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Cuando Pablo exhorta a los creyentes de Corinto a dar generosamente, es consciente de

que primero debe tratar una preocupación muy humana en un mundo de recursos
limitados. Algunos de sus oyentes deben haber pensado, “si doy de forma tan altruista
como Pablo me dice, puede que no haya suficiente para satisfacer mis propias
necesidades”. Por medio de una metáfora agrícola extensa, Pablo les asegura que las
cosas funcionan muy diferente en la economía de Dios.

Él ya se había referido a un principio del libro de Proverbios, señalando que “el que
siembra escasamente, escasamente también segará; y el que siembra abundantemente,
abundantemente también segará” (comparar 2Co 9:6 con Pro 11:24–25). Continúa
citando un aforismo de la versión griega de Proverbios 22:8, que “Dios ama al dador
alegre” (2Co 9:7). A partir de esto él infiere la promesa de que, para el que da
generosamente, Dios traerá toda clase de bendiciones[1] en abundancia.
Por tanto, Pablo les asegura a los corintios que su generosidad no los pondrá en riesgo
de una pobreza futura. Por el contrario, la generosidad es la ruta para prevenir las
carencias futuras. “Y Dios puede hacer que toda gracia abunde para vosotros, a fin de
que teniendo siempre todo lo suficiente en todas las cosas, abundéis para toda buena
obra” (2Co 9:8). En los siguientes dos versículos les asegura a los que siembran (o
“esparcen”) generosamente para el pobre, que Dios les proveerá la semilla suficiente
para esa siembra y para el pan para sus propias necesidades. Él lo recalca cuando dice,
“seréis enriquecidos en todo para toda liberalidad, la cual por medio de nosotros
produce acción de gracias a Dios” (2Co 9:11), una promesa que abarca y va más allá de
las bendiciones materiales.

Aunque claramente Pablo está hablando de generosidad y bendición material, debemos


ser cuidadosos de no convertir la seguridad de la provisión de Dios en la expectativa de
que seremos ricos. ¡Dios no es un sistema de pirámide! La “abundancia” de la que habla
Pablo se refiere a “tener suficiente de todo”, no de hacerse rico. El llamado “evangelio
de la prosperidad” malinterpreta profundamente pasajes como este. Seguir a Cristo no
es un método para ganar dinero, y Pablo se esfuerza por dejarlo claro a lo largo de la
carta.

Esto se aplica de formas evidentes en dar de los frutos de nuestro trabajo, es decir, en
donar dinero y otros recursos. Pero aplica igualmente en cuanto a dar de nosotros
mismos durante nuestro trabajo. No debemos temer que si ayudamos a otros a que
tengan éxito en el trabajo, comprometeremos nuestro propio bienestar. Dios prometió
que nos dará todo lo que necesitamos. Podemos ayudar a otros a verse bien en el trabajo
sin temer que eso evite que destaquemos en comparación con ellos. Podemos competir
justamente en el mercado sin preocuparnos porque algunos trucos sucios sean
necesarios para ganarse la vida en un negocio competitivo. Podemos orar, animar,
apoyar e incluso ayudar a nuestros rivales porque sabemos que la fuente de nuestra
provisión es Dios, no nuestra ventaja competitiva. Debemos ser cuidadosos de no
deformar esta promesa con el falso evangelio de salud y riqueza, como lo han hecho
muchos. Dios no les promete a los verdaderos creyentes una casa grande y un auto
costoso, pero sí nos asegura que si cuidamos de las necesidades de otros, Él se
encargará de que nuestras necesidades sean satisfechas en el proceso.

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