La conciencia moral está presente en el interior de cada ser humano. Gracias a ella, podemos
ajustar la conducta —las acciones y decisiones concretas— a las exigencias y criterios que se
manifiestan en la ley moral natural sin que aquella se someta al simple interés.

2.2. Los principios de la razón práctica

La ley moral se concreta en principios. El primer juicio práctico es el que establece que el bien
ha de buscarse y hacerse, y el mal ha de evitarse. Hacer el bien y evitar el mal es lo primero
que capta y aplica nuestra razón práctica.

Este primer principio ético, conocido como sindéresis, será la guía de nuestra actuación.

En la mayoría de los casos, sin embargo, nos vemos compelidos a elegir entre varios bienes. De
ahí que el primer principio de la razón práctica se concrete en otros más específicos que hacen
referencia a las inclinaciones naturales del ser humano y al orden que debe existir entre ellas.
Estas inclinaciones responden a las tres dimensiones que lo constituyen: como realidad viva,
como animal y como ser racional y libre.
Vivir bien implica desarrollar estas dimensiones. Al afirmar que son inclinaciones, se excluye la
idea de que sean instintos, en el sentido de que determinen necesariamente el
comportamiento, como ocurre en los animales. Además, son naturales en el ser humano, lo
que significa que están sujetas al ejercicio de la razón.

La aplicación de los principios prácticos: la prudencia.

La racionalidad es un componente esencial de los actos humanos. Sin embargo, todos somos
conscientes de que también en nosotros ejercen influencia las emociones y las pasiones.

A la hora de obrar, realizamos siempre un juicio práctico, que es lo que nos permite reflexionar
sobre los motivos que mueven a actuar y a decidir entre una u otra forma de obrar. La
prudencia nos guía y evita actuar con precipitación.

La virtud de la prudencia es la disposición o el hábito de la razón para discernir respecto a lo


que es bueno y conveniente hacer en una situación concreta, permitiendo, en definitiva,
tomar la decisión correcta.

3. Principales concepciones éticas

3.1. Éticas eudemonistas

Hedonismo

El término hedonismo es de origen griego y procede de hedoné, que significa ‘placer’. Se suele
considerar que Epicuro es su principal representante. Para este filósofo, el placer es el
principio y el fin de la vida feliz. Esto no significa que proponga como norma de conducta el
gozo irresponsable de los placeres. De hecho, distingue dos tipos de placer: el placer dinámico,
que resulta de la satisfacción de una necesidad, y el placer estático, que equivale a la ausencia
de dolor y turbación. Este último es el estado de ataraxia (la palabra griega ataraxía significa
‘sin turbación’), en el cual se alcanzaría la imperturbabilidad del espíritu. Como toda
experiencia placentera, por intensa que sea, es siempre breve y limitada, Epicuro sostiene que
solo el placer estático da la felicidad.
Estoicismo

Para los estoicos, entre los cuales se encuentran autores como Zenón de Citio, Séneca y el
emperador romano Marco Aurelio, la filosofía es el camino hacia la felicidad, que consistiría en
vivir según la razón, es decir, atendiendo a las virtudes éticas.

En esto coinciden con Aristóteles. Sin embargo, los estoicos conciben la felicidad de un modo
distinto a como lo hace el estagirita, ya que para ellos solo la virtud asegura la armonía interior
y la imperturbable paz del alma.

Los demás bienes (riqueza, salud, poder) serían indiferentes; por tanto, el auténtico sabio vive
desprendido de ellos. La ética estoica es una ética del autodominio, motivada por la necesidad
de neutralizar el sufrimiento.

Ética de la virtud

Una de las primeras investigaciones sobre el bien perfecto del ser humano se la debemos a
Aristóteles. Piensa este filósofo que, dado que lo propio y específico del ser humano es la
razón, la actividad más perfecta y más bella de todas debería ser la theoría o contemplación de
la verdad.

Por ser el bien más excelente, lo razonable sería buscar la contemplación de la verdad por sí
misma y no con vistas a alcanzar ningún otro fin. A este género de actividad, que coincide con
la felicidad, apuntan las virtudes intelectuales.

Ahora bien, la contemplación de la verdad es una actividad difícilmente alcanzable en esta


vida. Existe, sin embargo, una felicidad imperfecta que consiste en guiar la propia vida
haciendo uso de las virtudes éticas o morales.

Tomás de Aquino presenta una versión matizada de la ética aristotélica de las virtudes. Su
ética, como la de Aristóteles, se centra en identificar el fin último, ese bien máximo al que
tiende el ser humano. Este bien infinito es Dios. Sin embargo, en esta vida no es posible
alcanzar su conocimiento pleno.

Al igual que indica el estagirita, santo Tomás habla de una felicidad perfecta —la visión de Dios
— y de una felicidad imperfecta, que consiste en la vida ordenada según las virtudes morales.
Esta concepción ética renació con especial fuerza en el siglo xx.

Emotivismo y utilitarismo

Modernamente, el hedonismo reviste otras formas, que se diferencian de él en que se suelen


presentar como explicaciones científicas del comportamiento humano. Según unas teorías,
que cabe calificar de emotivistas, la acción voluntaria no procedería de la razón, sino de la
esperanza de experimentar una sensación de placer o de evitar un sentimiento de dolor.

Su principal representante es el filósofo inglés David Hume.

Descendiente directo del emotivismo humeano es el utilitarismo de Jeremy Bentham.


Defiende que las acciones y las cosas (pero también las leyes y las instituciones) son buenas si
son útiles y son útiles si generan placer. Se debe obtener el mayor bienestar para el mayor
número posible de individuos.

John Stuart Mill coincide con Bentham en la idea de que la felicidad consiste en el placer del
mayor número de personas, pero se separa de él en la manera de entender el placer. Mill
piensa que el placer no se puede medir de manera cuantitativa porque, en realidad, los
placeres son cualitativamente muy distintos entre sí: es preferible, por ejemplo, una tristeza
noble a una satisfacción derivada de la acción de hurtar.

3.2. Éticas no eudemonistas

Ética del deber

Frente al emotivismo, Immanuel Kant sostiene que la ética debe proponer principios
universales, válidos para todos en cualquier circunstancia. Sin embargo, las éticas que se basan
en la búsqueda de la felicidad proponen principios materiales (la ausencia de dolor, la virtud...)
que no pueden ser leyes universales, ya que no es posible que haya un acuerdo universal
acerca del principio material en el que se cifre la felicidad.

La universalidad que buscamos en las leyes morales solo se puede dar en una moral formal. Se
entiende por formal la pureza de los motivos que nos llevan a obrar de una manera
determinada y no de otra. Por eso, la clave de la ética kantiana se encuentra en la idea de
deber. Este filósofo sostiene que hemos de actuar siempre por la sola idea del deber,
independientemente de los efectos beneficiosos que se puedan derivar.

Matiza Kant que no toda actuación conforme al deber es una actuación por el deber. De este
modo, si tengo delante a un necesitado, puede ser que me dé lástima y lo socorra. En este
caso, no sería la conciencia del deber la que me induciría a prestarle ayuda, sino un mero
sentimiento —el de lástima—; por tanto, variable. Por eso, estaría obrando conforme al deber,
pero no por el deber mismo.

Según Kant, las éticas eudemonistas son, por lo general, heterónomas: las normas morales
vienen dadas desde una instancia exterior al propio sujeto.

Él, en cambio, propone una moral autónoma, en la que el sujeto se impone a sí mismo el
deber. Frente a las éticas eudemonistas que buscan un criterio a posteriori, propone una ética
apriorística, exclusivamente racional e independiente de la experiencia.

El único deber que, según este filósofo, mueve a la voluntad sin condición alguna sería el
imperativo categórico: «Obra de tal modo que puedas querer que la máxima de tu actuación
se convierta en norma de conducta universal».
4. El sujeto moral

4.1. La persona, protagonista

Autorrealización y virtud

Todo hombre y toda mujer tienen ante sí la tarea de conducir sus vidas. Todos, de un modo u
otro, nos proponemos la meta personal del ideal de la excelencia moral. Sin embargo, no
resulta sencillo alcanzar este ideal. Para vivir moralmente, es imprescindible:

• Desarrollar la capacidad de saber juzgar las circunstancias concretas en las que se desarrolla
la acción, de manera que se pueda elegir con acierto.

• Adquirir las virtudes, es decir, los hábitos que la voluntad necesita para actuar moralmente.

Los hábitos son disposiciones permanentes que hacen posible que la persona actúe de un
modo determinado y que se adquieren por la repetición de actos. A través de los hábitos
morales desarrollamos nuestro personal modo de ser.

La persona que habitualmente realiza actos buenos —de generosidad, por ejemplo— se
convierte en una persona generosa. Esto significa que ha desarrollado la capacidad que tiene
todo ser humano de ser generoso; además, queda en ella la predisposición a actuar de ese
modo en lo sucesivo.

Los hábitos que facilitan la elección de auténticos valores son las virtudes. Ahora bien, también
es posible adquirir hábitos que orientan hacia valores aparentes o antivalores: son los vicios.
De igual modo que realizando actos de fumar una persona se convierte en fumadora, con
actos moralmente buenos (de lealtad, valentía, clemencia…) se vuelve leal, valiente, clemente,
etc. Estas predisposiciones no eliminan la voluntariedad ni la libertad de los actos que se
realizan, sino que las potencian.

Además, los hábitos encauzan nuestra afectividad, ya que, por sí sola, esta no se orienta en
uno u otro sentido. Por todo ello, las facultades de la persona se desarrollarán adecuadamente
en la medida en que estén guiadas por la educación de las virtudes morales.

La acción moral y la afectividad

La propia experiencia muestra otro tipo de inclinaciones —como las aspiraciones o los deseos
— que acompañan más directamente a la dimensión corporal del ser humano. Todos
percibimos objetos ante los que reaccionan nuestras tendencias. Estas reacciones, que surgen
del encuentro de nuestras tendencias con la realidad que percibimos, constituyen lo que en
psicología se llama sentimientos y emociones.

4.2. La persona, libre y responsable

En la medida en que un acto se debe a una decisión personal, las consecuencias —deseadas o
no— exigen que se asuma su responsabilidad. En la relación entre responsabilidad y moralidad
hay que atender a tres cuestiones: los aspectos que intervienen en el juicio moral, la relación
entre el fin y los medios, y el alcance de la responsabilidad.
Aspectos que intervienen en el juicio moral

***Para determinar la bondad o la maldad de una acción, la ética suele analizar los tres
elementos que intervienen en ella: el objeto, la intención y las circunstancias.

 El objeto es el fin que especifica la acción desde el punto de vista moral. El hecho físico
de romper una puerta, por ejemplo, no sería el objeto de una acción moral; sí lo
constituiría, en cambio, el hecho de asaltar una vivienda. Este elemento es decisivo.
 La intención o fin que ha tenido el agente al realizar la acción. Los actos moralmente
buenos han de unir a su buen objeto una buena intención; por ejemplo, auxiliar a
alguien herido con el propósito de ayudarlo. Una mala intención afecta a la moralidad
de un acto. Así, la acción de ayudar a alguien puede estar motivada por el deseo de
vanagloria.
 Las circunstancias son los elementos concretos que acompañan o rodean la acción.
Hay circunstancias del cuánto o la cantidad, del cómo, del lugar, del tiempo, etc.
Pueden disminuir o aumentar la gravedad de un hecho; también pueden incrementar
o reducir el mérito de una acción.

Relación entre el fin y los medios

Si los medios son moralmente malos, la bondad del fin no los justifica ni los convierte en
buenos. Así, el asesinato es malo en sí mismo y no se transforma en algo bueno por el hecho
de que la intención sea buscar una ganancia para otra persona o para uno mismo.

Es importante distinguir los fines de la acción de sus consecuencias.

Las consecuencias suceden temporalmente después de haber actuado, mientras que los fines
están en la persona que actúa antes de empezar a obrar. Por ejemplo, estudio una materia con
el fin de aprender y superar una prueba, y la consecuencia de todo eso es que apruebo o no un
examen concreto.

Alcance de la responsabilidad

La responsabilidad de una acción o de una omisión aumenta por las consecuencias.


Supongamos que miento en una situación concreta y que no me preocupo del mal que voy a
causar a otros, del número de personas a las que puedo perjudicar, etc. Como se ve, todo esto
implica una mayor responsabilidad negativa, ya que debí considerar la posibilidad de las
consecuencias de mi acto.

5. Los nuevos retos de la ética

5.2. Hacia una ética aplicada

La deshumanización de las condiciones laborales y asistenciales hace necesaria una ética del
trabajo. Por ello, este se debe desempeñar en unas condiciones tales que favorezcan la
promoción humana del hombre y de la mujer, sin discriminaciones de ningún tipo y en las que
sea posible la expresión de la dignidad de quien lo realiza.
De esta realidad han surgido éticas aplicadas a distintos ámbitos de la actividad humana. Estas
éticas suelen incluir deontologías particulares. Una deontología (palabra que procede del
griego deón, ‘deber’) es el conjunto de derechos y deberes que se han de respetar en un
ámbito determinado (la empresa, el mundo de la información, la investigación médica, etc.).
Las diferentes profesiones tienen sus propias deontologías.

6. La historia de la ética

EDAD ANTIGUA

 Sócrates. Corriente filosófica: intelectualismo ético

Sócrates se enfrentó a los sofistas, indicando que el bien y las virtudes tienen un
sentido objetivo, frente a lo que pensaba, por ejemplo, Protágoras. Su enseñanza ética
destaca por subrayar el papel del conocimiento en la actuación moral. Así, según
Sócrates, quien actúa mal lo hace por ignorancia, es decir, porque no se ha percatado
de la felicidad y la belleza que supone guiarse por el bien.

Según Sócrates y Platón si conocemos el bien, lo hacemos necesariamente.

 Epicuro. Corriente filosófica: hedonismo

Epicuro identificó el bien con el placer, de modo que creía que, si el ser humano
deseaba ser feliz, debía regirse por la búsqueda de actividades placenteras. Sin
embargo, al reflexionar sobre las consecuencias del placer, se dio cuenta de que
muchos placeres perturban, son temporales o dejan a la persona insatisfecha. De ahí
que concluyera que el ser humano feliz es aquel que ha logrado la imperturbabilidad
de ánimo: la ataraxia.

 Platón. Corriente filosófica: ética de la virtud

Al diferenciar radicalmente el mundo de las ideas y el mundo sensible, Platón estimó


que el ser humano feliz es aquel en el que predomina la parte espiritual. Afirmó que el
cuerpo es la cárcel del alma y propuso una ética basada en el ejercicio de las virtudes
intelectuales, la búsqueda de la sabiduría y de las virtudes morales, con el fin de
someter las pasiones.

La virtud es un saber y es purificación. Es la virtud la que permite al alma liberarse del


cuerpo.

 Aristóteles. Corriente filosófica: ética de la virtud

Según Aristóteles, la verdadera felicidad se encuentra en la contemplación de la


verdad. Junto a esta felicidad perfecta, admitió otra de segundo nivel, basada en la
adquisición de hábitos éticos. El ejercicio de las virtudes posibilita que el ser humano
desarrolle su naturaleza y alcance la plenitud.

 Séneca. Corriente filosófica: Ética estoica


Séneca es uno de los máximos exponentes de la moral estoica. Alabó la vida austera y
promovió la indiferencia ante los bienes temporales. Lo importante, a su juicio, es el
ejercicio de las virtudes, y guiarse siempre y en todo caso por la razón. Como la
persona no puede imponer sus deseos, aconsejaba aceptar el curso de los
acontecimientos. Se interesó especialmente por los temas de la amistad, la paz interior
y la clemencia.

EDAD MEDIA

 Santo Tomás de Aquino. Corriente filosófica: Ética de la virtud

Presenta una versión matizada de la ética aristotélica. Como Aristóteles, se centró en


identificar el fin último, ese bien máximo que llena plenamente a la persona. Este bien
debe saciar por completo las inclinaciones humanas y ser querido por sí mismo. La
felicidad perfecta se halla en la vida beatífica y el encuentro del sujeto con Dios, para el
cual, además de la virtud, se necesita la gracia.

EDAD MODERNA

 Hume. Corriente filosófica: Emotivismo

Siguiendo sus postulados empiristas, Hume pretendió fundar la moral sobre las
sensaciones. Por eso, no tuvo más remedio que sostener que la ética descansa en el
agrado o desagrado que suscita una determinada acción en el sujeto, o en el
sentimiento de aprobación o desaprobación que provoca. El emotivismo constituye
una de las principales posturas éticas de la actualidad.

 Kant. Corriente filosófica: Ética del deber

Kant propuso una ética centrada en el cumplimiento del deber. La ética de Kant es,
además, formal, puesto que se limita a establecer el criterio que hay que tener en
cuenta para juzgar acerca de la moralidad de una acción. En su opinión, ese criterio lo
ofrece el imperativo categórico. Se trata de una ética autónoma en el sentido de que
es el propio sujeto moral el que se lo impone a sí mismo.

 Bentham y Stuart Mill. Corriente filosófica: Utilitarismo

El utilitarismo se guía por el llamado principio de la felicidad, según el cual las acciones
son correctas en términos morales siempre y cuando promuevan la felicidad del mayor
número posible de personas, e incorrectas si sus consecuencias son las contrarias. El
utilitarismo cifraba la felicidad en el placer. Bentham creía que todos los placeres son
iguales y que lo importante es la cantidad.

Stuart Mill, por su parte, señaló la posibilidad de establecer distinciones cualitativas


entre ellos.
EDAD CONTEMPORÁNEA

 Singer. Corriente filosófica: Utilitarismo

Presenta una versión del utilitarismo clásico. Singer rechaza la existencia de una
naturaleza común en el ser humano; por consiguiente, no cabe encontrar un principio
universal u objetivo de actuación. El único criterio ético es la preferencia individual.
Defiende la ampliación del concepto de persona, incluyendo en él a los animales, pues
sienten y buscan la propia satisfacción. En cambio, niega la dignidad de persona a los
seres humanos que carecen de conciencia.

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