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E
xposición de motivos
Se necesita una buena razón para escribir acerca del problema cerebro-
mente. Si no es así, resulta un ejercicio riesgoso dado que muchos
grandes pensadores lo han intentado antes sin éxito y, quizás unos
pocos, atinadamente. Aún estos últimos no han resuelto el problema a
pesar de sus sabias disquisiciones. En el mejor de los casos, convencen
a algunos de la validez de sus argumentos pero seguramente no a otros.
¿Quién querría entonces escribir acerca de “algo” que le va a atraer juicios
tales como “mentecato”, “fanático”, “hereje”, “idealista”, “materialista”,
etc.? Podría uno ser acusado hasta de “hilemorfista epifenomenologista”,
por ejemplo! Eso sería terrible porqué, si no se es un culto filósofo, para
responder apropiadamente tendría uno que ir corriendo al diccionario para
ver si lo que le dijeron fue elogio o grosería.
IV Enredos terminológicos
acerca de lo que es el “cerebro”
La cuestión del significado de los términos empleados para designar las
entidades objeto de estudio es muy confusa. En mi opinión, para abordar un determinado
problema uno debería saber que significan las palabras que se van a utilizar. Dejaré,
por ahora, la definición de lo que se entiende convencionalmente por “mente”. Para
empezar, aún el uso de la palabra cerebro es contradictoria. Desde el punto de vista
neuroanatómico, significa cosas distintas en idiomas distintos. En español (y en
México) se considera que el cerebro está formado por las estructuras derivadas del
prosencéfalo del embrión. El prosencéfalo es la vesícula primaria más rostral y se
subdivide a su vez en las vesículas secundarias denominadas telencéfalo y diencéfalo.
De la primera subdivisión, se derivan los hemisferios cerebrales; de la segunda, el
El problema mente - cerebro...
Óscar Diez - Martínez
En inglés la palabra mind existe como nombre pero también como verbo (mind,
to mind, minding). Sus principales acepciones son ((Webster´s, pp. 538-539, 1976): 1.
Recordar (remind). 2. Atender cuidadosamente. 3. Darse cuenta, tener conciencia. 4.
Poner atención. 5. Intentar, proponer. 6. Tener en cuenta, prestar atención, hacer caso,
observar, escuchar. 7. Obedecer. 8. Ser cuidadoso. 9. Sentir aversión o antipatía.. 10.
Estar atento o inquieto. 11. Preocuparse, etc.”.
actual de “mente” como nombre sustantivo y verbo transitivo genera la más grave
confusión. Este empleo doble surge a partir del siglo XVI cuando las “almas” de
las personas son sustituidas por “mentes” (Szasz, pp. 1, 1996). Según este autor,
la sustitución de tales palabras revela la transformación del mundo medieval en un
mundo moderno. Como nombre, la mente semeja a su predecesora, el alma, al nombrar
una entidad no observable. Sólo en su forma verbal (atender, tener conciencia, ser
cuidadoso, observar, etc.) tiene el concepto un significado observable (ibid). Al no
haber una entidad observable que llamemos “mente”, identificamos el concepto con
ciertas actividades que le atribuimos, sobre todo el pensamiento (ibid). Aunque la
argumentación lingüística de este autor parece impecable, el problema que surge es
que aunque admite la importancia de la palabra mente, concluye que como entidad
“no existe en el espacio y no puede localizarse, o atribuirse, a un órgano” (ibid).
consideró a la mente como la “heredera mundana del alma, el atributo que distingue
al hombre del resto de los seres vivientes” (Szasz, pp. 101, 1996). El filósofo inglés
George Berkeley (1685-1753) describió que “al lado de la variedad de ideas u
objetos del conocimiento, hay asimismo algo que la conoce o percibe, y que ejercita
sobre dichas ideas diferentes operaciones, como querer, imaginar o recordarse de
ellas . Este ser activo y perceptor es lo que yo llamo mente, espíritu, alma o mi
yo”. En conclusión, si bien para algunos pensadores los términos alma, mente,
espíritu, psyche, yo, etc., tienen significados particulares distintos, para otros son
la misma cosa! Esta confusión adicional , tanto idiomática como conceptual, tiene
la desafortunada consecuencia de complicar aún más la comprensión del complejo
problema objeto de nuestro interés.
caerán más fácilmente en el lazo reduccionista que en otros.” (ibid). Sin embargo,
es obvio que la posición no es aceptable como modalidad de autocomprensión para
gran parte de los seres humanos para quienes la realidad más inmediata y directa es la
fenomenología de su propia existencia en primera persona (Stewart, pp. 232, 2000).
Además, como lo expresa Segundo, la reducción de las cuestiones psicobiológicas a
las ciencias físicas es indiscutiblemente irrisoria. Piénsese, dice, “por ejemplo, cuán
lejos estamos de explicar cosas como la génesis de La Tregua” (de Benedetti) o,
agregaría yo, la emoción experimentada al presenciar un atardecer o sentir ternura por
el ser amado. Finalmente, esta crítica del reduccionismo científico no puede concluir
con justicia sin considerarse en el análisis el siguiente matiz: “Si bien la opinión
reduccionista acerca del problema mente-cuerpo es vulnerable, ... la búsqueda de
reducciones, o sea el análisis de los niveles inferiores y de la causalidad ascendente,
ha sido, es y será un estímulo incesante y un principio pragmático de enorme valor
táctico, en el cual debe de seguirse insistiendo como estrategia productiva, aunque se
desconfíe de ella como doctrina” (Segundo, pp. 319, 1984).
IX El monismo idealista
¿Percibir o no ser? esa es la cuestión
descripciones distintas del mismo fenómeno. Esta teoría explica los aspectos mentales
de la función cerebral sin invocar la existencia de ninguna entidad inmaterial con
propiedades mal-definidas. Sin embargo, es justo decirlo, hay una gran brecha en la
descripción de las propiedades de los eventos tipo-mental y los aspectos mecanicistas.
Esta brecha explica, en parte, y favorece la adopción de posiciones dualistas.
III
los tres mundos que comprenden toda
o sea engañado. Me inclino, sin embargo, a aceptar también una realidad fuera de mi
en la que hay, por ejemplo, cosas inorgánicas, productos biológicos, y seres vivos”
(Segundo, pp 311, 1984). Como argumento a favor de la existencia de objetos y
eventos ajenos a nosotros mismos, se puede citar el hecho de que cuando atribuimos
el origen de nuestras sensaciones a los objetos o eventos materiales, los reportes
que hacen otros observadores puestos en situaciones semejantes corroboran nuestra
interpretación (Rosenblueth, pp 90, 1994). Además, la opinión de que sólo yo existo
o solipsismo, “implica negar los principios que justifican inferencias o deducciones
a otros estados mentales admitidos corrientemente, así como otras mentes, cosas,
etc. (Segundo, pp 311, 1984). Instintivamente rechazamos dicha opinión porque
“deseamos que nuestro pasado y futuro sean reales y queremos principios que nos
permitan deducir o inferir sucesos de otros sucesos y así conocer algo del Universo”
(ibid). En resumen, acepto ingenua y axiomáticamente la existencia de un mundo
exterior. Como declara Schrödinger (1978): ... aunque “el mundo es un constructo
de nuestras sensaciones, percepciones, recuerdos, es conveniente considerar que
éste existe objetivamente por su cuenta”.
primero así que, por incapacidad o por conveniencia, haré lo segundo. Mi definición
de “mente” o de los “eventos o procesos mentales” incluiría lo siguiente:
De Strange: “los aspectos tales como la conciencia del ser y de sus alrededores,
el pensamiento, la formulación de planes e intenciones, los sentimientos, la memoria,
las emociones, etc.”
XV Conclusión
Parafraseando a Delbanco diría para terminar: “... La mente es tan compleja.
Yo sé bien que aspecto tiene el cerebro—lo he visto puesto en una mesa, lo he
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disecado. Pero la mente está más allá de cualquier conocimiento que he adquirido.
Y, sin embargo, sé que es una parte integral de la Medicina y parte de la persona a la
que me dirijo. Este aspecto de lo que hago es a la vez terrorífico y fascinante—tratar
de considerar una cosa vasta de la que entiendo poco y que, a la vez, saber que afecta
tanto a toda la gente.” Así expresada, la idea adoptada y adaptada, resume bien la
filosofía del enfoque presentado.
XVI Adenda
Escribir el texto previamente presentado implicó tiempo para leer las fuentes
bibliográficas citadas y otras que no fueron citadas por diversas razones pero que
deben haber influido en su contenido y orientación. Además, fue necesario dedicar
muchas horas a reflexionar respecto a lo que quería decir y a como hacerlo. Finalmente,
escribir es para mi una tarea siempre difícil y tardada. Poco después de haber concluido
las secciones anteriores, encontré por casualidad sorprendente, en una fuente budista
que normalmente yo no hubiera consultado (Sogyal Rinpoche, pp 46-48, 1992), los
siguientes conceptos afines a las cuestiones de la definición y carácter de la mente
y su relación con el cerebro. Los incluyo porque presentan una visión alternativa
interesante de dicha cuestión. En mi opinión, de alguna manera concilian, al menos
en parte, la supuesta y no resuelta dualidad idiomática y filosófica entre lo cerebral y
lo mental. Por simpleza didáctica, en lo que sigue que corresponde a esta sección, no
haré ya referencias literales pero aclaro que todo proviene de la fuente descrita.
XVII Epílogo
Quizás exista una afinidad entre el concepto de la mente ordinaria del budismo
tibetano y lo que Strange denomina “las funciones del cerebro, ... en conjunto”.
Además, la concepción de la “naturaleza de la mente” del budismo tibetano es similar
a la noción del misticismo judío de que “Dios es la Mente que nunca cesa de atender
a sus asuntos que son el Todo” (Epstein, I., 1982; en Szasz, pp. 108, 1996). Sin
embargo, como dice Szasz (pp. 110, 1996), también puede ser que la mente y Dios
sean “sólo metáforas cuasi-explicativas para satisfacer nuestras especulaciones acerca
de la vida en la tierra, en el primer caso, y la vida en el más allá, en el segundo”. Al
respecto, Krishnamurti dice: “la creencia es una forma de autoprotección y solo una
mente trivial puede “creer” en Dios”. Y agrega: “La mente es producto del pasado,
es la consecuencia del ayer; ¿puede una mente así estar abierta a lo desconocido?
Sólo puede proyectar una imagen, pero esa proyección carece de realidad; así es que
su Dios no es Dios, es su imagen de su propia hechura, una imagen para su propia
satisfacción”. Finalmente, puede ser que “la relación entre la mente y el cerebro sea
imposible de analizarse y resolverse” (Shafer, 1967; En: Szasz, pp. 108, 1996). Sin
embargo, en lo personal, el intento ha sido estimulante y formativo. Como aprendí de
mi maestro Segundo, quizás la mejor actitud ante las incertidumbres descritas sea un
escepticismo racional, flexible y cauteloso, que se base en los hechos y realidades, que
no niegue nada de lo posible ni suponga que se poseen verdades absolutas.
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Referencias
of Philosophy, Vols. 5-6, pp. 337. En: Szasz, T. (1996). The Meaning of Mind.
Language, Morality, and Neuroscience. pp. 101. Westport, Connecticut:
Praeger.
28) Sherrington, C. S. (1951). Man on His Nature. Second Edition. London:
Cambridge University Press. En: Eccles, J. C. (1994). How the Self controls
the brain. pp. 1. Berlin: Springer-Verlag.
29) Stewart, J. (2000). La relación entre el cuerpo y el espíritu. En: Cazenave,
M. (2000). Diccionario de la Ignorancia. Primera Edición. Barcelona: Seix-
Barral.
30) Strange, P. G. (1992). Brain Biochemistry and Brain Disorders. London: Oxford
University Press.
31) Szasz, T. (1996). The Meaning of Mind. Language, Morality, and Neuroscience.
Westport, Connecticut: Praeger.
32) Webster´s Seventh New Collegiate Dictionary. (1976). Springfield,
Massachusetts: G. & C. Merriam Company, Publishers.