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Tema 2 - Políticas Públicas
Tema 2 - Políticas Públicas
❖ Introducción
En el marco del análisis del ciclo de las políticas públicas, la aparición de los
problemas es el paso previo a cualquier estudio que se precie. Pero ¿qué es un
problema político? Según Mark Warren (1999, 207-31), un problema político tiene dos
dimensiones relacionadas: es colectivo y está basado en el conflicto.
Conflicto A C
Ausencia de conflicto B D
La celda B tampoco tiene relevancia política, puesto que concentra los asuntos
individuales sin dimensión conflictiva. Numerosos aspectos de la vida en sociedad están
basados sobre la cooperación entre individuos. La solidaridad familiar, entre pares,
colegas de trabajo o incluso la voluntad de ayudar al prójimo, son elementos
importantes. Sin embargo, no implican por ello una dimensión política.
La celda C es auténticamente política. Por una parte, tiene una dimensión conflictiva
pero a la vez trata de asuntos colectivos. En un entorno libre políticamente, todos los
asuntos colectivos (recogida de residuos, políticas de integración de inmigrantes,
educación, guerra exterior) son políticos porque son susceptibles de recibir al menos
dos respuestas; y dos respuestas significan un conflicto potencial que tiene que ser
resuelto a través de la política.
Ahora bien, si los problemas políticos son colectivos y fuentes de conflicto, ¿cómo
aparecen en el espacio público? En este aspecto muy pocos problemas políticos existen
de por sí y si bien, en un cierto sentido, hay muchos problemas fáciles de identificar
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porque son objetivos (como la adicción a las drogas, las crisis económicas o las muertes
en carretera). Se trata de un problema objetivo que nadie puede obviar. No obstante,
hay una multitud de problemas “objetivos” que lo son desde hace relativamente poco
tiempo. Es el caso de los accidentes de coche. Es el caso también de los efectos nocivos
del tabaco, o de la violencia de género. No es que antes no fueran graves también, sino
que simplemente nadie les prestaba atención. Ello significa que hay que matizar
muchísimo la creencia en el sentido común de los ciudadanos y de sus políticos. Dicho
de otra forma, en política el sentido común existe, pero evoluciona con el tiempo y no
está exento de manipulación.
Desde este enfoque constructivista, las políticas públicas existen para resolver unos
problemas, asuntos sociales que alguien ha convertido en un problema. Este punto es
fundamental porque las políticas desarrolladas dependen estrechamente de la
forma en que se percibe el problema que las justifica. A modo de ejemplo: para
luchar contra los accidentes con armas de fuego, un gobierno puede prohibir las armas
de fuego o dar clases de tiro a la gente que las usa. Todo depende de la forma en que
el uso de las armas sea considerado.
¿Cuáles son los criterios que definen un “un buen problema político” potencial y cómo
se realiza esta conversión? Es lo que Cobb y Elder (1972) llaman el “proceso de
expansión de un asunto”. Según estos autores, no todos los asuntos tienen la misma
posibilidad de convertirse en problemas políticos. Para que ello suceda, un asunto social
necesita incluir cinco elementos.
El primero es “su grado de especificidad”. Las fronteras del asunto no tienen por qué
estar claramente marcadas. Un cierto margen de ambigüedad puede ayudar a que un
público amplio se fije en ello. Por ejemplo, el concepto de “inseguridad ciudadana” no
tiene sentido en muchas zonas rurales, pero podría afectar a todos y por ello es eficaz.
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En estas condiciones, sólo queda preguntarse qué instrumentos utilizar para poner
en marcha este proceso de “problematización”. Como afirma el académico
Giandomenico Majone: “Las políticas públicas están hechas de palabras”, lo que hace
de ellas un campo para el debate y la persuasión, es decir, para la retórica precisada
como el arte de expresarse para convencer a alguien.
1º. El primero de ellos es la inventio, es decir, el tema general del discurso. Este tema
general sólo puede ser expresado a través de una dispositio, la estructura discursiva
que, a su vez, se separa en:
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Por una parte, algunos actores políticos pueden querer “mantener el statu quo”, es
decir, la relación de poder social actual, lo que permite una cierta estabilidad, pero suele
también favorecer los intereses de los actores más poderosos. De otra, la lucha retórica
sirve también para alimentar el “cambio social”, el cual permite el acceso al poder de
ciertos grupos minorados pero, a la vez, es sinónimo de inestabilidad.
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Para conseguir imponer un asunto en la agenda política, los actores tienen que
luchar usando la palabra y “contar buenas historias”. De la misma manera, pueden
recurrir a expertos para reforzar su propia legitimidad o bien activar los símbolos
idóneos.
Según Deborah Stone (1989, 281-300), estas historias causales pueden ser
clasificadas en cuatro grupos en función de si la acción y su consecuencia son
presentadas como intencionadas o no:
En primer lugar se halla, la historia causal mecánica, que se refiere a una situación
en la que el agente principal controla el resultado final mediante otros agentes o
máquinas. De este modo, cuando no se consigue el resultado se culpa al intermediario,
es decir, al “mecanismo”. Por ejemplo: cuando un avión se estrella su compañía aérea
debe rendir cuentas. El discurso pronunciado suele culpar al ordenador de a bordo o
recurrir a la hipótesis del fallo humano.
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También puede darse una historia causal intencionada. Esto es, la historia en
cuestión es un éxito para el gobierno de turno, entonces los gobernantes suelen
aprovechar la ocasión para subrayar los efectos positivos de sus decisiones. En cambio,
cuando se produce un fracaso, el gobierno suele acusar a la oposición de conspirar en
su contra.
Consecuencia
Intencionada No intencionada
No Intencionada Historia causal Historia causal
Acción mecánica accidental
Intencionada
Historia causal Historia causal
intencionada basada en la
inadvertencia.
Los dos tipos puros de historias causales son el modelo accidental y el intencionado.
Los otros dos (mecánico y basado en la inadvertencia) son más difíciles de identificar.
Pero en realidad, cada actor usa una estrategia retórica que le permite maximizar
su posición. A modo de ejemplo:
Pero los representantes del lobby de los fabricantes de coches contestarán que sus
vehículos son sólo máquinas que la gente usa como le da la gana (historia causal
mecánica), que en caso de mal tiempo los conductores van demasiado rápido (historia
causal accidental), o que algunos les quitan los sistemas de seguridad para ir más rápido
(historia causal basada en la inadvertencia).
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Los actores políticos suelen aplicar una segunda estrategia para incrementar la
legitimidad de sus argumentos. Por ello suelen recurrir a la ciencia o a las apariencias
de la ciencia. En política es frecuente la inclusión de estadísticas económicas, la
contratación de expertos de todo tipo, así como el uso de “argumentos de autoridad”.
Este uso del saber ha generado toda una industria de consultorías de expertos que
ponen su legitimidad científica al servicio de los actores políticos. Todo ello por al menos
dos razones.
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nación que defiende la libertad. Pero vista desde Irán puede parecer el símbolo de la
opresión occidental.
Para Charles Cobb y Roger Elder (1983), hay cuatro tipos de símbolos:
2º.- La segunda categoría de símbolos es la que atañe a las normas del régimen.
Dichos símbolos se centran en las reglas del juego, es decir, en las normas de
funcionamiento de un ente político. Por ejemplo, las estatuas de mujeres con los ojos
tapados sosteniendo en sus manos una balanza y una espada son símbolos clásicos
del sistema judicial y de la neutralidad del derecho frente a los ciudadanos.
3º.- El tercer tipo se trata de los símbolos que reflejan “posiciones políticas
formales”, lo cuales no están pensados para generar consenso, sino para trazar líneas
divisorias entre los individuos. El puño y la rosa del Partido Socialista, la bandera negra
anarquista o el saludo fascista son objetos políticos que generan simpatía o antipatía,
pero que en ningún caso dejan indiferente. Su mera presencia impone un clivaje entre
partidarios y oponentes.
4º.- En último lugar, los símbolos centrados en asuntos políticos específicos son
los que están relacionados con luchas políticas concretas. El lazo rosa de la lucha contra
el cáncer, el puño cerrado de la causa obrera, o el ojo de Sauron son todos ejemplos de
causas políticas emprendidas y difundidas en torno a un símbolo de base.