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Entorno de desarrollo

Mención aparte merece el entorno de desarrollo de los sujetos, la influencia del barrio,
hábitat o ecosistema vital en que se desenvuelven en su día a día y en el cual se
producen sus procesos de socialización. Los correlatos entre de lito y los entornos en
los cuales viven los sujetos que los protagonizan han sido extensamente estudiados
por los criminólogos y sociólogos desde la época de los primeros trabajos de Guerry y
Quetelet, quienes hallaron por primera vez relación entre los índices de delincuencia
regionales y las condiciones sociales (Maguire, Morgan y Reiner, 2012; Quetelet, 1984
[1831]; Redondo y Garrido, 2013; Siegel, 2006); y que recibieron un decisivo impulso
con los trabajos del grupo de sociólogos de la Escuela de Chicago, con autores como
Burguess, Park, Shaw y McKay a la cabeza.
El estudio de la influencia del entorno en la conducta delictiva ha dado como resultado
importantes formulaciones teóricas, entre las que destacan la teoría de la
desorganización social (Maguire et al., 2012; Redondo y Garrido, 2013; Siegel, 2006;
Vold, Bernard y Snypes, 2002) y la teoría de la eficacia colectiva (Sampson,
Raudenbush y Earls, 1997). En esta última se considera que la cohesión social en una
comunidad, combinada con su deseo de actuar en apoyo del beneficio común pueden
explicar no solo el vínculo entre las condiciones estructurales de la comunidad y los
índices de delincuencia que experimenta, sino también el bienestar experimentado en
dicha comunidad.
Así pues, la investigación ha evidenciado que los barrios y comunidades
desorganizadas y que padecen desventajas sociales tienden a contar con residentes
menos vinculados con los demás, faltos de recursos, con redes sociales limitadas o
disminuidas y que tienden a no establecer lazos de confianza con los vecinos (De
Coster, Heimer y Wittrock, 2006; Ellis et al., 2009; Hawkins, Herrenkohl, Farrington,
Brewer, Catalano, Harachi y Cothern, 2000; Herrenkohl et al., 2000; Vander Ven y
Cullen, 2004). Los habitantes de estos barrios tienen menor tendencia a actuar como
agentes de control informal que se impliquen con los problemas sociales de la
comunidad y, por lo tanto, actúan en menor medida cuando problemas como la
delincuencia juvenil aparecen. Posiblemente la mejor formulación que explica el
mecanismo mediante el cual se vinculan las características de los barrios y
comunidades con la conducta delictiva sea la teoría del aprendizaje social propuesta
por Akers (1998). Para este autor los niños y adolescentes aprenden conductas
pronormativas por asociación, observación directa y exposición a otros. De igual forma
aprenden los métodos, razones, justificaciones y definiciones necesarios para
delinquir. Las variaciones en la estructura social, la cultura y los lugares donde se
desarrolla la vida de un individuo, y por tanto también de los grupos en los que éste se
integra, explicarían los diferentes índices delictivos.
Oportunidades delictivas
Las perspectivas teóricas de las oportunidades y de las actividades rutinarias ponen el
foco en el delito, antes que, en el delincuente, y desde esta orientación las
características del entorno, de la víctima o del objetivo son decisivas en el hecho
delictivo (Cohen y Felson, 1979; Gottfredson y Hirschi, 1990; Medina, 2011; Serrano-
Maíllo, 2009b).
Hasta cierto punto las teorías del curso vital han obviado el estudio de las
oportunidades como elemento esencial en el análisis de la conducta criminal (Sullivan
y Piquero, 2016). No en vano, desde un punto de vista metodológico, resulta
extremadamente difícil valorar las oportunidades delictivas presentes en la trayectoria
criminal de un individuo. Una opción es medir la conciencia que de estas
oportunidades puedan tener los sujetos. Esta conciencia de oportunidad delictiva
puede ser analizada desde dos perspectivas diferentes, pero al tiempo
complementarias. Por un lado, en tanto que riesgo, atendiendo al hecho que una
mayor concentración de oportunidades objetivas causa un incremento de las
probabilidades de cometer un hecho delictivo, esto es, un incrementado grado de
exposición por contacto. La segunda dimensión o perspectiva hace referencia a algo
mucho más sugerente, aunque también más especulativo: la misma conciencia de la
oportunidad percibida es un elemento sustancial y que debe ser tenido muy en cuenta;
ya que la propia manifestación de que un sujeto tenga conciencia de las oportunidades
circundantes para delinquir puede ser indiciario de su interés por aprovecharlas, de la
voluntad de construir un espacio personal ad hoc en el que desarrollar y acrecentar los
riesgos personales.
Según Serrano-Maíllo (2009b) metodológicamente se produce una apa- rente
indiferenciación entre motivación y oportunidad, ya que parecen actuar de forma
conjunta, cuando no ser la misma cosa o estar asimiladas y, por lo tanto, motivación y
oportunidad harían referencia al mismo concepto.
Por su parte, Redondo (2015, p. 206) ha definido operativamente las oportunidades
delictivas como “aquellos estímulos presentes en un ambiente o contexto, físico o
virtual, que anteceden a concretos delitos y los hacen más probables”. Esta definición
supone asumir como implícita cierta motivación del individuo en el momento previo a la
comisión de un delito y diferencia ambos conceptos. Para este autor esta complejidad
conceptual no es otra cosa que un problema metodológico, acerca de la medición
independiente de las variables motivación y oportunidad, antes que un verdadero
problema sustantivo de solapamiento de ambas.
Otra opción ha sido la de las teorías ambientales, según las cuales el aumento de la
facilidad para cometer un delito correlacionará positivamente con la motivación del
individuo para cometerlo (Osgood, Wilson, O’Malley y Johnston, 1996).
Esta visión nos lleva a una tercera vía, la ensayada por Wortley (2008), al introducir el
concepto de precipitadores situacionales del delito. Según este autor, es posible
contemplar la existencia de elementos ambientales que pueden conducir a las
personas a cometer un delito, con independencia del grado de motivación
preexistente. Ante esta postura es necesario precisar que no resulta fácil concretar
dónde empieza la afectación precipitante de la situación y dónde acaba la motivación
delictiva del individuo, pero como Campoy y Summers (2015, p. 51) han señalado,
“saber cómo las personas se relacionan con el ambiente es crucial para conocer los
procesos de toma de decisiones delictivas (…). No obstante, no es menos importante
saber cómo el ambiente modifica el comportamiento de las personas en un sentido u
otro, tanto de cara a conocer la génesis del comportamiento delictivo como en relación
con su prevención”. Estos mismos autores afirman que existe además un cuarto
elemento que añade dificultades a la medición de la oportunidad y son las emociones
de los sujetos, un factor individual que afecta a la motivación y a la “mejor
interpretación que el individuo hace del entorno” (McCarthy, 2002, citado en Campoy y
Summers, 2015, p. 44).

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