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PREPARACIÓN AL

MATRIMONIO

Manuel de Jesús Celestino Reyes

1
2
«La unión matrimonial del hombre y la
mujer es indisoluble: Dios mismo la
estableció: “lo que Dios unió, que no lo
separe el hombre” (Mt 19,6)» (Catecismo
de la Iglesia Católica, 1614).

3
AUTOR:
Manuel de Jesús Celestino Reyes
Plaza de Cayma 200, Cayma – Arequipa
Perú – 2022

4
INTRODUCCIÓN

La doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio se ha de exponer con


toda claridad, evitando las ambigüedades. Por ello, hemos elaborado
el presente texto centrado, básicamente, en la enseñanza de la Sagrada
Escritura, los Santos Padres y el Magisterio reciente, en vistas a
ofrecer a los novios una preparación sólida, esto es, cristológica y
eclesiológico-existencial, como indicó san Juan Pablo II al decir que
«entre los elementos a comunicar en este camino de fe, análogo al
catecumenado, debe haber también un conocimiento serio del
misterio de Cristo y de la Iglesia, de los significados de gracia y
responsabilidad del matrimonio cristiano, así como la preparación
para tomar parte activa y consciente en los ritos de la liturgia
nupcial»1.

Conscientes de que una fuerte crisis de fe afecta directa y


gravemente la base misma de la institución del matrimonio y la
familia, creemos que la puesta en práctica de la doctrina de la Iglesia
respecto a este sacramento puede ser de mucha utilidad y de gran
provecho espiritual para cuantos, con amor sincero y a la luz de la fe
eclesial, se preparan conscientemente al sacramento del matrimonio.

Para lograr un verdadero provecho en el desarrollo de las charlas


de preparación al sacramento del matrimonio, debemos pensar en

1
Familiaris consortio 66.
5
grupos reducidos: no más de diez parejas de novios. De manera que
las charlas sean casi personalizadas, para que los novios puedan
participar activamente en los diálogos y se evite todo anonimato. Por
lo demás, de acuerdo al promedio de matrimonios que se celebran
mensualmente, las charlas se podrán impartir uno o dos meses antes
de la celebración de la boda. Por ejemplo: en enero se prepara a los
novios que se casarían en febrero y marzo; en marzo se prepara a
los novios que se casarían en abril y mayo, y así sucesivamente.

Antes de iniciar la catequesis se ha de considerar lo siguiente:

a. conocer la sala donde se realizarán las charlas (que sea el


mismo lugar para la realización de todos los encuentros);
b. tener a mano la relación de participantes;
c. asegurarse de que haya una pizarra, plumones y borrador (o
lo necesario si se va a usar el PowerPoint).
d. la puntualidad del catequista es un acto de caridad y un
ejemplo para los novios, a quienes se les debe recibir con
amabilidad, invitándolos, a ocupar los primeros asientos.

Que Jesucristo, el esposo místico de la Iglesia, sea el modelo


inmejorable de cada uno de los esposos, para que las promesas hechas
en su matrimonio no sean expresión de meros formalismos religiosos
sino que, fielmente, la lleven a término hasta el final de sus días.

6
TEMA I
PRESENTACIÓN / ACOGIDA

Habiendo preparado un lugar espacioso, cómodo y digno, es muy


significativo que alguien (el párroco o algún matrimonio) reciba
cordialmente a cada una de las parejas de novios conforme vayan
llegando, que se sientan acogidos por la Madre Iglesia. Estando ya
todos reunidos, de acuerdo a la hora señalada, el presbítero inicia con
unas palabras de acogida en nombre de toda la comunidad parroquial
e invita a orar, pidiendo a Dios por la santificación de cada todos los
presentes, que buscan con sinceridad vivir según la vocación a la que
Dios los ha llamado, y para que el itinerario catequético que van a
comenzar sea de gran ayuda en esta importante etapa de sus vidas.

Terminada la oración inicial, se presentan todos: comienza el


párroco (o el presbítero presente) danto la bienvenida a todos los
presentes, de una manera más formal; luego se presentan los
matrimonios catequistas (indicando el tiempo de casados, el número
de hijos, y dando un breve testimonio de Dios en su vida). Es
importante que los novios se sientan en casa, que vean a una Iglesia
que los acoge y que desea acompañarlos. Por tanto, el presbítero puede
hacer de coordinador, invitando a los novios a decir sus nombres, el
tiempo que llevan de enamorados y explicando, brevemente, por qué
desean casarse. A continuación se inicia propiamente la catequesis.

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1. Objetivos de la preparación

Terminada la presentación, el presbítero presenta el programa


que se va a seguir durante la preparación, indicando el número de
temas y la importancia de participar en todos, se debe fijar un día o los
días a la semana (la realidad parroquial puede ser distinta) y el horario
a seguir (puntualmente). Asimismo, conviene que desde el primer día
se les anime a participar en la Misa dominical, ya que más adelante se
explicará el nexo intrínseco entre el Matrimonio y la Eucaristía.

El objetivo de nuestro trabajo consiste en presentar la


preparación inmediata al sacramento del matrimonio en diez temas,
los mismos que exponemos de manera sencilla remitiéndonos a la
Sagrada Revelación y el Magisterio de la Iglesia. Por tanto,
abordaremos la Doctrina de la Iglesia desde los orígenes hasta
nuestros días, subrayando que el Matrimonio es un “Gran Misterio”
referido a Cristo y a la Iglesia (Ef 5, 32). Si llegamos a comprender
esta afirmación bíblica, entonces lo hemos comprendido todo.

2. Por qué y para qué la preparación al matrimonio

San Juan Pablo II, en su Exhortación apostólica Familiaris


consortio, del 22 de noviembre de 1981, nos decía «en nuestros días
es más necesaria que nunca la preparación de los jóvenes al
matrimonio y a la vida familiar». Con esta afirmación tan precisa, tras

8
describir la situación de la familia en el mundo de hoy y presentar el
plan de Dios sobre el matrimonio y la familia, recordando su misión
originaria, el Santo Padre sostuvo que «los cambios que han
sobrevenido en casi todas las sociedades modernas exigen que no sólo
la familia, sino también la sociedad y la Iglesia se comprometan en el
esfuerzo de preparar convenientemente a los jóvenes para las
responsabilidades de su futuro». Y a continuación explica:

Muchos fenómenos negativos que se lamentan hoy en la vida


familiar derivan del hecho de que, en las nuevas situaciones, los
jóvenes no sólo pierden de vista la justa jerarquía de valores,
sino que, al no poseer ya criterios seguros de comportamiento,
no saben cómo afrontar y resolver las nuevas dificultades2.

Mirando con objetividad las causas y consecuencias que


estimulan o condicionan al joven de hoy, Juan Pablo II señala que «la
experiencia enseña […] que los jóvenes bien preparados para la vida
familiar, en general van mejor que los demás». Y en este sentido
subraya que «la preparación al matrimonio ha de ser vista y actuada
como un proceso gradual y continuo». Acentuando, además, que ésta
«comporta tres momentos principales». A saber: «una preparación
remota, una próxima y otra inmediata». Según el Papa, la preparación
remota «comienza desde la infancia, en la juiciosa pedagogía

2
Juan Pablo II. Carta encíclica Familiaris consortio. Vaticano, 22 -11- 1981, 66.
9
familiar, orientada a conducir a los niños a descubrirse a sí mismos
como seres dotados de una rica y compleja psicología y de una
personalidad particular con sus fuerzas y debilidades». Por su parte,
la preparación próxima «comporta —desde la edad oportuna y con
una adecuada catequesis, como en un camino catecumenal— una
preparación más específica para los sacramentos, como un nuevo
descubrimiento». Y en este sentido, Juan Pablo II añade que «esta
nueva catequesis de cuantos se preparan al matrimonio cristiano es
absolutamente necesaria, a fin de que el sacramento sea celebrado y
vivido con las debidas disposiciones morales y espirituales».

En cuanto al tercer momento, el Santo Padre subraya que «la


preparación inmediata a la celebración del sacramento del
matrimonio debe tener lugar en los últimos meses y semanas que
preceden a las nupcias, como para dar un nuevo significado, nuevo
contenido y forma nueva al llamado examen prematrimonial exigido
por el derecho canónico. De todos modos, siendo como es siempre
necesaria, tal preparación se impone con mayor urgencia para
aquellos prometidos que presenten aún carencias y dificultades en la
doctrina y en la práctica cristiana»3.

En estas tres etapas vemos que la preparación al Matrimonio es


mucho más que un requisito parroquial. En efecto, Han pasado casi

3
Ibíd.
10
40 años desde que Juan Pablo II pronunciara esas palabras tan llenas
de verdad, y siguen siendo desconocidas en muchos cristianos dentro
de la misma Iglesia. En consecuencia, a la luz de la definición de estos
tres momentos, que forman como un trípode básico e imprescindible
para forjar matrimonios indisolubles y familias estables, podemos
sopesar las fortalezas y oportunidades, así como las debilidades y
amenazas que experimentan tantísimas familias en nuestros días.

3. ¿Quién es Dios para ti? / Kerygma

Lo primero que debemos tener presente es que «no se comienza


a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el
encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo
horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva»4. Partiendo
de esta premisa, debemos anunciar a Jesucristo con libertad, haciendo
atractivo el mensaje de salvación. No sabemos en qué momento Dios
puede abrir el corazón de oyente y realizar el milagro de la fe.

El Kerygma es el anuncio de Jesucristo muerto y resucitado, la


buena noticia del amor de Dios: que Dios te ama como eres, sin que
tengas que esforzarte, que te ama gratis. Desde los orígenes de la
humanidad, desde la creación, Dios se ha revelado como un Dios de
amor, que sale en busca del hombre y quiere vivir en comunión con

4
DCe, 1.
11
él. Ese amor sobreabundante de Dios se nos ha revelado de manera
plena en la persona de Jesucristo, Su enviado, Eterno como el Padre,
pero nacido de la Virgen María al llegar la plenitud de los tiempos
(Gal 4, 4), el cual se hizo hombre y vivió entre los hombres, murió en
la cruz para salvarnos de la esclavitud del pecado, resucitó al tercer
día y subió al cielo; y desde allí nos envía el Espíritu Santo para el
perdón de los pecados y para hacernos sus testigos en el mundo.

Reseña de la Historia de la Salvación

Pero vayamos por parte. La fe cristiana se arraiga en la fe de un


pueblo, el pueblo de la Alianza (Israel), cuya historia se narra en la
Sagrada Escritura, que consta de dos testamentos: el Antiguo
Testamento (Pentateuco, Históricos, Salmos, Proféticos y
Sapienciales), con 46 libros, y el Nuevo Testamente, (Evangelios,
Hechos, Cartas y Apocalipsis), con 27. En total: 73 libros sagrados.

Tras los orígenes de la creación por parte de Dios (Gén. 1 y 2),


la caída del hombre en el pecado y la promesa de salvación (3), el
castigo del diluvio y la confusión de las lenguas en Babel (6 al 11),
con Abrahán, el padre de la fe, comienza la Historia de Salvación,
(12), que culmina con Jesucristo y se prolonga en la Iglesia.

Dios llamó a Abrahán, igual que los ha llamado a ustedes… por


eso están ustedes aquí, porque han sido llamados. Recordemos que el

12
Matrimonio, al igual que el sacerdocio (el Orden sacerdotal) es una
vocación. La vocación es una llamada, y Dios los ha llamado al
Matrimonio, a un servicio peculiar en bien de la Iglesia y del mundo.
Decíamos: Dios llama a Abrahán y le dice: «Sal de tu tierra, de tu
patria y de la casa de tu padre a la tierra que yo te mostraré. De ti haré
una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre; y sé tú
una bendición»5. Abrahán, que estaba en Ur de Caldea, en Babilonia
(hoy Irak) –nos dice el texto sagrado– era anciano y su esposa estéril.
Sin embargo, puesto que “para Dios nada es imposible”, Abrahán se
fía de aquella palabra y se pone en camino dejándose guiar por Dios.
Pasados algunos años, nos dirá el texto bíblico, Dios le reitera la
promesa asegurándole que su descendencia será tan numerosa como
las estrellas del cielo y como las arenas de las playas marinas6.

En su caminar, Abrahán se va a equivocar más de una vez (como


se van a equivocar muchos de ustedes una vez casados). Y sin
embargo Dios lo seguirá animando y guiando. Así, casi a los cien años
de edad, de las entrañas de Sara, aquella mujer anciana y estéril, Dios
le dará un hijo a Abrahán, al que le pondrá el nombre de Isaac7, que
significa risa, porque Abrahán reía, reía y reía… viendo cómo Dios
(de dos ancianos) de la muerte (esterilidad) puede sacar la vida.

5
Ibíd. 12, 1-2.
6
Ibíd. 18, 1-2.
7
Gén 21, 1ss.
13
Pero tan pronto Abrahán tiene consigo a Isaac, se olvida de Dios.
Entonces Dios le pide que se lo sacrifique en el monte que Él le
indicará, y Abrahán obedece8. Y dice la Carta a los Hebreos que «por
la fe, Abrahán, sometido a la prueba, ofreció a Isaac como ofrenda.
Él, que había recibido las promesas, ofrecía a su hijo único, respecto
del cual se le había dicho: Por Isaac tendrás descendencia. Pensaba
que poderoso era Dios aun para resucitarlo de entre los muertos. Por
eso lo recobró como figura»9.

Isaac es figura (símbolo, figura) de Jesucristo, el cual, yendo a


la muerte, regresa vivo y vencedor de la muerte. Abrahán es el padre
de la fe, porque, ante la voluntad de Dios, no se reservó nada para sí;
lo entregó todo con total confianza. También Abrahán, por su
obediencia, es figura de Jesucristo y modelo de todo cristiano.

La Historia de la Salvación continúa. Isaac se casa con


Rebeca10 y tiene dos hijos: Esaú y Jacob11. El primero vende su
primogenitura al segundo por “un plato de lentejas”12. Y más tarde
Jacob le roba también la bendición de su padre Isaac… Por este
motivo Esaú odiaba a muerte a su hermano Jacob. Entonces, su madre

8
Gén 22, 1ss.
9
Heb 11, 17-19.
10
Gén 24, 1ss.
11
Gén 25, 19ss.
12
Gén 25, 29s.
14
Rebeca envía a Jacob a casa de su hermano Labán. Allí Jacob se hará
muy rico: se casa con las dos hijas de Labán (sus dos primas) Lía y
Raquel, y tendrá 12 hijos de ellas dos y de las criadas de ambas: a
estos hijos se les llamará las doce tribus de Israel13. De la tribu de
Judá descienden los reyes: David, Salomón, etc., y José, el esposo de
la Virgen María, era descendiente de la estirpe de David. José, aunque
no sea el padre biológico de Jesús, tuvo el privilegiado que introducir
a Jesús en la dinastía davídica, y con ello daba cumplimiento a las
profecías de que el Mesías sería llamado hijo de David.

Asimismo, de la tribu de Leví descienden los sacerdotes y


levitas: Moisés y sus hermanos Aarón y Miriam. Moisés es un hombre
elegido por Dios para liberar a Israel de la esclavitud de Egipto,
aproximadamente 1,250 años antes de Cristo, y guiará al pueblo de
Dios durante 40 años por el desierto en camino a la Tierra Prometida.
Y Dios hace una Alianza con Moisés y todo el pueblo de Israel, en el
Monte Sinaí, dándole 10 palabras de vida: los diez mandamientos.
Dios pacta con un pueblo y los elige como el pueblo de heredad,
figura de la Iglesia, la reunión de todos los llamados en Cristo.

Pero será su ayudante Josué, figura de Jesucristo, quien


introduzca a Israel en la Tierra. Ambos, Moisés y Josué son figura de
Jesucristo: el cual, mediante el Misterio de su muerte y resurrección,

13
Gén 35, 23-26.
15
nos libera de la esclavitud del pecado y nos introduce a vivir una vida
nueva, una vida de gracia y santidad, anticipo del cielo.

Además de los patriarcas (Abrahán, Isaac y Jacob) el pueblo de


Israel tuvo caudillos (Moisés y Josué), jueces (Sansón, Débora, Jefté,
etc.), Reyes (Saúl, David, Salomón…), profetas (Elías, Eliseo, Isaías,
Jeremías, Ezequiel, Amós, Oseas, Daniel, etc.), sacerdotes (Aarón,
Elí, Samuel…) y hombres sabios (libros sapienciales). Hasta que, «al
llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de
mujer»14. Jesucristo es el Hijo de Dios, la Palabra que hecha carne
quiso habitar entre los hombres (Jn 1, 14): «Porque tal es la razón por
la que el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre:
para que el hombre al entrar en comunión con el Verbo y al recibir así
la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios»15.

Toda la Escritura Santa nos habla de Cristo. Al hablar de la


Historia de Salvación hablando de Jesucristo, el cual, siendo el Verbo
eterno del Padre, vino al mundo para dar su vida en rescate por nuestra
salvación. En resumen, la Historia de Salvación empieza con
Abrahán, se termina con Jesucristo y se prolonga en la Iglesia. De ahí
que, ya en el siglo III, San Cipriano, obispo de Cartago, resaltó la
importancia de la Iglesia diciendo que «no se puede tener a Dios por

14
Gál 4, 4.
15
CEC, 460: San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 3, 19, 1.
16
Padre si no se tiene a la Iglesia por madre»16. En efecto, la Iglesia es
madre de todos los que, por la fe y el bautismo, somos regenerados y
hechos hijos de Dios, miembros de Cristo y templos del Espíritu
Santo. Esto explica por qué un vínculo indefectible une a Jesucristo
con la Iglesia, de manera que «la Iglesia no tiene otra luz que la de
Cristo; ella es, según una imagen predilecta de los Padres de la Iglesia,
comparable a la luna cuya luz es reflejo del sol»17.

La Iglesia, fiel al mandato de Jesucristo resucitado, tiene la


noble tarea de predicar el Evangelio a toda la Creación (Mt 28, 18-20
pp). Por tanto, para terminar, vamos a tomar un texto del libro de los
Hechos de los Apóstoles donde el día de Pentecostés, al inicio de la
Iglesia, Pedro anunció el Kerygma por primera vez. Escuchemos
atentos: Hch 2, 14ª. 22 – 36.

Se explica el texto y se termina el primer encuentro con una


oración y todos rezan el Padre Nuestro, se recuerda a todos el día y la
hora de la próxima charla, y se les anima a ir a Misa el domingo.

16
De catholica Ecclesiae unitate, 6.
17
CEC, 748.
17
18
TEMA II
EL MATRIMONIO EN LA SAGRADA ESCRITURA

Para comprender en profundidad el significado genuino del


sacramento del matrimonio, necesitamos remitirnos a la Revelación
divina. En efecto, «la Sagrada Escritura afirma que el hombre y la
mujer fueron creados el uno para el otro»18. Por esta razón, es esencial
comenzar este primer capítulo a partir de los textos bíblicos en los que
se fundamenta el amor esponsal descrito desde los orígenes, cuando
dijo Dios: «No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una
ayuda adecuada» (Gn 2, 18). Y también: «Por eso deja el hombre a su
padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne» (2,
24). Ahora bien, conviene precisar que la institución divina del
matrimonio se da antes que el hombre conozca el mal. De hecho, la
alianza conyugal es «la única bendición que no fue abolida ni por la
pena del pecado original ni por el castigo del diluvio»19.

En este sentido, en el Catecismo de la Iglesia leemos:

La Sagrada Escritura se abre con el relato de la creación del


hombre y de la mujer a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26-
27) y se cierra con la visión de las “bodas del Cordero” (Ap
19,7.9). De un extremo a otro la Escritura habla del matrimonio

18
Catecismo de la Iglesia Católica, 1602.
19
Ritual del Matrimonio, versión castellana. Noviembre de 1994.
19
y de su “misterio”, de su institución y del sentido que Dios le
dio, de su origen y de su fin, de sus realizaciones diversas a lo
largo de la historia de la salvación, de sus dificultades nacidas
del pecado y de su renovación “en el Señor” (1 Co 7,39) todo
ello en la perspectiva de la Nueva Alianza de Cristo y de la
Iglesia (cf. Ef 5,31-32)20.

En su legado doctrinal sobre la Teología del cuerpo,


compendiada en 129 catequesis, Juan Pablo II evoca el amor
matrimonial cantado en el Cantar de los Cantares y en el Libro de
Tobías. En efecto, sería muy significativo que cada pareja de novios,
juntos, lean y mediten estos libros antes del día de su boda. Pensemos,
por ejemplo, en los textos del Cantar de los Cantares, ya que, «según
la interpretación hoy predominante, las poesías contenidas en este
libro son originariamente cantos de amor, escritos quizás para una
fiesta nupcial israelita, en la que se debía exaltar el amor conyugal»21.
También en el libro de Tobías se describe el amor esponsal:

La noche de la bodas, Tobías dijo a su mujer Sara: «Mujer,


levántate, vamos a rezar, pidiendo a nuestro Señor que tenga
misericordia de nosotros y nos proteja». Se levantó y empezaron
a rezar, pidiendo a Dios que los protegiera. Rezó así: «Bendito

20
Catecismo de la Iglesia Católica, 1605.
21
Deus Caritas est, 6.
20
eres, Dios de nuestros padres, y bendito tu Nombre por los
siglos de los siglos. Que te bendigan el cielo y todas tus
creaturas por los siglos. Tú creaste a Adán y, como ayuda y
apoyo, creaste a su mujer, Eva; de los dos nació la raza
humana. Tú dijiste: “No está bien que el hombre esté solo, voy
a hacerle alguien como él, que le ayude”. Si yo me caso con esta
prima mía, no busco satisfacer mi pasión, sino que procedo
lealmente. Dígnate apiadarte de ella y de mí y haznos llegar
juntos a la vejez». Los dos dijeron: «Amén, amén». (Tb 8, 4 - 8).

Se trata, pues, de uno de los textos bíblicos propuestos en el


leccionario de la liturgia del matrimonio, cuyo mensaje anuncia la
santidad del lecho nupcial. Por tanto, partiendo de este texto, sería
oportuno animar a los nuevos esposos a cultivar el buen hábito de
rezar juntos cada noche, antes de acostarse.

Ya en el Nuevo Testamento, abordando el tema de la moral


familiar, San Pablo presenta el matrimonio como un “Gran Misterio”
refiriendo la relación indisoluble de los esposos a la unión entre Cristo
y la Iglesia (cf. Ef 5, 32). Dice el texto:

Sed sumisos unos a otros en el temor de Cristo. Las mujeres a


sus maridos, como al Señor. Porque el marido es cabeza de la
mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia, el salvador del
cuerpo. Así como la Iglesia está sumisa a Cristo, así también

21
las mujeres deben estarlo a sus maridos en todo. Maridos, amad
a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a
sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el
baño del agua, en virtud de la palabra, y presentársela
resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha y arruga ni
cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada. Así deben amar
los maridos a sus mujeres como a sus propios cuerpos. El que
ama a su mujer se ama a sí mismo. (Ef 5, 21-28).

Podríamos mencionar otros muchos pasajes bíblicos que nos


remiten con claridad al sacramento del matrimonio, como por
ejemplo: las bodas de Caná (Jn 2, 1–11) y el pasaje en el que,
respondiendo a unos fariseos, Jesús reivindica la indisolubilidad del
matrimonio (Mt 19, 6). Se trata, sin más, de dos textos en los que
algunos teólogos ven el fundamento de la definición dogmática de
este sacramento instituido por Cristo.

1. Varón y mujer, a imagen de Dios

En Familiaris consortio, Juan Pablo II nos recuerda que «Dios


ha creado al hombre a su imagen y semejanza (cf. Gén 1,26s):
llamándolo a la existencia por amor, lo ha llamado al mismo tiempo al
amor». En efecto, el don del amor y la capacidad de relacionarse
explicitan la semejanza con Dios que se hace tangible entre el hombre
y la mujer, en una donación recíproca y abnegada. Dice el Papa:

22
Dios es amor (1 Jn 4, 8) y vive en sí mismo un misterio de
comunión personal de amor. Creándola a su imagen y
conservándola continuamente en el ser, Dios inscribe en la
humanidad del hombre y de la mujer la vocación y
consiguientemente la capacidad y la responsabilidad del amor y
de la comunión (GS, 12). El amor es por tanto la vocación
fundamental e innata de todo ser humano22.

Por otra parte, en una de sus Audiencias generales, el Papa


Francisco, hablando de la relación de complementariedad entre el
varón y la mujer, enfatizó que «la mujer no es una “réplica” del
hombre»; puesto que, al igual que el varón, también la mujer «viene
directamente del gesto creador de Dios». E, inmediatamente, añade:

La imagen de la «costilla» no expresa en ningún sentido


inferioridad o subordinación, sino, al contrario, que hombre y
mujer son de la misma sustancia y son complementarios y que
tienen también esta reciprocidad. Y el hecho que —siempre en
la parábola— Dios plasme a la mujer mientras el hombre
duerme, destaca precisamente que ella no es de ninguna manera
una criatura del hombre, sino de Dios23.

22
Familiaris consortio, 11.
23
Francisco, Audiencia general. Miércoles 22 -4- 2015.
23
Así pues, afirmar que «el hombre y la mujer están hechos “el uno
para el otro”», no significa «que Dios los haya hecho “a medias” e
“incompletos”». En efecto, con esta referencialidad sólo se quiere
expresar que es Dios quien «los ha creado para una comunión de
personas, en la que cada uno puede ser “ayuda” para el otro porque
son a la vez iguales en cuanto personas (“hueso de mis huesos...”) y
complementarios en cuanto masculino y femenino»24. En
consecuencia, la semejanza con Dios se da en la unidad del hombre y
la mujer, en su reciprocidad complementaria, no de forma individual.

2. Vínculo indisoluble

El autor del matrimonio es Dios, como lo afirma el mismo Jesús


cuando responde los fariseos que le interpelaban sobre el repudio a la
mujer, permitido por Moisés, diciéndoles de modo firme y
contundente: «Al principio no fue así» (cf. Mt 19,4 - 8). En efecto,
con este argumento Jesús reivindica que la unidad conyugal entre el
hombre y la mujer exige exclusividad y durabilidad, puesto que,
según el designio del Creador, el matrimonio hace de los dos «una
sola carne» (Gn 2, 24), como leemos en el Catecismo de la Iglesia:

En su predicación, Jesús enseñó sin ambigüedad el sentido


original de la unión del hombre y la mujer, tal como el Creador

24
Catecismo de la Iglesia Católica, 372.
24
la quiso al comienzo: la autorización, dada por Moisés, de
repudiar a su mujer era una concesión a la dureza del corazón (cf.
Mt 19,8); la unión matrimonial del hombre y la mujer es
indisoluble: Dios mismo la estableció: “lo que Dios unió, que no
lo separe el hombre” (Mt 19,6)25.

Por otra parte, explicando que «en virtud de la sacramentalidad


de su matrimonio, los esposos quedan vinculados uno a otro de la
manera más profundamente indisoluble», Juan Pablo II afirma que
«su recíproca pertenencia es representación real, mediante el signo
sacramental, de la misma relación de Cristo con la Iglesia». Y en el
mismo contexto añade:

La comunión conyugal se caracteriza no sólo por su unidad, sino


también por su indisolubilidad: «Esta unión íntima, en cuanto
donación mutua de dos personas, lo mismo que el bien de los
hijos, exigen la plena fidelidad de los cónyuges y reclaman su
indisoluble unidad» (GS, 48)26

En esta misma “sintonía doctrinal”, el Papa Francisco acentúa


que el amor conyugal «es una unión que tiene todas las características
de una buena amistad», la cual consiste en la «búsqueda del bien del
otro, reciprocidad, intimidad, ternura, estabilidad, y una semejanza

25
CEC, 1614.
26
Familiaris consortio, 13.
25
entre los amigos que se va construyendo con la vida compartida». Y
al mismo tiempo añade que «el matrimonio agrega a todo ello una
exclusividad indisoluble, que se expresa en el proyecto estable de
compartir y construir juntos toda la existencia»27.

27
Amoris laetitia, 123.
26
TEMA III
EL AMOR CONYUGAL, SIGNO DE LA UNIÓN ENTRE
CRISTO Y LA IGLESIA

Para desarrollar este segundo tema, conviene leer nuevamente tanto


la introducción como el encabezado del primer capítulo, respecto a la
puntualidad, la preparación del lugar, la acogida de los novios y la
oración inicial (también se debe pasar lista). Lo demás conviene que
se vaya desarrollando de la manera más espontánea posible.

1. Misterio Pascual, Pentecostés y la Iglesia

Cristo vino al mundo a revelarnos el amor del Padre. A través


de su vida pero sobre todo el misterio Pascual ha mostrado al hombre
la generosidad del Padre. Entonces, ¿qué engloba este misterio
pascual y qué efectos tiene en nosotros? Toda la vida de Cristo iba en
dirección a cumplir en su vida el misterio Pascual, lo han captado muy
bien los evangelistas, en cada uno de ellos el hecho narrado que ocupa
más espacio son los últimos tres días de la vida de Jesús, su pasión,
muerte y resurrección. Por tanto, el misterio pascual es el misterio de
la pasión, muerte, resurrección, ascensión y envío del Espíritu Santo.

Ahora bien, dice san Pedro en su primer kerigma: «Sepa, pues,


con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y
Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado.» (Hch 2,36).

27
Pues, «el Misterio Pascual de la cruz y de la resurrección de Cristo
está en el centro de la Buena Nueva que los Apóstoles, y la Iglesia a
continuación de ellos, deben anunciar al mundo»28.

Pero ¿cuál es el alcance de este Misterio? Sin duda trae consigo


una serie de beneficios: primero que nada Cristo en la Cruz, es el
mayor signo del amor de Dios, y en la cruz ha cargado con nuestros
pecados de modo que «su muerte nos libera del pecado» y «por su
Resurrección nos abre el acceso a una nueva vida», por tanto, nos trae
consigo la justificación, la transformación profunda de pecador en
justo, es decir, que «nos devuelve a la gracia de Dios», que ya desde
el pecado de Adán habíamos perdido. Asimismo, el Misterio Pascual
«realiza la adopción filial porque los hombre se convierten en
hermanos de Cristo»29, o sea, Dios Padre nos adopta como hijo suyos
para comunicarnos su propia naturaleza, su naturaleza divina.

Por último, el Misterio Pascual no concluye hasta la venida del


Espíritu Santo, la Promesa que Jesús había hecho los Apóstoles (cf.
Jn 14,16.26; 15,26; 16,7). «La Pascua de Cristo se consuma con la
efusión del Espíritu Santo que se manifiesta, da y comunica como
Persona divina: desde su plenitud, Cristo, el Señor (cf. Hch 2, 36),
derrama profusamente el Espíritu»30. Ciertamente en Pentecostés

28
CEC 571
29
CEC 654
30
CEC 731
28
culmina una primera etapa en la obra de la redención, pero también
inicia otra con los Apóstoles ya que Jesucristo «no sólo los envió a
predicar el Evangelio a toda criatura y a anunciar que el Hijo de Dios,
con su Muerte y Resurrección, nos libró del poder de Satanás y de la
muerte, y nos condujo al reino del Padre, sino también a realizar la
obra de salvación que proclamaban»31. Además en este día ocurre otro
evento transcendental: la manifestación de la Iglesia al mundo y que
a partir de este momento comienza el tiempo de la Iglesia. «Podemos
decir, por tanto, que la Iglesia comienza con la bajada del Espíritu
Santo y el que el Espíritu Santo entra en una comunidad que ora, que
se mantiene unida y cuyo centro son María y los apóstoles» 32. Por
tanto:

«El don del Espíritu inaugura un tiempo nuevo en la


"dispensación del Misterio": el tiempo de la Iglesia,
durante el cual Cristo manifiesta, hace presente y
comunica su obra de salvación mediante la Liturgia de su
Iglesia, "hasta que él venga" (1 Co11,26). Durante este
tiempo de la Iglesia, Cristo vive y actúa en su Iglesia y con
ella ya de una manera nueva, la propia de este tiempo
nuevo. Actúa por los sacramentos… esta consiste en la
comunicación (o "dispensación") de los frutos del Misterio

31
SC 2
32
JOSEPH RATZINGER, El camino pascual, BAC, Madrid 20062, 149.
29
pascual de Cristo en la celebración de la liturgia
"sacramental" de la Iglesia»33.

2. El Matrimonio como sacramento

En la Iglesia hay siete sacramentos: Bautismo, Confirmación,


Eucaristía, Penitencia, Unción de los Enfermos, Orden Sacerdotal y
Matrimonio.

Los sacramentos primero que nada son acciones de Cristo y de


la Iglesia. Cristo ha confiado la misión de continuar lo que él había
iniciado. Así, pues, en la Iglesia existen unos signos mediante los
cuales expresa y celebra robustece la fe, además estos signos, los
sacramentos, han sido instituidos por el mismo Cristo nuestro Señor,
y por razón de ellos la Iglesia rinde culto a Dios y realiza la salvación
de los hombres34.

Así pues, los sacramentos son signos visibles que realizan


realidades invisibles y son realmente eficaces, en virtud de la gracia
de Cristo conseguida a través de su Pasión, Muerte y Resurrección.

Pero además, estos signos realizan la gracia que significan. ¿Qué


quiere decir esta expresión? Que mediante ellos Cristo mismo
derrama su gracia y no en virtud de la acción del ministro, sino en

33
CEC 1076
34
Cf. CIC 840.
30
virtud de Dios mismo, en efecto, por eso los sacramentos son
considerados canales privilegiados de la gracia.

Cada uno de los sacramentos tiene una gracia especial y apuntan


a un aspecto de la vida cristiana tanto así que incluso se pueden
comparar con el desarrollo natural de la vida humana. Pero no es
nuestro tema desarrollar este punto, ahora bien, nos centraremos en el
santo sacramento del Matrimonio.

Teniendo en cuenta todo lo desarrollado anteriormente.


Hagamos una síntesis para aterrizar luego en el Matrimonio. Dios ha
creado al hombre para entrar en contacto y comunión con él, sin
embargo esta historia se ha visto empañada por la introducción del
pecado, por eso Dios ha establecido una Alianza la cual ha llegado a
su plenitud en Cristo, «en el don de amor que el Verbo de Dios hace
a la humanidad asumiendo la naturaleza humana y en el sacrificio que
hace de sí mismo en la cruz por su Esposa, la Iglesia»35. Esta entrega
de Jesucristo configura el matrimonio cristiano, pues es imagen y
figura. Por eso dice San Pablo: «Maridos, amad a vuestras mujeres
como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para
santificarla...» (Ef 5, 25-26), por lo cual el matrimonio es signo de
esta Alianza entre Dios y los hombres. Por lo tanto, el matrimonio no
puede ser considerado, como un contrato ni mucho menos un signo

35
FC 13
31
externo de un sentimiento pasajero, sino que el sacramento del
matrimonio «es un don para la santificación y la salvación de los
esposos», por lo que resulta que «el matrimonio es una vocación, en
cuanto que es una respuesta al llamado específico a vivir el amor
conyugal como signo imperfecto del amor entre Cristo y la Iglesia» 36.

3. Llamados al amor: hombre y mujer a imagen de Dios

Dios que es Amor (1 Jn 4, 8.16), comunión de Personas, ha


creado al hombre y a la mujer a su imagen, inscribiéndole en lo
profundo de su ser el llamado al Amor. «Dios que ha creado al hombre
por amor lo ha llamado también al amor, vocación fundamental e
innata de todo ser humano»37. Pues este, es el sentido de ser creados
a imagen de Dios. Pues, la vocación natural del hombre es unirse a su
mujer, de tal modo que esta unión es tan íntima que se hacen una sola
carne (cf. Gn 2, 24). Además, este «amor mutuo entre ellos se
convierte en imagen del amor absoluto e indefectible con que Dios
ama al hombre»38.

Ahora bien, hay que precisar que el amor comprende todo el


cuerpo humano. «La Revelación cristiana conoce dos modos
específicos de realizar integralmente la vocación de la persona

36
Amoris Laetitia, 72.
37
FC 11
38
CEC 1604
32
humana al amor: el Matrimonio y la Virginidad»39. Entonces, ¿qué
quiere decir el amor abarque todo el cuerpo humano? En el caso de
los esposos, cuando el hombre y la mujer se dan mutuamente entre sí,
este acto no es algo puramente biológico, sino que este acto «afecta al
núcleo íntimo de la persona humana en cuanto tal»40. Es decir, que el
amor entre los esposos incluye la donación total, pues así amo Cristo
a la humanidad y se entregó por ella, para reconciliar al hombre con
Dios (cf. 2 Co 5,19-20): esta obra de restablecimiento de la comunión
de Dios con el hombre y del hombre con el hombre. Pues el amor
conyugal, se puede describir como el amor de Dios a su pueblo
escogido, Israel.

Sin embargo, el hombre por el miedo a la muerte (cf. Hb 2,14),


se ha hecho esclavo del demonio, y vive forzado a ofrecérselo todo
para sí: vive egoístamente. Esta situación del hombre y de la mujer,
los limitan de tal manera que el uno al otro se ven como un “objeto de
placer”. Por eso Cristo, que ha revelado el amor del Padre, ha
destruido en su cuerpo el pecado y la muerte: «Porque él es nuestra
paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro divisorio,
la enemistad» (Ef 2,14), ha abierto el anillo de muerte, para que los
hombres vuelvan a la Misericordia y a la Ternura del Padre.

39
FC 13
40
FC 11
33
Por tanto, el amor conyugal si no es asumido desde y en el amor
de Dios, y si tampoco no es regido y enriquecido «por la virtud
redentora de Cristo y la acción salvífica de la Iglesia» que conducen
eficazmente a los cónyuges a Dios41, queda susceptible ante cualquier
posibilidad de separación, pues su amor está llamado a anclarse en
Dios.

41
Cf. GS 48
34
TEMA IV
EL MATRIMONIO, UNA VOCACION AL AMOR Y AL
SERVICIO

Todos los hombres estamos llamados a la santidad que implica una


misma vocación y que consiste en convertirse en la imagen del amor
de Dios en la vocación a la que Dios nos llama, sea el matrimonio o
la vida consagrada.

En el matrimonio está contemplado que, los dos se hacen una


sola carne, se hacen uno en la comunidad de amor y vida, enmarcado
en el signo más grande que es la dimensión de la cruz ya que Dios
envía con el sacramento, las gracias que capacitan a los esposos a dar
muerte al egoísmo individual y les permite vivir la fecundidad de su
alianza en apertura generosa a su vocación de padres al servicio de la
Iglesia y de la humanidad.

Lo mismo que la mujer, según el Génesis, ha salido del hombre


dormido para no ser sino “una sola carne” con él, así la Iglesia, esposa
de Cristo, ha nacido del costado de Cristo (Jn 19,24-37). Agustín dirá:
“Cristo ha muerto para que la Iglesia pueda nacer”42.

Al ser elevado el matrimonio a la dignidad de sacramento,


también sus fines se elevan al orden de la gracia y se perfeccionan.

42
S. AGUSTÍN, In oh. Evang. Trac. 9, n. 10: Pl 35, 1463.
35
Por eso el bien de los cónyuges (su mutua ayuda y perfeccionamiento)
y el bien de los hijos (su procreación y educación) se extienden, en el
matrimonio cristiano, a la realización plena de su dignidad cristiana
como hijos de Dios la vocación matrimonial, como toda vocación
divina, es gracia y —a la vez y por eso mismo compromiso moral-,
don y tarea: elección eterna de Dios y propuesta amorosa que Dios
hace a nuestra libertad43.

La gracia del Matrimonio cristiano es un fruto de la Cruz de


Cristo y fuente de toda la vida cristiana.

Es de gran importancia la Eucaristía para la vida matrimonial,


donde se hace presente el sacrificio de Cristo que configura
interiormente y vivifica desde dentro, su alianza conyugal y renueva
su vocación matrimonial44. La Confirmación, que fortalece a los
esposos con el don del Espíritu en su misión de testimoniar el .amor
de Cristo en medio del mundo45. Y la Reconciliación, encuentro con
la misericordia del Padre, que restaña la comunión conyugal y
familiar46.

De Pascua en Pascua, de Eucaristía en eucaristía, se hace


presente el perdón de los pecados, que nos lleva a poder vivir

43
Familiaris consortio, 56.
44
Cf. FC, 57.
45
Cf. FC, 51-44.
46
Cf. FC, 58.
36
realmente una vida libre que se nos dona gratuitamente en Cristo. Con
su Espíritu podemos de verdad darnos, darnos todos los días.

1. Noción del amor conyugal

Forma parte de la Tradición de la Iglesia que el amor conyugal


tiene su fuente suprema a Dios, que es amor, es por eso que en al
Humanae Vitae del Papa Pablo VI señala que el Matrimonio “es una
sabia institución del Creador para realizar en la humanidad su
designio de amor. Los esposos, mediante su recíproca donación
personal, propia y exclusiva de ellos, tienden a la comunión de sus
seres en orden a un mutuo perfeccionamiento personal, para colaborar
con Dios en la generación y en la educación de nuevas vidas.”47

«Bajo esta luz aparecen claramente las notas y las


exigencias características del amor conyugal, siendo de
suma importancia tener una idea exacta de ellas.

Es, ante todo, un amor plenamente humano, es decir,


sensible y espiritual al mismo tiempo. No es por tanto una
simple efusión del instinto y del sentimiento, sino que es
también y principalmente un acto de la voluntad libre,
destinado a mantenerse y a crecer mediante las alegrías y
los dolores de la vida cotidiana, de forma que los esposos

47
HV 9
37
se conviertan en un solo corazón y en una sola alma y
juntos alcancen su perfección humana.

Es un amor total, esto es, una forma singular de amistad


personal, con la cual los esposos comparten
generosamente todo, sin reservas indebidas o cálculos
egoístas. Quien ama de verdad a su propio consorte, no lo
ama sólo por lo que de él recibe sino por sí mismo, gozoso
de poderlo enriquecer con el don de sí.

Es un amor fiel y exclusivo hasta la muerte. Así lo


conciben el esposo y la esposa el día en que asumen
libremente y con plena conciencia el empeño del vínculo
matrimonial. Fidelidad que a veces puede resultar difícil
pero que siempre es posible, noble y meritoria; nadie
puede negarlo.

Es, por fin, un amor fecundo, que no se agota en la


comunión entre los esposos, sino que está destinado a
prolongarse suscitando nuevas vidas. "El matrimonio y el
amor conyugal están ordenados por su propia naturaleza a
la procreación y educación de la prole. Los hijos son, sin

38
duda, el don más excelente del matrimonio y contribuyen
sobremanera al bien de los propios padres»48.

2. Características del acto conyugal

Bajo esta luz aparecen claramente las notas y las exigencias


características del amor conyugal:

 Es, ante todo, un amor plenamente humano, es decir,


sensible y espiritual al mismo tiempo. No es, por tanto, una
simple efusión del instinto y del sentimiento, sino que es
también, y principalmente, un acto de la voluntad libre,
destinado a mantenerse y a crecer mediante las alegrías y los
dolores de la vida cotidiana, de forma que los esposos se
conviertan en un solo corazón y en una sola alma y juntos
alcancen su perfección humana.
 Es un amor total, esto es, una forma singular de amistad
personal, con la cual los esposos comparten generosamente
todo, sin reservas o cálculos egoístas. Quien ama de verdad
a su propio consorte, no lo ama sólo por lo que de él recibe
sino por sí mismo, gozoso de poderlo enriquecer con el don
de sí.

48
Hv 9 y Conc. Vat. II, Const. Past. Gaudium et spes, n. 50.
39
 Es un amor fiel y exclusivo hasta la muerte. Así lo conciben
el esposo y la esposa el día en que asumen libremente y con
plena conciencia el compromiso del vínculo matrimonial...
El testimonio de numerosos matrimonios a través de los
siglos demuestra que la fidelidad no sólo es connatural al
matrimonio, sino también manantial de felicidad profunda y
duradera.
 Es, por fin, un amor fecundo que no se agota en la comunión
entre los esposos, sino que está destinado a prolongarse
suscitando nuevas vidas. 'El matrimonio y el amor conyugal
están ordenados por su propia naturaleza a la procreación y
educación de los hijos. Los hijos son, sin duda, el don más
excelente del matrimonio y contribuyen sobremanera al bien
de los propios padres' (GS 50) (HV 9).

En la sociedad urbana, con muchas gentes solitarias y


despersonalizadas, con diversas condiciones, las relaciones sexuales
han pretendido dar soluciones a estas condiciones. Frecuentemente se
pierde la fe y el sentido último de la vida. Existen expectativas
demasiado grandes y equivocadas del sexo. Los medios
anticonceptivos artificiales y la facilidad para el aborto han hecho
posible que se rompa la unidad del amor unitivo y la procreación,
dejando al acto conyugal reducido drásticamente por los
consumidores de sexo, personas que han perdido el sentido de la vida.
40
Como no necesitan hijos para alcanzar o mantener un
determinado status social ni para procurar su seguridad material,
carecen de motivos para procrear, abre la puerta a la separación de la
humanidad en dos especies, como algunos autores mencionan: Por
una parte, aquellos que no tienen fundamento o sentido de la vida que
les motive a transmitir la vida. Y los que se abren a la vida, procreando
los hijos que Dios les regale para esta vida y para la otra.

3. Paternidad responsable

Es preciso primero aclarar algunos términos que tantas veces, el


lenguaje común, se han utilizado en diferentes formas:

 Paternidad

Paternidad, maternidad son términos que definen una “relación


específica” entre sujetos (personas). Toda relación implica un
origen (punto de partida), un fin (punto de llegada) y una
formalidad o aspecto que constituye lo específico de la relación.

 Paternidad – Maternidad Responsable

La formalidad o modo específico de esta relación es lo que justifica


el uso de esta “palabra fuerte”.

41
El hijo no es un fruto de pensamientos o planes (solo), ni de un
voluntarismo o decisión personal (solo), ni un fruto de la pasión
(solo), ni es un “producto” solo humano.

 Responsable

Significa que el punto de partida es bueno (matrimonio).

Significa que el modo de relación es bueno (relación de amor y


donación total entre los esposos + apertura al don de la vida).

Significa aceptación de las consecuencias de esta mutua donación


(vocación al amor a un hijo) en el momento presente (dar la vida)
y en el futuro (educar para la vida).49

La Iglesia nos enseña que todo acto matrimonial debe


permanecer por sí mismo abierto a la transmisión de la vida. En el
acto conyugal están inseparablemente unidos el significado unitivo y
el significado procreativo.

En la paternidad responsable los cónyuges deben “conformar su


conducta a la intención creadora de Dios”. El bien común del

49
P. Fernando Fabó, LC NOTAS PARA LAS CLASES DE TEOLOGIA MORAL
ESPECIAL MORAL SEXUAL MATRIMONIAL, 2016
42
matrimonio contiene en sí la fecundidad en la generación de los hijos,
que es la mayor de las bendiciones divinas (cf. Gn 1,26-28)50.

Es lo que dicen siempre los catequistas. No dicen “hagan hijos”,


sino “hagan la voluntad de Dios”, porque es Dios el que envía a los
hijos, y si no hay motivo grave...

El Papa, en resumen, va a decir una cosa: que el sentido más


profundo de la paternidad responsable es “no el método natural”, sino
la castidad conyugal... El recurso a los “periodos infecundos” en la
convivencia conyugal puede convertirse en fuente de abusos, cuando
los cónyuges buscan con ello eludir sin razones justas la
procreación...es por ello que requiere de una madurez moral de la
persona

Es muy importante la castidad en el matrimonio, porque la mujer


no es una ‘máquina’. El útero es sagrado y también el semen del
hombre es santo para Israel. Y son muy importantes los tiempos; a
veces no entendemos muy bien la ley de santidad que es el Levítico,
donde la impureza de la mujer, que parece una cosa negativa para la
mujer, es todo lo contrario. Por eso la mujer después del parto está
cuarenta días de reposo. El marido no la puede avasallar, por eso el
hombre tiene que aprender a ser hombre, auto-control de los instintos.

50
Cf. GS, 50; FC, 28.
43
Esto de que la mujer queda impura no es una cosa negativa para
la mujer, no va contra la mujer sino a favor suyo. Es una defensa de
la mujer cuando ésta no está ni anímica ni físicamente dispuesta para
tener el acto conyugal; y en este sentido durante cada mes hay un
periodo de continencia en los esposos que en cierta manera ayuda a
renovar los lazos de amor esponsales. Siguiendo la tradición judeo-
cristiana, Revelación de Dios para el mundo, cuando los esposos,
iluminados por la voluntad de Dios, sienten la necesidad de espaciar
un nuevo nacimiento, por ‘motivos graves’, se puede hacer uso del
acto conyugal en periodos infecundos.

La continencia conyugal es el corazón, el Papa Francisco quiere


transmitir a los matrimonios, porque las manifestaciones afectivas, si
son en el respeto mutuo en aceptar al otro como es y respetar sus
tiempos, etc., es una riqueza... por eso la necesidad de la oración.

Ahora bien, la vida conyugal y familiar tiene tres fuentes: La


Eucaristía, el sacramento de la Penitencia y la oración... Estos son los
medios infalibles e indispensables para formar la espiritualidad
cristiana de la vida conyugal y familiar51.

El mundo y la sociedad actual han dado un sentido totalmente


contrario a la “paternidad responsable”. Pensemos en cómo la

51
Cf. JUAN PABLO II. La teología del cuerpo, Audiencia general, miércoles, 3 de
octubre de 1984.
44
nuclearización de las familias, impuesta por la industrialización y el
urbanismo y realizada además dentro de una sociedad dominada por
el espejismo del consumo, ha utilizado astutamente la seducción
individualista del idilio romántico,

La paternidad responsable se pone en práctica cuando los


esposos se abren a una familia numerosa y cuando por graves motivos
y en respeto de la ley moral, deciden evitar un nuevo nacimiento
durante algún tiempo. Se trata siempre “de conformar su conducta a
la intención creadora de Dios”52.

El cristiano no está limitando los hijos, está ayudando a su


esposa y a sus hijos, abierto a la vida, obedeciendo a Dios que le dice:
En este momento, en este tiempo, te guste o no te guste, por el amor
a tu mujer, a tu marido, a tus hijos, necesitas un espacio de tiempo
entre los hijos. ¿Dónde está el punto? En la sinceridad del
comportamiento. No es cierto que la Iglesia quiere que los esposos
tengan muchos o pocos hijos, sino que tengan todos los que Dios
quiere.

“¿Están dispuestos a recibir responsable y amorosamente los


hijos que Dios quiera daros y a educarlos...?”, pregunta el celebrante
durante el rito del Matrimonio. La respuesta de los esposos

52
Cf. HV, 9.
45
corresponde a la íntima verdad del amor que los une. Con estas
preguntas la Iglesia recuerda a los nuevos esposos que, ellos están
frente a la potencia creadora de Dios. Están llamados a ser padres, o
sea, a cooperar con el Creador al poder dar la vida.

En el origen de toda persona humana existe un acto creador de


Dios; ningún hombre viene a la existencia por casualidad; es siempre
el término del amor creador de Dios. De ahí que la capacidad
procreadora, inscrita en la sexualidad humana, es –en su verdad más
profunda– una cooperación con el poder creador de Dios.

4. Licitud e ilicitud de los medios terapéuticos

La regulación de la natalidad: la continencia periódica.

CCE 2399. “La regulación de la natalidad representa uno


de los aspectos de la paternidad y la maternidad
responsables. La legitimidad de las intenciones de los
esposos no justifica el recurso a medios moralmente
reprobables (p.e., la esterilización directa o la
anticoncepción).”

En la práctica y por lo dicho anteriormente, en el caso de que los


esposos cristianos tengan en la voluntad de Dios la obligación de
regular la natalidad por motivos graves y por tanto nace la necesidad
de utilizar los métodos naturales. Si por el amor es necesario

46
abstenerse durante algún tiempo del acto sexual, debe hacerse de
mutuo acuerdo, y que sea para rezar y nunca por tiempos
excesivamente largos.

“No dispone la mujer de su cuerpo, sino el marido. Igualmente,


el marido no dispone de su cuerpo, sino la mujer. No os neguéis
el uno al otro sino de mutuo acuerdo, por cierto tiempo, para
daros a la oración; luego, volved a estar juntos, para que Satanás
no os tiente por vuestra incontinencia”, 1 Cor 7, 4-5.

La continencia periódica usada con rectitud de intención no


impide el ejercicio de la sexualidad en los tiempos infecundos de la
mujer. Dios ha inscrito en la misma naturaleza tiempos en que no se
sigue necesariamente la fecundación en el acto sexual. En esta ley
natural se basa el distanciamiento de los embarazos conforme a la
responsabilidad de los dos esposos. El método natural –al contrario
que los métodos artificiales– aprovecha las condiciones en las que la
concepción no puede, por naturaleza, tener lugar.

La continencia periódica incluye el firme propósito de aceptar y


amar la vida que, a pesar de las expectativas de los cónyuges, pudiese
venir.

47
“Pues fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados sobre
vuestras fuerzas. Antes bien, con la tentación os dará modo de
poderla resistir con éxito”, 1 Cor 10,13.

La decisión de no usar del matrimonio en los periodos fértiles


solamente puede ser tomada por motivos graves y nacida del amor al
otro. Ciertamente que la continencia periódica exige el diálogo, e
impone de algún modo la comprensión y aceptación de las diversas
particularidades inherentes a la virilidad y feminidad, lo que sería
imposible donde el amor fuera reducido a sus aspectos sexuales o
biológicos.

5. Naturaleza y finalidad del acto conyugal

“Estos actos "honestos y dignos"53, no cesan de ser legítimos si,


por causas independientes de la voluntad de los cónyuges, se prevén
infecundos, porque continúan ordenados a expresar y consolidar su
unión.

Dos aspectos esenciales e inseparablemente unidos, del acto


conyugal son: unitivo y procreador. El acto conyugal, por su íntima
estructura, mientras une profundamente a los esposos, los hace aptos

53
Cfr. Gaudium et Spes, n 49, 2o.
48
para la generación de nuevas vidas, según las leyes inscritas en el ser
mismo del hombre y de la mujer.54

El hombre llega a ser pleno en la entrega sincera de sí mismo a


los demás. La vocación fundamental del hombre es la de amar y
donarse con la totalidad unificada de sí mismo, inseparablemente
espiritual y corpóreo:

“En cuanto espíritu encarnado, es decir, alma que se expresa en


el cuerpo informado por el espíritu inmortal, el hombre está llamado
al amor en esta su totalidad unificada. El amor abarca el cuerpo
humano y el cuerpo se hace partícipe del amor espiritual (FC 11).”

Por tanto, cuando con la fecundación artificial o mediante los


anticonceptivos, el hombre se atribuye un poder que pertenece sólo a
Dios: poder de decidir en última instancia la venida a la existencia de
una persona humana, entonces "no reconoce a Dios como Dios" (Juan
Pablo II, 17-12-83).

6. Significado unitivo y procreador

La sexualidad va más allá del puro dato biológico y físico-


orgánico-genital y se presenta como el punto de relación con el otro

54
HV 12
49
ser humano. Hombre y mujer se encuentra precisamente en la relación
entre personas.

El significado unitivo lleva la fuerza libertadora que salva a los


cónyuges del egoísmo. Por eso, a la sexualidad, expresión plena del
amor conyugal, es esencial la dimensión creadora. La misma unión es
creadora, si es auténtica, de cara a los mismos cónyuges. Saca a los
esposos de sí mismos, de la soledad y el aislamiento; les acerca y
encamina a la reconciliación, hace brotar entre ellos el gozo, como
camino inicial a la plenitud del amor y la alegría, para la llamada a la
existencia de una nueva vida humana. Es un acto, por tanto, en el que
están intrínsecamente unidas dos dimensiones: el amor y la
procreación. Uno y otro se reclaman e implican mutuamente hasta el
punto que, si cualquiera de ellos falta, ni el ejercicio de la sexualidad
es humano, ni la unión sexual es verdaderamente conyugal.

Procrear no es producir; por eso, hablando con precisión, el


hombre no se reproduce, sino que procrea. En el acto conyugal es la
persona misma la que se entrega en el amor.

Ahora bien, hemos visto cómo el amor implica un yo y un tú,


que al unirse dan la vida a un nosotros. Por esa razón, el amor tiene
como elemento constitutivo la fecundidad.

50
TEMA V
CASARSE EN EL SEÑOR

Luego de recorrido un buen trecho en el camino de preparación para


recibir el sacramento del matrimonio podemos detenernos un
momento y preguntarnos: ¿Cuál es el elemento indispensable del
matrimonio?, ¿Qué es lo fundamental? Y lo más importante ¿Soy
consciente de lo que implica? ¿Podré lograrlo solo?

La Iglesia considera el intercambio de los consentimientos entre


los esposos como el elemento indispensable "que hace el
matrimonio". Si el consentimiento falta, no hay matrimonio. El
consentimiento matrimonial es, pues, el acto por el que los esposos se
dan y se reciben mutuamente, en él se busca manifestar la decisión de
comprometer toda su vida en un amor indisoluble y en una fidelidad
incondicional.

Para poder comprender con mayor hondura qué significa esta


entrega, me gustaría que retrocedamos al momento de la creación. Si
recurrimos a la Sagrada Escritura, encontramos en el primer capítulo
del libro del Génesis una expresión llena de significado: “Hagamos al
hombre a nuestra imagen y semejanza” (Gn 1, 26). ¿A qué se refiere
esta “imagen y semejanza”? Juan Pablo II señala en Familiaris
Consortio:

51
“Dios es amor (1 Jn 4,8) y vive en sí mismo un misterio de
comunión personal de amor. Creándola a su imagen y
conservándola continuamente en el ser, Dios inscribe en la
humanidad del hombre y de la mujer la vocación y
consiguientemente la capacidad y la responsabilidad del amor y
de la comunión. El amor es por tanto la vocación fundamental e
innata de todo ser humano”55.

La vocación al amor y a la comunión del hombre es pues reflejo


de ese misterio de comunión de amor que se da en la Santísima
Trinidad. Por ello el hombre está llamado a realizarse plenamente en
el ejercicio del amor, pues podemos decir que “es semejante a Dios
en la medida en ama”56, entendiendo por “amor” ese “salir del yo
cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de sí”57.

Bajo la perspectiva de una respuesta a nuestra llamada


fundamental al amor, vamos a explicar con mayor detenimiento dos
puntos esenciales de cómo se plasma esta entrega para justamente
poder ser más conscientes de lo que implica: el consentimiento
matrimonial y la unidad e indisolubilidad del matrimonio. Luego

55
JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica Familiaris Consortio sobre la Misión de
la Familia Cristiana en el Mundo Actual, 11.
56
BENEDICTO XVI, Discurso en la Apertura de la Asamblea Eclesial de diócesis
de Roma, 06 de junio de 2005, en: PABLO BLANCO (ed.), Benedicto XVI habla
sobre La Familia, PALABRA, Madrid 2013, 53.
57
BENEDICTO XVI, Carta Encíclica Deus Caritas Est sobre el Amor Cristiano, 6.
52
profundizaremos en dos criterios importantes que pueden darnos aún
más luces para estar seguros de que en esta aventura no estamos solos,
tenemos la gracia de Dios: los ministros del matrimonio y los efectos
de éste.

1. El consentimiento Matrimonial y la unidad e


indisolubilidad del matrimonio

En primer lugar, el consentimiento matrimonial es, a la vez, una


exigencia y una garantía de la entrega, del amor esponsal y el bien
común de los esposos. Retomando el pasaje de Génesis 2, 24,
podemos notar que este “dejar” a padre y madre para “unirse” a su
mujer y “hacer una sola carne” implica una elección voluntaria y libre.
En este punto, es necesario recalcar que una elección de este tipo sólo
puede llevarse a cabo por parte de personas que han alcanzado un
grado de madurez personal suficiente y que han comprendido lo que
este compromiso significa (por medio de una preparación pertinente).
Ahora bien, en palabras del Santo Padre, con motivo del Año de la
Familia: “Las palabras del consentimiento matrimonial definen lo que
constituye el bien común de la pareja y de la familia. Ante todo, el
bien común de los esposos, que es el amor, la fidelidad, la honra, la
duración de su unión hasta la muerte: ‘todos los días de mi vida’ (…).
Las palabras del consentimiento expresan, pues, lo que constituye el
bien común de los esposos e indican lo que debe ser el bien común de

53
la futura familia.”58. En este sentido, los novios, al darse el
consentimiento matrimonial hacen posible la donación total del uno
al otro y es precisamente en esta entrega de uno mismo que se
encuentra plenamente a sí mismo (cf. GS 24). Además, “el único
‘lugar’ que hace posible esta donación total es el matrimonio, es decir,
el pacto de amor conyugal o elección consciente y libre, con la que el
hombre y la mujer aceptan la comunidad íntima de vida y amor,
querida por Dios mismo, que sólo bajo esta luz manifiesta su
verdadero significado.”59. Asimismo, es importante que recordemos
que este consentimiento tiene algunas características fundamentales:
ser verdadero, libre y deliberado, de presente (no basta un
consentimiento de futuro), mutuo y simultáneo, y con una
manifestación externa y legítima60. Ahora bien, sería una negligencia
no tomar en cuenta el papel importantísimo del Espíritu Santo, quien
por la gracia que infunde en nuestros corazones nos capacita para
amar verdaderamente. Dirá San Juan Pablo II en su Carta a las
Familias: “Sin esta ‘efusión’ sería verdaderamente difícil comprender
todo esto y cumplirlo como vocación del hombre”61.

Por otro lado, la unidad e indisolubilidad del matrimonio están


también reflejados en el “harán una sola carne” (Gn 2, 24) juntamente

58
JUAN PABLO II, Carta Gratisimam Sane a las Familias, 11-12.
59
JUAN PABLO II, FC 9.
60
cf. CELESTINO REYES, Sacramento del Matrimonio, p. 29.
61
JUAN PABLO II, Carta Gratisimam Sane a las Familias, 16.
54
con “lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre” (Mt 19, 6).
Estos dos pasajes engloban una realidad más elevada y nos remiten a
la comunión de Dios con el hombre, más concretamente en la Alianza
de Dios con su Pueblo. Para entenderlo mejor, tomemos especial
atención a la Historia del Pueblo de Israel. En ella, Dios sale a su
encuentro, hace con él una alianza, se mantiene fiel a pesar de las
infidelidades de los israelitas y, finalmente, en la plenitud de los
tiempos, cumple definitivamente esta comunión de amor con los
hombres en Jesucristo, quien nos ama “hasta el extremo” y se entrega
por completo en la cruz manifestando así el amor esponsal que tiene
por su Iglesia y uniéndola a sí como su cuerpo62. Esta realidad la
expresa Benedicto XVI en su carta encíclica Deus Caritas Est: “A la
imagen del Dios monoteísta corresponde el matrimonio monógamo.
El matrimonio basado en un amor exclusivo y definitivo se convierte
en el icono de la relación de Dios con su pueblo y, viceversa, el modo
de amar de Dios se convierte en la medida del amor humano.”63

San Pablo en su carta a los Efesios exhorta a vivir en el


matrimonio una realidad más profunda: “Así deben amar los maridos
a sus mujeres como a sus propios cuerpos. El que ama a su mujer se
ama a sí mismo. Porque nadie aborreció jamás su propia carne; antes
bien la alimenta y la cuida con cariño, lo mismo que Cristo a la Iglesia,

62
cf. JUAN PABLO II, FC 9.
63
BENEDICTO XVI, Carta Encíclica Deus Caritas Est sobre el Amor Cristiano, 11.
55
pues somos miembros de su Cuerpo” (Ef 5, 21). Pero esta unidad es
completa, si bien está implicada la complementariedad física de
hombre y mujer, nos llama a ser totalmente uno: “el amor conyugal
comporta una totalidad en la que entran todos los elementos de la
persona – reclamo del cuerpo y de instinto, fuerza del sentimiento y
de la afectividad, aspiración del espíritu y de la voluntad –; mira a una
unidad profundamente personal que, más allá de la unión en una sola
carne, conduce a no hacer más que un solo corazón y una sola alma”64
Es precisamente esta la razón por la cual este vínculo ha de ser
exclusivo e indisoluble, ya que no podemos entregarnos de manera
total si no es a una sola persona y de manera permanente. Ponernos
en el supuesto de una “entrega total” sólo por un tiempo sería una
contradicción. Al mismo tiempo, el vínculo matrimonial es signo del
amor de Cristo por su Iglesia, este amor es fiel e indisoluble. Por otra
parte, esta indisolubilidad implica, por un lado, la obediencia al
mandato divino “lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”
(Mt 19, 6) y, al mismo tiempo, la garantía no sólo para el bien común
(como vimos en el punto anterior) sino para el bien de los hijos y la
futura familia. No obstante, es importante resaltar que, así como en el
punto anterior no se puede prescindir de la asistencia del Espíritu
Santo, aquí también podemos observar su acción unificadora: “El don
del Espíritu Santo es mandamiento de vida para los esposos cristianos

64
JUAN PABLO II, FC 11.
56
y al mismo tiempo impulso estimulante, a fin de que cada día
progresen hacia una unión cada vez más rica entre ellos, a todos los
niveles – del cuerpo, del carácter, del corazón, de la inteligencia y
voluntad del alma”65.

2. Ministros y efectos del sacramento

Contrariamente a los que sucede en los otros seis sacramentos


(de manera ordinaria), los ministros del matrimonio no son ministros
ordenados (ya sea obispo, presbítero o diácono), es decir, aquellos que
han recibido el sacramento del orden.

Los Ministros son los mismos esposos, quienes “manifestando


su consentimiento ante la Iglesia, se confieren mutuamente el
sacramento del matrimonio” (CEC 1623). El sacerdote (o el diácono)
que asiste a la celebración del matrimonio, recibe el consentimiento
de los esposos en nombre de la Iglesia y da la bendición de la Iglesia.
La presencia del ministro de la Iglesia (y también de los testigos)
expresa visiblemente que el Matrimonio es una realidad eclesial. Es
interesante que justamente en la Eucaristía, Jesucristo se da por su
Iglesia, como los esposos se dan mutuamente, mediante su
consentimiento, siendo así reflejo de este amor y alianza de Dios con
su Pueblo.

65
JUAN PABLO II, FC 15.
57
Los efectos propios del sacramento del matrimonio los describe
el Catecismo en los numerales 1638 al 1642. Estos son, el vínculo
matrimonial y la gracia del sacramento del Matrimonio. El primero
consiste en que del consentimiento dado por los esposos “nace, aún
ante la sociedad, una institución confirmada por la ley divina” (GS
48, 1), este vínculo, como dijimos antes, es indisoluble y es “asumido
en el amor divino (Ibid. 48, 2). El segundo efecto, la gracia del
sacramento, implica que “en su modo y estado de vida, (los cónyuges
cristianos) tienen su carisma propio en el Pueblo de Dios” (LG11). Es
decir, es la gracia de estado por medio de la cual perfeccionan y
fortalecen su unión en el amor. Los esposos están llamados a
santificarse juntos, es por ello que “el don de Jesucristo no se agota
en la celebración del sacramento del matrimonio, sino que acompaña
a los cónyuges a lo largo de toda su existencia”66.

Finalmente, tras haber profundizado en la realidad del


sacramento del matrimonio en estos cuatro aspectos, es importante
que no perdamos de vista la altísima dignidad a la que ha sido elevado
este sacramento por Cristo, pues como comenta Benedicto XVI en el
discurso a la Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio para la
Familia: “(este sacramento) confiere mayor esplendor y profundidad
al vínculo conyugal, y compromete más intensamente a los esposos

66
JUAN PABLO II, FC 45.
58
que, bendecidos por el Señor de la Alianza, se prometen fidelidad
hasta la muerte en el amor abierto a la vida. Para ellos, el centro y el
corazón de la familia es el Señor, que les acompaña en su unión y les
apoya en su misión de educar a los hijos hacia la edad madura.”67

De allí que podamos afirmar que no están solos en la hermosa


aventura de la entrega en el matrimonio, en el cumplimiento de ese
llamado que Dios mismo les ha hecho de amar y dejarse amar, pues
se casan en el Señor! Junto a ustedes está Jesucristo, la Iglesia, su
esposa, y María, como lo estuvo en las bodas de Caná.

67
BENEDICTO XVI, Discurso a la Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio para
la Familia, 13 de mayo de 2006, en: JOSÉ GASCO CASESNOVES (ed.), El Papa
con las familias, BAC, Madrid 2006, 42.
59
60
TEMA VI
LA FIDELIDAD CONYUGAL

1. Sacralidad de los tres altares

Cuando escuchamos hablar de altar lo primero que viene a


nuestra mente es la mesa que se encuentra en el centro de una Iglesia.
En efecto el altar, en torno al cual la Iglesia se reúne en la celebración
de la Eucaristía, representa los dos aspectos de un mismo misterio: el
altar del sacrificio y la mesa del Señor, y esto, tanto más cuanto que
el altar cristiano es el símbolo de Cristo mismo.68 El altar es la fuente
de donde brota el favor divino, y no sólo hace referencia al sacrificio,
sino que, mediante el sacrificio, se obtiene una gracia. Por eso no
podemos dejar de pensar al escuchar la palabra altar, en la Cruz de
Jesucristo, donde se ha ofrecido al Padre para nuestra salvación.
Naturalmente no es lo primero que pensamos cuando hablamos de
altar. Con respecto al matrimonio y la familia, la Iglesia favorece el
reconocimiento de la sacralidad de los “tres altares” que presentamos
a continuación.

El altar de la Eucaristía es el primer altar en torno al cual la


familia cristiana está llamada a congregarse, y de manera especial el
domingo, día en que Cristo ha vencido a la muerte. Es importante que

68
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica n.1383.
61
la familia participe unida de la Eucaristía, porque es la fuente misma
del matrimonio cristiano. En efecto, el sacrificio eucarístico
representa la alianza de amor de Cristo con la Iglesia, en cuanto
sellada con la sangre de la cruz. Y en este sacrificio de la Nueva
Alianza los cónyuges cristianos encuentran la raíz de la que brota su
alianza conyugal. La Eucaristía es manantial de caridad. Y en el don
eucarístico de la caridad la familia cristiana halla el fundamento de su
«comunión», ya que la Eucaristía hace de los diversos miembros de
la comunidad familiar un único cuerpo.69

El segundo altar es la mesa familiar, donde la familia come y


bendice a Dios por los alimentos recibidos: el alimento continúa
siendo don de nuestro Padre; es bueno pedírselo, dándole gracias por
él. Este es el sentido de la bendición de la mesa en una familia
cristiana.70 La familia reza en este altar, que prepara y prolonga en
casa lo que celebra en la iglesia; además la familia cristiana debe
recurrir a la oración privada, animada por el Espíritu; esta puede
adaptarse a las diversas exigencias y situaciones de vida. Juan Pablo
II advertía que además de las oraciones de la mañana y de la noche,
hay que recomendar la lectura y meditación de la Palabra de Dios, la
preparación a los sacramentos, la devoción y consagración al Corazón

69
Cf. JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica Familiaris Consortio, sobre la misión
de la familia en el mundo actual, 57.
70
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica n.2834.
62
de Jesús, las varias formas de culto a la Virgen Santísima, la bendición
de la mesa y las expresiones de la religiosidad popular. 71 Conviene
finalmente que la familia, que es como un santuario doméstico dentro
de la Iglesia, no sólo ore en común, sino que además lo haga recitando
algunas partes de la Liturgia de las Horas, cuando resulte oportuno,
con lo que se sentirá más insertada en la Iglesia.72

El tercer altar del entorno familiar es el tálamo nupcial, en el


que los esposos se donan mutuamente. El tálamo nupcial es santo
porque en él los esposos participan del poder creador que Dios ha
dado al hombre y a la mujer; el acto conyugal no es sólo una función
biológica natural, sino que es un acto de amor fecundo cuyo fruto es
la concepción de un nuevo ser, único e irrepetible. 73 Salvaguardando
ambos aspectos esenciales, unitivo y procreador, el acto conyugal
conserva íntegro el sentido de amor mutuo y verdadero y su
ordenación a la altísima vocación del hombre a la paternidad. 74 Pero
la santidad del tálamo no lo recibe sólo del aspecto procreativo del
acto conyugal, también el aspecto unitivo manifiesta el “sacrificio” de

71
Cf. JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica Familiaris Consortio, sobre la misión
de la familia en el mundo actual, 61.
72
Cf. Ordenación General a la Liturgia de las Horas, n.27.
73
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica nn.2366 – 2368.
74
Cf. PABLO VI, Carta Encíclica Humanae Vitae sobre la regulación de la natalidad,
12.
63
los esposos de donarse el uno al otro, al punto de hacerse una sola
carne, signo del amor de Cristo por su Iglesia, que dio la vida por ella.

2. Los pecados que atentan contra el matrimonio

Son muchos los pecados contra el Matrimonio, que se pueden


deducir a partir de la Sagrada Escritura y la enseñanza viva de la
Iglesia. Aquí solo mencionaremos algunos.

2.1. Adulterio

Jesús vino a restaurar la creación en la pureza de sus orígenes.


En el Sermón de la Montaña nos dice: «Habéis oído que se dijo: “no
cometerás adulterio”. Pues yo os digo: “Todo el que mira a una mujer
deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón”» (Mt 5, 27-
28). El hombre no debe separar lo que Dios ha unido (cf. Mt 19, 6).75

El adulterio designa la infidelidad conyugal. Cuando un hombre


y una mujer, de los cuales al menos uno está casado, establecen una
relación sexual, aunque ocasional, cometen un adulterio. Cristo
condena incluso el deseo del adulterio (cf. Mt 5, 27-28). Todos los
actos de una persona casada que atetan contra el sexto y noveno
mandamiento pueden ser considerados como un pecado de adulterio,
como la masturbación, la pornografía, los pensamientos eróticos, etc.

75
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica n.2336.
64
El adulterio es una injusticia porque el que lo comete falta a sus
compromisos, lesiona el signo de la Alianza que es el vínculo
matrimonial y atenta contra la institución del matrimonio.
Compromete el bien de la generación humana y de los hijos, que
necesitan la unión estable de los padres.76

2.2. Divorcio

El divorcio es una ofensa grave a la ley natural y al matrimonio


cristiano, porque rompe el compromiso aceptado libremente por los
esposos de vivir juntos hasta la muerte; atenta contra la Alianza divina
de la cual el matrimonio sacramental es un signo. El hecho de contraer
una nueva unión, aunque sea reconocida por la ley civil, aumenta la
gravedad de la ruptura: el cónyuge casado de nuevo se halla en
situación de adulterio público y permanente. El divorcio adquiere
también su carácter inmoral a causa del desorden que introduce en la
célula familiar y en la sociedad. Este desorden entraña daños graves:
para el cónyuge, que se ve abandonado; para los hijos, traumatizados
por la separación de los padres, y a menudo viviendo en tensión a
causa de sus padres; por su efecto contagioso, que hace de él una
verdadera plaga social.77

76
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica nn.2380-2381.
77
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica nn.2384-2385.
65
2.3. Poligamia

La poligamia es un tipo de unión que permite a una persona estar


casada con varios individuos a la vez. Permitida, muchas veces
legalmente, sobre todo en el mundo del Islam. Niega directamente el
designio de Dios, tal como es revelado desde los orígenes, porque es
contraria a la igual dignidad personal del hombre y de la mujer, que
en el matrimonio se dan con un amor total y por lo mismo único y
exclusivo.78

2.4. Incesto

Es la relación carnal entre parientes dentro de los grados en que


está prohibido el matrimonio (cf. Lv 18, 7-20). San Pablo condena
esta falta particularmente grave: “Se oye hablar de que hay
inmoralidad entre vosotros [...] hasta el punto de que uno de vosotros
vive con la mujer de su padre. [...] En nombre del Señor Jesús [...] sea
entregado ese individuo a Satanás para destrucción de la carne...” (1
Co 5, 1.4-5). El incesto corrompe las relaciones familiares y
representa una regresión a la animalidad. Se puede equiparar a los
abusos sexuales perpetrados por adultos en niños o adolescentes
confiados a su guarda. Adquiere una mayor gravedad por atentar

78
Cf. JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica Familiaris Consortio, sobre la misión
de la familia en el mundo actual, 19; CONCILIO VATICANO II, Constitución Pastoral
Gaudium et Spes sobre la Iglesia en el mundo actual 47, 2.
66
escandalosamente contra la integridad física y moral de los jóvenes,
y por ser una violación de la responsabilidad educativa.79

3. Sinceridad y confianza

La confianza hace posible una relación de libertad. El amor


confía, deja en libertad, renuncia a controlarlo todo, a poseer, a
dominar. Esa libertad, que hace posible espacios de autonomía,
apertura al mundo y nuevas experiencias, permite que la relación se
enriquezca y no se convierta en un círculo cerrado sin horizontes.

Al mismo tiempo, hace posible la sinceridad y la transparencia,


porque cuando uno sabe que los demás confían en él y valoran la
bondad básica de su ser, entonces sí se muestra tal cual es, sin
ocultamientos. Alguien que sabe que siempre sospechan de él, que lo
juzgan sin compasión, que no lo aman de manera incondicional,
preferirá guardar sus secretos, esconder sus caídas y debilidades,
fingir lo que no es. En cambio, una familia donde reina una básica y
cariñosa confianza, y donde siempre se vuelve a confiar a pesar de
todo, permite que brote la verdadera identidad de sus miembros, y
hace que espontáneamente se rechacen el engaño, la falsedad o la
mentira.80

79
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica nn.2388-2389.
80
Amoris Laetitia, 115.
67
4. La participación de la Eucaristía y la Penitencia

4.1. Matrimonio y Eucaristía

El Concilio Vaticano II ha querido poner de relieve la relación


existente entre la Eucaristía y el matrimonio, pidiendo que
habitualmente éste se celebre «dentro de la Misa»81. Volver a
encontrar y profundizar esta relación es necesario, si se quiere
comprender y vivir mejor la gracia y las responsabilidades del
matrimonio y de la familia cristiana. La Eucaristía es la fuente misma
del matrimonio cristiano. En efecto, representa la alianza de amor de
Cristo con la Iglesia. Y en este sacrificio los cónyuges cristianos
encuentran la raíz de la que brota su alianza conyugal. La Eucaristía
es manantial de caridad, y de la caridad la familia cristiana halla el
fundamento y el alma de su «comunión» y de su «misión», ya que la
Eucaristía hace de los miembros de familia un único cuerpo.82

4.2. El sacramento de la conversión y reconciliación

Es esencial para la santificación de la familia cristiana acoger la


llamada a la conversión, dirigida a todos los cristianos que no siempre
permanecen fieles a la vocación a ser «santos». El arrepentimiento y

81
CONCILIO VATICANO II, Constitución Sacrosanctum Concilium sobre la sagrada
Liturgia, 78.
82
Cf. JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica Familiaris Consortio, 57.
68
perdón mutuo dentro de la familia cristiana que tanta parte tienen en
la vida cotidiana, hallan su momento sacramental específico en la
Penitencia. Así escribía Pablo VI: «Y si el pecado les sorprendiese
todavía, no se desanimen, sino que recurran con humilde
perseverancia a la misericordia de Dios, que se concede en el
Sacramento de la Penitencia»83. La celebración de este sacramento
adquiere un significado particular para la vida familiar, en efecto,
mientras mediante la fe descubren cómo el pecado contradice no sólo
la alianza con Dios, sino también la alianza de los cónyuges y la
comunión de la familia, los esposos y los miembros de la familia son
alentados al encuentro con Dios, el cual, infundiendo su amor más
fuerte que el pecado, reconstruye y lleva a la perfección la alianza
conyugal y la comunión familiar.84

83
PABLO VI, Carta Encíclica Humanae Vitae sobre la regulación de la natalidad,
25.
84
Cf. JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica Familiaris Consortio, sobre la misión
de la familia en el mundo actual, 58.
69
70
TEMA VII
EL DIÁLOGO CONYUGAL

1. Los tres elementos de la comunicación

«El diálogo es una forma privilegiada e indispensable de vivir,


expresar y madurar el amor en la vida matrimonial y familiar. Pero
supone un largo y esforzado aprendizaje».85 Por eso es necesario y de
vital importancia desarrollar algunas actitudes que expresen el amor
y hagan posible el diálogo auténtico.

- Escuchar con paciencia y atención, dándose tiempo de


calidad hasta que el otro haya expresado todo lo que necesitaba. En
lugar de comenzar a dar opiniones o consejos, hay que asegurarse de
haber escuchado todo lo que el otro necesita decir: despojarse de toda
prisa, dejar a un lado las propias necesidades y urgencias, hacer
espacio. Muchas veces uno de los cónyuges no necesita una solución
a sus problemas, sino ser escuchado. Tiene que sentir que se ha
percibido su pena, su desilusión, su miedo, su ira, su esperanza, su
sueño. Pero son frecuentes lamentos como estos: «No me escucha.
Cuando parece que lo está haciendo, en realidad está pensando en otra
cosa». «Hablo y siento que está esperando que termine de una vez».

85
PAPA FRANCISCO, Amoris Laetitia 136.
71
- Desarrollar el hábito de dar importancia real al otro. Se
trata de valorar su persona, de reconocer que tiene derecho a existir,
a pensar de manera autónoma y a ser feliz. Nunca hay que restarle
importancia a lo que diga o reclame, aunque sea necesario expresar el
propio punto de vista. Para ello hay que tratar de ponerse en su lugar
e interpretar el fondo de su corazón, detectar lo que le apasiona, y
tomar esa pasión como punto de partida para profundizar en el
diálogo.
- Amplitud mental, para no encerrarse con obsesión en unas
pocas ideas, y flexibilidad para poder modificar o completar las
propias opiniones. La unidad a la que hay que aspirar no es
uniformidad, sino una «unidad en la diversidad». Con el fin de
enriquecer el bien común. Es importante la capacidad de expresar lo
que uno siente sin lastimar; utilizar un lenguaje y un modo de hablar
que pueda ser más fácilmente aceptado o tolerado por el otro, aunque
el contenido sea exigente; plantear los propios reclamos, pero sin
descargar la ira como forma de venganza, y evitar un lenguaje
moralizante que sólo busque agredir, ironizar, culpar o herir.

a. El arte de saber escuchar y fomentar lo positivo

Escuchar no es lo mismo que oír, un claro ejemplo lo tenemos a


lo largo de la jornada diaria, donde se oyen muchas cosas, pero se

72
escucha poco, apenas prestamos atención a lo que dicen los demás, y
de esta manera olvidamos que la atenta y amable escucha es la base
del genuino diálogo. Para lograr el dialogo hay que saber equilibrar
entre el saber escuchar y saber hablar.
El diálogo genera armonía, respeto y sinceridad y de esta
manera posibilita la convivencia pacífica, pero existe un riego con una
actitud nociva, la «incontinencia verbal» de las personas que siempre
hablan y nunca escuchan, una actitud que consiste en no escuchar y
sólo hablar, hablar por vicio, sin atender por dónde va la conversación
e interrumpiendo no pocas veces la palabra del otro.
Saber escuchar, hoy, es más importante que saber hablar. Exige
dominio de uno mismo. Es un arte y un gesto de sabiduría. Escuchar
es una actitud difícil, ya que implica atención al otro, un esfuerzo por
captar su mensaje y al mismo tiempo la comprensión del mismo. Los
que solo hablan sin escuchar obstaculizan el diálogo y se hunden en
un monólogo egoísta y fastidioso que no conduce a nada. Por eso es
necesario que los esposos aprendan a escuchar, escuchar mucho y
hablar lo necesario. Si tu como esposo o esposa escuchas atentamente,
siempre aprenderás y nunca te arrepentirás de ello. Escuchar quiere
decir recibir del otro, después de haberle dado lo mejor de uno mismo:
la atención afectuosa.

73
No hay nada peor en un matrimonio que un cónyuge que no sabe
escuchar, solo habla. Y cuando parece que está escuchando, en
realidad está tomando un respiro para intervenir de nuevo, sin
importarle nada lo que pueda decir su consorte. Saber escuchar
paciente e inteligentemente es un arte e implica un gesto de gran
sabiduría.

Ejercitarse en el gesto sabio y sereno de saber escuchar es de


vital importancia en el matrimonio ya que es un entrenamiento muy
saludable y enriquecedor. Esto significa ejercer la solidaridad en una
sociedad donde hay tantos hombres y mujeres que necesitan
ansiosamente que se les preste atención. Saber escuchar es también
un acto de humildad porque en él se da preferencia al otro y uno queda
en un modesto segundo plano.

Para fomentar lo positivo es importante acrecentar el valor de la


confianza en la vida conyugal. La confianza nace del diálogo, y el
diálogo brota de la confianza. Solo confiamos en la persona que
conocemos, y ese conocimiento se alcanza cuando hablamos con ella
y sabemos cómo piensa. Se habla de los más íntimos sentimientos,
con la persona en quien confiamos. Y de esta manera, gracias al
diálogo se acrecienta la confianza, y la confianza aumenta y hace más
profundo el diálogo.

74
Todo lo anterior nos ayudaría a definir la confianza conyugal
como “la esperanza firme en el cónyuge, que proporciona ánimo,
aliento, vigor
y tranquilidad para que puedan seguir construyendo juntos una
relación matrimonial plena”.

Lo contrario a la confianza es el temor, la duda, el miedo al


comportamiento del otro. Esto trae al corazón de los cónyuges
muchos sentimientos y sensaciones negativas que van destruyendo el
hogar. Es por eso que, la confianza hay que construirla día con día,
con pequeños pero hermosos detalles que sabemos que agradan al
cónyuge y evitando la rutina, que conduce al aburrimiento y al hastío.

c. Comunión de bienes

Por el sacramento del matrimonio, el Espíritu Santo hace que,


así como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella 86,
también los cónyuges cristianos, iguales en dignidad, con la mutua
entrega y el amor indiviso, que mana de la fuente divina de la caridad,
se esfuercen por fortalecer y fomentar su unión matrimonial. De modo
que, asociando a la vez lo divino y lo humano, en la prosperidad y en

86
Cf. Ef 5,25
75
la adversidad, perseveren fieles en cuerpo y alma 87, permaneciendo
ajenos a todo adulterio y divorcio.88 Y de esta manera pueden
experimentar la comunión de bienes, que implica la abundancia y la
precariedad, muestra y signo de esta entrega y comunión se da en la
entrega de las arras en la liturgia del sacramento del matrimonio.

Para que se dé la comunión de bienes, tiene que morir el


egoísmo: «No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todo el
interés de los demás» (Flp 2,4). Ante una afirmación tan clara de las
Escrituras, hay que evitar darle prioridad al amor a sí mismo como si
fuera más noble que el don de sí a los demás.

Pero el mismo santo Tomás de Aquino ha explicado que


«pertenece más a la caridad querer amar que querer ser amado »110
y que, de hecho, «las madres, que son las que más aman, buscan más
amar que ser amadas». Por eso, el amor puede ir más allá de la justicia
y desbordarse gratis, «sin esperar nada a cambio» (Lc 6,35), hasta
llegar al amor más grande, que es «dar la vida» por los demás ( Jn
15,13). ¿Todavía es posible este desprendimiento que permite dar
gratis y dar hasta el fin? Seguramente es posible, porque es lo que
pide el Evangelio: «Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis.89

87
Cf. GS 48 y 50
88
Cf. GS 49
89
Papa Francisco, Amoris Laetitia, 102.
76
d. Tres palabras necesarias: permiso, gracias, perdón

El 13 de mayo de 2015, el Papa Francisco en una serie de


reflexiones acerca de la vida de familia habló acerca de tres palabras
que «abren el camino para vivir bien en la familia», «Permiso, gracias
y perdón». El Señor nos ayude a volverlas a poner en el lugar exacto,
en nuestro corazón, en nuestra casa, y así llevarlas también en nuestra
convivencia civil.
- Permiso: Es la preocupación por pedir gentilmente, eso
que quizá se cree merecer, ya que, aunque el otro es parte inseparable
de la vida, nunca se debe caer en una actitud invasiva, por esto el amor
exige el respeto de la libertad y la capacidad de esperar que el otra
abra la puerta de su corazón. No olvidar el lenguaje educado de
Permiso, ¿puedo hacerlo así? O tantas palabras que renuevan la
confianza y el respeto, esta confianza que no da nada por descontado.
- Gracias: La gratitud es una planta que crece solamente en
la tierra de las almas nobles. Esa nobleza del alma, esa gracia de Dios
en el alma que empuja a decir: Gracias a la gratitud. Es la flor de un
alma noble. Ésta es una algo bonito». Por este motivo se tiene que ser
intransigente sobre la educación de la gratitud en la familia ya que es
ahí donde se ve la dignidad de la persona, éste es el lenguaje de Dios,
el saber dar gracias.

77
- Perdón: Es una palabra muy difícil, pero también muy
necesaria; sobretodo cuando se piensa que el decirla nos hace
vulnerables y débiles; si es que falta, pequeñas grietas se engrandecen
—aún sin quererlo– hasta convertirse en fosas profundas, como el
rencor y los resentimientos, si es que se quiere evitar esta infección,
tenemos que ejercitarnos en la práctica de pedir perdón. Un perdón
que se fundamenta en una actitud positiva, que intenta comprender la
debilidad ajena y trata de buscarle excusas a la otra persona90

En la casa donde no se pide perdón empieza a faltar el aire, las


aguas se estancan. Muchas heridas de los afectos, muchas
laceraciones en las familias comienzan con la pérdida de esta palabra
preciosa: perdón.

En la vida matrimonial se pelea muchas veces, también “vuelan


los platos”, pero doy un consejo: no terminen el día sin hacer las
paces.

90
Cf. Papa Francisco, Amoris Laetitia, 105-108.
78
TEMA VIII
LA FAMILIA, IGLESIA DOMESTICA

Hay un acontecimiento que a todos nos gusta participar. Una fiesta.


Una fiesta nos ayuda a salir de la monotonía, es un momento de
compartir, pues dentro del corazón el hombre tiene esta necesidad, de
compartir el tiempo libre, un partido de futbol, una comida o solo
conversar; en estos momentos aparece una frase, cuando en este
compartir nos hemos sentido acogidos, abierto el corazón decimos
que estamos en “un ambiente familiar”. Porque la familia es
justamente eso: la comunidad donde se comparte lo más íntimo, el
amor y la vida.

La familia cristiana, además de tener lo anterior, es una


comunidad donde se comparte la fe, el amor a Cristo, donde se
experimenta como Dios sostiene a cada miembro en medio de sus
dificultades, la alimenta con su Palabra y Cuerpo; y es en el
sacramento del matrimonio donde reciben la gracia para llevarla
adelante en medio del mundo, siendo un testimonio vivo para todas
las familias.

Jesús, Hijo de Dios, entro en nuestra historia; naciendo en una


familia, el Hijo de Dios se hizo hombre para que seamos hijos de Dios
en el Hijo, y compartiéramos su divinidad. Somos parte de esta gran

79
“familia de Dios”91, que es la Iglesia y la familia es la “iglesia
doméstica”, la iglesia en miniatura, porque existe un profundo vínculo
entre la Iglesia y la familia, de modo que la familia sea, a su manera,
una imagen viva y una representación histórica del misterio mismo
de la Iglesia.92

Ya en los Padres de la Iglesia encontramos algunas referencias


sobre la familia como "iglesia doméstica", o “pequeña iglesia”, lugar
donde se da amor, lugar donde uno está pendiente del otro, lugar
donde se crea un ámbito comunitario para que el hombre pueda
afirmarse como tal.

La “Iglesia doméstica" nace del sacramento del matrimonio,


sacramento en el cual los esposos quedan vinculados uno a otro de la
manera más profundamente indisoluble.93 Así el matrimonio es
reflejo de la comunión entre Dios y los hombres, Jesús en el sacrificio
de la cruz toma por esposa a la Iglesia, esta entrega de los esposos en
el matrimonio, esta donación de sí mismos los introduce en el misterio
de amor, para que puedan vivir en pequeño el mismo misterio del que
vive la Iglesia.

91
Puebla 238
92
Juan Pablo II, Familiaris Consortio 49
93
Juan Pablo II, Familiaris Consortio 13
80
Pero esto no debería quedar allí, como un misterio oculto. Si, es
cierto que al amarnos y vivir juntos compartiendo cada momento de
nuestra vida, entramos en el misterio de amor y la vida de Cristo, se
debería actualizar en nuestras vidas, pues lo que no se expresa no se
vive plenamente. Si no lo hacemos, estamos dejando, egoístamente,
de compartir la dimensión más profunda de nuestra vida matrimonial.
A muchos matrimonios se les hace difícil compartir la vida diaria (el
respeto, la generosidad, la fidelidad), precisamente porque el hombre
por naturaleza es egoísta, y es en ayuda de nuestro egoísmo, donde
Dios por la gracia del matrimonio, capacita a los esposos para llevar
adelante el matrimonio, en sus solas fuerzas es imposible.

 La familia, santuario de vida e imagen de la Trinidad

El hombre, en cuanto imagen de Dios, ha sido creado para amar:


Dios inscribe en el corazón del hombre y de la mujer la vocación al
amor, por ende a la vocación al matrimonio 94, fueron creados el uno
para el otro, no hay en este mundo otra imagen más perfecta, más
completa de lo que es Dios: unidad, comunión y no hay otra realidad
humana que corresponda mejor a ese misterio divino que la familia;
"De manera que ya no son dos sino una sola carne" (Mt 1 9, 6).95
Mediante su mutua donación personal, propia y exclusiva,

94
CEC 1603
95
CEC 1605
81
cooperadores del amor de Dios Creador y en la educación de nuevas
vidas. «Mediante la transmisión de la vida, los esposos realizan la
bendición original del Creador y transmiten la imagen divina de
persona a persona, a lo largo de la historia [...] De ahí deriva la
grandeza y la dignidad, y también la responsabilidad de la
paternidad y maternidad humanas»96. En efecto, para los esposos el
acto conyugal les proporciona la gracia que los une y les ayuda a
superar las dificultades de la vida familiar. «Las familias numerosas
son una auténtica riqueza para la comunidad eclesial, y su testimonio
de vida puede ser de mucha ayuda para otros esposos y para los que
van a contraer matrimonio»97.
La maternidad, ya desde los inicios de la vida cristiana, implica
una apertura especial hacia la nueva persona; en el concebir y dar a
luz el hijo, la mujer «se realiza en plenitud a través del don sincero
de sí» La maternidad está impregnada al ser de la mujer. El creador
concede a los padres el don de un hijo. Por parte de la mujer, este
hecho está unido de modo especial a «un don sincero de sí»98.

El padre y madre, están llamados a asumir el papel que les


corresponde. Actualmente nos encontramos con una dificultad, el
papel de los padres se ha invertido. El padre huye de su

96
Directorio de pastoral familiar de la Iglesia en España (2003) 167
97
Directorio de pastoral familiar de la Iglesia en España (2003) 174
98
Carta a las mujeres 18
82
responsabilidad de formador y educador de sus hijos; la madre se
carga todo el peso; los hijos necesitan del padre y de la madre.

También se da otra situación, los padres se convierten en


simples amigos de los hijos, avalando cada una de sus actitudes; la
educación de los hijos es un deber/derecho sagrado y una tarea
solidaria de los padres, tanto del padre como de la madre: exige el
calor, cercanía, el diálogo, el ejemplo. "la maternidad implica la
paternidad y, recíprocamente la paternidad implica la maternidad99:
este es el fruto de la dualidad dispensada por el Creador al ser humano
desde el principio" La maternidad conlleva una comunión especial
con el misterio de la vida que madura en el seno de la mujer.

El amor que el esposo tiene a la esposa madre y el amor a los


hijos es el camino para la realización de su paternidad. La función
del padre en y por la familia es de una importancia única e
insustituible. El auténtico amor conyugal exige que el hombre tenga
un gran respeto por el amor que tiene por ella, San Ambrosio dirá:
"No eres su amo sino su marido; no te ha sido dada como esclava,
sino como mujer... Devuélvele sus atenciones hacia ti y sé para con
ella agradecido por su amor".

99
Juan Pablo II, Carta a las familias 8
83
La paternidad inicia desde la concepción de la nueva vida en el
seno de la mujer. El padre aprende la paternidad de la maternidad de
la mujer, le acompaña durante todo el tiempo de gestación, la sostiene
emocional y afectivamente, hasta que llegue el momento del parto.
Será la madre la que presenta el padre al niño. Al ir madurando el niño
va identificando la figura del padre, el padre tiene la misión de romper
progresivamente el cordón umbilical del hijo con la madre, de hacerle
pasar de una situación infantil a la edad adulta.

El deber-derecho del cuidado, educación y transmisión de


la fe a los hijos

Entre las conversaciones de algunas madres y padres de familia


se escucha algunas quejas: “he puesto a mi hijo en la mejor escuela y
no pasa nada” ¿Y qué querían que pasara? La educación de los hijos
no es delegable, es imposible encontrar una escuela que sea capaz de
suplir la educación de los hijos en el seno de la familia.

La educación de los hijos es un derecho-deber... esencial...


original y primero.., insustituible e inalienable" de los padres100. La
responsabilidad de educar a los hijos en el desarrollo de su vida recae
definitivamente en los padres. Lo anterior no significa que eduquen
solos. La familia es la primera comunidad educativa pero no la única,

100
Juan Pablo II, Familiaris Consortio 36
84
necesita también la colaboración de las demás fuerzas educativas101,
tanto de la Iglesia (parroquias, escuelas y colegios, comunidades y
movimientos juveniles) como del Estado (instituciones fiscales de
enseñanza).

La educación de los hijos es una misión, la misión de educarlos


en la fe; la palabra educación significa sacar fuera, entonces la
educación cristiana es sacar al descubierto lo que Dios ha inscrito en
el corazón de cada hijo, y ayudarlo a descubrir su designio, la
vocación a la que Dios lo ha llamado desde antes que naciera, han de
educar a sus hijos a entrar en la obediencia a la voluntad del Padre de
los cielos102, “Puesto que los padres han dado la vida a los hijos,
tienen la gravísima obligación de educar a la prole, y por tanto hay
que reconocerlos como los primeros y principales educadores de sus
hijos. Este deber de la educación familiar es de tanta trascendencia
que, cuando falta, difícilmente puede suplirse”103

El amor de los padres se transforma de fuente en alma, y por


consiguiente, en norma, que inspira y guía toda la acción educativa
concreta, enriqueciéndola con los valores de dulzura, constancia,

101
Juan Pablo II, Familiaris Consortio 40
102
CEC 2222
103
Gaudium et Spes 3
85
bondad, servicio, desinterés, espíritu de sacrificio, que son el fruto
más precioso del amor.104

Es fundamental desde pequeños la corrección. Es la expresión


de un amor sincero y verdadero, que quiere el bien del hijo y de la
hija, y por eso los sabe educar para que crezcan de forma cada vez
más madura como hijos de Dios y como ciudadanos adultos. Hijo mío,
no menosprecies la corrección del Señor; ni te desanimes al ser
reprendido por Él. Pues a quien ama el Señor le corrige; y azota a
todos los hijos que acoge. (Hb. 12, 5b-6)

La educación de los hijos constituye un verdadero "ministerio"


eclesial, es decir, un cargo oficial que Dios mismo les ha dado a través
del sacramento del matrimonio.

La familia, casa de comunión y escuela de oración

«La familia ha recibido de Dios la misión de ser la célula


primera y vital de la sociedad. – Cumplirá esta misión si, por la mutua
piedad de sus miembros y la oración en común dirigida a Dios, se
ofrece como santuario doméstico de la Iglesia; si la familia entera se
incorpora al culto litúrgico de la Iglesia...»105

104
Juan Pablo II, Familiaris Consortio 36
105
Apostolicam actuositatem 11
86
La familia es la escuela de oración, porque será dentro de la vida
familiar donde los hijos aprenderán a relacionarse con Dios, viendo
como sus padres se relacionan con Dios, viendo como Dios sostiene
el matrimonio de sus padres, «Madres, ¿enseñáis a vuestros niños las
oraciones del cristiano?106 Cuando una familia está pasando por un
momento de crisis, aparece esta frase típica: “Hace tiempo que se
acabó el diálogo entre nosotros”, es imposible que la familia subsista
sin dialogo, sin diálogo, no puede haber comunión de vida y amor
entre los hombres. Y tampoco entre los hombres y Dios. Por eso la
familia cristiana no tiene que descuidar este dialogo co Dios, este
dialogo se llama oración. Al perder este dialogo con Dios, que es
quien sostiene el matrimonio, nos da la alegría, Dios se nos va
volviendo lejano, y deja de ser una fuente de vida, de motivaciones y
de fuerzas para nosotros. La oración supone tanto escucharlo como
responderle. Escucharlo es lo primero y más difícil, es un milagro
tener el oído abierto, nuestro interior está lleno de ruidos. Por eso, si
no sabemos hacer silencio en nuestro interior, no le escuchamos.
Como iglesia doméstica, la familia es una comunidad, llamada a ser
una comunidad de oración.

106
Juan Pablo II, Familiaris Consortio 60
87
La “oración familiar” sólo será posible en los hogares donde los
padres hayan asumido con seriedad el deber de transmitir la fe a sus
hijos, y la oracion nos introduce en el seno de la trinidad a toda la
familia; para los hijos, la experiencia de haber aprendido a orar junto
a ellos, cala profundamente en el corazón, dejando huellas; Juan Pablo
II propone a las familias la lectura en común de la Palabra de Dios, el
rezo del rosario y, como un medio privilegiado para alimentar la
comunión de amor de la familia y para desarrollar la espiritualidad
conyugal y familiar107, la devoción a la Virgen María.

 Signo y testimonio del amor de Cristo ante la Iglesia y la


sociedad

El sacramento del matrimonio, confiere a las familias una


misión, la de evangelizar con su testimonio de vida, primero a los
hijos108, para que también ellos tomen conciencia de su vocación
apostólica, este apostolado en conjunto, lo lleva adelante la familia,
mediante el testimonio del propio amor conyugal y familiar, así se
convierten en reflejo del amor de Cristo, y la belleza del matrimonio
cristiano, y viéndolos otras familias despierten en ellas el deseo de

107
Juan Pablo II, Familiaris Consortio 61
108
Juan Pablo II, Familiaris Consortio 53
88
vivir igual, que no es una utopía, que se puede realizar también en su
matrimonio.

También se puede concretizar todo en obras apostólicas


concretas: ofrecer tu apoyo en la comunidad parroquial,
solidarizándote con otras familias que están pasando necesidades o
saliendo de tu propia patria para ser enviado a tierras de misión.

“Ojalá que, conscientes de la gracia recibida, los esposos


cristianos construyan una familia abierta a la vida y capaz de afrontar
unida los numerosos y complejos desafíos de nuestro tiempo. Hoy su
testimonio es especialmente necesario. Hacen falta familias que no se
dejen arrastrar por modernas corrientes culturales inspiradas en el
hedonismo y en el relativismo, y que más bien estén dispuestas a
cumplir con generosa entrega su misión en la Iglesia y en la
sociedad109.”

“Hace falta una fe profunda para caminar en el mundo de hoy


como familia, es necesaria una fe valiente para actuar en el mundo de
hoy este diseño propio de Dios sobre la familia, este diseño de amor
de la vida que es propio de cada familia, que es su vocación110.”

109
Benedicto XVI, Ángelus, 8 octubre de 2006
110
Papa Juan Pablo II, Castel Gandolfo 28 diciembre 1986
89
90
TEMA IX
LA SANTIFICACIÓN DEL MATRIMONIO

En esta sociedad en donde el hombre busca el sentido a su vida, la


familia cristiana aparece como luz del mundo (Cf. Mt 5, 14),
consciente de su misión de llevar a los hombres al encuentro con
Jesucristo a través del testimonio de una vida santa. A través del
sacramento del Matrimonio, la familia es constituida como «Iglesia
doméstica», título dado por los padres de la Iglesia a la familia, y a
este sacramento se agrega la misión de poder responder a las
preguntas angustiosas que surgen en el hombre sobre la evolución del
presente mundo, sobre el puesto y la misión del hombre en el
universo, sobre el sentido de sus esfuerzos individuales y colectivos
(Cf. GS 3). Hoy la Iglesia necesita de familias santas, que den
testimonio de que Jesucristo ha resucitado, y es tarea de la Iglesia de
que los talentos dados a las familias, sean puestos a la luz para que
alumbre a todos los de la casa y no debajo del celemín (Cf. Mt 5, 15).
La santidad de la familia es voluntad de Dios y esta santidad se
manifiesta en actos concretos como es la práctica constante de las
virtudes cristianas y también virtudes humanas que santifican el día a
día.

Todos los sacramentos están ordenados a la santificación de los


hombres, a la edificación del Cuerpo de Cristo y, en definitiva, a dar

91
culto a Dios (Cf. SC 59). El Matrimonio cristiano no es una
excepción. La voluntad de Dios es que todo Matrimonio sea santo y,
en su misión como padres de familia, lleven a sus hijos a la santidad.
Y, ¿de dónde viene la fuente y medio original de santificación propia
de los cónyuges? Del mismo Sacramento del Matrimonio. El
sacramento del Matrimonio presupone y especifica la gracia
santificadora.111 En el vínculo matrimonial, los cónyuges reciben la
gracia sacramental para cumplir la voluntad de Dios, haciendo de
ellos una sola carne (Cf. Mt 19, 5; Gn 2, 24). Frente a la crisis familiar
por la que la sociedad esta pasando hoy en día, la Iglesia renueva el
llamado a llevar el Evangelio de Jesucristo, de poder responder, a la
luz del Espíritu Santo, a los acontecimientos de la historia
defendiendo la verdad y la dignidad de la persona humana.112

El papa San Pablo VI en el año 1975, mostraba que la familia


está llamada a llevar al mundo la «civilización del amor». Esta
civilización del amor está en relación con el amor que «ha sido
derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha
sido dado» (Cf. Rm 5, 5). El Espíritu Santo testifica en nuestros
corazones que el primer camino de santidad de la Iglesia es la familia,
y la Iglesia caminando por el mundo, llama a las demás instituciones

111
Cf. JUAN PABLO II, Familiaris Consortio, n. 56.
112
Cf. JUAN PABLO II, Familiaris Consortio, n. 4.
92
sociales, nacionales e internacionales,113 a caminar juntos al
encuentro con Jesucristo, a llegar a los ambientes donde los clérigos
no pueden llegar y ser así sal, luz y fermento en el ambiente donde
viven (Cf. Mt 5, 13-14), santificando el orden temporal.

La práctica de la virtud en la familia cristiana es una


manifestación de caridad hacia el otro. La virtud es una disposición
habitual de hacer el bien y permite a la persona no sólo realizar actos
buenos, sino dar lo mejor de sí misma (Cf. CEC 1803). Dentro de las
virtudes humanas están las virtudes cardinales que desempeñan un
papel importante en el llamado a la santidad de la familia. La
prudencia es la virtud que dispone a la razón para discernir el
verdadero bien y para elegir los medios para realizarlo (Cf. CEC
1806). Esta virtud se realiza fundamentalmente en la tarea educativa
que tiene los padres sobre los hijos, buscando el crecimiento y el
desarrollo de ellos. Parte de la santificación de la familia es conocer
el comportamiento humano en las diferentes fases de la vida. Por
ejemplo, en el transcurso de la educación de los hijos, llega una fase
llamada autoeducación en donde el adolescente empieza a «educarse
él solo» a través de nuevos ambientes, maestros y compañeros de
escuela que ejercen influencia hacia ellos. A pesar de todo, siempre
estará ligado a las raíces existenciales de su vida en familia. 114 La

113
Cf. JUAN PABLO II, Carta a las familias, n. 13.
114
Cf. JUAN PABLO II, Carta a las familias, n. 16.
93
justicia se da en la familia a través del respeto de cada miembro de la
familia, estableciendo relaciones humanas en armonía con una
rectitud de pensamiento en favor del más débil de la familia como son
los abuelos o algún familiar con discapacidad física (Cf. CEC 1807).
La fortaleza es la virtud moral que asegura en las dificultades la
firmeza y la constancia en la búsqueda del bien (Cf. CEC 1808). Las
dificultades se irán presentando a lo largo de la comunión como
esposos y también en el crecimiento de los hijos. La templanza es la
virtud moral que modera la atracción de los placeres y procura el
equilibrio en el uso de los bienes creados (Cf. CEC 1809). Dentro de
esta virtud, se hace presente el combate de los cónyuges frente a la
castidad y por parte del esposo, evitar todo tipo de interés egoísta en
contra de la mujer.115

Las virtudes teologales disponen a los cristianos a vivir en


relación con la Santísima Trinidad y tienen como origen, motivo y
objeto a Dios Uno y Trino (Cf. CEC1812). Por la fe creemos en Dios
y en todo lo que Él nos ha dicho y revelado, y que la Santa Iglesia nos
propone (Cf. CEC 1814). El sacramento de nuestra fe es la Eucaristía
en donde se ha quedado Cristo como alimento y bebida, como fuente
y poder salvífico para nosotros. Jesucristo instituye la Eucaristía en
un contexto familiar durante la Última Cena (Cf. Ef 5, 25; Jn 19,

115
Cf. JUAN PABLO II, Familiaris Consortio, n. 24.
94
34).116 La Eucaristía es el sacramento de la familia, donde la familia
reza junto a la comunidad cristiana y donde nos hacemos uno con
Cristo, donde se nos hace presente de que Cristo murió por nosotros
y resucito por nuestra salvación. El sacrificio eucarístico representa la
alianza de amor de Cristo con la Iglesia, sellada por la sangre su
cruz.117 Por eso, debido a que la Eucaristía crea comunión, la familia
va junta a la Eucaristía, no van separados ni se deja al alguien atrás.
Es en la celebración de la Eucaristía donde la familia se santifica. Por
la esperanza aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como
felicidad nuestra (Cf. CEC 1817), recordando con amor a nuestros
familiares difuntos y rezando por ellos. Por último, la caridad, virtud
por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo
como a nosotros mismos por amor a Dios (Cf. CEC 1822). A través
de la caridad, la familia cristiana vive la acogida, el respeto, el servicio
a cada hombre, considerando su dignidad de hijo de Dios. Pero, esta
caridad va más allá de nuestros hermanos en la fe, va dirigida a todo
hombre que sufre, que es débil, descubriendo en ellos el rostro de
Cristo.118

El papa Francisco nos enseña que las virtudes humanas son parte
de la vida matrimonial, como muestras de santidad. A ejemplo de San

116
Cf. JUAN PABLO II, Carta a las familias, n. 18.
117
Cf. JUAN PABLO II, Familiaris Consortio, n. 57.
118
Cf. JUAN PABLO II, Familiaris Consortio, n. 64.
95
Francisco de Asís que decía que la cordialidad es manifestación de la
caridad, el papa Francisco nos recuerda las tres palabras claves para
el matrimonio dirigidas a numerosas parejas de recién casados en
Cracovia: “permiso”, “gracias”, “perdón” (29.07.2016). En cuanto al
permiso, siempre preguntar al cónyuge “¿qué te parece? ¿te parece
que hagamos esto? Nunca atropellar. Dar las gracias, agradecerse
mutuamente, ya que esta relación sacramental se mantiene con este
sentimiento de gratitud. Y la tercera palabra es perdón. Nos recuerda
el papa que es una palabra muy difícil de pronunciar y en la vida
siempre habrá alguna equivocación. Saber reconocer los errores es un
acto de santidad. Para terminar, en cuanto al ejercicio de las virtudes
humanas, tomamos como nuestras las palabras del Santo Padre: que
los esposos nunca terminen el día sin hacer la paz. Nunca terminen
el día sin reconciliarse. Ese es el camino a la verdadera santidad,
reconocer que somos débiles y que en nuestra debilidad Dios nos ha
amado profundamente y les quiere dar un sacramento que los llevará
cada día a morir por el otro, considerando al otros como superiores a
ti, no buscando tu propio interés sino el de los demás, a imagen de
Jesucristo (Cf. Flp 2, 3).

96
TEMA X
LA LITURGIA DE LA CELEBRACIÓN DEL MATRIMONIO

1. Misión de los padrinos

Aunque en el matrimonio no hay propiamente padrino 119; sin embargo


se les llama así, a los que les acompañan a los novios, que suelen ser
normalmente el padre de la novia y la madre del novio; ahora bien,
cuando no están ellos, les pueden suplir los tíos, tías, hermanos o
hermanas, que estarán junto a los contrayentes en el altar. En la
actualidad ellos mismos suelen hacer de testigos de la ceremonia y
atestiguan en el acta de matrimonio.120

Teniendo en cuenta esto, ¿quién puede hacer de testigo y cuál es


su función primordial? El «testigo para complementar el expediente
matrimonial puede ser cualquier persona capaz de testimoniar y con
voluntad de decir la verdad, debe ayudar en efecto a constatar si se
dan los presupuestos por parte de las personas, que se van a casar,
para una celebración válida del matrimonio».121 Al respecto, se

119
Como sí lo hay en el sacramento del bautismo y de la confirmación. Cf.
CÓDIGO DE DERECHO CANÓNICO, cc. 851, 2°; 855; 872; 874; 877 § 1. También
cc. 892; 893; 895. A partir de aquí se cita con la sigla CIC con el canon y número
correspondiente, en el cuerpo del texto.
120
Cf. JUAN RAMÓN PINAL MOYA (Dir.), Nos casamos: Por la Iglesia. La acogida.
Preparación próxima para el sacramento del matrimonio, tomo I, Edicep,
Valencia 2004, 83.
121
J. R. PINAL, o.c., tomo I, 60.
97
recomienda que los testigos sean personas que no estén ligadas de
cerca con cualquier de los contrayentes, o sea que no sean familiares,
para que puedan testimoniar con más libertad.

No obstante, en nuestra realidad peruana y latinoamericana, los


padrinos –aparte de los testigos - son considerados muy importantes
debido a la influencia que tienen en la vida de sus ahijados,
especialmente los del bautismo y el matrimonio; esto tal vez por la
historia que hemos heredado tanto de la civilización americana como
europea. Incluso se mantiene todavía diversas costumbres antiguas en
la celebración tanto pre como post-matrimonial, en distintas
localidades caracterizados por su propia cultura peculiar; donde
algunas entran en sintonía con el Evangelio, otras no. En fin, hablar
de esto nos llevaría por otro camino y necesitaríamos otro espacio.

Volviendo a lo que nos proponemos, los padrinos tienen la misión


de acompañar de cerca la vida espiritual de sus ahijados, siendo
ejemplos con sus propias vidas como testimonios de la vida cristiana.
En otras palabras están llamados a ser padres espirituales de sus hijos
espirituales que son sus ahijados. También están convocados a
socorrer de inmediato cuando sea oportuno, en caso de que surjan
problemas en el matrimonio causado por conflictos internos o por
causa de factores externos. Para que cumplan con responsabilidad esta
misión, tienen que ser personas realmente maduras en la fe y cumplir

98
con los requisitos establecidos a similar del padrino de bautismo (cf.
CIC c. § 1); y capaces de llevar adelante su tarea, aferrados
firmemente de la cruz de Cristo. Por este motivo, los padrinos no
asumen un compromiso meramente social; sino fundamentalmente se
responsabilizan del buen caminar de los nuevos esposos, y son como
garantes más cercanos que acompañan la vida matrimonial de sus
ahijados.

Dentro de la celebración del sacramento del matrimonio, los


padrinos acompañarán de cerca a los contrayentes, especialmente
durante la celebración del rito del matrimonio. Esto indica que la
responsabilidad que asumen es bastante serio, pues la misma
asamblea es testigo de este compromiso. Pero esta linda tarea, no la
realicen por un especie de presión social y por un cumplimiento, sino
en el sentido de dar todo por Cristo y la Iglesia. Es una misión no para
aparecer ante los hombres como protagonistas, sino para glorificar
siempre a Dios.

2. Espiritualidad conyugal
2.1. Fundamento espiritual del matrimonio

¿Cómo se define la espiritualidad del matrimonio? Podemos


definir mirando la imagen de Cristo y la Iglesia en la reflexión de San
Pablo como el gran misterio. En efecto el apóstol dice: «sed sumisos
los unos a los otros, por respeto a Cristo: las mujeres a sus maridos,

99
como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo
cabeza de la Iglesia […] el que ama a su mujer se ama a sí mismo.
Porque nadie aborrece jamás su propia carne; antes bien, la alimenta
y la cuida con cariño, lo mismo que Cristo a la Iglesia, pues somos
miembros de su cuerpo. Por eso dejará el hombre a su padre y a su
madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una carne. Gran
misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia» (cf. Ef 5, 21-
32).

Éste texto alude al libro del Génesis donde Dios mismo bendice
el matrimonio, luego de haber creado al hombre, a su imagen y
semejanza: «después les bendijo Dios con estas palabras: sed
fecundos y multiplicaos, henchid la tierra» (Gn 1, 28). De manera que
el matrimonio recibe la bendición de Dios desde sus principios y
encuentra su raíz en Él. Igualmente no podemos ignorar el texto del
evangelista Mateo, donde Jesús responde a la pregunta malévola de
los fariseos sobre el divorcio: «lo que Dios unió no lo separe el
hombre» (Mt 19,6); sin embargo, en nuestros días, el hombre pretende
separar esa unión que hizo Dios. El papa san Juan Pablo II denunciaba
este hecho:

«Ante tales flagelos, que afectan al conjunto del planeta,


no podemos callar ni permanecer pasivos, pues desgarran la
familia, célula básica de la sociedad y de la Iglesia. Ante todo

100
esto hemos de reaccionar. Los cristianos y los hombres de buena
voluntad tienen el deber de sostener a las familias en
dificultades, facilitándoles los medios espirituales y materiales
para salir de las situaciones, frecuentemente trágicas»122

El matrimonio es también como la imagen de las bodas del


Cordero que aparece en el Apocalipsis, o sino a semejanza de la
Trinidad como comunión de amor, pues «en cuanto sacramento, la
celebración cristiana del matrimonio es obra de Dios trinitario, del
Padre que crea y abraza con su amor todas las cosas, del Hijo que se
entrega por amor a su esposa la Iglesia, del Espíritu que santifica a los
hijos de la Iglesia y las une en el amor».123Acerca de estas y otras
figuras del matrimonio, que aparecen en las Sagradas Escrituras, es
siempre recomendable formar a los novios para que sus vidas se
fundamenten en una sana espiritualidad.

Por otro lado, «la espiritualidad matrimonial podría definirse


como el camino por el que el hombre y la mujer unidos en
matrimonio-sacramento crecen juntos en la fe, en la esperanza y en la
caridad y testimonian a otros, a los hijos y al mundo el amor de Cristo

122
JUAN PABLO II, La familia está al servicio de la caridad, la caridad está al
servicio de la familia, Mensaje a la familias para la cuaresma de 1994, n. 5.
123
G. FLÓREZ, o.c., 232.
101
que salva»;124 porque, el matrimonio cristiano cumple su función
sacerdotal en santificar el mundo, comenzando desde la transmisión
de la fe en el hogar (cf. CIC 835 § 5).

Indudablemente, la espiritualidad del matrimonio debe tener


como fuente y fin el amor de Dios. Pues, el matrimonio encuentra su
cimiento en Dios, ya que el amor humano tiene que estar enraizado
en el amor divino. «En el amor de un Dios siempre presente, el amor
de los esposos tendrá cada día una vida nueva. Y si los esposos
permanecen atentos a esta presencia, si en los momentos difíciles,
saben volver su mirada hacia el Todopoderoso verán cada día
renovarse el milagro de Caná, Cristo vendrá en su ayuda».125

Además «la imagen de las bodas – tanto la del Caná como las
bodas del Cordero - expresan con gran precisión y colorido el sentido
que tiene la llegada del reino, la presencia de Jesús en medio de los
hombres, la etapa última y definitiva de la historia de la salvación que
alcanza su plenitud en la persona de Jesús, el Dios encarnado (en el
que se unen la naturaleza divina), y que se consumará al final de los
tiempos con la incorporación a la Iglesia cuerpo de Cristo con la

124
NUEVO DICCIONARIO DE ESPIRITUALIDAD, Paulinas, Madrid 1983,543. En:
ATILANO ALÁIZ, La familia cristiana. Iglesia doméstica, Edibesa, Madrid 2002,
233.
125
LAMBERTO DE ECHEVERRÍA, ¿Qué es el matrimonio? Imágenes de la fe.
Familia de cara al siglo XXI, n° 33, PPC, Madrid 1974, 3.
102
humanidad redimida, la realidad humana del matrimonio, aparece
como una nueva forma de vida que busca el seguimiento de Cristo a
través del amor consagrado a los valores del Reino».126 Esta doctrina
es asumida y propagada por San Pablo, cuando habla del matrimonio
como el gran misterio, del cual ya mencionamos más arriba.

Es más, Dios ha creado al hombre por amor, lo ha llamado


también al amor, que es la vocación fundamental e innata de todo ser
humano, ya que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios
(Gn 1,2), y él mismo es amor (Cf. 1Jn 4,8.16), de modo que el mutuo
amor de los esposos es imagen del amor absoluto con que Dios ama
al hombre.127 En esta donación de amor absoluto, reside un gran
misterio que supera las meras capacidades humanas.

Sin embargo, en nuestros días, existe una tremenda banalización


del amor, porque a cualquier cosa se le llama amor, esto es impulsado
poderosamente por los medios de comunicación que en vez de ayudar
en la educación en el amor, arrastran al desprestigio de lo que
verdaderamente significa el amor. En realidad «el amor es el
fundamento primero y ultimo del ser humano […] en el amor esta la
raíz de casi todos los proyectos humanos. Y esta sociedad de
principios del siglo XXI sabe muy poco de amor, por eso vemos cada

126
GONZALO FLÓREZ, Matrimonio y familia, BAC, Madrid 2013, 102-103.
127
Cf. CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, n.1604. En adelante citamos en el
cuerpo del texto con la sigla CEC y el número correspondiente.
103
día tanta gente perdida en los afectos. Estamos rodeados de
analfabetos sentimentales, gente que carece de una preparación básica
en este tema».128

Teniendo en cuenta todo ello, la espiritualidad del matrimonio


experimentado incluso dentro del rito del sacramento, vivido por los
mismos contrayentes, tal vez se puede expresar de manera siguiente:

«Soy amado y tengo necesidad de ser amado por Dios que me


da la existencia, y amo y quiero amar totalmente a Dios al que
tiende toda mi vida. El me hace habitualmente compañía, desde
que he encontrado a Cristo que me ha tomado consigo, en su
Iglesia. Ahora te he encontrado y he aprendido a amarte, es decir
a desear para ti el mismo destino de amor. Por esto te tomo y
prometo amarte y respetarte durante toda la vida como El hace
contigo, aprendiendo de Él cada día. De ti espero ahora la misma
promesa».129

Con esto queremos insistir que, es muy importante nunca


olvidar que el amor arraigado en el amor de Dios, nunca perecerá.
Aunque no faltarán nunca problemas en la relación conyugal, pero si
el amor de los esposos se enraíza en el amor de Dios, permanecerá

128
ENRIQUE ROJAS, El amor: la gran oportunidad, Planeta, Madrid, 2011, 17.
129
ANTONIO SICARI, Breve catequesis sobre el matrimonio, Encuentro, Madrid
1995, 51.
104
firme. De aquí se desprende otro tema sobre las amenazas que pululan
contra la familia, en especial contra la familia cristiana.

2.2. Adecuada preparación para el matrimonio

Ahora bien, corresponde a los obispos velar celosamente sobre


la espiritualidad y la preparación adecuada de los novios hacia el
matrimonio, teniendo en cuenta las indicaciones pastorales de la
Conferencia Episcopal, para que el matrimonio cristiano se
perfeccione cada vez más y mantenga el espíritu característico.130

En efecto «los pastores de almas deben procurar que en la


propia comunidad esta atención se preste sobre todo: 1) con la
predicación, con la catequesis adaptada a los pequeños, a los
jóvenes y a los adultos, empleando incluso los medios de
comunicación social, para que con ello se instruya a los fieles
acerca del significado del matrimonio y de los deberes de los
cónyuges y padres cristianos; 2) con la preparación personal a
contraer matrimonio, en la que los novios se dispongan para la
santidad y obligaciones de su nuevo estado; 3) con la fructuosa
celebración litúrgica del matrimonio, para que en ella se ponga de

130
Cf. PRAENOTANDA del ritual del matrimonio, n. 13. En: CONFERENCIA
EPISCOPAL ESPAÑOLA, Ritual del matrimonio, libros litúrgicos. Conferencia
Episcopal Española, Madrid 2009. En adelante citaremos en el cuerpo del texto
con la denominación: praenotanda y el número correspondiente. Cf. CIC, c.
1063.
105
relieva que los cónyuges manifiesten el misterio de la unidad y del
amor fecundo entre Cristo y la Iglesia y participen del mismo; 4)
con la ayuda proporcionada a los casados, para que ellos,
observando y protegiendo fielmente la alianza conyugal, alcancen
una vida familiar cada día más santa y más plena» (praenotanda
nº. 14).

Luego de esta consideración, es oportuno insistir que los novios


deben ser instruidos en los elementos fundamentales de la doctrina
cristiana, para que tengan las doctrinas bien claras sobre el
matrimonio y la familia, además del significado profundo del
sacramento (Cf. praenotanda n. 17), para que vivan en el amor y no
se encierren en su egoísmo, pues caso contrario sucumbirían en la
desgracia inevitablemente. Además «las gracias del sacramento del
matrimonio ayudarán a los esposos a amarse cada día mas, a hacer de
sus hijos, hijos de Dios, a hacer, finalmente, de su hogar una
comunidad de amor, al servicio de la Iglesia y del mundo»; 131 es más,
«“en su modo y estado de vida, los cónyuges cristianos tiene su
carisma propio en el Pueblo de Dios” (LG 11). Esta gracia propia del
sacramento del matrimonio está destinada a perfeccionar el amor de
los cónyuges, a fortalecer su unidad indisoluble. Por medio de esta

131
L. DE ECHEVERRÍA, o.c., 3.
106
gracia “se ayudan mutuamente a santificarse en la vida conyugal y en
la acogida y educación de los hijos” (LG 11; cf. LG 41)» (CEC 1641).

3. Preparación para el sacramento de la penitencia

Es muy importante que los novios se confiesen antes del sacramento


del matrimonio, porque «el matrimonio es un sacramento que debe
recibirse en gracia de Dios: los que se casan no tienen que tener la
conciencia de que han cometido un pecado grave del que no se han
confesado ni se han arrepentido. Si así fuera no podrían recibir el fruto
del sacramento, la gracia o la ayuda sacramental que acompaña a la
celebración del sacramento; el sacramento sería válido, pero por falta
de la debida disposición, la fuerza del Señor que deberían recibir con
la celebración, no la recibirían, no porque Dios no se la quiera dar,
sino porque no la pueden ni quieren recibir. La Iglesia recomienda,
no manda, que los que van a contraer matrimonio se confiesen, y lo
hace porque cuando los que van a casarse, pueden recibir
fructuosamente el sacramento».132

Realmente sea una necesidad el confesarse antes de contraer el


matrimonio, para aprovechar íntegramente las gracias necesarias, con
ansias de conseguir la santificación. En efecto, «“en cuanto gesto
sacramental de santificación, la celebración del matrimonio […] debe

132
J. R. PINAL, o.c., tomo I, 80.
107
ser por sí misma, digna y fructuosa” (FC 67). Por tanto, conviene que
los futuros esposos se dispongan en la celebración de su matrimonio
recibiendo el sacramento de la penitencia» (CEC 1622).

4. Liturgia de la celebración
4.1. Consideraciones generales

Al respecto de la celebracion del sacramento del matrimonio es


importante tener en cuenta los siguientes presupuestos: que debido a
que el matrimonio se ordena a la santificación del pueblo de Dios, su
celebracion tiene que ser comunitario que involucre la participación
de la comunidad parroquial, incluso se puede celebrar varios
matrimonios el mismo día, y si es en domingo mucho mejor. El
sacramento se deberá de realizar normalmente dentro de la Misa;
aunque a juicio del párroco por cuestiones pastorales se deberá
discernir adecuadamente. Las lecturas de la Sagrada Escritura, si es
posible, se escogerá juntamente con los novios, del mismo modo las
formulas del mutuo consentimiento, de la bendición de los anillos, de
la bendición nupcial, las intenciones de la plegaria universal, los
cantos que acompañaran la celebración. Asimismo, es necesario
resaltar su carácter festivo con la ornamentación de la iglesia (Cf.
praenotanda nn. 28-31).

No obstante, si quisiéramos desarrollar completamente las


formulas litúrgicas que se siguen y con las cuales los nuevos esposos

108
intercambian la promesa conyugal, y si ellos mismos vivieran lo que
dicen, tal vez deberían decir algo así:

«Señor nosotros sabemos - cada uno lo sabe por sí mismo y por


el otro – que estamos enamorados solo de Ti, sabemos que el
sentido de la vida es el amor que tú nos donas, y nadie podrá jamás
sustituirte. Te damos gracias por haber puesto en nuestra vida
tantos signos de este amor y sobre todo el habernos hecho “signos”
el uno para el otro. Nos has dado esta vocación única y preciosa,
exigente y dulce, de encarnar tu amor, de poderlo experimentar
incluso en nuestra carne, nuestro abrazo, nuestra unión, nuestra
fecundidad y nuestra ternura. Ayúdanos a ser siempre este
“sacramento”. [Porque], celebrar el sacramento del matrimonio sin
que contenga al menos lo esencial de esta petición, significaría
quedarse trágicamente en la superficie del misterio que se
realiza».133

4.2. Estructura de la celebración

A este tenor, la Praenotanda del ritual del matrimonio, destaca los


siguientes elementos de la celebración del matrimonio: «la liturgia de
la palabra, en la que se resalta la importancia del matrimonio cristiano
en la historia de la salvación y sus funciones y sus deberes de cara a

133
A. SICARI, o.c., 52.
109
la santificación de los cónyuges y de los hijos; el consentimiento de
los contrayentes, que pide y recibe el que legítimamente asiste al
matrimonio, aquella venerable oración en la que se invoca la
bendición de Dios sobre la esposa y el esposo; y, finalmente, la
comunión eucarística de ambos esposos y de los demás presentes con
la cual se nutre sobre todo su caridad y se elevan a la comunión con
el Señor y con el prójimo» (praenotanda n. 35).

Presuponiendo todo lo dicho anteriormente ¿Cómo se estructura


realmente la celebración del sacramento del matrimonio? ésta es la
estructura de la celebración: 1) la acogida; 2) Liturgia de la Palabra;
3) Rito del matrimonio que incluye: la monición, el escrutinio, el
consentimiento, aclamación de la asamblea, bendición y entrega de
los anillos, bendición y entrega de las arras, oración de los fieles; 4)
Liturgia eucarística donde resalta la bendición solemne de los
esposos; 5) rito de conclusión y 6) rito de despedida.134 Ahora, vamos
a presentar cada uno de los momentos brevemente.

Recibimiento o acogida de los contrayentes que puede ser de dos


modos:

«A) Los esposos y padrinos de honor entran en la iglesia (con


la ambientación musical de un canto de entrada o una “marcha

134
Cf. J. R. PINAL, o.c., Celebración del sacramento del matrimonio. Oraciones
litúrgicas, tomo IV, 15.
110
nupcial”) y se colocan de pie ante los asientos o bancos preparados
para ellos en un lugar visible. Entonces el celebrante se dirige a la
sede. Una vez acomodada toda la asamblea y hecho el debido
silencio, el celebrante saluda a los esposos y a la comunidad
haciéndoles saber que la Iglesia comparte su alegría,
preocupaciones y esperanzas.

B) El celebrante se dirige a la puerta del templo, para recibir a


los esposos; se invita a que todos los invitados entren en la iglesia
y, por último, el celebrante precede a los contrayentes y sus
padrinos de honor acompañándolos hasta el lugar que han de
ocupar. Mientras se canta el canto de entrada o se interpreta una
música adecuada, la acogida y rito de entrada concluye con el
saludo a la asamblea y la primera oración de la Misa llamada
“colecta” que significa “de la asamblea”».135

La Liturgia de la palabra, en la que por medio de la proclamación


de las lecturas Y del Evangelio, se expresa en la homilía, la
importancia del sacramento haciendo la referencia a la historia de la
salvación, recordando los fines y obligaciones del matrimonio
cristiano con miras a la santificación de los esposos y los hijos. 136
Aprovechando este momento es preciso recordar que, los esposos

135
J. R. PINAL, o.c., tomo IV, 17.
136
Cf. J. R. PINAL, o.c., tomo IV, 15.
111
deberían tener siempre una cercanía asidua con la Palabra de Dios, de
manera que no se reduzca a la ceremonia en sí, sino se prolongue en
toda su vida como familia. Al respecto, parece actual y oportuno, lo
que decía san Juan Crisóstomo a sus fieles, desde el pulpito de
Constantinopla:

«Muchos sabéis muy bien los nombres y el historial de los


caballos y de los jinetes que toman parte en las carreras, y los
nombres de los bailarines y actores de teatro; pero no sabéis
cuántas y cuáles son las cartas de San Pablo. Si visitara vuestras
casas encontraría naipes y parchís; pero la Sagrada Escritura, ni
hablar. Y si algunos la tienen, no sacan mayor provecho que los
que no tienen, porque la guardan muy bien guardada en su
biblioteca, haciendo gala de tenerla en finos pergaminos y con
letras primorosas; y si la compran es para hacer alarde de su
riqueza».137

El rito del matrimonio que incluye una monición que trae el ritual
del matrimonio, seguido por los escrutinios donde se puede usar
cualquiera de las fórmulas que propone el ritual, luego se continúa
con el consentimiento mutuo de los esposos que el sacerdote asistente
requiere y recibe; aquí conviene detenernos, porque el esposo recibe
a la esposa y se entrega a ella e igualmente lo hace ella, mientras se

137
HOMILÍA 33 in Joannem, PL 59, 186. En: A. ALÁIZ, o.c., 46.
112
,manifiestan el consentimiento mutuo: «yo, N., te recibo a ti, N., como
esposa y me entrego a ti, y prometo serte fiel en la prosperidad y en
la adversidad…»,138 de igual modo dice la esposa al esposo; así como
Cristo se entrega por nosotros, pues dice el señor: «Éste mi cuerpo
que se entrega por vosotros» (Lc 22,19), de manera que el matrimonio
encuentra una perfecta sintonía con la Eucaristía y encuentra en ella
su fuente más cercana.

Posteriormente el que preside invita a la asamblea que aclamen con


un “demos gracias a Dios”, y luego vienen la bendición y entrega de
los anillos y del mismo modo de las arras, finalmente se termina el
rito del matrimonio con la oración delos fieles.139 Es importante
precisar que, en el rito del matrimonio reside la importancia
primordial de la ceremonia, de manera que se debe prestar mucha
atención a cada uno de los signos que constituyen este momento.

También, dentro del rito del matrimonio, el consentimiento


constituye la parte capital, porque el consentimiento hace que se
realice el matrimonio, si no hay consentimiento no hay matrimonio,
por ello «el consentimiento debe ser un acto de voluntad de cada uno
de los contrayentes, libre de violencia o de temor grave externo (cf.
CIC c. 1103). Ningún poder humano puede reemplazar este

138
CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Ritual del matrimonio, libros
litúrgicos. Conferencia Episcopal Española, Madrid 2009, 35.
139
Cf. J. R. PINAL, o.c., tomo IV, 15.
113
consentimiento (CIC c. 1057 §1). Si esta libertad falta, el matrimonio
es inválido» (CEC 1629).

La Liturgia eucarística que comienza con la presentación de las


ofrendas, si el matrimonio se celebra dentro de la Misa. En este caso,
«en la preparación de los dones el esposo y la esposa pueden llevar el
pan y el vino al altar, según la oportunidad».140 Ahora bien, «al
concluir la plegaria eucarística, comienza el rito de la comunión, que
tiene la siguiente estructura: Padre nuestro, bendición de los esposos,
rito de la paz, fracción del pan, rezo o canto del “cordero de Dios”, la
comunión que los nuevos esposos pueden recibir bajo las dos especies
del pan y del vino, la oración después de la comunión.

Merece especial atención la bendición de los esposos, que está


situada en un momento tan sagrado, ante la presencia del Cuerpo y
Sangre de Cristo y como derivando de los méritos infinitos de su
sacrificio».141 La oración que constituye la bendición nupcial,
recuerda la belleza del matrimonio en la historia de la humanidad
incluso desde la creación, recordando los dos fueran una sola carne,
luego habla de la alianza matrimonial como la prefiguración de la
unión de Cristo con la Iglesia. Dice también que esta unión
establecida desde el principio, no fue abolida por la pena del pecado

140
CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, o.c., 41.
141
J. R. PINAL, o.c., tomo IV, 37.
114
original, ni por el diluvio, luego se prosigue con invocación del
Espíritu Santo sobre los esposos para que los santifique y leguen a
una feliz ancianidad.142 De aquí se puede hacer una hermosa
catequesis, para que los contrayentes conozcan el sentido profundo de
esta oración y vivan plenamente este momento.

Finalmente se concluye con el rito de conclusión donde destaca la


bendición solemne. «El sacerdote despide a la asamblea con un
“pueden ir en paz”, entonces los padrinos de honor o los testigos pasan
a firmar en el expediente, pueden hacerlo en una mesa diferente del
altar y en ningún caso sobre él. Allí mismos el sacerdote se despide
de los nuevos esposos».143 Luego seguirán los festejos en un ambiente
familiar y de amistad, que ya se escapa del terreno litúrgico.

142
Cf. CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, o.c., 42-43.
143
J. R. PINAL, o.c., tomo IV, 42.
115
116
ÍNDICE GENERAL

1. Presentación / acogida
- ¿Por qué desean casarse?
- Objetivos de la preparación
- Por qué y para qué la preparación al matrimonio
- Secularización, consumismo, relativismo, hedonismo, ideología de género
- ¿Qué es el cristianismo? ¿Quién es Dios para ti? / Kerygma

2. El matrimonio en la Sagrada Escritura


- Creados parar amar (Génesis 1, 26ss y 2, 18-24)
- El Cantar de los cantares: dos enamorados
- Tobías y Sara (Tobías 8)
- La tentación de romper la alianza (Oseas 3)
- Jesús participa de una boda en Caná de Galilea (Jn 2)
- Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre (Mt 19)
- Maridos, amen a sus mujeres como Cristo a su Iglesia (Efesios 5)
- Alegrémonos, porque han llegado las bodas del cordero (Apocalipsis 19)

3. El amor conyugal, signo de la unión entre Cristo y la Iglesia


- Misterio pascual, Pentecostés y la Iglesia
- El matrimonio como sacramento (¿qué es son los sacramentos?)
- Llamados al amor: hombre y mujer a imagen de Dios

4. El matrimonio, una vocación al amor y al servicio


- Características del amor conyugal
- Paternidad responsable
- Licitud e ilicitud de los medios terapéuticos
- Naturaleza y finalidad del acto conyugal
- Significados unitivo y procreador

5. Casarse en el Señor
- El consentimiento matrimonial.
117
- Unidad e indisolubilidad del matrimonio
- Los Ministros del matrimonio
- Los efectos propios de este sacramento

6. La fidelidad conyugal
- Sacralidad de los tres altares
- Los pecados que atentan contra el matrimonio
- Sinceridad y confianza
- La participación frecuente de la Eucaristía y la penitencia

7. El diálogo conyugal
- Los tres elementos de la comunicación
- El arte de saber escuchar y fomentar lo positivo
- Comunión de bienes
- Tres palabras necesarias: permiso, gracias, perdón

8. La familia, iglesia doméstica


- La familia, santuario de vida e imagen de la Trinidad
- El deber/derecho del cuidado, educación y transmisión de la fe a los hijos
- La familia, casa de comunión y escuela de oración
- Signo y testimonio del amor de Cristo ante la Iglesia y la sociedad

9. La familia, iglesia doméstica


- Santidad y voluntad de Dios
- La práctica constantes de las virtudes cristianas (teologales y cardinales)
- Algunas virtudes humanas (espíritu de sacrificio, laboriosidad, orden,
puntualidad, serenidad, alegría…

10. La liturgia de la celebración del matrimonio (Ritual del matrimonio)


- Misión de los padrinos
- Espiritualidad conyugal
- Preparación para el sacramento de la penitencia
- Liturgia de la Celebración

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