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Y OLVIDO
Olvidos memorables, el monumento y la ruina.
Ilustración de Eliot Barrera.
Número
20
Apoyan
Facultad de Ciencias Humanas
Programa de Gestión de Proyectos
División de Acompañamiento Integral
Dirección de Bienestar
Sede Bogotá
Número 20 / ISSN 0124-8308 / ISSN digital 2981-359X
editorial 06
Juan Daniel Valbuena
un corazón de pollo 16
Ariadna Cortez Guevara
leteo 33
Juan Sebastián Monroy Herrera
De ilusiones y existencia
carta a mi mejor amigo 41
Miguel Alejandro Acosta Hernández
el paso de la sombra 46
Julio César Plata Rueda
me acordé de mí 55
Angy Katerine Villamil Llano
En contravía de los cambios del tiempo y los retos a los que debe enfrentarse un proyecto
como este, Phoenix es una revista que aún hoy ha logrado mantener espacios de difusión de
escrituras creativas, y, en un ejercicio de memoria y de vuelta a las raíces, ha pretendido fi-
delidad a esa idea con la que nació: ser fuente y a la vez receptáculo de cultura literaria para
sus lectores. Todes quienes conformamos el equipo editorial atesoramos el trabajo de nuestros
predecesores y sabemos la importancia que tiene seguir desarrollando nuevos números de la
revista. Por esa razón, presentamos a ustedes la edición número 20: Memoria y olvido.
Desde el primer momento, esta temática suponía un reto por la amplitud de posibilidades
que ofrecía: ¿qué enfoque podría tomar?, ¿no son acaso la memoria y el olvido dos elementos
inherentes a nuestras vidas que nos permean en muchos niveles distintos? La oportunidad
para los autores de integrar libremente ambos conceptos en sus escritos, interpretándolos y
usándolos como medio para decir algo, supuso la ventaja de contar con una variedad de textos
con enfoques distintos.
Así, fue posible divisar múltiples paisajes, todos dibujados uno al lado del otro dentro del
mismo lienzo. Esta edición es, pues, un collage de textos disímiles, pero a la vez muy cercanos.
En el proceso de seleccionarlos y reunirlos, todos fuimos notando puntos de convergencia entre
ellos, trazos y técnicas compartidas que los autores usaban para construir cada uno de sus
paisajes, de sus interpretaciones de la memoria y el olvido como parte de sus experiencias de
vida y su proceso creativo.
Fue así como se conformaron las secciones que leerán a continuación. En cada una de
ellas encontrarán escritos que parecen ligados a una misma esencia, como si los autores a
la hora de escribirlos hubiesen tenido visiones similares. Hay que anotar, sin embargo, que lo
que ofrecemos en este apartado es una guía de lectura: los textos no se agotan en estas inter-
pretaciones, por el contrario, esperamos que sirvan como una base para explorarlos más a
fondo. En la primera sección, nuestros(as) autores(as) se apropian de un cierto personaje para
contarnos sus recuerdos, ya sea desde la mirada de un libro, de un pájaro, o incluso de una
niña, se nos permite un viaje a sus conciencias para entender la forma en la que ellos experi-
mentan las vivencias que nunca olvidarán, ni siquiera sus más pequeños detalles. Cada uno de
estos viajes tiene su propio encanto: encontraremos la exploración de la memoria no solo de
manera personal, sino también colectiva y social. Veremos el poder del recuerdo como parte
de la esperanza de recuperar la libertad, y la belleza propia de la conexión con las personas
importantes que viven en nuestro pensamiento.
En la segunda sección haremos un recorrido por escritos que nos hacen detenernos en la
importancia y el peso que el pasado tiene en nuestras vidas, y en cómo recordar es también un
acto de apropiación: hacer que aquellas cosas que recordamos sean parte de nosotros. El estilo
propio de cada autor(a) nos permite entender las formas contrarias en las que ese pasado
puede manifestarse como realidad inmediata, como legado o como fantasma que nos persigue.
En el proceso, encontraremos reflexiones sumamente valiosas.
Por su parte, la tercera sección introduce una novedad frente a las dos anteriores. Aquí, no
se trata de mirar los textos desde un mismo enfoque, pues sus temas y propósitos son distintos,
sino de comprender cómo la memoria y el olvido tienen un mismo papel en cada uno de ellos,
pues se usa como medio para hacer reflexiones sobre la existencia, reflexiones que son llevadas
hasta profundidades filosóficas como en la pequeña colección de poemas o hasta los tonos más
oscuros del recuerdo humano como en el cuento con el que finaliza la sección.
La edición finaliza con un dosier conmemorativo sobre el escritor Manuel Mejía Vallejo y un
pequeño texto del autor de las ilustraciones que forman parte de la revista. En este último, se
nos explica más detalladamente su significado y las reflexiones que llevaron a su creación. La
razón por la cual hemos decidido poner dicho texto al final es porque queremos que nuestros
lectores vayan formando su propia interpretación de las ilustraciones en la medida en la que
van apareciendo, para que luego, en un segundo momento, puedan evaluarla a la luz de la
visión que el propio artista concibió para ellas.
Cabría agregar que la decisión de conmemorar a un autor como Mejía Vallejo no fue azarosa,
pues sabemos que su nombre merece un mayor reconocimiento y visibilidad en las conversa-
ciones sobre grandes autores colombianos. Además, él mismo dedicó en sus obras amplias
reflexiones a los temas del recuerdo, el paso del tiempo, la identidad personal y la infancia.
Memoria del olvido (1990) fue una gran fuente de inspiración para nosotros al elaborar la
temática de este número, y hemos elegido hacer el mejor homenaje que su poema hubiera
podido tener: dejarle entreabierta la puerta al recuerdo.
Dicho esto, es un orgullo para nosotros traerles Phoenix otro año más. Compartimos la ilusión
de nuestros fundadores de que lo que encuentren aquí sea un aporte a su formación intelectual.
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1
DE LAS COSAS QUE
NUNCA SE OLVIDAN
8
Memoria emotiva, el recuerdo
y los sentidos.
Ilustración de Eliot Barrera
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De las cosas que nunca se olvidan
Yo no sé nada del amor, pero creo que amar es caer en el noble juego de unir
todas las habitaciones del cuerpo. Unir el refugio de las miradas, los sueños y las
amarguras que habitan el tiempo y que, de vez en cuando, retan los anocheceres
con su memoria. Creo que el gesto máximo que ejemplifica esto es la acción defin-
itiva de unir dos bibliotecas. Si usted está acá es porque es un lector avezado, un
lector-cómplice como lo llamaría Cortázar, así que supongo que entiende a lo que
me refiero. Nadie olvida el momento en el que se funden dos bibliotecas, el instante
en el que las experiencias de las páginas leídas y las promesas de los libros por leer
se juntan para siempre. Pasado, presente y futuro en una misma edificación que
crea la ilusión de inmortalidad.
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De las cosas que nunca se olvidan
Siempre fui para ambos un espacio para construir mutuas influencias y admira-
ciones. Presenciaba la lectura de Cartas de la prisión de Rosa Luxemburgo y las
discusiones que tenían como catalizador emocional; la humareda que se producía
cuando leían Cartas del yagé de William Burroughs y las interferencias sexuales
que tenían ante la lectura de Delta de Venus de Anaïs Nin. Fui creciendo de manera
abstrusa y en mis anaqueles se fueron acumulando cientos de libros que compraban
con la inconfesable y anacrónica promesa de leerlos en el futuro.
Sé que hicieron una marcha fúnebre desde el Auditorio León de Greiff hasta el
Cementerio Central. Si le interesa leer más sobre esto, en el cajón inferior izquierdo
puede encontrar varios periódicos, para que lo tenga presente. El panorama
nacional era realmente difícil, pero sus ideales de cambio no se eclipsaron. Esa fue
quizás la mejor enseñanza del profesor: mantenerse siempre en pie, no cruzarse
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de brazos ante la violencia y la injusticia. Se refugiaron en pasquines irreprimibles
que —tengo entendido— repartían entre estudiantes. Fotocopiaban periódicos y
creaban pancartas que terminaban acá en la casa. Recuerdo que una decía: “La
muerte nos une, la vida nos despierta”.
El entusiasmo que provoca la rabia los animó para hablar de paros, de marchas,
de toma de residencias. En esos momentos ya las lecturas y el desorden de los
libros empezó a ser reemplazado por periódicos, colillas de cigarrillos y botellas de
vino acumuladas. Ambos adoptaron un aspecto decidido que ocultaba el aterrador
presentimiento de ser vigilados y la desesperación de correr la misma suerte que
su admirado profesor, pero aun así no pararon. Actuaban con cautela, pero la
influencia de su amor les bastaba. Era su subterfugio.
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De las cosas que nunca se olvidan
Ángela hizo una inmersión en la desesperación. Con decirle que hasta salió a
buscarlo en los diferentes caños de la ciudad, como si no estuviese buscando un
ser humano. La mayoría del tiempo estaba fuera de casa y cuando regresaba se
entregaba al llanto y a la espera de una llamada en la que se escuchara la voz de
Carlos. Sin embargo, la única llamada que alguna vez recibió fue la de una extraña
voz que la amenazó y le dijo que dejara de buscar lo que no se le había perdido.
El abandono se fue abriendo campo en la casa, a tal punto que el polvo se volvió
nuestro único contacto con la realidad, de no ser por él, pensaría que el tiempo
se detuvo. Ángela mantuvo cada detalle igual y, al pasar de los años, la casa se
volvió una especie de museo de Carlos: sus libros, su ropa, sus fotografías, todos
los periódicos en los que aparecía alguna noticia relacionada con el Colectivo 82
o con la Marcha de los claveles blancos; todo en perfecto estado para el momento
en que él se decidiera a llegar.
A veces releía los libros que habían leído juntos, esa era su forma de resucitar
los momentos fugitivos que contenían lo que ellos habían sido, pero no existe el
refugio para una desaparición, ni siquiera en los libros. No obstante, su desapa-
rición nunca fue absoluta, siempre estuvo en ella esa presencia a medias que se
escondía entre cada uno de los espacios de la casa, por esa razón rechazó tajante-
mente la propuesta de una inmobiliaria que se la quería comprar. Todos los vecinos
vendieron sus casas, menos ella porque decía que era el único lugar del mundo en
el que Carlos la podía encontrar. Así se le fue la vida, bajo el yugo de la esperanza,
que fue la peor de sus enfermedades.
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convertirme en este cadáver, esto que no es ni la sombra de un simple mueble,
pero en mí todavía hay libros que dan testimonio de lo vivido que se niega a
permanecer oculto.
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De las cosas que nunca se olvidan
Un corazón de pollo
ariadna cortez guevara
Nunca hubo una mejor expresión para describir un corazón como el suyo: Lulú
tenía un corazón de pollo.
Aunque el alpiste que comía pesara más que su cerebro, Lulú tenía una empatía
muy conmovedora. Se le hacía un nudo en el cogote cuando veía a Felicité trabajar
sin descanso y se desesperaba cuando su ama caía rendida frente a la lumbre, por
eso se movía de lado a lado de la mesa al saber que podía hacer poco al respecto.
Felicité se fascinaba con el canto del loro. ¡Qué bonita serenata le dedicaba! Y
él se encantaba de verla contenta. Tanto así, que cuando Felicité ensordeció, Lulú
notó que ya no podía alegrar a su dueña como antes, así que empezó a cantar
cada vez más fuerte, conforme la sordera de Felicité se iba agravando. La voz del
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loro era tan estridente y su deseo de ver a su dueña feliz era tan grande, que logró
alcanzar el volumen y el tono chirriantes que eran necesarios para que ella lo
escuchara. Nadie más logró algo así, ni alguien jamás se atrevió a callar a Lulú, sin
importar qué tan molesto fuera su despliegue musical mañanero.
II
Tiempo atrás, Lulú viajó por toda América, era un trofeo para los terrateni-
entes. Tuvo incontables dueños, todos muy extravagantes. El primero fue el coronel
Oliveira quien, mientras pelaba las selvas de Minas Gerais, tiró el nido en el
que el pequeño Lulú dormía junto a sus hermanos. Solamente Lulú y uno de sus
hermanos sobrevivieron. El coronel los recogió y se los puso a las gallinas para que
los arroparan y los alimentaran hasta que les salieran las plumas. Cuando ambos
pudieron volar, regaló a Lulú y se quedó con su hermano porque era el más grande.
Saldarriaga había intentado sin éxito amaestrar a Lulú. Lo que más le hartaba
era que Lulú se riera en el momento equivocado. Cuando el señor se reunía para
jugar cartas con sus colegas e intentaba presumirles su inusual ave parlante, Lulú
se callaba completamente aterrorizado. Pero cuando el señor quería disfrutar de
los alaridos de los esclavos azotados, Lulú explotaba en carcajadas.
17
De las cosas que nunca se olvidan
Junto a ellos por fin soltó la lengua, cantó libremente lo que su corazón le decía.
Así nació la canción de Lulú.
Lulú nunca sacó del corazón a sus compatriotas. En alguna ocasión recordó
a las mujeres cimarronas; recordó las trenzas que se hacían y empezó a buscar
algo parecido, porque cuando las mujeres se trenzaban el cabello poco después
lograban escapar. La imagen de las trenzas corriendo por la selva era algo
imposible de olvidar. Todo el día voló mirando a tierra, esperando ver caminos
trenzados sobre cabezas libres, pero no encontró nada. A la tarde volvió decaído,
se posó avergonzado sobre el hombro de Felicité.
El verdor, las aguas claras, el calor y el sonido de las hojas de palma chocando
entre sí, quería sentirlo todo de nuevo, esta vez acompañado de su ama. Pensó que
podría verla correr libre por la selva, volando a su lado, pero, allí en donde vivía
ahora, no había selva por la cual correr.
III
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Fue así como en la noche de su muerte se desató la tormenta más tempestuosa
en años. El instinto arrojaba a Lulú a migrar, a comer frutas que en Francia no
existían y a sacudir las plumas bajo la lluvia torrencial. Esa noche revoloteó, gritó
y tiró más cosas de lo normal.
No murió por nada que Felicité pudiera imaginar. No murió por la tempestad,
porque en su hogar las lluvias eran más intensas; ni por el frío, porque la chimenea
que Felicité le preparaba era muy acogedora; tampoco por el perejil que pudiera
haber comido, porque ya había tragado cosas peores y había sobrevivido a ellas
milagrosamente.
Esa noche, como todas las noches, Felicité se dispuso a cantar una canción de
cuna antes de dormir. Ya no podía escuchar ni su propia voz, pero, aun así, recitaba
las melodías más hermosas que lograba recordar —la mayoría aprendidas en la
iglesia—. A su vez arrullaba a Lulú como a un niño y le sobaba la cabeza para que
descansara antes de enloquecer por la lluvia.
Esa noche hizo un último esfuerzo por escapar a la patria. Falló y se rindió defin-
itivamente; fueron años de añoranza e intentos frustrados. Se deprimió. Con sus
propias patas, se encerró en su jaula y allí se quedó con la garra sujetando la reja.
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De las cosas que nunca se olvidan
Querida Tita,
Adónde se fue esa mujer que sin importar la época de la que vino amó a su
nieta a pesar de todo. La foto de su cuarto, en la que se veía en su boda, de cabello
largo y lacio, con mirada profunda y lejana, pero a blanco y negro y con un marco
abollado, viejo y desgastado. Ese marco, esa foto, era aquello que gobernaba mis
tardes, que dominaba mis días. Me podría olvidar a mí misma, pero jamás a aquella
vieja foto, donde quiera que vaya me persigue. Es como un remanente de tiempo.
Es como el sol que sin importar lo que pase no deja de salir, es como la luna que
nunca deja de ser hermosa: nunca me cansé de mirarla. Supongo que la foto es la
culpable de que prefiera las fotografías de otra época, y es que, en esos pequeños
detalles de mi ser, se ocultan mis más profundos deseos. Yo hubiera querido nacer
antes, para así poder estar más tiempo contigo, ¿no crees?
Me llenaba de furia cuando mi papá decía que todo tiene su momento, yo que
soy un ser inquieto lo quiero todo ahora. Un día llovía fuerte, muy fuerte, Tita. Yo
salí del colegio y no podía encontrar transporte. Después de horas, un señor me
llevó. Lo extraño era que tenía tu mismo aroma, ese aroma que me acompañaba
todos mis atardeceres, ese aroma por el que hasta me ponía a rezar con un rosario,
pero tú eras muy sabia, siempre notabas mi aburrimiento, lo que no sé es si sabías
que lo hacía para estar más cerca de ti.
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Me llené de confusión, por un momento de ira, por último, pensé que era un
sueño. Y si lo era, grité por dentro: ¡No me despierten jamás! Porque si eso fue un
sueño, yo no me quería despertar, quiero soñar esto una y otra vez, y nunca, nunca
despertar. Me digo a mí misma cada vez que recuerdo el episodio. Por qué me
devolví a la realidad, me pregunto una y otra vez. Ese día, ese día yo quería que el
cielo jamás dejase de llorar para que ese olor me acompañara por el resto de mis
días. Después de tantas de tantas preguntas y pensamientos, yo solo despertaba,
caminaba y dormía. Con el paso del tiempo y la rutina fui olvidando cada día más
lo que había sucedido, pero el sentimiento, ¡el sentimiento!, el sentimiento jamás,
jamás se ha ido.
Tita, señora impecable y vanidosa, no crea que su nieta no ha podido ser feliz,
ella adora todos los momentos que vivió con usted, solo pasa que la extraña, la
rutina no puede borrar el hecho de que la echa de menos; sin embargo, con los
recuerdos felices, vuelve a los momentos más bellos de su infancia. Danna recon-
fortará su alma con los momentos felices…
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Del peso del pasado
2
DEL PESO DEL
PASADO
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Medium danzando apoyada en
los restos del pasado, la
memoria y la tradición.
Ilustración de Eliot Barrera
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Del peso del pasado
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Del peso del pasado
Eres el pasado
Y también el futuro
Pero lo único que existe es un instante de presente que nunca volverá.
No olvides al tatarabuelo
cuyo nombre e historia no conoces
cuyo recuerdo se fue con sus nietos
quienes son también tus ancestros
y cuya historia tampoco conoces.
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Ponte a trabajar, en vez de procrastinar
Sé que te di todo en el mundo, para que lo hagas con facilidad
Pero no te olvides que gastar tu tiempo está mal
Y se pasa la vida
Cual reloj de arena
Ese grano no regresa
Y todo se va
Pero recuerda
Recuerda aquello que se fue, porque de ello vienes
Pero no te gastes mucho recordando, pues tus granos se irán
Y nunca volverán, nada volverá jamás
Todo se va
Su frío recuerdo
Hasta el recuerdo se va
Dicen que solo queda si lo pones en un pedazo de papel
Pero el papel también se irá
Esto que estoy escribiendo, en mil años nadie lo recordará
Probablemente en cien días ya todos lo olvidarán
Y pasará
Todo pasará
Pero recuerda
Nunca olvidar
O te olvidarás de olvidar.
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Del peso del pasado
Fragmentos de una
memoria rota y una
canción perdida
karen gutierrez medina
Podía imaginar la espesura de eso que hacía la abuela, porque era como si un
ligero soplido de viento intentara mover toda una sopa. Ella estaba como a veinte
centímetros del suelo en un banquito frente a una cosa enorme de barro; tenía
forma de olla y sabía que era de barro por su color y por el chirrido que hacía la
cuchara de palo al revolver y chocar con el fondo, lo que hacía que me dolieran
los oídos. Eso que la abuela hacía parecía algún tipo de magia extraña y nunca
nos deja acercarnos a curiosear. Ella dice: “No se acerquen, porque si lo miran
se corta”. Siempre le pregunto a mamá el porqué, pero solo me dice que es por el
mal de ojo, yo la verdad no lo entiendo. De todas formas, esa cosa que la abuela
tarda días en hacer tiene un sabor particularmente rico. Todos prueban, todos en
la mesa, un vaso de eso, un plato de lo que asaban afuera, los primos y los tíos
hablan, todos disfrutan; sí, creo que tiene algo de magia.
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digo, de nuevo inclinando la cabeza para llegar a su otra orejita: “Del tío Orlando,
tu hijo”, ella dice: “¿Quién?”
“«No tengo miedo a morirme, pero si tú te quedas sola. Cuando cante el matarile
y el horizonte ya se asoma. Vidalita del mar…»* acompañan los acordes de guitarra
que escucho a través del auricular. En el camino, me gusta observar la estructura
piramidal de cristal que se ve por la ventana, el señor que se sube a vender dulces
de una marca poco comercial, el letrero de display rojo que desplaza las letras en
horizontal de derecha a izquierda anunciando la siguiente parada, las personas
que se paran frente a la puerta a esperar para salir del vagón en la siguiente
parada y las personas que ignoran lo que hay a su alrededor por tener sus ojos
en la pantalla del celular. «Vidalita del mar, cristalina. En los puerto’ de mi tierra,
mi patria chica». En dos paradas tengo que bajarme para hacer el trasbordo que
me llevará a casa. Cinco minutos después, me invade el olor intenso e invasivo de
incienso como de iglesia…
* Los textos que se encuentran entre comillas españolas («») son fragmentos de la
canción Vidalita del mar’ de Guitarricadelafuente, la cual fue lanzada en el año 2022 en el
álbum La cantera.
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Del peso del pasado
«Vidalita del mar…» Las calles y el asfalto gris son los de siempre, pero en mi
cabeza los números no los conozco. Le di la vuelta a la cuadra, compré el pan y
luego me di la vuelta para regresar. No está ni el jardín ni las macetas de colores,
ya le di la vuelta a la cuadra como cinco veces, y no sé dónde estoy. «Cristalina…»
—Mamá, mucho tiempo sin verte— dice un hombre que me mira desde
la puerta de la habitación. Esos ojos me mueven algo por dentro, pero,
para ser sincera, a ese hombre yo no lo conozco.
—La abuela está cantando como siempre, eso es que está contenta—
dice uno de los niños. Contenta no, yo solo quiero saber quiénes son
estas personas y por qué no me dejan en paz.
El doctor dice que es un niño. La sudorosa frente me moja los ojos, o quizá son
las lágrimas, no sé yo. Todo aquí huele a alcohol, a sangre y sudor, pero al ver esos
ojitos pequeñitos, de emoción, calentaron mi alma. La historia de mi nacimiento
no es nada emocionante, a mi madre ni le dolió el parto. Lo que sí es emocionante
de contar es cómo fue el día en el que la abuela la tuvo a ella. Mamá nació en un
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coche cuando mis abuelos trataban de llegar al hospital. Era un día en el que los
doctores del pueblo no estaban porque esperaban que un gran cometa pasara.
El abuelo, un gran hombre que no pude conocer, le dijo a mamá: “Hija, tú naciste
en la esquina de la calle Santa Rita”, no fue en un hospital, pero sabía el nombre
de esa calle. Los abuelos esperaban a mamá como el cometa que esperaban los
doctores; pasaría en algún lugar de la Tierra para que todos lo vieran.
La casa por dentro alberga recuerdos como un museo, las manos que trabajan
en ella ponen su granito de amor para hacerla más hermosa y preservar sus
recuerdos. Hay una pintura, son los abuelos en su boda. La abuela siempre dice:
“Cartagena es buena tierra, pero no para vivir, Cartagena es buena tierra para
entrar y salir”. Esas frases no me parecen del todo sin sentido, pues ellos de paso
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Del peso del pasado
fueron allí, se casaron y se volvieron a ir. Ese día creo que la abuela supo que sería
amada por siempre, aunque el abuelo se fuera a ir muy pronto de nuestro lado.
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Leteo
juan sebastián monroy herrera
Han sido días de ideas, lo reconozco. Pero hay una en particular que no cesa de
perseguirme. De todas formas, es algo que ya te he dicho; no hay ninguna novedad.
Solo supongo que, nada más cuando lo escribo, por fin puedo sentirlo con la fuerza
que necesito, que necesito para llorarlo.
El otro día me dijeron que no me preocupara, que a ti y a mí nos une una larga
historia, indeleble. Y doy fe de lo veraz en dicha afirmación. Pues, por fuera luzco
intacto, sí, tan virgen de cualquier marca o testimonio relevante. Pero lo que no
recuerdo es si ya te había dicho lo que me pasa seguido, eso de que siempre te
siento aquí, mucho más cerca que mi propia piel. No es de extrañar, entonces, que
los signos parezcan invisibles, mientras lo cierto es que me habitan en lo profundo.
Signos de historia, marcas de nuestro tiempo. Y sí, es verdad, nos une más de
un año de confianza, de confianzas, de secretos, de ires y venires, de besos torpes,
de besos tiernos, de lujuria y de sexo (que no nos son lo mismo), de historias y
de música, de películas y caminatas nocturnas por laberintos en Teusaquillo, de
lecturas apasionadas, de acabar en algún parque hasta la madrugada, tomando
pola y fumando peches, echando chisme, hablando de lo que sentimos mientras
deambulan por ahí los perros que se llaman como Elvis. Así que tenían razón y mi
memoria lo corrobora. Es ahí en donde anida el problema.
Me gusta pensar en la idea de que cada vez que recuerdo algo soy capaz de
volverlo a vivir. De esa manera, si pienso en tus besos, mis labios se humedecen
y el tacto de tu carne acaricia de nuevo la puerta de mi voz. Cuando eso sucede,
estremecerme es inevitable. Sin embargo, las cosas no siempre son tan especiales,
por mucho que me esfuerce. Entonces recuerdo. Recuerdo nuestra historia al
detalle y no consigo volverla a vivir. Las imágenes pasan por mi cabeza, sí, pero
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Del peso del pasado
En este momento, me agarro a puños con mi yo más sensato, ese que piensa,
muy a mi pesar, que lo bello del amor es que pueda darse con libertad, para ir y
volver, para no hacerlo, para no quedarse anclado a una sola flor. Y me odio por
la hipocresía de querer sentirme libre mientras busco seguridad. ¿Por qué siempre
que me decido a saltar al vacío extraño tanto la cuerda a mitad de la caída? Tal vez
es miserable, tal vez es natural. Lo cierto es que lo acepto, pero no por eso dejan de
dolerme hasta sus más obvias implicaciones.
Han llegado otras personas para ambos lados de la ecuación, lo sé. Así será
siempre y así tiene que ser. De todas formas, lo vuelvo a decir, que jamás ha sido ni
será mi intención convertirnos a los dos en el único posible receptáculo de placer, o
incluso del amor. De lo contrario, ¿en dónde quedaría sepultada nuestra libertad?
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manera puedo saberlo, haz de hacer memoria y descubrir que la respuesta vive tan
solo seis párrafos arriba.
Pienso en quien ya llegó, pero también en los que vendrán. Y pienso que, alguna
vez, ahí también estuve yo. Y como pasa ahora y pasará después, el sentimiento de
novedad, la emoción ya descrita, lo inigualable del enamoramiento, danzarán en
tu interior para darle sentido a la imagen de las mariposas revoloteándote en el
estómago. El ruido de su aleteo, sin embargo, ya no puedo escucharlo.
Es atavío invaluable aquel que reviste la primera vez de toda dicha. Ya después
golpea el segundero y con su eco ensordece al placer genuino, relegándolo desnudo
a la celda de la memoria. Y te miro, nos miro, desde atrás de los barrotes que me
impiden tocarnos. Entonces comprendo que ya todo pasó y que el precio de conoc-
ernos, de la intimidad, de nuestra historia, se mide en primeras veces ya gastadas
que irán perdiendo su color con el paso del tiempo, hasta volverse memorias que
evocaré cuando te piense, cuando quiera volverlo a vivir y descubra, encadenado
al presente, que ya no puedo, que estamos condenados a transformarnos en el eco
de nuestros mejores momentos.
¿Y la libertad? No sé, hace rato que no la veo. Pero es ahí cuando recuerdo las
palabras de una de las personas que me motivó a estudiar literatura: “Cuando no
se lee, uno piensa que todo se lo inventa”.
35
Del peso del pasado
También lo creí. Todavía lo hago. Pero hoy ya me puedo preguntar ¿qué tiene
eso de malo?, ¿cómo no voy a ser feliz con la ilusión de la novedad?, ¿cómo no va
a ser un consuelo, tras cargar con siglos y siglos de tradición, pensar que hace
milenios en Alejandría fue posible hacer que el peso fuera mucho más ligero?
Quiero que seas misterio. Quiero volver a descubrirte. Quiero sentir de nuevo
tu ilusión. Quiero que las historias no parezcan déjà vu. Quiero olvidarte para
volverte a conocer. Quizá porque muy pocas cosas me han hecho sentir tan bien y,
en caso de que algún otro buen ejemplo se me haya olvidado, al menos, mientras
escribo esto, mientras lo leo, mientras podamos alargar esta oración al infinito y
no hacerla cruzarse con el fatídico punto, mientras todo y mientras nada, mientras
y solo mientras, por favor, prefiero no recordarlo.
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Del peso del pasado
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DE ILUSIONES Y
EXISTENCIA
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Ouroboros y la memoria del
absurdo.
Ilustración de Eliot Barrera
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De ilusiones y existencia
Decidí dejar que se perdiera todo detalle que ofuscara a la alegría de poder
recordar la presunta alegría que sentí aquel día, entre los altos pinos, cuando
esgrimimos, tú contra yo, lustrosas espadas de ramas de árbol, en fiera y desigual
batalla, con la sinceridad (hoy imposible) de dos horizontes abiertos que sin malicia
colisionan mientras juegan tan solo por jugar; el viento soplaba con fuerza entre
tan grandes árboles y tan efímeros instantes. Y acaso aquellos minutos, que en mi
elaborado recuerdo fueron momentos de olvidadiza eternidad, han de ser los más
felices de toda mi vida.
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De ilusiones y existencia
Pese a lo que se suele señalar, olvidar es una esforzada tarea, pues requiere
ejercitar la más engorrosa de las constancias: la inconsciente. Cuanto más lejano es
el recuerdo, más fácil resulta borrarlo o moldearlo, pero, a medida que crecemos,
el progresivo desarrollo de una conciencia hace que nos sea cada vez más difícil
conducir nuestras memorias hacia el feliz paradero de la completa fantasía. Por
eso, querido amigo, aunque quisiese recordar tan solo los buenos momentos que
pasamos juntos: los recreos eternos de media hora, las esculturas de plastilina que
tanto te gustaban, nuestros dibujos a dos manos, lo mal que ambos jugábamos
al fútbol, etc., no podría olvidarme ni de mi tambaleante inseguridad ni de la
vergüenza que no ocultabas de ser mi amigo ni del hecho de que tus padres te
hayan prohibido invitarme a tu casa. Pero, en específico, nunca podré dejar de
recordar esa ocasión en la que me descubriste in fraganti, matando el tedio
con una cuerda de zapato entre las manos, a modo de látigo opresor, con la que
intentaba alcanzar a unas palomas indefensas; me paraste en seco, removiéndome
de mi inconsciencia, y recuerdo demasiado bien la forma en la que me miraste,
la severidad implacable con la que juzgaste mi crimen y el absoluto silencio con
el que confirmaba tu veredicto: los monstruos maltratadores de animales no
merecen tener amigos.
Luego me dejaste de hablar por medio año y acaso nunca sentí una vergüenza
tan inabarcable ni una soledad tan absoluta como en aquellos días en los que volvía
a no tener a nadie con quién jugar y te veía en la distancia como a una nube estrep-
itosa que me recordaba la nada que en verdad era. Justo por esa misma época,
recuerdo que mi abuela ya amenazaba todos los días a mis padres con echarnos de
su casa. ¿Acaso fueron aquellos los momentos culminantes en los que todo terminó
definitivamente para mí? O tan solo fueron algunas minúsculas grietas más, de
entre tantas otras definitivas rupturas, que se multiplican en nuestro recuerdo
cada vez que contemplamos los añicos de lo que queda de nosotros.
En verdad no fueron para nada importantes los ojos llorosos e implorantes con
los que solía verte en la distancia ni las palabras vacías de disculpa que elaboré
en mi mente y nunca pronuncié, pues un día tan solo volviste a hablarme como si
nada, y nunca más salió de tu boca algo relacionado con la moral o las palomas.
Simplemente te olvidaste de todo. Ah, ojalá yo pudiera deshacerme así de rápida y
efectivamente del patetismo, de la vergüenza, tanto de la nimiedad infantil referida
42
como de todas las posteriores... pero implacable asalta día a día la maléfica
Mnemosine, destruyendo el único consuelo que realmente podría salvarnos.
Bien es cierto que con el tiempo tu nobleza se corrompió tal y como la mía, como
la de cualquier niño de colegio público: te volviste pendenciero y agresivo, altanero
y desaplicado para todo lo que te aburría. Aunque ciertamente nadie podía negar
tu constancia pasional y decidida, por mi parte nunca te juzgué, la verdad ¡qué se
joda todo el mundo! ¿Qué podía tener de malo el esforzado empeño de romperse
la jeta con el compañerito a la salida del colegio una o dos veces a la semana?,
¿qué si no aquello podría modelar de mejor forma el carácter? Yo nunca lo hice,
pero si hubiera podido, tal vez, sería una mejor persona... lástima que tus padres
no pensaran lo mismo.
Lo recuerdo como si fuera antier (es decir, no mucho): aquel día en el que
encontramos cinco mil pesos debajo del agua, en la piscina de Compensar (¿o
Colsubsidio?) a la que nos llevaron como despedida de quinto de primaria, tuviste
que devolverlos después a su propietario, porque yo no fui capaz de guardar el
secreto. En un mísero instante ya no estabas ni estarías más, habías mencionado
que tus padres te iban a retirar, pero aun así fue muy extraño comprobar que en
verdad habías desaparecido de mi existencia y que nunca volverías. Fue tal vez el
declive posterior de mis relaciones personales y familiares lo que te confirió en mi
mente aquella aura brillante y risueña que nunca quise desmentir. ¿Será injusto
decir que jamás volví a tener un amigo de verdad? En todo caso sería solo culpa
mía, no de las personas que se han cruzado conmigo, pero sé que no es así y los
amigos que aún conservo protestarían contra tal afirmación. ¿Cuál es entonces el
sentido de esta fetichización de recuerdos difusos de los que no puedo dar fe?
Olvido estratégicamente que volví a verte un par de veces más: una al otro lado
de las rejas de nuestro colegio, pasaste una mañana a saludar como otro niño
cualquiera de afuera; otra en la calle, uno o dos años después, ibas con tu madre y
yo iba con la mía, en esa ocasión me dijiste que había crecido mucho. ¿Por qué?, me
pregunté luego, ¿por qué, si fue así, no intenté en lo absoluto mantener el contacto?
Luego hubo una última instancia, una cansada mañana en la que decidí no ir con
mis padres a hacer las compras por dormir un poco más, dijeron que te vieron,
que estabas muy cambiado, te hablaron de lo que era de mí y preguntaste por qué
estudiaría literatura si lo que me gustaba era el dibujo. Me entristeció levemente
conocer que había perdido la oportunidad de verte, pero por entonces pensé que
un día cualquiera nos encontraríamos por ahí, que solo era cuestión de tiempo.
43
De ilusiones y existencia
con los brazos abiertos, volveríamos a ser amigos de esa forma sincera y verdadera
que ya no puede existir sobre la faz de este mundo, tú seguirías siendo el mismo:
un gran artista, aunque ya no en potencia, sino de verdad. Conjuntamente,
escalaríamos sobre estas palabras mediocres hacia algo real, totalmente real, tan
real que no se puede describir, tan real que es pura fantasía. Y si no pudiéramos
ser amigos como lo éramos antes, solía seguir dilucidando en mis ensoñaciones,
tal vez podríamos ser... pareja o algo por el estilo, sí ¿por qué no? De todas formas,
toda esta palabrería mental solo revela de mi parte algún patológico enamora-
miento a posteriori, aunque en verdad nunca te vi de esa manera cuando éramos
niños... Oh, pero si acaso tus ojos y tus cabellos siguieran siendo tan hermosos
como los recuerdo, aunque la verdad, no los recuerdo.
Una parte de mí más renuente a tanto delirio conservaba el más tangible deseo
de solo volverte a ver y nada más. Pero, fuera de la ilusión, no existen coinci-
dencias, nunca volví a saber nada de ti.
Muchas cosas desde entonces se han seguido acabando. Ahora que mi abuela
está muerta y que he comprobado con seguridad que no era su culpa el hecho
de que nunca haya podido encajar confortablemente dentro de mí mismo, me
muevo tambaleante en una dirección, ahora sí, definitiva. Me he purgado al fin
de buscarte en mi futuro. Hoy estoy seguro de que no quiero nunca volver a verte,
mi queridísimo, amadísimo amigo, ojalá pudiera más bien olvidar esa palabra
que comenzaba por “E” y terminaba en “nrique”, pero, por muy ardua que sea mi
voluntad, sé que no es posible borrar tu nombre sin más, aún no. De todas formas,
he concluido, con todo esto en mente, que ya no tendrá importancia si se cumple
aquella ley absoluta de que solo se encuentra algo, o a alguien, cuando se le deja
de buscar. Incluso si te hubiera visto ayer, vestido con chaqueta vino tinto, y te
hubiera tenido que saludar por conservar las formas, habría vuelto a mi hogar y
habría concluido con firmeza que nada digno de ser recordado pasó ese día.
Habiendo establecido que nada de esto tiene que ver con quién sea que seas
hoy, te podrías estar preguntando: ¿a quién va dirigida esta carta realmente?, ¿a
la fantasmagoría que creaste con el recuerdo del yo que ya no soy?, ¿qué sentido
tiene escribirle a una ilusión? A esto último, yo te contestaría que probablemente
el mismo sentido que tiene escribirle a Dios o a Papá Noel, pero algún fan de San
44
Nicolás seguro se enojaría, así que digamos que simplemente no tiene propósito ni
importancia. Despachada la razón de aquí, digo con seguridad que ni el presente
ni el pasado ni el futuro podrían evitar que te dirigiera con irresoluble firmeza esta
dedicatoria proveniente de mi corazón en descomposición: gracias por haber sido
en algún momento algo para mí. Perdóname por esta inmensa mezquindad de
recordarte y permite que continúe tergiversando la memoria que de ti conservo,
la necesito para recordarme a mí mismo a través de tus ojos, para recordar que
también fui un niño que en algún punto llegó a ser feliz, a pesar de todos los otros
recuerdos que demuestran lo contrario.
Con la certeza ociosa de alguien que escribe para sí mismo, proclamo (estés o
no de acuerdo) que fuiste y por siempre seguirás siendo mi mejor amigo.
Atentamente...
45
De ilusiones y existencia
El paso de la sombra
julio césar plata rueda
Existencia
Hipotético
Acudir al encuentro,
sacudir las horas
y el polvo en los ojos.
Saber,
que el niño que mira desconoce
el peso que tendrá en sus hombros,
que el anciano que devuelve la mirada
ha olvidado su niñez y los viajes en el tiempo.
46
Despertar al roce del papel,
saber desde siempre
qué pasó después de la captura.
47
De ilusiones y existencia
Sí, es cierto que los maté a los dos. Y lo hice porque uno era mi compadrito y la
otra mi mujer, y se estaban revolcando en mi cama. Y no, nunca imaginé yo conver-
tirme en un bandido de esos que sacan las tripas y arrebatan almas. Pero qué se le
hace, yo solo sé que me llené toditito de coraje cuando vi a esos dos ahogando sus
gritos en mis propias cobijas.
Llegaba yo de jornalear, me acuerdo de que ese día el patrón nos dejó salir
antes pero ya ni recuerdo por qué… la cosa es que antes de las cuatro de la tarde ya
andaba yo en el colectivo que me dejaba en la entrada de la vereda. De la entrada
a mi casa son como diez minutos caminando, pero me tomé media hora porque me
encontré con el compadre Pedro que andaba arriando las vacas pa’ su casa. Ese
se puso todo extraño cuando me vio tan temprano y pensó que me habían corrido.
Echamos palabra un rato y me fui derechito pa’ la casa. Tenía la ilusión de que
la Eurídice, la que era mi mujer, me tuviera alguito pa’ tragar porque las tripas
me estaban era dando duro por dentro. Pero no me acuerdo si estaba soleado,
48
anubarrado o despejadito ese condenado día, entonces, no le puedo responder
esas cosas y mucho menos cómo fue que noté que mi ruca no estaba sola en la
casa. Mire, lo único de lo que me acuerdo es de que no vi a la Eurídice en la cocina
y se me hizo que de pronto estaba echando chisme con la vecina Aurora. Me subí
a la habitación a descalzarme y no recuerdo lo que se decían esos dos, pero sí los
aullidos. Le pegué un patadón a la puerta y lo que me encontré detrás me hirvió
la sangre. El Tulio se puso todo paliducho y la Eurídice tenía esos pelos todos
revolcados. Y ya, no me acuerdo de más. Bueno, que los cogí a machete, pero no
cuantos machetazos les metí a los dos y si se habían muerto al acto o si andaban
pidiendo piedad. No sé, ya de lo que me acuerdo es que del griterío la Aurora llegó
al acto a golpear la puerta para ver qué pasaba. Y, según ella, me encontró todo
ensangrentado, con la cara toda atontada y el machete lo tenía empuñado todo
tembloroso en la mano derecha. No me acuerdo ya de más, solo que después de
eso aquí ando en el calabozo.
Sí, jefe, me da miedo la muerte. Sobre todo, porque he pecado y sé que me voy
derechito pa’l infierno. Lo peor de todo es que me voy a encontrar con la Eurídice
y el Tulio allá también, porque esos son tan pecadores como yo. Ojalá y Dios me
perdone, pero aquí no me han perdonado y ya mañana me voy a la horca. Mire
que lo único que me da consuelo es pensar en Cristo Rey, sobre todo, porque a
él también lo condenaron a muerte. Claro que él era inocente y es el hijo de Dios:
mire que con su muerte todititos aquí están libres de pecado hasta que se desvían
del camino como yo. Con mi muerte no sé a quién liberaré, pero por lo menos de
mi pena sí me voy a liberar. También lo que me tranquiliza es el olvido. De Cristo
se recuerda que colgó los tenis, pero no se recuerdan cosas exactas, como que
si estaba soleado ese día o nublado, que si arreciaba el calor o el frío ni mucho
menos todas esas miradas que lo vieron morir. A mí nadie me va a recordar, porque
no soy un santo ni mucho menos alguien importante, así que, cuando me cuelguen
del pescuezo, todo esto va a quedar en el olvido. Nadie se va a acordar en muchí-
simos años que colgaron al Renato por matar a su mujer y a su compadre ni mucho
menos de esos chismosos que van a venir a ver cómo me voy pa’l otro lado. Quién
se va a acordar si mañana cuando me cuelguen va a llover o de cómo es mi forma
de caminar hacia la muerte. Tampoco se van a recordar las palabras que diga
antes de morir ni mi mirada hacia la gente ni mucho menos si voy a derramar
lágrimas antes de que tiren de la cuerda. Si no hay recuerdo de esas pequeñitas
cosas que pasaron en la muerte de Cristo ¿por qué entonces habrá recuerdo de mi
muerte? La parca hará olvidar que he pecado.
49
De ilusiones y existencia
4
DEL OLVIDO Y LAS
FORMAS DE
RECORDAR
50
La memoria collage
fragmentada.
Ilustración de Eliot Barrera
51
52
De ilusiones y existencia
Natalia, por favor, recapacita. No puedes hacer esto, después de todo lo que
hemos vivido juntos… ¿O es que no lo recuerdas? ¿Olvidaste ya tantas promesas y
momentos compartidos? Yo no, Natalia, jamás. Recuerdo cada instante segundo
que he pasado contigo y lo que significa para mí.
Recuerdo bien el día que nos conocimos, la primera vez que te vi, porque tu
imagen se quedó grabada a fuego en mis retinas, y tu risa resonó en mi alma y dejaste
de inmediato una huella indeleble en mí (muy cursi??). Venías con Julián, bendito
Julián que nos presentó, sin saber lo que desataría. Llevabas un vestido corto de
color rosa naranja suave? durazno (eso, más poético y todo) y el cabello suelto,
azotado por el viento. Era agosto (o julio? Ojo, confirmar). Y tú te reías e intentabas
quitarte los mechones del la cara rostro, y entrecerrabas entornabas los ojos para
mirarme. Heridos por el sol (tal vez sí era julio), lucían dorados. Después descubrí
que son de ese hermoso café avellana y dulce color miel, y pude verlos lo bastante
cerca para notar las vetas verdosas en ellos.
Los vi así de cerca el día de nuestro prim en el que la fortuna me sonrió y pude
besarte por primera vez. ¿Lo recuerdas? Salimos de la tienda, riendo porque
habíamos tenido que reunir cada moneda que teníamos (redundante!) nos quedaba para
poder comprar los unos dulces que te gustaban: esa bolsa de gomitas (no, sí fue ese
día esa? o los…? arghh). Y reíamos, pero yo no podía dejar de mirarte. Esa risa que
llenaría de música mis días y esa sonrisa de luz… * (?) No, no,
cuéntalo.
Me temblaban las piernas, ¿sabes? ¿Te habrás dado cuenta de lo nervioso que Muéstrale que
recuerdas
estaba? Porque moría de ganas por darte un beso, pero ¿y si me rechazabas?, ¿y bien
si todo salía mal?, ¿y si te perdía? Pero me atreví, me atreví, así como tengo que
atreverme ahora porque así te tuve y ahora no puedo dejarte ir.
53
Del olvido y las formas de recordar
dulces, suaves y cálidos, tus manos alrededor de mi cuello, tus manos desprend-
iendo calor en mi pecho, ese beso lento y románt… Y desde entonces no he podido
sacarme de la cabeza tus labios. Puedo sentirlos cada vez que cierro los ojos;
cada beso de tu boca está grabado a fuego en mi piel, así como cada centímetro
de tu cuerpo en mi memoria. ¿Olvidas que conozco tu cuerpo como la palma de
mi mano? (Quién carajos se inventó esa expresión? Quién carajos podría dibujar
todas las líneas de la palma de su mano?) Ese pequeño lunar que tienes del lado
derecho (Momento, en espejo… Sí? Sí, derecho) del cuello, esa cicatriz en tu
rodilla izquierda (qué importa?) que te hiciste montando bicicleta cuando tenías
ocho, nueve años eras niña. Me lo contaste ese día bajo las sábanas, como tantas
otras historias, ¿recuerdas? Te conozco, Natalia. Cada lunar, cada cicatriz, cada
curva y rincón de tu cuerpo, cada curva y rincón de tu alma, cada palabra que me
has dicho, cada noche y cada mañana a tu lado, cada historia, cada momento…
Ese día que me contaste sobre blablablabla (aquí después metes algo que sea
importante para ella, pa’ moverle un poquito de fibra)*
Tu Leo.
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Me acordé de mí
angy katerine villamil llano
55
Del olvido y las formas de recordar
5
DOSIER
CONMEMORATIVO:
MANUEL MEJÍA
VALLEJO
(1923-1998)
56
Manuel Mejía Vallejo,
memorias de la literatura
colombiana.
Ilustración de Eliot Barrera
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Dosier conmemorativo: Manuel Mejía Vallejo
(1923-1998)
Recordar a Manuel
Mejía Vallejo
maría alejandra garcés isaza
La obra del escritor antioqueño Manuel Mejía Vallejo (1923-1998) tuvo lugar
entre 1945, año en el que publicó su primera novela La tierra éramos nosotros, y
1993, con Sombras contra el muro, colección de cuentos publicada por la Univer-
sidad de Antioquia. En total escribió doce novelas, once de las cuales fueron publi-
cadas y una más quedó inédita: El hombre vegetal. Entre sus novelas se destacan El
día señalado, ganadora del premio Eugenio Nadal en 1963 (otorgado por Ediciones
Destino en Barcelona, desde 1944); Aire de tango, ganadora del premio Vivencias
en 1973 (I Bienal de novela colombiana en Cali); y La casa de las dos palmas,
con la que obtuvo el premio Rómulo Gallegos en 1988 (Caracas). En su narrativa
breve, se destacan los volúmenes: Tiempo de sequía (1957), Cielo cerrado (1963),
Cuentos de zona tórrida (1967), Las noches de la vigilia (1975), Otras historias de
Balandú (1990) y Sombras contra el muro (1993). Por otra parte, Mejía Vallejo
publicó varias compilaciones de poesía compuestas principalmente por coplas y
décimas, de las que dejó un volumen desconocido titulado Coplas para que me
lleve el diablo. También escribió una obra de teatro que permanece inédita: La
dama de la soledad.
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Mi abuela (paterna) enfermó de muerte y mi madre sacó permiso al
médico del lejano pueblo para ir a Jericó, habitábamos territorio
jardineño: a caballo me llevó a mí en sí misma y por ese hecho nací en
Jericó. Pero en Jericó había nacido ella: tengo, pues, dos nacimientos,
dos camas primeras, dos casas iniciales y me gozo de tener dos pueblos
como cuna” (Manuel Mejía Vallejo, en Baena, 1993, p. 6).
Este dosier de la revista Phoenix hace homenaje a él, uno de los más grandes
escritores colombianos, en conmemoración del centenario de su natalicio. Mejía
Vallejo nos dejó un invaluable legado literario dentro de las doce novelas y los cente-
nares de cuentos y de poemas que escribió. Él, una llama viva del fuego encendido
en el suroeste antioqueño, cuna de la cultura, el arte y la literatura antioqueñas;
una llama viva salida de la chimenea de la estancia de su casa rural en El Retiro en
donde, al calor del fuego, la literatura surgía en forma de imagen, de canción, de
décima, de idea, de personaje, de relato breve, de metáfora, de reflexión poética.
Su escritura está marcada por una estrecha relación del hombre con la
naturaleza, con la marginalidad y la desolación. En su proyecto estético, emerge
una literatura local en la que aparece el pálpito de una identidad nacida de la
periferia y sus dinámicas particulares. Periferia en tanto se constituye a partir
de la historia latinoamericana, periferia en tanto nace de la representación por
fuera de las grandes urbes, periferia en tanto las gentes que son representadas
59
Dosier conmemorativo: Manuel Mejía Vallejo
(1923-1998)
Referencias
60
Sobre una partecita
chiquita de El día
señalado
federico navarro niño
El día señalado es una novela que, como muchas de la segunda mitad del siglo
xx, trata el tema de la violencia en Colombia y, como muchas de ellas, tiene sus
particularidades que hacen que llegue a los lectores de una manera singular. El
rasgo de El día señalado es que en ella se encuentran cinco líneas narrativas
cohesionadas y también la forma de usar tres cuentos a modo de prólogos para,
desde ellos, construir una narrativa de más largo aliento.
Pero, al ser una obra tan rica para el análisis y al ser este escrito solo una
reseña, me voy a limitar a revisar parte de un aspecto. Como dije, la obra está
compuesta por cinco líneas narrativas. Estas son, desde el análisis hecho por
Benigno Avila Rodrígues (1976), los tres cuentos escritos antes por Mejía Vallejo,
que son los prólogos (prólogo 1, Aquí yace alguien; prólogo 2, cuento no anterior-
mente publicado; prólogo 3, Las manos en el rostro), y los dos ejes narrativos que
dan continuidad al relato que también parten de cuentos anteriormente publicados
por el autor (eje A, Miedo; eje B, La venganza). El artículo de Avila Rodrígues se
titula El día señalado, de Manuel Mejía Vallejo: cuentos-base y funcionamiento
de dos ejes narrativos y recomiendo leerlo después de leer la novela, porque da
algo más de claridad sobre cómo esta funciona internamente.
Ávila Rodríguez nos dice que la novela se compone principalmente de los ejes
narrativos A y B. Allí, el eje narrativo A tiene que ver con la violencia, como periodo
histórico y sus consecuencias en el pueblo de Tambo, y el eje B con la venganza,
como elemento que hizo que la violencia perdurara tanto tiempo y de forma tan
descarnada. Entonces, el primer prólogo da apertura a esos dos ejes narrativos.
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Dosier conmemorativo: Manuel Mejía Vallejo
(1923-1998)
El prólogo trata sobre la muerte de José Miguel Pérez, un joven que, dentro de
lo que cabe, era libre y rehuía a ser alguien para, en lugar de eso, poder cabalgar
en su alazán y tocar la guitarra en la noche. En esos actos, el personaje representa
una resistencia frente al mundo exterior. Al cabalgar y tocar la guitarra sin preocu-
paciones, ignora de plano el conflicto existente en el pueblo. José Miguel muere
cuando, tratando de recuperar su caballo de los militares, le disparan. Entonces él,
un joven que encarna la libertad y, en cierta manera, la vida más despreocupada,
hasta hedonista, es enterrado en el muladar por órdenes del alcalde, como si
fuera una bestia infrahumana, junto a unos guerrilleros. Su madre y otras mujeres
tratan en vano de convencer al alcalde y al cura de sepultarlo adecuadamente.
Entre tanto, cierto sepulturero manco sentencia que es inútil hasta que la guerrilla
llegue…y, sin embargo, el cuerpo es luego desenterrado y puesto en el cementerio
por unos hombres que en medio de una borrachera lo recordaban. Clavada la cruz
que dicta “José Miguel Pérez. Diciembre de 1936 - enero 1960”, su madre continúa
con la labor de lavar la ropa del pueblo.
Así mismo, el prólogo abre otras temáticas circundantes, que tendrán luego que
ver con uno u otro eje, tales como la religión, la política y las peleas de gallos. Y la
tumba de José Miguel Pérez deja un eco en todo el resto de la novela, un eco que
se une a otros tantos de tantas otras víctimas, que actúa como elemento pesimista
que señala que la situación va de mal en peor, las muertes que se siguen acumu-
lando, las marcas que no se pueden borrar en el pueblo, los recuerdos.
Pero esas solo son algunas cosas que se pueden extraer del comienzo de la
novela. El resto de reflexiones, el resto de historias, el resto de personajes están
profundamente explorados en lo que queda de la novela. Verán cómo el primer
62
prólogo funciona a lo largo de la primera parte de la novela como un hecho al
que se nos remite constantemente a modo de recuerdo e indirectamente en todos
sus matices, que luego se verán mayormente tratados, los conflictos morales de
la religión, el papel de los militares y sus deberes, la gente del común. El segundo
prólogo tendrá algo más que decir sobre la clase política y sus actitudes frente a la
violencia, y luego la segunda parte ampliará dicho tópico. El tercero con respecto
al resentimiento y luego la tercera parte de la novela dará su conclusión sobre este
último tema. Salvo que el resto está para los que gusten leerlo.
Referencias
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La memoria de las manos: Aproximación a los conceptos de memoria y olvido
desde la representación gráfica y la ilustración de conceptos abstractos
La memoria de las
manos: aproximación
a los conceptos
de memoria y
olvido desde la
representación gráfica
y la ilustración de
conceptos abstractos
eliot brayan nicolás barrera medina
64
ilustración también da cabida a la posibilidad de llegar a la definición o a una idea
más clara de los conceptos a través de la imagen.
Contrario al acto de dar nombre a las cosas después de hechas, las ilustra-
ciones desarrolladas se corresponden con los conceptos en un intento por darles
rostro. De ahí que la mayoría de los dibujos resultan en una versión antropomorfa
de las diferentes acepciones de memoria y olvido, en una búsqueda por la repre-
sentación de la identidad y los rasgos distintivos de ambos conceptos. En este caso,
se busca que la asociación entre la imagen y el objeto se invierta, es decir, que sea
la imagen la responsable de configurar o dar forma al concepto. Por lo anterior, es
necesario reconocer el papel activo de la memoria en el ejercicio del pensamiento,
así como la capacidad reflexiva y analítica propia del ejercicio creativo, que, más
que ser una consecuencia del pensamiento visto como una acción pasiva, tiene la
capacidad de convertirse en una manifestación de la memoria.
La expresión “pensar con las manos”, acuñada por el arquitecto Alberto Campo
Baeza en algunas de sus conferencias, y que a su vez tiene su origen en la lectura
de La caverna de José Saramago, plantea que la fusión entre acción y pensamiento
es posible a través de las manos, el cerebro es presentado como un actor pasivo
dentro del proceso del pensamiento. Su condición expectante en el proceso delega
a las manos la responsabilidad sobre la asimilación de la información externa y la
selección de la mejor forma de operar en el mundo. En estos términos, al conceder
a las manos la capacidad de pensar, queda implícito que también se les atribuye
una relación con la memoria. La expresión “pensar con las manos” une la memoria
con el acto, ello demuestra que puede ser construida y sugiere que las manos son
los verdaderos motores del pensamiento al otorgarles la capacidad de interp-
retar la tradición recopilada en la memoria. No en vano, se acuñan expresiones
como hacer memoria.
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La memoria de las manos: Aproximación a los conceptos de memoria y olvido
desde la representación gráfica y la ilustración de conceptos abstractos
La imagen que aspira evocar los rasgos más relevantes del concepto corresponde
a la de La memoria collage fragmentada, que está asociada con esa cualidad
autorreferencial de la memoria, su condición fragmentaria y retrospectiva, pero,
sobre todo, con la naturaleza tramposa de la mente al acopiar y reconfigurar los
fragmentos inconexos de información que, debido a la ausencia de datos contex-
tuales y circunstanciales, y de detalles perdidos durante el proceso de abstracción,
intentan hilar un relato parcialmente coherente y ordenado. Esta imagen, que
vincula tanto la idea de memoria como la de olvido, sugiere que, más que tratarse
de nociones antitéticas, ambos conceptos hacen parte de un mismo proceso.
66
de recordar está ligada con la emoción que los recuerdos generan: se olvidan los
detalles o los nombres e incluso las acciones cotidianas, pero resulta más difícil
olvidar aquellos eventos que generan emociones intensas.
De allí que las dos siguientes imágenes relacionen, por un lado, la representación
de la memoria en ausencia de los sentidos (véase Memoria emotiva, el recuerdo
y los sentidos), es decir, como espacio autocontenido; y por otro, reconocer en la
etimología del recordar (“volver a pasar por el corazón” o del término acordar:
“unir los corazones”*), la capacidad de la memoria por atar información relevante
en función de la emoción que generó en una experiencia determinada (véase La
etimología del recuerdo - tejer memorias). Desde luego se trata de una entre
muchas interpretaciones, pero conceptualmente resulta llamativa.
No se puede decir que se puede recuperar recuerdos del olvido, ¡se recuperan
de la memoria!, del olvido no se recuerda, se crea. Al intentar vincular los conceptos
de memoria y olvido en una sola imagen, es inevitable pensar en las ruinas como
la metáfora perfecta entre la capacidad de recordar y la necesidad de olvidar. De
ahí que la construcción del monumento busque ser memorable, algo digno de ser
recordado o de mantener presente en la memoria. La ruina se resiste a desapa-
recer en el olvido, los vestigios de su existencia generan el recuerdo, mientras que
su estado decadente se acerca cada vez más al olvido, la desolación que trasmiten
puede ser vista como un reclamo del pasado por el olvido inminente. Esa misma
incapacidad de escapar al olvido como destino último se refleja en las imágenes de
la ruina (véase Olvidos memorables, el monumento y la ruina), así como también
en la representación de dos temas centrales del pensamiento clásico occidental, el
memento mori (véase El recuerdo más fuerte, la muerte y el olvido), y la idea del
eterno retorno, evidente en la figura de Ouroboros (véase Ouroboros y la memoria
de absurdo) o el que se come a sí mismo. El primero, como uno de los recuerdos
más potentes sobre el destino inexpugnable de la vida humana y el segundo, como
llamado de atención sobre la existencia de una memoria de lo absurdo, de una
necesidad urgente de remitirse al pasado para vivir el presente.
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La memoria de las manos: Aproximación a los conceptos de memoria y olvido
desde la representación gráfica y la ilustración de conceptos abstractos
sentada como una pila de cuerpos sin rostro en alusión a la condición anónima
que implica la construcción de una memoria colectiva como base del progreso. La
segunda (véase Medium danzando apoyada en los restos del pasado, la memoria
y la tradición) representa la idea de la interdependencia y la continuidad de la
tradición presente al hacer evidentes las manos detrás de las acciones que se
emprenden. Por otro lado, la naturaleza del olvido que, como se ha dicho anterior-
mente, más que antitética con respecto a la memoria, resulta más bien comple-
mentaria, hace evidente que el olvido más que necesario resulta fundamental.
68
El número 20 de Phoenix. Literatura, Arte y Cultura
se terminó de producir en las instalaciónes del
Programa de Gestión de Proyectos de la Universidad
Nacional de Colombia en febrero de 2024.