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LA OLA FEMINISTA
CUESTIONA LA
MASCULINIDAD COMO
DISPOSITIVO DE PODER
Por Lucho Fabbri
CUARTA OLA
Siempre que se hable de varones y feminismos, cualquiera sea la dimensió n de la ola, hay
un exceso de espuma. Qué podemos o no ser, cuá ndo, dó nde y có mo, si nuevas o
tradicionales, si hegemó nicas o en plural. Má s allá de la pregunta por la identidad
(feminista) o la participació n (en los feminismos) de los varones, nos cabe preguntarnos;
¿En qué sentido interpela esta cuarta ola a la masculinidad como proyecto político?
Compartimos algunas ideas con el deseo de que esta ola nos lleve má s lejos.
En el marco del momento histó rico que los feminismos vienen denominando como
“cuarta ola”, signado por altos grados de movilizació n y articulació n a nivel global, de
transversalidad, radicalidad y capacidad de incidencia política, se reactualizan algunos
debates en torno a la posibilidad de los varones de devenir feministas, de participar en la
agenda del movimiento, y sobre có mo hacerlo.
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Sobre estas desorientaciones y dilemas, aun cuando por momentos adquieran ribetes
francamente improductivos -y digá moslo, en algú n punto gozosos, ya que el patriarcado
no va a caer o dejar de hacerlo porque vayamos o no a una marcha-, es interesante
advertir que el impulso de acció n y aparició n que supimos tener naturalizado, va dejando
lugar a la duda, a la inhibició n, y hasta a la pasividad. No hacer en y por los feminismos,
sino dejarse hacer por ellos, puede ser una forma diferente de pararse frente a la ola. O
quizá s de pararse de espaldas a la misma, para que nos lleve puestos lo má s lejos posible
de nuestra zona de confort.
¿Y qué es lo que hacen los feminismos con la masculinidad? ¿En qué sentido la interpela
esta cuarta ola?
En primer lugar sería importante precisar a qué me refiero por masculinidad, en singular,
a diferencia de las masculinidades. Estas ú ltimas son mú ltiples y hasta infinitas, son
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Para que dicho proyecto político sea posible, la masculinidad produce varones deseosos
de jerarquía, y pone a su disposició n las violencias como medios legítimos para garantizar
el acceso a la misma. Claro está , no todos los varones somos los productos deseados por
dicho dispositivo de poder, y otras características como la hetero y cisexualidad, la
pertenencia de clase y étnica-racial, la (dis)capacidad y diversidad funcional-intelectual, la
generació n y nacionalidad, entre otras, hará n a las posibilidades concretas de desplegar
ese proyecto en carne propia. Pero en cualquier caso, esa masculinidad sigue siendo un
faro de referencia que afecta los procesos de construcció n de subjetividades generizadas,
de propios y ajenos.
En este sentido es que afirmamos que los feminismos, y esta potente ola feminista en
particular, interpelan a la masculinidad como dispositivo de poder y proyecto político,
reclamando para las mujeres y feminidades el poder sobre sí mismas que el patriarcado
busca expropiarles, contando con los varones cis hetero como principales reproductores y
privilegiados del régimen. Es importante aclarar que aunque aquellos sean sus principales
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Decíamos que la noció n de identidad poco sirve para el debate que pretendemos dar, y
otro tanto sucede con la de “masculinidad hegemó nica”. Esta ú ltima suele ser má s bien
arquetípica; descripta como un prototipo de masculinidad abstracta (aunque el cliché se
vista de situado, cliché queda) que poca honra le hace al cará cter histó rico concreto de la
hegemonía como categoría de aná lisis. La masculinidad no es hegemó nica segú n sus
atributos, sino segú n el contexto de relaciones de poder generizadas en las que logra
imponerse como tal, cumpliendo con las expectativas sobre lo que es la forma legítima y
aceptada de encarnar la masculinidad. A tal punto, que esa especie de fenó meno
inflacionario llamado “nueva masculinidad”, puede ser la que se imponga como
hegemó nica en el orden de género contemporá neo.
Siguiendo con el hilo de la reflexió n, poco importa si los varones nos definimos o no
feministas. La auto-designació n es siempre respetable, pero la pretensió n moderna de ser
soberanos sobre nosotros mismos le ha subido un poco el precio. De mi parte prefiero la
problematizació n de las prá cticas y no la batalla por la propiedad de las nominaciones, y
en ese sentido es que considero que “varó n feminista” no es identidad, sino relació n.
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Uno de los motivos, sino el fundamental, creo yo, tiene que ver con lo que los varones (cis,
fundamentalmente) podemos perder cuando nos dejamos atravesar por los feminismos.
Porque claro, es cierto que hay luz al final del tú nel, y que devenir feministas nos
posibilitaría abandonar mandatos que también son opresivos para nosotros. Que
podríamos ser má s libres y autó nomos, descubrir las bonanzas de una paternidad
afectuosa, de las amistades con intimidad, librarnos de la presió n de proteger, proveer y
procrear, y hasta descubrir el placer anal. Pero en el camino también tenemos que perder.
Y estamos perdiendo; privilegios, protagonismo, prestigio e impunidad, como sugiere esta
entrevista a Susana Covas.
La pregunta sobre si los varones podemos o no devenir feministas tiene tantas respuestas
como puntos de vista desde la cual se conteste. Desde los feminismos populares, al menos
desde los que apostamos a construir desde organizaciones populares mixtas con vocació n
antipatriarcal, queremos, deseamos y reclamamos que los varones devengamos
feministas. Pero ello no pasa por un acto de nominació n ni de autoproclamació n, sino por
la transformació n material y efectiva de una relació n. Y allí es donde aú n abundan las
deudas, e irritan las imposturas. Es allí donde nos vemos reproduciendo lo viejo que no
deja nacer lo nuevo, o peor aú n, reciclá ndonos en “lo nuevo” para no perder las viejas
mañ as. Es allí donde aú n desde las bú squedas má s genuinas, nos invade la desorientació n.
Esa relació n que los feminismos nos interpelan a transformar es precisamente la relació n
de poder forjada al calor del dispositivo de masculinidad. Por ello es que devenir
feministas, para los sujetos socializados en la masculinidad, es embarcarnos en una lucha
contra nosotros mismos y los monstruos cotidianos que nos habitan, contra nuestros
propios machismos y violencias, contra los mecanismos en los que fuimos socializados y
entrenados para llegar a ser lo que somos.
Hay una frase de Kelly Temple que dice que “los hombres que deseen ser feministas no
necesitan un lugar definido dentro del feminismo. Ellos deben tomar el espacio que ya
tienen dentro de la sociedad y hacerlo feminista”. Puede que no sea un lugar definido, pero
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Pero no podemos ni debemos hacerlo como proeza individual, cual nuevo superpoder
altruista. El desafío está en hacerlo de manera colectivamente elaborada, sentidamente
estratégica, corporalmente planificada, a partir de ensayar y errar respuestas una y otra
vez alrededor de las preguntas: ¿có mo llevamos las interpelaciones feministas a espacios
de hegemonía masculina?, ¿có mo lo hacemos sin culpabilizar pero tampoco sin ser
complacientes?, ¿có mo exponemos nuestras prá cticas machistas creando identificació n y
no distanciamientos?, ¿có mo producimos y socializamos conocimiento sobre las armas de
los opresores (que en mayor o menor medida son las nuestras)?, ¿có mo traicionamos esa
complicidad machista?, ¿có mo vamos venciendo el miedo a dejar de pertenecer mientras
construimos otros lugares de pertenencia?, ¿có mo nos acompañ amos en la intemperie a la
que nos exponemos cuando pretendemos aventurarnos má s allá de la masculinidad?
Dice Cecilia Winterfox que “las feministas no son responsables de educar a los hombres” .
Tampoco son responsables de orientarnos ni de responder a los interrogantes que nos
atraviesan. Demandarles formació n, discusió n, pedagogía, cuidado, tiempo y espacio
puede ser la continuidad del dispositivo extractivista por otros medios. Si el paternalismo
no es buen camino para encarar estos procesos, el maternalismo tampoco. Somos
nosotros quienes debemos asumir la responsabilidad de estar a la altura de esta oleada
histó rica, invirtiendo tiempo y cuerpo a sentipensarnos en medio de esta gran ola.
Disponiéndonos a que nos lleve má s lejos, lo má s lejos de la masculinidad como sea
posible. Somos nosotros quienes en vez de decir que queremos que el patriarcado caiga,
debemos dejar de sostenerlo.
Afirma Majo Gerez que “feminizar la política es lo que va a salvarla” . Siendo los suyos
argumentos suficientes para explicar de qué se trata el desafío de feminizar la política,
quisiera agregar que sería interesante considerar que nuestra apuesta es también a des-
masculinizarla.
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garantiza la transversalidad de los feminismos ni mucho menos que los varones nos
hagamos eco de las interpelaciones que propone este proceso.
Si en los espacios de construcció n política, los tiempos, las energías y los cuerpos de las
mujeres permanecen a disposició n de las carreras militantes de los varones; si
sostenemos la “naturalidad” de la divisió n sexual del trabajo dentro y fuera de las
organizaciones; si las prá cticas de cuidado siguen siendo consideradas tareas privadas,
secundarias e invisibles; si no apostamos a que los varones también nos formemos en
feminismos porque (siempre) tenemos tareas má s importantes; si no buscamos las
formas de que la construcció n de nuevas mayorías sociales también interpele a esa mitad
socializada en la masculinidad; si no creamos discursos y propuestas políticas que
cuestionen el proyecto político de la masculinidad desde y hacia los varones, es probable
que perdamos la oportunidad histó rica que esta ola también nos presenta a nosotros, por
quedarnos chapoteando entre la espuma.
“El feminismo es una aventura colectiva, para las mujeres, para los hombres y para lxs
demá s. Una revolució n ya en marcha. Una visió n del mundo, una elecció n. No se trata de
oponer las pequeñ as ventajas de las mujeres a las pequeñ as conquistas de los hombres,
sino de mandar todo bien a la mierda” (Virginie Despentes, 2006).
Foto del
Lucho Fabbri
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