Está en la página 1de 70

MEMORIA

ISSN 0124-8308 E-ISSN 2981-359X

Y OLVIDO
Olvidos memorables, el monumento y la ruina.
Ilustración de Eliot Barrera.

Número

20
Apoyan
Facultad de Ciencias Humanas
Programa de Gestión de Proyectos
División de Acompañamiento Integral
Dirección de Bienestar
Sede Bogotá
Número 20 / ISSN 0124-8308 / ISSN digital 2981-359X

Phoenix: Literatura, Arte y Cultura es una publicación de carácter académico, crítico y


de creación literaria que busca generar nuevos acercamientos a la cultura por medio de la
palabra escrita y la ilustración. La mayoría de sus integrantes hace parte del pregrado en
Estudios Literarios de la UNAL.

Phoenix 20 EQUIPO EDITORIAL


phoenix_bog@unal.edu.co
facebook.com/literaturaphoenix Docente que acompaña y avala el proyecto
Instagram: @literaturaphoenix Patricia Simonson
http://bienestar.bogota.unal.edu.co/pgp/Publicaciones/
phoenix/phoenix.html Coordinación
Karen Lorena Gutierrez Medina
Programa de Gestión de Proyectos (PGP)
proyectoug_bog@unal.edu.co Pre-edición
(601) 3165000 Ext.: 10661-10662 Angela Vargas Ardila
facebook/gestiondeproyectosUN Dixon Miller Alfonso Jimenez
Instagram: @pgp_un Juan Daniel Valbuena Pérez
http://bienestar.bogota.unal.edu.co/pgp/biblioteca/ Federico Navarro Niño
biblioteca_pgp.html Juan Pablo Pardo Mantilla
Nelson Leonardo Garcia Zambrano
Contacto Facultad de Ciencias Humanas Nicolás Pinzón Guevara
dirbien_fchbog@unal.edu.co Karen Lorena Gutierrez Medina
Patricia Simonson
rectora
Dolly Montoya Castaño Ilustraciones de
vicerrector Eliot Barrera
José Ismael Peña Reyes
directora bienestar sede Bogotá Corrección de Estilo PGP
Yuli Edith Sánchez Mendoza Edwin Y. Parada R.
decano facultad de ciencias humanas Diana C. Luque V.
Carlos Guillermo Páramo Bonilla
jefe de división de acompañamiento integral Diseño y diagramación PGP
Zulma Edith Camargo Cantor Melissa León Jurado
coordinador programa gestión de proyectos Jose Castro Garnica
William Gutiérrez Moreno
director(a) bienestar facultad de ciencias Portada
humanas Ilustración de Eliot Barrera
Eucaris Olaya
Universidad Nacional de Colombia
Cra. 45 No 26-85 Edificio Uriel Gutiérrez
Sede Bogotá
www.unal.edu.co

El material expuesto en esta edición puede ser distribuido, copiado y expuesto


por terceros si se otorgan los créditos correspondientes. Las obras derivadas del
contenido del presente volumen/número deben contar con el permiso del (de los)
autor(es) de la obra en cuestión. No se puede obtener ningún beneficio comercial por
esta publicación.
Las ideas y opiniones presentadas en los textos de esta edición son responsabilidad exclusiva
de sus respectivos autores y no reflejan necesariamente la opinión de la Universidad Nacional
de Colombia.
Contenido

editorial 06
Juan Daniel Valbuena

De las cosas que nunca se olvidan


ningún segundo cielo 11
Michael Andrés Castellanos Natib

un corazón de pollo 16
Ariadna Cortez Guevara

recuerdos del ayer, memoria del presente 20


Danna P. Queeman..............................................................................................

Del peso del pasado


recuerda 25
Juan Pablo Pardo Mantilla

fragmentos de una memoria rota y una canción


perdida 28
Karen Gutierrez Medina

leteo 33
Juan Sebastián Monroy Herrera
De ilusiones y existencia
carta a mi mejor amigo 41
Miguel Alejandro Acosta Hernández

el paso de la sombra 46
Julio César Plata Rueda

lo que uno olvida 48


Dixon Miller Alfonso Jiménez

Del olvido y las formas de recordar


primer borrador 53
Sarita Martín Rincón

me acordé de mí 55
Angy Katerine Villamil Llano

Dosier conmemorativo: Manuel Mejía


Vallejo (1923-1998)
recordar a manuel mejía vallejo 58
María Alejandra Garcés Isaza

sobre una partecita chiquita de el día señalado 61


Federico Navarro Niño

la memoria de las manos: aproximación a


los conceptos de memoria y olvido desde la
representación gráfica y la ilustración de
conceptos abstractos 64
Eliot Brayan Nicolás Barrera Medina
Editorial
juan daniel valbuena

En contravía de los cambios del tiempo y los retos a los que debe enfrentarse un proyecto
como este, Phoenix es una revista que aún hoy ha logrado mantener espacios de difusión de
escrituras creativas, y, en un ejercicio de memoria y de vuelta a las raíces, ha pretendido fi-
delidad a esa idea con la que nació: ser fuente y a la vez receptáculo de cultura literaria para
sus lectores. Todes quienes conformamos el equipo editorial atesoramos el trabajo de nuestros
predecesores y sabemos la importancia que tiene seguir desarrollando nuevos números de la
revista. Por esa razón, presentamos a ustedes la edición número 20: Memoria y olvido.

Desde el primer momento, esta temática suponía un reto por la amplitud de posibilidades
que ofrecía: ¿qué enfoque podría tomar?, ¿no son acaso la memoria y el olvido dos elementos
inherentes a nuestras vidas que nos permean en muchos niveles distintos? La oportunidad
para los autores de integrar libremente ambos conceptos en sus escritos, interpretándolos y
usándolos como medio para decir algo, supuso la ventaja de contar con una variedad de textos
con enfoques distintos.

Así, fue posible divisar múltiples paisajes, todos dibujados uno al lado del otro dentro del
mismo lienzo. Esta edición es, pues, un collage de textos disímiles, pero a la vez muy cercanos.
En el proceso de seleccionarlos y reunirlos, todos fuimos notando puntos de convergencia entre
ellos, trazos y técnicas compartidas que los autores usaban para construir cada uno de sus
paisajes, de sus interpretaciones de la memoria y el olvido como parte de sus experiencias de
vida y su proceso creativo.

Fue así como se conformaron las secciones que leerán a continuación. En cada una de
ellas encontrarán escritos que parecen ligados a una misma esencia, como si los autores a
la hora de escribirlos hubiesen tenido visiones similares. Hay que anotar, sin embargo, que lo
que ofrecemos en este apartado es una guía de lectura: los textos no se agotan en estas inter-
pretaciones, por el contrario, esperamos que sirvan como una base para explorarlos más a
fondo. En la primera sección, nuestros(as) autores(as) se apropian de un cierto personaje para
contarnos sus recuerdos, ya sea desde la mirada de un libro, de un pájaro, o incluso de una
niña, se nos permite un viaje a sus conciencias para entender la forma en la que ellos experi-
mentan las vivencias que nunca olvidarán, ni siquiera sus más pequeños detalles. Cada uno de
estos viajes tiene su propio encanto: encontraremos la exploración de la memoria no solo de
manera personal, sino también colectiva y social. Veremos el poder del recuerdo como parte
de la esperanza de recuperar la libertad, y la belleza propia de la conexión con las personas
importantes que viven en nuestro pensamiento.

En la segunda sección haremos un recorrido por escritos que nos hacen detenernos en la
importancia y el peso que el pasado tiene en nuestras vidas, y en cómo recordar es también un
acto de apropiación: hacer que aquellas cosas que recordamos sean parte de nosotros. El estilo
propio de cada autor(a) nos permite entender las formas contrarias en las que ese pasado
puede manifestarse como realidad inmediata, como legado o como fantasma que nos persigue.
En el proceso, encontraremos reflexiones sumamente valiosas.

Por su parte, la tercera sección introduce una novedad frente a las dos anteriores. Aquí, no
se trata de mirar los textos desde un mismo enfoque, pues sus temas y propósitos son distintos,
sino de comprender cómo la memoria y el olvido tienen un mismo papel en cada uno de ellos,
pues se usa como medio para hacer reflexiones sobre la existencia, reflexiones que son llevadas
hasta profundidades filosóficas como en la pequeña colección de poemas o hasta los tonos más
oscuros del recuerdo humano como en el cuento con el que finaliza la sección.

En la cuarta sección, los(as) autores(as) se apropian de elementos originales para explorar


algunas de las formas en que los seres humanos somos capaces de recordar. Los textos brillan
por la creatividad con que son presentados, valiéndose de las posibilidades que ofrece escribir
un borrador o usando juegos del lenguaje, para que la intención del texto no solo sea manifiesta
en el contenido, sino también en la forma.

La edición finaliza con un dosier conmemorativo sobre el escritor Manuel Mejía Vallejo y un
pequeño texto del autor de las ilustraciones que forman parte de la revista. En este último, se
nos explica más detalladamente su significado y las reflexiones que llevaron a su creación. La
razón por la cual hemos decidido poner dicho texto al final es porque queremos que nuestros
lectores vayan formando su propia interpretación de las ilustraciones en la medida en la que
van apareciendo, para que luego, en un segundo momento, puedan evaluarla a la luz de la
visión que el propio artista concibió para ellas.

Cabría agregar que la decisión de conmemorar a un autor como Mejía Vallejo no fue azarosa,
pues sabemos que su nombre merece un mayor reconocimiento y visibilidad en las conversa-
ciones sobre grandes autores colombianos. Además, él mismo dedicó en sus obras amplias
reflexiones a los temas del recuerdo, el paso del tiempo, la identidad personal y la infancia.
Memoria del olvido (1990) fue una gran fuente de inspiración para nosotros al elaborar la
temática de este número, y hemos elegido hacer el mejor homenaje que su poema hubiera
podido tener: dejarle entreabierta la puerta al recuerdo.

Dicho esto, es un orgullo para nosotros traerles Phoenix otro año más. Compartimos la ilusión
de nuestros fundadores de que lo que encuentren aquí sea un aporte a su formación intelectual.

7
1
DE LAS COSAS QUE
NUNCA SE OLVIDAN

8
Memoria emotiva, el recuerdo
y los sentidos.
Ilustración de Eliot Barrera

9
10
De las cosas que nunca se olvidan

La etimología del recuerdo - Tejer memorias.


Ilustración de Eliot Barrera
Ningún segundo cielo
michael andrés castellanos natib

Über aller dieser deiner


Trauer: kein
zweiter Himmel.
. . . . . . . . . . . .*
Paul Celan

Al cielo una mirada larga


Buscando un poco de mi vida.
Celia Cruz

No me gustaría aburrirlo con justificaciones sobre mi descuidada apariencia;


sin embargo, para su tranquilidad, y sobre todo por gratitud, le puedo asegurar
que no siempre fui así. No lo hago con la impostura de quien aparenta ser lo que
nunca ha sido, sino con la sinceridad de quien considera necesario contextualizar
el origen de su miseria. Tuve una época en la que resaltaba por mi belleza, la cual
era producto de la armonización de dos caracteres diferentes, pero complemen-
tarios. Mi estado actual es simplemente consecuencia de la ausencia y del olvido.

Yo no sé nada del amor, pero creo que amar es caer en el noble juego de unir
todas las habitaciones del cuerpo. Unir el refugio de las miradas, los sueños y las
amarguras que habitan el tiempo y que, de vez en cuando, retan los anocheceres
con su memoria. Creo que el gesto máximo que ejemplifica esto es la acción defin-
itiva de unir dos bibliotecas. Si usted está acá es porque es un lector avezado, un
lector-cómplice como lo llamaría Cortázar, así que supongo que entiende a lo que
me refiero. Nadie olvida el momento en el que se funden dos bibliotecas, el instante
en el que las experiencias de las páginas leídas y las promesas de los libros por leer
se juntan para siempre. Pasado, presente y futuro en una misma edificación que
crea la ilusión de inmortalidad.

* Encima de todo este dolor


tuyo: ningún
segundo cielo.
............

11
De las cosas que nunca se olvidan

De la modesta unión entre la biblioteca de Ángela y el embrión de biblioteca


de Carlos nacería yo, un inmóvil testigo que captó cada detalle: el portarretrato
que enmarcaba la fotografía conmemorativa de sus primeros tres años juntos, los
soldaditos de madera que decoraban la zona de libros infantiles, la fotografía de
Antonio Gramsci al lado de la de César Vallejo, una suculenta que reemplazaba el
calor del sol por el de los libros. No se volvió a hablar de la biblioteca como una
propiedad singular. Siempre decían nuestra biblioteca, nuestras páginas, nuestra
vida. El amor que hace de una casa un hogar.

Siempre fui para ambos un espacio para construir mutuas influencias y admira-
ciones. Presenciaba la lectura de Cartas de la prisión de Rosa Luxemburgo y las
discusiones que tenían como catalizador emocional; la humareda que se producía
cuando leían Cartas del yagé de William Burroughs y las interferencias sexuales
que tenían ante la lectura de Delta de Venus de Anaïs Nin. Fui creciendo de manera
abstrusa y en mis anaqueles se fueron acumulando cientos de libros que compraban
con la inconfesable y anacrónica promesa de leerlos en el futuro.

A contracorriente, un día de agosto llegó Carlos y en lugar de poner libros en


mis anaqueles empezó a sacarlos. Lo hacía con la angustia heredada del profesor
Alberto Alava, quien ya le había advertido que el F2 los venía investigando. Él
mismo vino acá a la casa y juntos, como desorientados bibliotecarios, empezaron a
seleccionar todos los libros en los que se avecinara cualquier idea revolucionaria,
marxista o simplemente política o histórica. Hasta donde sé, enterraron en el patio
87 libros, junto a unas fotografías de Bakunin, de Gramsci y algunos carteles, pero
la desesperación del profesor era tan profunda que le decía a Carlos que lo mejor
era irse del país, que él ya estaba haciendo los últimos trámites para irse a Canadá.
Carlos respondía que quizás estaban exagerando, que un libro, que el pensamiento
crítico no podía ser una condena a muerte.

Pocos días después, el viernes 20 de agosto, el profesor Alberto Alava murió


víctima de dos disparos. Ángela y Carlos se enteraron por medio de una llamada
que les costó asimilar y que les dejó un camino de interrogaciones que no pudieron
contener. “¿Quién lo hizo?, ¿qué putas quieren?, ¿qué vamos a hacer ahora?”. Las
preguntas son un recurso de la vida que no consuela, todo lo contrario, le da más
forma al caos y llena la razón de sinsentido y confusión. No en vano Artaud decía
que “vivir no es otra cosa que arder en preguntas”.

Sé que hicieron una marcha fúnebre desde el Auditorio León de Greiff hasta el
Cementerio Central. Si le interesa leer más sobre esto, en el cajón inferior izquierdo
puede encontrar varios periódicos, para que lo tenga presente. El panorama
nacional era realmente difícil, pero sus ideales de cambio no se eclipsaron. Esa fue
quizás la mejor enseñanza del profesor: mantenerse siempre en pie, no cruzarse

12
de brazos ante la violencia y la injusticia. Se refugiaron en pasquines irreprimibles
que —tengo entendido— repartían entre estudiantes. Fotocopiaban periódicos y
creaban pancartas que terminaban acá en la casa. Recuerdo que una decía: “La
muerte nos une, la vida nos despierta”.

El entusiasmo que provoca la rabia los animó para hablar de paros, de marchas,
de toma de residencias. En esos momentos ya las lecturas y el desorden de los
libros empezó a ser reemplazado por periódicos, colillas de cigarrillos y botellas de
vino acumuladas. Ambos adoptaron un aspecto decidido que ocultaba el aterrador
presentimiento de ser vigilados y la desesperación de correr la misma suerte que
su admirado profesor, pero aun así no pararon. Actuaban con cautela, pero la
influencia de su amor les bastaba. Era su subterfugio.

Un atributo de las bibliotecas es nuestra incapacidad para olvidar, atributo que


agrava la posibilidad de ser olvidadas. Cuando desaparece un libro, se extiende el
vacío y alguna cosmogonía se pierde para siempre. ¡Imagínese lo que pasa cuando
desaparece una biblioteca! La memoria y los libros tienen una relación de codepen-
dencia. Ambos son resultado del deseo humano de no olvidar o de encontrarle
otras formas al olvido en medio de la irregularidad de la memoria. Mi pretensión
no es difundir la vida de mis dueños, hago esto por la relación que tiene la memoria
con la dignidad humana, es lo mínimo que puedo hacer.

La naturaleza de sus despedidas siempre había sido la prisa acompañada de


pequeños gestos amorosos que el afán les permitía, por eso no hubo nada extraño
cuando Carlos salió y gritó que tenía que reunirse con su amigo Edilbrando,
que más tarde se veían para marchar juntos. Ángela corrió hacía la puerta y le
respondió: “Bueno, mi amor, más tarde nos vemos”. Le dio un beso que pareció un
simple trámite y cerró la puerta.

El tiempo embelleció su recuerdo de ese beso, porque fue el último que le


dio a Carlos. Ese 13 de septiembre Carlos salió rumbo a la Universidad Nacional
de Colombia y nunca se volvió a saber de él, como si se le hubiera concedido la
bendición de nunca haber existido. Ángela salió a la marcha que ese día iba hasta
la Plaza de Bolívar, pero en todo el recorrido no lo vio. Era lo normal en medio de
tantas personas. Cuando regresó confió en su llegada, pero la preocupación se fue
reflejando en las diferentes llamadas que realizó a amigos, familiares y compañeros.

Nadie sabía nada. Ella se disculpaba, aclaraba que estaba preocupada y


colgaba. Al día siguiente la casa estaba llena de familiares de ambos. Ella aclaraba
que él nunca se quedaba fuera de casa, así que se organizaban para buscarlo
en diferentes lugares que con el tiempo fueron volviéndose más escabrosos: los
diferentes parques de la ciudad, los hospitales, las estaciones de policía. Los días

13
De las cosas que nunca se olvidan

iban pasando y los lugares se cambiaron por anfiteatros universitarios, lugares


de microtráfico en donde dejaban fotocopias del cartel de Se busca con algunos
jíbaros. A veces llamaban acá a la casa y algunas personas decían que lo habían
visto caminando por el Parque Nacional y por el Salitre, entonces un grupo salía
a buscarlo, pero solo regresaban con un golpe en medio del alma. En ese juego,
entre la esperanza y la decepción, siguieron una semana, hasta que el cansancio
los hizo visitar la morgue. Recuerdo que a Ángela le temblaba la boca cuando
pronunciaba la palabra morgue.

Ángela hizo una inmersión en la desesperación. Con decirle que hasta salió a
buscarlo en los diferentes caños de la ciudad, como si no estuviese buscando un
ser humano. La mayoría del tiempo estaba fuera de casa y cuando regresaba se
entregaba al llanto y a la espera de una llamada en la que se escuchara la voz de
Carlos. Sin embargo, la única llamada que alguna vez recibió fue la de una extraña
voz que la amenazó y le dijo que dejara de buscar lo que no se le había perdido.

El abandono se fue abriendo campo en la casa, a tal punto que el polvo se volvió
nuestro único contacto con la realidad, de no ser por él, pensaría que el tiempo
se detuvo. Ángela mantuvo cada detalle igual y, al pasar de los años, la casa se
volvió una especie de museo de Carlos: sus libros, su ropa, sus fotografías, todos
los periódicos en los que aparecía alguna noticia relacionada con el Colectivo 82
o con la Marcha de los claveles blancos; todo en perfecto estado para el momento
en que él se decidiera a llegar.

A veces releía los libros que habían leído juntos, esa era su forma de resucitar
los momentos fugitivos que contenían lo que ellos habían sido, pero no existe el
refugio para una desaparición, ni siquiera en los libros. No obstante, su desapa-
rición nunca fue absoluta, siempre estuvo en ella esa presencia a medias que se
escondía entre cada uno de los espacios de la casa, por esa razón rechazó tajante-
mente la propuesta de una inmobiliaria que se la quería comprar. Todos los vecinos
vendieron sus casas, menos ella porque decía que era el único lugar del mundo en
el que Carlos la podía encontrar. Así se le fue la vida, bajo el yugo de la esperanza,
que fue la peor de sus enfermedades.

La ausencia es vecina de la locura. Es inevitable. Al menos me gusta pensar que


su muerte concluyó su infinita búsqueda de un segundo cielo ausente de dolor.
Yo le cuento todo esto porque cuando las personas vienen a una casa de remate
deshumanizan las causas y las consecuencias, como si ellas fueran una invención
ideológica. Toda venta de segunda es precedida por una despedida, y como ya lo
habrá notado en cada grieta de madera, en cada espacio en el que la miseria se
filtra en medio de los hongos, se oculta la desvanecida memoria que le perteneció
a dos personas que se amaron. Yo hace mucho dejé de ser una biblioteca para

14
convertirme en este cadáver, esto que no es ni la sombra de un simple mueble,
pero en mí todavía hay libros que dan testimonio de lo vivido que se niega a
permanecer oculto.

15
De las cosas que nunca se olvidan

Un corazón de pollo
ariadna cortez guevara

Pastiche de Un corazón sencillo de Gustave Flaubert

Nunca hubo una mejor expresión para describir un corazón como el suyo: Lulú
tenía un corazón de pollo.

Aunque el alpiste que comía pesara más que su cerebro, Lulú tenía una empatía
muy conmovedora. Se le hacía un nudo en el cogote cuando veía a Felicité trabajar
sin descanso y se desesperaba cuando su ama caía rendida frente a la lumbre, por
eso se movía de lado a lado de la mesa al saber que podía hacer poco al respecto.

Lulú miraba las manos de Felicité atentamente, torciendo la cabeza como lo


hacen las aves. Con su vaga comprensión lograba deducir que en las manos de
su ama había cada vez más callos y manchas, y lo entendía como el desgaste de
las alas de los loros. Si las puntas de las alas de un loro debían ser rosas, en la
reducida gama de colores que ve un ave, las palmas de su dueña debían ser claras,
mucho más claras que su piel. Pero había ocasiones en las que el hollín cubría
totalmente las manos de Felicité, y por más que las lavara quedaban oscuras todo
el día. Para él eran como las plumas descoloridas de un perico enfermo.

De igual manera, asociaba la espalda arqueada, el trabajo duro y la piel tostada


de Felicité a los esclavos de su tierra natal. Al ver a aquella mujer cansada, que
no se quedaba quieta sino para rezar, sentía una nostalgia que le aguaba el pecho.
Quería llorar, pero como en sus ojos no había lagrimales, cantaba. Recordaba las
canciones de los campos brasileños y las voces roncas que las entonaban juntas.
Lulú nunca entendió la letra de aquellos cánticos, tan solo los balbuceaba, eso sí,
sentía cada nota en el corazón.

Felicité se fascinaba con el canto del loro. ¡Qué bonita serenata le dedicaba! Y
él se encantaba de verla contenta. Tanto así, que cuando Felicité ensordeció, Lulú
notó que ya no podía alegrar a su dueña como antes, así que empezó a cantar
cada vez más fuerte, conforme la sordera de Felicité se iba agravando. La voz del

16
loro era tan estridente y su deseo de ver a su dueña feliz era tan grande, que logró
alcanzar el volumen y el tono chirriantes que eran necesarios para que ella lo
escuchara. Nadie más logró algo así, ni alguien jamás se atrevió a callar a Lulú, sin
importar qué tan molesto fuera su despliegue musical mañanero.

Todos lo respetaban. Lo miraban entre maravillados y asustados. Nunca un ave


tan colorida se había posado frente a ellos y mucho menos había ¡hablado! La señora
de la casa, madame Aubain, lo ojeaba con extrañeza, en su mirada convergían el
desagrado y la admiración: no había nada peor que un animal que lanzara sus
heces por los aires y nada más increíble que un animal capaz de engañar a Felicité
imitando la voz de su señora.

II

Tiempo atrás, Lulú viajó por toda América, era un trofeo para los terrateni-
entes. Tuvo incontables dueños, todos muy extravagantes. El primero fue el coronel
Oliveira quien, mientras pelaba las selvas de Minas Gerais, tiró el nido en el
que el pequeño Lulú dormía junto a sus hermanos. Solamente Lulú y uno de sus
hermanos sobrevivieron. El coronel los recogió y se los puso a las gallinas para que
los arroparan y los alimentaran hasta que les salieran las plumas. Cuando ambos
pudieron volar, regaló a Lulú y se quedó con su hermano porque era el más grande.

Su segundo dueño fue Saldarriaga, un esclavista colombiano que disfrutaba de


apostar y de azotar esclavos. Su risa era imposible de olvidar: carcajadas entre-
cortadas y escandalosas, pegándose los naipes al pecho mientras golpeaba la
mesa. Al no ser más que un polluelo asustado, la carcajada se grabó en la cabeza
de Lulú y la imitaba por reflejo. Veía en los ojos de los esclavos el mismo miedo que
sentía cuando Saldarriaga jugaba tute y por ese puro miedo se reía.

Saldarriaga había intentado sin éxito amaestrar a Lulú. Lo que más le hartaba
era que Lulú se riera en el momento equivocado. Cuando el señor se reunía para
jugar cartas con sus colegas e intentaba presumirles su inusual ave parlante, Lulú
se callaba completamente aterrorizado. Pero cuando el señor quería disfrutar de
los alaridos de los esclavos azotados, Lulú explotaba en carcajadas.

Al final Saldarriaga se cansó de Lulú y lo regaló a un general amigo suyo: “¡Es


increíble, un pájaro que ríe, tiene que verlo!” El General se encantó con la idea de un
ave parlante. Tan pronto como lo tuvo, intentó enseñarle pequeños trucos: chiflar,
cantar, incluso maldecir. “¡Coño!”, le gritaba a la cara esperando que replicara,
pero a Lulú le aterraban los hombres blancos y cerraba el pico en su presencia.

17
De las cosas que nunca se olvidan

Como Lulú no quiso hablar, el General se aburrió y lo regaló a su segundo al


mando y este al suyo y así, hasta terminar junto a cierto funcionario de alto cargo
en una embarcación rumbo a Francia. Allí, Lulú se sintió como en casa, rodeado
de esclavos libertos. Sin embargo, el capitán era un hombre despreciable: no daba
comida a los negros, prefería ver las provisiones podridas antes que sus estómagos
llenos. Lulú también recibió su rechazo, pero los negros fueron buenos con él:
le frotaban hierbas cuando se mareaba y le daban las semillas que robaban del
cargamento. A cambio, él metía la cabeza en las canastas de la cocina y sacaba lo
que podía del desayuno del capitán para dárselo a sus compañeros de viaje.

Junto a ellos por fin soltó la lengua, cantó libremente lo que su corazón le decía.
Así nació la canción de Lulú.

Cuando arribaron a Francia, se separaron. El funcionario no aguantó más su


comportamiento y nuevamente Lulú fue de amo en amo hasta llegar a Felicité.
Estaba muy acongojado por ser arrebatado de su selva, por eso se rebelaba contra
todos sus dueños. Solo Felicité lo calmó; le recordó su hogar. Pero seguía arreme-
tiendo contra los hombres que jugaban cartas.

Lulú nunca sacó del corazón a sus compatriotas. En alguna ocasión recordó
a las mujeres cimarronas; recordó las trenzas que se hacían y empezó a buscar
algo parecido, porque cuando las mujeres se trenzaban el cabello poco después
lograban escapar. La imagen de las trenzas corriendo por la selva era algo
imposible de olvidar. Todo el día voló mirando a tierra, esperando ver caminos
trenzados sobre cabezas libres, pero no encontró nada. A la tarde volvió decaído,
se posó avergonzado sobre el hombro de Felicité.

El verdor, las aguas claras, el calor y el sonido de las hojas de palma chocando
entre sí, quería sentirlo todo de nuevo, esta vez acompañado de su ama. Pensó que
podría verla correr libre por la selva, volando a su lado, pero, allí en donde vivía
ahora, no había selva por la cual correr.

III

A pesar de resignarse a la casa y a la tierra templada, Lulú seguía añorando


la cálida humedad del trópico. Cuando Felicité lo ponía al lado de la chimenea,
durante las noches lluviosas, se encolerizaba terriblemente, sentía el llamado de
su patria. Gritaba y tiraba lo que se encontrara a su paso y así preparaba a Felicité
para emprender el viaje. Por momentos asumía el rol de madre, revoloteaba sin
rumbo de lado a lado como enseñándole a su ama a volar, pero cuando la tormenta
paraba corría a dormir bajo sus ropas como un polluelo.

18
Fue así como en la noche de su muerte se desató la tormenta más tempestuosa
en años. El instinto arrojaba a Lulú a migrar, a comer frutas que en Francia no
existían y a sacudir las plumas bajo la lluvia torrencial. Esa noche revoloteó, gritó
y tiró más cosas de lo normal.

No murió por nada que Felicité pudiera imaginar. No murió por la tempestad,
porque en su hogar las lluvias eran más intensas; ni por el frío, porque la chimenea
que Felicité le preparaba era muy acogedora; tampoco por el perejil que pudiera
haber comido, porque ya había tragado cosas peores y había sobrevivido a ellas
milagrosamente.

Esa noche, como todas las noches, Felicité se dispuso a cantar una canción de
cuna antes de dormir. Ya no podía escuchar ni su propia voz, pero, aun así, recitaba
las melodías más hermosas que lograba recordar —la mayoría aprendidas en la
iglesia—. A su vez arrullaba a Lulú como a un niño y le sobaba la cabeza para que
descansara antes de enloquecer por la lluvia.

Esta vez, Lulú esperaba pacientemente la canción de Felicité. Se acostó pegado


a su hombro, recostado sobre su cuello, cuando sintió una melodía familiar nacer
de la garganta de su ama. De entre las canciones que Felicité replicaba inconscien-
temente a la hora de dormir, surgió la canción de Lulú por primera vez. Conmovido,
escuchó la hermosa voz negra de su ama tararear los cánticos de los hombres del
Brasil, de las mujeres de cabezas trenzadas, de las hojas de palma chocando y de
las frutas exóticas.

Esa noche hizo un último esfuerzo por escapar a la patria. Falló y se rindió defin-
itivamente; fueron años de añoranza e intentos frustrados. Se deprimió. Con sus
propias patas, se encerró en su jaula y allí se quedó con la garra sujetando la reja.

Lulú murió de tristeza.

19
De las cosas que nunca se olvidan

Recuerdos del ayer,


memoria del presente
danna p. queeman

Querida Tita,

Adónde se fue esa mujer que sin importar la época de la que vino amó a su
nieta a pesar de todo. La foto de su cuarto, en la que se veía en su boda, de cabello
largo y lacio, con mirada profunda y lejana, pero a blanco y negro y con un marco
abollado, viejo y desgastado. Ese marco, esa foto, era aquello que gobernaba mis
tardes, que dominaba mis días. Me podría olvidar a mí misma, pero jamás a aquella
vieja foto, donde quiera que vaya me persigue. Es como un remanente de tiempo.
Es como el sol que sin importar lo que pase no deja de salir, es como la luna que
nunca deja de ser hermosa: nunca me cansé de mirarla. Supongo que la foto es la
culpable de que prefiera las fotografías de otra época, y es que, en esos pequeños
detalles de mi ser, se ocultan mis más profundos deseos. Yo hubiera querido nacer
antes, para así poder estar más tiempo contigo, ¿no crees?

Hubiera querido nacer en el tiempo en el que aún no existía la peatonal, en el


que había más palmeras y arenas ¡que ese despreciable cemento! Pero no me he
venido aquí a quejar, solo a contarte algo extraño, algo que nunca he entendido
pero que lo puedo sentir y eso es porque el sentimiento no se puede esconder.
Extrañamente ese recuerdo siempre vivirá en mí. Yo soy de mente lenta y solo con
el abrazo del tiempo, memoria y sentimiento cedería la memoria, para darle así
paso al extraño recuerdo.

Me llenaba de furia cuando mi papá decía que todo tiene su momento, yo que
soy un ser inquieto lo quiero todo ahora. Un día llovía fuerte, muy fuerte, Tita. Yo
salí del colegio y no podía encontrar transporte. Después de horas, un señor me
llevó. Lo extraño era que tenía tu mismo aroma, ese aroma que me acompañaba
todos mis atardeceres, ese aroma por el que hasta me ponía a rezar con un rosario,
pero tú eras muy sabia, siempre notabas mi aburrimiento, lo que no sé es si sabías
que lo hacía para estar más cerca de ti.

20
Me llené de confusión, por un momento de ira, por último, pensé que era un
sueño. Y si lo era, grité por dentro: ¡No me despierten jamás! Porque si eso fue un
sueño, yo no me quería despertar, quiero soñar esto una y otra vez, y nunca, nunca
despertar. Me digo a mí misma cada vez que recuerdo el episodio. Por qué me
devolví a la realidad, me pregunto una y otra vez. Ese día, ese día yo quería que el
cielo jamás dejase de llorar para que ese olor me acompañara por el resto de mis
días. Después de tantas de tantas preguntas y pensamientos, yo solo despertaba,
caminaba y dormía. Con el paso del tiempo y la rutina fui olvidando cada día más
lo que había sucedido, pero el sentimiento, ¡el sentimiento!, el sentimiento jamás,
jamás se ha ido.

Tita, señora impecable y vanidosa, no crea que su nieta no ha podido ser feliz,
ella adora todos los momentos que vivió con usted, solo pasa que la extraña, la
rutina no puede borrar el hecho de que la echa de menos; sin embargo, con los
recuerdos felices, vuelve a los momentos más bellos de su infancia. Danna recon-
fortará su alma con los momentos felices…

21
Del peso del pasado

2
DEL PESO DEL
PASADO

22
Medium danzando apoyada en
los restos del pasado, la
memoria y la tradición.
Ilustración de Eliot Barrera

23
24
Del peso del pasado

Memorias sin rostro, la historia y el progreso.


Ilustración de Eliot Barrera
Recuerda
juan pablo pardo mantilla

Desde chico siempre he sido privilegiado,


bueno, lo que se nos dice que es ser privilegiado.
Salí de un colegio privado
Y siempre todo me fue regalado.

Estoy con beca en la mejor universidad del país


Pero no hice ningún esfuerzo para llegar aquí
El mundo me dice “agradece”
Pero siento ser alguien que está en un lugar que no merece.

Disfruta las pequeñas cosas de la vida, me dicen


Pero cómo esperan que las disfrute si siempre tengo otra cosa por hacer
Yo solo quiero escribir este texto, acostarme e irme a dormir
Pero tengo un parcial por el cual estudiar
Tres trabajos que entregar
Y mucho por realizar.

Un mundo en el que muchos hablan, 3, 4, 5 idiomas


Si eres privilegiado, como vas a hablar dos
Y, claro, sé que quieres cambiar el mundo
¿Pero por qué estás en esa carrera inútil?
Y de qué sirve, si igual ni sabes hacer un poema
No sabes de rimas y ni te combina
Solo eres un fracaso que finge tener futuro
El mundo es muy grande y tú eres nulo.

Por qué te quejarías si todo te ha sido fácil


Recuerda, tu padre se esforzó y dedicó toda su vida a trabajar en algo que
no quería
Y vienes tú a estudiar sociología

25
Del peso del pasado

Y claro, nadie te dice eso, solo eres tú,


no inventes enemigos imaginarios, que tu único enemigo eres tú.

Y yo solo quiero cariño, ser escuchado y abrazado


Pero ¿por qué a alguien le interesaría escucharte y abrazarte?
No eres más que el producto de una sociedad de mercancías
¿Y qué pasaría si murieras?, no se detendrá el mundo
Porque es que no eres nada, simple polvo que ahí está.

Pero claro, eres el fruto de miles de generaciones


Cómo vas a olvidar tu origen
Si vienes de mil guerras y conflictos
De mil romances, mil olvidos
Y muchos nombres que jamás recordarán.

Eres el pasado
Y también el futuro
Pero lo único que existe es un instante de presente que nunca volverá.
No olvides al tatarabuelo
cuyo nombre e historia no conoces
cuyo recuerdo se fue con sus nietos
quienes son también tus ancestros
y cuya historia tampoco conoces.

Pero claro, te enseñaremos una historia general, genérica


que marque probablemente el contexto en que ellos vivieron
Quizá nunca sabremos su nombre, porque él, como tú, nunca fue nadie
pero sí que sabemos su contexto.

E igual ¿a quién le importa?, dice también el mundo


Tienes que avanzar
¿o quieres que te venza esa inteligencia artificial?

Pero también descansa, tienes que descansar


Date tiempo a ti mismo
Disfruta la efimeridad
Que no lo olvides, la vida es solo una y pronto morirás.
Es bueno cuestionarte, pero no te puedes cuestionar

26
Ponte a trabajar, en vez de procrastinar
Sé que te di todo en el mundo, para que lo hagas con facilidad
Pero no te olvides que gastar tu tiempo está mal
Y se pasa la vida
Cual reloj de arena
Ese grano no regresa
Y todo se va

Pero recuerda
Recuerda aquello que se fue, porque de ello vienes
Pero no te gastes mucho recordando, pues tus granos se irán
Y nunca volverán, nada volverá jamás

Todo se va
Su frío recuerdo
Hasta el recuerdo se va
Dicen que solo queda si lo pones en un pedazo de papel
Pero el papel también se irá
Esto que estoy escribiendo, en mil años nadie lo recordará
Probablemente en cien días ya todos lo olvidarán
Y pasará
Todo pasará
Pero recuerda
Nunca olvidar
O te olvidarás de olvidar.

27
Del peso del pasado

Fragmentos de una
memoria rota y una
canción perdida
karen gutierrez medina

Podía imaginar la espesura de eso que hacía la abuela, porque era como si un
ligero soplido de viento intentara mover toda una sopa. Ella estaba como a veinte
centímetros del suelo en un banquito frente a una cosa enorme de barro; tenía
forma de olla y sabía que era de barro por su color y por el chirrido que hacía la
cuchara de palo al revolver y chocar con el fondo, lo que hacía que me dolieran
los oídos. Eso que la abuela hacía parecía algún tipo de magia extraña y nunca
nos deja acercarnos a curiosear. Ella dice: “No se acerquen, porque si lo miran
se corta”. Siempre le pregunto a mamá el porqué, pero solo me dice que es por el
mal de ojo, yo la verdad no lo entiendo. De todas formas, esa cosa que la abuela
tarda días en hacer tiene un sabor particularmente rico. Todos prueban, todos en
la mesa, un vaso de eso, un plato de lo que asaban afuera, los primos y los tíos
hablan, todos disfrutan; sí, creo que tiene algo de magia.

—¿Por qué no se ha tomado la sopa? — dice una joven en


la habitación.
— No tengo hambre, ni sé por qué estoy aquí.

“Cachipay la tierra me escribió un papel, que si yo quería casarme con él, yo


le contesté, en otro papel, que sí me casaba, pero no con él”, canta la abuela,
mientras me toma la mano sonriendo. Estamos sentadas en el sofá escuchando
el bullicio del tío, ya anda un poco borracho y parece que lleva varias cervezas
encima. No se bebe más masato porque no hay nadie que lo haga. La abuela a
veces me hace la misma pregunta dos o tres veces: “¿Cómo va el estudio?”. Yo no
me he cansado de responder que todo va como siempre, aunque ella no sepa cómo
es siempre. Ella sigue cantando su canción una y otra vez, por eso yo sé que está
contenta. Tocan la puerta, entra mi prima Karla, saluda a todos, la abuela se queda
mirándola y me dice al oído: “¿Quién es?”. Yo le respondo en el otro oído, porque ya
no escucha muy bien: “La prima Karla, tu nieta”, ella dice: “¿De quién es hija?”, yo le

28
digo, de nuevo inclinando la cabeza para llegar a su otra orejita: “Del tío Orlando,
tu hijo”, ella dice: “¿Quién?”

—¿Le ayudo a vestirse? — escucho que dice esa muchacha. —


Estas ropas viejas y largas me dan frío, pero no sé para qué
tengo que vestirme.

“«No tengo miedo a morirme, pero si tú te quedas sola. Cuando cante el matarile
y el horizonte ya se asoma. Vidalita del mar…»* acompañan los acordes de guitarra
que escucho a través del auricular. En el camino, me gusta observar la estructura
piramidal de cristal que se ve por la ventana, el señor que se sube a vender dulces
de una marca poco comercial, el letrero de display rojo que desplaza las letras en
horizontal de derecha a izquierda anunciando la siguiente parada, las personas
que se paran frente a la puerta a esperar para salir del vagón en la siguiente
parada y las personas que ignoran lo que hay a su alrededor por tener sus ojos
en la pantalla del celular. «Vidalita del mar, cristalina. En los puerto’ de mi tierra,
mi patria chica». En dos paradas tengo que bajarme para hacer el trasbordo que
me llevará a casa. Cinco minutos después, me invade el olor intenso e invasivo de
incienso como de iglesia…

—¿Quiere que le pase su perfume? Hoy no se ha puesto— dice de


nuevo la joven en la habitación.

Mi abuela siempre tiene un olor a perfume caro, va vestida siempre de forma


tan elegante, nunca pierde la vanidad a pesar de que los años se lleven otras cosas.
Los años ya le pesan, su oído derecho cada vez escucha menos, su vista no es
siempre la mejor, debe andar con la bala de oxígeno cerca desde hace añitos y, a
veces, creo que no se acuerda de mí por su mala memoria. Me pinté el pelo de rojo,
todos dicen que me queda bien, pero la abuela no pudo reconocerme. Hoy me miró
como si fuera una extraña y le preguntó a mi tía que quién era yo. Mi madre le dijo
que yo era hija de ella. Un par de preguntas más y se acordó de su nieta (favorita
si me permiten decir).

— «Y me da miedo pensar. Que ya no sienta cuando cante. Que no


sienta al paladar. El gusto amargo de la sangre».

— Tiene una bonita voz, ¿Cómo se llama la canción? —dice la joven


que no parece querer irse de la habitación y solo sabe interrumpir.

—¿Cuál? — le respondo porque ya ni me acuerdo.

* Los textos que se encuentran entre comillas españolas («») son fragmentos de la
canción Vidalita del mar’ de Guitarricadelafuente, la cual fue lanzada en el año 2022 en el
álbum La cantera.

29
Del peso del pasado

Mi abuela recita coplas y frases, que es lo único, me parece, que no se va de su


memoria. Ella dice a veces que no se acuerda, entonces la tía empieza a recitar por
ella “Río abajo van mis ojos [...]”, la abuela la interrumpe diciendo “[...] atájalos en
la arena o si no déjalos ir que ellos van pa’ Cartagena”, nunca sé en qué acaban
ni a qué se refieren, pero yo sé que está contenta cuando la escucho recitar esas
frases que no tienen mucho sentido para mí, todos saben que es así porque la
miran sonriendo. Podría decir, incluso, que si se baila carranga en la casa es solo
para ver a la abuela sonreír y recitar. Ojalá fuera así siempre. El otro día se fue de
la casa y no supo volver sola, desde entonces cierran la puerta con llave; la puerta
que siempre estuvo abierta.

—¿Vienen de visita hoy sus nietos?— dice la joven, fastidiosa,


interrumpiendo.

—Yo no tengo nietos— digo, aunque no estoy segura.

«Vidalita del mar…» Las calles y el asfalto gris son los de siempre, pero en mi
cabeza los números no los conozco. Le di la vuelta a la cuadra, compré el pan y
luego me di la vuelta para regresar. No está ni el jardín ni las macetas de colores,
ya le di la vuelta a la cuadra como cinco veces, y no sé dónde estoy. «Cristalina…»

—Mamá, mucho tiempo sin verte— dice un hombre que me mira desde
la puerta de la habitación. Esos ojos me mueven algo por dentro, pero,
para ser sincera, a ese hombre yo no lo conozco.

Yo soy olvidadiza, pero mi mamá ha estado buscando durante la última hora


sus lentes. Esos lentes que lleva colgados en el cuello. No he dejado de ser curiosa
desde que tengo uso de razón. Siempre le pregunto a mamá sobre la receta de
empanadas de la abuela, pero ella, que es la mayor de todos, no la sabe. Creo que
en la memoria de todos los que las probaron permanece el recuerdo de un sabor
que ya no existe. Mamá no me enseña todavía cómo hacer sus arepas, mis amigos
podrán imaginar el manjar de dioses que suelo desayunar una vez por semana,
pero si no me apuro, ese sabor se convertirá en una leyenda.

—La abuela está cantando como siempre, eso es que está contenta—
dice uno de los niños. Contenta no, yo solo quiero saber quiénes son
estas personas y por qué no me dejan en paz.

El doctor dice que es un niño. La sudorosa frente me moja los ojos, o quizá son
las lágrimas, no sé yo. Todo aquí huele a alcohol, a sangre y sudor, pero al ver esos
ojitos pequeñitos, de emoción, calentaron mi alma. La historia de mi nacimiento
no es nada emocionante, a mi madre ni le dolió el parto. Lo que sí es emocionante
de contar es cómo fue el día en el que la abuela la tuvo a ella. Mamá nació en un

30
coche cuando mis abuelos trataban de llegar al hospital. Era un día en el que los
doctores del pueblo no estaban porque esperaban que un gran cometa pasara.
El abuelo, un gran hombre que no pude conocer, le dijo a mamá: “Hija, tú naciste
en la esquina de la calle Santa Rita”, no fue en un hospital, pero sabía el nombre
de esa calle. Los abuelos esperaban a mamá como el cometa que esperaban los
doctores; pasaría en algún lugar de la Tierra para que todos lo vieran.

Escucho las voces de esa gente desconocida, muy distorsionadas y


lejanas. Prefiero mirar por la ventana la escena que acontece en la
calle. Una señora vieja sentada en una banca con un perro a sus pies,
un jardín bastante grande lleno de flores por todas partes. Me tocan el
hombro, una joven como diez centímetros más alta que yo. Sincera-
mente, no sé quién es.

El truco para que la abuela no te olvide es que la visites seguido, lo sé porque en


vacaciones suelo ir a verla cada quince días y ya no pregunta por mí. Ella solo duda
y pregunta si no está segura, “María ¿cierto?”. Me mira siempre con esa sonrisa
que la pone feliz. Creo que ella olvida a quienes la olvidan; sí, quizás es eso.

La mano que tengo no es mía, esta es arrugada y pálida, con


manchitas cafecitas por todos lados. La voz que tengo no es mía, esta
es más gruesa, temblorosa y casi inaudible. Mi cabeza no es mía. Mis
pensamientos se quedan en una nube confusa, en la que voy y vengo,
vengo y voy de lugares a lugares, y luego veo la ventana y no están.

La fachada de la casa de la abuela es un recuerdo lleno de flores, ortiga, pinos y


caca de gato. Antes tenía un jardín sin cerca, con asfalto por los bordes como todas
las demás casas. En ese paisaje, los niños podían jugar por todos lados y a veces
era posible caer sobre la ortiga si no se tenía cuidado. Ahora tiene un jardín alto y
bello, cercado con madera, aislado de todo lo demás y sin niños que jueguen por
aquí y por allá. Si bien es más bello, ahora atrae miradas malas y se ha convertido
en un lugar para que el gato de la vecina deposite su olorosa mierda. La casa
también es más hermosa, pero la gente del barrio ya no es amable como antes, y
eso es algo que prefiero ignorar y atribuir al mal de ojo. Por eso es mejor que no
se acerquen por aquí.

La casa por dentro alberga recuerdos como un museo, las manos que trabajan
en ella ponen su granito de amor para hacerla más hermosa y preservar sus
recuerdos. Hay una pintura, son los abuelos en su boda. La abuela siempre dice:
“Cartagena es buena tierra, pero no para vivir, Cartagena es buena tierra para
entrar y salir”. Esas frases no me parecen del todo sin sentido, pues ellos de paso

31
Del peso del pasado

fueron allí, se casaron y se volvieron a ir. Ese día creo que la abuela supo que sería
amada por siempre, aunque el abuelo se fuera a ir muy pronto de nuestro lado.

—Doña María, siéntese aquí un momento, vea que todos vinieron


aquí a verla. Usted ha estado muy sola desde hace años. ¿No quiere
disfrutar el momento? — Es lo que dice la joven que me toma el
hombro, yo no sé quién es y por qué me llama María. El paisaje florido
me lleva devuelta a mi cabeza errante y soy por un momento alguien.
La piel arrugada que no siento mía y la necesidad de ver mi rostro
me llevan al baño, al espejo, en el que finalmente veo a una vieja que
no soy yo. Mi pensamiento vaga en la nube confusa de recuerdos,
un museo olvidado que ni siquiera puedo visitar. ¿Quién fue María?
¿Quién es María? ¿Quién soy yo? Ojalá pudiera volver con mi abuela y
su casita, a recitar, sentirme amada y menos olvidada.

32
Leteo
juan sebastián monroy herrera

How happy is the blameless vestal’s lot! The world


forgetting, by the world forgot. Eternal sunshine of
he spotless mind! Each pray’r accepted, and each
wish resign’d
Alexander Pope

Han sido días de ideas, lo reconozco. Pero hay una en particular que no cesa de
perseguirme. De todas formas, es algo que ya te he dicho; no hay ninguna novedad.
Solo supongo que, nada más cuando lo escribo, por fin puedo sentirlo con la fuerza
que necesito, que necesito para llorarlo.

El otro día me dijeron que no me preocupara, que a ti y a mí nos une una larga
historia, indeleble. Y doy fe de lo veraz en dicha afirmación. Pues, por fuera luzco
intacto, sí, tan virgen de cualquier marca o testimonio relevante. Pero lo que no
recuerdo es si ya te había dicho lo que me pasa seguido, eso de que siempre te
siento aquí, mucho más cerca que mi propia piel. No es de extrañar, entonces, que
los signos parezcan invisibles, mientras lo cierto es que me habitan en lo profundo.

Signos de historia, marcas de nuestro tiempo. Y sí, es verdad, nos une más de
un año de confianza, de confianzas, de secretos, de ires y venires, de besos torpes,
de besos tiernos, de lujuria y de sexo (que no nos son lo mismo), de historias y
de música, de películas y caminatas nocturnas por laberintos en Teusaquillo, de
lecturas apasionadas, de acabar en algún parque hasta la madrugada, tomando
pola y fumando peches, echando chisme, hablando de lo que sentimos mientras
deambulan por ahí los perros que se llaman como Elvis. Así que tenían razón y mi
memoria lo corrobora. Es ahí en donde anida el problema.

Me gusta pensar en la idea de que cada vez que recuerdo algo soy capaz de
volverlo a vivir. De esa manera, si pienso en tus besos, mis labios se humedecen
y el tacto de tu carne acaricia de nuevo la puerta de mi voz. Cuando eso sucede,
estremecerme es inevitable. Sin embargo, las cosas no siempre son tan especiales,
por mucho que me esfuerce. Entonces recuerdo. Recuerdo nuestra historia al
detalle y no consigo volverla a vivir. Las imágenes pasan por mi cabeza, sí, pero

33
Del peso del pasado

el montaje es dinámico, sobrecargado, sin ofrecerme la más mínima posibilidad


de detenerme para apreciar con calma las memorias de tu piel, de tu voz, de tu
calor y respiración. Y es curiosa la manera en la que el tiempo se manifiesta en
la memoria, ¿no? Porque hemos hablado de cómo incluso, al mes de conocernos,
ya se sentía como si lleváramos años de ser amigos, pero, en cambio, los últimos
meses, tan cargados de recuerdos, transitan por mi memoria con una velocidad
que no me deja discernir hace cuánto sé tu nombre o la fecha de tu cumpleaños.

En este momento, me agarro a puños con mi yo más sensato, ese que piensa,
muy a mi pesar, que lo bello del amor es que pueda darse con libertad, para ir y
volver, para no hacerlo, para no quedarse anclado a una sola flor. Y me odio por
la hipocresía de querer sentirme libre mientras busco seguridad. ¿Por qué siempre
que me decido a saltar al vacío extraño tanto la cuerda a mitad de la caída? Tal vez
es miserable, tal vez es natural. Lo cierto es que lo acepto, pero no por eso dejan de
dolerme hasta sus más obvias implicaciones.

Han llegado otras personas para ambos lados de la ecuación, lo sé. Así será
siempre y así tiene que ser. De todas formas, lo vuelvo a decir, que jamás ha sido ni
será mi intención convertirnos a los dos en el único posible receptáculo de placer, o
incluso del amor. De lo contrario, ¿en dónde quedaría sepultada nuestra libertad?

El azote de mi paz no se encuentra en la angustia por la ausencia de seguri-


dades, por ser libre y que tú lo seas. No. Hace mucho tiempo que pasamos por ahí.
Lo que no deja de rasguñarme el corazón, la carga tan pesada que me oprime el
pecho al pensar en esto habita en la disputa que sostienen la novedad y la emoción,
vástagos del misterio y del cambio, contra la certeza y su costumbre, hijas inelu-
dibles de nuestra historia y nuestro tiempo.

Ya llegó otra persona. Me hablas, porque prometimos contarnos, sobre lo mucho


que te emociona, sobre su coqueteo, sobre lo lindo de sus palabras y de los ratos
que pasan juntos. Genuinamente me alegro por ti, pero la nube oscura siempre se
cierne sobre mis emociones más bellas. Y ojalá pudiera arrancarme el egoísmo
para botarlo a la basura o ponerlo en el canasto de la ropa que no lavo. Pero la
idea es como un virus y, cuando intento purgarla, me vuelve a derrotar. Entonces
el recuerdo se hace traicionero.

Y pienso en la emoción de conocer a alguien, en los brincos del corazón por


cada nuevo mensaje, en la disposición de dar más tiempo, de recorrer mayores
distancias, en la constancia con la que un recién llegado desfila por el escenario
de la conciencia y hasta se cuela tras bastidores para significar en los aspectos
más íntimos del espectáculo. Pienso en cómo se abren tus ojos, en cómo se curvan
tus labios, en cómo se ilusiona tu voz y se enerva tu risa. Y, si me preguntas de qué

34
manera puedo saberlo, haz de hacer memoria y descubrir que la respuesta vive tan
solo seis párrafos arriba.

Pienso en quien ya llegó, pero también en los que vendrán. Y pienso que, alguna
vez, ahí también estuve yo. Y como pasa ahora y pasará después, el sentimiento de
novedad, la emoción ya descrita, lo inigualable del enamoramiento, danzarán en
tu interior para darle sentido a la imagen de las mariposas revoloteándote en el
estómago. El ruido de su aleteo, sin embargo, ya no puedo escucharlo.

Es atavío invaluable aquel que reviste la primera vez de toda dicha. Ya después
golpea el segundero y con su eco ensordece al placer genuino, relegándolo desnudo
a la celda de la memoria. Y te miro, nos miro, desde atrás de los barrotes que me
impiden tocarnos. Entonces comprendo que ya todo pasó y que el precio de conoc-
ernos, de la intimidad, de nuestra historia, se mide en primeras veces ya gastadas
que irán perdiendo su color con el paso del tiempo, hasta volverse memorias que
evocaré cuando te piense, cuando quiera volverlo a vivir y descubra, encadenado
al presente, que ya no puedo, que estamos condenados a transformarnos en el eco
de nuestros mejores momentos.

Cuando estudié a los clásicos, me encontraba por doquier con numerosas


quejas y lamentos de mis colegas debido a la pérdida de tan basto conocimiento
que albergaba la Biblioteca de Alejandría. Llegué incluso a escuchar que aquel
suceso podía ser calificado como una de las mayores tragedias en la historia de la
humanidad. ¿De cuántos textos, de cuánta erudición, de qué nuevos nombres nos
habremos perdido tras la tragedia?

Sí, yo también por mucho tiempo lo creí. Yo también condené la pérdida de


Alejandría y me pregunté dónde estaría la humanidad ahora si nada de eso
hubiera pasado. Y de la rabia comencé incluso a escribir un texto como este. Pero
el eco de tantos lamentos por la pérdida del saber me inundó hasta no dejarme
respirar, porque incluso mis palabras dejaron de ser mías. Y cada letra que usaba
al redactar no servía más que para seguir edificando una réplica evidente y frívola
de las quejas y los lamentos que tanto había escuchado. Dejé de reconocerme en
mi propio texto y condené a mis maestros, a mis referentes, a todas aquellas influ-
encias que alguna vez he tenido para escribir y pensar. Salí entonces a caminar
mientras pensaba que nunca podría ser del todo original, que me siento atado de
mil formas a siglos y siglos de tradición, a palabras escritas e ideas pensadas que
me determinaron desde mucho antes de nacer.

¿Y la libertad? No sé, hace rato que no la veo. Pero es ahí cuando recuerdo las
palabras de una de las personas que me motivó a estudiar literatura: “Cuando no
se lee, uno piensa que todo se lo inventa”.

35
Del peso del pasado

También lo creí. Todavía lo hago. Pero hoy ya me puedo preguntar ¿qué tiene
eso de malo?, ¿cómo no voy a ser feliz con la ilusión de la novedad?, ¿cómo no va
a ser un consuelo, tras cargar con siglos y siglos de tradición, pensar que hace
milenios en Alejandría fue posible hacer que el peso fuera mucho más ligero?

No seré yo quien diga que, en realidad, la pérdida de la Biblioteca ha sido una de


las mayores fortunas en la historia de nuestra especie. Pero, tras volver a mi casa
para continuar con la escritura, y descubrir que mi computador se había apagado
sin haber guardado cambios, sí puedo ser yo quien reconozca el consuelo de que
exista algo como el olvido.

Un antídoto contra la memoria, un insecticida para los recuerdos, una forma de


hacer que vuelvan a ser posibles las primeras veces de toda dicha; eso es el olvido.
Y sí, existen pasados que nos atormentan, traumas. He ahí también parte de su
utilidad. Sin embargo, existen de igual forma las memorias felices que nos hacen
sonreír, a veces llorar. ¿Por qué querría alguien borrarlas?

Porque escucharte hablar de la novedad, de la ilusión, del enamoramiento,


hace más evidente para mí la distancia con la que contemplo los recuerdos de
nuestra historia. Porque hay momentos en los que duele tanto que quisiera borrar la
confianza, las confianzas, los secretos, los ires y venires, los besos torpes, los besos
tiernos, la lujuria y el sexo, las historias y la música, las películas, las caminatas
nocturnas por laberintos en Teusaquillo, las lecturas apasionadas, todas las veces
que acabamos en un parque hasta la madrugada, tomando pola y fumando peches,
echando chisme, hablando de lo que sentimos mientras deambulan por ahí los
perros que se llaman como Elvis.

Quiero que seas misterio. Quiero volver a descubrirte. Quiero sentir de nuevo
tu ilusión. Quiero que las historias no parezcan déjà vu. Quiero olvidarte para
volverte a conocer. Quizá porque muy pocas cosas me han hecho sentir tan bien y,
en caso de que algún otro buen ejemplo se me haya olvidado, al menos, mientras
escribo esto, mientras lo leo, mientras podamos alargar esta oración al infinito y
no hacerla cruzarse con el fatídico punto, mientras todo y mientras nada, mientras
y solo mientras, por favor, prefiero no recordarlo.

36
Del peso del pasado

3
DE ILUSIONES Y
EXISTENCIA

38
Ouroboros y la memoria del
absurdo.
Ilustración de Eliot Barrera

39
40
De ilusiones y existencia

El recuerdo más fuerte, la muerte y el olvido.


Ilustración de Eliot Barrera
Carta a mi mejor
amigo
miguel alejandro acosta hernández

Carl Solomon! I’m with you in Rockland


[...]
in my dreams you walk dripping from a sea-
journey on the highway across America in tears
to the door of my cottage in the Western night
Allen Ginsberg, Howl

En algún otro día cualquiera, recuerdo haber recordado la forma amable en


la que me hablaste en algún presunto antaño: cuando a los niños de primero de
primaria del colegio Alejandro Obregón nos llevaban de “paseo” al bosque San
Carlos a unas cuantas cuadras. Yo no tenía amigos, o no recuerdo recordar haber
tenido nada parecido, y si los tuve, ya por entonces los había olvidado. Solía mirar
a las personas que me rodeaban como a las nubes: sin fuerza para retenerlas,
sin posibilidad alguna de acercármeles. ¿Qué viste tú en mí?, ¿tan solo a un otro
cualquiera con quien matar el tedio eterno del que se compone la infancia?, ¿qué
fue lo que me dijiste en ese momento?, ¿y qué te respondió mi voz temblorosa y
torcida? No, no me digas, no quiero saber…

Decidí dejar que se perdiera todo detalle que ofuscara a la alegría de poder
recordar la presunta alegría que sentí aquel día, entre los altos pinos, cuando
esgrimimos, tú contra yo, lustrosas espadas de ramas de árbol, en fiera y desigual
batalla, con la sinceridad (hoy imposible) de dos horizontes abiertos que sin malicia
colisionan mientras juegan tan solo por jugar; el viento soplaba con fuerza entre
tan grandes árboles y tan efímeros instantes. Y acaso aquellos minutos, que en mi
elaborado recuerdo fueron momentos de olvidadiza eternidad, han de ser los más
felices de toda mi vida.

Pero al recuerdo que suelo recordar no le queda ni un ápice de verosim-


ilitud, hoy está conformado tan solo por el esmero de una fantasía solitaria, no es
más que un suave cobertor con el que intento calentarme en medio de este frío

41
De ilusiones y existencia

tan atroz. Y cada año, la quimera se ve enriquecida de más bucólicas infancias


perdidas, leídas en los recuerdos falsos de otros tantos cualesquiera nostálgicos
ponzoñosos... Una parte de mí, aun así, no puede evitar perderse con agrado
dentro de todo ese artificio.

Pese a lo que se suele señalar, olvidar es una esforzada tarea, pues requiere
ejercitar la más engorrosa de las constancias: la inconsciente. Cuanto más lejano es
el recuerdo, más fácil resulta borrarlo o moldearlo, pero, a medida que crecemos,
el progresivo desarrollo de una conciencia hace que nos sea cada vez más difícil
conducir nuestras memorias hacia el feliz paradero de la completa fantasía. Por
eso, querido amigo, aunque quisiese recordar tan solo los buenos momentos que
pasamos juntos: los recreos eternos de media hora, las esculturas de plastilina que
tanto te gustaban, nuestros dibujos a dos manos, lo mal que ambos jugábamos
al fútbol, etc., no podría olvidarme ni de mi tambaleante inseguridad ni de la
vergüenza que no ocultabas de ser mi amigo ni del hecho de que tus padres te
hayan prohibido invitarme a tu casa. Pero, en específico, nunca podré dejar de
recordar esa ocasión en la que me descubriste in fraganti, matando el tedio
con una cuerda de zapato entre las manos, a modo de látigo opresor, con la que
intentaba alcanzar a unas palomas indefensas; me paraste en seco, removiéndome
de mi inconsciencia, y recuerdo demasiado bien la forma en la que me miraste,
la severidad implacable con la que juzgaste mi crimen y el absoluto silencio con
el que confirmaba tu veredicto: los monstruos maltratadores de animales no
merecen tener amigos.

Luego me dejaste de hablar por medio año y acaso nunca sentí una vergüenza
tan inabarcable ni una soledad tan absoluta como en aquellos días en los que volvía
a no tener a nadie con quién jugar y te veía en la distancia como a una nube estrep-
itosa que me recordaba la nada que en verdad era. Justo por esa misma época,
recuerdo que mi abuela ya amenazaba todos los días a mis padres con echarnos de
su casa. ¿Acaso fueron aquellos los momentos culminantes en los que todo terminó
definitivamente para mí? O tan solo fueron algunas minúsculas grietas más, de
entre tantas otras definitivas rupturas, que se multiplican en nuestro recuerdo
cada vez que contemplamos los añicos de lo que queda de nosotros.

En verdad no fueron para nada importantes los ojos llorosos e implorantes con
los que solía verte en la distancia ni las palabras vacías de disculpa que elaboré
en mi mente y nunca pronuncié, pues un día tan solo volviste a hablarme como si
nada, y nunca más salió de tu boca algo relacionado con la moral o las palomas.
Simplemente te olvidaste de todo. Ah, ojalá yo pudiera deshacerme así de rápida y
efectivamente del patetismo, de la vergüenza, tanto de la nimiedad infantil referida

42
como de todas las posteriores... pero implacable asalta día a día la maléfica
Mnemosine, destruyendo el único consuelo que realmente podría salvarnos.

Bien es cierto que con el tiempo tu nobleza se corrompió tal y como la mía, como
la de cualquier niño de colegio público: te volviste pendenciero y agresivo, altanero
y desaplicado para todo lo que te aburría. Aunque ciertamente nadie podía negar
tu constancia pasional y decidida, por mi parte nunca te juzgué, la verdad ¡qué se
joda todo el mundo! ¿Qué podía tener de malo el esforzado empeño de romperse
la jeta con el compañerito a la salida del colegio una o dos veces a la semana?,
¿qué si no aquello podría modelar de mejor forma el carácter? Yo nunca lo hice,
pero si hubiera podido, tal vez, sería una mejor persona... lástima que tus padres
no pensaran lo mismo.

Lo recuerdo como si fuera antier (es decir, no mucho): aquel día en el que
encontramos cinco mil pesos debajo del agua, en la piscina de Compensar (¿o
Colsubsidio?) a la que nos llevaron como despedida de quinto de primaria, tuviste
que devolverlos después a su propietario, porque yo no fui capaz de guardar el
secreto. En un mísero instante ya no estabas ni estarías más, habías mencionado
que tus padres te iban a retirar, pero aun así fue muy extraño comprobar que en
verdad habías desaparecido de mi existencia y que nunca volverías. Fue tal vez el
declive posterior de mis relaciones personales y familiares lo que te confirió en mi
mente aquella aura brillante y risueña que nunca quise desmentir. ¿Será injusto
decir que jamás volví a tener un amigo de verdad? En todo caso sería solo culpa
mía, no de las personas que se han cruzado conmigo, pero sé que no es así y los
amigos que aún conservo protestarían contra tal afirmación. ¿Cuál es entonces el
sentido de esta fetichización de recuerdos difusos de los que no puedo dar fe?

Olvido estratégicamente que volví a verte un par de veces más: una al otro lado
de las rejas de nuestro colegio, pasaste una mañana a saludar como otro niño
cualquiera de afuera; otra en la calle, uno o dos años después, ibas con tu madre y
yo iba con la mía, en esa ocasión me dijiste que había crecido mucho. ¿Por qué?, me
pregunté luego, ¿por qué, si fue así, no intenté en lo absoluto mantener el contacto?
Luego hubo una última instancia, una cansada mañana en la que decidí no ir con
mis padres a hacer las compras por dormir un poco más, dijeron que te vieron,
que estabas muy cambiado, te hablaron de lo que era de mí y preguntaste por qué
estudiaría literatura si lo que me gustaba era el dibujo. Me entristeció levemente
conocer que había perdido la oportunidad de verte, pero por entonces pensé que
un día cualquiera nos encontraríamos por ahí, que solo era cuestión de tiempo.

Sería en una tarde de agosto —pensaba—, entre las incipientes tinieblas y la


media luz del atardecer, yo te vería primero, no te reconocería, tu rostro sería otro
y el mismo, me saludarías con emoción dudosa y al instante nos recordaríamos

43
De ilusiones y existencia

con los brazos abiertos, volveríamos a ser amigos de esa forma sincera y verdadera
que ya no puede existir sobre la faz de este mundo, tú seguirías siendo el mismo:
un gran artista, aunque ya no en potencia, sino de verdad. Conjuntamente,
escalaríamos sobre estas palabras mediocres hacia algo real, totalmente real, tan
real que no se puede describir, tan real que es pura fantasía. Y si no pudiéramos
ser amigos como lo éramos antes, solía seguir dilucidando en mis ensoñaciones,
tal vez podríamos ser... pareja o algo por el estilo, sí ¿por qué no? De todas formas,
toda esta palabrería mental solo revela de mi parte algún patológico enamora-
miento a posteriori, aunque en verdad nunca te vi de esa manera cuando éramos
niños... Oh, pero si acaso tus ojos y tus cabellos siguieran siendo tan hermosos
como los recuerdo, aunque la verdad, no los recuerdo.

Una parte de mí más renuente a tanto delirio conservaba el más tangible deseo
de solo volverte a ver y nada más. Pero, fuera de la ilusión, no existen coinci-
dencias, nunca volví a saber nada de ti.

Muchas cosas desde entonces se han seguido acabando. Ahora que mi abuela
está muerta y que he comprobado con seguridad que no era su culpa el hecho
de que nunca haya podido encajar confortablemente dentro de mí mismo, me
muevo tambaleante en una dirección, ahora sí, definitiva. Me he purgado al fin
de buscarte en mi futuro. Hoy estoy seguro de que no quiero nunca volver a verte,
mi queridísimo, amadísimo amigo, ojalá pudiera más bien olvidar esa palabra
que comenzaba por “E” y terminaba en “nrique”, pero, por muy ardua que sea mi
voluntad, sé que no es posible borrar tu nombre sin más, aún no. De todas formas,
he concluido, con todo esto en mente, que ya no tendrá importancia si se cumple
aquella ley absoluta de que solo se encuentra algo, o a alguien, cuando se le deja
de buscar. Incluso si te hubiera visto ayer, vestido con chaqueta vino tinto, y te
hubiera tenido que saludar por conservar las formas, habría vuelto a mi hogar y
habría concluido con firmeza que nada digno de ser recordado pasó ese día.

No pienso permitir que la imagen que hice de ti se manche con el horror de


la posibilidad de un ser tangible con sangre y no ilusión entre sus venas; no solo
no serías el sueño que hice de ti, tampoco serías en lo absoluto la persona que
conocí, como yo ya no soy aquel que dibujaba dragones en las últimas páginas de
tus cuadernos. La continuidad de la identidad, al igual que el tiempo, es una ilusión
funcional que no por necesaria deja de ser ilusión.

Habiendo establecido que nada de esto tiene que ver con quién sea que seas
hoy, te podrías estar preguntando: ¿a quién va dirigida esta carta realmente?, ¿a
la fantasmagoría que creaste con el recuerdo del yo que ya no soy?, ¿qué sentido
tiene escribirle a una ilusión? A esto último, yo te contestaría que probablemente
el mismo sentido que tiene escribirle a Dios o a Papá Noel, pero algún fan de San

44
Nicolás seguro se enojaría, así que digamos que simplemente no tiene propósito ni
importancia. Despachada la razón de aquí, digo con seguridad que ni el presente
ni el pasado ni el futuro podrían evitar que te dirigiera con irresoluble firmeza esta
dedicatoria proveniente de mi corazón en descomposición: gracias por haber sido
en algún momento algo para mí. Perdóname por esta inmensa mezquindad de
recordarte y permite que continúe tergiversando la memoria que de ti conservo,
la necesito para recordarme a mí mismo a través de tus ojos, para recordar que
también fui un niño que en algún punto llegó a ser feliz, a pesar de todos los otros
recuerdos que demuestran lo contrario.

Con la certeza ociosa de alguien que escribe para sí mismo, proclamo (estés o
no de acuerdo) que fuiste y por siempre seguirás siendo mi mejor amigo.

Atentamente...

45
De ilusiones y existencia

El paso de la sombra
julio césar plata rueda

Existencia

Recordar la propia voz,


saber que existió la palabra
antes del silencio y la caída.

Nostalgia como pregunta

¿Bajo qué sol


el cuerpo fue cuerpo
y no conjunto de ausencias?

Hipotético

Acudir al encuentro,
sacudir las horas
y el polvo en los ojos.

Saber,
que el niño que mira desconoce
el peso que tendrá en sus hombros,
que el anciano que devuelve la mirada
ha olvidado su niñez y los viajes en el tiempo.

Como el eco de un llamado de auxilio

Volver para cambiar,


emerger una y otra vez.

Intentarlo por todos los medios


posibles dentro del sueño.

46
Despertar al roce del papel,
saber desde siempre
qué pasó después de la captura.

Olvido, olvidan, ¿olvidemos?

Los gritos traían la semilla del silencio


o eso dicen,
o eso se ve (en apariencia),
o eso esperan… pero no.

De la tierra surgen voces.

47
De ilusiones y existencia

Lo que uno olvida


dixon miller alfonso jiménez

De Cristo solo queda la cruz.


No se recuerda su caminar,
su mirada hacia los injustos,
su voz de sagrado
ni siquiera tenemos memoria fidedigna
de lo más pequeño que ocurrió
en el día más importante de la humanidad: su muerte.]
¿Qué hay de ti, mortal, que de divino
así como de corrupto tienes?]
Tu caminar es ya olvido
que ni tú reconoces.]
Tu mirada, justa o injusta,
solo son testigos a quienes dirigías,
que muertos también estarán.
Tu voz es ya silencio.
Y tu muerte no tiene cruz ni iglesia
ni siquiera queda recuerdo
del día menos importante de la humanidad: tu muerte.]

Sí, es cierto que los maté a los dos. Y lo hice porque uno era mi compadrito y la
otra mi mujer, y se estaban revolcando en mi cama. Y no, nunca imaginé yo conver-
tirme en un bandido de esos que sacan las tripas y arrebatan almas. Pero qué se le
hace, yo solo sé que me llené toditito de coraje cuando vi a esos dos ahogando sus
gritos en mis propias cobijas.

Llegaba yo de jornalear, me acuerdo de que ese día el patrón nos dejó salir
antes pero ya ni recuerdo por qué… la cosa es que antes de las cuatro de la tarde ya
andaba yo en el colectivo que me dejaba en la entrada de la vereda. De la entrada
a mi casa son como diez minutos caminando, pero me tomé media hora porque me
encontré con el compadre Pedro que andaba arriando las vacas pa’ su casa. Ese
se puso todo extraño cuando me vio tan temprano y pensó que me habían corrido.

Echamos palabra un rato y me fui derechito pa’ la casa. Tenía la ilusión de que
la Eurídice, la que era mi mujer, me tuviera alguito pa’ tragar porque las tripas
me estaban era dando duro por dentro. Pero no me acuerdo si estaba soleado,

48
anubarrado o despejadito ese condenado día, entonces, no le puedo responder
esas cosas y mucho menos cómo fue que noté que mi ruca no estaba sola en la
casa. Mire, lo único de lo que me acuerdo es de que no vi a la Eurídice en la cocina
y se me hizo que de pronto estaba echando chisme con la vecina Aurora. Me subí
a la habitación a descalzarme y no recuerdo lo que se decían esos dos, pero sí los
aullidos. Le pegué un patadón a la puerta y lo que me encontré detrás me hirvió
la sangre. El Tulio se puso todo paliducho y la Eurídice tenía esos pelos todos
revolcados. Y ya, no me acuerdo de más. Bueno, que los cogí a machete, pero no
cuantos machetazos les metí a los dos y si se habían muerto al acto o si andaban
pidiendo piedad. No sé, ya de lo que me acuerdo es que del griterío la Aurora llegó
al acto a golpear la puerta para ver qué pasaba. Y, según ella, me encontró todo
ensangrentado, con la cara toda atontada y el machete lo tenía empuñado todo
tembloroso en la mano derecha. No me acuerdo ya de más, solo que después de
eso aquí ando en el calabozo.

Sí, jefe, me da miedo la muerte. Sobre todo, porque he pecado y sé que me voy
derechito pa’l infierno. Lo peor de todo es que me voy a encontrar con la Eurídice
y el Tulio allá también, porque esos son tan pecadores como yo. Ojalá y Dios me
perdone, pero aquí no me han perdonado y ya mañana me voy a la horca. Mire
que lo único que me da consuelo es pensar en Cristo Rey, sobre todo, porque a
él también lo condenaron a muerte. Claro que él era inocente y es el hijo de Dios:
mire que con su muerte todititos aquí están libres de pecado hasta que se desvían
del camino como yo. Con mi muerte no sé a quién liberaré, pero por lo menos de
mi pena sí me voy a liberar. También lo que me tranquiliza es el olvido. De Cristo
se recuerda que colgó los tenis, pero no se recuerdan cosas exactas, como que
si estaba soleado ese día o nublado, que si arreciaba el calor o el frío ni mucho
menos todas esas miradas que lo vieron morir. A mí nadie me va a recordar, porque
no soy un santo ni mucho menos alguien importante, así que, cuando me cuelguen
del pescuezo, todo esto va a quedar en el olvido. Nadie se va a acordar en muchí-
simos años que colgaron al Renato por matar a su mujer y a su compadre ni mucho
menos de esos chismosos que van a venir a ver cómo me voy pa’l otro lado. Quién
se va a acordar si mañana cuando me cuelguen va a llover o de cómo es mi forma
de caminar hacia la muerte. Tampoco se van a recordar las palabras que diga
antes de morir ni mi mirada hacia la gente ni mucho menos si voy a derramar
lágrimas antes de que tiren de la cuerda. Si no hay recuerdo de esas pequeñitas
cosas que pasaron en la muerte de Cristo ¿por qué entonces habrá recuerdo de mi
muerte? La parca hará olvidar que he pecado.

49
De ilusiones y existencia

4
DEL OLVIDO Y LAS
FORMAS DE
RECORDAR

50
La memoria collage
fragmentada.
Ilustración de Eliot Barrera

51
52
De ilusiones y existencia

Deslizar y desvanecer, el rostro del olvido.


Ilustración de Eliot Barrera
Primer borrador
sarita martín rincón

Natalia, por favor, recapacita. No puedes hacer esto, después de todo lo que
hemos vivido juntos… ¿O es que no lo recuerdas? ¿Olvidaste ya tantas promesas y
momentos compartidos? Yo no, Natalia, jamás. Recuerdo cada instante segundo
que he pasado contigo y lo que significa para mí.

Recuerdo bien el día que nos conocimos, la primera vez que te vi, porque tu
imagen se quedó grabada a fuego en mis retinas, y tu risa resonó en mi alma y dejaste
de inmediato una huella indeleble en mí (muy cursi??). Venías con Julián, bendito
Julián que nos presentó, sin saber lo que desataría. Llevabas un vestido corto de
color rosa naranja suave? durazno (eso, más poético y todo) y el cabello suelto,
azotado por el viento. Era agosto (o julio? Ojo, confirmar). Y tú te reías e intentabas
quitarte los mechones del la cara rostro, y entrecerrabas entornabas los ojos para
mirarme. Heridos por el sol (tal vez sí era julio), lucían dorados. Después descubrí
que son de ese hermoso café avellana y dulce color miel, y pude verlos lo bastante
cerca para notar las vetas verdosas en ellos.

Los vi así de cerca el día de nuestro prim en el que la fortuna me sonrió y pude
besarte por primera vez. ¿Lo recuerdas? Salimos de la tienda, riendo porque
habíamos tenido que reunir cada moneda que teníamos (redundante!) nos quedaba para
poder comprar los unos dulces que te gustaban: esa bolsa de gomitas (no, sí fue ese
día esa? o los…? arghh). Y reíamos, pero yo no podía dejar de mirarte. Esa risa que
llenaría de música mis días y esa sonrisa de luz… * (?) No, no,
cuéntalo.
Me temblaban las piernas, ¿sabes? ¿Te habrás dado cuenta de lo nervioso que Muéstrale que
recuerdas
estaba? Porque moría de ganas por darte un beso, pero ¿y si me rechazabas?, ¿y bien
si todo salía mal?, ¿y si te perdía? Pero me atreví, me atreví, así como tengo que
atreverme ahora porque así te tuve y ahora no puedo dejarte ir.

Lo recuerdo perfectamente. Te miré hasta que dejaste de reír y notaste mi


mirada mis ojos clavados en ti. Me acerqué muy despacio, para ver cómo reaccio-
nabas: no te moviste. Y ahí estaban, tus ojos miel con vetas verdosas. Te besé.
Te rodeé la cintura suavemente, y me dejaste. Me incliné despacio. Miré tus labios. Describe! A
Cerré los ojos y presioné mis labios con los tuyos. (Vamos, tú puedes, cierra los las chicas les
gustan los
ojos, siéntelo otra vez… ¿Por qué se han ido de repente todas las palabras?) Tan detalles.

53
Del olvido y las formas de recordar

dulces, suaves y cálidos, tus manos alrededor de mi cuello, tus manos desprend-
iendo calor en mi pecho, ese beso lento y románt… Y desde entonces no he podido
sacarme de la cabeza tus labios. Puedo sentirlos cada vez que cierro los ojos;
cada beso de tu boca está grabado a fuego en mi piel, así como cada centímetro
de tu cuerpo en mi memoria. ¿Olvidas que conozco tu cuerpo como la palma de
mi mano? (Quién carajos se inventó esa expresión? Quién carajos podría dibujar
todas las líneas de la palma de su mano?) Ese pequeño lunar que tienes del lado
derecho (Momento, en espejo… Sí? Sí, derecho) del cuello, esa cicatriz en tu
rodilla izquierda (qué importa?) que te hiciste montando bicicleta cuando tenías
ocho, nueve años eras niña. Me lo contaste ese día bajo las sábanas, como tantas
otras historias, ¿recuerdas? Te conozco, Natalia. Cada lunar, cada cicatriz, cada
curva y rincón de tu cuerpo, cada curva y rincón de tu alma, cada palabra que me
has dicho, cada noche y cada mañana a tu lado, cada historia, cada momento…
Ese día que me contaste sobre blablablabla (aquí después metes algo que sea
importante para ella, pa’ moverle un poquito de fibra)*

Te conozco y me conoces lo suficiente para saber que no podemos hacer esto.


Por favor, Natalia. Te amo. Te amo y te amaré por siempre. ¿Cómo puedes pedirme
que te olvide?, ¡si nunca podré hacerlo! ¿En verdad podrás tú?, ¿después de todo
esto? Hablemos, te lo ruego.

Con todo mi amor eterno, (Siempre tuyo?)

Tu Leo.

54
Me acordé de mí
angy katerine villamil llano

Me levanto, me ducho, desayuno, voy a trabajar.


Me levanto, me ducho, desayuno, voy a trabajar.
Es la misma rutina una y otra vez sin terminar.
Me levanto, te beso, me ducho, desayuno, voy a trabajar.
Es la misma rutina sin acabar.
Me levanto, te beso, me ducho, hacemos el amor, desayuno, me voy a trabajar.
Es un círculo vicioso, cómo logro escapar.
Me levanto, te beso, me ducho, hacemos el amor, preparo nuestro desayuno, me
voy a trabajar.
Me levanto, te beso, me ducho, hacemos el amor, preparo nuestro desayuno, te
beso, me voy a trabajar,
Regreso y disfruto de ti, de amar.
Es la misma rutina, pero esta no quiero que llegue a terminar.
Ahora ya no me levanto, solo intento olvidarte, olvidar
esta historia de amor o esta historia de dolor.
Me levanto, me ducho, ya no desayuno, voy a trabajar, evito recordar.
Me levanto, me duele, cultivo el dolor.
Cosecho nuestros recuerdos, los vendo,
te olvido y vuelvo a la normalidad.
Me levanto, me ducho, desayuno, voy a trabajar, sonrió al caminar.
Me levanto, me ducho, desayuno, voy a trabajar, sonrío al caminar,
Regreso y disfruto de mí, de mi soledad.
Me olvidé de, ¿quién?, me acordé de mí.

55
Del olvido y las formas de recordar

5
DOSIER
CONMEMORATIVO:
MANUEL MEJÍA
VALLEJO
(1923-1998)
56
Manuel Mejía Vallejo,
memorias de la literatura
colombiana.
Ilustración de Eliot Barrera

57
Dosier conmemorativo: Manuel Mejía Vallejo
(1923-1998)

Recordar a Manuel
Mejía Vallejo
maría alejandra garcés isaza

En el silencio, lo sabes, mueren muchas cosas, nacen


otras: es tumba de las palabras, gestación de algunos
pensamientos, paréntesis de dos vacíos. Nada más
presente que el vacío dejado por personas y cosas; ellas
viven en uno precisamente porque no están ahí, porque no
son ubicables. La persona presente ocupa ese lugar, nada
más, la ausente ocupa todos los sitios: nosotros mismos
somos un poco de ella, demasiado de ella.
Cortina de humo. Manuel Mejía Vallejo.

La obra del escritor antioqueño Manuel Mejía Vallejo (1923-1998) tuvo lugar
entre 1945, año en el que publicó su primera novela La tierra éramos nosotros, y
1993, con Sombras contra el muro, colección de cuentos publicada por la Univer-
sidad de Antioquia. En total escribió doce novelas, once de las cuales fueron publi-
cadas y una más quedó inédita: El hombre vegetal. Entre sus novelas se destacan El
día señalado, ganadora del premio Eugenio Nadal en 1963 (otorgado por Ediciones
Destino en Barcelona, desde 1944); Aire de tango, ganadora del premio Vivencias
en 1973 (I Bienal de novela colombiana en Cali); y La casa de las dos palmas,
con la que obtuvo el premio Rómulo Gallegos en 1988 (Caracas). En su narrativa
breve, se destacan los volúmenes: Tiempo de sequía (1957), Cielo cerrado (1963),
Cuentos de zona tórrida (1967), Las noches de la vigilia (1975), Otras historias de
Balandú (1990) y Sombras contra el muro (1993). Por otra parte, Mejía Vallejo
publicó varias compilaciones de poesía compuestas principalmente por coplas y
décimas, de las que dejó un volumen desconocido titulado Coplas para que me
lleve el diablo. También escribió una obra de teatro que permanece inédita: La
dama de la soledad.

Mejía Vallejo nació el 23 de abril de 1923 en Jericó, al


suroeste de Antioquia:

58
Mi abuela (paterna) enfermó de muerte y mi madre sacó permiso al
médico del lejano pueblo para ir a Jericó, habitábamos territorio
jardineño: a caballo me llevó a mí en sí misma y por ese hecho nací en
Jericó. Pero en Jericó había nacido ella: tengo, pues, dos nacimientos,
dos camas primeras, dos casas iniciales y me gozo de tener dos pueblos
como cuna” (Manuel Mejía Vallejo, en Baena, 1993, p. 6).

Creció en Jardín, municipio limítrofe con Jericó, en donde estaba


radicada su familia. Allí vivió en el campo, entre las haciendas de su
padre, en contacto permanente con los campesinos y con los indígenas
emberá chamí. Experimentó de primera mano las formas de vida
rurales, la Violencia, de la década del cincuenta, y el éxodo de los
campesinos hacia la ciudad.

Este dosier de la revista Phoenix hace homenaje a él, uno de los más grandes
escritores colombianos, en conmemoración del centenario de su natalicio. Mejía
Vallejo nos dejó un invaluable legado literario dentro de las doce novelas y los cente-
nares de cuentos y de poemas que escribió. Él, una llama viva del fuego encendido
en el suroeste antioqueño, cuna de la cultura, el arte y la literatura antioqueñas;
una llama viva salida de la chimenea de la estancia de su casa rural en El Retiro en
donde, al calor del fuego, la literatura surgía en forma de imagen, de canción, de
décima, de idea, de personaje, de relato breve, de metáfora, de reflexión poética.

Manuel Mejía supo leer, en la sociedad de su época, los fenómenos más


abrumadores de los colombianos: la migración del campo a la ciudad, la violencia,
el abandono de la ruralidad, las promesas falsas de la modernidad. En su liter-
atura, identificamos un mapa social hecho escritura, un mapa que representa a
través de los personajes, la geografía y los acontecimientos la diversidad de un
país cuya población se mueve en medio de un territorio agreste en el que crea
su tejido social, y en el que la violencia está presente en la vida diaria, como si
saliera del espíritu del hombre y se extendiera a través de múltiples manifesta-
ciones sobre el territorio que este habita; una violencia que lo confunde todo como
cuando la gran hoguera, que es luz y calor, se apaga, dejando solo una humareda
que enceguece y ahoga.

Su escritura está marcada por una estrecha relación del hombre con la
naturaleza, con la marginalidad y la desolación. En su proyecto estético, emerge
una literatura local en la que aparece el pálpito de una identidad nacida de la
periferia y sus dinámicas particulares. Periferia en tanto se constituye a partir
de la historia latinoamericana, periferia en tanto nace de la representación por
fuera de las grandes urbes, periferia en tanto las gentes que son representadas

59
Dosier conmemorativo: Manuel Mejía Vallejo
(1923-1998)

pertenecen a una clase social marginada, periferia en tanto él le da voz a quienes


nunca tienen una más allá de los rincones de la gran casa de la sociedad.

La llanura, el monte, los animales, la inclemencia del clima, el río, la montaña


y las dinámicas de la gran ciudad se entremezclan con el espíritu del campesino,
el migrante, el citadino, el indígena, en donde anidan la venganza, los celos, el
amor, la nostalgia, el abandono, el engaño, la muerte, la angustia, el dolor, la
esperanza, el odio, el honor, la amistad. Ese conjunto de naturaleza, espíritu y
artificio se mueve por el camino de la violencia, cuyos extremos son la sequía,
de un lado, y la inundación, del otro; en la zona tórrida en la que las noches se
mecen con aire de tango en un cafetín de la ciudad, con deseo de venganza entre
las galleras de los pueblos o al ritmo de las dos palmas que sirven de portada a la
casa de su mundo creativo. Del lado de la sequía, se proyecta como sombra que
se alarga; del lado de la inundación, es hundimiento en tierra fangosa que atrapa
los pasos. En otras palabras, la literatura de Mejía Vallejo es una preocupación por
la condición humana, desde una nación, Colombia; desde una región, la Andina;
desde un continente, Latinoamérica.

Memoria y olvido son tópicos recurrentes en su obra, llama la atención sobre


la necesidad de volver la mirada sobre nuestra historia para entender el presente.
Toda persona que dice importarle Colombia debería conocer su historia y leer
su literatura. El primer paso es rescatar a sus escritores del olvido. Después de
sacarlos de la sombra que los ha alcanzado, su obra se encargará, por su propio
valor, de permanecer en el tiempo. Hoy recordamos a Mejía Vallejo para que su
nombre se siga repitiendo, para mantenerlo vivo en nuestra memoria gracias a
su obra y a su sabia palabra sobre la literatura y la vida. Hoy recordamos a quien
fue hombre y escritor: el visionario que, como la hechicera que interpreta el poso,
como el campesino que entiende la tierra y como el astrónomo que descubre el
cielo, nos supo leer a nosotros, los desdichados herederos de este mundo en el que
la fortuna y la dicha no son más que la ilusión que se sienta a divisarnos desde la
orilla del olvido.

Referencias

Baena, J. (1993). Manuel Mejía Vallejo. El escritor ante la crítica. Catálogo de


exposición (Medellín, 1993). Biblioteca Pública Piloto.

Mejía Vallejo, M. 1967. “Cortina de humo”. En Cuentos de zona tórrida, pp.


39-44. Ediciones Papel Sobrante.

60
Sobre una partecita
chiquita de El día
señalado
federico navarro niño

El día señalado es una novela que, como muchas de la segunda mitad del siglo
xx, trata el tema de la violencia en Colombia y, como muchas de ellas, tiene sus
particularidades que hacen que llegue a los lectores de una manera singular. El
rasgo de El día señalado es que en ella se encuentran cinco líneas narrativas
cohesionadas y también la forma de usar tres cuentos a modo de prólogos para,
desde ellos, construir una narrativa de más largo aliento.

Pero, al ser una obra tan rica para el análisis y al ser este escrito solo una
reseña, me voy a limitar a revisar parte de un aspecto. Como dije, la obra está
compuesta por cinco líneas narrativas. Estas son, desde el análisis hecho por
Benigno Avila Rodrígues (1976), los tres cuentos escritos antes por Mejía Vallejo,
que son los prólogos (prólogo 1, Aquí yace alguien; prólogo 2, cuento no anterior-
mente publicado; prólogo 3, Las manos en el rostro), y los dos ejes narrativos que
dan continuidad al relato que también parten de cuentos anteriormente publicados
por el autor (eje A, Miedo; eje B, La venganza). El artículo de Avila Rodrígues se
titula El día señalado, de Manuel Mejía Vallejo: cuentos-base y funcionamiento
de dos ejes narrativos y recomiendo leerlo después de leer la novela, porque da
algo más de claridad sobre cómo esta funciona internamente.

Como no pienso arruinarles la novela, pero sí incentivarlos a que la lean,


hablaré solo de la forma en la que el primer prólogo funciona con respecto al
resto de la novela.

Ávila Rodríguez nos dice que la novela se compone principalmente de los ejes
narrativos A y B. Allí, el eje narrativo A tiene que ver con la violencia, como periodo
histórico y sus consecuencias en el pueblo de Tambo, y el eje B con la venganza,
como elemento que hizo que la violencia perdurara tanto tiempo y de forma tan
descarnada. Entonces, el primer prólogo da apertura a esos dos ejes narrativos.

61
Dosier conmemorativo: Manuel Mejía Vallejo
(1923-1998)

El prólogo trata sobre la muerte de José Miguel Pérez, un joven que, dentro de
lo que cabe, era libre y rehuía a ser alguien para, en lugar de eso, poder cabalgar
en su alazán y tocar la guitarra en la noche. En esos actos, el personaje representa
una resistencia frente al mundo exterior. Al cabalgar y tocar la guitarra sin preocu-
paciones, ignora de plano el conflicto existente en el pueblo. José Miguel muere
cuando, tratando de recuperar su caballo de los militares, le disparan. Entonces él,
un joven que encarna la libertad y, en cierta manera, la vida más despreocupada,
hasta hedonista, es enterrado en el muladar por órdenes del alcalde, como si
fuera una bestia infrahumana, junto a unos guerrilleros. Su madre y otras mujeres
tratan en vano de convencer al alcalde y al cura de sepultarlo adecuadamente.
Entre tanto, cierto sepulturero manco sentencia que es inútil hasta que la guerrilla
llegue…y, sin embargo, el cuerpo es luego desenterrado y puesto en el cementerio
por unos hombres que en medio de una borrachera lo recordaban. Clavada la cruz
que dicta “José Miguel Pérez. Diciembre de 1936 - enero 1960”, su madre continúa
con la labor de lavar la ropa del pueblo.

Cuando terminen de leer el primer prólogo, ya habrán sido introducidos a los


dos temas de la novela. Por un lado, la violencia como un marco en el que los
inocentes indefensos son víctimas hasta de los que deberían protegerlos y en el
que no importa que se sepa que no se debe matar (pues José Miguel era de esos
que lo sabían y es obligado a tratar de defender lo que es suyo). Y, por otro lado,
las palabras del sepulturero manco habrán dado ciertos indicios de venganza o
resentimiento, lo que será más ampliamente tratado en otros capítulos y en otro
de los prólogos (mas, aquí está para dejar una extraña sensación tal vez optimista
porque no es la guerrilla, la venganza, el resentimiento, lo que permite el entierro
adecuado de José Miguel, sino el afecto de unos borrachos que lo recordaban). Es
un golpe cómico quizás que unos hombres envalentonados por el alcohol logren
algo que la lucha no logrará nunca y es dar algo de dignidad a los muertos, a los
asesinados. Sin embargo, se apaga con las tristes consecuencias de la violencia, el
joven ya no está y la madre tiene que cargar con eso.

Así mismo, el prólogo abre otras temáticas circundantes, que tendrán luego que
ver con uno u otro eje, tales como la religión, la política y las peleas de gallos. Y la
tumba de José Miguel Pérez deja un eco en todo el resto de la novela, un eco que
se une a otros tantos de tantas otras víctimas, que actúa como elemento pesimista
que señala que la situación va de mal en peor, las muertes que se siguen acumu-
lando, las marcas que no se pueden borrar en el pueblo, los recuerdos.

Pero esas solo son algunas cosas que se pueden extraer del comienzo de la
novela. El resto de reflexiones, el resto de historias, el resto de personajes están
profundamente explorados en lo que queda de la novela. Verán cómo el primer

62
prólogo funciona a lo largo de la primera parte de la novela como un hecho al
que se nos remite constantemente a modo de recuerdo e indirectamente en todos
sus matices, que luego se verán mayormente tratados, los conflictos morales de
la religión, el papel de los militares y sus deberes, la gente del común. El segundo
prólogo tendrá algo más que decir sobre la clase política y sus actitudes frente a la
violencia, y luego la segunda parte ampliará dicho tópico. El tercero con respecto
al resentimiento y luego la tercera parte de la novela dará su conclusión sobre este
último tema. Salvo que el resto está para los que gusten leerlo.

Referencias

Ávila Rodríguez, B. (1976). El día señalado, de Manuel Mejía Vallejo:


cuentos-base y funcionamiento de dos ejes narrativos. Thesaurus, Tomo XXXI (2).
https://cvc.cervantes.es/lengua/thesaurus/pdf/31/TH_31_002_150_0.pdf

Mejía Vallejo, M. (1979). El día señalado. Plaza y Janes Editores.

63
La memoria de las manos: Aproximación a los conceptos de memoria y olvido
desde la representación gráfica y la ilustración de conceptos abstractos

La memoria de las
manos: aproximación
a los conceptos
de memoria y
olvido desde la
representación gráfica
y la ilustración de
conceptos abstractos
eliot brayan nicolás barrera medina

Nota sobre las ilustraciones

El cerebro preguntó y pidió, la mano respondió e hizo.


José Saramago

La mayoría de trabajos emprendidos resultan estar profundamente ligados al


ejercicio de la memoria. Especialmente, aquellos relacionados con la creación,
debido a que son necesariamente referenciales y conllevan la revisión retro-
spectiva de contenidos o trabajos previamente generados (ya sean propios o
ajenos), haciendo de la memoria su fuente principal y medio de soporte o sustento.
En el caso de la elaboración de las piezas gráficas que acompañan este número
de la revista, la idea de representar los conceptos de “olvido” y “memoria” en una
serie de ilustraciones que lograran captar su esencia y la naturaleza de su relación
mutua, o que dieran cuenta de algunas de sus características, suscita también
la necesidad de una reflexión retrospectiva; sin embargo, el enfoque desde la

64
ilustración también da cabida a la posibilidad de llegar a la definición o a una idea
más clara de los conceptos a través de la imagen.

En este caso, más que ser el resultado de la representación de un concepto,


la ilustración puede ser vista (de manera inversa) como una práctica que guía
el pensamiento y lo lleva a una definición o propuesta sobre la comprensión del
asunto representado, vinculando ideas, conceptos y referencias extraídos de la
memoria. Por lo tanto, señalaré algunas de las principales influencias que sirvieron
de base para las reflexiones gráficas y el desarrollo de las ilustraciones expuestas
a continuación, a propósito de los conceptos de memoria y olvido.

Contrario al acto de dar nombre a las cosas después de hechas, las ilustra-
ciones desarrolladas se corresponden con los conceptos en un intento por darles
rostro. De ahí que la mayoría de los dibujos resultan en una versión antropomorfa
de las diferentes acepciones de memoria y olvido, en una búsqueda por la repre-
sentación de la identidad y los rasgos distintivos de ambos conceptos. En este caso,
se busca que la asociación entre la imagen y el objeto se invierta, es decir, que sea
la imagen la responsable de configurar o dar forma al concepto. Por lo anterior, es
necesario reconocer el papel activo de la memoria en el ejercicio del pensamiento,
así como la capacidad reflexiva y analítica propia del ejercicio creativo, que, más
que ser una consecuencia del pensamiento visto como una acción pasiva, tiene la
capacidad de convertirse en una manifestación de la memoria.

La expresión “pensar con las manos”, acuñada por el arquitecto Alberto Campo
Baeza en algunas de sus conferencias, y que a su vez tiene su origen en la lectura
de La caverna de José Saramago, plantea que la fusión entre acción y pensamiento
es posible a través de las manos, el cerebro es presentado como un actor pasivo
dentro del proceso del pensamiento. Su condición expectante en el proceso delega
a las manos la responsabilidad sobre la asimilación de la información externa y la
selección de la mejor forma de operar en el mundo. En estos términos, al conceder
a las manos la capacidad de pensar, queda implícito que también se les atribuye
una relación con la memoria. La expresión “pensar con las manos” une la memoria
con el acto, ello demuestra que puede ser construida y sugiere que las manos son
los verdaderos motores del pensamiento al otorgarles la capacidad de interp-
retar la tradición recopilada en la memoria. No en vano, se acuñan expresiones
como hacer memoria.

De la mano de estas reflexiones van las relacionadas con la propia capacidad


del pensamiento guiado a través de la memoria, ya que, intuitivamente, la primera
fuente de la que se dispone a la hora de intentar dar una definición es la memoria
misma, y, para intentar definirla y representar los rasgos que se le pueden atribuir,
se hace evidente comentar sus características más interesantes, una de las cuales

65
La memoria de las manos: Aproximación a los conceptos de memoria y olvido
desde la representación gráfica y la ilustración de conceptos abstractos

es su naturaleza autorreferencial. Ya sea de forma individual, al recordar sucesos


autobiográficos, o colectiva, al recurrir al estudio de la historia, el concepto de
memoria (así como el de olvido) únicamente abarca las experiencias recogidas
bajo el espectro de lo conocido o existente. Virtualmente, no se pueden recordar
experiencias o hechos ajenos a la propia conciencia y este es uno de los límites más
claros de la memoria. Por otro lado, la tendencia a reproducir los eventos recor-
dados en forma lineal o secuencial (en la forma como se percibe que sucedieron) o
el hecho de que solo se pueden recordar eventos del pasado, de los cuales solo se
recuerdan fragmentos, probablemente debido a la falta de capacidad en el espacio
mental (lo que resalta la naturaleza residual o fragmentaria de la memoria), sin
olvidar su condición activa, es decir, su cualidad de ser mientras hace (la habilidad
para recordar o hacer memoria) son las características que permiten el enten-
dimiento y la representación gráfica de la memoria, tanto en su condición de
espacio de almacenamiento, como en su carácter de registro mismo de todos los
eventos inconscientemente seleccionados como trascendentes tras un proceso de
abstracción mental.

La imagen que aspira evocar los rasgos más relevantes del concepto corresponde
a la de La memoria collage fragmentada, que está asociada con esa cualidad
autorreferencial de la memoria, su condición fragmentaria y retrospectiva, pero,
sobre todo, con la naturaleza tramposa de la mente al acopiar y reconfigurar los
fragmentos inconexos de información que, debido a la ausencia de datos contex-
tuales y circunstanciales, y de detalles perdidos durante el proceso de abstracción,
intentan hilar un relato parcialmente coherente y ordenado. Esta imagen, que
vincula tanto la idea de memoria como la de olvido, sugiere que, más que tratarse
de nociones antitéticas, ambos conceptos hacen parte de un mismo proceso.

De lo anterior, se infiere que la existencia de los recuerdos está, por un lado,


vinculada a la capacidad de experimentar el mundo de manera empírica, es decir, a
través de los sentidos; mientras que, al hablar de memoria, se habla en términos del
manejo o gestión de información tanto en su fase de gestación o producción como
en su almacenamiento y, en algunos casos, su eliminación, supresión u omisión.

Para representar la memoria es necesario enfatizar en el aspecto referido


al almacenamiento de la información, así como a la gestión de la información
guardada, mientras que, al referirnos al olvido, hacemos centro en la pérdida o
ausencia. Cabe resaltar que al hablar de la memoria se suelen hacer distinciones o
categorizaciones, por ejemplo, la memoria colectiva no es la misma que la autobi-
ográfica ni la corporal es igual a la cinética; en cambio, al hablar del olvido, da la
sensación de que es generalizado, casi inevitable. Pese a esto, existen recuerdos
que escapan a la cualidad totalizadora del olvido. Generalmente, la capacidad

66
de recordar está ligada con la emoción que los recuerdos generan: se olvidan los
detalles o los nombres e incluso las acciones cotidianas, pero resulta más difícil
olvidar aquellos eventos que generan emociones intensas.

De allí que las dos siguientes imágenes relacionen, por un lado, la representación
de la memoria en ausencia de los sentidos (véase Memoria emotiva, el recuerdo
y los sentidos), es decir, como espacio autocontenido; y por otro, reconocer en la
etimología del recordar (“volver a pasar por el corazón” o del término acordar:
“unir los corazones”*), la capacidad de la memoria por atar información relevante
en función de la emoción que generó en una experiencia determinada (véase La
etimología del recuerdo - tejer memorias). Desde luego se trata de una entre
muchas interpretaciones, pero conceptualmente resulta llamativa.

No se puede decir que se puede recuperar recuerdos del olvido, ¡se recuperan
de la memoria!, del olvido no se recuerda, se crea. Al intentar vincular los conceptos
de memoria y olvido en una sola imagen, es inevitable pensar en las ruinas como
la metáfora perfecta entre la capacidad de recordar y la necesidad de olvidar. De
ahí que la construcción del monumento busque ser memorable, algo digno de ser
recordado o de mantener presente en la memoria. La ruina se resiste a desapa-
recer en el olvido, los vestigios de su existencia generan el recuerdo, mientras que
su estado decadente se acerca cada vez más al olvido, la desolación que trasmiten
puede ser vista como un reclamo del pasado por el olvido inminente. Esa misma
incapacidad de escapar al olvido como destino último se refleja en las imágenes de
la ruina (véase Olvidos memorables, el monumento y la ruina), así como también
en la representación de dos temas centrales del pensamiento clásico occidental, el
memento mori (véase El recuerdo más fuerte, la muerte y el olvido), y la idea del
eterno retorno, evidente en la figura de Ouroboros (véase Ouroboros y la memoria
de absurdo) o el que se come a sí mismo. El primero, como uno de los recuerdos
más potentes sobre el destino inexpugnable de la vida humana y el segundo, como
llamado de atención sobre la existencia de una memoria de lo absurdo, de una
necesidad urgente de remitirse al pasado para vivir el presente.

Respecto a las imágenes que surgen de la reflexión en torno a la memoria


colectiva, solo podré mencionar vagamente la influencia proveniente de T. S. Eliot,
en su ensayo sobre la tradición y el talento individual, y las lecciones aprendidas
tras la lectura de las Tesis sobre la filosofía de la Historia de Walter Benjamín,
pues hacen énfasis en la relación de la memoria con los conceptos de progreso y
tradición. La primera (véase Memorias sin rostro, la historia y el progreso), repre-

* A propósito de esta etimología, para ampliar esta propuesta, pueden consultar


la fuente de la que fue extraída: https://etimologias.dechile.net/?recordar

67
La memoria de las manos: Aproximación a los conceptos de memoria y olvido
desde la representación gráfica y la ilustración de conceptos abstractos

sentada como una pila de cuerpos sin rostro en alusión a la condición anónima
que implica la construcción de una memoria colectiva como base del progreso. La
segunda (véase Medium danzando apoyada en los restos del pasado, la memoria
y la tradición) representa la idea de la interdependencia y la continuidad de la
tradición presente al hacer evidentes las manos detrás de las acciones que se
emprenden. Por otro lado, la naturaleza del olvido que, como se ha dicho anterior-
mente, más que antitética con respecto a la memoria, resulta más bien comple-
mentaria, hace evidente que el olvido más que necesario resulta fundamental.

Bajo esta perspectiva, el olvido consistiría en la incapacidad de la memoria


por retener parte de sí, deja ir aquellos elementos que escapan a la reducción
de su capacidad de abstracción, liberando espacio y permitiendo el alojamiento
de nuevos recuerdos. El rostro del olvido aparece deshecho (véase Deslizar y
desvanecer, el rostro del olvido), intentando conservar sus rasgos esenciales
mientras que se desvanece en el aire. Con esta imagen, finaliza una serie de reflex-
iones gráficas en torno a la naturaleza de la memoria y el olvido, tras un intento
por esclarecer las ideas y pensamientos que puede suscitar el ejercicio, esperando
que estas ilustraciones aporten, cuando no a la definición, al menos a un enten-
dimiento general del asunto.

68
El número 20 de Phoenix. Literatura, Arte y Cultura
se terminó de producir en las instalaciónes del
Programa de Gestión de Proyectos de la Universidad
Nacional de Colombia en febrero de 2024.

También podría gustarte