En unas tierras lejanas, existía un Rey muy sabio y bondadoso;
cierto día el rey había salido a pasear por los jardines de su castillo, pero para su sorpresa, junto al camino estaba un mendigo que clamaba a fuerte voz misericordia, ya que tenía días sin comer y no poseía dinero para comprar. El rey movido a misericordia se acercó a auxiliar a aquel mendigo, pero sabiamente le preguntó; -“¿Qué tienes para ofrecerle a tu rey?” El mendigo sorprendido notó que cargaba un saco de mazorcas que había recogido en el campo, y solamente sacó dos mazorcas de todas las que tenía, para dárselas al rey, pues pensaba que este no tendría necesidad de sus dádivas, pues era un rey y vivía cómodamente en el palacio, saciándose de los mejores manjares. El Rey ante la actitud miserable del mendigo y para darle una lección por ser tan duro de corazón, mandó a sus sirvientes que le trajesen un saco de monedas de oro e igualmente sacó sólo dos monedas de oro y se las dio al mendigo. La moraleja de esta historia nos hace reflexionar. “Si el mendigo le hubiese dado, más mazorcas de maíz al rey, hubiese recibido de la misma manera, más monedas de oro ò todo el saco de monedas.” Dios quiere que nuestras ofrendas sean con amor y gozo, que diezmemos de las bendiciones que él nos da, para que su obra siga hacia delante. Dios pudiera poner todo el dinero necesario para que las iglesias no se cerraran y para que la pobreza termine, pero eso no es el trabajo de Dios, es el trabajo nuestro. Porque si Dios lo hace, ¿Quién será bendecido? Dios nos ha dado la ley del diezmo para bendecirnos tanto temporal como espiritualmente. La ley del diezmo pone a prueba tanto a los ricos como a los pobres. El pobre podría decir: “Necesito este diez por ciento para sobrevivir”. O el rico podría decir: “El diez por ciento es mucho”; pero ya sea que seamos pobres o ricos, el Señor nos pide que demos nuestras ofrendas con íntegro propósito de corazón, con verdadera intención. Independientemente de la cantidad de nuestra ofrenda, debe ser un diezmo íntegro para que puedan llegar las bendiciones. Esas bendiciones no siempre llegan cuando nos gustaría, pero debemos buscar la guía del Espíritu para poder reconocer lo que nuestro Padre Celestial sí nos está dando abundantemente. la obediencia a la ley del diezmo aporta protección temporal y paz espiritual a medida que se va fortaleciendo nuestra confianza en Dios[ las bendiciones eternas del diezmo son reales; las he experimentado en mi vida y en la de mi familia. El Espíritu Santo me ha enseñado que debo estar agradecido por todas estas cosas. Para mí, eso es lo que significa que las ventanas de los cielos estén abiertas y que recibamos bendiciones en abundancia.